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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟣

El rugido de un transporte aéreo atrae nuestra atención. Pronto, me percato que se trata de aquel que ha usando mi hermano durante estás últimas semanas para transportarse entre los gobiernos.

—Espero no consideres seguir siendo nuestro general después de esto —le advierto a Damián una vez que me coloco a un costado suyo en la explanada para recibir a Benjamín—. Busca una buena mentira que mi hermano pueda creerte. Después de todo, veo que eres tan bueno en ello como yo.

Un asentamiento emerge como respuesta, sabiendo bien los errores que ha cometido y los cuales perdonarémos siempre y cuando, abandone su cargo y se aleje de nosotros.

La escotilla se abre y el primero que visualizo descender es a mi Ben. Luce como el rey que es, y me tranquilizo al instante, sin embargo, no dura lo suficiente, considerando que detrás de él, veo a una docena de soldados uniformados de color blanco y mascaretas intimidantes provenientes de Libertad.

Mi hermano usa pasos veloces, aunque mesurados acentuando su llegada hasta mí. Mi boca se abre en cuanto me percato de su proximidad, pero él ni siquiera destina un segundo para mirarme. Sus pasos se vuelven precisos y se prepara para tirar órdenes dentro de las reverencias que le dedican y que ignora por completo. Pide de inmediato un informe de la situación actual hasta que se detiene en Marven para ordenarle de inmediato que lleve a los soldados libertanos a donde se encuentra Diego.

¿Cómo es que sabe que no escapó?

—¿Qué hace él aquí? —emito por primera vez, dirigiendo mi mirada hacia el primer ministro Zande Casaco que emerge de la aeronave mientras otro jet comienza a descender.

—Son ayuda —defiende Benjamín, dedicándole finalmente palabras a su hermana, aunque me ofrece la espalda tan pronto como más ordenes surgen de su boca. Lo mismo que ejecuta Zande Casaco con los suyos.

—¿Ayuda? —luzco confundida—. ¿Para quién?

Es entonces que Zande me ofrece un manuscrito recién firmado por mi hermano. Lo leo con prontitud y tan abreviado como puedo me entero que se trata de un permiso. Uno donde Victoria le cedía a Libertad el instalar soldados aquí en Teya y en Lorde.

—¿Los dejaste entrar? —persigo a Ben en la explanada —. A pesar de que te dije que no lo hicieras.

Mi hermano no contesta y por el contrario, comienza a dar zancadas más largas para dejar el sitio al tiempo que envía a los soldados de la prisión que se retiren del área y reúnan a los presos que ya no pueden ser resguardados para destinarlos al piso cero del palacio que se encuentra en funcionalidad.

—¡No puedes enviarlos allá, Benjamín! ¿Qué hay de nuestros planes? ¿Qué sucederá con los refugiados que planeabamos destinarlo en el sitio? —le cuestiono mientras camino a su lado tratando de emparejar sus largos pasos ante el estrecho corredor y el resto de sus acompañantes que parecen ignorarme por completo—. ¡¿Me estás oyendo?!

Se detiene en seco para girarse y observarme con profundidad junto con el resto que se percatan de mi irrespetuoso acto.

—Porque mejor no me contestas tú qué sucedió aquí —reprocha con aquella gracia que asemejaría a cortesía, pero que en realidad está reclamando. Mi padre en ocasiones lo hacia ante sus asesores y menesteres que a veces parecían no respetarla del todo.

Acepto como tal la culpa. Con calma y resignación, paso saliva en mi áspera garganta para contestar.

—Tengo muy presente lo que he causado en este lugar y de antemano sé que no existe manera de excusarme por ello, pero como tu hermana...

—¡Exacto! —sus dientes chillan, y mirando y sonriendo sin querer hacerlo realmente expone su larga cicatriz en el rostro—. Y como miembro de la realeza que eres, serías tan amable de decirme que se hace cuando un mandatario comete un error que afecta a todo Victoria.

Conozco la respuesta a ello y un estrago en el estómago se produce con tan solo pensarlo. Arresto. Debería ser arrestada y juzgada. Y por la gravedad de nuestros actos (principalmente del mío) un castigo de exhibición pública es lo que me espera. Nuestra gente decidiría el tipo de castigo que se me infligirá, y por castigo me refería al instrumento que usarán para ofrecerme dolor.

—Dijiste que antes que hermano era rey, pero te equivocas, porque para la desfortuna de todos nosotros, soy más hermano que rey —habla con cautela en un murmuro—. La misma constante que hizo que nuestros padres y hermano estén muertos ahora ¿no?

Sus palabras hieren pece la certeza de ellas. Y es que nos educaron a amar a la familia y esconder el corazón frente a los demás. Y lo intentamos, sin embargo, fallamos. Nos batimos dentro de una pelea interminable de la cual realmente nunca hubo posibilidad de ganar, pues no se puede ocultar algo que desea ser encontrado.

—Ben, ¿qué es lo que sucede? —me acerco a él con desespero—. ¿Por qué los libertanos están...?

—¿Princesa, pero qué le ha pasado? —escucho interrumpir nuestra conversación a nada menos que a Uriel Wendigo—. Creí haber escuchado que estaría en el menester con Su Majestad el día de hoy.

No concibo del por qué de su presencia, sin embargo, solo deseo ejecutar lo que no pude hacerle a su hijo, y sin más, olvido todo porte y me lanzo hacía él.

—¡No! —escucho a Ben espetar, adivinando lo que planeo hacerle a Wendigo.

—¡Tu mal nacido hijo es un traidor! —grito encolerizada, yendo hacia él mientras por instinto, ofrece pasos hacia atrás, llevando su espalda hasta la pared del pasillo, otorgandome el colocar mi antebrazo sobre su cuello.

Es menos alto que yo, así que me es sencillo seguir presionando su cuello. Todo sucede tan rápido que es visible captar que Wendigo no tuvo una educación militar. Lo noto por la forma que reacciona asustado a pesar de que nuestras diferencias físicas son más que obvias, junto con la inútil manera de querer zafarse del amarre que le tengo, sin embargo, mi otra mano la toma con fuerza llevándolo hacia el lado contrario donde se destinaba.

O yo soy más fuerte o el más débil, pero lo que fuera que le obligo a hacer, provoca que estemos al mismo nivel en cuanto de fuerza se trata.

—¿Dónde está? Tú sabías lo que haría en este lugar —arremeto tanto como puedo para que me otorgue una respuesta, sin embargo, fuerzo tanto que consigo ir más allá de su mente y a cambio, me obsequia recuerdos.

El primero que me aborda, es el de una joven a sus pies con sus manos sobre las suyas, suplicando que no lo haga. Wendigo se encuentra plácidamente sentado en un sillón mientras observa a la joven sin acongojarse siquiera un poco.

Es su hija. No la conocí, porque es por mucho, mayor que yo, aunque si a su madre y es muy similar a ella. De cabello castaño oscuro, ondulado y largo hasta más allá de su cintura. Sus facciones son tan glaciales que encantaría a cualquier hombre y mujer por igual.

Su madre la levanta para que deje de rogar en el instante que veo a Jerar de pie a un costado de su padre. Poseen el mismo frio en su mirada, pese que todavía puede considerarse un recién adolescente ante su hermana mayor. Su edad debe de oscilar en ese momento en los 17, pero ella acalla cuanen cuanto su padre le espeta que para eso la tuvo.

"Maldito Bastardo" grita mi mente, tras escuchar como vende a su hija disfrazándolo en matrimonio.

—Y tú. Sabes cuál es el tuyo, hijo. Sabes lo importante que es Teya para nosotros.

—Lo sé padre —responde en una complicidad mutua sea cual sea.

Lo arrastro a otro recuerdo. A uno muy atrás. Tanto, que el gobernador Wendigo es joven. Nunca fue muy agraciado, así que el hecho que Jerar sea algo apuesto debe ser por su madre que es de verdad hermosa.

—¿Dónde dejaste a tu flamante esposa Teyana, Wendi? —pregunta una joven a su lado de melena rubia.

—Encerrada. Debe cuidar a mi futuro heredero.

—¿Y que si es heredera?

—Calla, prima. Por su bien espero que no sea así —ambos enmudecen y le dan un sorbo a su copa.

—¿Qué hay de ti? Lista para conquistar a al príncipe.

—La respuesta es simple, querido. Si me gano a Sus Majestades, la corona también.

—Perspicaz. Muy perspicaz —susurra entre risas.

—Además, no tengo mucha competencia, solo mira a la chica Mendaval —resopla—. Se ha vestido del color de la nación contraria ¡Es un desastre de verdad!

—Y bastante ordinaria como patética cabe recalcar. Lamento que el sacrificio de Lord Mendeval en aceptarla, criarla y educarla no haya valido la pena.

Cosquillean mientras sus ojos se inclinan en.... ¿mi madre? Por supuesto, Jacobi Mendeval. Recuerdo que ella me contó que todos olvidaban el Jacobi, pues la realeza y nobleza consideraban que Mendeval era un apellido con opulencia y significado. Con un poder muy superior al de Jacobi que provenía de un simple comerciante de embarque, su padre. Así que para cuando se convirtió en reina, les devolvió su insolencia para que nosotros fuéramos recordados como Jacobi.

Mi madre podría aparentar ser una mujer condescendiente e ingenua, pero sabía bien cómo manejar las situaciones de tal forma que siempre se terminaba haciendo lo que ella deseaba.

Otro salto y esta vez, voy justo al día de hoy. Lo observo desde la perspectiva de Wendigo dentro de un móvil, tomando una copa de alcohol que la ofrece a otro hombre: Zande Casaco. Él le asegura al gobernador que respetarán su acuerdo y que será recordado cuando el primer mando llegue. Eso último se torna confuso, aunque no veo nada más, pues alguien me toma por la cintura llevándome atrás.

Pronto, me percato que se trata de Ben. El único con el suficiente valor de apartarme de tal arranque.

—¡Es una abominación! —ruge Wendigo, tocando su cabeza en cuclillas con la cara roja de coraje y dolor por haber entrado a su mente.

Le pierdo la vista, pues Ben me hace girar el corredor y adentrarnos a una pequeña oficina de vigilancia de doble entrada y vacía.

—¿Qué sucede contigo, Ofelia?

—¿Y contigo? —reclamo con ojos cristalinos, zafándome de su amarre alejados del bullicio—. Debemos detener a ese hombre. Es un traidor, siempre lo ha sido. Su hijo es igual —llevo mi mano hacia donde le dejamos—. Jerar Wendigo...

—Lo sé. Él mismo vino a entregar a su hijo en el menester. Nos avisó y por eso he venido por ti.

—Que oportuno. Lo delata cuando los sucesos ya van en curso.

—¡Quieres dejar de pelear por una maldita vez en tu vida!—sus palabras me toman por sorpresa—. Es que no entiendes que necesitamos aliados.

—¿Aliados? ¿piensas que Wendigo o Zande son nuestros Aliados? —río en ironía por su propuesta—. Estas perdiendo la cordura, hermano. Créeme que estaré ahí para aplaudir tus aciertos, pero también para detener tus errores y sin duda este es uno de ellos. No puedes cederte atributos que no te corresponden solo a ti ni hacer tratados a ocultas del menester, parlamento o de mí. No puedes...

—¡Yo soy tu rey! —rugue su voz y callo en su totalidad ante su tempestivo arranque concediendo un paso atrás—. No tú, yo.

—Entonces compórtate como uno —respondo con la misma dureza, mirándole con temple sin importar quien pudiera escuchar, pues aunque sea su hermana y le quiera, no pienso callarme. Me arrepiento un poco por lo espetado. Solo un poco.

—¿Crees que tu rey no hace su deber? ¿Acaso piensas que no he sacrificado cosas por Victoria o por ti? ¿Qué eres la única que ha sufrido por aquí y que sueña con algo de venganza todos los días? —guardo silencio como respuesta—. Seis meses, Ofelia. ¡He perdido seis jodidos meses de mi vida!

—¡No lo he olvidado! No lo hago porque también te perdí a ti aquel día. A Dan, a mi madre, Magnolia, el tío Orlando y a nuestro padre—protesto con dolor—. Le envenenaron más que solo la sangre, porque una parte de él murió con la duda de que posiblemente yo maté a su esposa e hijos y todo por una estúpida corona. Toda esta gente la conserva aún, lo sé, y he de cargar con ello todos los días de mi vida.

Y es que no importaba cuanto intentara olvidarlo, mi padre dejaría que su presunta asesina hija, gobernara su nación porque la amaba a pesar de todo. Era lo único que le quedaba y no permitiría que la mataran también.

—Tu perdiste tiempo, pero yo perdí gente.

Hago un recuento de todas las veces que estuve frente a un ataúd.

—Lo único que busco es protegerte a mi hermana.

—No, tu no deseas protegerme, sino contenerme.

—¿Me quieres? —pregunta mi hermano ante el silencio surgido.

—Cada segundo —respondo como siempre que nos lo preguntamos. Tan sincera y segura de ello—. Pero lo que firmaste... ellos te ayudan solo porque desean tomar algo a cambio.

—¿Crees que no lo sé? —sonríe torcidamente—. Por supuesto que lo sé del mismo modo que también comprendo que no podemos ganar esta batalla con tan solo un puñado de seguidores de nuestro lado —suena tan frio cuando lo exclama que me lleno de enojo y decepción profunda por la forma tan despectiva en que lo pronuncia.

—Que rápido olvidaste que sin ese puñado de seguidores como tú los llamas, ninguno de los dos estaría aquí —respiro y dedico un paso al frente apuntando afuera—. Porque ellos han arriesgado más de lo que esos hombres pueden o podrán hacer por ambos algún día, así que rómpelo. Rompe ese estúpido acuerdo que firmaste con Zande Casaco —el niega con la cabeza—. Ben, no me obligues a ejercer mi poder.

Su rostro se torna oscuro.

—No te atreverías.

—Aún no he declinado a la corona oficialmente, así que ante las leyes sigo siendo la reina y si tú no lo rompes, yo lo haré.

—No puedes declinar del trato.

——¿Trato? ¿Cuál trato?

—Yo se lo explicaré —escucho a Zande, el cual entra a la oficina, junto con sus dos escoltas temibles que no parece ir sin ellos. Si tan solo supiera que con un solo chasquido lograría acabar con los tres sin siquiera tocarles, no tendría el valor de pararse frente a mí.

—Escúchalo —susurra Ben, colocándose por detrás con su mano en mi hombro para que de ese modo, no cernir mis dotes de control.

—Después de dos meses, al fin sabemos que el dispositivo que hizo caer al rey Vakrek Austria provino de aquí. Dos gobiernos para ser más preciso.

No fue difícil adivinarlo. Palma con su tecnología y Teya con su manufactura.

—¿Está acusándonos?

—No. De hecho, mi señor rey va a ayudarlos.

—¿Quiere que crea que el rey Solomen Austria ayudará a la nación que causó la muerte de su padre?

—Princesa, enfrentarnos a una guerra a estas alturas seria tan retrograda como regresar al destructivo mundo en el que vivíamos en la segunda era ¿no lo cree?

—Existe muchas formas de hacer la guerra, lord Zande.

—Y es por eso que los regentes de ambas naciones llegaron a un acuerdo —responde, contemplando a mi hermano dando la impresión que no le interesa en absoluto mis preguntas.

—¿Un acuerdo? —repito, comprendiendo que en ello ambas partes deben ganar algo—. ¿Dice entonces qué ustedes no nos acusarán de nada?

—Así es.

—A cambio de qué.

—A cambio de ti, hermanita.

La voz de Ben se pronuncia sin previo aviso, al mismo tiempo que un agudo pinchón en mi cuello cede.
De manera instintiva, coloco mi mano donde el dolor nace después de que con velocidad la aguja sale de mi cuerpo.

—Prometieron que no te harían daño. Te cuidaran hasta que Victoria sea un lugar donde acepten a personas como tú. Hasta que consiga convencer a todos que tú, no eres un peligro para nadie —suena tan convencido de lo cometido que no se percata que me está entregando a la nación que considera que hemos matado a su rey.

Mi cuerpo comienza a sentirse pesado y débil en semejante proporción. La visión comienza a tornarse borrosa, observando como la silueta de mi hermano se deforma, al tiempo que siento las manos de Zande tomarme por los codos desde mi retaguardia.

"Eres libre"

Susurro en su mente de Benjamín para quitar cualquier orden que pudieron ejecutar, aunque pareciera absurdo, sin embargo, nada. No percibo nada dentro de su mente.

—¿Recuerda que preguntó a que había venido? —murmura Zande en mi oído, sujetándome para no caer —. Usted mi señora, usted es mi razón.

—¿Por qué? —es lo único que puedo decirle a mi hermano que posee algo de culpa, pese que no hace nada por resarcir lo cometido.

—Debes saber que nuestra gente ni siquiera ya cree que yo pueda ser un buen rey, y lo cierto es que no lo soy. No teniéndote aquí desafiándome todo el tiempo. El deber antes que el querer ¿lo recuerdas? Debes irte o si no podremos salvar a Victoria. No de la forma que lo prometimos —otorga un paso al frente y acaricia mi cabello con nostalgia pidiéndome perdón por lo que hará—. Debes confiar en mí.

Ya lo había dicho en nuestra conversación como advertencia con anterioridad, pero no quise hacer caso. Es mi hermano y confío, confiaba en él más que nada en todo el mundo, aunque en este instante algo en mí se quiebra, y cuando los dos soldados del ministro me toman, no me opongo a ello.

Lo que Benjamín me ha hecho, rompe cada parte de mi ser, comprendiendo claramente que mi hermano me había traicionado. Negocio conmigo. Me vendió en términos efectivos. Victoria por mí, así de simple fue el trato. Una nación entera a cambio de una única persona.

Aquello no se discute en absoluto ¿cierto?

—Dijiste que sería rápido —reclama mi hermano a Zande, tras ver que aún me mantengo consciente como si esto yaciera planeado desde hace mucho tiempo atrás ¿habrá sido realmente así?

—No debe preocuparse por ello ¿Quería ser un rey, cierto? —inquiere el primer ministro, y la mirada de Benjamín divaga solo unos segundos antes de recordar que toda su vida rodó en ese entorno.

"Tú serás nuestro soberano" proclamaban día y noche en sus oídos, pero entonces un accidente llegó y aparecí adueñándome de su corona, título, gente y nación.

Se suponía que él debía ser el rey que todos y que yo necesitábamos, pero aquel hombre que yacía frente a mis ojos no era ni un miligramo de soberano que pensé que sería algún día.

De pronto, la puerta se abre en un golpe sonoro, revelando a guardias libertanos que apuntar de manera sorpresiva a Zande y sus par de escoltas que me sueltan para proteger al ministro, provocando que mi hermano corra estrepitosamente por la sala para dirigirse hacia mí. No es para protegerme sino para clavar la siguiente aguja de sedante que tenia oculta en su saco, sin embargo, un brazo se interpone entre ambos, recibiendo el siguiente aguijón por mí.

Es entonces que mi mirada decepcionada se traslada de mi furioso hermano a mi inesperado salvador: un libertano.

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