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𝐸𝓍𝓉𝓇𝒶𝒸𝓉𝑜 𝟧

ICHIGO

Gotas de sangre caen de sus delgados dedos. El sudor en su frente anuncia que la hirieron hace tiempo atrás y se está debilitando más rápido de lo esperado. Se ve agotada y pálida.

A través de esos barrotes, no se ve tan ruda como la recuerdo. Y es que cuando los míos la detuvieron por estallar aquel jet que habíamos seleccionado para huir por su gran tamaño la recluyeron, pues por su culpa ahora debemos desactivar el rastreador no de uno sino de dos jets para marcharnos. Tiempo preciado en el que debemos resistir y luchar si es necesario porque, aunque desactivamos la comunicación con el corte eléctrico, el estallido debió llamar la suficiente atención como para hacer venir unos cuantos fuertes.

—Continúas sangrando —le digo a Vanesa, observando con añoranza a la que alguna vez consideré mi amiga.

—¿Te lo parece? Que listo te has vuelto estos meses —responde con aspereza, siendo esta nuestra primera conversación desde aquella discusión que hace meses nos llevó a separarnos.

Jadea un tanto exhausta, mientras presiona la herida de su brazo qué, pese que arrancó parte de su camisa para hacerse un amarre, no es suficiente para contener el sangrado.

—Descuida, te curarán cuando nos marchemos de aquí, lo prometo. Después, podemos ir por tu padre.

—¿Irnos? ¿A dónde? —protesta confundida, levantándose del banco de la celda.

—No te puedo decir, pero es muy lejos de aquí.

Y es que la verdad es que ni siquiera yo lo sé en concreto.

Una vez que noté el tipo de contactos que poseía Sombra, comencé a dejar de preguntármelo, pues de antemano sé que no hubiéramos sobrevivido todo este tiempo ni en Teya ni en Palma sin ellos.

—Supuse que después de todo lo que he hecho para detenerlos, me matarían.

—¡No! —respondo tan rápido que de inmediato sé que debí dar al menos el beneficio de la duda o se dará cuenta de lo que significa para mí y lo usará en mi contra. Tal como lo hizo Ofelia y ella misma en el pasado—. No cuando siempre existen métodos que pueden hacerte entrar en razón.

—¿Hablas del mismo método que usa Diego contigo? —afirma con suma represalia, tanto que le provoca dolor en el brazo.

No me gusta verle sufrir. Ya la he visto demasiadas veces rota desde que éramos pequeños y todo por esos malditos fuertes. Primero, esos médicos que no quisieron atender a su madre embarazada. Después, esos amotinadores de guardias Lordenses que golpearon a su padre sin piedad para llevarlo a Palma, explotándolo en aquellas minas. Él siempre fue un buen hombre. Me proporcionó techo y comida cuando lo necesitaba, pero llegué tarde, pues poco le importó a la vida, ya que su bondad lo ha dejado casi lisiado. Y finalmente, el desgraciado que compró a Vanesa, Zande.

Una tras otra vez, fui yo quien le ofreció un hombro para llorar, una mano para luchar y palabras para alentarla y con todo ello, no fue a mí a quien eligió.

—Si tan solo supieras...

Me muerdo la lengua para no confesarle que de no haber sido por Diego, jamás hubiera dado con ella en Palma hace casi dos ciclos y por lo tanto, colocar en sus manos la posibilidad de librarse de la esclavitud y otras cosas más.

Y si, era cierto. Sí Gerardo no hubiera gastado sus últimos unos en Diego aquel día Vanesa no hubiera sido comprada por un fuerte y puede que a ello se reduzca su resentimiento por él, pero sin Diego, la mujer que se me presenta frente a mis ojos tampoco existiría.

—Me refería a lo que Gerardo hizo contigo —le aclaro molesto tragándome todas mis palabras—. El decirte que su causa era la correcta y convencerte de que te le unieras a él, resultó al final ser la mejor manera de controlarlos a todos.

Y pensar que él me salvó de un miserable destino cuando mis drogadictos y jóvenes padres no supieron que hacer conmigo más que abandonarme a mis seis ciclos en mi nunca olvidado pueblo, Oro Azul. Aunque supongo que pudo ser peor. Pudieron venderme.

—Pensé que le importaba. Que le importábamos, pero no fue así. Yo ya abrí los ojos y tal vez sea tiempo de que tú también lo hagas —me recargo con decisión en los barrotes recordando lo que Diego me ha dicho—. ¡Fuego Blanco! ¡Pero que mentira tan más grande! Un jodido fuerte sin fuerza resentido es lo que es ¿Alguna vez te has cuestionado acaso quienes son sus fundadores? ¿Quiénes ocupan los puestos más altos en la causa? no, apuesto que no. Solo luchas y ni siquiera sabes para quien. Por fortuna, yo ya sé que su ayuda no es casualidad. Diego me hizo saber que somos únicamente un medio y el que finja preocupación y cariño por los seguidores, no es más qué una maldita farsa. Somos su recurso inagotable y remplazable. No olvides mis palabras. Y a todo esto ¿cómo está? ¿te ha devuelto alguno de tus mensajes?

Vi su rostro tornarse en duda, sin embargo, pese que sembré duda en ella acerca del Fuego Blanco, es lo ultimo lo que sus oídos captan, haciéndola levantar con velocidad, olvidando el dolor por un segundo.

—¡¿Qué le has hecho?! —exigió saber—. Gerardo ha sido más seguidor y humano de lo que tú o Diego u otros más que conocí en mi vida pudieron ser conmigo sin importar que fuera o no como nosotros.

—Sabias que lo era.

—Por supuesto que lo sabía ¿Fue por eso que mataron a Ernesto? ¿Por qué era diferente? —no me atrevo a mirarla después de ello. Era un efectivo que debía llevarse a cabo. Su voz se escucha decepcionada, aunque eso no limita sus palabras—. Por toda Victoria, Ichigo. Tenía familia.

—Tu también la tuviste y ellos te la arrebataron —le recuerdo con la misma furia.

—No, no te atrevas a usarlos -su dedo me apuntó—. Todos en este maldito lugar hemos sufrido. En diferente grado, si, pero lo hemos estado, así que guárdate esa mierda de ellos y nosotros porque ni tu ni ese jodido bastardo que llamas amigo, desean cambiar a Victoria sino más bien, invertirla. Y al final, tus razones no son distintas a la causa que intentas destruir.

Su mirada y reproches cesan, pues sus azulados ojos se desviaron a la silueta que sale de la prisión contigua: al renacido Benjamín Tamos. Ni siquiera esta esposado. No lo necesita, ya que sombra lo tiene bajo su yugo.

—A dónde lo llevan —hablo, mirando al heredero de Victoria con ojos perdidos.

Es tan alto como yo, aunque su estructura ósea sea por mucho, más robusta y solemne, pese que mi mirada realmente se concentra en aquella larga cicatriz que le rodea medio rostro. Sin duda debe ser lo primero que cualquier persona ve en él. Pienso que el precio a sobrevivir de aquel jet fue muy barato en comparación de la muerte que le destinamos.

—Sombra lo ha ordenado, líder Ichigo —respondió Trino y entonces les dejo pasar.

—¿Qué es lo piensan hacerle? —me cuestiona preocupada como sí ellos pudieran sentir lo mismo por ella—. ¿Qué le harán a ambos? Por qué la tienen ¿no? También la tienen a ella ¿no es así?

No deseo responderle. Ni siquiera quiero saber lo que les sucederá, pero vivirán. Sé que vivirán hasta que cumplan su cometido dentro de nuestro plan y una vez que lo ejecuten entonces...

—Ichigo —pronunció mi nombre por primera vez con aquel tono que tanto extrañaba después de tantos meses sin vernos. Como cuando nos veíamos en el puerto Carchi para comer, beber, hablar de esos planes que realmente no pensábamos cumplir—. Mírame.

Lo hago y entonces, la contemplo de verdad. Su cabello ha crecido pese que siempre yazca amarrado y que su listón apenas y lo sujete. Ha cambiado tanto en su interior y sin embargo, todavía puedo ver aquella niña de nueve ciclos que me ofreció mucho más que solo comida ese día en el mercado del puerto de Carchi. Todavía puedo ver su sonrisa después de una broma mía y cariño en esos bellos ojos azules que había olvidado que poseía.

—No lo hagas -su dedos se sobreponen a los míos en los barrotes—. No les mates, por favor.

—¿Por qué? —miro su acto—. ¿Por qué te mantienes de su lado?

—Porque pienso que aún se puede ganar sin perder tanto de nosotros mismos en el camino. Tú eres mucho mejor que esto, lo sé. Solo sácame de aquí y pediré clemencia. Ellos me otorgarán tu perdón si se los pido.

De pronto algo en mi mente se activa sin saber lo que es, pero comienzo a reírme alejándome de su caricia.

—¿Perdón? No seas ingenua, Vanesa —de antemano recuerdo que odia que le digan su nombre, pero no me importa. Quiero herirla para que su dolor le haga abrir los ojos—. Tan solo escúchate, no eres ni capaz de pronunciar el nombre de ella ¿crees acaso que no sé como le llamas? —la cuestiono por Ofelia y ella no se atreve a mirarme—. Además, que te hace pensar que quiero su perdón. Por qué piensas que ellos me los darían, maté a sus padres, a su hermano menor, personas que apreciaban, lugares que adoraban. Justo ahora están bajo nuestro dominio. En esta contienda, todos nos hemos quitado tanto que ya no hay cabida para el perdón.

Cuál cuchillo fueran mis palabras, ofrece pasos hacia atrás dejando que el espacio entre los dos sea cada vez más grande, alejándose de lo que poco que ya nos unía. El silencio perpetua nuestra agonía y su mirada se congela contemplándome con desdicha y pesar. Una lagrima. Solo una cae sobre su rostro que limpia de inmediato dejando una línea de su sangre en su mejilla.

—¿Quién eres? ¿En qué te ha convertido ese estúpido controla mentes?

—En nadie que no haya decidido ser ya —le respondo con determinación como el líder que soy.

Y es que lo sabía. Vanss sabía lo que Sombra era capaz de hacer. Esa tonta princesa, si, ella debió contarle lo que averiguó y justo por eso está creyendo que yo soy dominado por mi amigo. Porque sí, Diego es mi amigo. Él no me controla, me protege y quiere salvar a Victoria al igual que yo. Confía en mí y me ha contado de donde proviene y sus razones, otorgándome su voto para poder llevar a cabo la siguiente fase de esta causa que ella llama pérdida y mezquina.

Que mayor salto de fe hacía mí, qué dejarme al frente cuando él deberá quedarse en esta estación por el bien mayor de la rebeldía, pues aún nos queda un rey extranjero por abatir y sí todo resulta como se debe entonces, el mundo por completo estallará y nuestra gente por fin se liberará.

—Y haré lo que sea necesario para recuperar a esta nación. Incluso si debo pasar sobre ti también —confieso de forma instintiva, causando que retroceda ante la mentira que nadie debe conocer

—¡Bien! —gritó encolerizada—. Entonces acaba conmigo. Hazlo ahora porque la única forma de llevarme a donde sea que vayas, será arrastrándome como un maldito cadáver. Decidiste ya tu camino y esta vez no pienso detenerte, pues al fin he comprendido que no se puede salvar a alguien que no desea ser salvado.

Finalmente, aquella llama encendida minutos atrás dentro de mí se apacigua como helada noche en su última estación, tras escuchar su elección. Soy de nuevo yo en un parpadear y sus palabras, me dejan saber que esa última frase no solo me describía a mí sino a ella por igual.

Ambos encontrados y perdidos a la misma vez.

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