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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟫

Aquel día se llevaría a cabo la recuperación del palacio, así que dos horas más tarde, me encontré dirigiéndome hacia el jet que me llevaría a aquel lugar que un día llamé hogar. Amarré mi pelo en una firme y alta coleta con mi serio rostro, mientras recibía instrucciones del comandante Guiguen para el viaje, puesto qué sería nuestro guía en aquella travesia de no ser que mi rostro se iluminó un poco por cierto amigo.

—Agus —grité con una pequeña sonrisa para él tras vislumbrarlo.

—Princesa Tamos —me respondió con una leve inclinación, siendo que se encontraba con los refugiados cuando ocurrió el ataque, pues así como Vanss era la informante del Fuego Blanco, Agustín era el mío. Además, me prometió que se cercioraría de que Ana y su toda familia se reuniera en aquel sitio.

—Me alegra tanto que te encuentres a salvo.

—Intenté buscarla, pero...

—No importa. Tú estás a salvo, yo lo estoy y eso es lo único que por ahora debe importar.

—Es que de no ser por usted yo no estaría aquí, Alteza. Además, usted también me hizo obtener una nueva razón para seguir adelante.

Fui capaz de ver como su mirada observaba algo o más bien a alguien, pues mis ojos se colocaron en aquel castaño y suelto cabello qué se removía por el tempestuoso viento de Torna. Nunca me había percatado de cuan largo era ni de lo linda y resplandeciente que podía lucir hasta el momento en el que mi doncella Ana, se cruzó por mi periferia.

Se destinaba a acomodar en la lejanía distintas provisiones con rumbo a los refugiados instalados en la estación. Sus dos hermanos más pequeños le acompañaban por igual. Mateo se miraba perfectamente bien. Los hermanos Marven lo cuidaron y salvaron cuando lo pedí una semana atrás, pues ahora la familia Robles estaba reunida y a salvo.

—Guardia Agustín —susurré, mientras mi codo golpeaba su hombro logrando que se sonrojara.

Agustín finalmente pertenecería a una familia. En realidad no debió sorprenderme, pues siempre le pedía a Agustín que llamara a Ana o viceversa. Me alegré por ellos. Las personas más dulces que conocí, juntas.

—Se merecen el mejor de los futuros y prometo dárselos algún día no muy lejano, espero —su sonrisa se iluminó, mientras miraba a su amada con profundo amor.

Me di el tiempo de saludarla y cómo siempre, fue muy afable conmigo, manteniendo sus modales intactos, ya qué en cuanto me visualizó, realizó una reverencia.

¿Debía decirle qué usé su nombre y vida? ¿Qué casi muere junto con su familia por mi culpa?

Agustín lo sabía y él guardaba el secreto por mí ¿Le escondía algo a ella por su lealtad hacia mí? Justo cuando lo averiguaría, ella puso su mano en mi brazo y me dijo "lo sé". Aquella tranquilidad con la que lo tomó me hizo sentir paz. Su perdón (el primero de muchos que necesitaba obtener) me calmó. De pronto, comprendí porque ambos estaban juntos. Se merecían el uno al otro. Su sincero amor me recordó al mis padres. Siempre incondicional y sincero.

—Bueno, es hora de partir —resoplé hacia Agustín.

Confiaba en muy pocos y él era uno de ellos, por lo que lo ascendí a uno de mis guardias personales, sin embargo el virus era muy contagioso y activo dentro de los poblados seguidores contaminados, fue por eso que llevé a Kendra y Clausius (dos guardias fuertes que fueron detenidos junto con Damián y Alaric en el palacio). Ellos, habían sido leales a mi hermano y a mí desde el inicio.

El jet en el que ascendimos era tan hermoso como amplio. Mucho más que con el que solía viajar El Venturi e incluso El Celeste. Era militar, así que por supuesto debía serlo.

Damián y el comandante Guiguen eran nuestros pilotos al mando. Ya habíamos viajado por tres horas y media y aún faltaba una más. A un costado mío, Vanss se encontraba, pues realizaríamos primero una escala al gobierno de Teya partiendo desde qué con Mikaela presa y sin nadie por ahora a quien cederle el cargo, era necesario colocar orden, sobre todo con una contingencia de un virus que podría extenderse a toda la nación.

Fue por eso que necesitaba encargarmé de ello antes que destinarme al palacio y ya que Vanss mencionó informar a las otras cumbres acerca de los acuerdos entre Ernesto (su presunto líder) y yo, la invité a reducir considerablemente su viaje de días a horas.

Los asientos eran laterales así que ella miraba feliz por la ventana los paisajes montañosos de Santiago hasta que se transformaron en las densas selvas de Teya, al tiempo que mi mano rosaba el collar que mi madre me obsequió y qué había regresado a mi cuello, ya que Ben me lo devolvió antes de partir. Pidió que cerrara los ojos e hice lo que dijo.

No quería dártelo hasta repararlo. Esto debe estar contigo. Solo contigo.

Yo se lo había dado creyendo que moriría, pero todavía seguía ahí y aunque solo fuera un objeto, de alguna forma lograba hacerme sentir mejor, cómo si albergara suerte o fuerza. Su mano mostró el collar que mi madre me obsequió y entonces fue mi turno ofreciéndole el reloj de nuestro padre.

Ya no sirve, como tu cerebro —me burlé y sus ojos rodaron en blanco con una brillante sonrisa—. Pero hubiera sido tuyo. Estoy seguro —Ben supo lo que era en cuanto lo visualizó. Le había mirado tantas o más veces que yo en nuestro padre—. Esto es tiempo. No dejes que te alcance sin haber hecho lo suficiente.

Le dije exactamente las mismas palabras que mi padre me espetó un día. Sonrió y besó mi frente. No pude evitar entristecerme ante el recuerdo de nuestro padre, pues todavía seguía culpándome a mi misma por no sostener su mano cuando partió.

—Oye chica daga ¿en verdad harás una inclusión a los desertores para ser reconocidos en la sociedad? —la voz de Vanss me trajo de nuevo a aquel presente.

—¿Por qué continúas llamándome así? —sus hombros se levantaron en un "no se"—. Da igual, y en lo que respecta a tu respuesta, sí. Todos somos Victoria ¿no es así?

—Y qué hay del príncipe ¿El piensa igual que tú?¿ Le darás la corona antes o después de arreglar la ley? ¿Será el rey y tú acaso la reina o serás princesa de nuevo o cómo funciona? ¿Piensas responder algunas de mis preguntas?

—¿Piensas darme espacio para responder alguna? —repliqué y ella se apenó.

Quise sonreírle y burlarme un tanto, pero ella suspiro.

—Es solo que aún no logro creerlo, sabes. No quiero crear esperanza en mi gente para después simplemente verlas...

"Morir" eso es lo que iba a decir. Coloqué su mano sobre la suya y entonces, sus ojos orbitaron.

—Volar me da nauseas —cubrió su boca con la mano.

—Te dije que no comieras ese segundo plato, pero acaso me escuchaste, no verdad.

—Oh cállate ¿Ya casi llegamos? — cuestionó colocando su cabeza entre sus rodillas lo que provocó que su coleta se retirara de su cuello y fuera capaz de observar aquella impresión en su nuca. Poseía una hermosa pluma tatuada en su largo y delgado cuello. No era la primera que veía contemplando que en Ichigo observé una exactamente igual, aunque en su muñeca. Lo recordaba muy bien.

—¿Qué significa? —pregunté tocando su nuca con la yema de mis dedos. Ella se levantó en un sobre salto rápido ante mi repentino toque—. Un recordatorio ¿quizá? —agregué y ella me miró extrañada, porque justo eso sería lo que respondería.

—¿Qué tan cerca estuviste de Ichigo? —regresó mirándome con profundidad, haciendo que su frente se arrugara.

—Lo suficiente para saber que le dueles tanto como él a ti —Vanss se escudó mirando por la ventana—. ¿Qué significa? Un recordatorio, pero exactamente de qué.

—Que no le pertenecemos a nadie -me aseguró con convicción y tristeza—. Debes saber que la intención al principio fue buena, pero yo entendí libertad y él venganza.

—Lamento que hayan sido subastados en Palma, Vanss.

—¿Cómo sabes que fui vendida? — reprochó molesta, mientras yo me cuestionaba que mentira decirle. Me mordí la lengua para no delatar ni a Faustino o Gerardo—. Fue Ichigo ¿verdad? —mi boca se preparó para hablar, aunque su mano se levantó en alto para detenerme—. Ya no importa. No me importa quién te lo dijo.

—¿En verdad creíste que podías convencerlo?

—Si —respondió—. Al inicio creí poder hacerlo, pero ahora ya no más. Quería justicia para mí, pero solo fui su pretexto y después Diego llegó. No le conocí tanto, sin embargo, sentí que existía algo malo en él. Nunca me agradó, pero Ichigo lo seguía a dónde fuera y al parecer lo sigue haciendo, convirtiéndolo en un ser...

—Creó que lo controla —terminé por decir.

Tal vez estaba cometiendo un error al darle esperanza, pero le hice saber que Diego es un controlamentes y que quizás lo estaba usando. Puede que siempre lo haya hecho. No me creyó al principio, por lo que debí explicarlo desde el inicio. Desde el contagio en Tolomen hecho por el padre de Rene Farfán hasta el contagio de la semana pasada.

Recordé el momento cuando controlé su mente en el palacio. Había algo en él. No era que totalmente estuviera controlado. Tomaba decisiones propias, pero con todo ello, su mente se encontraba hurgada o modificada. Difícil de explicar la sensación de mi mente expuesta a la suya.

Implantar una idea.

Así lo llamaba Rolan. No logré encontrar en Ichigo algo similar o no me importó hacerlo a decir verdad. Vanss solo permaneció pensativa mirando por la ventana nuevamente, asimilando lo revelado y no dijo nada más durante el resto del vuelo.

Me decidí a qué descendiéramos en la estación principal de la capital del gobierno, Isidro. Me pareció lo correcto y eficaz, ya que los soldados debían ser movilizados por lo poco que sabía en ese entonces. Solo existía una provincia que presentó contagios al borde de La Capital qué se aisló de todo el gobierno, pues Mikaela cerró las fronteras antes de que mi anuncio llegara. Supuse que tanto ella como su padre sabían lo que le sucedería a La Capital, aunque aun con eso la infección les abordó.

Cruelmente, mandaron a sus soldados Teyanos a la frontera con la orden de tirar a matar a quienes se atrevieran a cruzarla, sin embargo, fueron fuertes nobles de La Capital quienes evitaron que las armas se levantaran. Huían del asedio que los soldados de Farfán ya fuera por sus órdenes o controlados por Diego, mandaron y como buenos cadetes educados a no dañar a su propia gente, les permitieron pasar con un resto de seguidores contagiados.

—Tenemos dos centros de contención en los poblados de Jinazon y Quata —me explicó el coronel encargado de la contención después de que supiera que su gobernadora era una traidora—. Se han registrado al menos 9 mil decesos en la zona. Por fortuna, estos han descendido un 42% en los anteriores 3 días. Tal como se le informó, el virus es muy contagioso, pero veloz de erradicar.

—Muéstreme.

Al parecer la situación no era tan severa. Al menos no como lo era en Lorde, dónde sus números se triplicaban. La mayoría de refugiados se encontraban en aquel sitio, puesto que los poblados contaminados en La Capital permanecían en la cercanía de aquel gobierno dentro de los sembradíos e industria ganadera de la zona. Al igual era bien sabido que de todos los gobiernos, Lorde era blando con los trabajadores seguidores y pese que Teya contenía un alto porcentaje en habitantes no fuertes debido a las múltiples industrias en el gobierno, era el peor remunerado y con mayor jornada laboral para los seguidores.

¿Cómo no pude verlo? Las señales de que los Farfán eran viles eran tan claras.

Terminé toda la tarde y parte de la noche llenándome de información, datos y estadística que mi mente absorbería para replantearlas más tarde sin problema alguno debido a mi excelente memoria. Nos llevó tanto tiempo hacerlo que los soldados Santiaguenses como Damián, marcharon al palacio dejándome en el resguardo con el comandante Guiguen y mi escolta personal recorriendo las zonas alternas y afectadas.

—Llegaron hace dos días, Majestad — espetó el Coronel a cargo una vez que comentó que tres seguidores cruzaron la frontera el día anterior. Dos hombres y una mujer—. Por alguna razón mis guardias les dejaron pasar. Uno murió infectado al llegar aquí, pero los otros dos no.

—¿Arribaron caminando desde... La Capital? Eso debió costarle dos días al menos.

—Dos de ellos eran de edad media. Dijeron no pertenecer a ninguna casa fuerte desde hace ocho y once ciclos respectivamente. Deben ser contrabandistas o...

—Rebeldes —espeté antes que él y proviniendo de aquel sitio, la posibilidad de que alguno lo fuera era considerable.

—La otra es una chica de 16 ciclos. Los dos hombres dijeron que no sabían quién era ella a pesar de que le ayudaron a traerla hasta aquí. Llegó herida y al borde de la inconsciencia. Mis hombres pensaron que era una infectada, pero de haberlo estado ya habría estado muerta.

—Y ya la han atendido, supongo —habló por primera vez en todo el recorrido Vanss—. Porque ella es ciudadana y sea o no una rebelde tiene derecho a ello, así como por igual pueda que contenga información relevante para nuestra reina ¿no es así? —me miró para validar sus palabras.

El coronel destinó sus ojos de incredulidad a la comandante por hablarle de esa forma para después, reflejarse en los míos por una respuesta. Quedaba más que claro que Vanss jamás podría pasar por mi acompañante o doncella. Su vestimenta y actitud dificultaba creerlo.

—¿Lo hizo coronel? —le cuestioné dejándole claro que esa joven venía conmigo. Su titubeó me afirmó que no y entonces se excusó con que pensaron que moriría, siendo que uno de sus ojos se tornaba rojo tomándolo por una hemorragia interna, aunque algo en mí presintió que esa no era la razón—. ¿Quiero verla?

Debí esperar hasta la mañana del día siguiente para hablar con ella.

—Has dormido por casi dos días ¿Cómo te sientes? —comencé a decir con premura, tocando la frente de aquella chica que desde la noche anterior habían instalado en la estación médica de la jefatura principal dónde se encontraba presa.

La jovencita miraba a su alrededor con confusión. Era menuda, de pelo largo, ondulado y oscuro como sus grandes ojos. Sus pómulos eran marcados, quizá por herencia o por su mala alimentación, probablemente era aquello.

—Tal vez pueda empezar por presentarme. Soy...

—Sé quién eres —espetó con un dije de repudio, pasando saliva por sus cuarteados labios debido a la falta de hidratación con la vista agotada—. Tú ordenaste incendiar mi hogar.

El estómago se me contrajo ante sus palabras, pues era cierto. Yo había hecho aquello en un acto de desesperación. No fue lo correcto, aunque ese día pensé que lo fue.

—Comprendo que ninguna disculpa podrá absolverme jamás de mis actos, pero...

—¡Exacto!... ninguna —me contempló con odio quejándose de dolor tras intentar reincorporarse—, pero supongo que da igual. De todos modos, ya estábamos muertos.

—¿Estábamos? —cuestioné acomodándome sobre la cama para estar más cerca—. ¿Quieres decir que contrajiste el virus y que no eres un rebelde?

—¡No soy un rebelde! —estalló en furia alzando la mitad de su cuerpo removiendo el dolor que un filo le rosó la parte derecha de su abdomen y que la había hecho terminar en aquel sitio—. Ellos mismos me hirieron porque pensaron que yo era una... —sus dedos se movieron por debajo de sus ojos ante el recuerdo.

—... ¿una fuerte? —terminé por ella la frase y está calló comenzando a negarlo con premura en cuanto el momento albergó su mente—. Porque tus ojos eran rojos ¿no es así? —negó de nuevo e intentó reincorporarse de la cama.

—Déjame ir o...

—¿O qué? —me levanté de dónde reposaba.

Su amenaza no llegó a más, pues en cuanto retiró las sabanas de sus piernas y se colocó de rodillas sobre la cama, terminé de comprobar lo que sospechaba. Un ligero quejido y grito emergió de su garganta sosteniendo su cabeza con ambas manos con aflición.

Lo era. Ella era una controlamentes.

—No puedes ordenar mi mente —le explayé—. No puedes, porque yo también sentí la agonía del virus consumiéndome. Mis ojos por igual se tiñeron de carmín como los tuyos y al despertar, me convertí en alguien distinto. Yo entiendo todo por lo que pasaste y pasarás porque yo también soy como tú: una controladora.

La puerta se abrió debido al grito emitido por la chica. Mis escoltas se colocaron en defensa listos para atacar, pero la chica los miró asqueada situándose en la esquina de la cama señalándolos y tocándose la recién herida desinfectada y cosida.

—¡Como pudieron confundirme con ellos! —apunto a Kendra y Clausius—. Esos rebeldes iban a matarme por creerme uno de ellos, pero no lo permití. Así como tampoco pienso dejárselos a ustedes hacerlo.

—No queremos hacerte daño —saltó la voz de Vanss pensando que si miraba alguien como ella se tranquilizaría, pero erró, pues en cuanto ella se acercó, quedó paraliza a medio paso ofrecido tensando la quijada.

Agustín reaccionó de inmediato ante aquel suceso, por lo que su mano se movió a la daga de su cinturoncillo involuntariamente.

—Detente, por favor —supliqué colocando mis dedos en la daga, lista para atacarla si era necesario. No deseaba herirla, pero lo haría si era necesario—. Te juro que no pretendo encerrarte ni herirte en absoluto. Mi hermano y yo te protegeremos y te brindaremos ayuda, lo prometo.

—¿Hermano? —echó una mirada fugaz soltando lo que fuera que retenía a la comandante de moverse o hablar—. Yo también tengo una hermana —su rostro se redujo a lágrimas dentro de la deriva—. Ella logró escapar de los soldados y debo encontrarla. Está viva, lo sé. Puedo sentirla yo... yo le dije que se fuera, porque yo moriría al igual que nuestra familia, pero no lo hice y... solo quiero recuperarla.

Compartía ese sentimiento. Benjamín me hacía sentir igual, sin embargo, cuando miré a los de atrás, fui capaz de notar en sus rostros aquello que me aterraba tanto obtener de las personas que quería.

Temor

Ellos miraban a aquella chica con sumo temor y la cuestión era que no serían los únicos en mirarla de esa manera. De pronto, ella pareció entenderlo porque observó lo mismo que yo y entonces, lágrimas cayeron por su rostro con desesperación porque aquella joven no temía ser descubierta ni por mí ni por alguien más sino se temía a sí misma.

—Deseo ayudarte, pero para eso debes decirme la verdad, porque la gente de allá fuera no entenderá lo que somos y aquello que no es comprendido es temido y extinguido.

Me acerqué a ella y en esa ocasión, me permitió hacerlo.

—Fergin —sonó la voz tenue de la chica—. Mi nombre es Fergin.

De alguna forma, visualicé su rendida pena sobre la mía.

—Te creo —murmuró Vanss con sus manos frotándose el cuello observando con asombro a la joven—. En verdad, juro que ahora si te creo.

Ese día comprendí que este mundo ya no le pertenecía únicamente a fuertes o a seguidores, sino que habían nacido otra clase de personas y debía encontrarlas.

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