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Capítulo 15: ¿Cuándo vas a reaccionar?

Una tranquila conversación se podía escuchar en el interior del templo de Crisea. El tiempo había sido generoso con los dos dioses y su hija, por lo que podrían aprovecharlo para pasear por los jardines como una buena familia.

A Blutig aún le costaba procesar todo, ¿qué podía pensar de un mundo tan inusual como este? Dioses cuyas miradas expresaban emociones distintas y que en su interior temblaban de miedo sin saber hablar con la verdad por delante. Tenía muy claro que su misión en este planeta sería tener la suficiente paciencia para encontrar la paz, retirar ese miedo, aunque para ello tenía que saber la verdad.

Su objetivo estaba claro cuando vio a sus padres.

—¿Hija? —preguntó Kersmark, mirandola con dulzura.

—¿Si, papá?

—Vi que te interesaste mucho en los juguetes tecnológicos que te hice —comentó con cierta ilusión.

—Son... curiosos —admitió, mirando los juguetes de su mano con detenimiento.

Kersmark miraría de reojo a su mujer con una sonrisa. Christel soltó un ligero bufido.

—Puede que le interese la tecnología, pero hace poco le preguntó a Lihuco sobre sus abanicos y el armamento que tiene guardado —comentó Christel.

Kersmark soltaría una leve risa ante su actitud.

—¿Te lo has tomado como una competencia? —preguntó Kersmark.

—Pensaba que lo era —respondió Christel, parpadeando varias veces sus ojos.

Kersmark no pudo evitar reír, contagiando también a su mujer.

Aquello era visible a los ojos de Blutig, dos dioses que por dentro compartían lo más íntimo, aunque por fuera tuvieran unas apariencias que intimidaran demasiado.

Sus padres eran un poco extraños, al menos era lo que pensaba cuando los veía actuar así con ella, pero diferente hacia los demás. Lo vi con aquellos dioses, que con su actitud querían mostrar una cosa, pero en verdad tenían demasiado miedo.

Y eso era lo último que deseaba Blutig.

«Capaz mis padres quieren que me interese en sus cosas, pero tengo claro que mi camino será distinto a los suyos. Son buenos, lo sé, pero en hay algo que me pide tomar un camino distinto. Uno más pacifico mediante la conversación. Aquel asesino esta formando el desastre, dejando rastros de sangre para crear conflictos y peleas —opinó Blutig en silencio mientras miraba a sus padres—. Yo he visto en algunos de ellos lo mismo que yo. Una paz necesaria».

Lo había analizado bien: La luz mostraba un rostro nervioso e intranquilo al igual que su elegida. El ruido era un paranoico y silencioso junto a la guardiana, solo que era una observadora silenciosa. Por último, la naturaleza era prudente y calmada, posiblemente el más inteligente y maduro de todos.

—Estás muy callada hija mía, ¿todo bien? —La pregunta de su madre hizo que Blutig despertara.

—Sí, solamente recordaba la visita que tuvimos hace poco —respondió Blutig—. Todos eran muy raros, ¿son siempre así?

—Cada uno tiene una personalidad y actitud, es normal —respondió Christel con una sonrisa cariñosa

Blutig comprendió que su madre la cuidaba y protegía de todo sin importar el qué, lo que dejaba pensativa a Blutig.

«Intentaré sonreír más para que no te preocupes por mí, madre. Juro que este planeta será bello en donde tendrás tu merecido descanso», pensó Blutig.

Durante la caminata en los jardines cercanos al templo, sentía una presencia intranquila, al principio pensó que era su padre, pero sabía que no era él ya que no había nadie que lo volviera un ser sin sentimientos, alguien que fingía ser insensible.

—¿Y qué tienes pensado ser cuando seas un poco más mayor? —preguntó Kersmark.

—Uhm...

No podía ser sincera con lo que pensaba, no deseaba destruir sus ilusiones. No podía decirle que no deseaba ser la diosa de la guerra ni de la tecnología, sino de la paz.

—Tengo algo en mente, pero no sé aun bien —respondió Blutig—. Necesito pensarlo bien.

—Cariño, no te presiones, es algo que tú misma puedes decidir —explicó Christel. La pequeña miró a su madre con ojos llenos de esperanza—. Si deseas ser otro tipo de deidad, no tengas miedo en decirlo.

—Gracias, mamá.

Prefirió callarse por un simple motivo: veía detrás de esa sonrisa una gran pena llena de angustia. Algo estaba tramando, por ello era mejor esperar el momento adecuado. Pronto sería la ceremonia y romperle las ilusiones no era la idea.

—Por cierto, quiero llevaros pronto al código 004 —recordó Kersmark—, qasí conocerás mi hogar y mis creaciones, de paso si quieres aportar alguna idea...

Blutig se quedó mirando a su padre en silencio.

«Debería dejar de crear robots sin alma. No sirven de nada y es mejor tener cyborgs que robots. Su energía es más fuerte y tienen una parte humana que les hace ser conscientes de su alrededor. —Suspiró apenada—. Zooko era una candidata perfecta de no ser que sus cables mal funcionaban».

Su padre pensaba en la perfección, una palabra que adoraba y siempre existía en su mente, pero debía asimilar que aquello era imposible.

«Zooko era imperfecta, pero una gran luchadora, al menos es lo que mi madre me admitió mientras Kersmark decía que era la peor creación. Si la hubiera hecho un poco de caso», meditó en silencio mientras se cruzaba de brazos por unos segundos, un gesto que a sus padres les preocupó.

—¿Todo bien, hija mía? —preguntó Christel.

—Sí, estaba pensando en todo un poco, perdón —explicó Blutig, mientras rascaba su cabeza—. Y sí, papá, puedo ayudarte a dar alguna idea, si te parece bien.

A ambos les sorprendió tal idea, sonriendo con dulzura ante sus palabras. Blutig también sonrió, teniendo claro que no iba a destrozar ilusiones.

«Apenas he sido creada y ya me parece complejo todo», pensó algo angustiada Blutig.

Pronto llegarían hacia su habitación. Blutig pediría descansar un rato porque se encontraba bastante cansada. Sus padres no les pareció mal, despidiéndose de ella con el cariño y amor que le tenían.

Blutig les correspondería, y antes de entrar a su habitación, giraría su cabeza en dirección, frunciendo un poco el ceño.

Juró haber visto algo similar a la niebla.



En los pasillos largos del templo, Christel y Kersmark caminaban juntos de la mano. Conversaban sobre la preparación de la ceremonia que pronto tendrían, aunque está cambiaría a un tema que a Kersmark le quemaba por dentro. Christel, con el ceño fruncido, le miraría con atención.

—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó Christel.

—Es... algo que no he podido parar de pensar desde que tuvimos a Blutig —admitió Kersmark—. Sé que no debería pensarlo, pero necesito decirlo porque creo que no sería honesto contigo.

Christel cruzó sus brazos, mirándole con seriedad.

—Adelante entonces.

Kersmark respiró hondo, poniendo las manos en los bolsillos de su chaqueta azulada.

—Pensé en la tecnología... pensé en mi hija y...

No podía continuar con sus palabras, tampoco hacía falta porque Christel sabía por dónde iban los tiros. Conocía a su marido.

—¿Qué son esas ideas que tienes en tu cabeza? —preguntó Christel, angustiada—. No puedes pensar en serio, debe de ser una broma de mal gusto.

—Fue algo que replanteé durante un tiempo. Al principio creí que era buena idea, luego me negué, pero ahora considerándolo bien, creo que podría venirle bien para que sea alguien fuerte —explicó Kersmark.

—¿Te has vuelto loco? —preguntó Christel.

—Estoy dando...

—No, cariño. Nuestra hija aún no tiene claro que quiere ser, pero lo más probable es que no quiera ser diosa de la guerra y seguro que no le interesará la tecnología.

—No adelantes cosas que desconoces, ¿acaso ella te lo ha dicho? —preguntó Kersmark mientras cruzaba sus brazos.

—No, pero sé que piensa eso —aseguró Christel.

—Que yo sepa no lees la mente y no me vengas con que es una intuición como madre porque eso es una estupidez —respondió Kersmark. Christel suspiró ante la actitud de su marido—. No insultes así a la tecnología, estoy seguro que le interesará más que tu idea de vivir aquí y ser la diosa de la guerra.

Su molestia e ira iban subiendo poco a poco mientras de fondo escuchaba como pequeñas piezas de metal chocaban con delicadeza. Christel movió sus ojos hacia la derecha en busca del sonido, pero no veía nada al respecto.

—¿Qué problemas tienes con este planeta? Es mejor que otros códigos, mejor que el tuyo —contestó Christel mientras cerraba sus ojos con tal de no perder los nervios.

«Mejor que esas ideas locas de crear guardianes sin sentimientos. Zooko era mejor que los demás», pensó mientras temblaba todo su cuerpo.

—Mientes. Se nota por como tiemblas, ¿acaso tienes miedo? —se burló Kersmark.

Christel le miró con odio, aun conteniendo esas palabras que tenía en su mente.

«No deberías reservarlo, a veces es mejor decirlo todo», pero al oír esa nueva voz, se dio cuenta de que debía ser sincera con lo que pensaba, sin importar si era bueno o malo.

—¡Mejor que esas ideas locas de crear guardianes sin sentimientos! ¡Seres que no piensan por sí mismos, que actúan como robots poseídos! Zooko era mejor que ellos y por ello te atacó, ¡porque eres cruel! —contestó Christel, para luego taparse la boca con sus manos.

«Me he descontrolado, se me ha ido la mano con mis palabras, ¿por qué he dicho eso? No era buena idea, no era...».

Dentro de la cabeza de Christel, pequeños gritos sonaban en su interior, burlándose de ella porque sabía se había dejado llevar por la ira.

—Creí que odiabas a Zooko como yo, pero veo que guardabas esos sentimientos —respondió Kersmark con desprecio. Christel empezó a llorar de arrepentimiento—. Ahora no te hagas inocente, suelta todo lo que piensas, mentirosa.

«Ese pensamiento lo tenía hace mucho tiempo, ¿por qué lo dije? No quería, yo solo...».

La cabeza de Christel pasaba por muchos sentimientos de dolor. No entendía por qué había dicho esas palabras, realmente no quería hacerle daño, solo quería hablar, no de esta manera.

—Vamos con la verdad —siguió hablando Kersmark, caminando con cierta agresividad hacia ella, obligándola a dar pasos hacia atrás.

—K-Kersmark, tranquilo, yo...

—¡Ni hablar! ¡¿Sabes?! Hay tantas cosas que no soporto, ¿por qué no hablamos de la vez que destrozaste varias de mis creaciones? De cómo eres tan inmadura, imprudente, ¿tener una hija? Es la mayor estupidez que pudiste tener, pero no importa porque al menos podemos hacer algo para que no sea un maldito estorbo.

Silencio, uno demasiado largo, uno del que Kersmark le hizo abrir los ojos, temblando también.

Christel no sabía que pensar en ese momento.



Puso la mano derecha. Miró a su mujer, aquello ojos rojizos que le enamoraron por primera vez empezaban a llorar, y eso le hacía sentir tan miserable que no paraba de culparse por sus adentros.

«No quería decir eso, ¿qué estoy pensando? Eso era lo que creía, pero a pesar de lo malo, tiene buenas intenciones. Es amable, cariñosa y siempre se preocupa por los suyos», pensó Kersmark mientras miraba a su mujer.

—¿Tanto asco te doy? —preguntó Christel, consumida por el dolor.

«No», pensó Kersmark de inmediato, pero una risa escandalosa hizo que todo su alrededor se volviera oscuro.

«¡No seas tan mentiroso!».

En su garganta sentía un ardor que iba subiendo a más como si fuera un volcán a punto de erupcionar, y todo porque no podía decir la verdad que realmente sentía. No la odiaba, realmente no la odiaba.

—Sí.

Pero le negaban decir la verdad.

Kersmark quería gritar desesperadamente, ¿por qué había dicho eso? No era algo que quería responder, la amaba a pesar de todo lo malo.

«No seas mentiroso, a veces es mejor decir la verdad lo antes posible, ¿sabes cuánto daño hace mentir y ocultarlo durante tantos años?», preguntó aquella voz similar a una melodía caótica, una que destrozaba poco a poco su cuerpo, una sinfonía que se burlaba mientras veía como su corazón bombeaba sin control alguno, viendo como la electricidad de su cuerpo destrozaba su parte robótica robótico, perdiendo poco a poco el control.

—Te desprecié. —La voz de Kersmark sonaba más robótica—. No me gustaba tener tu compañía, eres molesta, estúpida. Al principio quise darte la oportunidad, pero, ¿la verdad? Ahora mismo te veo como un objeto, algo para poder aprovecharme de mis proyectos, nada más que un simple beneficio y con Blutig será algo que utilizaré para que sea la pura perfección.

«Oh, no pensé que disfrutaría tanto de este momento —se burló con una risa que resonó en su interior—, quiero ver más de esas lágrimas llenas de desesperación y dolor».

—¿Qué dices? —preguntó Christel a duras penas—. No me hagas esto, ¿durante todo este tiempo mentiste así? ¿En serio no me querías? ¿Solo te aprovechabas de mis poderes y fuerza?

—Sí, Christel. Qué bueno que abriste ahora los ojos.

«¡No puedo hablar con lo que siento! ¡¿Qué me está ocurriendo?! ¡Dejarme hablar!», gritó Kersmark. Escuchando desde su interior una risa escandalosa que se burlaba de la situación.

«Pero si es lo que deseabas, ¿verdad? —preguntó esa voz mientras movía los hilos con gracia y los miraba con admiración—. Me equivoqué, tenía tanta razón. Esto es muy divertido, ahora puedo conocer todo lo que guardaste durante años».

Dentro de Kersmark había una historia que quiso esconder hasta su muerte. Muy dentro suyo sí tenía esos pensamientos crueles, ideas que tenía cuando estaba solo y que habría ejecutado sin dudar, pero con la compañía de Christel todo era distinto. Gracias a ella vio todo con unos ojos más distintos, unos donde la esperanza y la felicidad brillaban en unos colores que no había conocido antes.

Por eso no quería verla llorar. Si pudiera, la habría abrazado, gritando desesperado y arrepentido por sus palabras, pero no podía.

Ahora mismo actuaba como su pasado, como un asesino.

«¿Un asesino? Oh~. Tenemos aquí un hombre que quiso tanto, pero que la locura le inundó por primera vez y mataste a todo lo que viste, incluso a su familia. No es la primera vez que conoces la locura».

Kersmark no había sentido tanto miedo en su interior, uno que le hacía perder el control de su cuerpo. Su ojo izquierdo iba perdiendo la visión mientras algo dentro de su cabeza le decía que era momento de dormir, pero presenciando todo dentro de su conciencia.

—Olvídate de tener a Blutig en tus manos.

Las palabras de Christel fueron duras y claras para luego desaparecer de los pasillos del templo.

«No te vayas», pedía Kersmark, pero a su alrededor, miles de voces iban atormentando cada vez más, recordando su pasado.

«Que lamentable es tu situación, querido robot imperfecto —se burló la voz mientras movía sus manos, en concreto unas agujas—. Ya tengo ganas de ver qué resultados me traes. Quiero ver el asesino que fuiste en su momento».


Los pasos de alguien corriendo se escuchaban en el templo, Christel buscaba a su hija por todos los lados, pero era incapaz de encontrarla, ¿dónde se había ido? ¿Acaso escuchó la conversación que tuvo? Pensar en eso le hacía sentir avergonzada y destrozada por dentro. Su corazón bombeaba con debilidad cuando su cabeza recordaba todas esas palabras.

Una ilusión rota en mil pedazos. Si lo hubiera sabido antes no habría dudado en ignorarlo y hacer su vida en este sitio sin depender de nadie. Respiraba con cierta dificultad mientras buscaba a su hija para protegerla de las garras de aquel hombre insensible.

—¿Dónde estás? No puedes haberte ido muy lejos —murmuró.

En la habitación no se encontraba, sus juguetes y libros estaban en su sitio, la cama ni siquiera estaba desecha. Buscó en la sala principal de reuniones y visitas, pero nada, no estaba en ningún lado. Fue hacia la cocina, un lugar que le tenía prohibido, pero tampoco estaba ahí. El único sitio que podía estar era el jardín.

Salió buscando por los arbustos y flores bien cuidadas que tenía como capricho —y para que su marido no tuviera tanto odio a la naturaleza—, pero no había ni rastro de la joven. Pensó desesperada mientras daba vueltas a su alrededor junto a esa noche estrella, una que le parecía caótica.

—El observatorio —susurró, girando su cabeza—. Es el único sitio.

Abrió su ala izquierda y sin dudar, iría en dirección al observatorio. La salvaría, y si era necesario, acabaría con la vida de aquel que tanto amaba, aun si eso la destrozaba por dentro.

Se había ido en el único lugar que le parecía seguro. Había oído su discusión, ¿cómo no hacerlo? Sus gritos llegaban a tal nivel que cuando quiso intervenir, supo que no era la mejor idea al ver en lo alto del templo aquella niebla. Aquella mujer de ojos blancos sonriendo cruelmente.

—Tenía que haberlo sospechado —susurró Blutig, intentando abrir las puertas del observatorio—. Vamos, abre, por favor...

Por mucho que hiciera fuerza, las puertas no se abrían, menos cuando una tenebrosa presión hizo que Blutig cayera con una rodilla al suelo. Giró su cabeza, viendo a su padre con los ojos totalmente blancos junto a ese rostro inexpresivo.

—¿Por qué?

No obtuvo una respuesta, solo veía como su padre estaba de pie en la entrada del observatorio, aunque ahora mismo no podía considerarlo como uno.

—Deja de esconderte, sé que mi padre no es así, sé que hay alguien detrás —respondió Blutig con valor.

Una risa pequeña logró que perdiera la vista por unos segundos, casi era como si perdiera la consciencia. Su poder no era normal, no tenía una fuerza así, pero ahora era capaz de aterrorizar a todos con su presencia, más si se encontraba su padre enfrente.

Tardó, pero por fin pudo abrir sus ojos y verla encima de la cabeza de su padre, moviendo los dedos de su mano izquierda con cuidado, viéndose cinco hilos atados a esta.

—Aún no me he dedicado a controlar la mente de los jóvenes —admitió. Sus hombros estaban apoyados en la cabeza de Kersmark, mirando con interés a Blutig—. Dime, ¿cuándo te diste cuenta?

—La primera vez que te vi, sentí una mirada extraña, una ilusión que me alertó por completo. No era una felicidad por el bien de alguien ajeno, sino una felicidad de hacer el mal cuando fuera el momento ideal —explicó Blutig, viendo como la contraria reía con fuerza.

» Te vi en lo alto del templo moviendo tus manos como si fueras un títere. No me gusta tu poder, no me gusta tu presencia y tú no eres de aquí —continuó mientras miraba los ojos blancos llenos de locura junto a su gran sonrisa—. Y ahora que lo veo, esa sonrisa la tuviste cuando mi madre dijo la noticia.

—¿Sabes lo bonito que es saber todo en silencio? Es maravilloso, realmente Luminosa me hizo un favor, cuando ese humo grisáceo impactó en el cuerpo de tu padre. ¿Sabes que iban al cuerpo de Luminosa? Iba a controlarla, pero la verdad me hizo un gran favor y ahora tengo estos hilos que ves. —Mostró su mano izquierda, del cual varios hilos grisáceos estaban atados a la cabeza de Kersmark—: Fue ahí cuando me di cuenta que era un hombre lleno de arrepentimientos. Lo que no me esperaba era saber las ideas locas de Christel, unas ideas que ahora mismo me vienen de maravilla.

«Engañando a todos bajo una apariencia falsa, engañando a todos para obtener lo que deseas y controlarlos como si fueran tus muñecos», pensó Blutig, viendo aquella mujer sonreía con maldad como si hubiera leído su mente.

—Ellos dos fueron los que más me llamaron la atención, pero admito que también intenté controlar otras mentes como la de Cin, Luminem y Cuis. Estos dos últimos me fueron más difíciles porque no tenía tanto contacto con ellos, pero al menos si podía ir a su ciudad en silencio y saberlo todo —continuó mientras miraba su mano izquierda.

» Admito que este poder lo desprecié. Pensé que era inútil, pero cuando lo puse en práctica, me di cuenta del porque lo declaran como el más antiguo y peligroso de las galaxias. —Miró hacia Blutig, viendo su desesperación en los ojos, lo que la hizo sonreír con maldad—. El poder de controlar las mentes de cualquiera con tan solo estar a su lado y desprender el humo disimuladamente mientras los hilos aparecen en tus manos para así saberlo todo sobre el contrario.

—Estás loca —murmuró Blutig.

—Dime algo que no sepa, no por nada mi título es la diosa de la locura —contestó con una risa—. La diosa de la manipulación, el engaño y la locura. Sé cómo moverme, como hablar y cómo actuar.

—Pyschen —pronunció Blutig su nombre con asco mientras se preparaba para buscar alguna salida. La diosa, moviendo su mano izquierda con cuidado, hizo que Kersmark sacara una esfera pequeña del cual saldrían dos guadañas atadas a esta—. Intuyo que no me dejarás salir por mucho que lo intente, ¿verdad?

—Vas a ser el inicio de un gran caos —comentó Pyschen—. Naciste para morir, que bonito rol has tomado en esta corta historia.

—Al menos puedo decir que mi madre te matará en cuanto te encuentre —contestó Blutig con una sonrisa desafiante hacia Pyschen.

—Aun a malas puedo hacer que tu querido padre se enfrente a ella, ¿crees que a mí me gusta mancharme las manos? —preguntó en un tono divertido—. No, yo solo soy una mera espectadora.

Poco a poco movió las agujas de sus dedos, provocando que Kersmark levantara aquella arma compuesta por dos guadañas. Pyschen veía el miedo y la desesperación en los ojos de Blutig, cubriendo su rostro con sus brazos con alguna esperanza de que pudiera seguir viviendo o crear alguna magia, pero sabía que nada salía de ella por mucho que lo intentara.

Lágrimas caían de los ojos de Blutig.

«No fuiste una mala persona, padre. Solo te dejaste encantar por ese poder».

Siendo lo último que pensaría antes de su irremediable muerte.


Sangre se encontraba desparramada por el suelo y las paredes del observatorio, también había manchado parte de la ropa de Kersmark, quien se mantenía inmóvil en el sitio con el arma cubierta de la sangre de su hija. Pyschen podía oír su desesperación, lo que la hacía reír mientras miraba aquel escenario.

—Ah, me manché el cabello de la sangre de esa niña —susurró Pyschen—, aunque no me quejo, creo que para ser la primera vez que logro hacer algo así, no me ha ido nada mal.

«Aunque es escalofriante, y eso que no tengo ni la mitad de poder que otros», pensó Pyschen.

—No puedo perderle de vista —murmuró Pyschen mientras miraba hacia Kersmark. Quieto, inmóvil, no había hecho nada porque no se lo había ordenado—, mi poder aun es débil, pero con el tiempo podré hacerme fuerte y acabar con ese maldito zorro y mi hermana.

Sabía lo que había hecho, pero su mente se distraía con un problema que sabía que no podría solucionar sola. Había cometido un error, uno que no debió haber hecho, pedir ayuda cuando no debió. Se cuestionaba todo el rato porque se había asustado cuando ese le habían dado una nueva oportunidad que estaba disfrutando.

—No puedo pensar en eso —susurró Pyschen, girando su cabeza hacia otro lado—, ahora debo centrarme en...

La horrible presión llena de desesperación y odio hizo que Pyschen sintiera gran peso encima de su cuerpo, que todo el planeta retumbara como si fuera un terremoto a punto de destrozarlo todo sin piedad alguna. Pyschen, girando su cuerpo poco a poco, pudo ver el aura rojiza de un ángel lleno de ira que no iba a dudar en usar todos sus poderes y recursos para acabar con ella.

Ante su aparición, Pyschen sonrió con malicia.


Christel veía lo que jamás pensó que ocurriría, pero no se dejó llevar por ese dolor, no se dejó llevar por el sufrimiento, menos ante aquella que la miraba con gran interés.

—Espero que te haya valido la pena —pronunció Christel consumida por la ira—, porque me aseguraré de hacer de tu vida un infierno.

Y sin dudarlo, gastó todo su poder en la forma más violenta posible. Armas de todo tipo de diseño se presentaba a sus espaldas, creando una presión que cualquiera se sentiría intimidado. Pyschen, en este caso, parecía estar maravillada a pesar de no moverse bien.

—¡Ese infierno ya lo he vivido! ¡Ahora es mi momento de brillar y tú no vas a evitarlo! —comentó Pyschen confiada, moviendo sus dedos para que Kersmark se preparara para la pelea—. Sorpréndeme, ¡enamórame con tu gran ira llena de desesperación!

—Tú misma lo has querido.

Christel se movió a una abrumadora velocidad, una que que a Pyschen no le dio tiempo analizar. Vio como Christel había ejecutado un corte directo al pecho de su marido, uno que cualquiera podría haber muerto si no poseía la misma fuerza que ella.

Christel sabía que su marido era de una categoría inferior a ella, por lo que pudo aguantar ese corte hecho con su espada gracias a que su tecnología le cubrió a tiempo. Aun con ello, no le daría tiempo a descansar, y atacaría a gran velocidad, sin importar que sus cortes destrozaran la naturaleza o el observatorio donde se encontraban.

En todo momento, Kersmark pudo esquivar algunos de los golpes. De fondo se escuchaba una risa escandalosa, una que obliga a Christel mirar a Pyschen de reojo.

—¡Qué maravilla! ¡Jamás pensé que podrías llegar a tal nivel, Christel! —chilló Pyschen—. Pero te tengo una propuesta mejor, una que te encantará

Con el movimiento rápido de su mano izquierda, kersmark se apartó a un lado para ir directo a Crisea.

—¡Disfrutemos de esta pelea en tu hermosa ciudad!

Se giró de inmediato al ver como Kersmark iba a su ciudad, tuvo el impulso de ir, pero sabía que su poder era abrumador y con ello acabaría con la vida de aquellos a los que había creado y cuidado.

De fondo escuchó una risa, una que la hizo girar para rápidamente mover su mano derecha, agarrando el brazo de Pyschen.

—¡Si acabo contigo, dejarás de controlarle, ¿¡no es así?! —gritó Christel, siendo consumida por la rabia.

Rompió su brazo izquierdo en un gesto brusco, pero no lo suficiente para arrancárselo. Vio como humo salía de esa zona como si fuera sangre, escuchando el grito lleno de dolor por parte de Pyschen. Quiso hacerla más daño, pero no pudo cuando varias agujas aparecieron a su alrededor para detenerla.

Se apartó a tiempo, dejando escapar a Pyschen, aunque no se iría muy lejos al centrarse en el dolor de su brazo izquierdo.

—Sí, puede que matarme acabe con el problema —susurró Pyschen con una sonrisa satisfactoria. pronto su brazo izquierdo se iría recuperando a gran velocidad—, pero todo el desastre que crea tu marido me da fuerzas para seguir luchando, ¡es como si fuera inmortal!

Lo comprendió cuando escuchó los gritos de desesperación provenientes de su ciudad. El arrepentimiento azotó a Christel de inmediato, mirando hacia su ciudad que era destruida por la tecnología que su marido podía crear sin control alguno.

—¡Mira lo que has hecho! —gritó Pyschen entre risas—. No solo pierdes a tu hija por ser una madre irresponsable, sino que matas a los ciudadanos que tanto has jurado proteger, ¿qué tipo de diosa eres si no eres capaz de controlar tus poderes ni emociones? Eres una maldita decepción.

Christel empezó a temblar como nunca. Oía las voces. Se movían de un lado a otro, pidiéndo ayuda, pidiendo clemencia. Rezaban a ella, le pedían su ayuda para que le salvaran de ese desastre, pero no podía. Simplemente no podía, era como si la inmovilizaran en ese instante, perdiendo el control de sus brazos y piernas.

Le costaba respirar. Le era más difícil ver. Cada parte de su cuerpo parecía estar atado bajo unas cuerdas, unas que se moverían si eran necesario. Una sensación tan desagradable que a Christel le generaba dolor y rabia.

Hasta que recordó lo que eran.

«Hilos... ¡Son hilos!»

Sin dudarlo dos veces, movió una de sus espadas para que cortaran los hilos que Pyschen iba a tener en sus manos. Cuando efectuó el corte, Christel caería contra el suelo, escupiendo sangre, pero con una sonrisa satisfactoria mientras se levantaba.

—Sé qué haces, los controlas con hilos, ¿verdad? —preguntó Christel mientras agarraba otra arma más, una guadaña—. Esta vez sé cuáles son tus movimientos y no dejaré que me hagas lo mismo que a mi marido.

Pyschen rio de la emoción.

—Un pequeño detalle, querida —comentó Pyschen mientras movía sus brazos, creando varias lanzas a su alrededor—. ¿Por qué crees que me junté al ruido? ¿Por qué crees que me confundieron como un cineo?

Christel intentó mantenerse alerta, pero una de las lanzas de ruido perforaría su pierna. Ante esto, el sonido se adentró por cada parte de su cuerpo, haciéndola gritar de dolor.

—Son tantos años de historia, años donde los Cineos no eran los únicos que existían, sino que también los Loineos —aclaró Pyschen—. Ahora imaginate sus dos poderes, juntos. Ruido y locura, ¿sabes que creas con eso?

Christel agarró su cabeza, entrando en un estado de descontrol donde todo su alrededor carecían de sentido. Aquella destrucción tan grande cambiaba a una realidad pacífica, una que no correspondía.

—La pérdida de la cordura.

Y ante esas últimas palabras, Pyschen movió sus brazos para atacarla con todo lo que tenía, dañando cada vez más las extremidades de Christel. Se reía de ella al ver que no podía moverse como deseaba. Se burlaba por su imprudencia y su falta de experiencia.

—¡Tréla sabía muy bien cómo funcionaba esos dos elementos! ¡Como el ruido se enamoraba siempre de la locura al ser dos elementos unidos! ¡Ha sido tanta casualidad! ¡Tanta coincidencia! Que ahora la aprovecharé para acabar con tu cordura, querida Christel —aseguró Pyschen—. Me aseguraré que tanto tú como tu querido esposo seáis los causantes de este desastre.

Intentó levantar su rostro para mirar a Pyschen. Intentaba levantarse como mejor podía, pero el dolor se le hacía imposible moverse. Solo tuvo una opción, una que si bien era arriesgada, era lo único que se le podía ocurrir a pesar de estar con varias lanzas en su cuerpo que privaba su respiración.

Pero era eso, o acabar controlada bajo una diosa sin compasión alguna.

Movió su brazo derecho a pesar del dolor. Aquel gesto lo vio Pyschen y no dudó en clavarle más lanzas en ese lado.

Esto hizo sonreír a Christel cuando se escuchó una botella de cristal romperse en mil pedazos, apareciendo un polvo rojizo moverse a su alrededor.

—No eres la única con trucos, Pyschen —comentó Christel, sintiendo una fuerza en su interior que le permitía retirar las lanzas de su cuerpo—. Deberías haberme conocido mejor, saber con qué te puedo sorprender.

Pyschen se alejaría lo más rápido que pudo, pero no sería posible cuando varias armas fueron clavadas en sus brazos. Christel, levantando su rostro y mirando a Pyschen con una gran rabia, mostró una sonrisa llena de crueldad.

—Serás la afortunada de verlo, serás aquella que conocerá a la verdadera diosa de la guerra para que conozcas lo que es la muerte llena de sufrimiento, Pyschen —aseguró Christel.

A gran velocidad, se movió alrededor de Pyschen mientras ordenaba a las armas que creaba atacar a Pyschen. No podía ser detectada, por lo que podía actuar con total libertad. Darle puñetazos en su espalda, estómago; agarrar su cabeza para estamparla contra el suelo, creando una gran grieta donde las dos caerían, sintiendo el calor de las profundidades de aquel planeta.

—¡No debiste romper la botella de recuperación! ¡Si supieras la de trucos que tengo! ¡Cómo investigué todo lo que tenía porque Kersmark me enseñó a luchar! ¡No como hicieron contigo, Pyschen!

A estas alturas Christel le importaba poco las consecuencias de sus actos. Estampaba a Pyschen contra las paredes,creando terremotos que por desgracia afectaría a su ciudad, pero creía que al menos era un problema que se remediaría en el futuro, cuando acabara con la amenaza que tenía enfrente.

—¡Tú los mataste sin compasión alguna! —gritó Christel, resonando su voz hacia el exterior, donde la desesperación había llegado al fin—. ¡Tú los engañabas a todos para que me tuvieran miedo a la vez que generabas la desconfianza!

Pyschen no daba una respuesta, solo movió su brazo para soltar un montón de ruido al exterior de aquella grieta. Christel trató de detenerla, pero no le dio tiempo al ver como se movía a gran velocidad, como si por un momento se hubiera teletransportado.

Ante esto no dudó en salir, impactando contra el suelo, viendo a Pyschen en el suelo, siéndole difícil respirar. Grietas había en algunas zonas de su cuerpo por los golpes que había recibido junto al humo que salía sin parar.

—Nunca he conocido a un cobarde presumir de un poder tan vacío, ¿te proclamas la diosa de la locura? Qué pena me das —habló Christel—. Di tú que acabaré con tu desgracia de una maldita vez. Deberías hasta agradecerme.

Avanzó levantamente, pero al cuarto paso, sus piernas le serían imposible moverse. Christel se quedó atónita, mirando con sus ojos en busca del culpable.

—Dime, Pyschen, ¿has aprendido de una vez?

Aquella voz dejó sin aire a Christel, obligándola a impactar contra el suelo. Su cuerpo no reaccionaba. No lo hacía por mucho que pidiera moverse, era como si se hubiera rendido en cuestión de segundos.

—S-Sí... —murmuró Pyschen con gran dificultad—. SI he aprendido, mi señor.

«¡¿Cómo?! —Quiso levantar su cabeza, pero no podía, se lo impedían—. ¿no estuvo sola? ¿Cómo es eso posible? ¿Quién es esa voz?»

—Muy bien, querida —contestó, y por un momento, Christel se sintió vigilada—. Tranquila, no te dolerá. Eso creo

Y tras esas palabras, Christel no podría sentir nada. Era como si hubiera muerto de un gesto que ni siquiera pudo ver, uno del que se escapaba de su compresión. Quiso hacer algo, moverse o gritar, pero lo único que se encontró fue a su hija enfrente.

Una versión que la hizo llorar al verla muerta sin poder salvarla como se había prometido.


Pyschen se quedó en silencio al ver a Christel con los ojos totalmente blancos con un rostro impasible. Respiraba con dificultad mientras le veía moverse, agarrando los hilos que estaban atados a la cabeza de Christel.

«Un simple gesto —pensó Pyschen—. Un simple gesto de su dedo y tiene cinco hilos. Absurdo».

—Tú tranquila, Christel, descansa todo lo que puedas, que mientras tanto yo haré que tu título resuene por su verdadero significado —aseguró la Voz para luego mirar de reojo a Pyschen—. Me alegra que por fin te des cuenta de cómo funcionan las cosas.

Pyschen solo se quedaba en silencio, viendo como se reía sin compasión alguna. De su mano izquierda salían varios hilos, significando su poder. Su representación perfecta a comparación de la suya, y lo admiraba.

—Te lo he dicho, este poder puede ser muy divertido —comentó.

—Sí, capaz la he despreciado demasiado para ser un poder tan antiguo y peligroso. No volveré a cuestionarle —murmuró Pyschen mientras le rendía el honor que le correspondía, agachándose enfrente de él aun estando herida.

—Y solo imagínate si tuvieras la capacidad de controlar diez hilos, ¿no sería más divertido aún? —preguntó con una pequeña risa burlona—. Aun con ello, has conseguido controlar a una Luna Menguante. Podría considerar darte a Christel para que veas cómo funciona mejor este poder.

—Pensé que no era posible controlar a una Luna Creciente siendo yo alguien de baja categoría.

—En verdad se puede, pero es muy complicado —respondió mientras miraba a Christel—. Debes estar muy atenta porque tiene un poder que luchará siempre contra esa locura.

—Entiendo.

—Aun así, tienes suerte, Christel perdió la cabeza y luchó usándolo todo en vez de administrarlo bien, si tuvieras más experiencia, capaz la habrías controlado con facilidad, pero solo le sacaste un hilo —comentó con vacile—. No está mal, pero tienes que sacarle más las desventajas. Ella vivía cegada en su vida como humana. Como tú.

Pyschen soltó un largo suspiro mientras fruncía el ceño.

—Ya me ha quedado claro mi misión —murmuró Pyschen, agachando su cabeza en señal de arrepentimiento.

—¿Seguro? —preguntó mientras la miraba de reojo—. Dime entonces, ¿cuál es tu próxima misión?

Pyschen, con sus manos fijadas en sus manos pudo ver los hilos que acababa de conseguir.

—Matar a todos los de este planeta —respondió Pyschen para luego mirarle—. Acabar con mi hermana de una vez.

Sintió como se acercaba, acariciando su cabello con calma para luego mirar en dirección a los bosques.

—Me alegra que por fin hayas reaccionado, Pyschen.

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