Capítulo 12: Eres la voz.
Era buena idea reunirse en los bosques veraniegos, un punto medio donde no se encontraba muy lejos de la ciudad Seriu y Crisea. Luminem se quedaba atento a todo lo que pudiera hacer su compañero Cin porque sabía que estaba consumido por la ira ante la presencia de Kemi.
—Necesito saber quién eres —exigió Cin hacia Kemi—. Mentirás enfrente de Christel, pero no delante de mí. Tú eres el zorro que encontraron los Cineos, tú fuiste quien los asesinó.
—Te estás equivocando, Cin —habló Kemi con paciencia—. Sí, tu raza me encontró, pero jamás los ataqué, y menos asesinarlos. Yo fui cuidado por la naturaleza, fui cuidada por aquella que me dio cobijo cuando sabía quién era. Comprendo que mi raza sea odiada, pero soy la excepción de ellos.
—Ahora dímelo sin mentir de esa forma tan...
—Cin, cálmate —pidió Luminem, viendo el rostro de Cin se iba enfureciendo más—. A lo mejor no es el culpable que tanto buscamos.
—¿¡Te vas a creer tus malditas palabras?! —preguntó Cin, alterado.
—Por Soal. Cin, te pido paciencia y que pienses con cabeza. Comprendo que la rabia te ciegue, pero tienes que pensar que a lo mejor no es él, ¿acaso no sabes cómo actúa la raza de insensibilidad?
Cin se quedó en silencio, mirando a otro lado con molestia.
—No... Ni siquiera conozco su raza —admitió Cin.
Ante esas palabras, Pyschen arquearía la ceja, pero no diría nada.
—Eso ya es un punto importante. Yo si conozco algo, rumores, pero lo hago —respondió Luminem, para luego mirar a Kemi—. Sois una raza muy agresiva, una que tiende a destrozar todo lo que ve.
Kemi soltó un largo suspiro, cruzando sus brazos.
—Los Drasinos al principio no fueron así, que cambiaran fue por algo exterior que se desconoce, aunque quiero intuir que es por culpa de la Niebla. Segundo, yo no soy un Drasino completo —explicó Kemi, soltando un suspiro largo—. Yo soy la mezcla de un Drasino y una Elina.
Luminem abrió sus ojos con impacto, pero no fue el único, Pyschen también lo hizo, siendo Cin y Luminosa que no comprendieran aquellas palabras.
—¿Me es posible explicar un poco lo que ha ocurrido? Quiero retirar toda desconfianza que tengáis conmigo, que veáis que mis manos son inocentes, y aun a malas, demostrar con la naturaleza de que yo aparecí aquí, incapaz de moverme y a punto de morir —explicó Kemi.
—Claro, ¿cómo me creo que no me estas mintiendo junto a la naturaleza? —preguntó Cin.
—Poco confías en ella cuando es testigo de todas las verdades que hay en las galaxias —respondió Kemi.
Cin abrió sus ojos en demasía.
—Eso... es imposible —respondió.
—No, Cin. Son rumores, leyendas que lo confirman —respondió Luminem con calma para mirar de nuevo a Kemi—. Por lo que sé, tú serías un vigilante.
—Dios es lo que muchos dicen, pero el nombre real es vigilante de la Naturaleza.
«De ser así, no nos mentiría ni sería un peligro. Los vigilantes son pacíficos y actúan solo si hacen daño a los bosques. Lo que no entiendo es como un Drasino sea un vigilante de la naturaleza», pensó Luminem mientras cruzaba sus brazos.
—¡Bah! Serás lo que seas, niñato, pero quiero que respondas a unas preguntas claras y seas directo —contestó Cin de mala gana—. ¿Cuándo te encontraste con ellos?
—A la noche, de hecho, me dejaron dormir allí, fueron muy amables conmigo a pesar de tener una apariencia un tanto intimidante —admitió Kemi.
—Me parece todo muy conveniente, ¿y que ella te haya aceptado en su ciudad? No me lo creo —contestó Cin.
—Puedo confirmarlo dando datos que os ha dicho también a vosotros, como que ella es humana, me llevó al observatorio y me dio sus conocimientos de su vida en diversos códigos —explicó Kemi con seriedad—. Lo que me lleva a la conclusión de que ella está estancada en su pasado.
—Definitivamente —intervino Pyschen con calma, llamando la atención de todos—. Entiendo que tuviera que sobrevivir, pero la verdad, si yo hubiera sido humana, si hubiese sido como ella, no habría tocado el destello, son elementos peligrosos y poderosos.
—Ahí no le puedes culpar, es curiosidad, podría haberle ocurrido a cualquiera y a lo mejor habría sido peor —explicó Luminem—. Tenemos suerte que solo se centra en esa vida y no piensa en algo peor.
—Yo vi esperanza, una felicidad inexplicable, pero pura. Capaz no es una diosa violenta o mala, simplemente desea tener una vida que jamás pudo tener —supuso Luminosa.
—Comprendo que eso pueda ser algo en lo que todos concluyamos, el problema es cuando empiece a tener más ideas que puedan ser...
—¿Peligrosas?
—Inmaduras —corrigió Cin a Pyschen—. El hecho de tener una hija es la peor idea posible.
—Y más al lado de ese hombre tan... inexpresivo, serio, borde —añadió Kemi con cierto desprecio.
«Tiene razón, pero se nota que Kemi le odia por toda la tecnología que tiene en su cuerpo. Naturaleza y evolución no se llevan bien, jamás lo harán a no ser que algo cambie», pensó en silencio Luminem mientras miraba a Kemi.
—Creo que lo que importa ahora mismo es que demuestres quién eres en verdad. Quiero ver que hablas con esa naturaleza —exigió Cin mientras cruzaba sus brazos, mirando a Kemi.
—¿Perdón? —preguntó Kemi con la ceja arqueada—. Me cuesta creer que desconfíes de mí cuando he mostrado pruebas de que estuve con Christel.
—Eso no quita que los hayas matado antes —recordó Cin.
«Cin, entiendo tu angustia, pero no puedes... »
Sus pensamientos fueron interrumpidos. Luminem no se creía lo que veía. Las hojas empezaban a moverse alrededor de Kemi, quien levantó solo su mano derecha para que una enredadera apareciera atada a esta, brotando de esta una flor de pétalos rosas..
—Creo que con esto es suficiente, ¿no? —preguntó Kemi.
Los presentes observaban con mucha atención, en especial Luminem quien se convencía poco a poco de que Kemi no podía ser el culpable. No como el caso de CIn, quien seguía aún escéptico.
—Sí, la naturaleza estará de tu lado, pero ¿cómo puedo creerme que es buena? —preguntó Cin, aún con la desconfianza.
Kemi soltó un breve y brusco suspiro.
—P-Perdón por mi intervención —murmuró Luminosa con timidez—, pero creo que mucho ya demuestra con ver que la naturaleza está de su lado porque según las leyendas y libros, la naturaleza siempre actuó por el bien. Creo, y corrigeme señor vigilante, que también se hacía llamar por Fusis, ¿no?
—Así es, jovencita —respondió Kemi—. Naturaleza es el nombre global, Fusis es por el que se conoce mejor.
Luminosa sonrió aliviada, pero eso no calmaba la mirada de desconfianza de CIn, menos la de Pyschen.
—¿Qué tan segura puedes estar de que la Naturaleza es buena? Miles de problemas pudieron ocurrir para que esta cambiara y actuara distinto —preguntó Pyschen.
—Muy, muy segura —aseguró Luminosa—. En los libros dicen que...
—Se nota tu inmadurez de sobras, Luminosa. Por mucho que los libros digfan, estos traen versiones incompletas.
—Veo que no quieres creer tampoco lo que tienes enfrente —intervino Kemi, cruzando sus brazos.
—No me creo las palabras de un asesino —respondió Pyschen, mirándole de reojo con asco.
—¿Tan segura estás?
—Los asesinatos ocurrieron en los bosques, donde convenientemente estabas tú —contestó Pyschen, acercándose un poco a Kemi sin temerle.
Luminem tendría que ponerse en medio, evitando una posible pelea.
«Primer Sol. Tiendes a la rabia y la fuerza, pero por hoy te pido paciencia. Toda la que haga falta», pidió Luminem con los ojos cerrados.
—E-El asunto es... —De pronto, las palabras de Luminosa tomaron fuerza. Era extraño porque la joven estaba en el sitio como si tuviera miedo de algo o alguien—. Es que cuando me atacaste sin querer, Pyschen, pude escuchar unas voces. Unas que me decían que me alejara de los bosques, unas que me advertían sobre vosotros.
—¿Nosotros? —preguntó Pyschen, arqueando la ceja—. Oh, claro. Ahora nos vas a culpar como hizo Lihuco, ¿no? ¿Acaso crees en su versión?
—Yo no...
—No es suficiente con el hecho de que nosotros nos escondemos y nos defendemos de todo tipo de peligros, sino que encima tienes que acusarnos por errores como ese solo porque nos preparamos —interrumpió Pyschen, viendo como Luminosa entraba en un estado de inseguridad y culpa—. ¿Crees que somos nosotros los...?
—Pyschen, silencio —pidió Luminem, provocando que la mencionada cerrara la boca con una rabia notoria—. Si nos dejamos llevar por el miedo, lo único que haremos es que haya un conflicto entre nosotros. Luminosa no lo decía por ningún mal, no os estaba culpando, solo daba una posible pista de lo que vivió.
—¿Y a quién culparía? ¿A Christel? Es la única que se me ocurre —habló de nuevo Pyschen, a pesar de que debería estar en silencio.
—¿Sigues desconfiando de ella? —preguntó Luminem
—Hay que tener en cuenta algo —intervino Cin con calma—. No sabemos lo que realmente piensa.
—Tiene razón, puede que por fuera esté así, pero a lo mejor está pensando en algo más distinto —añadió Pyschen.
—A lo mejor es una trampa —opinó Cin.
—¡¿Quieres dejar de pensar así?! —gritó Luminem, irritado—. A lo mejor no es eso, ¿y si a lo mejor está buscando toda la felicidad que nunca tuvo en el pasado para disfrutarla ahora? Es muy posible, es lo que vi en sus ojos y en sus expresiones.
—En eso estoy de acuerdo —intervino Kemi—. Lo vi también, no parece tener esas malas intenciones aun si tiene ese abrumador poder.
Cin miró de reojo a Kemi para luego ladear la cabeza hacia la izquierda.
—¿Te ves reflejado en ella o es que ambos sois los asesinos?
«¿Qué acabas de decir, Cin? ¡Por Soal!»
—¡Cin! —gritó Luminem, notándose su clara decepción.
—¡Lo siento mucho! Pero no la creo, no me creo que detrás de esa mujer haya un alma en pena, ¿¡te tengo que recordar todo lo que hemos pasado con su llegada?! ¡Parecía querer destrozarlo todo! ¡Pero no lo hizo porque llegamos a tiempo!
—¿¡Tú te escuchas!? ¡Nos habría matado de un gesto si quisiera! —le recordó Luminem.
—Eso es lo que menos me importa ahora mismo, ¡más si puede tomar otras malditas estrategias!
En medio de esa discusión, Luminosa era incapaz de escuchar sus palabras ante el pánico que sentía. No quería imaginarse sdelo que pudo haber sido o no, solo quería acabar esta discusión y pedirle ayuda a ese hombre que parecía tener buenas intenciones.
«Por Luminem, que esto deje de ser un desastre. Ojalá tener una habilidad que revele lo que piensen los demás», pensó Luminosa, soltando un suspiro largo. MIró a cada uno de los presentes para al final respirar hondo y hablar:
—Si Christel no lo hizo aun. —Todos la miraron con atención, sobre todo Pyschen—. Es que a lo mejor sabe que tiene ese poder, pero no le interesa usarlo porque quiere tener amistades, tener una vida como la de antes.
—¿Crees eso? ¿En serio? —preguntó Cin.
Luminosa, aun con la preocupación encima, afirmó con su cabeza.
—Cuando la vi, parecía ser alguien inmadura, pero no en que pudiera hacer daño, sino porque sigue pensando en el pasado. No la veo con intenciones de dañar, sino de vivir hasta morir feliz.
—Aunque Christel pueda ser así, aún tenemos de por medio a Kersmark —recordó Pyschen en un murmullo.
La preocupación afectó a varios una vez más, menos a Luminosa que miró de reojo a Pyschen con un rostro irritado.
«Podrías ser un poco más positiva», opinó Luminosa por un momento para luego tomar aire con fuerza.
—¡Bueno! A lo mejor él tiene algo que le hace ser así. No los conocemos, no sabemos lo que piensan, sus sentimientos, ¿sabes? A veces hay mucho más que una sola capa, sino que miles más que son difíciles de mostrar —explicó Luminosa—. Por ejemplo, a mí me pasó eso con Àni...
Cerró su boca avergonzada, casi habla sobre la persona que más quería y apreciaba. No era el momento de hablar sobre ella, a nadie le interesaba, o eso creía hasta que miró a Pyschen, viendo su ceja arqueada mezclada con el asco.
—Sea lo que sea, creo que lo que más importa ahora mismo es que la tengamos vigilada, y que tú, querido asesino...
—Por Soal. Cin, me tienes harto con tus acusaciones —intervino Luminem con cansancio—. Con Cuis, cuando la conociste, no desconfiaste tanto.
—¡Sí que lo hizo!
Ese grito lleno de odio y rencor provocó que todos se giraran con asombro, viendo en los bosques a dos figuras femeninas de una altura mediana. Una flotaba en el aire con una actitud agresiva, mientras que la otra seguía a su diosa.
—¡Ànima! —gritó ilusionada Luminosa, corriendo hacia su dirección para abrazarla con fuerza.
—L-Luminosa —respondió Ànima sin esperarse tal abrazo—. Tranquila, estoy bien.
Luminosa le sonreía con dulzura, aunque no mucho tiempo ya que giraría su cabeza para ver a Cuis acercándose con pasos agresivos hacia Cin
—Cuis, ¿qué has dicho? —susurró Luminem.
—¡Cin! —gritó Cuis, cegada por la ira. Viendo como la diosa de la oscuridad aparecía enfrente del mencionado—. ¡¿Por qué le has puesto ruido en la cabeza de Ànima?! ¡¿Por qué has decidido limitar su poder y asustarla?!
En medio de esa acusación que dejó a todos atónitos, Ànima y Luminosa estaban abrazadas, mirando todo en silencio.
—No sabía que te hicieron eso —susurró Luminosa a Ànima—. A mí también me pasó lo mismo, aunque fue sin querer.
—¿En serio? ¿Quién fue? —preguntó Ànima.
—Ella, Pyschen.
Cuando Ànima dirigió su mirada hacia la culpable, pudo ver sus ojos blancos mirando a los dioses con detenimiento. Un escalofrío horrible la recorrió, escuchando de nuevo esas voces que la atormentaban, repitiéndole una vez más lo mismo: Una misión que debía cumplir, una promesa que se había hecho.
Tembló sin parar hasta que Pyschen giró su cabeza hacia Ànima.
Por un momento todo parecía haberse paralizado. Solo ellas dos importaban.
—¿Estás bien? —preguntó Pyschen—. Estás llorando.
—¿Ah? —Ànima se sentía muy confundida, las lágrimas caían de sus ojos sin parar—. Yo... llevo así desde un buen rato y no sé por qué. —Intentó recomponerse, respirando con profundidad para luego mirar a Pyschen con seriedad—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Pyschen arqueó la ceja.
—Claro, supongo.
Mientras los tres dioses discutían sobre lo ocurrido, Ànima y Pyschen se miraban en silencio, siendo envueltas en un ambiente distinto, uno en el que ignoraban todo lo que les rodeaba, encontrándose en lo que parecía ser en medio de un universo que sus mentes eran capaces de recrear.
Ese universo era un recuerdo horrible. Ànima no quería llorar más, deseaba saber porque se sentía así cuando veía esos ojos blancos y ese peinado que por alguna razón se le hacía familiar.
—¿Nos conocemos? —inquirió Ànima—. Siento que te he visto antes.
—¿Perdón? —preguntó Pyschen, frunciendo el ceño—. Claro que nos conocemos.
—N-No es eso —respondió Ànima—, es como si, nos conociéramos de otra vida.
Pyschen soltó una risa un tanto escandalosa.
—Eso es imposible, Ànima, ¿qué tonterías estás diciendo? —preguntó Pyschen, arqueando la ceja—. Nos conocemos en esta vida solamente, no digas...
—¿Segura de que...?
—No, maldita sea, ¿qué sentido tiene eso? —interrumpió Pyschen en un tono borde.
—¡Oye! Solo estaba hablando tranquilamente, no hay necesidad de responder así —intervino Luminosa.
—Tú no te metas donde no te llaman, Luminosa —contestó Pyschen, mirándola de reojo con asco—. No tienes ni la menor idea de la situación, no me vengas y hables como si supieras todo.
—Que nuestros dioses se peleen no es algo para que vosotras lo hagáis —habló Luminosa sin temor.
—Esto ya es algo más personal, Luminosa —respondería Pyschen una vez más mientras la miraba—. Yo ya sabía quién era Ànima mucho antes que tú y ya la despreciaba por actuar como alguien inocente cuando no lo es.
—¿Cómo que... nos conocíamos?
Aquellas palabras hicieron que Pyschen se quedara en silencio, mirando hacia Ànima con una tensión que se palpaba en el ambiente.
—Yo conocí antes a Luminosa —aseguró Ànima, frunciendo el ceño.
Miró hacia esos ojos blancos que ocultaban algo. ¿Por qué la odiaba? ¿Por ser oscuridad? No tenía sentido cuando sus dioses habían establecido una alianza en la que Cuis demostró que su raza no era peligrosa y podían confiar en ellos.
¿Por qué aquella mujer que veía enfrente desconfiaba tanto? Ya no solo eso, ¿por qué cuando veía esos cabellos un recuerdo de una chica totalmente distinta?
El dolor de su pecho empezó a renacer. Un mensaje. Un recuerdo familiar. Uno que no tenía que ver con sus padres.
—Te voy a repetir una vez más, Pyschen, ¿nos conocemos de antes? —preguntó Ànima—. Y no me refiero en este encuentro, ¿nos hemos conocido en otro lado?
Esa pregunta tan concreta hizo que Pyschen temblara, dándole la respuesta que Ànima necesitaba, el silencio.
—¡Solo dices tonterías! ¡Maldita loca! —gritó Pyschen, creando una lanza de ruido, aunque esta acción sería detenida.
—¿Pyschen! ¡¿Qué estás haciendo?! —preguntó Cin.
Su acción había sido vista por todos y esto preocupó a todos los dioses, creyendo que su discusión influía también a sus guardianas. Pyschen poco a poco dejó de crear el arma mientras bajaba la cabeza en arrepentimiento. Esa forma de temblar, ese miedo que no podía esconder, le daba pistas a Ànima.
—¡Deja de decir palabras sin sentido como si fueras una loca! —gritó Pyschen, poniéndose cada vez más tensa—. Tus palabras ahora mismo me dan desconfianza y más cuando sé que ideas tienes.
Aquellas palabras hicieron que Cuis frunciera el ceño, lista para intervenir en la conversación de aquellas elegidas, pero Cin se puso en medio.
—Ni se te ocurra acercarte—amenazó Cin.
—Déjame pasar, Cin —habló Cuis con firmeza.
—Tendrás problemas conmigo cuando te atrevas a hacerle algo.
—¿Acaso me estás...?
No fue hasta que llegó Luminem para separarlos y alejarse un poco de sus elegidas.
—Que Soal me de fuerzas —susurró Luminem, mirando hacia sus amigos—. Tenemos que hablar, pero alejadas de nuestras elegidas.
Aunque antes de hacer eso, observó por un momento a Kemi y como si se leyeran la mente, Kemi afirmó con su cabeza, dando a entender que las vigilaría en caso de que ocurriera algo grave. Sabía que la discusión de los dioses era algo que no debía de interferir en la manera de pensar de sus elegidas, menos si aun eran aliados.
—Confío en que de verdad no eres el culpable, Kemi —habló Luminem con seriedad.
—Por Fusis juro que no haré nada al respecto a no ser que su discusión sea peor —aseguró Kemi.
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