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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟩

Creí que esto se acababa regresando en sí a Benjamín, pero erré, pues la escena que se postra frente a mí me descuadra. Muertos. Militares, políticos y gobernadores con sus familias yacen muertos. Intento buscar a mi abuela y tía Gladiola en la periferia, pero no las vislumbro, sin embargo, el sonido de pasos y gritos me despiertan dentro del corredor para volver al presente.

—¡Alaric! —grito su nombre tras saberlo vivo después de la masacre que mis ojos vislumbraron reconociendo a Borja y Ugalde a quienes reconocí en la primera fila.

Avanza con precariedad, junto con un largo revólver en mano, del cual me sorprende sea tan habilidoso. Detrás de él, noto a guardias. Su escolta personal también dispara a quien intenta dañarnos. Lucen como si supieran perfectamente que hacer, y nos introducen a espacios secretos de este lugar. Podemos escuchar pasos de soldados libertanos difrazados de la guardia negra, buscándonos. Saben que no hemos salido del menester porque el exterior esta acordonado.

Sé que Ben fue consciente de todo lo que hizo esta semana, sin embargo, su incapacidad de decisión fue controlada ante obedecer todo lo que Zande sugería. Mi hermano recordaba lo que les hizo a los refugios para poder encontrar y eliminar a los controladores a través del sistema de sangre que detecta tal gen, sin embargo, lo que en estos instantes pienso es que Ben sabe en dónde aposaron a Damián.

—No es seguro esa zona —habla un sargento del comando de Alaric una vez que Ben específica el paradero de los presos.

—¡Iré con o sin su apoyo! —no otorgo opción.

No tenemos tiempo de cuestionamientos, por lo que Eren y unos cuantos pares de soldados fuertes leales a mi primo, junto con Fergin, me acompañan. Realmente la dirección en la que nos dirigimos, no yace muy distante de donde Benjamín y el resto se marcha para la protección de su monarca. Él sabe que no puede protestar al hecho de dejarme ir sin él, no con una controla mentes a lado mío. No tiene opción. Nunca le ha provocado temor mi habilidad, pero en ocasiones me pregunto que considera que lo posea alguien quien no sea su hermana.

Cruzamos los pasillos con sigilo, descendiendo por las escaleras para eliminar la probabilidad de ser encontrados hasta que llegamos a las salas donde Ben señaló haber dejado a Damián y la familia Robles, junto con Agustín. Son cerca de 8 salas las posibles, así que nos dividimos.

No tardan en interceptarnos un grupo de soldados de Libertad, aunque son persuadidos de nuestro lado fácilmente gracias a Fergin. Reviso el cilindro de escander y hago conteo: un dardo de veneno, una daga hurtada y cinco balas dentro de un arma.

Nada, las salas están vacías y el temor comienza arremolinarse dentro de mi ser, pues encontramos casquillos que cedieron en este lugar.

—Ella está aquí —grita Fergin—. La siento.

—¿Quién? —protesto, alcanzando su paso.

—¡Mi hermana! —responde y entonces entiendo del porqué su ayuda.

Los pasos de Fergin nos llevan a encontrar la escena de una lucha activa en el que se muestra a soldados con uniformes victorianos. Fergin controla a cuanto soldado nota para que tiren sus armas, pero son demasiados para ella.

Es justo en ese momento que mis ojos capturan a Agustín, quien yace en la refriega de una pelea distante, y pesé que se encuentra fragelado por los días de enclaustro, lucha por su vida, protegiendo a Ana y a sus hermanos pequeños. Veo a Mateo, el hermano mayor de Ana en la batalla por igual, aunque sus heridas son visibles. Aquello implica que piense en Riben y el resto con los que vine, sin embargo, no los veo.

Si tan solo regresara mi habilidad podría acabar con cinco soldados en un solo chasqueo de dedos, pero no lo poseo. No del todo, por lo que debo pelear a la antigua, intercambiando mi mente por un arma, sin embargo, no soy lo suficiente veloz, pues un soldado libertano en el suelo me toma del pie, tirándome a su lado.

Su cuerpo se arrastra sobre el mío asfixiándome. Deja caer todo su peso sobre el mío, mientras mis ojos comienzan a observarlo borroso. De pronto su arma apunta a su cabeza y tira del gatillo acabando con su propia vida.

—¿Está bien, Alteza? —pregunta Fergin, ofreciéndome su mano para reincorporándome y comprender lo sucedido

La tomo con agradecimiento, sabiendo que me salvó la vida, así como que acabó con otra para hacerlo. Apenas nos conocemos, siendo que ella huyó con su hermana tiempo atrás, pero eso no impide que nos unamos a la causa.

—Llámame Ofelia —resuena mi voz jadeante, tratando de recobrar el aliento por la sofocación pasada—. Llámame...

—¡Ofelia! —grita Marino, que al fin consigo visualizar en la escena y me lanza una daga larga de los soldados caídos.

La tomo veloz sobre el aire y regreso a mis clases de entrenamiento. La lanzo en perfecto al pecho de uno de los soldados en cuanto tomo otra y replico. No hay respiro ni pensamiento en el dolor excepto moverme para mantenerme y mantener al resto con vida.

—Debe enseñarme a hacer eso algún día —espeta Fergin.

La observo usar su control en un soldado para que ofrezca media vuelta y nos proteja. Le lanzo una mirada y ambas sonreímos ante un mensaje que dice que ambas planeamos dar lo mejor con esta nueva versión de nosotras.

Fergin retira su atención de mí tras escuchar su nombre pronunciar y revelar que la portadora de la voz es igual que mirarse a un espejo. Piel aceitunada, cabello largo y castaño oscuro como sus alargados ojos, nariz afilada y delgados labios. Gemelas. Fergin y Cáterin son gemelas.

Vanss jamás mencionó que ellas lo fueran, al igual que tampoco lo hizo Fergin cuando la conocí. Soy testigo de como Cáterin es herida en el hombro por una bala.

—Ya estaríamos muertos, sino fuera por él -le escucho espetar a Cáterin una vez que nos acercamos a ella. Lleva consigo algunos de los niños y adolescentes que se hospedaban en la casa gobernadora de Teya. Todos ellos eran lectores de mentes como Dalia, y supongo que por eso estaban aquí.

La silueta que Cáterin señala, se mueve todavía en batalla en la siguiente cámara del corredor. Me destino a él, y sin remordimiento alguno, uso mi último dardo de veneno en ese soldado libertano para seguido de ello, recibir mis últimas balas directo a su pecho, y verlo caer para seguidonde ello, vislumbrar a ese fuerte que sentí ciclos no ver.

—Es una costumbre suya dejar que siempre le salve, señor Damián —mi mano se extiende hasta él, quien se mira exhausto con una mejilla amoratada, el labio partido y una herida de bala en su muslo derecho.

—Síempre, Tamos. Siempre —se aferra a decir, así como su mano lo hace con la mía, aceptándola.

En cuanto se reincorpora no puedo evitarlo. Me deshago de aquel orgullo que me ha mantenido alejada tanto tiempo de él, y le rodeo el torso con el abrazo más fuerte que puedo proporcionarle. Con sorpresa, Damián demora un segundo en replicar el gesto con sus brazos y ofrecerme calidez mientras cierro los ojos, escuchando los feroces latidos de su corazón acelerado.

—Yo también te extrañé —susurra en mi oído y por un momento, olvido todo excepto tener a Damián entre mis brazos hasta que el retumbe de un jet resonando en la plaza del menester, nos despierta. Me alejo de él con un poco de rubor sobre mis mejillas, aunque eso no aminora mi felicidad de verlo a salvo.

—Tu hermano...

—Ha vuelto —acallo su pregunta con mi mano en su pecho—, pero no es solo por él por quien he venido hoy.

Basta de una mirada para que comprenda que no deseo explicaciones sino a él, solo a él.

—Debemos retirar...

Eren no termina la frase, pues una granada rueda por la gran sala, emitiendo de ella, una gran voluta de humo intoxicante que nos separa a Damián y a mí del resto. El aire comienza a provocar que nuestras gargantas y ojos ardan, por lo que debemos retroceder. Eren grita mi nombre para ver si me encuentro a salvo o si debe ir por mí.

—Encontraremos una salida. Salvaguarda a todos, Eren —el niega—. ¡Maldita sea, Eren. Es una orden! —grito ante lo dificultoso que se vuelve respirar, así como voces de guardias nos alcanzan en ambos lados, y no le resta más que obedecer.

—Espera —Damián me detiene en una columna—. Me parece que esto es tuyo.

Es entonces que de su funda, emerge mi apreciada y letal espada de diamante. La había dejado en la casa gobernadora, siendo que no podía llevarla a la prisión, puesto que se había vuelto un accesorio reconocible mío.

—Sé que la extrañaste.

Acaricio el filo con nostalgia "No tanto como a ti" pienso.

—Vamos Dam, es hora de irnos —digo, colocando su brazo sobre mi hombro mientras en la otra, enfundo mi espada, aunque realmente no sirvo mucho de apoyo, considerando que soy una fuerte carente de ella.

—¿Cómo me llamaste? —espeta después de recargar su peso en mí, en un tono burlón a pesar de que el caos nos rodea.

—Oh cállese, General —resoplo al son de una creciente sonrisa en mi rostro que es acortada cuando soldados acelerados pasan cerca y debemos acuclillarnos para no ser descubiertos.

Estamos tan cerca de las escaleras que nos llevará a la planta baja para una futura salida, que me es inevitable volver hacer cuentas de nuevo: cero balas, cero dagas, cero dardos con veneno y una habilidad pérdida.

Cierro los ojos, me concentro y hago un esfuerzo, sabiendo que solo tenemos una oportunidad para que regrese.

—¿Qué estás haciendo? —mi mano se levanta para que guarde silencio y pueda concentrarme un poco más, sin embargo, tras abrirlos, le veo observarme, tratando de adivinar qué rayos es lo que hago.

—Debí morir —le confieso—. El virus que contraje debió matarme, pero no lo hizo, y me dio a cambio esta habilidad que siempre creíste que existía ya en mí.

Sus ojos no muestran sorpresa ante lo que espeto. Es más, me mira como si estuviera orgulloso por decírselo.

—Rolan —pronuncio su nombre con tartamudeo—. La habilidad que creíste que poseía los meses anteriores era de él. Yo protegía su vida y él me ofrecía su don a cambio —confieso. Muerdo mi labio. esperando su reacción.

—Lo sé. Ben me lo ha hecho saber. No de una forma muy amable he de destacar, pero... ¿por qué me lo dices ahora, Tamos? —exclama para mi sorpresa.

—No lo sé, es que ya no quiero mentirte, y si morimos hoy quisiera...

—¡No! —exige su voz para que calle —. Nadie morirá hoy ¿de acuerdo? No aquí, no tú —me asegura con sus manos en mi rostro, contagiándome de su esperanza. Deseo decirle todo aquello que pensé el día anterior, pero me lo guardo, pues unas botas de soldados comienzan a escucharse, revelando a tres soldados.

—Salta cuando te lo diga —le ordeno guiñándole un ojo, y sin darle un segundo de respuesta o refute, me decido por salir del cimiento

—Hola —exclamo con cortesía mientras me encaro de frente con los soldados que elevan sus armas tras notarme, aunque no disparan. No van a herirme, pues me quieren viva.

Uno de ellos porta otra especie de arma en miniatura con recubierta blanca. Era aquella que causaba electricidad. Mi mirada se fija en el sujeto, que cae por un leve espasmo. Me sorprendo que funcione pese que los cinco días todavía no hayan transcurrido del todo. El ritmo que ha llevado este día ha hecho que comience a volver para defenderme.

—¡Ahora! —grito, yendo hacia atrás y Damián hace lo que señalé.

Brinca del muro donde nos refugiábamos y embiste a uno de ellos, haciendo colisionar la cabeza del soldado en la pared. Empuño mi espada y con ella noqueo al soldado que ligeramente controlé mientras Damián golpea al tercero.

Mi habilidad por ahora no puede controlar a nadie, por lo que ejecuto lo aprendido. Regreso a mis entrenamientos y veo a Damián luchar como en aquellos viejos tiempos en los que me enseñaba a dar todo de mí. Ambos nos entregamos a una sola cosa.

Sobrevivir.

—Tenias razón —le digo estando ambos aún peleando—. Eres la persona a la que más le he mentido.

Dirige una mirada que refleja un "Dime algo nuevo" en el instante que noquea finalmente a su contrincante.

—Pero al mismo tiempo eres el único que sabe mis más ocultos secretos —continúo, recordando que sabe de mi memoria impecablemente perfecta y de mi don de sanar a las personas—. ¿Acaso se puede confiar y desconfiar al mismo tiempo de alguien?

Mi cuestionamiento es retórico, y para ese instante ya nos encontramos libres de nuestros perseguidores.

—Bueno, has venido por mi ¿qué crees que eso signifique? —sonríe, usando su bota para noquear al primer soldado que embistió y comenzaba a despertar—. No fue tan difícil -se regodea, pesé que cojea de una manera más pronunciada por la herida en su muslo. Si mi habilidad fuera buena lo sanaría en este momento.

—Habla por ti —resoplo con un tinte de cansancio debido al esfuerzo que ejercí en el soldado, forzando mi momentánea habilidad, que así como llegó, se fue.

De pronto, un mareo me persigue y Damián debe ayudarme a mantener el equilibrio.

—¿Recuerdas cuando dijiste que solo querías que encontrara la felicidad?

—Lo hago.

—Pues la tengo frente a mis ojos justo ahora —confieso hundiéndome en esa sonrisa de la que Faustino me habló. Toma mi mejilla y me mira con ese par de incandescentes ojos rojos.

—¿Me eliges? —pregunta.

—Te elijo —respondo.

Es evidente que sus labios en los míos son una de las cosas más irresistibles que encuentro de él, sin embargo, cuando estos van a mi frente y me tocan, me hace sentir que lo que hay entre los dos es más que solo deseo o pasión. Y no sé si esto dure mucho o poco o si sea real siquiera, pero irresistiblemente quiero averiguarlo.

Es entonces que el radio de uno de los soldados anuncia que hay personas huyendo en la plaza del menester. Mi corazón se estremece al saber que ahí está nuestra oportunidad de escape.

—¿Vamos? —me dice Damián estirando su mano.

Sin pensarlo, me uno a él.

Estamos tan cerca de la salida. Basta de solo descender de las escaleras de servicio para conseguirlo. El sol de un muy pasado medio día nos ciega, aunque aún con eso, podemos vislumbrar el jet. No es grande, pero es suficiente.

—¡Ahí está! —grita Damián, señalando la aeronave, qué resuena con la escotilla abierta.

Damián tira de mí, aferrando su instinto de protegerme. Siempre lo hace. Me incita a correr los veinte metros que aproximadamente nos hacen falta recorrer para llegar al jet militar que Alaric prometió que nos salvaría.

De pronto, otro jet en los cielos se prepara para aterrizar. Proviene del gobierno de Teya por las franjas verdes en los bordes que se observan. La confusión pronto me invade por no saber cual debemos abordar, así como en donde yace mi hermano.

Solo voy un paso detrás de Damián, pese que su pierna se encuentre herida. Imprime toda su esencia para salvarnos, sin embargo, algo cambia a mi alrededor. El tiempo parece ralentizarse, el sonido me aturde, mi vista se dispersa y mis pensamientos se bloquean.

—Espera —me oigo decir en un murmuro inaudible mientras desacelero.

Nuestras manos se separan y me detengo en seco.

—¿Tamos? —le veo mover los labios a Damián mientras coloca sus manos sobre mis hombros, aunque no consigo escucharlo.

—No me siento bien —le contesto probablemente gritando, siendo que no soy capaz de escuchar mi propia voz. Pestañeo una y otra vez sin comprender lo que me sucede—. Algo no va bien. Yo...

Dolor. Tan pronto como hablo, un agudo dolor en la cabeza florece. Es tan intenso que me manda al suelo de rodillas con prontas náuseas. Punza atravesando cada neurona de mi cerebro. Me inhabilita por completo, ahogándome en un resonante grito que me mata.

Debe ser extraño, pero no soy ajena a ésta sensación, pues cuando Rolan quiso gobernar mi mente causó el mismo efecto, aunque esta es más intrusiva y meticulosa. Mucho más intensa.

Damián intenta saber lo que me sucede, pero continúo sin poder escuchar una palabra suya. Me sigue al suelo y coloca sus manos en mi rostro, sin embargo, mi absoluta atención se encuentra ya en contemplar a cinco siluetas que emergen de la aeronave en la que debíamos huir. Cinco mentes que intentan acceder y contenerme al mismo tiempo.

—¡Huye, Dam! —le ordeno a Damián, pero ya es tarde.

Y es qué, al igual que aquella vez, pierdo un instante de mi vida. Demasiado grande me atrevo a decir, pues cuando mi vista se eleva, la visión que tengo frente a mis ojos se vuelve tan aterradora como repetitiva.

DIEGO

No sé como llegó hasta aquí, pero yace frente a mí, libre y con un ejército capaz de detenerme.

—Esto se está volviendo aburrido entre tú y yo ¿no lo crees?

Mi primer instinto me suplica que le clave mi espada en su corazón, sin embargo, todo cesa tan pronto como mis ojos contemplan qué quien la posee ahora es Damián, quien la enfunde en mi dirección, aunque su mirada se muestra suplicante por aquel acto.

Esta siendo controlado, me doy cuenta, por lo que furiosa intento reincorporarme, desafortunadamente otro colapso en mi mente cede, captando a dos hombres y dos mujeres rodeándome en un semicírculo, pesé que más bien se trata de cuatro jóvenes, qué sin duda podrían tener mi edad, y aunque se muestran fragelados por controlarme como el resto que lo ha intentado, no se detienen. Presionan llevándonos al borde.

—Tú... —refuto con voz entrecortada, viéndole complacido de tener el control de nuevo.

Su oscuro y suelto cabello se remueve ante el viento sometido por las hélices del jet a su espalda. Luce como un caballero, pesé que para mí sea mi ejecutor personal.

—Aún no comprendo porque tantos se aferran por preservar tu vida. Yo te miro bastante ordinaria —explaya Diego, quien me observa con desprecio—. Supongo que en lo que respecta a él y a Llanos, debes complacerlos de muchas formas o me equivoco, ojos rojos.

Un revolver de cubierta blanca en sus manos hace acariciar el rostro de Damián, qué luce petrificado por el encanto de Diego sobre él. La mirada de Marven anuncia que se encuentra consciente. Luce desesperado por no poder moverse o hablar, de la misma forma que lo es apuntarme con la espada que alguna vez él mismo me obsequió.

—¡Detente! —jadeo—. Esto es solo entre tú y yo.

—Justo porque esto es entre tú y yo es que él está aquí.

Un quejido punzante procede de mi boca con mis manos en la cabeza. Es demasiada presión. No pueden entrar a mi mente, pero tampoco yo puedo entrar a la suya ni mucho menos controlarla.

—Pero mira todo lo que has causado, Ofelia ¿es que siempre debes terminar por destruir cada sitio que pisas? —ambos observamos el menester colapsado por segunda vez en el mismo ciclo.

Su mano se mueve para que los controla mentes aminoren la presión por un segundo, sin embargo, tan pronto como sucede, su mano toma mi cuello, aprisionándolo con vigor. Mis manos van a las suyas, rasguñándolo para de alguna forma, quitar aquel amarre, pero me es imposible.

—Debiste matarme cuando tuviste la oportunidad en la prisión, en Isidro, en tu palacio y en Hidal ¡Wow! vaya que tenemos nuestra historia —no puedo hablar, sin embargo, consigo escupirle, provocando que me suelte y me otorgue una bofetada tan fuerte, que me hace girar y escupir sangre, siendo que me percato que posee un anillo en su dedo que colisionó con mi labio.

Me detengo en contemplar aquel accesorio. Es idéntico al que portaba el primer ministro Zande. Aquel libertano trabajaba con o para él. Fue Diego quien debió darle a Zande aquellos controladores para protegerle y hacerle llegar hasta mi hermano y dominar su mente.

—Eso fue por hacerme pasar de nuevo dentro de una jaula —explaya con repudio mientras gira hacia Damián para hacerle daño.

Tiempo. Necesito tiempo para distraerle y recobrar mi habilidad. Suplico a mi mente por una pequeña chispa que nos haga salvarnos.

—Oh Lebrón —pronuncio su verdadero nombre—. Él pobre niño torturado por reyes. Un nombre es como una marca en la piel ¿lo recuerdas? y no importa cuánto tiempo pase, siempre permanecerá ahí -repito palabras que me dijo un par de meses atrás—. A donde te lleva el tuyo, preso RAM-12.

Sé que di en el blanco en cuanto observo como sus negros ojos se encienden en lo que supongo no son memorias nada buenas. Su mano se eleva para que los cuatro controla mentes continúen en proporcionarme dolor.

—¿Qué? —su mirada se encuentra con la de Damián—. ¿Quieres golpearme por tocar a tu princesita de ojos brillantes? —una sonrisa emerge de Diego, envuelta en un carcajada monstruosa, regresando a mí—. Prometí llevarte con vida, pero lo cierto es qué, no pienso cumplirlo. Te dije que esto era personal, y ya he destruido demasiado de tu perfecta vida como para decidirme a no llevarlo hasta al final. Estoy seguro de que me perdonará. Después de todo, no eres la única forma de tomar esta inmunda nación.

Su rostro enloquecido y sediento en poder me observa, al tiempo qué sudor perla por su frente debido a los rayos de un muy pasado meridiano que nos inunda el rostro. Esta dañado, roto y sediento de venganza. Me desprecia a un grado que no comprendo, pues pesé que mi abuelo fue quien le dañó, es a mí por quien se aferra tanto en destruir. Debería ser yo quien postre mi rabia en los ojos y no este hombre que me ha arrebatado tanto.

—Lo he dejado consiente para ti con dos únicas elecciones por tomar —comenta el libertano con aquel rostro que anuncia que es hora de jugar—. Y es que aún no me decido. Estoy entre que observes como este fuerte roba tu último aliento para unirse a mi servicio, considerando que sus familiares fueron muy eficientes, o me complazco simplemente en ver cómo eres testigo de su propia muerte para que con tu último aliento de rabia, supliques por arrebatarte la tuya y yo generosamente, te la ofrezca. En realidad no importa cual elijas, en las dos tú mueres, pero él... él todavía tiene opción.

De pronto, miro a Damián a los ojos. Es lo único que veo ahora. Contempla lo que elegiré. Basta con mirarnos para saberlo, pues expresamos con la mirada más de lo que podríamos explicarno con palabras.

—La pregunta que lo salvará aquí es ¿lo amas? —la cuestión de Diego me trae de vuelta a la realidad y le miro.

—¡Púdrete maldito bastardo! —vocifero con odio.

No diré que amo a Damián. No si eso lo condena. No de esta manera. Es por eso que me reincorporo con toda la voluntad que poseo, y me direcciono hacia él, forzando a mi mente para controlarle, aunque solo consigo ofrecerle un espasmo lo suficiente para quitar de su mano el revólver y usarla contra él, sin embargo, es el brazo de Damián el que me detiene.

Debe proteger a quien lo controla y tira de mí con pesar en su mirada por hacerne caer al suelo en un acto y apuntar el filo de mi espada en mi rostro. Es en ese momento qué el radio del libertano suena, la voz exclama que deben marcharse, pues pronto los soldados llegarán, así como que existe gente en la refriega contra ellos que intentan huir en otro jet. Pienso de inmediato en mi hermano, los desertores y mi primo, pero él no piensa irse, no sin acabar conmigo antes.

—Bueno, me parece que ya has repondido mi pregunta, y sé que va a doler —prosigue dirigiéndose a Damián. Me intento levantar, pero soy embestida por dos de los jóvenes controladores, qué me toman de los brazos—. ¿Algo que quieras decirle antes de que perezca?

—¡Mátame a mí! —me muevo bruscamente para detenerlo, pero los dos hombres controladores me sostienen con más ferocidad que nunca para que pueda ser testigo de la muerte de Damián—. ¡A mí!

—¡Mírame, Tamos! —grita Damián con serenidad.

Escuchar su voz provoca que deje de luchar, y me rinda a los brazos que me sujetan para observar como empuña mi espada en sus manos. Sus vibrantes ojos rojos se unen a mi azul mirada en un solitario momento. Jamás le vi llorar en todo este tiempo, pero una lágrima recorre su mejilla y eso me destroza todavía más.

—Te amo —me asegura con esa sonrisa puesta en los labios que suele dedicarme tan solo a mí—. Real, honesta e intensamente, te amo.

Y de la nada, clava mi espada en su pecho.

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