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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟥𝟪

Los pasillos se agrandan conforme me acerco. Diviso los cristales gruesos que contendrían a una decena de presos sino fuera que Diego es el único que reside en el piso, ya que fue aislado para que los soldados libertanos pudieran resguardarlo ante su nacionalidad indecisa.

Tenía razón mi hermano. Deben haber poco menos de cuatro docenas instaladas dentro de la prisión mientras que el resto permanece fuera en la explanada. Jamás hubiera podido controlar a todos por igual y ya que sedarlos en conjunto no fue tampoco una opción fiable, infiltrarnos dentro de nuestra propia prisión, resultó ser el plan más adecuado.

Todos los residentes están evacuando, pues concluimos que no se necesita controlar a todos sino a uno en específico, y el sargento Toldacasmo era el indicado, siendo que toda orden seguida de sus guardias provenía de él y por es que Iriden lo buscó antes de entrar aquí para poder colocar una orden en su mente y esa fue evacuar a sus hombres para dejar abierto el bloque con excepción de tres soldados suyos al azar para que sean nuestros testigos de la verdad que tergiversaremos aquí.

—¿Estás seguro de esto Ofeli? —pregunta Faustino con suma delicadeza. Le respondo colocando mi otra mano en la suya donde mantiene su amarre.

—Lo estoy.

Mi mirada se dirige ligeramente a Damián, quién nos observaba tener tanta familiaridad. Poco me importa lo que suponga ahora, pues me giro con rapidez para visualizar el corredor de celdas vacías de hombres y avanzo a la puerta de acceso que cambia de un rojo a un verde intermitente.

Adentrar el primer pie debe ser lo más difícil. El pasillo está un tanto oscuro con los vidrios de las celdas polarizadas para que los reos no miren el exterior, aunque nosotros si podemos hacerlo. Es perfecto para que él no pueda controlar a nadie, ya que por lo que sé, intentó huir varias veces.

Rolan fue el único capaz que se acercaba lo suficiente o al menos lograba averiguaba sí Diego había tejido algo en los guardias que le llevaban comida y le mantenían el sedante activo.

Finalmente, me detengo y vislumbro su celda. Mi mano se eleva para que la puerta se abra y pueda contemplarlo. Parece tan lento el momento en el que nuestras miradas se encuentran. Los sedantes administrados mantienen su control a raya, aunque lo dejan lo suficiente despierto para alimentarse y no ensuciar sus pantalones.

—La reina de Victoria ha regresado —dice con desenfado, recargándose en la pared sentado en su cama asignada.

Su largo, negro y lacio cabello se encuentra descuidado y a medio amarrar. Porta el singular conjunto de una sola pieza grisácea que por igual visten los reclusos en esta prisión. Observo a su alrededor, una charola de lo que es comida sin acabar esparcida en la esquina de la celda. Me percato de la marca que le hice para desmayarlo en Isidro en el costado de su cabeza sanando todavía.

—Por... ¿venganza?

Sonrío con amargura.

—Justicia —contrataco ignorando por completo el contarle que ya no soy reina.

—Llámalo como quieras si con eso consigues calmar las pesadillas por las noches.

Mi mano se vuelve puño en el instante que ejerzo en él un dolor parecido a una migraña.

—Tranquila o ¿es acaso que no quieres disfrutar el momento? Apuesto que soñaste con esto. Quien lo hubiera pensado, la débil fuerte que nos causó tantos problemas. Todos te subestimaron, inclusive yo.

—Debería matarte ahora, pero eso sería un error si considéranos todo lo que he hecho para estar frente a ti.

—¿Y qué planeas hacerme? Mi traslado a Libertad ya es un hecho o es que... ¿vienes a rescatarme?

Siempre me ha parecido tan envidiable la forma en la que suele lucir tan mesurado y frío. Como si nada le afectara y tuviera todo bajo control ¿en dónde guardaba aquel miedo? No lo sé, aunque tal vez pueda que no lo tuviera.

—Lindo uniforme, por cierto —espeta mirándome—. ¿Vienes en la clandestinidad? ¿No te dejaron jugar conmigo tus y mis compatriotas?

Le envío otro espasmo para que calle. Este lo hace retorcerse al punto que cae de rodillas por no poder sostenerse, siendo que sus bastones se le han retirado. Emite una especie de sonido en su voz que disfruto sumamente oír.

—Oh, pero claro que jugaré contigo. Y dime, quién controla a quién ahora.

Sabe tan bien regresárselo que no me arrepiento de las cosas que debí hacer para llegar hasta este punto, sin embargo, él solo resopla con diversión.

—Apuesto a que alguna vez te preguntaste porqué no me importaba sacrificar a todos aquellos que me seguían o a civiles o simplemente del porqué acabé con los reyes de esta maldita nación. Sencillo, esta no es mi nación -mi furia se engrandece en cuanto hace mención a mis padres -susurra alegre tras decirlo—. ¿Deseas saber realmente quién soy?

—No, no deseo oír tus mentiras baratas Diego o debería llamarte... Lebrón —pronuncio su nombre por primera vez en mi garganta, recordando aquella memoria robada, mientras ofrezco otro paso al frente de la celda—. Él... Diego nunca existió.

—Vaya que sí lo hizo. Fue difícil encontrar un victoriano sin registro, pero con la historia de descendencia como la que Gerardo salvaría y entonces... tomé su vida —sonrie torcidamente con enfado—. Él fue el primero y el primero nunca se olvida. Sabes a lo que me refiero, cierto —trago saliva ante lo revelado.

Ese libertano lo mató. Mató al verdadero Diego y todo para poder infiltrarse y poder vengarse.

—Mi nombre es Lebrón Gauss de Fardón, pero nunca nadie me llamó de esa forma ¿quieres saber por qué?

—Descuida, mejor lo averiguo.

Y entonces lo hago. Abordo su mente.

Esto te dolerá R-12 —dice un hombre mayor con bata de médico, mientras los ojos de Diego se llenaban de lágrimas. No debía poseer más de 7 cicloss y yacía en un cuarto totalmente blanco, esterilizado y con una pared de espejo en el que le observaban. Las múltiples marcas en los brazos con cardenales recientes y antiguos por igual eras visibles.

Eres único y nuestro.

Otro salto y en esta ocasión la voz que se emite la reconozco detrás del reflejo turbio de la mirada de Diego. Para ese entonces, él ya es más que un adolescente.

Aquella voz provenía del difunto rey Vakrek Austria. Era él, no había duda en ello, pero mi mirada no se queda en el regente sino quién se encuentra detrás de él.

Dafniel, mi abuelo yacía ahí. Tan severo y cruel como lo recuerdo.

Ya no podrá llegar lejos, aunque lo intente —mi abuelo sonreía satisfecho, observando las piernas de Diego—. Me he encargado personalmente de eso ¿no es así, anormal? —Diego grita sin ser auxiliado, sobre la cama de un cuarto no muy distinto al de su infancia.

Salgo jadeante de aquel extracto de sus memorias intentando asimilar lo visto, pues funcionó. Logré entrar, buscar y salir de su mente, aunque en definitiva no me ha agradado lo visto.

—Tu... —me contengo jadeante, otorgando otro paso adentrándome a la celda, tras la sensación de dolor y odio que me compartió.

De alguna forma, aunque sea retorcida, sus acciones cobran sentido con respecto a nosotros y Libertad.

—Dafniel al igual que Vakrek fueron unas malditas bestias. Tu abuelo mató y ocultó a todo aquel que llevaba la posibilidad de igualdad en las venas y mira, fue maldecido teniéndote a ti como nieta, pero la familia al igual que los errores son perseguidos heredados y castigados por igual.

Sin saber porqué, pienso en Damián. Pienso en que él nunca podrá escapar de lo que hizo su tío y prima.

—¿Ahora eres un héroe? Esto es personal. Eso ya me ha quedado muy claro con lo que me has mostrado, pero ¿quién era ese niño que parecía saber tu verdadero nombre? ¿qué fue lo que hizo o le hicieron para que le vengaras? Porque fui capaz de sentir tu aprecio hacia él. Uno que aún se mantiene.

—Ambos fuimos decepcionados y corrompidos por una nación que prometió ofrecernos libertad -una risita emerge de su boca—. Bastante irónico que con ese nombre mi nación ofrezca todo menos eso. Fui un sirviente, un esclavo y soldado de nacimiento.

¿Un soldado? ¿Acaso él fue lo que equivaldría a un real aquí en Victoria? ¿Entrenado a obedecer proteger, pero sobre todo, a no sentir nada?

—¿Qué es lo que realmente quieres lograr con esto? —pregunto colocando una orden en su mente.

—Destrucción, caos y llamas, muchas llamas —responde ante mi mandato con los ojos brillosos ante la idea de conseguirlo y entonces, me permito tener miedo. Miedo de él.

—¿Por qué?

—Porque después de más de 700 ciclos, el mundo merece renacer de nuevo en uno donde él reine.

—¿Él?

Por un segundo siento que no estamos hablando de Ichigo. La duda se tuerce en mi cabeza como filos apuñalándome, pero Diego o Lebrón me mira sonriendo como nunca lo hizo antes.

—Espero que cuando el haga lo que deba hacer contigo, me deje pasar el filo por tu delgado y real cuello.

Su frase termina al tiempo que una enérgica alarma suena con las luces escabulléndose entre los pasillos.

En la prisión no existen ventanas, por lo que si las luces se dispersan también nuestra visión. Tan solo las pequeñas luces rojas y amarillas parpadean en el preciso instante que los aspersores contra incendios se activan. Un segundo. Solo eso basta para distraernos a todos menos a Diego, el cual de manera estrepitosa y con toda su fuerza en las piernas, se levanta titubeante para ir por mí.

Aquella debilidad que me había mostrado cuando entré, siendo que sus bastones habían sido retirados, se desvaneció. Sus brazos toman mi torso empujándome hacia fuera de la celda, sosteniendo el peso de su cuerpo con el mío que torpemente dejé abierta.

Una de sus manos toma el arma que poseo en mi cinturoncillo mientras que la otra, se postra en mi cuello tomando parte de mi barbilla, haciéndola estrellar en el cristal de la celda de enfrente. El grueso vidrio rebota en mi cráneo colisionándolo de tal forma que la visión se distorsiona. Siento un aturdimiento en mis sentidos, pues cuando caigo al suelo un quejido me abarca en la cabeza.

"Ofelia, Tamos, Princesa" escucho en unísono de aquellos que desean auxiliarme, aunque las voces se dispersan de mis oídos

No puedo levantarme, pero se oyen gritos fusionándose con la alarma mientras me reprendo internamente, pues lo sabía. Él sabía lo que pasaría y por eso no se sorprendió al verme. Me estaba entreteniendo hasta que la hora indicada se aproximara.

Jerar provocó lo de Mikaela como una distracción. Entretenimiento para que los soldados que aún estaban conteniendo aquello no vinieran a esto. El libertano necesitaba alejarse de mí porque soy la única que puede controlarlo y detenerlo.

—Despierta —escucho al tiempo que una mano toca mi rostro en palmadas suaves para que abra los ojos, mientras el agua de los contraincendios todavía caen sobre mi piel—. Arriba —prosigue, levantándome con tanta facilidad que comprendo de inmediato de quién se trata.

—Damián —apenas susurro observando cuerpos al final del pasillo. Tardo muy poco en mirar que son los guardias que nos acompañaron a este piso—. Faustino... ¿D-dónde?

—Se lo llevo —espeta rápido mirando la puerta de acceso vacías—. Le sirve ahora a él. Ordenó que me mataran cuando supo que yo te servía a ti.

Su mano aún se encuentra en mi cintura tratando de sostenerme, sin embargo, antes de salir se coloca frente de mí y coloca sus manos sobre mi rostro. Me mira fijamente y pronuncia:

—Esto es lo que va a pasar. Ese hombre controlará a cuan soldado se le ponga enfrente. Querrá detenernos para que escape, pues todo el sistema ha caído, lo que implica que las celdas de la prisión se han abierto, y que veremos fuertes por todos lados ¿Comprendes lo que quiero decir? —resume a lo que solo puedo mover la cabeza en afirmativo esperando que mis sentidos regresen totalmente.

El es consciente de mi reciente recelo que le brinda rencor. Él se percata de ello, pero su rostro no lo demuestra porque se encuentra en modo soldado, dejando por igual, los sentimientos atrás. El agua se desborda sobre nuestros rostros y con brevedad consigo recordar que tan solo el día anterior ambos lucíamos tan semejante a esto con la lluvia cayendo sobre nosotros atrayendo aquel arrebato en la bodega.

¿Era acaso éste el hombre al que pensaba entregarme?

Me cuestiono con la misma rapidez en que se disuelve por su voz

—¡Cuidado! —grita en el instante que se coloca frente a mí para evitar que una daga se me clave en el hombro, consiguiendo que se inserte en su hombro.

Uno. Dos. No, cuatro soldados vienen hacia nosotros. Dos chocan contra Damián con los cuales pelea mientras los restantes, se destinan hacia mí.

—¡Alto! —resuena mi voz con mi mirada enfocada en uno, causando que el otro continúe su avance y corra tomándome del brazo con esa fuerza que lo lleva hasta mi espalda haciendo que mi mejilla colisione contra la pared áspera de la pared.

Soy capaz de sentir uno de mis dedos sanando estropeándose de nuevo, acompañado de un gruñido de mi garganta tan pronto como el amarre se desvanece, haciéndome girar y visualizar a Damián tirando del soldado de una manera sorprendente hacia el otro extremo de la pared. Este cae al suelo inconsciente o muerto. Difícil descifrarlo al igual que los que nos rodean. Damián toma mi mano sin decir nada para poder continuar e ir por las escaleras, siendo que al no haber electricidad los ascensores no funcionan.

—Debemos irnos.

—¡No! —objeto, tirando de su amarre para que me suelte—. Diego no puede huir. Esta vez no.

—¡Maldición Tamos! —reprocha pasando su mano en el cabello—. De acuerdo, vamos por él —entonces el radio en mi cadera suena.

—¿Ofelia, sigues ahí? —era la voz de Pablo. Lo levanto de mi sujetador. Lo había olvidado. Me sorprende su cortesía—. Abriré el sistema bloqueado por unos segundos. Hemos logrado visualizar a Diego hasta el piso cuatro. Lleva soldados extranjeros resguardándolo y se dirigen al área G.

Sabía que traer a Pablo con esa habilidad tecnológica y creativa que posee fue un total acierto.

—Ahora ya sabemos a dónde ir —reafirma Damián a un costado mío.

Necesitábamos más soldados de nuestro lado, por lo que entramos a los pasillos del piso posterior para buscar algunos guardias, pero el desastre ya les invadía. La luz en esa área había regresado, sin embargo, los presos se encuentran fuera de sus celdas.

Controlo a los más que puedo para que no se resistan al arresto. Por suerte, yace demasiado caos para que mi don sea percibido con respecto al efecto de mis palabras sobre los prisioneros. Nos topamos con Iriden que ayuda a contener también. Se sorprende al vernos en plena refriega del suceso.

El último hombre que controlo, me hace ver cosas horribles de su vida incluido sus crímenes. El instante preciso cuando mata a su esposa, pues estaba alcoholizado y la acusó de que lo estaba engañado con otro hombre. Me petrifico queriendo salir de esa memoria caminando hacia atrás, tirando de mi mente para pararla, pero tropiezo con un cuerpo inerte en el suelo, desatándome mentalmente de aquel fuerte. Intento reincorporarme de no ser que un preso va directo a atacarme con una espada hurtada. Uso mis manos para ir atrás, sin embargo, antes de que logre hacerme algo, el fuerte cae al suelo.

Damián empuña su espada sin dudar ni un poco en matar a ese hombre. Olvida el temor que embarga lastimar un fuerte como él para salvarme a mí.

Comprendo que le ordené que no se despegara de mí lado, pero no salvarme. Esa fue su elección. Se pone en cuclillas tan rápido como puede, y preguntar si me encuentro bien, aunque sus ojos se ven vencidos, causando que mi mano se deslice a su hombro que sangra y se extiende hasta sus dedos.

—Déjame ver —exijo y con un gesto dice que no, que está bien, pero con una mirada mía entiende que no fue una sugerencia.

Se queja cuando tras quitarse el saco, deja al descubierto su antes camisa blanca, una carmín por casi toda la mitad, pues una espada le había atravesado por completo el hombro y desagarrado muy cerca de su pecho, y se encontraba perdiendo demasiada sangre.

Creo que ni siquiera se ha percatado de lo grave que es su herida y es por eso que mi mirada y concentración, se destina a ella. Suspiro e intento replicar lo que me hice a mí misma hace días sin estar realmente muy segura de cómo funciona, pero puedo sentir como su herida se adhiere a mi propio cuerpo. La indudable sensación del metal frio perforándome me acompaña como si estuvieran en mí, al mismo tiempo que la del general se sana.

—¿Qué estás...?

—Calla.

Ambos vemos como su herida deja de sangrar y aunque sus tejidos se recomponen, estos no sanan del todo, pues siento llegar mi control al mi limite.

—¿C-cómo... hiciste eso? —visualiza su hombro trasportando su mirada a la mía.

—Solo lo hice y ya —respondo esperando que no pregunte más.

Me levanto y él me sigue, pues el puso ya parecía estar contenido y de esa manera, guardias nos acompañan al cuarto piso. Vamos dispuestos a atacar, sin embargo, cuando llegamos no hay nada a que enfrentarse. La luces lucen como si no hubiera pasado nada ni nadie, por lo que los guardias avanzan en las celdas de los pasillos verificando cada una de ellas cuando entonces, el radio suena en mi cadera.

—¿Te gustan los juegos, Ofelia?

Era la voz de ese libertano. Él tenía a Faustino y debió entrar a su mente y ver todo lo que hicimos y planeamos.

¡Mierda!

Ese rebelde estaba con Pablo cuando me dijo a donde debía ir. Miro hacía mis soldados con el corazón acelerado lleno de angustia.

—¡Es una trampa! —logro gritar estirando la mano, pero es tarde porque una ola de varias explosiones se acercan del corredor más lejano al más cercano hasta llegar a nuestra presencia.

Damián se aferra a mí colocándome en su pecho seguido de girarme para protegerme hasta que inevitablemente el fuego nos arrastra.

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