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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟧

Lo recuerdo ahora todo. Esto es Isidro, Teya y esta es una estación militar tomada al igual que su ciudad aledaña, por... supongo que ya no sé por quién.

Rebeldes, libertanos, ¿Acaso importa?

Es de esa forma cómo lo que comenzó siendo un final dentro una prisión, resultó ser el inicio de otra.

Solo ha pasado no más de un mes, pero de nuevo me encuentro a la merced de dos seguidores que todavía desean destruirme y del cual dependo totalmente de ellos para lo que su voluntad deseé.

La herida arde. La misma que ahora recuerdo que Ben me otorgó por el control de Diego. No soy capaz de pensar más allá que no sea en este dolor creciendo en mi abdomen y el cual, se asemeja al mismo que alguna vez una flecha parecida a esa me hirió en el hombro.

Astutos.

Han sido muy astutos, considerando que su ataque pasado me mantiene en ceros. Mi visión es nebulosa y dispersa y aunque logro observar a tres hombres y una mujer con el uniforme de la estación a la que fielmente sirven, no consigo colocarlos de mi lado por su lejanía. Los cuatro fuertes se acercan a las grandes puertas que dan hacia la arena para abrirlas.

No poseo la voluntad propia para poder hipnotizar a esa gente, aún estando no más de diez metros cerca de mí, aunque a decir verdad ya no puedo hacer nada al respecto, ya que sus mentes fueron tomadas y por lo tanto, no van a ayudarme.

Estoy tan tentada de volver a cerrar mis ojos de no ser que una silueta se escabulle entrando por la puerta junto con ellos. Tan perturbadora y siniestra como las anteriores veces.

Pendo de las cadenas cuando Diego, paso a paso (tanto como sus bastones se lo permiten) se aproxima hacía mí, luciendo justo lo que es: una Sombra. Desearía abalanzarme de no ser que la aflicción de mi cuerpo se extiende al intentarlo. Sé que se jubila por esto, lo veo en sus oscuros ojos.

Puedo sentir el frio en el borde de mis dedos por aquella postura que los ha entumecido, siendo que mi torrente sanguíneo no circula como se debe. Sin más, la mano de Diego toma mi barbilla para alzarla y obligarme a que le mire, aunque no estoy lo suficiente consiente como para fijar mis ojos a los suyos y es por eso que sin piedad alguna hace que uno de los guardias que le escoltan, entrelace sus dedos a la flecha tirando de ella de tal manera que la expulsa de mi cuerpo.

Un abrazador grito emerge de mi garganta acompañada de lágrimas que cristalizan mis ojos en un solo parpadeo. Mis piernas flaquean de nuevo y deseo espetarle cuantas blasfemias posibles haya aprendido mi cabeza, pero ni siquiera soy lo bastante fuerte para pensar en cómo pronunciarlas, siendo que no pienso en nada que no sea excepto, en la caliente sangre humedeciendo mi ropa.

—¿Te dolió? —pregunta Diego posando su mirada a la punta de la flecha sangrante que el guardia le muestra en busca de su aprobación.

—Debe —me esfuerzo a hablar, aunque se parece más a un tartamudeo, pues mis dientes castañean—... debe ser frustrante... no poder... torturarme personalmente ¿cierto?

Me permite decírselo, pesé que tardo en ello más de lo que hubiera querido.

—Sabes —pausa en lo que me parece un largo lapso de tiempo. No sé si se está burlando de mí o sí simplemente está pensando en cómo hacerme pagar el hecho de recordarle que siempre necesitará de otros para ejecutar sus perversos planes por esos bastones—, cuando tenía cinco ciclos, alguien me dijo que cualquier dolor siempre puede ser remplazado por otro de igual o mayor magnitud -con un solo desliz, uno de los guardias que le acompaña rompe el dedo meñique de mi mano derecha.

Escucho el crujir de mi hueso rompiéndose con una facilidad tan extraordinaria que ni siquiera me permite gritar por ello, porque de manera inmediata se destinan al siguiente, proporcionándole el mismo trato. Es un fuerte quien lo ejecuta así que no debe gastar ni un gramo de energía el llevarlo a cabo. No soy ajena a aquella clase de dolor. Mis hermanos lo hicieron un par de veces sin querer llevarlo a cabo, tras no medir su fuerza cuando éramos niños y jugábamos, pero revivirlo es... una tortura.

—¿Mejor?

Siento arder mi orgullo al dejar rodar lagrimas por mi mejilla que mojan mis labios, saboreando la salinidad de ellas. Intento levantarme para defenderme, aunque fuera un poco, pero claramente es inútil. Mis piernas no responden. Siento desvanecerme.

—¡Hey! ¡Despierta! —me grita, mientras chasquea su lengua. El guardia tira de las cadenas que me sostienen para de esa forma, avivar mi flagelo volviendo a despertar—. Le ordené a tu hermano que lanzara esa flecha en dónde morir no fuera una opción, sin embargo, debemos curarte antes de que te desangres, aunque me gustaría primero jugar contigo.

Al menos Vitoreto no mintió. Ellos me quieren viva.

—Ichigo... te deja jugar conmigo, pero... no se atreve a mirar -hablé pausada y jadeante—. Es un cobarde... un estúpido cobarde al igual que tú.

Por primera vez en todo este tiempo, observo como una sonrisa se dibuja en el rostro de Diego. Algo de lo que espeté se lo ha causado.

—Digamos que por el momento mi querido Ichigo está en estos momentos mucho más entretenido con su princesa impostora de vuelta.

Vanss de inmediato viene a mi mente. Al menos aún permanecía con vida y probablemente lo seguiría, ya que no olvido que Ichigo no le hará daño a ella, pues pese a todo, él la sigue queriendo.

—Ay Ofelia, aún sigues siendo tan ingenua, joven y estúpida. No tienes idea de cuánto —ya no tengo ganas de pensar lo que sus mente maquina acerca de mí.

—No puedes controlarme ¿para qué mantenerme con vida? —resoplo con poco aliento, mirándolo a sus oscuros ojos. Tan intensos y brillantes como siempre. Sus gruesas pestañas se movían al compas de su maldad.

—Ya lo veras, por lo pronto... ¡Que comience el espectáculo! —resuena su voz yendo hacia atrás, abriendo paso para que logre ver a mi hermano caminando por su propio pie.

Parecía ido, justo como cuando me lanzó la flecha, por lo que supuse que Diego continuaba dentro de su mente. Se deja encadenar colocándose enfrente mío sin protestar un poco. Me sorprendo al notar que decidan colocarle cadenas como las mías puesto que es un fuerte. No imaginan ni un poco la fuerza que contiene mi hermano. No lo conocen como yo.

Grito su nombre, deseando despertarlo, pero de ante mano comprendo que es imposible.

—Vamos, Ofelia. Dile que todo estará bien. Miéntele como lo haces con cada uno de los que te rodea, como lo haces contigo misma —me susurra con satisfacción detrás de mi oreja—. Sabes, lo dejaré consiente para ti. Merece saber y sentir lo que le pasará.

Olvido las heridas y me preocupo por lo que sufriremos. Acto siguiente, la dura mirada que permanecía en mi hermano se eclipsa intercambiada por una muy confundida. Me contempla del otro extremo, notándome herida y encadenada deslizando su mirada a la mía preguntándose lo que sucede.

—¿Ofelia?¿Pero qué...? ¿Qué carajos...? —su voz vocifera junto con otras cosas que alteran a Diego, haciendo ordenar que los dos fuertes lo golpeen. Uno en su diafragma que le hace doblar, mientras los otros se direccionan a su rostro hasta que envuelven de sangre su boca.

—¡Cállate, principito Tamos!

Ben ejecuta lo que Diego le dice sin querer hacerlo, pues se lo ha ordenado. Es de esa manera que comprendo también que no puede moverse o de lo contrario, ya se hubiera desatado, sin embargo, será consiente de todo lo que le pasará. Lo veo en sus ojos. Veo angustia y temor.

—¿Cómo pudiste vivir con todos ellos? —me cuestiona Diego asqueado—. Todos los días recordándote lo que no eres y nunca serás. Esos monstruos ojos rojos diría tu gente seguidora.

—Si aquí existe un demonio. Ese eres tú —escupo.

—Probablemente, pero... en ese caso tú también lo eres. Dime, ¿A cuántas personas le has arrebatado la vida? ya le has contado a tu hermanito el monstruo en el que te convertiste -exclama tan convencido y orgulloso de sus palabras al tiempo que Ben dirige una mirada profunda no a mí, sino hacía ese detestable hombre que ve por primera vez. No sabe mucho más allá de los registros que le he mostrado y lo poco que le he contado, pero sin duda debe saber que es Diego o Sombra—. Tiene el derecho de saber si el quererte todavía es una opción para salvarte ¿no? ¿Bendición o Maldición? ¿Ya decidiste que eres?

Aquellas palabras que persisten en mis pesadillas vuelven a sonar sin piedad, alimentando con oscuridad mi cabeza de nuevo.

—Bueno, te ayudaré a averiguarlo —sonríe alejándose de Benjamín.

De pronto, lo veo entrar después de una señal emitida por Diego y entonces, aquel odio voraz que siento por él se remonta de manera pétrea, alimentando el deseo de acabar con su persona y que lleva por nombre Rolan Llanos Guinea.

Aquel sujeto que alguna vez parecía haber sido mi todo se convirtió en segundos en mi nada. Se transformó en dolor perpetuo y persistente. No deseo ni mirarlo, sin embargo, creo merecerlo por ilusa. Él, alimenta mi poca habilidad habitada. Podría matarlo con mi mente, pero entonces, gastaría mi remanente control en alguien que no lo merece y de esa forma, nadie sobreviviría. Mi hermano no sobreviviría.

—Se honesta ¿por qué te ibas a casar con él? —me pregunta Diego y no tengo respuesta para ello. No una verdadera al menos, puesto que me mantengo enfocada en la espada que porta Rolan

Es la mía. Diamante puro. El único material capaz de matar de manera efectiva a un fuerte. Yo misma lo he comprobado más de una vez. En simultaneidad, el guardia que rompió mis dedos se posa ante mí, dejando un revolver a un costado mío.

—El juego es el siguiente; o matas a Llanos o él hará lo mismo con tu hermano, porque nuestro real no se detendrá, créeme. Soltaré la cadena de tu mano derecha y debes hacer una elección. Una correcta y muy rápida elección.

¡Por supuesto!

El que me rompiera los dedos de esa mano no era una coincidencia. Jugaríamos este juego de la manera menos conveniente, aunque en realidad, la elección no era nada difícil como él la hacía ver. Ese maldito me ofrecía lo que quería: matar a Rolan con mis propias manos.

Tiempo atrás, no hubiera querido que nadie le hiciera daño y lo sigo pensando, pues nadie excepto yo le dañara. Así es como debió ser siempre. Él me destruyó a mí y era tiempo de regresarle el favor.

Le observo fijamente sabiendo lo que debo hacer. Ben no puede ver a quién le profeso furia, pues esté yace detrás suyo, pero de igual forma ya conoce mi elección.

¿Se atreverá acaso Rolan a apuñalar a mi hermano por la espalda?

Cobarde. Después de todo el cariño y aprecio que le ofrecimos ¡Mátalo ya! mi mente lo suplica, pero debo guardar mi don, por lo que pronto se avecinará, sin embargo, de la nada y la penumbra, atisbo en aquel traidor seguidor que alguna vez quise, una lagrima rodando por su rostro.

¿Por qué lloraría si es lo que deseaba hacer desde hace tiempo?

No tiene sentido alguno. A menos que...

—Dejaré a Llanos consiente para ti también. Después de todo, ya cumplió su misión con nosotros y por supuesto, contigo —explaya Sombra.

Mi mirada se congela por un instante en él. Sabe lo que sucederá, pues lo ha planeado desde hace mucho. No tiene miedo a un error. Nunca lo ha tenido. Sus ojos fijos a los míos me lo hacen saber.

"Mira mis recuerdos" suplicó Rolan cuando me vio en la explanada. Vitoreto me llegó a asegurar que la mente de su amigo estaba fracturada y como luz en la oscuridad, lo comprendo. Después de todos esos meses, lo hago: Diego ha estado controlando a Rolan todo ese tiempo.

"Mi mente ya está envenenada" exclamó en el palacio "Pero la tuya es intocable"

A esto es a lo que debió referirse ese rebelde acerca de tomar una elección.

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