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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟤

—Aléjate de ella —ordena una voz que reconozco de inmediato como la de Rolan, pese que una careta y uniforme de libertano lo cubra.

No tiene sentido, pero sé que es él, porque Benjamín retrocede en cuanto le escucha, pues Ron le ha encantado para hacerlo y brindarle la oportunidad de arrancar la aguja de su brazo que recibió por mí.

—¡Atacan al rey! El controlamentes matará al rey —se escucha dentro de mi periferia.

—¡Levántate! —vocifera Ron con sus manos entre mi torso para ayudar a ponerme en pie—. Vuelva Majestad —ordena, quitándose la mascareta, aunque Benjamín solo sacude la cabeza mientras saca de su funda su ornamentada espada, apuntando directo a su atacante.

—Te atreviste a poner los ojos en mi hermana —le reclama—. Ninguno de ustedes dos me controlará ¡Nunca más! —embiste su filo para los dos, pero falla, pues otro guardia vestido de libertano le lanza un dardo eléctrico (iguales a los que los hombres de Jerar portaban) que se incrusta en su hombro, desviando el movimiento que nos lastimaría.

Mi hermano gruñe en rabia, tras ser interrumpido al tiempo que remueve los dos dardos, mientras mi amigo y cómplice de infancia, me lleva entre el pasillo con mi brazo entre su cuello y hombro.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué los libertanos están ayudando en lugar de capturarme?

Mis pasos se vuelven más pesados con cada zancada sin comprender quien es el bueno y quien no lo es. No es hasta que observo el rostro de Marino con la misma vestimenta que Rolan que comprendo que se encuentran rescatándome.

—¡Se la llevan! —ruge mi hermano de una forma desesperada, como si su vida dependiera de traerme de regreso.

Cada segundo que transcurre mi conciencia se dispersa a mí alrededor, por lo que me dejo llevar por Ron sin poder protestar. El resto se queda atrás, protegiendo la salida. Escucho la voz de Riben muy por detrás. El debió haber sido el lanzador del dardo eléctrico.

Al girar por el pasillo, vislumbro soldados libertanos dispuesto a herirnos, dejando en claro que no son desertores infiltrados. Rolan ordena que se detengan, pero no lo hacen y por lo tanto, debe soltarme para combatir. Me tambaleo y caigo por igual.

Mi cuerpo se siente pesado y respiro con fuerza, mientras contemplo qué, pese que Rolan podía verse físicamente imponente, no lo es. No luchando con fuertes.

Apenas detiene a uno con aquella arma robada de los libertanos, haciéndolo caer a un costado mío, pero el otro soldado le alcanza y con un solo desliz, su cuerpo colisiona con la pared del pasillo, provocándole que que jadeé de dolor.

No es hasta ese punto que reacciono, y tomo la daga del soldado caído anteriormente por Rolan seguido de sacar otro veneno de escander de mi cinturilla y con toda la fuerza que me resta, se la clavo en el muslo al libertano, captando su atención, al tiempo que destino el filo entre su clavícula y cuello. Lo aferro con ambas manos empujando con la mayor fuerza que consigo ofrecer y me alejo tan pronto como puedo trastabillando.

—Si la sacas te desangraras —le advierto.

Por obviedad, no me hace caso y tan pronto como lo ejecuta, la sangre comienza a brotarle en borbotones del cuello.

Pueda que no este bien decirlo, pero pelear a la antigua me hace viajar a los viejos tiempo de entrenamiento. Esa adrenalina y jadeo que ofrece un enfrentamiento de este tipo, aunque caigo de nuevo con la mirada dando giros.

—Vamos Ofi, levántate —su voz es pausada—. Ya estamos tan cerca y yo… yo tampoco resistiré por mucho tiempo.

Sus brazos pueden ser fuertes, pero se tambalea con cada paso que damos, resistiendo cada vez menos mi peso cedido sobre él, pues lo que fuera que me dio mi hermano, afecta a Ron con mucha más rapidez que a mí.

El sol irradia la salida de la tarde transcurrida, sin embargo, detonaciones nos siguen cerca, así como los chicos desertores que nos alcanzan mientras lanzan perlas de humo toxico. Estamos a punto de caer en la zona sur de la prisión que es a donde hemos llegado cuando entonces, la sombra de un cuerpo nos cubre de la luz del meridiano.

La mano de éste me sujeta del brazo con la fuerza suficiente para no dejarme caer y me coloca entre sus brazos con suma facilidad.

—Damián —susurro su nombre con mis ojos posados en su estoico rostro.

De alguna forma, me siento a salvo entre sus brazos. Me ha mentido, pero yo también lo he hecho. El rugir de un motor se escucha cerca. El mismo que Damián observa con ferocidad. Me recargo en su pecho, pudiendo escuchar sus rápidos latidos tirando de él.

—Lo lamento —exclamo, pero Marven me acalla con un sonido para que no gaste más energía—. Tenias razón. Lo único que sé es hacer daño.

—Tú me curaste. Has salvado la vida de muchos. Eres una buena persona, Tamos. Solo te falta dar un salto de fe hacía ti —exclama lo suficientemente alto para que pueda escucharlo sobre el ruido del motor del jet antes de entregarme a los brazos de Faustino, a la vez que vislumbro al corpulento Riben cargar en los hombros a Rolan con la misma dirección en la que yazco antes de ceder mis ojos a una inevitable somnolencia con la imperturbable imagen de mi hermano traicionándome.

Y no es hasta que una mano acaricia mi cabello con suavidad que despierto. No con rapidez ni violencia, sino más bien lento y mesurado. Mi cabeza apenas y se mueve en un acto casi imperceptible que me revela que son las piernas de Faustino en dónde reposo.

Pronto, me percato que esto ya no es un jet sino un móvil. Faustino finalmente nota que lo miro con atención y retira su mano acariciando mi cabello con avidez. Por un par de bastos segundos le contemplo, y me percato por primera vez algo en su mirada que siempre estuvo ahí y que jamás vi.

Los rayos del sol tardios en su rostro muestran pequeños puntos rojos en la parte inferior de su ojo derecho e izquierdo. Se amotinan dentro de sus globos oculares, atrayendo a mí, aquella conversación de hace meses con Gerardo acerca de que salvaba a los hijos de gente como nosotros, pero que nunca imaginé que Faustino descienda de familia de fuertes. Supongo que tiene sentido ahora que su cuerpo tienda a resistir ciertos ataques o heridas prominentes.

Sé de su propia voz que Gerardo comenzó a salvar jóvenes con ese tipo de gen, así que por eso le rescató de la esclavitud de los campos de Pixon. Del mismo modo, comprendo que el hecho que sus padres murieran, no fue un evento desafortunado, sino que fue Dafniel. Mi abuelo mandó a matar a sus padres.

La culpa me invade y aunque no sea mía, se siente como tal, porque mi querido amigo ayuda a mantener con vida a la nieta de la persona que le arrebató todo.

—Yo… me encomendaron cuidarte hasta que despertaras. Tu cuello se ladeaba si te mantenía sentada por eso te recargue sobre mí —exclama avergonzado, por lo que el ha creído que ha sido un atrevimiento por su parte—. ¿Sabes… quién soy? ¿Lo que pasó?

Lo sabía, si. Mi hermano me traicionó.

—Lo recuerdo, Faus —me otorga una mediana sonrisa tras nombrarlo mientras guardo lo recién descubierto hasta no estar segura de su origen—. ¿D-dónde estamos?

Intercambio las palabras, escuchando el ruidoso motor del móvil con únicamente nosotros dos a bordo en la parte trasera de éste y otros tres al frente del volante dividido por una cortina oscura. El transporte es de un estilo muy militar, puesto que una capucha de techo de lona gruesa nos envuelve y no es posible ver del todo el rumbo al que nos dirigimos.

—Sinceramente, no lo sé —responde y coloco mi mano sobre el cuello con recelo ante lo sucedido. Me siento en definitiva mejor ahora después de lo que me insertaron, pero eso solo puede significar que a pasado valioso tiempo, contemplando que estamos a poco de que la noche caiga.

—¿No sabes en dónde estamos o a dónde vamos?

—Hmm… digamos que Vanss no es de las que cuenta todo el plan.

—¿En dónde esta ella? —cuestiono ante su nombramiento. Me levanto de las bancas laterales del móvil, pero el camino dónde andamos es sinuoso y me ladeo, cayendo de sentón al asiento de nuevo.

—Tranquila, has dormido casi 7 horas no querrás lastimarte o ¿sí? —dice mientras sopeso que esa cosa me hizo perder demasiadas horas. Pregunto si hemos estado viajando esa cantidad de horas y responde que tres en aeronave y el resto por vía terrestre.

Intento calcular con aquellos datos en dónde podríamos situarnos, pero no lo consigo del todo. Hace calor, por lo que deduzco que estamos en el norte. Teya o Marina, no estoy segura. De pronto, el móvil se detiene y la puerta trasera se abre.

—Por aquí, princesa —la voz de un hombre cercano a los 50 ciclos se escucha.

Tras bajar, mi mano se coloca en mi rostro por la luz de un sol ya casi invisible. Visualizo tres móviles más adelante y otro llegando apenas.

—¿Dónde esta Vans? —le pregunto al hombre que me abre la puerta y posee conocimiento de quien soy, pues nombró mi título.

—La comandante se marchó después de arribar con todos ustedes aquí, en Camelia.

—¿Camelia? Estamos en Marina entonces —el hombre afirma.— ¿Exactamente en que parte?

—Tolomen, princesa. Estamos en las costas de Tolomen.

Una parte de mí quiere reír ante la ironía por ello. La guarida en Marina es sin duda de gran tamaño, aunque deteriorada de manera externa. La envergadura roja cubre la estructura, pese que el techo laminado luce oxidado, agujerado y en algunas partes, quemado. Esto pudo ser una fábrica o almacén antes del gran desastre que se situó en la costa hace ciclos por culpa de mi familia.

Tolomen fue un pueblo quieto y pequeño con sustentabilidad exclusiva para sus aledaños, desde antes del evento que lo destruyó todo.

“El pueblo fantasma”

Así lo llama el hombre que parece estar a cargo o me parece al menos de este sitio. Esta costa fue hundida en cenizas de las que nunca pudo volver a levantarse. Probablemente ese sea el motivo por el que los desertores lo eligieron como punto de resguardo. Su nombre parece atraer el recuerdo de su historia y la tragedia que lo envolvió una década atrás, como si este lugar fuera el comienzo de todo.

Como si lo llamara con la mente, observo como del último móvil emerge Rolan. Corro hacia él por instinto y toco su frente, ya que todavía sigue inconsciente, pues lo que me inyectaron a mí, parece provocarle lo mismo.

—¿Qué es lo que le ha pasado? —habla Faustino rascándose la cabeza—. No ha sido herido, pero duerme como si lo estuviera. El amigo de Vanss es muy extraño.

—Rolan no es su amigo, sino el mío —los ojos de Faustino se dirigen a mí y luego a él sin entenderlo, así que resopla. Entonces, veo descender otra silueta del móvil—. ¿Qué hace ella aquí? —mi voz sube de tono y extrañeza, tras ver a Minerva Yutantaguen bajar del mismo móvil.

—Estaba cerca del jet cuando lo tomamos. Nos ayudó con un par de guardias que rondaban dentro y casi nos atacan —explica Riben aproximándose a nosotros—. Pero aun con ello Vanss ordenó vigilarla y esposarla. Lo mismo para uno de nuestros pilotos.

Su cabeza se mueve al hombre que baja y mis ojos con los suyos se encuentran.

—Alteza.

—¡Iriden! —pronuncio acercándome a él, visualizándolo esposado—. Libérenlo —vocifero en orden, aunque nadie me hace caso.

Sé que quizá aquí no tenga poder, sin embargo, no deseo usar mi habilidad con personas que me han ayudado para liberarlo. Ladeo mi cabeza hacia el móvil para esperar que Damián salga por igual, pero el momento nunca llega.

—Él no vino —habla Iriden con la mirada afligida, tras darse cuenta que esperaba ver a su hermano descender.

—No, eso no puede… —tartamudeo, y abro la cortina del móvil, pero no hay nadie en él—. No entiendo ¿Qué fue lo que ha pasado?

Mi volumen de voz asciende en desesperación hasta que mi mirada se clava en la Riben.

—¡Tú! —le señalo—. Tú debes saber lo que sucedió. Ibas con Vanss hacia Lorde ¿Qué ocurrió allá?

—Vanss dijo que te lo explicaría al regresar.

—No quiero esperar.

Presiono mi mano en su pecho y lo llevo pasos atrás, queriendo ver sus recuerdos con o sin su permiso, aunque no sea lo correcto. No tengo control en hurgar mentes del todo, siendo que siempre término viendo vidas completas al hacerlo, pero lo que viene es mucho peor que eso, pues asustada me separo de él, retrocediendo un par de pasos.

—Se ha ido —susurro aterrorizada—. Lo he perdido.

—¿Perder qué? —exclama Faustino.

—Mi control. Mi control se ha ido.

—Tómalo, te hará bien —escucho a Faustino al tiempo que me ofrece una bebida que espero no sepa como la que alguna vez me dio en Fiuri.

Después de saber que he perdido mi habilidad, me he quedado en una especie de trance con la mirada fija realmente a la nada.

—Gracias, Faus.

Presiono su hombro como agradecimiento por su apoyo y preocupación. Es lo suficientemente comprensivo como para dejarme sola y permitirme caminar hasta el borde de la estructura de la guarida con la oscura noche, cubriendo todas las afecciones que incluso desde Benjamín, ya poseía.

—Mi pequeña, has vuelto —escucho exclamar a un hombre detrás de mí.

De inmediato, giro con prontitud ante el recuerdo que me atrae aquellas palabras, pues mi padre solía llamarme de esa forma por igual.

—Oh perdona, lo siento jovencita. Te he confundido con mi hija —prosigue el hombre una vez que se acerca y contempla mi rostro.

Yo hago lo mismo con él y no pasa desapercibido la silla de ruedas que utiliza para poder avanzar. Sus dedos se mueven con agilidad hacía las ruedas del artefacto que le proveen de movimiento, causando que piense en mi tía abuela Gladiola y en automático, en mi abuela Rebeca ¿Sabrán lo que ha pasado? ¿Estarán acaso bien?

—Me aseguraron que hoy vendría, pero mi Vanesa por lo general es un tanto… impredecible.

—¿Vanesa? —pregunto dubitativa ante tal nombre—. ¿Su hija… es Vanss?

—Cierto —resopla con una sonrisa—. Mi pequeña y famosa Vanss.

Dentro de la penumbra, me es difícil encontrar un parecido entre ambos. Sobre todo cuando su edad debería oscilar de entre los 40 a 45, y parece tener 10 ciclos más que eso. Tal vez se deba a su abundante y rubia barba, así como su desalineado cabello, lo que me hace deducir que su descendencia puede ser Santiaguense y por tanto, tendría sentido el aspecto de la comandante pese que ella sea Lordeana.

Sin embargo, no es eso en lo que mi mente divaga sino mas bien, en que la documentación de Vanss la aseveraba como huérfana y por lo tanto, el hecho de saber que su padre vive hace eso una mentira.

—Conoces a mi hija entonces.

—Sí, señor. La conozco desde hace unos cuantos meses. Su hija ha salvado mi vida un par de veces —acaricio con ambas manos la taza de té sin terminar—. La ha salvado hoy, de hecho.

—¿Eso significa que has venido con el equipo de esta tarde? —asiento y me mira con un tanto de desasosiego—. ¿No crees que eres muy joven como para unírteles y comenzar a arriesgar tu vida? ¿Eres tan siquiera mayor de edad?

—Lo soy, señor.

—Noto que no eres de por aquí. Me acordaría si fuera de ese modo. Eres capitalina ¿no es así? Tu delicado acento te delata. Nunca he estado ahí, aunque admito que existe algo familiar en ti que ya he visto.

—Bueno, tal vez eso radique en que me ha confundido con su hija.

—Es verdad —sonríe, y es difícil no hacer lo mismo—. Perdona a este viejo ciego, parlanchín e impedido. Tienes mi permiso de correr de aquí cuando quieras. Créeme, no hay forma de que te alcance y dime Izal —estira su mano hacía mí—. Mi nombre es Izal Santillán, señorita…

Mis labios se abren dudosa por decirle o no el mío, pues está claro que no me ha reconocido, sin embargo, no llego a compartirlo, ya que abucheos comienzan a enardecer los adentros de la guarida.

Eso nos hace mover hasta lo que se puede definir como el comedor principal dónde existe una pantalla desgastada llena de cables por todos lados, tomando clandestinamente la electricidad. Levanto mi mirada para observar la pantalla que transmite en blanco y negro con líneas que desenfocan la imagen en instantes. A pesar de ello, identifico bien quien esta postrado al frente de ella. Miro con furor la escena de un rey imperturbable y afligido por igual.

—Mis amados ciudadanos —comienza a decir mi hermano en la transmisión—. Como saben, Victoria ha sido atacada violentamente de cuantas formas posibles se ha podido en estas últimas estaciones. La adversidad y lucha en la que nos hemos colocado para sanar, proteger y comprender, no ha sido suficiente, pues para algunos, destruir parece ser su único objetivo sin importar las vidas que sustraigan en aquellos atroces actos —la gracia, seguridad y liderazgo al que fue preparado toda su vida es notable.

Todos los presentes, abuchean hacían las mentiras que se comienza a derramar y esas son, qué el hecho de mi secuestro fue cometido a manos de desalmados “rufianes desertores” menciona el rey. No rebeldes sino desertores, agrandando la herida entre una comunidad que solo busca igualdad. Recuerdo la reprimenda de Vanss, tras atreverme a compararlos y suponer que eran lo mismo que rebeldes. Parece que él lo hace por igual, aunque su intención es realmente herir a todas éstas personas de yacen aquí, mostrándome su apoyo. Sigo atenta a cada cosa que se pronuncia.

Mi mirada y atención permanece en lo que desea transmitir: un rey benevolente que solo quería un dialogo con aquel sector para restablecer la paz en Victoria y que a cambio, fue sorprendido y engañado con una trampa.

“Fuego blanco” pronuncia sus labios por primera vez en público, dándole nombre a los ultrajadores de la paz. En pantallas luce tan adolorido por haberme perdido con palabras tan convincente que hasta yo me atrevo a creerle. Habla como el rey que nunca imaginé que sería. Uno mentiroso y traicionero.

—Quizá este mundo no pueda ser perfecto, pero justo y yo, prometo convertirlo en uno como el soberano y protector de Victoria que soy—termina por decir con una mirada que no consigo reconocer.

Por un instante, siento como si pudiera verme justo ahora a través de aquella pantalla. Las palabras que alguna vez le dije, suenan falsas en su voz.

—Que te hicieron Beni —susurro con alguna esperanza de que lo que me colocaron, durmió mi mente y que tal vez, esa es razón por la que no encontré nada cuando intenté meterme en la suya.

Sus palabras habían sido claras dentro de su discurso: Será indulgente si me entregaban o para mejores términos, si yo me entregaba, aunque no se atrevería a plantearlo frente a nuestra nación, pese que puedo estar segura que él no cumplirá aquel acuerdo que me condena.

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