𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟩
Golpee el metal con mis nudillos olvidando todo dolor que éste pudiera ofrecerme. El elevador se movió al tiempo que sentí una súbita rabia, una rotunda e inmensa rabia. El rostro de aquel fuerte me suplicó que viviera y continuara peleando, mientras veía como más de una docena de rebeldes se aproximaban a él con todo tipo de armas.
Así no era como debió suceder. Ese no era el plan. No lo era, porque todos en ese sitio estaban muriendo por mí.
Aquellos debieron quizá ser los 10 segundos más eternos que pasé en el elevador antes de que las puertas finalmente abrieran al tercer piso. Esperé realmente no tener que encontrarme con alguien más, pues en esos instantes era capaz de destruir a quién fuese. Para mi mala suerte, tres rebeldes me esperaban tras el escuche del elevador. Debí tal vez asustarme, pero no lo hice, porque pude sentir mi habilidad drenando en cada vena de mi cuerpo y en los latidos de mi corazón punzante, posándose hasta mi mente incitando a que lo usara.
"Qué más da una vida más" mi ser murmuraba.
Dejé que el instinto me dominara y sin más, enfunde mi espada y mente en simultaneidad. Poco comprendía el como ejecutar un simple ordenamiento, pero no importó, pues lo que realmente deseaba fue y era consumir sus vidas en un solo chasquido.
Olvidé lo exhausta o herida que podía estar, sin embargo, mis fuerzas decayeron en cuanto hice caer al primero antes de que nuestro contacto fuera inmediato. Sentí náuseas, mareos y un punzante dolor de cabeza que apenas me hizo reaccionar el peligroso filo que casi me atraviesa. Caí de rodillas evitando el golpe para colisionar mi espada a uno de los rebeldes, pero de la nada, aquel par de hombres se hincaron soltando sus espadas.
Fue de esa forma, en el silencio, que sentí la presencia de alguien a mis espaldas.
Mi instinto de supervivencia causó que empuñara mi espada a mi futuro agresor, pero tras reincorporarme y cerciorar de quién se trataba, opté por no atacar.
—¿Rolan?
Visualicé el hombro de aquel traicionero seguidor vendado a su pecho, pues los golpes del día anterior le rompieron el brazo, al igual que su nariz y su rostro amoratado.
Su frente sudaba por el esfuerzo tan grande de haber controlado a dos personas al mismo tiempo, debido a los sedantes otorgados según escuché, que lo aturdía.
Una parte de mí deseó agradecerle. Alegrarse por no quedar sola en aquel camino, pero la otra lamentaba que él no estuviera dentro de mi plan de escape. Huiría sola.
Ninguno de los dos devuelve la palabra. Únicamente miradas que lamentaban las cientos de cosas cometidas por ambas partes. Cosas que debíamos olvidar ante la necesidad de movernos y huir, aunque me fue inevitable no lanzar cualquier reclamo posible.
—Tu madre, Rolan. Ella no murió de una simple enfermedad como me dijiste algún tiempo atrás ¿cierto? —le contemplé fijamente de alguna manera deseando empezar a escuchar la verdad de su boca por primera vez—. Ella contrajo el virus que el padre de Farfán soltó en Tolomen, pero tu madre no fue la única que enfermó o ¿sí?
Fue con esa aseveración que sus ojos se postraron ante los míos en busca de redención.
—Tú también enfermaste al igual que ella y sentiste la agonía del virus invadiéndote, aunque a diferencia de aquel poblado tú despertaste, sobreviviste y te adaptaste a él.
—Si —contestó sin más.
Alguna vez me cuestioné como era que había ganado aquel control. Tal parecía que mi duda fue respondida en ese instante.
—El hecho que te dejaran salir de Tolomen no fue porque no yacieras infectado sino porque tus ojos eran —recordé mi mirada roja al espejo tras despertar—...ellos creyeron que eras un fuerte.
—Por alguna razón que nunca comprenderé soy inmune al virus así como tú también lo eres —sentí tragar saliva con rapidez por el hecho que supiera lo que me sucedía, pues desde el encuentro en el interrogatorio lo supo—. Tú y yo somos iguales.
—¡No! —arrojé con violencia yendo hacia atrás, siendo que no deseaba tener nada en común con él—. No -reafirme nuevamente en el mismo instante que otra detonación resonó cerca alertándonos a movernos o morir ahí, por lo que emprendí paso dando vuelta al pasillo de dónde él emergió.
—Espera, no se supone que la salida yace abajo y no arriba -sugirió proponiendo el elevador como nuestra solución para bajar y salir del palacio.
—Las habitaciones reales contienen rutas de escape —respondí con voz grave observando en los corredores que no hubiera nadie más excepto aquel par de guardias petrificados por la mente de Rolan.
Eren y los doctores habían huido por uno de los pasadizos situados en el despacho y ya que ese se tornó lejano cuando emprendía huida con Octavius, solo nos restó dirigirnos a las habitaciones reales.
—¿Hablas de tuneles secretos? —no contesté, solo continúe.
El verlo sin duda alguna me alteró pese que intenté concentrarme en llegar a la salida. Para llegar a ella, debía pasar por mi antigua habitación, por lo que decidí ingresar. Estaba hurgada como el resto de las salas reales en busca de algo lujoso que pudiera servir como motín.
No lo pensé más, entré directo al tocador, notando en la alfombra los tantos cristales esparcidos que Rolan me obsequiaba cada vez que nos veíamos. Los ignoré por completo tomando el reloj que un día mi padre me ofreció que yacía oculto por debajo de una madera falsa del mueble. No podía dejarlo ahí. Lo apreté como si pudiera darme fuerza y valentía. Miré por el espejo a Rolan quien contemplaba la cama en donde no hacía mucho me vio morir.
No logramos salir de la habitación, siendo que un cuerpo se abalanzó con violencia en contra de Rolan, mientras otros dos más ingresaron directo hacía mí.
Por fortuna eran seguidores y existía posibilidad de salir victoriosa tras combatir con ellos.
Rolan ya no podía usar su habilidad y aunque yo aún sentía la mía, desconocía como usarla. Ambos hombres eran mayores y más altos que yo pese que considero que la mía es superior a la media, aunque había estado en peores situaciones y sobrevivido a cada una de ellas. No veía porqué no pelear otra vez por mi supervivencia.
Una estocada de mi espada surgió en el diafragma de uno, sin embargo, el sujeto restante arremetió capturando mi brazo con apremio. Pronto, me desaté de su amarre para terminar envuelta en un duelo de cruce de espadas, aunque su complexión era robusta lo que me hizo caer de sentón tras un arranque por tratar de embestirlo.
Intentó rematar, aunque le ofrecí una patada que causó la caída de su arma punzante a la alfombra dándome tiempo para ir hacia atrás, sin embargo, en el instante el hombre puso en mano un cuchillo proporcionándome una cortada en la parte interna de mi pantorrilla izquierda.
Rugí de dolor usando mi bota para golpear su cara, causando que se echara para atrás y entonces, observar que quién se abalanzó hacia Rolan era nada menos que Rubén. Ese viejo detestable que apagó su cigarrillo en mi brazo, se encontraba sometiendo del cuello con un filo al que alguna vez consideré el hombre de mi vida, para desangrarlo en el momento que él decidiera. Por suerte cuando se destinaba a hacerlo una explosión severa movió el suelo de nuevo, que si bien no destruyó la habitación, si nos desenfocó.
"Ante una distracción ataca"
Recordé las palabras de Damián cuando entrenábamos. Pienso que no habría estado viva de no haber sido por todo lo que me llegó a enseñar. No desaproveché la oportunidad, por lo que de inmediato le lancé una patada en el rostro al seguidor que le causó sangrar de la nariz y seguido de ella, el filo de mi espada acarició su cuello, al tiempo que la daga con la que me hirió cayó de su mano a la mía y entonces lanzarla a lo único expuesto del captor de Rolan, siendo que lo usaba de escudo.
Aquella acción me dio la oportunidad de deslizarme hacia el cuarto donde alguna vez fue mi armario con un único propósito, por lo que cuando Rubén dejó a Rolan en el suelo para retirar aquel artefacto en su brazo, emergí del armario un revólver que hace tiempo encontré en la habitación de mi hermano Benjamín.
Siempre presentí que la necesitaría algún día. Triste que no me haya equivocado en ello. No me tente el corazón al jalar el gatillo en su pecho. Mucho menos al verlo caer derramando su sangre en la alfombra.
Fue en ese instante que me debatí en duelo de nuevo.
¿Podía obtener en ese preciso momento una pequeña dosis de justicia para mis padres y hermano?
El causante de ello se postraba frente mis ojos. La posibilidad de causarle daño a Rolan Llanos podía no volviese a repetir. Mis dudas no debieron ser tan difíciles de leer, siendo que cuando me aproxime a él, su postura se redimió en un acto de reverencia sobre el suelo esperando su sentencia, expiar sus culpas.
Lo justo hubiera sido acabar con él, sin embargo, por más que lo deseara jamás podría ejecutar tal cosa, así que ser juzgado y apresado sería su destino.
—De pie —espeté tomando una decisión clara acerca de nosotros.
Mi espada le rosó parte del pecho en un golpe simple y veloz para que se reincorporara y dejara de contemplar como es que acabé con aquellos hombres al mismo tiempo que sabía que yo ya no era la joven que él conoció un día.
Tras adentrarnos al cuarto de mi padre, un sentimiento insulso llenó mi alma, pues la última vez que entré fue para ver a mi padre muerto y ahora, lo hacía con la esperanza de huir alado del hombre que ayudó a quitarle a la única mujer que el rey amó en toda su vida: mi madre, la reina Carina.
Cruzamos el túnel con inmediatez. En silencio y de nuevo juntos. Siempre terminábamos juntos. No importaba como, pero sucedía. Éramos un mal necesario. Un par de jóvenes que solo buscaron amor y encontraron dolor a cambio.
—¿Te duele? —preguntó Rolan como si eso pudiera despejarnos de la realidad, del pasado y la furia.
—¿Qué?
—Lo de tu pierna —afirmó mientras observaba como rengueaba.
—Algo. Ya sanará —no era mi deseo entablar plática con él.
Aunque conseguí examinarlo, mientras rememoraba que todo lo que me contó había sido nada más que una verdad retorcida. Una mentira como siempre, al fin y al cabo.
Y así el silencio se volvió largo y perpetuo.
—Lo siento tanto —susurró bajando la marcha al paso.
—Este no es el momento ni el lugar para hacer esto Rolan —agregué arrastrándolo a la salida. En verdad no quería escuchar una disculpa de su boca.
—Maté a la familia de la mujer que amo ¿Eso en que me convierte?
—No lo sé. —resoplé—. Probablemente en la misma persona que yo por seguir queriendo salvar al hombre que acabó con ella —las palabras dolieron, pero eran las correctas, justas y certeras.
Son y siempre serán la verdad.
El pasadizo nos llevó a las afueras del palacio por el pequeño bosque del noroeste. Estábamos tan cerca de escapar cuando otro retumbe del suelo se presentó removiendo polvo de la estructura. Lo haríamos por la alcantarilla. Huiríamos como todas esas veces cuando partíamos a Xelu.
"Qué ironía"
Me recalque en decirlo con una sonrisa de insuficiencia.
Tras salir por completo nos percatamos que el sol ya había alumbrado todo el sitio, aunque los rayos aún se renegaban a salir de todo. Fue entonces que visualicé un jet sobrevolar nuestras cabezas.
Al bajar la vista, unas decenas de soldados de la guardia negra se movieron en la puerta norte. A diferencia de los que deambulaban por el palacio, estos no yacían del lado de los rebeldes sino del nuestro, puesto que los visualicé muy a lo lejos combatiendo con rebeldes.
El palacio sería tomado de vuelta por fuertes y junto con él, todos los rebeldes incluidos a ese maldito par llamados Ichigo y Diego serían apresados. Sin embargo, del otro extremo, existían tanto fuertes como seguidores resguardando la huida de sus líderes bloqueando la ruta dónde permanecía nuestra salvación, mientras las explosiones comenzaron a rodear el frente del palacio.
—Están demasiado lejos —susurré ocultándonos entre los establos y jardín—. Necesitamos una distracción.
Tan pronto terminé de decir eso, mis ojos visualizaron en la lejanía a Diego. Murmuré su nombre con tanto desprecio que logré desenfocarme, tomando el revólver de mi cadera y le apunté. Podía matarlo. Despuésde todo, él era el hombre al cual temer. Sería sencillo. Lo único que debía hacer era...
De pronto, soy despertada a la realidad una vez que Rolan tomó la muñeca en dónde yacía mi arma apuntando. Sentí nervios, recorriéndome las venas.
¿Me traicionaría de nuevo? ¿Le volví a creer y me entregará? Todo eso y más rodeo mi mente al igual que me preparaba para sacar mi espada por si debía herirle, sin embargo, las cosas fueron muy distintas a la esperada, pues la mano de Rolan se destinó a mi rostro y acunando mi mejilla, me llevó a él ofreciéndome un beso.
Uno que calmó al igual que ardió en misma proporción. Ni siquiera me otorgó el tiempo de reaccionar hasta que sus labios se distanciaron de los míos en cuestión de segundos.
—Siempre intenté protegerte de todo y todos, menos de la persona que realmente te lastimaba... yo —su mano se movió al bolsillo de su pantalón revelando el anillo que me obsequió un día. Siempre estuvo con él—. Mi mente ya está envenenada, pero la tuya es intocable. Te daré el tiempo que necesitas.
Antes de reaccionar o decirle algo continuó diciendo:
—Fue lindo amarte, Ofi —me contempló de nuevo como aquel muchacho que conocí a mis 8 ciclos—. Mi linda y bondadosa, Ofi.
—¡Rolan, no! —supliqué, pero ya estaba lejos.
Sentí mis ojos cristalizarse, aunque ya se encontraba a distancia mía controlando a los que pudo, haciendo llamar la atención de los hombres que me bloqueaban el paso para ir con los soldados fuertes y entonces, correr tanto como mi herida me lo permitió. Iría por ayuda para que le salvaran. Al fin y al cabo, ya no quería que más personas se sacrificaran en mi nombre.
Al dar un giro por la esquina del palacio me topé con alguien en una colisión brutal, tomó de mis hombros para que no cayera, aunque mi mano por instinto empuñó la espada lista para atacar, pero pronto mi brazo descendió tras percatarse de la presencia surgida.
—¿Alaric?
—Hola prima —contestó sin sorpresa alguna, pues esperaba encontrarme ahí.
De la nada, el alivio al igual que el cansancio me invadió. Mis piernas temblaron y exhausta, me arrodillé cayendo a sus brazos.
—¡Están escapando! —grité desesperada tomándolo de su ropa. Él me reincorporó poniéndome en disposición de un guardia, mientras ordenaba a sus hombres que era hora de retirarse.
¿Era todo? Me dije aún no creyendo el haber sobrevivido, aunque ¿A qué precio? Todos los que me ayudaron estaban muertos.
No conseguí pensar más en ello, siendo que otra explosión cesó fuertemente muy cercana a ambos, detonada desde el interior del palacio, pues las tuberías de gas de las cocinas explotaron, causando el retroceso de todos incluyéndonos.
"Será una trampa"
Recordé a Vitoreto, siendo que eso era justo lo que necesitaban los rebeldes para escapar.
Intenté advertirlo, pero mi voz apenas podía ser escuchada entre el desastre emitido frente y detrás de mis ojos. Además, Alaric me empujaba con velocidad para alejarnos del ataque destinándome hasta la puerta que daba paso a La Capital de poblado fuerte.
Pude haberle abrazado y agradecido hasta que se asteara de ello, pero fuimos criados como fuertes y como tal, inexpresivos. Así que solo me dejé guiar lo suficiente hasta que de forma inesperada, mis ojos le vieron.
Damián
Bastó, tan solo un instante para reconocer al hombre que los primeros rayos solares resplandecían sobre su rostro. Mis ojos al igual que mis pasos, se fijaron en él de tal modo que olvidé a mi primo. Él cuál no quiso soltarme insistiendo que debíamos irnos, así que inconscientemente le ordené que me dejara partir.
Zancada sobre zancada fui directo hacía el caos y Damián a quién observaba pelear. Tan ecuánime y enfocado como siempre. Solo él, su espada y su objetivo. Mi corazón se estrepitó en latidos acelerados mediante la distancia se aminoraba porque si él estaba ahí. Si estaba vivo, entonces mi hermano también lo estaba, sin embargo, al llegar a unos cuantos pares de metros de distancia, mi alegría se desplazó en un pestañar debido a que (cual neblina en la mañana se tratara) una cortina de humo blanco cubrió todo mi panorama.
Fue entonces cuando un soldado fuerte de cabellera rubia se postró frente a mí para tomar mi brazo e incrustar una aguja dentro de ella.
Fue tan momentáneo que lo único que conseguí ejecutar fue mirar de manera insólita aquel acto, al tiempo todo comenzó a darme vueltas, borrándose todo a mi alrededor, terminando por caer en los brazos de aquel fuerte a nada de quedar inconsciente preguntándome... ¿Por qué?
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