Capítulo 18: La niña que gritaba de dolor.
No sabía si era buena idea dejar sola a Urchevole con Christel y Ànima. Una estaba sumida por la locura mientras que la otra por la oscuridad. Todo era un problema, le angustiaba, más cuando vio cómo Ànima —a pesar de tener unos nuevos poderes—, luchaba de forma excepcional sin importar el qué. Su fuerza sorprendía a cualquiera.
Detenerlo no era buena idea y lo mejor que podía hacer ahora era frenar a Kersmark. Aquel que Fusis odiaba.
Escuchó con atención lo que su alrededor le gritaban desesperados, le indicaba la posición de Kersmark, quien estaba destrozando varios bosques con sus habilidades.
Kemi nunca sintió tanta ira, por ello cargó sus manos de una oscuridad que representaba el poder de su raza.
«Sé que es arriesgado, pero ahora mismo la naturaleza de aquí está debilitándose y no puedo aprovecharme de ella», pensó Kemi.
Corrió a toda velocidad, encontrándose en un escenario destrozado y oscuro donde los árboles eran arrancados sin piedad alguna, donde la hierba era quemada junto los cuerpos de varios animales muertos que no pudieron huir.
«No puedo. —Frenó por un momento sus pasos—. Ese malnacido...»
Deseaba ser ciego para ignorar ese sufrimiento, pero era imposible porque la naturaleza, por primera vez, le pedía auxilio. Levantó la cabeza con decisión, viéndose detrás de esos ojos verdes una línea negra que partía su ojo, consumiéndolo poco a poco.
«Dime que me perdonarás, Fusis. Solo por esta vez. Solo una vez»
Logró moverse de nuevo hasta encontrarlo al fin. Se situaba en los aires en una posición firme, mirando dos hologramas que salían de su mano izquierda. Cerca de Kersmark, varias máquinas le protegían y le alertaban de una presencia nueva, la de Kemi.
—Tengo visita al parecer —murmuró Kersmark mientras cerraba sus manos para que los hologramas desaparecieran—. Veamos qué puede hacer el supuesto vigilante de la naturaleza.
Las máquinas apuntaban a Kemi, una gran diversidad de armas que se encargaban de explotar y quemar el bosque a la vez que portaban espadas y sierras que matarían a los seres que se encontraran en su camino.
—Diviérteme, inútil.
Kersmark no dudó en chasquear sus dedos para que las máquinas fueran a por Kemi. Tras eso, le daría las espaldas, pero sería su mayor error cuando Kemi logró destrozar las máquinas con sus puños cargados de magia oscura, unos que provenían de sus cuernos destrozados.
Al destrozarlas todas, dejando varias explosiones controladas, Kersmark le miraría de inmediato.
—No deberías subestimarme —susurró Kemi.
Kersmark solo pudo sonreír con malicia.
—Esto será interesante.
Giró rápido su cuerpo para poner sus manos en la zona de sus caderas, haciendo aparecer electricidad de estas y lanzarlas al cielo, causando que su alrededor empezara a salir truenos de gran tamaño que irían a por Kemi.
Con agilidad, Kemi se movió de un lado a otro mientras giraba las guadañas, lanzándolas hacia los hombros de Kersmark. Aquello le pareció un ataque inútil para el dios, confiando tanto que agarraría las cadenas de las guadañas, pero aquello fue su mayor error.
—¡Sentimiento! ¡Eso es lo que pasa cuando tocas un arma imbuida por la magia de las Elinas! —gritó Kemi.
En la cabeza de Kersmark miles de sentimientos se adentrarían en su pecho y mente. Era la primera vez en años que no sentía tantas emociones que le obligaron a caer contra el suelo, haciéndole llorar sin parar.
¿Quién diría que el dios que todos temían en verdad tenía recuerdos? Unos que deseaba borrar de su memoria, pero eran imposibles al estar viviendo en Robok y recordar la única voz cariñosa y cálida de la única persona que amaba incondicionalmente:
—Confiaba en que cambiaras todo, pero no de esa forma, hijo mío.
Negó con su cabeza, gruñendo de dolor para soltar el arma y mirar a Kemi, quien sonreía confiado.
—¿Sentimiento, dijiste? —preguntó Kersmark, apretando sus dientes.
—La Sensibilidad es un poder que existe, Kersmark, uno que al parecer detestas al igual que mi raza —contestó Kemi, mirándole desafiante.
Kermsark chasqueó su lengua para levantarse. Sacó una esfera del bolsillo de su chaqueta y la activaría, apareciendo dos guadañas conectadas en esta.
—¡Estúpido! Sentimientos inútiles que no sirven para nada.
Sin dudar, Kersmark se movió con agilidad, yendo directamente hacia Kemi para atacarle, aunque el vigilante de la naturaleza reaccionaría, recuperando rápido sus guadañas y bloqueando su ataque.
—¿Qué? ¿Eres incapaz de controlar tus emociones? —se burló Kemi mientras ejercía más fuerza.
—No seas estúpido, tú eres más sensible que yo.
—¿Oh? ¿Quieres probarlo?
Ese tono amable y dulce se había vuelto en una grave y cruel, una que dejó con la piel de gallina a Kersmark, al menos la poca que tenía. Sus sentidos se alertaron, alejándose de inmediato al ver que los ojos de ese dios se habían vuelto completamente negros. Algo le estaba ocultando, creyó que estaba débil, pero con ese cambio de voz y actitud tenía claro que había algo más que un simple cuidador de la naturaleza.
Observándole con detenimiento, los recuerdos del pasado impactaron una vez más a Kersmark, poniendo sus manos en su cabeza mientras se quejaba de dolor.Podía ver aa a ese niño oculto en su habitación, sumido en la oscuridad que no temió, pero que si le angustiaba porque no veía al familiar que tanto estimaba.
«¡Sentimiento! ¡Lo que me faltaba! Algo tan estúpidoq ue vulnera mis recuerdos. ¡Todo lo hace cuando me aseguré de matar a ese niño del pasado»
Se irguió y miró desafiante a Kemi, apretando sus puños.
—Tienes valor de venir aquí aun estando débil, ¿seguro que quieres enfrentarte a mí? Te aseguro que tu muerte será la peor de todas —aseguró Kersmark.
—No voy a permitir que sigas con este genocidio —aseguró Kemi. Respiraba nervioso a la vez que de su boca caía un líquido negro que poco a poco desaparecía como si fuera humo.
—He acabado con una gran parte, llegas muy tarde —admitió con una sonrisa divertida—. ¿Sabes? Ha sido entretenido escuchar sus gritos de desesperación y ser asesinados por mis robots, es muy interesante porque puedo ver nuevas teorías, ideas que me ayudarán a mejorar a mi raza, crear seres imparables e indestructibles.
De pronto una voz le hablaría a Kersmark, una que intentaba convencerle:
«¿Por qué quieres llegar a este punto si tú solo querías cambiar ese error que tenían los robots?»
—¡Uhg! ¡Cállate! —gritó Kersmark, cabreado, moviendo su brazo izquierdo, como si intentara cortar algo en ese lado, un gesto que a Kemi le pareció extraño, pero que creyó que a lo mejor tenía que ver con Pyschen—. No voy a pensar en ese pasado, ¿Sabes? No importa nada, más si ahora mismo puedo saber de lo que son capaces mis máquinas luchando contra él —continuó. De su chaqueta sacaría varios chips y piezas metálicas que al caer al suelo se crearían varios robots de distintos tamaños y formas, pero ninguna era como un humano, no tenían un cuerpo como tal—. Deléitame, Kemi. Demuéstrame que puedes hacer, dios de la naturaleza.
Mientras que por otro lado, Kemi cerraba sus ojos con arrepentimiento.
«Perdóname, Urchevole —pensó Kemi, sintiendo como de sus espaldas algo quería salir, un dolor del que estaba muy acostumbrado al igual que de su cabeza—, pero el motivo está más que justificado».
Los robots estaban apuntándole. No parecían ser muy resistentes, pero no iba a dejarse engañar ya que era la tecnología de un dios que no conocía. Kemi saltaría hacia un lado para esquivar un rayo de electricidad que perforó varios árboles de por medio, escuchando detrás suyo el grito de dolor que la naturaleza emitió. Apretó los dientes y los ojos al escucharlo.
«Déjame ser el Drasino que más odio, aunque sé que es algo que me arrepentiré durante toda mi eternidad. Dejame serlo, padre», pidió Kemi un tanto desesperado, esperaba la respuesta mientras esquivaba los ataques.
Y obvio la respuesta, escuchando la única voz que le daba lo que quería, pero con una condición que le hizo sentirse arrepentido a Kemi, perdiendo la respiración y que su corazón dejara de bombear.
Kersmark le observó con detenimiento, aunque realmente no era el único, Pyschen también lo hacía. Vieron como en las mejillas de Kemi habían aparecido unos símbolos antiguos que empezaban a perforarlas y quemarlas como si fuera una marca.
Si bien le dejaba confundido aquellas señales, Kersmark se confiaría yendo a por Kemi, pero al intentarlo, se dio cuenta que había desaparecido. Se giró, viendo que acabó en cuestión de segundos con todas las máquinas que creó habían sido destrozadas en un solo gesto.
Pronto lo vería de nuevo, siendo envuelto en un aura tenebrosa que irradiaba odio.
—No tenía esa velocidad antes —susurró Kersmark, atónito.
«Ni siquiera me dio tiempo a ver con qué los atacó, no fue con sus guadañas, sino con una energía que aún está aprendiendo —analizó Kersmark en silencio, agarrando una esfera que sostenía las dos guadañas de gran tamaño—, tendré que enfrentarme a él sí quiero conocer bien su poder».
Cuando se posicionó, se dio cuenta que su contrincante no estaba enfrente suyo, había desaparecido como si se hubiera teletransportado. Miró a su alrededor, sobre todo a sus espaldas, pero no detectó nada. Era como si se camuflara con el ambiente que le rodeaba.
«No debí haberme metido aquí, la naturaleza siempre le ayuda —pensó Kersmark. Moviéndose rápido, se alejaría de los bosques, acercándose hacia una explanada donde solo había hierba junto al sol que iluminaba este día tan desastroso—. Solo así le obligaré a moverse y capaz le debilite».
Pero nada más llegar y aterrizar, pudo ver frente suya el rostro de Kemi. Sus facciones eran más duras, llenas de marcas y cicatrices, en especial sus mejillas. Veía dos alas negras de gran tamaño extendidas, mostrando las heridas de un pasado tormentoso junto a unos cuernos grandes y largos que tenía en su cabeza, dejando en claro la verdadera apariencia de Kemi.
La sangre y la oscuridad surgían de él como un ser que disfrutaba de la violencia, listo para dar el primer golpe, pero en vez de hacerlo, se alejó para mirarle con sus ojos totalmente oscuros.
—Eres un... —susurró Kersmark, temblando sin parar mientras que en su cabeza salían hologramas rojizos de emergencia—. ¡Cállate! ¡Ya lo sé! ¡Es un maldito problema!
Se dio cuenta de que la apariencia que tenía antes era falsa, simulaba ser un vigilante amable y débil, pero ahora por fin estaba demostrando su verdadera naturaleza. Un rostro y cuerpo más fuertes y agresivos. Parecía ser otra especie, ¿cómo se llamaba? ¿Drasinos?
—M-Mentiste —susurró con dificultad Kersmark—. Tu no eras alguien amigable y dulce como fingías con nosotros.
Pronto sintió un grave dolor en su cabeza, una del que su sistema empezó a fallar. Aun con ello no se rindió, quería prestar atención a Kemi.
«No puedo cegarme por esa historia. Ese niño está muerto. Ese niño está muerto»
«No me seas tan inútil, Kersmark —intervino Pyschen—. Intenta desgastarlo, a lo mejor...»
La voz de Pyschen fue interrumpida cuando Kersmark sintió un puñetazo en su estómago que hizo saltar las alarmas en su cabeza. Un golpe que logró romper su placa metálica junto a los miles de cables que lo unían de su cuerpo, perdiendo sus piernas en medio del impacto y que su cuerpo saliera volando por los aires.
Las alarmas salieron disparadas por todos los lados, para rápidamente y sin previo aviso, perder la vista hasta que impactó contra los árboles.
Y con ello levantar su cabeza.
—Otro cuerpo menos.
Tras ese golpe, Kemi logró reaccionar, abriendo sus ojos tras esa oscuridad que le consumía. Caería contra el suelo mientras abría su boca, soltando humo por este mientras las lágrimas caían por sus ojos.
—Eilu, lo siento... Fusis, perdoname —susurraba sin ser consciente de lo que decía, pero pronto reaccionó al mirar a la lejanía y ver el cuerpo de Kersmark sin reaccionar—. Lo hice...
Como mejor pudo, se levantó del suelo, respirando hondo para al final abrir su boca, soltando de nuevo ese humo.
—Te dije que no me subestimaras, Kermark, porque por desgracia soy el hijo de una Luz Impactante. Porque soy el monstruo amable que nadie desea conocer.
Había dos jóvenes gritando de dolor mientras luchan en un mundo irreal. Una chillaba de ira por no cumplir lo que deseaba, mientras que la otra de angustia por querer ver a su hermana y salvarla.
Urchevole lo oía, viendo una pelea llena de ira y destrucción. Vio como la oscuridad no dudaba en usar todo su poder para desviar las espadas de la guerra, quien atacaba sin medir sus posibilidades, sin importarle nada más que obtener esa felicidad.
Los sentimientos que había eran fuertes y puros, hacía tiempo que no veía emociones así. Unas que le traían nostalgia.
«Pero no puedo pensar en eso. No ahora».
Los tentáculos oscuros de Ànima iban con el objetivo claro de perforar el cuerpo de Christel, quien deseaba hacer lo mismo, solo que empleaba miles de armas que era capaz de crear mientras se movía a una velocidad abrumadora, aunque para Urchevole era una velocidad que asimilaba de sobras.
«Tengo que ir con cuidado. Si empleo mi magia ahora, es posible que ambas reacciones con agresividad. A no ser que pida su ayuda».
En ese escenario triste había unas voces que gritaban y lloraban desesperadas mientras demostraban sus verdaderas intenciones. Luchaban para poder conseguir sus deseos, aunque había una clara diferencia: Una estaba controlada, la otra era consciente a pesar de estar consumida por la oscuridad.
«¿Me darás el permiso para ello? ¿Me darás tú música para poder salvarlos, aun si es ayudar a los que más detestas?»
Respiró hondo y cerró sus ojos. Tragó saliva mientras levantaba sus brazos temblorosos, sabiendo que sus acciones eran arriesgadas.
—Diamies tia fesuierza yi miaguis, Sensibilidad. Saile siai, dinci Elina dems siomio.
https://youtu.be/nAAXAzI2n7U
Ninguna de las dos se esperaba que en medio de su pelea llena de odio y rencor, pudieran escuchar una canción con el inicio de lo que parecían ser unas voces espirituales, unas que transmitían una paz inusual en medio del escenario. Ànima fue la primera en girarse, encontrándose con Urchevole en una posición lista para bailar
«¿Son notas musicales?», se preguntó Ànima, atónita por lo que sus ojos le enseñaban.
Con los pies descalzos, Urchevole empezaba a moverse con elegancia y cuidado, moviendo sus brazos de un lado a otro como una bailarina mientras la sinfonía seguía su ritmo lento. Era mágico, más con aquellas notas musicales blancas que salían de su corazón, envolviendo todo el bosque donde ocurría esa pelea.
Ànima no sería la única en caerse de rodillas contra el suelo, sino que Christel también lo haría con lágrimas que caían de sus ojos.
Bailaba y llamaba la atención de aquellas pocas aves que se atrevían estar por el lugar, los animales más pequeños que se mantenían a su lado, transmitiendo la paz que todos deseaban tener. Una belleza que dejaba embobado a cualquiera que la viera.
Pasos precisos junto a las notas que se seguían moviendo. Las marcas de su rostro y brazos se iluminaban con fuerza. Símbolos de un idioma que Ànima no comprendía, pero que parecían tener importancia.
Ànima y Christel no lo veían, pero eran testigos de Luz Impactante siendo acompañada en un baile junto a su Deidad Sistemaria.
El escenario se llenó de ese brillo blanco, cambiando aquel bosque caótico en uno donde existía la vida. Miles de especies distintas junto a distintas plantas, flores y árboles las rodeaban, y todo mientras Urchevole seguía bailando al ritmo de aquella canción.
Ànima sintió escalofríos en su piel y decidió mirar a Christel, quien había cubierto sus ojos con sus manos. No paraba de llorar y era incapaz de decir una sola palabra. Aquello dejó angustiada a Ànima, viendo lo que había causado su hermana.
—Paiphire, no sigas con esto. Esto es nuestro problema, no el de ellos —susurró Ànima.
Abrió sus ojos y giró su cabeza hacia Urchevole, viendo como movía su cuerpo en una danza elegante. Las marcas de su rostro brillaban con fuerza mientras se movía con cuidado, como si cantara una canción triste para que ellas descansaran y dejaran ese odio a lado.
«Nos está calmando con su música —supuso Ànima—. Debo hablar con Christel antes de que Urchevole se debilite».
Miró hacia Christel. Seguía con la cabeza agachada, respirando con dificultad mientras lágrimas caían de sus ojos sin parar. Ànima sonrió con tristeza, se levantó con cuidado y caminó para ponerse de rodillas enfrente de Christel. Todo esto con gestos pacíficos.
—Entiendo lo que sientes —pronunció Ànima, calmada—. Somos dos humanas que han tomado un camino complicado.
—No conoces mi historia —susurró Christel.
—No, pero me gustaría hacerlo —respondió Ànima con una sonrisa amable—, Después de todo somos del mismo planeta y podemos comprender nuestras historias.
Christel levantó un poco su rostro.
—Yo morí en el espacio para renacer en un cuerpo que no deseaba —explicó Christel—. Tomé el riesgo, la curiosidad llegó a matarme y condenarme, solo quiero...
—Vivir una vida humana de verdad —interrumpió Ànima con educación. Christel no dijo nada más que llorar—. Aun tienes la opción de hacerlo, el destello dio su poder a ti, capaz hay una forma de revertirlo. No es como en mi caso que yo me suicidé para buscar a mi hermana.
Christel levantó un poco su cabeza para verla con aquella sonrisa cálida. Tras eso, miró hacia otro lado con vergüenza, encontrándose con Urchevole quien respiraba agotada al gastar gran parte de su poder. Ànima también se dio cuenta de ello.
«Debo apurarme», pensó Ànima.
—¿Por qué lo hiciste?
Esa pregunta pilló desprevenida a Ànima, pero aun así decidió responder.
—Vi algo que no tenía sentido, vi una sombra, un fantasma que amenazaba a mi hermana cuando murió —explicó mientras miraba sus manos oscuras—. Ese día mi hermana dijo palabras que no eran ciertas, palabras que me tachaban como alguien cruel y malvada, cuando durante toda mi vida me dediqué a ella y a nadie más. Quería que fuera feliz.
Urchevole, aun con el cansancio encima, observaba en silencio todo lo que Ànima explicaba. Frunciendo un poco el ceño para al final caer cerca del árbol que tenía a sus espaldas.
Ànima se dio cuenta de su condición y corrió hacia ella para abrazarla, pero al hacerlo, sentiría de repente el miedo, la alegría, la tristeza, la angustia, el dolor y así en un bucle de sentimientos que pudo detener al alejarse de ella.
«¿Su poder les deja en este estado? —se preguntó Ànima para luego ver como el escenario que había creado Urchevole, iba desapareciendo poco a poco—. Dime que no estás ahí, hermana. Dejala en paz y enfréntate solo a mí».
—Entonces —intervino Christel tras unos segundos de silencio—, tú tomarías ese riesgo, te matarías una y otra vez con tal de salvar a tu hermana, ¿no?
Esa duda hizo que Ànima replanteara sus acciones. Realmente se lo prometió, se juró buscar a su hermana sin importar las consecuencias que hubiera detrás, sin importar el dolor que sintiera.
—Lo haría, sin importar la dificultad —respondió Ànima con seguridad y decisión.
—... entiendo.
Quien habló, no fue Christel, y aquello dejó inmóvil a Ànima por un segundo, para crear a tiempo un escudo de oscuridad que bloquearía cientas de lanzas hechas de ruido que venían desde todos los lados.
—¡No me seas idiota! —gritó Pyschen—. ¡¿En serio pensabas en eso?! ¡¿Salvarme?! ¡Te dije claro que yo quería matarte una vez tuviera el poder! ¡Y esta vez no voy a dudar! ¡Olvídate de todo lo que sabes de mí, hermanita! Soy un recuerdo inexistente de tu pasado! ¡Soy una versión mejor! ¡Una diosa imparable!
Cuando las agujas desaparecieron, Ànima se hizo a un lado agarrando el cuerpo de Urchevole para evitar que Christel les atacara. Le daba igual si esas miles de emociones le afectaban.
Avanzó por los bosques donde la desesperación había consumido todo. Escuchaba las voces de seres que acababan de morir por culpa de los dos dioses que controlaba a Pyschen. Voces desesperadas que gritaban aterrados con un sufrimiento enorme en sus cuerpos mientras sentían la muerte. Ànima lo escuchaba todo, llorando mientras huía, escapando de esa risa escandalosa.
Buscó por todo su alrededor hasta que escuchó una voz masculina a su derecha, giró su cabeza creyendo que sería Kemi, pero para su sorpresa vería a un hombre cuyo rostro y apariencia era similar a la de Urchevole. No dudó en ir hacia él, viendo cómo cruzaba sus brazos para separarlos y crear varias armas que bloquearon las de Christel.
—Deja a mi hermana aquí —le pidió mientras Ànima aterrizaba en el suelo y dejaba el cuerpo de Urchevole—. Yo bloquearé sus armas y a Christel, ve a por Pyschen, es la raíz del problema.
—¿Quién...?
—¡Hazlo!
Le sorprendió ver cómo sus manos brillaban con gran fuerza como si fuera la luz de Luminem. No entendía qué estaba ocurriendo, no sabía ni quién era, pero debía confiar e ir a por su hermana. Voló, atravesando por todos los bosques, escondiéndose entre las sombras para poder ver a su hermana quien tenía la cabeza apuntando al cielo mientras movía sus manos, exactamente las agujas.
—Eres muy pesada, haces demasiado ruido.
Desapareció de golpe, lo que hizo frenar los pasos de Ànima y que se girara para bloquear con sus tentáculos un ataque a sus espaldas. Tras eso agarró la mano derecha de su hermana, lista para impactarla contra el suelo, pero cuando sus miradas se cruzaron, escuchó el grito de dolor de Pyschen al ser destrozada su muñeca en un solo gesto.
No movió ese tentáculo por orden suya, sino porque algo inusual —como una fuerza viviente en su interior—, le había ordenado. Y fue buena idea, porque vio de esa mano como salían varios hilos.
«¡Destrózalas!».
Escuchó el grito de alguien que conocía, una voz que la hizo llorar mientras pisaba los hilos, dejando en su pie una esfera oscura que logró destrozarlas. ¿De quién pertenecía esos hilos? No lo sabía bien, pero si sabía que la herida que hizo a su hermana, le había dolido.
Se alejó mientras intentaba controlar sus pensamientos y sentimientos, ahora mismo no podía mostrarse débil ni ser agresiva.
«No puedo perder la cabeza. No ahora —pensó mientras miraba a su hermana—. Si quiero que mi hermana reaccione, tengo que convencerla. Si quiero que ese fantasma tengo que...»
Y de pronto una pequeña esperanza brilló en su corazón.
—¿No quieres hacer daño a tu hermanita? Que estúpido —se burló Pyschen, levantándose poco a poco—. ¿Qué harás para matarme? Debes golpearme, debes herirme, ¿o es que acaso los sentimientos del pasado aún interfieren? ¿En serio no quieres hacerme daño ahora que estoy tan débil?
«Son frases vacías de un ser que no conozco, esa no es mi hermana», se concienció Ànima.
Cerró sus ojos, respiró hondo y abrió sus brazos con calma. Sonrió con una amabilidad que Pyschen solo pudo observar en silencio para al final abrir sus ojos en demasía.
—Paiph-
—Ni una mierda. ¡No me vengas con esos trucos!
Movió su brazo izquierdo para crear varias agujas que de inmediato se clavaron en el cuerpo de Ànima. Todas y cada una de ellas atravesaron su cuerpo, dejando un escenario horrible en el que la sangre caía al suelo quemado. Aun con ese dolor insoportable, Ànima estaba en el sitio con una sonrisa cálida, provocando que Pyschen temblara sin parar
—¿Por qué no apunté a su cabeza o corazón? —se preguntó, atónita.
Quiso atacar una vez más, pero no podía moverse. Era como si algo luchara en su interior. Ànima aprovechó este momento, intentando moverse a pesar del dolor que sentía por las lanzas.
—Yo... yo debo, yo debo...
Y antes de que Pyschen pudiera hacer algo, Ànima la abrazó con todas sus fuerzas.
Miles de emociones impactaron en su corazón y mente, recordando toda una larga y extensa historia de la corta vida que tuvo como humana, recordando cómo tuvo esa pequeña discapacidad en la que caminar le era complicado. Un paso era un sufrimiento. Correr era difícil. Ver el mundo era imposible... pero con su hermana podría hacer frente a todo, como si ella fuera la luz más brillante que alejaba todos los males que pudieran existir en ese momento.
Ya no era una diosa en ese momento, al menos era lo que sentía cuando miraba a su hermana en esa versión humana en donde la abrazaba y lloraba sin parar, escuchando con atención sus pulsaciones llenas de felicidad. Pyschen, mejor dicho Paiphire, se sentía confusa, miraba hacia el suelo quemado con detenimiento, apoyando su cabeza en el hombro de su hermana.
—Radow —tartamudeó—. Yo... lo siento.
Y lloró como jamás pudo hacer, aun sabiendo que no podía hacerlo. Aun sabiendo que estaba siendo vigilada.
—Paiphire, ¿te acuerdas de todo? —preguntó Ànima con una dulce sonrisa.
Pyschen se quedó inmóvil en el sitio, saliendo lágrimas de sus ojos.
—Yo, yo...
—Está bien, nada de esto es tu culpa.
Le era agradable para Ànima escuchar la voz de su hermana menor, una voz débil y triste al ser incapaz de caminar en condiciones, pero que seguía adelante con su ayuda. Era agradable escuchar como de verdad sentía mientras la abrazaba con fuerza.
—¡Lo siento tanto! —gritó desesperada mientras las lágrimas caían de sus ojos.
Ànima acarició su cabello con calma mientras sonreía.
—Tranquila, Paiphire, no es...
—¡Aléjate de mí!
No dudó en empujarla, un acto que tomó por sorpresa a Ànima, más cuando se encontró con aquel fantasma que una vez pudo ver.
«Al fin te veo», se dijo convencida, lista para atacarle, pero el mero hecho de intentarlo le fue imposible. Se quedó totalmente inmóvil.
—Eres inteligente, pero muy imprudente.
No podía hacer nada, ni si quiera hablar. Solo veía la presencia de aquel fantasma, aunque mejor dicho, Ànima se daba cuenta que era más como un hombre de gran altura. Alguien que le sonreía con malicia mientras envolvía a su hermana en ese humo grisáceo.
—Puedes llamar mi atención, pero ¿a qué costo? Solo haces que me cabree, y eso no es algo que te convenga, ¿entiendes? —preguntó mientras miraba a Ànima con una sonrisa divertida—. De igual forma, no lo voy a pagarlo directamente contigo.
Vio como su hermana cambiaba a una diosa cegada por el odio, rencor y la locura. Una ser de cuerpo delgado y grisáceo cuya vestimenta verdosa y destrozada se la identificaba fácilmente. Esa por el cual se la conocía por la diosa de la locura y el ruido.
—Haré que te tenga el mayor odio posible para que jamás recuerde su pasado. Borraré toda su memoria para que jamás recuerde quién eres.
Todo eso llegó a los oídos de Ànima, resonando de un lado a otro, atormentándola durante esos minutos en los que sentía que su hermana ya no era la misma, veía como se levantaba del suelo, acercándose a ese hombre para no decir ni una palabra, solamente mirar con odio y desprecio a Ànima.
—Ya puedes suicidarte todas las veces que quieras, que nadie, ni siquiera los Números, harán que tu deseo sea cumplido.
Y así como apareció, también lo haría desapareciendo junto a su hermana. Una vez más.
—No, no... ¡No, maldita sea! ¡Déjala en paz! —chilló Ànima
Sin poder controlarlo, soltó por fin esa oscuridad como ese monstruo que juró sellar, pero a estas alturas no le importaba nada porque había perdido lo que tanto quería, había visto enfrente suya como ese hombre de gran poder se burlaba de ella y tomaba a su hermana como si nada. Ni siquiera le hizo falta usar algún poder o arma para paralizarla, con tan solo su presencia aterraba a cualquiera.
Habría llegado a destrozarlo todo y dejarse consumir por la oscuridad de no ser que alguien la agarró a tiempo para abrazarla con todas sus fuerzas. Ese simple gesto hizo que Ànima cayera de rodillas, dejando que las lágrimas salieran de sus ojos mientras gritaba de dolor.
Kemi en ese momento solo pudo quedarse a su lado, intentando tranquilizarla, pero para Ànima eran palabras vacías que no le harían ningún efecto.
Hasta que al final cayó inconsciente en los brazos de Kemi.
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