Capítulo 14: Oscuridad y locura
«No me mientas así —pidió Ànima—, no me mientas con algo tan grave como eso porque me voy a sentir horrible».
Había un punto donde Ànima no podía despertarse por todo lo ocurrido. Era difícil, más ante las palabras que había recibido por parte de Pyschen, que hicieron despertar algo desde lo más profundo de su alma. Era un recuerdo, uno bloqueado por tantísimos años que siempre había creído que era un estigma por sus acciones.
Una por no acercarse al exterior. Una por no tener amistades. Una por perder a sus padres. Todo tipo de posibilidades que al final, la respuesta estaba en un hecho que jamás pensó que ocurriría.
Entró en un estado de pánico cuando veía aquellas imágenes a gran velocidad. Veía a dos jóvenes chicas agarradas de la mano, caminando de un lado a otro. Una siempre sonreía, la otra no. Una siempre brillaba, la otra no. Siempre eran un contraste, pero su familia amaba a ambas por igual.
Hasta que el cambio llegó, pero no de la forma que podían esperarse muchos.
—¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible? —se repetía Ànima entre susurros, unos que solo podía escuchar ella al estar en esa sala oscura donde se encontraba sentada con las piernas abrazadas—. No es posible. ¿Cómo lo es? No la conozco de nada, es imposible.
Susurros hablaban a su alrededor, unos que lograban alterarla. Se levantaba del suelo, chillando para que se alejaran de ella, pero estas no hacían caso, se acercaban cada vez más hasta llegar a su oído.
—Tú lo buscaste. Tú lo decidiste. Te aferraste a una opción tan poco probable y acabaste bendecida de la peor forma posible.
Ànima sin querer tragó saliva, reviviendo así la historia que aquella alma tenía. Una que jamás debería olvidar.
—¡Radow! Levantate, venga. No tenemos todo el día —avisó una voz. La de su madre.
Para comprender bien la historia, hay que tener en cuenta un hecho que Ànima le era difícil de ver. El concepto del alma.
—¡Voy, mamá! —gritó aquella que se llamaba Radow.
Ànima era un poco consciente de que el alma era eterna y que todo lo que hacía en diversas vidas, siempre era olvidado al estar en un nuevo cuerpo, empezando una nueva vida. Tal concepto lo suyo no solo por lo que le enseñaron los Cutuis, sino que también por su familia.
«Estoy viendo la historia de mi pasado, pero ¿por qué? Pensaba que eso era imposible».
A pesar del terror, siguió aquella chica llamada Radow.
De primeras ya le parecía interesante aquella joven no más de dieciocho años. Vestía con ropas ligeras y cómodas con diversos colores que a la mayoría le quedaba bien. En esta ocasión, combinaba su chaqueta marronácea junto a su camisa negra y pantalones similares al color de su chaqueta. Antes de atar sus deportivas blancas, se miraría en lo que parecía ser un espejo para arreglar su cabello castaño.
La forma en como se lo peinaba y la figura de su rostro era similar a la de Ànima.
«Soy yo. Este es mi yo del pasado».
—Perfecto —diría Radow con una gran sonrisa.
Miró su espaciosa habitación blanca, decorada con miles de dibujos que Ànima no podía comprender a excepción de los muebles que sabía cuales eran su función, al menos algunos de ellos.
Una vez salió de su habitación hacia el pasillo, se pondría enfrente de una puerta con una pequeña señal colgada en el pomo que ponía "no molestar". Radow tomó aire con una sonrisa traviesa y pondría sus manos cerca de su boca:
—¡Paiphire! ¡Despierta! ¡Tenemos que movernos!
Todo para Ànima se paralizó. Ese nombre, uno del que se le hacía demasiado familiar y del que su alma no paraba de brillar, como si tuviera una gran importancia. La respiración se le hacía complicada para Ànima, más cuando vio la puerta de aquella habitación abrirse un poco y mostrarse parte del rostro cansado de una chica de no más de dieciséis años.
—Déjame en paz, hermana. Tengo sueño —contestó Paiphire.
—¿Acaso no has podido dormir? —preguntó Radow.
—No. No pude —respondió con un tono borde, uno que al parecer Radow le acostumbraba—. ¿Acaso no me ves? No me he vestido, tengo el pelo desenredado y tengo unas ojeras horribles.
Radow, a pesar de las advertencias, abrió un poco la puerta para ver mejor a su hermana.
—Esto se arregla en un plis plas —aseguró Radow con una dulce sonrisa—. Primero empezaremos con tu cabello.
—No me toques el cabello —respondió de inmediato Paiphire—. Ya me hago cargo yo.
—Está bien, está bien.
Aunque Radow siempre sonriera, Paihipre nunca mostraba una pequeña sonrisa, solo cuando se encontraba sola o no tenía un humor de perros. Al menos era lo que pensaba Radow, ya que Ànima tenía acceso también a sus pensamientos.
Ambas se fijaron en como Paiphire ajustaba su cabello. Castaño, corto y con un mechón en medio de su rostro. Uno que parecía formar un semicírculo en el ojo izquierdo de Paiphire.
«Es igual su forma de peinado... Exactamente igual», pensó Ànima, sintiendo un horrible escalofrío en su piel.
—Venga, haz lo que quieras, pero sin tocar mis cosas —avisó Paiphire.
—¡Recibido!
La habitación de Paiphire era un contraste total. De colores oscuros, sin apenas decoración más que estanterías llenas de libros y discos musicales —unos que Ànima aprendió su nombre gracias a Radow—. Cada uno era muy diverso, aunque en los libros los que más destacaba era el terror de todo tipo, aventura y fantasía.
—Me imagino que esta noche habrás estado leyendo —supuso Radow con una ligera risa.
Paiphire la miró de reojo, como si fuera arrepentimiento.
—Sí. Ya lo sabes.
Una vez más, escalofríos inundaron la piel de Ànima. Empezó a perder la vista y su respiración empezó a acelerarse.
«No, eso no fue así —recordó Ànima de pronto—. Empiezo a recordar pequeñas pocas, y sé que no fue por eso».
El recuerdo de su vida pasada empezó a cambiar, adelantándose a unos acontecimientos que a Ànima le entraba pánico cuando veía el exterior de su casa. Aquella larga carretera donde solía pasar el transporte escolar. Aquella calle que le generaba una presión horrible en su pecho, deseando incluso vomitar.
—Paiphire, ¿estás lista para las clases? Pronto harás bachillerato, lo mismo que yo —comentó Radow con una sonrisa.
—Sí. En parte estoy emocionada —musitó Paiphire.
—Entiendo que te cueste hacer amistades, pero esta vez intentalo, de verdad. Ahí la gente empieza a ser más amable y menos estúpida, como tu dices —respondió Radow con una ligera risa.
—Toda la gente es estúpida, hermana. No hay excepciones —añadió Paiphire con asco.
—Ah, ¿entonces yo también lo soy? ¿Mamá y papá también?
Paiphire se quedó en silencio, moviendo un poco sus hombros.
—No. No tanto.
Radow se reiría con delicadeza, cruzando sus brazos.
—Entiendo que odies a muchas personas por como actúan o que consideres a todos unos idiotas, en especial en clases —habló Radow con calma—, pero creeme que a este punto la gente empieza a madurar. Empieza a saber cual es su camino y con ello elegir su carrera, como es en mi caso.
—Lo sé, hermana, aunque dudo que esos incompetentes sepan lo que quieren —respondió Paiphire.
—Bueno, ¿quién sabe? Mientras tú lo tengas claro —añadió Radow.
—No es fácil, hermana. Aparte, tú te metiste para ser profesora y eso ya es complicado. No solo por lo que tengas que estudiar, sino por soportar a tanta gente inútil —contestó Paiphire.
Radow soltó un largo suspiro.
—Hermana, ¿qué dijimos de ese odio a la gente? —preguntó Radow.
—Los odio a cada uno de todos —respondió, esta vez un poco más molesta—. No entienden nada sobre los demás. Su empatía es nula, se ríen de todos. Sé que lo hacen.
Radow soltó un largo suspiro.
—No toda la gente es así.
—Hermana, la humanidad da asco.
—Entonces te tienes asco por ser humana, ¿no es así? —preguntó Radow, esta vez un poco más seria.
Paiphire cruzó sus brazos sin decir nada. Radow soltó otro suspiro.
—Piensa bien lo que dices, hermana —pidió Radow—. No toda la gente ahí fuera es mala. Creeme.
Ànima se quedó en silencio analizando a las dos hermanas. Cerca de la casa donde vivían —de dos plantas—, se encontraba la carretera que se le hacía imposible de ver. A su alrededor había varios árboles plantados junto a un poco de hierba recién cortada. Ellas se encontraban en la acera, donde les llevaba hacia el centro.
Lo malo era que no podían ir caminando. Siempre dependían del coche.
—¿Creerte? —preguntó Paiphire, frunciendo el ceño—. ¡SIempre han actuado con odio desde que tuve este maldito problema en mis piernas! ¡No puedo correr con tanta libertad como tú haces y el hecho de caminar me cansa tanto que dependo de un maldito bastón! ¡Y todo sin saber bien cual es el problema porque los médicos son unos inútiles.
—Paiphire, tranquila. Intenta...
—¡No! —chilló Paiphire, alejándose un poco de su hermana—. Desde pequeña he tenido que aguantarlo. Mi problema siempre ha sido una excusa de burla. Me caía en muchísimos sitios y casi nadie me ayudaba menos tú, hermana. Hasta que por desgracia tuviste que irte porque los estudios no estaban al lado.
Radow soltó un largo suspiro.
—Aun con ello, hermanita, intenta tenerles paciencia. Comprenderlos, ellos...
—No voy a comprenderlos. Nunca lo voy hacer —contestó Paiphire. Radow soltó otro suspiro mientras que Paiphire aprovechaba para decir unas palabras que solo Ànima escuchó a diferencia de Radow—: Pienso vengarme algún día de ellos. Lo juro.
Escalofríos inundaron todo su cuerpo, en especial su cuello. No podía moverse, no al darse cuenta de la situación en la que estaba envuelta y como sus recuerdos empezaban a inundar su cabeza. Ànima vería todo su anterior vida, una corta, pero suficiente para comprender lo que estaba pasando.
«Ya es suficiente, por favor», pidió en un quejido de dolor.
«No. No es suficiente».
De pronto el escenario cambió por completo y pudo ver a Radow levantándose de la cama ante una pequeña siesta que acababa de echarse. Sentándose en la cama, empezó a sacudir su cabello confundida, como si acababa de tener una pesadilla.
«No me lo muestres. Ya sé lo que pasó ese día. Pido que pares. ¡Para por favor!», chilló Ànima, desesperada
Mientras se desperezaba, miraría hacia cada uno de los posters de diversos artistas musicales que había en su época.
—Si en los noventa hay tan buena música, no me quiero imaginar en los dos mil —murmuró Radow con una sonrisa tonta—. Espero que en el futuro ahorre lo suficiente para ir a conciertos, ¡tendría la oportunidad de salir de Andorra para conocer otros sitios que hay en Europa!
Se quedó callada, para al final soltar un leve suspiro.
—E intentaré que mi hermana también venga —se prometió en un susurro.
—¡Radow! ¡Llegó tu hermana! —gritó su madre desde la cocina.
—¡Voy!
Corrió por las escaleras sin parar para preguntar si necesitaba algo su madre. Priorizó el hecho de que su hermana hoy regresara y le dijera que tal el primer día de clases. Al abrir la puerta y salir a la calle, pudo ver en el otro lado de la carretera —una bastante amplia— a su hermana menor con un rostro cansado, mirando hacia la izquierda por un segundo.
Para al final mirar a Radow con un rostro desafiante.
—¿Hermana? —murmuró Radow, confundida.
«Por Cuis. Por Lúan. Por cualquier luna existente. No me hagas esto...»
«No. No me da la gana».
—Dime, hermanita, ¿lo tenías pensado durante todo este tiempo? —preguntó Paiphire en un odio notable en sus palabras.
—¿A-A qué te refieres? —preguntó Radow, frunciendo el ceño.
—¡Tú lo hiciste todo! ¡Tú los obligabas a que se burlaran de mi! —chilló Paiphire—. Lo he visto. Tarde, pero lo hice. ¿¡Cómo no me he dado cuenta antes?! Capaz porque eras mi hermana, a la que más confiaba. Hasta ahora. No me lo puedo creer como querías a las personas de tu lado para que te dieran toda la atención como una zorra.
Radow se quedó atónita ante sus palabras, pero logró mantenerse firme.
—Paiphire, ¿¡qué estás diciendo?!
—¡Consumiste toda mi esperanza para conseguir lo que eres ahora! ¡Una diosa poderosa y aclamada por todos! ¡Todos te siguen como humanos descerebrados que creen que con tu ayuda serán algo! ¡Cuando en verdad solo consumes su alma y no les deja más que un cuerpo sin alma!
Recordaba ese momento. Ànima lo hacía, y Radow jamás lo olvidaría. Todo se volvía abstracto. Era como si aquella calle no existiera y todo pasara a un plano más oscuro donde los colores grisáceos aparecían alrededor de Paiphire. Su cuerpo, pronto, iría cambiando.
—¡No voy a dejar que hagas más eso! A diferencia de ti sé cómo son los humanos, motivados por el poder y el dinero, deseando avanzar como seres inútiles para llenar un vacío en su cuerpo, como a mí me pasó —explicó Paiphire con la rabia acumulada en su interior—. ¿¡Pero sabes?! ¡Estar tanto tiempo vacía me hizo experimentar algo único! ¡Ser la espectadora de esos desgraciados hace que vea el mundo con una sonrisa, viendo como todos acaban controlados bajo mis manos! ¡Es una sensación maravillosa, porque todos acaban siendo manipulados por sus inútiles sentimientos! Es lo que querías hacerme, ¡¿verdad?!
—¡Deja de decir tonterías, Paiphire! ¡No tiene sentido lo que dices! ¡Soy tu hermana! —gritó Radow, angustiada por sus palabras.
—¡Claro que sí, Radow! ¡Eres una hermana, una que roba toda mi esperanza para ver si caigo a tus pies y hago todo lo que me dices! ¡Tu jugada no salió bien! A diferencia de ti, entiendo todo y lo analizo en silencio, sé cómo actuar a veces, sé cómo comportarme e hice bien en no mostrar más sentimientos porque después de todo son inútiles —chilló Paiphire—. ¡Qué maravilloso es ver el sufrimiento de otros mientras tú observas desde lo lejos! ¡Qué maravilloso es descubrir el pastel que me guardabas y destrozártelo! ¡Tu plan ha fallado, Radow! ¡Soy mil veces mejor que tú!
En medio de esas risas nerviosas, Radow vio por fin el cambio que parecía sufrir su hermana menor. Una que Ànima detestaba.
Ojos blancos. Cabello grisáceo con un mechón en medio de su rostro y una vestimenta verdosa que cubría casi todo su cuerpo, menos sus manos que con aquellos guantes parecían que sus dedos estaban hechos de agujas.
Cuando Radow quiso decirle algo a su hermana, vio como de repente observaba sus manos. Empezó a temblar y con lágrimas en sus ojos, miró hacia su hermana como si se arrepintiera de sus acciones.
—¿Qué acabo de hacer? ¿Radow? ¿Qué he hecho?
Aquella realidad tan inusual cambió de pronto. Paiphire estaba en medio de la carretera, como si ella misma hubiera avanzado hasta ese punto concreto. Fue rápido la reacción que tuvo Radow en ese momento, como se abalanzó hacia su hermana para apartarla, sin importarle el hecho de que pudiera morir ante ese accidente de tráfico.
Pero por alguna razón, Radow era incapaz de alcanzarla, como si una barrera se interpusiera en sus caminos. Como si algo o alguien le impidiera su objetivo.
Y con ello tener el resultado del que hizo chillar a Ànima desde lo más profundo de su corazón, hasta que al final despertó de ese largo recuerdo.
—¿À-Ànima? —preguntó Luminosa, sin saber bien que decir ante ese grito de desesperación.
Ànima a duras penas levantó su rostro, viendo a Luminosa con aquel rostro junto a sus manos que no sabían bien que hacer. No estaban en los bosques, sino en una zona medio escondida de la montaña, una cueva que daba al interior de Custió.
—¿Qué te ha pasado? Escuché varios nombres pronunciados de tu boca, uno se repetía mucho. Pai- Paiph-
—Paiphire —respondió Ànima en un susurro.
—E-Ese... ¿Qué ha ocurrido, Ànima? —preguntó Luminosa, tocando el hombro de Ànima con cuidado.
Ànima miró hacia Luminosa y se quedó sin palabras. Ahora todo le parecía tan inusual. Con la versión antigua de su pasado, se sentía como un alma encadenada en dos versiones de la historia que intentaba comprender todo lo que le rodeaba.
—Esto es... imposible —murmuró Ànima.
—¿A qué te refieres, Ànima? —preguntó Luminosa.
—Es demasiado. Demasiado para mi. —Ànima puso las manos en su rostro—. Yo no debería estar viva.
Luminosa no comprendió sus palabras, menos cuando Ànima empezó a decir varias preguntas sin respuesta. Lo que había hecho en su vida pasada fue un error. Se aferró tanto a una idea tan poco probable que ahora se encontraba ahí.
¿Por qué? ¿Por qué había revivido? No debió haber cometido ese horrible acto. Según había leído y aprendido, aquel acto no iba a darle la oportunidad de revivir, no le iba a dar la oportunidad de vivir una vida distinta, de hecho, era una ofensa.
¿Por qué seguía con vida en ese nuevo cuerpo? ¿Por qué estaba ahí cuando debió ser castigada? Sabía que había cometido un grave error, que el día en el que cometió ese fallo, no tendría que haber tenido esa oportunidad. ¿Por qué? ¿Acaso esta vida que tenía era un tipo de castigo?
Levantaba poco a poco su cabeza, mirando hacia Luminosa, quien agarraba sus manos con fuerza y disminuía su luz para no hacerla daño.
—Tranquila, Luminosa —murmuró Ànima con gran dificultad, sonriendo con cariño mezclado con el dolor—, puedes retomar la luz sin miedo a hacerme daño.
—¿S-Segura?
—Sí, tranquila —respondió, sonriendo suavemente para luego mirar hacia su mano, del cual estaba siendo protegida por las manos pequeñas de Luminosa—. Debo serte honesta con algo que recién acabo de descubrir.
—Soy todo oídos y tómate el tiempo que necesites, estoy aquí siempre —respondió Luminosa,.
—Me vas a odiar —admitió Ànima mientras apretaba sus dientes con dolor—. Vas a odiarme por no haber hecho nada, por no haberla detenido.
—¿Te refieres a esa asesina? —preguntó Luminosa. Ànima no supo dar una respuesta—. Ànima, hiciste todo lo que podías y nadie sabía que era una asesina, nadie sabía que estaba ocultando, se escondió demasiado bien y nos engañó a casi todos.
—No, no.—Ànima desesperó en sus palabras mientras ponía las manos en su cabeza, pero Luminosa las agarró con suavidad y se puso enfrente suya—. No...
—Dime que ocurre —pidió Luminosa con aquella sonrisa que Ànima adoraba.
Respiró hondo. Agarró las manos de Luminosa con fuerza y por fin dijo la verdad:
—Esa asesina es, en verdad, mi hermana de mi otra vida.
Pronunciar aquellas palabras era clavarse miles de agujas en todo el cuerpo. Era el peso de la culpa, el peso de la responsabilidad y de la inmadurez.
—No es tu culpa.
Pero las palabras de Luminosa lograban curar todo tipo de males, otorgándole una paz inusual. Aunque la culpa aún existiera, la calma y la felicidad en ese rostro joven y bello de Luminosa lograba que Ànima viera el mundo paralizado. Solo ellas dos, nadie más.
—Aunque es extraño que seáis hermanas si una es oscuridad y la otra... Bueno, no sé qué es.
—No, Luminosa —respondió Ànima con pena—. Ella y yo hemos tenido una vida en otro planeta y hemos ¿renacido? Supongo que es la palabra más adecuada.
El asombro se vio en los ojos de Luminosa y se sentó en condiciones para agarrar las manos de Ànima.
—Dime toda tu historia, Ànima —pidió Luminosa.
Un suspiro largo se escuchó en ese momento. ¿Su historia? No es que fuera precisamente corta porque era hablar de un planeta que coincidía con el de Christel. ¿No era irónico?
Esa declaración dejó asombrada a Luminosa, mirando con interés a Ànima mientras explicaba lo que recordaba. Al principio no quiso creérselo, algo así no existía, pero al final el deseo de su hermana se cumplió por algo o alguien que la amenazaba. Ànima quería creer que era un fantasma, pero ¿se podría considerar un fantasma si al final cumplió un deseo tan abstracto y complejo?
—Es... yo... —Luminosa puso la mano en la frente con los ojos bien abiertos sin saber qué decir o pensar—. Pero, ¿cómo es que tienes este cuerpo?
—Me suicidé porque ciegamente creía que mi hermana no haría algo así y que estaba condenada por algo peor, pero no tendría que haber revivido. En la reencarnación, si uno se suicida, es una ofensa directa a la muerte y al alma. Yo no debí haber conseguido esta oportunidad. ¿Lo entiendes Luminosa? Yo... no debería estar aquí.
Vio las lágrimas de dolor en los ojos de Luminosa, vio como empezaba a temblar y balbucear mientras miraba de arriba abajo a Ànima. Estaba ahí, alguien como Ànima, sentada con aquella sonrisa triste mientras miraba su nuevo cuerpo, la de un ser lleno de oscuridad, pero con una luz tan brillante que solo los más cercanos podían verla.
—Yo...
Luminosa no sabía qué decir, pero sí podía pensar en algo que sabía que era arriesgado.
—Yo quiero ayudarte.
Pero por ella lo haría.
—Quiero ayudar a recuperar a tu hermana.
Ànima levantó su cabeza con asombro al escuchar esas palabras, no se creía lo que decía Luminosa.
—Confío plenamente en ti, Ànima —admitió Luminosa con aquella sonrisa dulce que ponía sonrojada a Ànima—. Quiero saber también la verdad, quiero estar a tu lado y poder ayudarte con lo que sea con tal de que así podamos, de alguna forma, recuperar a tu hermana.
—Estás loca —pronunció Ànima con una risa triste mientras ponía una mano en la cabeza—. No sabemos nada de lo que ha dicho, a lo mejor son todo mentiras y me está manipulando.
—No creo si tuviste acceso a esos recuerdos, ¿no crees que los habría impedido? ¿no crees que no te habría dado esa pista? —preguntó Luminosa.
Ànima no sabía bien qué decir. Solo se quedó en silencio, pensativa.
—Juntas, Ànima —aseguró Luminosa, agarrando las manos de Ànima con cariño—. Juntas sabremos la verdad, la haremos frente, sea como sea. Me niego a que te ocurra algo grave.
Su sonrisa era brillante, una que a Ànima la enamoraba, pero a su vez la preocupaba. No iba a dejar que Luminosa se metiera en ese peligro.
Esto era algo personal.
—No puedo dejar que vengas, sabes cómo es, sabes el poder que tiene y nosotras...
—Entonces entrenemos antes de que sea tarde, hagamos esto juntas, preparémonos para lo peor —interrumpió Luminosa mientras se acercaba a ella con sus manos agarradas aún—, pero no lo harás sola, no estás sola en esto, tienes mi ayuda al igual que los demás.
El corazón de Ànima temblaba mientras intentaba controlar sus sentimientos, nunca había sentido tanto miedo y preocupación por alguien, no quería que Luminosa sufriera daño. La quería tanto que no deseaba pensar en el sufrimiento que pudiera pasar si su hermana la encontraba.
—Luminosa, no quiero...
Luminosa, sin avisarla, le daría un fuerte abrazo para luego mirarla con una gran sonrisa.
—No vas a perderme —le prometió—. Te juro, que, aunque esto salga mal, nunca me perderás, siempre estaré a tu lado. Hasta el final.
Ànima no pudo evitar que las lágrimas cayeran de sus ojos. Adoraba todo sobre ella, ser tan cariñosa y divertida hizo que al final se enamorara, sin importarle lo que dijeran los otros sobre si era luz o oscuridad. Era lo que menos importaba, más en esta situación.
Le devolvió la sonrisa, abrazándola también con cariño.
—Prometo que no me alejaré de ti, que lucharemos y descubriremos la verdad, sin importar el miedo que nos impongan encima.
Un juramento que sería cumplido hasta la eternidad.
Alguien se quejaba de dolor en esos profundos bosques. Alguien que, escondida, intentaba controlar esos recuerdos sin perder la cabeza. Se había concienciado de ello, incluso había superado esa prueba. Ya no tenía que sufrir más, pero, por alguna razón, estaba ahí.
Ànima estaba en ese nuevo cuerpo para buscarla.
—Te advertí, Pyschen —contestó la Voz—. Te dije que era posible que te buscara.
—¡Eso no estaba en los planes! ¡No lo estaba! —gritó Pyschen, mirándole con odio mientras ponía sus manos en su cabeza—. ¡Nunca me lo dijiste!
—Respondías sin importancia como si fuera un loco, Pyschen —contestó la Voz mientras miraba a otro lado—. Que no me hicieras caso es tu problema, no el mío.
Pyschen miraría al suelo con esos ojos consumidos por el pánico. No podía controlar esos temblores de su cuerpo, no podía detener esas memorias que tenía de su hermana.
—Me decepciona mucho que no hayas podido ser capaz de superarla —continuó mientras miraba sus manos—. ¿Te tengo que recordar que te hizo?
—No.
El tono borde de Pyschen dejaba en claro que aún se acordaba, sabía bien quien era ella, quien era su hermana, la vida que tuvo en la tierra. Tembló sin parar, dejando que las imágenes inundaran su cabeza para recordar bien ese pasado que le daba las respuestas sobre quién era y por qué no debía jamás dudar.
—Es tan irónico —susurró Pyschen—. Tan irónico. Ella vuelve, pero como oscuridad. Siendo parte de los Cutuis. Tan absurdo, tan conveniente.
Se quedó en silencio por unos segundos, mirando sus manos. El recuerdo del pasado la impactó, viendo sus manos que una vez fueron humanas.
—Tan admirable —susurró, y al darse cuenta de sus palabras, soltó un grito lleno de frustración—. ¡Le haré ver de lo que soy capaz! Tanto tiempo sufriendo, tanto que me tuve que callar! Ahora se dará cuenta de lo que puedo hacer.
—Parece que ahora empiezas a recordar bien las cosas, Pyschen —comentó la Voz.
—No te me hagas el gracioso. Sabes que esto es algo personal que tengo con ella.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Llorar y quedarte quieta como solías hacer?
Pyschen frunció el ceño.
—No me quedé quieta. Jamás lo hice.
—En la Tierra sí —contestó la Voz con vacile—. Y desde que te di la oportunidad, has estado desperdiciando lo que te he dado. Ahora es cuando empiezas a verlo un poco, y aun ni eso.
Pyschen miró a otro lado, soltando un largo suspiro.
—¿Acaso te tengo que recordar todo lo que has pasado, Pyschen? ¿Te lo tengo que recordar una vez más?
—N-No —respondió con rapidez Pyschen, siéndole difícil tragar.
—¿Entonces a qué esperas? —preguntó la Voz—. Te he dado lo que quería, cambié tu vida. Esa donde eras una desgraciada, donde todos te verían con unos ojos que no te correspondían. Te di el cambio que necesitabas, ser la diosa que tanto deseabas.
Pyschen se quedó en silencio, apretando sus manos por un momento.
—¿En qué dudas, Pyschen? —preguntó de nuevo la Voz, esta vez en un tono más agresivo—. Te dejé en claro que tú podías contra ella, que eras superior a ella. Te avisé que posiblemente vendría y ahora que tienes la oportunidad de derrotarla, ¿te acobardas?
—¡Es que me es imposible creerlo, maldita sea! —chilló Pyschen—. ¡La muy idiota se suicidó para qué? ¿¡Para buscarme?! ¡¿Para...?!
La respuesta la obtuve sola. Salvarla. Una palabra que le generaba escalofríos a la vez que despertaba ese recuerdo. Ese momento en el que vio a su hermana llorar, pidiéndole a cualquier dios que regresara a la vida.
Deseaba llorar al acordarse de ese momento, pero se negó y apretó sus dientes.
—Va a acordarse de quien soy —murmuró Pyschen mientras miraba sus manos con asombro—. O capaz podría convencerla, podría tenerla en mis manos y...
—¿Hacer qué?
La Voz, con tan solo su presencia lograba que todo lo que había a su alrededor fuera consumido como si fuera ceniza. No le importaba usar ese poder ahora mismo porque estaban en una realidad que no iba afectar al planeta.
—¡¿Te tengo que recordar todo de nuevo?!
—No, no, yo solo quería que ella...
Sus palabras apenas eran entendidas por el miedo que tenía, sus ojos eran incapaces de ver su alrededor, ni siquiera al que tenía enfrente suya.
—Que ella estuviera contigo, ¿no? —terminó la frase, para agacharse a la altura de Pyschen—. Te lo repito de nuevo, Pyschen, ¿te lo tengo que recordar todo de nuevo?
—N-No, mi señor...
Las palabras de la Voz retumbaron en el bosque alejado de la verdad, uno creado bajo el poder de aquel ser. Aquello no solo sería escuchado por Pyschen, sino por alguien más que se encontraba oculta. Una niña de ojos estrellados y cabello azulado, vestida con ropas manchadas de pintura.
«Quiero volver a casa, quiero volver a casa —se decía la joven Pittura, quien aterrada, se escondía tras los árboles, cubriendo su boca—. Urche tenía razón, esto es peor de lo que pensábamos».
—Deseabas esta maldita vida, te puse a prueba y la superaste, me demostraste que estabas lista para ello, ¿y ahora dudas? —preguntó, irritado. Pyschen tembló sin saber que contestar—. Aunque en parte no te juzgo, este poder es uno que nadie sabe controlar bien, ni siquiera yo.
Pittura miró con atención la situación y juró haber visto una apariencia. Se apartó y agarró su pincel para intentar dibujarlo para que todos supieran su apariencia en caso de que se escondiera.
«Diverlicia y Margara me avisaron, pero me parecía imposible —pensó Pittura—. Ellos están aquí...»
—Vas hacer lo que te diga, Pyschen, o si no tendremos varios problemas —le amenazó—. Vas a ir a por esos dioses y conocerás bien lo que es este poder, ¿entendido?
—Pero...
—¡¿Entiendes?! —gritó.
Todo el bosque se sacudió, perdiendo las hojas en menos de un segundo mientras la realidad por fin se representaba en su estado más puro. Colores parpadeantes que destruían todo su alrededor.
—Sí, señor —tartamudeó Pyschen.
—No quiero dudas, Pyschen, repítelo —ordenó.
—Sí, señor.
Pittura sabía que estaba en una situación delicada, no se creía nada de lo que estaba viviendo, solo deseaba que esa presencia desapareciera para poder huir. Esperó mientras sentía como el ambiente se volvía más amable, como los bosques tenebrosos que antes la rodeaban se volvían a ser como antes. Sorprendida, saldría poco a poco de su escondite mientras abría sus ojos estrellados.
—¡No puede ser! —gritó alterada mientras ponía sus manos en la cabeza—. ¡Por todos los números infinitos! ¡Los Números lo debe de saber de inmediato! ¡No puede seguir aquí!
Cuando giró su cuerpo para intentar correr, su cabeza chocó contra algo. Cerró sus ojos por el dolor que sentía, pero rápidamente los abriría al ver enfrente suya la razón por la que se quedó inmóvil.
—¿Los Números? —preguntó con malicia—. No sabía que la conocías.
Pittura se confió demasiado al creer que ese ser iba a desaparecer en cuanto Pyschen obedeciera sus órdenes. Intentó huir, pero sería agarrada del cabello para ser impactada contra el suelo. Pittura gritaría de dolor mientras intentaba moverse, pero era imposible.
—¿Y tú quién eres? ¿Una copia de emergencia? —preguntó—. Creo que alguna vez me comentó sobre vuestra raza especial. Las jóvenes copias de emergencia, ¿en serio se puso con ese proyecto? Menuda pérdida de tiempo.
Pittura seguía luchando contra esa fuerza, pero al darse cuenta que era imposible, agarró el dibujo que hizo a duras penas para pegarlo contra el suelo. Le dio tiempo, lo que la hizo suspirar de alivio.
—Creatividad. Curioso cuanto menos. Supongo que ella se lo pasó muy bien creando a cada una de vosotras. Una pena que todas hayan muerto, siendo tú la única —se burló. Pittura intentó verle una vez, temblando al ver sus ojos totalmente blancos—. Me temo que no puedo dejarte viva, aunque admito que no es algo que quiera hacer.
Sin piedad alguna, la tiró con violencia contra los árboles, destrozando todos los que se encontraba a su paso hasta que impactó contra la montaña. Pittura perdería la consciencia de inmediato, pero aún no habría terminado su dolor ya que aquel ser aparecería enfrente suya con un arma incrustada en su brazo derecho, apunto de disparar.
—Te pediré un favor, quiero que le digas a los Números un mensaje —exigió mientras cargaba el arma—. Los elegidos de Caos siguen su legado, ¿crees que los Errores y la Locura han muerto? No. Jamás olvidan la verdad y harán que el caos brille una vez más.
Fueron las últimas palabras que pudo escuchar, unas que desataría el desastre en el planeta que antes reinaba la paz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro