𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣
Una voz me llama. Pronuncia con dulzura mi nombre. Me suplica que le ayude, pese que todo yazca hundido dentro de una profunda y rotunda oscuridad. Pronto, la silueta revela que se trata de mi querido hermano mayor Benjamín, sin embargo, de manera misteriosa está cambia de la misma forma en la que su voz se transforma y avanza, percatándome con inmediatez que él ya no es más mi hermano.
—Bendición o Maldición —escucho en un tono intenso e inquisidor.
La voz se cuela por mi mente como alcohol sobre una herida y por más que retroceda, ésta me persigue, aumentando con la misma frase una y otra vez. Llevo mis manos a los oídos deseando detener las ensordesedoras palabras escuchadas, terminando de cuclillas, sin embargo, todo es en vano, pues la silueta se posa detrás de mí con lentitud y cuál secreto me confesara murmura:
—¿A quién le perteneces?
Una pesadilla, un recordatorio, una premonición.
Un jadeo profundo se dispara dentro de mi pecho y finalmente, mis ojos se abren y estoy de vuelta a la realidad.
Intentar correr es inútil, pues me encuentro encadenada de las muñecas a lo alto de mi cabeza, lo cuál es lo único que me sostiene de caer por completo al duro mármol del suelo. Estoy de rodillas, mientras siento el dolor menguar sobre mi yacido cuerpo. Mi desorientada mente se desvanece ante el emergente flagelo nacido de mis costillas y la fragilidad en cada respiración ofrecida. Creo que podrían estar rotas, sin embargo, tras descender la mirada, me percato que el dolor proviene de una sangrante herida emergente de un costado de mi abdomen.
Una flecha. Sí, lo recuerdo. Una flecha me atravesó cuando estaba huyendo de... ¿Dónde?
Mi mente permanece tan desorientada que no consigo concentrarme ni un poco. La amplia sala parece desconocida ante mi visión deformada, aunque comprendo perfectamente lo que es: Un bloque de entrenamiento. Habrá un espectáculo pronto y sin duda seré la exhibición principal.
Creí que todo se había terminado, pues salvé a mi hermano Benjamín, dejándolo bajo el resguardo de Damián, Agustín y una guardia del palacio, Farfán había muerto, contagie a los rebeldes, regresé para morir, sin embargo, al final no lo hice.
No lo hice por...
Sí, lo recuerdo. Recuerdo cómo es que he llegado hasta este punto.
Yacía frente al espejo y sí, mis ojos se tornaron rojos tras la enfermedad. Para cuando aquel par de rebeldes se adentraron a mi habitación solo pudieron decirme que era imposible, que yo debería estar muerta. Contemplé sus dagas afiladas más que listos para proporcionarme cualquier tipo de ataque en el instante que optara por moverme, pero solo conseguí sonreír convirtiendo mis manos en puños.
—No creo que puedan hacerme nada con eso —emití.
—¿Segura? —el rebelde con edad superior a la de la habitación me retó, mientras le otorgaba a su otro compañero un saco que por la descripción, bien podía ser la funda de una almohada, aunque lo que realmente atrajo mi atención fue el tintineo que éste emitió, pues pude saber su contenido.
Ladrones. Antes de marcharse estaban saqueando el palacio, ni hogar. Cada una de las habitaciones en la que alguna vez había vivido los miembros de mi familia estaban siendo profanadas. Aquello encendió mi cuerpo por completo y acepté en su totalidad el reto espetado de su boca en el preciso momento que observé como aquel hombre deslizaba el filo de su cuchillo con rapidez por su propio cuello, desbordando una generosa cantidad de sangre por su camisa y alfombra una vez que su boca emitió un sonido casi agonizante.
—Muy segura, sí —le contesté con una sustancial malicia, dirigiendo con lentitud y desdén la mirada como pasos al rebelde restante que apenas y era un par de ciclos mayor que yo.
El joven de inmediato soltó su saco y el de su compañero al suelo por igual para envolver con prontitud sus manos tambaleantes a un revolver viejo que debió tomar de algunos de los guardias de Farfán para apuntarme.
Grave error.
Escuché el clic del seguro del arma abrirse envuelto por el pánico de la escena anterior, pero el chico no disparó, siendo que cayó de rodillas en un espasmo dramático para seguido de eso, redirigir su revolver hacia su propio pecho. Sus ojos me observaron petrificados, luciendo muy consciente de lo que sucedería.
Ni siquiera pestañe. Era como estar dentro de un incendio. Uno que no deseaba ser apagado. No hasta dejarlo todo en incandescentes llamas y de la nada, la detonación cedió. Los dos hombres se habían matado con sus propias manos por la simple y sencilla razón de que mi mente se infiltró dentro de las suyas como agua en su cauce natural y sencillamente se los ordené.
Y es que pasé tanto, pero tanto tiempo, siendo y sintiéndome tan insignificante, ignorada, y débil que me regocijó a un grado casi delirante el saber que aquella chica que fui por mucho tiempo se había desvanecido. Que hubiera muerto con la enfermedad y naciera alguien más en su sitio, ya que fuera lo que fuera que el virus hizo en mí, me cambió.
Lo pude sentir al despertar. En cada centímetro de mi cuerpo desde el instante que el dolor se desvaneció de mi cabeza. Erizaba mi piel. Contraía mis venas. Me causaba escalofríos y calidez en la misma proporción, sin embargo, cuando realmente me di cuenta de lo cometido no pude evitar llevar mi mano a la boca con premura.
¿Qué era lo que había hecho?
"No soy como ellos" me había dicho, aunque ciertamente me comporte como si lo fuera, así que me fue inevitable llevar mi vista hacia mis manos, como si estuvieran cubiertas de su sangre.
No fue hasta que sentí un par de manos sujetando mis brazos que me percaté de lo tonta que fui por no haber emprendido huida cuando tenía tiempo, pues tres rebeldes emergieron a la escena alertas por la detonación anterior, terminando aprendida por dos de ellos, mirando con horror la escena en mi alcoba.
—¡No la lastimen! —escuché una voz tan particular y reconocible para mis oídos qué, una oleada extraña y ajena a mi cuerpo surgió de forma inesperada.
Fue entonces que por primera vez desde mi despierte sucedió: los rebeldes cayeron muertos en simultaneidad.
Mi cuerpo entero se abatió. Quedé exhausta y jadeante de una manera que no puedo explicar. Lo que hice fue inhumano y extraordinario a la misma vez. Mis rodillas y manos se aferraron al suelo para no caer inconsciente sobre la alfombra del pasillo, siendo que mi nariz comenzó a sangrar desbocadamente, aunque aquello no fue impedimento alguno para girar y observar al destructor de toda mi vida.
—No puede ser.
La boca de Ichigo se movió en aquella clara frase, pesé que apenas emitiera un pequeño sonido.
La angustia en su rostro fue palpitante. Por un par de breves segundos se mantuvo estático, encontrando mi férrea y nueva roja mirada sin creer del todo lo que sus ojos capturaban. Lo vi pasar saliva antes de mover con rapidez su mano a su cinturoncillo y tomar una pequeña arma. No era como los revólveres viejos que traficaban en Teya, sino más parecido a un cilindro con envoltura blanca.
Estuvo a nada de jalar aquel gatillo de no ser que titubeó. Sus dedos detuvieron el acto porque así yo lo decidí. Miró con terror como su mano no le obedecía, mientras yo dirigía mi dorso hacía la chorreante sangre que emergía de mi nariz para limpiarme.
Sonreí, pues él moriría nada más ni nada menos que por su propia mano. Una muerte digna para la rata traicionera que era, sin embargo, en cuanto el arma se posó sobre su pecho una detonación cesó en dirección a Ichigo.
Una bala se incrustó directo en su mano, provocando que el arma cayera, al mismo tiempo que emergía un grito de dolor, sujetando su herida. Aquel acto me hizo desviar la vista para terminar de encontrarme con el perpetrador de aquello.
Diego.
Diego seguía sorprendente e inexplicablemente vivo. Le había disparado a nada menos que a su camarada para salvarle de mí. No conseguí procesarlo del todo, puesto que de la nada y bajo mi distracción, mi cuerpo fue aturdido por lo que por un momento creí que había sido una bala en mi pecho, sin embargo, para cuanto descendi la mirada, me percaté que lo que se incrustó dentro de él fue un especie de dardo que removí con inmediatez.
Tan pronto surtió efecto, el aguijón causó que el mareo anterior se maximizara, haciendo cesar todo mal pensamiento que corriera tras despertar de la muerte sin poder dejar de reprocharme lo descuidada que pude haber sido, mientras perdía la total consciencia.
♨
Mis ojos se abrieron lentamente con todo en mi cabeza dando vueltas. Mi voz titilaba con susurros inciertos, provocado por un dolor inherente sobre cada parte de mi cuerpo. Respiraba agitadamente y después de intentar moverme, me percaté que yacía dentro de una oscura y fría habitación.
La cama era dura porque simplemente no constaba nada más que de un simple bloque de piedra. Fue en ese instante que comprendí en donde estaba: Piso cero.
Yacía en la prisión del palacio.
Mis pensamientos desbalanceados se perdieron entre mis quejidos envueltos de dolor por desear reincorporarme. Con apenas permiso de mis extremidades, logré mantenerme sentada. Todo daba vueltas pese la oscuridad cedida, aunque principalmente me encontraba tremendamente exhausta, pues toda vitalidad brindada en mi despertar se disolvió en el pasado arranque.
Únicamente conseguí brindar dos pasos antes de percatarme que mi tobillo izquierdo poseía un grillete encadenado al suelo.
Fue de ese modo que una voz me llamó.
—¿Ofelia, eres tú?
Reconocí la voz.
—¿Octavius?
—¡Por toda Victoria! No estaba seguro de que fueras tú a quién trajeron aquí.
—Creí que te habían...
No terminé la frase, siendo que averigüé lo largo de mi cadena una vez que observé como aquella no me permitió llegar hasta los barrotes. Estiré mis brazos, aunque tan solo conseguí que mis dedos de la mano derecha sobre salieran de ellos. La falta de luz dentro de las celdas no me permitieron verlo, sin embargo, su voz me llevó a suponer su paradero, la celda de un costado frente a la mía.
—Si, yo supuse lo mismo de usted —aseguró.
—¿Y Eren, el comandante Irruso está vivo?
—No tengo idea. Nos separamos antes de que me aprendieran esas escorias.
—¿Por cuánto tiempo has estado aquí?
—No lo sé.
Maldije en un murmuro casi silencioso, pues al fin había comprendido a Damián con respecto a lo irritante que podía ser escuchar aquellas palabras.
—Han pasado horas, pero estando en este agujero se siente como días —me aseguró con el mismo dolor que probablemente yo impuse por no saber lo que pasaría con ambos—. Nadie vendrá a salvarnos ¿cierto?
Dedujo mis pensamientos.
—No, Octavius. Nadie —respondí con lágrimas deseando emerger de mis ojos, mientras observaba a la nada—. Aquellos que alguna vez pudieron salvarnos creen que estamos muertos.
—Entonces hay que escapar antes de que realmente lo estemos.
No fui capaz de responderle ni prometer algo que quizá jamás sucedería, por lo que solo me restó retroceder para ir a aquella banca de piedra y abrazar mis piernas como niña asustada, puesto que en realidad lo estaba, sin embargo, lo único que mi cuerpo logró ejecutar fue moverse a un costado de la celda y recargar mi frente a la rocosa y fría pared y ahí, dentro de la penumbra obvia, me permití pensar y llorar por todas las personas que conocía y que se encontraban en riesgo inminente. Por todas esas absurdas decisiones que tomé, una tras otra sin excepción alguna.
Había dejado a mi hermano partir sin mí, pues creí que moriría y usar mis últimos respiros para acabar con "los malos" me pareció una forma digna de morir excepto que no lo hice. Debí haberme quedado a su lado cuándo dijo que no permitiría que muriera sola. Habría podido despertar a su lado y no en ese lugar del cuál ya se encontraba muy lejos de ser mi hogar.
De pronto, los pasos de alguien cesó mis pensamientos.
Con cautela, eleve la mirada del suelo para visualizar la silueta entre los barrotes que la tenue iluminación del pasillo aportaba, y vislumbrar la mitad de su rostro.
—Alteza, finalmente ha despertado —resonó la voz del rebelde Ichigo envuelta en un eco postrándose frente a la celda.
Permanecí callada y observándolo. De haber podido, le habría arrancado la cabeza.
—Ellos no van a ayudarle, así que míreme a mí —agregó en cuanto se percató que mi vista se desviaba a los dos hombres que parecían escoltarlo, mientras uno de ellos abría la reja—. ¿Cómo es que aún sigue con vida? —preguntó de manera retórica después de un incómodo y prolongado silencio.
—Debería estar muerta —admití—. Muerta al igual que tú.
Eso último causó una ligera carcajada por parte suya. Lo suficiente como para generar eco dentro del pasillo. Todo rastro de temor que pudo causarle mi presencia tiempo atrás se había esfumado e intercambiado por certeza y altanería.
—¿Creyó que me había infectado?
Esperó mi respuesta. Nunca llegó.
—No le mentiré, yo también lo creí por un instante —sus brazos se recargaron entre los barrotes adentrándolos a la celda—. Sí, por un muy breve instante, aunque cientos lo están haciendo justo ahora. Aquel mal parido fuerte nunca nos dijo lo que robaríamos aquel día en el centro médico de Palma.
Me mantuve atenta a su barato discurso.
—Aunque supongo que aquello nunca nos lo hubiera dicho ¿cierto? Farfán sabía bien que para ganarse su corona tenía que reducir números. Se necesitan de dos a tres seguidores para acabar con un fuerte y ciertamente, los números están de nuestro lado y es por eso que ahora arde Xelu, Pixon y parte de Concorda por igual. Sé que usted mandó a sus soldaditos fuertes a contener el virus, pero los soldados de René acabaron con ellos y nosotros acabamos con los de él en La Capital. Sabe, nadie ha preguntado por usted ¿Cree que se deba a que ya no queda nadie a kilómetros a la redonda de este palacio ni de sus incendiados ni cenicientos poblados?
—¿Por qué me cuentas esto?
—Supongo que para que comprenda que esto no es tan personal como lo supone. Usted fue un peldaño, no la cúspide.
Reí con ironía, mientras la furia se apoderaba de mi ser, optando por arremeter en contra de él y avanzar con estrepito para causarle cualquier daño que me permitiera ofrecerle, pero, después de emprender varios pasos caí de rodillas en un doloroso impacto al suelo por no recordar el grillete sujeto a mi tobillo.
Mi cuerpo ardió en rabia mezclada con vergüenza en cuanto sus acompañantes comenzaron a reírse, tras verme postrada tocando la cadena que me unía a la celda. Con una mirada, Ichigo los hizo enmudecer y se acuclillo para volver su atención de nuevo a mí, aunque lo que recibe a cambio es un escupitajo mío. Nuestra distancia no fue suficiente para alcanzarlo, aunque el mensaje le quedó muy claro.
—Pues para mí ésto se sintió muy personal, maldito bastardo.
Su mirada se fijó con pereza y espetó:
—Sabe que sus ojos deberían ser azules ¿no es así, Su Majestad?
No pude evitar descender la mirada, atrayendo de nuevo aquella cuestión en mi vida.
—O debería decir ¿ex Majestad? —sus palabras provocaron que le mirara de nuevo—. Es qué considerando que su hermano, el verdadero heredero de Victoria está vivo, no sé en dónde la situaría a usted en todo esto.
—No sé de qué hablas —intenté fingir, pero Ichigo ya lo sabía.
—Vamos, puede que no sepa leer muy bien, pero sí sé que Benjamín Tamos sería nuestro futuro rey. René se encargó de pronunciarlo antes de morir, así que no nos mintamos y mejor conteste dónde está él.
—No lo sé —respondí muy segura, pesé que mi corazón latiera aceleradamente.
—Sabe, podemos hacer esto sencillo o verdaderamente agonizante, de usted dependerá como será, así que... Don-de es-tá su her-ma-no —enfatizó la frase en una exigencia que no pensaba conceder.
—No lo sé —repetí, mirándolo con desafío, haciéndole saber que no lograba intimidarme.
—De acuerdo, así lo pidió usted —se giró hacia sus hombres para tirar una orden y seguido de ello, el par de rebeldes que le acompañan se adentran a la celda. Retrocedí por instinto, pues mi modo combativo no se marchaba.
—No importa cuánto tiempo gasten en mí, la respuesta ya la conocen. No les daré a mi hermano. No les daré mi nación. No firmaré ni proclamaré nada a lo que quieran obligarme a hacer.
—Es que no lo entiende ¿cierto? —repeló Ichigo con prontitud acercándose en dos zancadas, haciendo que sus rebeldes le abrieran brecha—. Usted ya no puede hacer nada. Lo que firme o proclame carecerá de valor alguno ahora que usted ya no es nadie. No con el primogénito de los Tamos vivo. Sí usted muere o no aquí, su hermano es el que reinará. De hecho, muchos de los suyos como lo era René agradecerían que nos encarguemos de usted justo en este momento.
—Entonces... ¿por qué sigo aquí? ¿por qué mantenerme con vida?
—Porque el fuerte que ahora tendrá el control y poder, sí que hará lo que sea por usted o me equivoco, princesa —enfatizó mi título de nacimiento y no el otorgado por la nación.
No me llevó demasiado direccionar mi rodilla hacía su entrepierna. Mi satisfacción no duró mucho, porque su guardia me tomó del brazo con tal ferocidad que mis piernas se doblaron junto con un grito emergido de mi garganta por revivir aquel roce de bala que sufrí hacía poco menos de un día atrás a ese.
—Rubén, no —sonó entrecortada la voz de Ichigo maldiciendo y encorvado de dolor con su mano estirada para evitar que uno de sus rebeldes, un hombre regordete, aunque fornido de edad mediana y estatura un tanto baja con barba larga y descuidada, dejara aquel amarré sobre mí—. No vuelvas a lastimarla. Quedó claro.
Antes de que terminará de decirlo, aquel rebelde ya había desatado el amarre, así como el grillete que me encadenaba a esa celda.
—Supongo que no nos ayudará voluntariamente a decirles a las tropas victorianas que no se acerquen o ¿sí?
—Púdrete —respondí mirándole con rabia.
—¿Por qué lo hace? —suspiró por tal valor o estupidez de mi parte.
—De igual forma me torturaran. Qué más da si lo hacen un poco más fuerte.
Por un breve segundo, me observó intentando descifrar que tan cierto o mentira fue lo espetado.
—De acuerdo —solo exclamó aquello para después, ofrecer media vuelta y salir de la celda al tiempo que sentía de nuevo como los rebeldes me ponían de pie para ir a dónde fuera que su revolucionario seguidor decidiera llevarme.
—¡Nadie debería vivir si otro debe morir!
Ichigo reconoció la frase de inmediato, pues se giró para mirarme entre el pasillo. Vanss también se la había dicho en algún punto de su amistad y por eso que su mirada cambio tras recordarla, aunque esta se recompone pronto, ya que la voz de Octavius resonó entre los barrotes maldiciendo como jamás imaginé que podría hacerlo y todo para defenderme.
Quién lo hubiera pensando: Octavius defendiéndome.
Tristemente ninguno de los dos pudimos hacer mucho por el otro, siendo que sea lo que haya ganado al despertar aquella mañana ya no lo poseía más.
Esa corriente y vibración extraña circulando entre mis venas y estremeciendo mi cuerpo entero se esfumó sin explicación alguna, puesto que intenté usarlo con Ichigo en todo momento, pero no sucedió nada.
Quizá y solo había sido un impulso de mi cuerpo para que mi mente se encendiera o pudiera que por igual, solo fuera cuestión de tiempo para que regresara, aunque muy en el fondo no poseía la certeza de si deseaba que volviera a mí, contemplando que hice y lo que sentí me aterrorizo debido a mi falta de arrepentimiento, sin embargo, comprendí por igual que para salir de ese lugar necesitaría convertirme en aquella persona de nuevo y estaba dispuesta a serlo.
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