𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟥
Decidí pasar un tiempo en la enfermería de la estación central de la guardia negra después de aquel encuentro con el Fuego Blanco y su líder Ernesto. Los fuertes no suelen enfermarse o lesionar con regularidad a menos que esta fuera severa, por lo que supuse que era el sitio ideal para ocultarme y pensar.
—¿Escondiéndose Tamos?
No fue necesario girar para saber de quién se trataba, siendo que solo existía una persona que me nombraba de tal manera, por lo que con alivio, elevé los hombros como afirmación para que Damián Marven, se acercara.
—¿Puedo? —preguntó y afirmé, mirándolo tomar asiento a un costado mío de la camilla.
Se había duchado, puesto que su cabello seguía húmedo y oliendo a jabón floral. Su atuendo de igual manera se renovó por un pulcro uniforme de la guardia negra. Supuse que con su compañía, quizá y la culpa de comprometer a mi hermano sin decirle junto con el enojo de Faustino pudiera disolverse por un par de minutos.
—Poseo algo tuyo —me confesó en el instante que se quitó removió de su cuello para después, extender su mano y explicarme que cayó de mi cuando nos batíamos en duelo por nuestras vidas dentro del palacio la semana anterior. Deseaba conservarlo, pero ahora que vivía, lo correcto era devolverlo.
Descubrí qué lo que su mano sostenía era nada menos que el broche que alguna vez me regaló Hozer. Consistía en un copo de nieve con una lila en medio de ella. Aquella era la flor favorita de mi madre, aunque en ese instante mi pequeño niño no lo supiera. No pude evitar sonreír pensando en él, mientras acariciaba el artefacto recordando aquel día que me lo obsequió.
—Gracias —explayé al tiempo que coloqué la cadena sobre mi cuello qué tanto insistió que conservara, ya que el broche original se rompió y por lo tanto, no podría prenderlo a mi ropa.
—¿Quién te lo ha dado?
—Mi ladrón favorito —respondí al instante que el rostro de Damián decayó—. Es el niño más dulce que conozco —repuse.
—Oh —tan solo pudo contestar recomponiendo su actitud pasada.
—Apuesto que le agradarías, sabes. Eres bueno con los niños.
Por alguna extraña razón pensé en Joan, el niño que Damián solía darle caramelos en el palacio. Nunca supe su paradero o destino. Quizás estaba bien y logró escapar cuando mandé a los trabajadores seguidores del palacio a Lorde. Todos ellos radicaban en uno de sus refugios de sus campos Frindelaya, su provincia más amplia y de comunidad en su mayoría seguidora. Quise pensar que no le ocurrió nada, pero la idea de que estuviera enfermo como tantos seguidores y que muriera por ello, mermó mi mente. La rabia me envolvió con el pensamiento de cómo era posible que existieran personas a las que no les importaba destruir a más personas.
—¿Cómo Palma pudo ocultar un arma así? —reproché aferrando mi puño en el broche contemplando el suelo—. Guardar y crear un virus como el que hace cientos de ciclos destruyó casi todo el mundo es inconcebible —pensé en las cifras de los contagiados las cuales eran alarmantes. Decenas de miles murieron y seguirían haciéndolo—. Ahora estoy segura que en ese entonces fueron los humanos quiénes crearon el virus para destruirse los unos a los otros y todo por tener más tierras... más poder. La humanidad solo sabe destruir.
—Y salvar —abogó Damián, provocando que le observara y escuchara—. Pueda que tal vez se destruya en la misma proporción con la que también se salva, Tamos. Pienso fervientemente que mientras exista gente que decida salvar antes que destruir, puede haber cabida para la esperanza en este mundo, así como que existen muchas razones para vivir y seguir luchando. La maldad y bondad radica en cada persona, sea quien sea créeme y la cuestión aquí será ¿cuál concederás que te defina?
Una ligera sonrisa se dibujó en mis labios ante sus reparadoras palabras para de ese modo, posar mi mano sobre la suya, pues Damián siempre encontraba la forma de levantar mi ánimo.
—Extrañe tus palabras —le confesé con suma sinceridad.
Apenas y habíamos entablado dialogo desde que fue liberado, puesto qué todo sucedió con tal velocidad que tan solo dentro de aquella calma, fue visible apreciarlo.
—Y yo te extrañe a ti —regresó con su intensa mirada fija en mí.
Sus ojos en esa sala que carecía de poca luz, debido a la tarde que muy pronto se ocultaria, eran calmantes, tibios y sinceros, aunque algo dentro de mí hizo emerger palpitantes nervios, por lo que mejor opté por enfocarme en girar su mano y percatarme de una ligera cortada que debió haber recibido en el palacio por lo reciente que se miraba, pero qué por fortuna ya se encontraba en proceso de cicatrización. Rosé mis dedos en su apenas visible marca, provocando que fuera su turno de colocarse nervioso.
—¿Quieres ver donde se instalaran tu hermano y tú? Puede que esté preocupado por tu ausencia y deseé verte ¿no? —el tono de Damián fue sumamente dulce. No me restó más que afirmar con la cabeza soltando su mano.
Debíamos caminar un tanto para llegar a la residencia privada que se nos otorgó, por lo que solo desfilamos en una de las largas pistas de aterrizaje donde el día siguiente el resto de gobernadores arribarían.
—¿Cuál fue el trato? —cuestionó Damián.
—¿Perdona?
—Bueno, digamos que Misael Borja es algo... conozco al gobernador y sé que él no ayuda a nadie sin obtener algo a cambio.
—¿Por qué piensas que me ha pedido algo? —soné altanera y él por poco se sonroja por ello, pero lo cierto era que sí, mucho de lo que negocié había sido para salvarle de un posible juicio, pero no permití que lo supiera—. ¡Nada! —obviamente le mentí—. No prometí nada.
"Nada que no pudiera resarcir"
—Nada de lo que debas preocuparte, Marven —comprendía que le mentía, pero decidió no insistir.
—¿Esta nerviosa por lo que pasará mañana? —finalmente cambio el tema tras el silencio.
—¡Qué va! Ardo de ansias porqué me ignoren en otra sesión —espeté en tono de sarcasmo y de inmediato reímos ligeramente por aquello—, aunque... no lo sé ¿cómo luzco? —pregunté de forma seria.
Recordé que por lo general, aquello siempre terminaba mal. Las reuniones se llenaban de gritos, chirridos de silla y todos culpándome por creerme incapaz de tomar decisiones.
—Yo diría que muy linda, Tamos.
¡Por supuesto!
Marven aún colocaba ciertos sentimientos por mí. A quién le preguntaba aquello.
—¿Luzco como una reina todavía? —reformulé mi pregunta, por lo que su mirada se desvió de mí sintiéndose tonto ante la respuesta que me dio.
—¿Se siente como una? —mi respuesta sería no, sin en cambio eso no ayudaría a mis nervios.
—Algo así —respiré profundo mirando la explanada de la instalación, visualizando mi ropa y risos revueltos por el tempestuoso viento de la ciudad de Torna aprisionando mi abrigo con los brazos.
—Yo sé que no se siente como una, pero ellos no lo saben. Úselo a su favor —me susurró yaciendo detrás mío ya que se detuvo en seco. Su frase me arrancó una sonrisa maliciosa que decía lo intentaré—. Esto sigue exactamente igual —exclamó lentamente una vez que llegamos a la plaza principal.
Me pareció que estaba feliz y tras observar lo que él miraba recordé qué el general de Victoria había vivió ahí. Literalmente. No olvidaba cuando me dijo que creció y fue formado en aquella estación. Era su hogar meses atrás antes de ir al palacio a cuidarme.
—Te importaría darme un recorrido, por si es que debo huir después de la sesión —agregué con sarcasmo, mientras con una sonrisa asentó.
—Será un placer.
Caminamos. Nos olvidamos de los problemas y me explicó mejor de como estaban ubicados los bloques de entrenamiento. Me contó dónde fue que venció a Ben la primera vez y donde más perdió las otras cien veces después de ello. Un par de metros distantes, señaló el sur de la zona estirando su mano.
—Ese era mi hogar.
—¿Esa? —exclamé con un tanto de intriga.
Aquel sitio no lucía exactamente como la casa de un comandante de alto rango como lo era Roberto Marven. Era más bien como una cabaña. No dejaba de ser amplia y de dos pisos con un lindo techo de tejas rojas al frente, pero aun con ello se veía simple, sin lujos ni excentricidades. Así fue como me di cuenta de porqué era así Damián. Él era un hombre complicado en cuanto a intentar leer sus emociones y pensamientos se trataba, pero muy sencillo en aspectos de lujos y gustos.
—Es... cálida y hogareña —lo dije enserio pese que no fuera mi estilo.
—En realidad tenemos una propiedad en el condado de Isadora. Muy cerca del golfo de Ufres qué compartimos con la otra nación, pero debe estar cubierta de polvo en estos momentos. Después que mi madre murió, el comandante decidió traernos hasta aquí.
El hecho de que le dijera comandante a su padre me hizo sentir cierta tensión entre ellos, aunque no quise tocar el tema.
—Así que aquí yacen todos y mis mejores recuerdos bueno, casi todos —me echó una mirada que apartó con velocidad. No fue necesario que dijera donde se conservaban otros pares de ellos, por lo que seguimos caminando—. Ya para cuando poseía catorce, mi puntería casi era perfecta.
Me dediqué a escuchar. No lograba creer que Damián hablara tanto acerca de su vida. Pasé tantos meses sabiendo tan poco de él que me pareció extraño que se expusiera cual libro abierto para mí.
—Iriden solía lanzar flechas a mis encuadernados para que dejara de leerlos y así combatiéramos.
—Eso suena terrible —agregué riendo imaginando tal escena.
—Tal vez, aunque cuando comencé a ser yo quién los lanzaba a sus objetos queridos, el que se divertía era yo, créeme —emitió una carcajada y eso me sorprendió—. ¿Qué sucede? —dijo un poco avergonzado. Pude ver sus mejillas enrojecerse.
—Nada, es solo que... —mordí mi labio bajando mi mirada para después elevarla de nuevo —me gusta saber cosas de ti —sus ojos fueron a los míos y después elevó su mano para que me adentrara a su casa.
Era más linda de lo que pensaba, aún con todo y que era muy sobria, con muebles de madera y tapetes en tonos oscuros, aunque existían bastantes fotos en la parte de arriba de su chimenea. Fue como un imán del que no pude escapar. Y entonces la vi.
—Era hermosa —susurré pasando mi dedo a la foto de dónde supuse que fue la unión de sus padres.
El comandante Marven era de Santiago. Quizá por eso la piel blanca de Damián. Eso y que creció ahí, qué por lo general el sol no es tan denso, no como en Teya que por el contrario, adentra un calor abrumador. Por eso su prima debía poseer un tono dorado de piel a comparación de sus primos, sin embargo, en ese instante comprendí porque su cabello era tan negro y no rubio como la mayoría de los pobladores de Santiago y es que su madre poseía el cabello más negro y brillante que alguna vez pude ver en alguien.
—Cerina. Ese era su nombre.
Tomó el retrato y recordé que me dijo que no lograba acordarse de ella, pues murió cuando Damián aún tenía cuatro ciclos. Se hundió un poco en melancolía en cuanto mi mente abordó lo que René me había dicho en el palacio acerca de que Cerina fue convencida e incluso manipulada para prometerse con el Coronel. Quizá por eso ella no sonreía en la fotografía.
Decidí dar un paso atrás, pero existía algo particular en la casa. Tejidos. Todos similares Un toque femenino en esa rustica casa de hombres. Al menos en la sala, por lo que Damián observó hacia donde desvié la mirada tocando tal tejido.
—Esa fue Nin —explicó antes de que preguntara.
—¿La mujer que cuidó de ti y tú hermano? —asintió.
—A Nin no le gustaban los retratos, pero no pudo escapar de mi lente una vez —de pronto decidió mostrarme una fotografía de ella, sin embargo, está se encontraba en su habitación.
Sujetó mi mano y me hizo subir las escaleras y pasillo. Este era angosto, por lo que no cabíamos los dos. Él fue por delante para guiarme hasta llegar a ella. Tras mirar el retrato, noté que Nin era una mujer ya mayor como mi abuela. Estaba en la cocina y lucia sorprendida o más bien molesta con una cuchara en su mano.
—Me lanzó eso en la cabeza después de tomarla —no pude evitar reír.
—¿Hacía caramelos? —pregunté ansiosa de saber toda la historia.
—Un pudin —me corrigió—. Simplemente delicioso. Podríamos intentar hacer uno. Bueno, puedes verme intentar hacer uno —coloqué mis ojos en blanco y empujé mi hombro con el suyo por burlarse de mi ineficiencia en la cocina.
—Me hubiera gustado conocerla.
—Todavía puedes hacerlo. Ella no ha muerto.
—Yo... —me sentí tan tonta que cubrí mi rostro con la mano—. Pensé que...
—Descuida, no lo sabías. No fui exactamente claro cuando me preguntaste por ella, aunque sería bueno no comentárselo —habló con sarcasmo—. Supongo que sintió haber cumplido su misión con nosotros y cuando cada quién tomó su rumbo, se mudó con una prima a vivir una merecida jubilación en la costa Okarona.
—En ese caso espero conocerla un día y... ¿en verdad te gusta la fotografía y cocina? —mi tono fue de total asombro. Jamás hubiera imaginado que ese hombre de rostro pétreo e innato peleador, cocinara o gustara de capturar paisajes.
—Lo sé Tamos eso es...
—... lindo —terminé por él rodeando su cuarto que era pequeño.
Muy pequeño. Y es qué comparado con el que yo solía tener, aquello equivaldría a mi armario, pero aún con todo ello, esa habitación era tan personal que se podía sentir la comodidad en cada rincón.
—Eres... —no continué mi frase porque Damián comenzó a acercarse a mí de tal modo qué me cuestioné como era que llegué hasta su cuarto estando realmente muy solos.
Imaginé a Magnolia junto con mi madre furiosas conmigo por esa situación en la que me presentaba. Para mi sorpresa, Damián se movió hacia su pequeño escritorio y mostrarme otro retrato donde estaba él y muchos de su compañeros en donde visualicé a Ben y a Dante. Mi pequeño hermano estaba más joven. Debió tener trece ciclos. La edad que se fue del palacio. Mis dedos tocaron su figura y suspiré por su ausencia para seguido sonreír por ver a Ben poniendo atrás de uno de los soldados sus dedos haciendo parecer que tenía un par de cuernos.
—Él será un excelente rey —susurré para mí, aunque Damián me escuchó.
—Entonces... ¿lo harás?
—¿Hacer qué?
—Renunciaras a tu reinado ¿Fue eso lo que le prometiste al gobernador Borja?
—Yo no lo llamaría exactamente que tuve un reinado, pero es lo correcto.
—¿Por qué?
Oh no, había dicho las palabras. Esas que siempre terminan en... discusión.
—Pues es el heredero natural de Victoria, es un Tamos.
—Tú también lo eres —me insistió en un tono de enfado o algo así, por lo que dejé el retrato en su buró y decidí salir de su habitación, pero me siguió—. Tamos respóndeme —cuestionó mientras bajábamos de las escaleras.
—¡Así debe ser Damián! —me giré hacia él—. Yo no puedo ser la reina, eso está más que comprobado. Solo observa en lo que se convirtió Victoria y todo por mi culpa, pero Ben... él fue criado, educado para esto. Creció sabiendo lo que sería. Nació para gobernar, lo sé. Él debe ser nuestro rey —terminé por decir abriendo la puerta para parar la conversación bajando los escalones de la cabaña.
—El deber no es igual que el querer -sus palabras resonaron claras sintiéndome tan pequeña. Tan expuesta—. ¿Es qué acaso le has preguntado lo que él quiere?
—¿Acaso alguien lo hizo conmigo?
—Supongo que no y es por eso que Benjamín merece esa opción ¿no lo crees? Victoria merece elegir.
—Ellos no me elegirán Damián ¿Por qué lo harían? —lo miré convencida de lo que creía.
—Tú no debiste ser reina, sin embargo, lo eres. Te he visto luchar, sufrir, equivocarte y levantarte por ello. Terminaste queriendo ser reina para ayudar a toda esa gente de afuera o ¿me equivoco? —continuó bajando los escalones hasta que quedó a uno de bajar sosteniendo su mano en el barandal de madera.
—No es justo. No me hagas sentir que estoy renunciando. Sabes en el fondo que lo que hago es lo correcto.
—¿Lo correcto? ¿Para quién? —presionó.
—Eres... —al final encontré las palabras que en su habitación no logré decirle —insoportable. Necio hasta los huesos.
—Y tú muy terca. De pies a cabeza, mi reina.
—¿Te estás burlando de mí? —reproché por haberme dicho así.
—¿Qué? ¡No! —me aseguró finalmente estando al mismo nivel donde permanecía—. Yo jamás me burlaría de la mujer que yo...
Un grito cesó nuestra discusión. Era un soldado muy agitado corriendo.
—Reina Ofelia, General Marven —rindió una reverencia después de respirar hondo—. Llevo más de una hora intentando buscarles.
¿Una hora?
Vaya que no se sintió el tiempo pasar a su lado. Fue incluso hasta ese momento que noté que ya era de noche.
Tonto Damián, debió arruinarlo.
—¿Y bien para que nos requería soldado?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro