𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟦
Ben picaba mi ojo.
—¿Estás dormida? —preguntó, mientras un quejido emergió de mi garganta, al tiempo que colocaba las sabanas sobre mi rostro.
—Lo estaba —contesté bostezando para ver su sonrisa de maldad del día, ya que su asueto estaba en término y debía romper su marca pasada—. ¡Apenas está amaneciendo Benjamín! ¿Qué sucede contigo? —me quejé espetando su nombre completo como represalia sentándome en la cama.
—Pronto cumpliré 20.
—Ya lo sé ¿Para eso me has despertado?
—No realmente. Haremos una escala a Teya antes de ir a Santiago.
—¿Teya? ¿Qué hay de interesante en Teya?
—Asuntos de Sus Majestades —realicé un gesto de desagrado ante su vaga respuesta y mi necesidad de querer saberlo—. Hay decisiones que deben tomarse.
—¿Es acerca de Victoria?
—Hmm no del todo, pero sí, también hay cuestión de ello —respiró con pesar, sentándose en la cama—. ¿Crees que sea un buen hombre?
—¡Por supuesto! Eres como nuestro padre. Destinado a hacer grandes cosas e incluso, no le digas, pero más que él —le susurré con una gran sonrisa.
—El deber antes que el querer ¿cierto? —musitó con un dije de nostalgia.
—Bueno, puede que nuestro emblema familiar sea ya un poco viejo, pero pienso que si hacemos nuestro deber por las razones correctas entonces, este puede converse en querer ¿no? —Ben solo me sonrió—. ¿Qué pasa?
—En verdad te gustaría hacer más por nuestra nación, verdad.
—Por supuesto. Sí no lo hacemos nosotros, entonces quién.
—Serás una buena consejera algún día, sabes —la idea de salir de ese palacio me hizo sonreír.
—¿Piensas que nuestro padre me permita tener un puesto como ese?
—Él te adora, claro que lo hará. Además, eres el ser más inteligente que conozco —su mano cubrió la mía en apoyo—. Al final, todo indica que si tienes sentimientos, gruñona hermanita. Sabes, sí te pones un lindo vestido hoy, quizá y bueno, no lo sé, tengo dos amigos hermanos que probablemente estén en Teya. Tal vez uno de ellos...
—Oh cállate, Benjamín —dije golpeándolo con una de mis almohadas—. No quiero saber nada de tus viciosos amigos ¿Dónde está Dante?
—Iré por él también. Descuida, los dos serán despertados con mi bello rostro respirándoles, pero debe estar desvelando por hacer lo que ya sabes.
—Leer —se escuchó en unísono mientras reímos.
Después se levantó acercándose a la antesala para ir a la puerta.
—Enlistate o llamaré a Magnolia.
—No te atrevas —le advertí con mi dedo apuntándole.
—Una princesa no debe señalar. Mucho menos si lo ejecuta hacia su próximo rey —vociferó con un tono protocolario.
—Una suerte entonces que todavía no lo seas —su boca se abrió aparentando estar ofendido por mi insolencia, mientras giraba para mirarme.
—Siempre serás mi chica número uno —espetó dando la vuelta de nuevo—. ¡Después de tantos ciclos la familia real viajaran junta al fin! —término de gritar antes de cerrar la puerta, al tiempo yo volví a recostarme en la cama.
No supe del porque pensé en aquel instante, pero esa fue la última mañana que realmente fui feliz ntes del accidente de El Celeste y todo lo que conllevaría después.
—Te ibas a casar —susurré hacia mi hermano mirándolo mientras caminábamos por los pasillos para bajar a la plaza e irnos en el jet—. Por eso fuimos a Teya y después a Santiago ¿no es así? —reafirmé lo que para mí fue la teoría que mi mente hizo ante tal recuerdo.
Mikaela y Alexia eran las contendientes que los menesteres, parlamento y nuestros padres habían elegido para él. Cumplía 20 ciclos. La edad en la que mi padre se casó con mi madre.
—Debías elegir una esposa. Una futura reina para Victoria ¿a quién ibas a elegir? —pregunté, pero Ben se mantuvo callado con la vista al frente, al tiempo que mis ojos fueron de él a Vanss, Faustino y el resto que escuchaba nuestra conversación.
—Fue mi culpa, Ofe —se recriminó—. Todos hicimos ese viaje por mí.
—No tu no... —en realidad, no sabía que decirle. Él creía que era su culpa y yo que era la mía y al final, no fue de ninguno de los dos.
Me encontraba apunto de decirle algo que le levantara el ánimos, sin embargo, me encontré con Vitoreto quien seguía a un costado nuestro y terminar por percatarme que su rostro se quedó con aquellos tres guardias fuertes que cruzaban frente a nosotros. Entonces sus ojos me lo hicieron saber. Leyó sus mentes y lo que encontró no fue nada bueno.
—¡Traidores! —se escuchó fuertemente decir en el instante que su mano se levantó para señalarlos.
Todos giramos ante el grito, aunque los disparos ya nos habían invadido en ambos lados. Dos de los hombres cayeron tan pronto como mi mirada se cruzó en ellos. Detesté la forma en la que les arrebaté la vida como si estás no significaran nada, pero fue instinto puro, siendo que detrás de mí escuché gritar a una mujer. Supuse que era Vanss. Una bala debió herirla al igual que lo mismo pasó con los guardias fuertes que nos escoltaron y con el brazo de Vitoreto. Ellos no me dispararon sino a mi alrededor, por lo que el tercer hombre que no logré abatir, corrió saltando al piso de abajo hacía la planta baja.
Yo no pensaba dejarlo ir, por lo que abandoné a todos en el caos y decidí hacer lo mismo. Fui hacia el soldado y salté de la banderilla hasta el piso anterior. Me aseguré que mis tobillos no se torcieran, realizando una voltereta para amortiguar el golpe. No eran más de dos metros de altura, así que no temí por eso.
Cuando al fin me encontré lo suficiente cerca de el agresor, le ordené que se detuviera para tenerlo de frente y notar ciertos rasgos que no eran de aquí.
—¿De dónde vienes?
—De Libertad —contestó, reafirmando lo que creía.
—Apaguen la subestación —grité hacia los guardias más cercanos. El soldado de Libertad no se movería de ahí, porque se lo ordené al igual qué lo único que logró decirme era que debía aprovechar el momento. Acabar con Benjamín e ir por mí.
"Viva el rey Austria" respondió cuándo cuestioné de su estadía ¿Acaso el rey de Libertad estaba declarando la guerra aprovechando el momento más vulnerable de esta nación?
El ataque de rebeldes con la venida de su embajador no podía ser una coincidencia y aunque la subestación estaba relativamente lejos de la estación, debía intentarlo. Debí ordenar quedarnos a ciegas con la posibilidad de poder escapar, siendo que existían infiltrados en la instalación.
—¡Estás loca! —gritó Ben, mientras se aproximaba, reprobando mi acto de haber brincado la banderilla en busca de ese soldado libertano, dejando todo atrás.
—¿Donde esta Eren? —apenas miré a mi hermano, percatándome de la ausencia del coronel, al tiempo que insistía a los soldados y guardias que apagaran la subestación eléctrica.
—Se fue.
—¿Cómo que se fue? —cuestioné a Ben—. ¿A dónde?
—Por ayuda. No hay transmisiones ¿lo recuerdas? —un sonido de insatisfacción emergió de mi boca tras saberlo. Él debía estar con Ben, protegiéndolo como lo prometió—. ¿Para que carajos quieres apagar todo?
—Para sobrecargarlo.
—Claro, explotemos este lugar antes de que nos ganen. Eso es muy inteligente —sarcásticamente respondió él.
—Los que estén esperando a las afuera, porqué sé que lo estan, deberán creer que esa es la señal para que entren y entonces, nosotros los atacaremos primero en la oscuridad.
Mi plan no sonaba tan descabellado. Benjamin me observó con suma expectativa ante lo que no sabía si funcionaría.
—Si, excelente plan, pero nos vamos.
—No, todos aquí van a luchar. Nadie tomará este lugar. Me quedo.
—No te estaba preguntando -mis ojos se entrecerraron al igual que mis pies se detuvieron al saber si lo que espetaba era realmente lo que estaba pensando, aunque lo averigüe tan pronto como me tomo de la muñeca para cargarme como vil costal sobre su hombro.
—¡Ben bájame! —supliqué tantas veces, golpeando su espalda con mis manos, pese que sabía que para él eran simples cosquillas.
—¿Es qué acaso te avergüenzo frente tus soldados? —resonó su voz. Ni siquiera en esos momentos era capaz de olvidar sus bromas.
—Soy tu maldita reina, Benjamín. Obedéceme y déjame salvarlos.
Mi tono no fue amable. Jamás usaría mi habilidad en él, pero decirle a mi hermano que era alguien superior a él, hizo que me bajara con rápidez, colocándome enfrente suyo para darme cuenta de lo que le dije.
—Si vives hoy, mañana podrás luchar. Te necesitamos. Yo te necesito viva, mi reina —el que me dijera de esa forma se sintió de alguna manera incorrecto. Ben era mi hermano. Mi sangre. Lo único de lo que estaba segura que amaba y daría todo para conservarlo en mi vida.
—Hoy viviremos —le contesté resignada rosando su mejilla rasposa por su barba crecida—. Juntos.
Como respuesta, su mano fue a la mía que aún se mantenía sobre su rostro, sin embargo, fue justo en ese momento cuando las luces se apagaron por completo. La oscuridad nos invadió y mi respiración se aceleró en cada paso que dábamos junto con nuestros guardias reales escoltandonos.
—¿Dónde está el resto?
—Deben estar abordando el... —mi hermano no terminó de hablar, pues el jet al que subiríamos, estalló de manera violenta iluminando el cielo nocturno y estrellado.
Fuimos al suelo para protegernos con Benjamín cubriéndome cual manta fuera. No supe porque, pero ese acto me recordó a Francio Real, siendo que hizo un día lo mismo conmigo, sin embargo aquel acto lo llevó a la muerte, aunque a Ben. Mi hermano es un fuerte y lo terminé de comprobar justo cuando me reincorporó sin esfuerzo alguno después de qué esos soldados vestidos de la guardia negra, comenzaron a atacarnos y él los enfrentó.
La mayoría de nuestros soldados no entendían porque sus compañeros nos traicionaban, pero yo si lo supe. No eran nuestros sino de Libertad. Revólveres, dagas, espadas. Todo se llenó de un masivo ataque dentro de la oscuridad.
¿A quién debíamos atacar?
No lo sabíamos. Todos se veían exactamente igual. No era tiempo de ser selectiva, por lo que derribé a la mayor cantidad que mi control pudo.
Ni siquiera me dio tiempo de llorar o pensar en el jet que explotó posiblemente con mis amigos dentro. Arrancaba vidas e inmovilizaba con prontitud, aunque el sudor en mi frente comenzaba a relucir junto con un mareo por no saber dosificar mi control. Lo descansé un poco para entonces, intercambiarlo con armas o dagas tiradas de hombre y mujeres caídos en batalla, mientras retrocedíamos. Pronto, recordé esas historias en las que Damián alabó a mi hermano por sus habilidades y es que sus golpes y estocadas eran perfectos. Benjamín Tamos peleaba como todo un rey.
Nos alejamos lo más que pudimos de la plaza principal siendo evacuados por el comandante a cargo. El sitio frontal se encontraba totalmente tomado. Casi la mitad de todos los hombres se encontraban en la estación eléctrica principal ayudando a restablecerla, tal cono sucedió en La Capital un mes atrás y ya que las instalaciones pequeñas aledañas no respondían, todos deducimos que estábamos solos en esto.
Un par de soldados contrarios, se agregaron a nosotros gracias a mi control sobre ellos. Éramos llevados a una bóveda como la que alguna vez había sido introducida en Hidal, pues era el lugar más seguro, sin embargo, una vibración en el piso se sintió.
Mas explosiones lanzadas a la instalación cedieron junto con flechas surcando los cielos bajaron hacia nosotros con el sonido del aire llamando a la muerte. Una de las flechas rasguñó mi brazo izquierdo y pierna derecha por lo que soldados me protegieron. Ellos eran fuertes y aunque algunos poseían 3 flechas en su espalda, corrían como sí no poseyeran nada en sus cuerpos, provocando que nos resguardarnos de alguna manera hasta que pasara la oleada, quedando del lado del comandante cubriéndonos en un amplio muro, mientras Ben se conservó en el otro extremo unos cuantos metros lejos de mí.
Sin embargo, de la nada, mi hermano se puso en pie y caminó hacia la batalla paso a paso. Grité su nombre al igual que el comandante, pero mi hermano no nos escuchaba. Estaba al descubierto con la mirada vacía.
—Diego —mi voz susurró.
Ese sujeto estaba cerca de nosotros. Lo controlaba y aunque me dije que yo nunca usaría mi habilidad en él, entendí que debía hacerlo. Tomaría la mente de mi hermano y de esa forma, volverlo en si, por lo que emergi del pilar dónde nos protegíamos y corrí hacia él entre el fuego cruzado.
Nadie pudo detenerme, pues controlaba a todo aquel que se acercaba, aunque temí no tener suficiente energía para regresar a Benjamín.
Me encontraba agotada y la oscuridad, me hizo perderlo de vista, mientras la refriega incursionaba. Giré con desesperación en su búsqueda, girando alrededor de mi eje, pero no vislumbrada nada más que muerte. Jamás en mi vida había estado en un lugar así. Con tantos cuerpos y heridos dentro de mi periferia. Una batalla y pérdida inminente.
Fue de esa forma, que la luz volvió de la nada iluminándolo todo. Me detuve al compas del suceso, percatándome de la presencia de Ben quien contaba ahora con un arco en sus manos.
¿En qué momento lo tomó?
Ni idea, sin embargo, pronto la flecha surcó por los aires clavándose en mi abdomen. La velocidad del impacto me empujó hacía atrás.
Pensé que ya me habían hecho mucho daño a lo largo de los pasados meses, pero la mente olvida con avidez y la sensación del dolor presionando mi piel fue brutal, aunque no me causó tanto daño como el hecho de saber que Benjamín me la otorgó a pesar que supiera que había sido obligado a ejecutarlo. No, mi mirada no le perdió de vista a Ben, siendo inevitable recordar aquel día que me atacó en el palacio.
Mis rodillas templaron al mismo tiempo que mi respiración se volvió tan difícil de seguir, que fui hacia atrás con mis manos tocando la flecha dudando el quitarla o no, mientras mi mirada se mantenía en mi hermano. Tan duro y estoico.
—Vuelve —susurré dentro de su mente con mi último aliento de habilidad que quedó y ligeramente pareció reaccionar. Soltó el arco de inmediato, pero era tarde estaba rodeado siendo sometido de múltiples formas que lo hicieron perder la conciencia.
Di pasos atrás sintiéndome caer de no ser que alguien me sostuvo para no colisionar con el concreto.
—¿Rolan?
—Es lindo verte de nuevo, Ofi.
No concebí creerlo y es que pese que Vitoreto lo dijo, no pude creer que estuviera vivo. Sus ojos con los míos entre sus brazos.
—Mira mis recuerdos —espetó con voz de súplica, observándome con desesperación.
—No puedo —respondí.
—Si puedes, solo enfócate en mis mirada e impulsalo.
—Ya no tengo energía para hacerlo —hablé jadeante y entonces, vi como su mirada se transformaba drásticamente ante mi negativa, terminando por clavarme una aguja en el cuello levantándose mientras me dejaba de rodillas.
Lo observé desde abajo mirándose tan grande y poderoso. Fue entonces que del bolso de su casaca emergen dos jeringas de entre sus dedos. Se detuvo un par de segundos antes de elegir una para terminar de clavarla en mi cuello.
—Debes comprender —comenzó a decir—, que Victoria ya no puede ser gobernado por otro fuerte otra vez.
Sus palabras fueron cual dagas en mi pecho. Lo estaba haciendo de nuevo. Me estaba traicionando o pudiera que simplemente él nunca estuviera de mi lado. Mi pecho comenzó a subir y bajar con esa sensación tan similar a cuando le pregunté en el pasado si él había hecho caer el jet en donde venía mi familia.
—Pero tú... tú me ayudaste a escapar
—Y nos llevaste justo a él —mi reacción de inmediato fue girar hacia donde se encontraba Ben, olvidando por completo el dolor que sentía.
Y es que jamás en toda mi vida sentí tanto desprecio y odio por alguien como lo sentí por él. Cuando Farfán me traicionó, me sentí estúpida por haber confiado en quien no debía, pero con Ron, con él me sentí patética. Me odié a mí misma por haberlo dejado llegar hasta aquel punto.
Él siempre mentía y yo siempre le perdonaba. Error tras error ¿Cómo no pude verlo? yo le conocía de toda mi vida y creía o quería pensar que sabía quién era, pero fracasé.
Pude visualizar el instante en el que Diego o Ichigo le dijeron en el palacio "Corre, búscala, hazle creer que la salvarás y ella sola nos llevará a su hermano"
Y la cuestión ahí fue que yo supuse que las cosas era al revés, tras convencerlo de que estuviera de mi lado, pero nunca fue así. Jamás lo fue. Rolan era un maravilloso actor y si me llegó a querer tan siquiera poco nunca me lo demostró.
Solo fui capaz de ver todos sus actos correr y quizá no planeó la muerte de mi familia, pero si supo lo que me pasaría después de ello. Sabía que buscarían dejarme sola y aun así se atrevió a decirme que me amaba. Que le dolía lo que hizo, pero todas fueron mentiras. Su amor fue egoísta desde el inicio, pues únicamente me quería para él y ahora que mi hermano vivía, comprendió que no había más pensamiento ni amor racional más que el que sentía por Ben, así que la situación era qué si no era para él, entonces no sería de nadie más.
Deseé apagar su corazón, explotar su mente, colapsar sus pulmones, pero nada. Mi habilidad se había ido. Se encargaron bien de cansarme lo suficiente y dejarme en ceros, pero sobretodo de colocar a las personas correctas para causarme el mayor de los daños. Personas a las cuales no quisiera dañar.
—¡Te mataré! —salió de mi boca con un resonar grande—. Lo haré.
Nunca creí espetar aquellas palabras, pero en verdad deseaba hacerlo. Rolan Llanos era el culpable de todo mi sufrir. Nunca debió llegar a mi vida. Nunca debí amarlo. Es más, lo odiaba. Tenía mis dudas, pero en ese momento al fin ese sentimiento de amor se desvaneció por completo de mi mente y corazón. Siempre quise salvarlo, sin embargo, ahora le destruiría.
Rolan no pareció muy afligido ante mis palabras o mi levantamiento estrepitoso para romperle la cara, pues de pronto una mano detuvo el puñetazo que se destinaría a ese seguidor.
Diego
—Un mes sin vernos, Ofelia ¿me extrañaste? —explayó en el instante que su mano retorció la flecha en mi cuerpo avivando el dolor.
Un frio me albergó el cuerpo. Un dolor indescriptible y tan intenso me invadió. Tanto que me hizo sentir nauseas. Terminé cayendo en el suelo con mi mano ensangrentada sobre la herida. Mi cabeza término en mis piernas. Sentí desvanecerme de alguna manera inconsciente, estando decaída mirando a mis costados y visualizando a los pocos que todavía querían salvarme siendo acabados, muriendo por mostrarme lealtad.
Perdimos. Isidro había sido tomado por completo. Absolutamente todo.
—Malditos bastardos —resoplé en un quejido como mecanismo de defensa por querer aminorar el dolor, pero Diego solo se giró al igual que Rolan sin mirarme otro segundo más.
—Tráiganla y a su hermano también —ordenó Diego.
Fue de ese modo que comencé a desvanecerme. Varios hombres me tomaron de los hombros forzando la herida a abrirse un centímetro extra para después, sentir como estaba siendo arrastrada.
—Yo... los mataré —prometí antes de realmente perderme en mi totalidad.
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