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𝐸𝓍𝓉𝓇𝒶𝒸𝓉𝑜 7

ROLAN

Mi misión es simple: lograr que la chica que ha arribado a este menester sea para todos los presentes la princesa Ofelia Tamos Jacobi y de esa forma, nadie pueda culpar a la verdadera que se encuentra en la prisión de Qualifa impidiendo que Diego sea llevado a otras tierras.

Por lo que ahora sé, ese no es su nombre real, pero desconozco cuál sea el verdadero, pues de saberlo, sería incapaz de poder olvidarlo, siendo que jamás conseguiría desvanecer de mi cabeza que él me convirtió en una persona que Ofi me ha obligado a borrar.

Sé que he hecho algo malo, pero tal vez si hago lo suficiente, algún día ella pueda devolverme aquellas memorias que parecen sueños y aparentan ser de fantasía. Quizá, incluso pueda perdonarme.

Por lo pronto, mientras aquello sucede el objetivo de todo este engaño es por mantener a Sus Altezas y toda Victoria a salvo frente a cualquiera declaración de guerra por parte de la otra nación contraria en caso de que supieran los actos que cometerémos el día de hoy.

Tanto Ofelia como Benjamín Tamos me han dicho que me asegure que todo aquel que se acerque a la comandante de los desertores vean en ella, a la única y verdadera hermana del rey, por lo que me encuentro dentro del monumental menester para asegurarme de que las intenciones del gobernador Uriel Wendigo no sean una amenaza.

Le recuerdo bien, contemplando que hace tiempo le causé asfixia en el palacio cuando se atrevió a ofender a Ofelia. Él no debe recordarme, pues borré ese evento de su mente. Tras mirar los ventanales de la planta baja, consigo observar a soldados con uniforme que no corresponde a los victorianos sino libertanos, pues he visto muchos de ellos que residen en la prisión hace días antes de que fuera removido del sitio para esta misión.

Esto no me agrada, siendo que hasta dónde se me ha informado, ninguno de ellos debería estar aquí hasta pasado del medio día. Interrogo a algunos fuertes que le dejaron pasar y reconozco que algo dentro de nuestros planes no marcha bien y termino de confirmarlo cuando, tras acercarme a los ascensores, me encuentro a mi amigo de la infancia Vitoreto, quién corre angustiado, aunque por lo general siempre posee el rostro de esa forma desde que le recuerdo.

—¿Qué sucede? —le cuestiono de inmediato.

—Los he leído, Rolan —toca su cabeza—. Le dañaran.

—¿Quiénes? ¿A quién dañarán? —intento tranquilizarlo, tomándolo de los hombros mientras le llevo a uno de los cimientos, cubriéndonos al mismo tiempo que veo ingresar a los extranjeros al menester.

—A Su Majestad, el rey Benjamín ¡Espera! —me detiene en cuando nota que les enfrentare—. Esos guardias que les acompañan Roni... son como nosotros o más bien, son como tú.

Controladores. Los libertanos poseían gente controladora.

—Con mayor razón entonces.

—¿Y sí son más fuertes que tú? Ambos sabemos lo malo que puede significar eso para ti.

Por un instante no sé qué hacer. Podría hacer más mal que bien ir arriba y querer proteger al rey, pero tampoco suena correcto huir y no luchar como el soldado que soy.

—El rey será atacado, repito. El rey será atacado. No permitan que nadie se le acerque —hago el llamado por el radio que me han otorgado y se intercomunica con todos los guardias personales del rey Benjamín y la comandante Vanesa.

—Vamos —incito a Vitoreto en el mismo instante que vislumbro a la comandante emerger de una columna con su peinado perturbado, descalza y... ¡sin vestido!

Una especie de fondo blanco con tirantes lo suficientemente largo para cubrir sus pantorrillas la abrigan para no dejar nada de ella lo bastante al descubierto, sin embargo eso no evita que la miremos con los ojos muy abiertos y mejillas sonrojadas por no poder evitar, aunque sea una vez, mirar el escote de su atuendo. No es que me asuste la silueta de una dama, ya que cuando radicaba en Palma, muchos de mis compañeros buscaban compañía femenina e inclusive masculina, pero jamás fui capaz de sucumbír a ello por temor a que mi encanto emergiera e hiciera daño, tendiendo una orden que al final, ellas no desearan y terminaran por arrepentirse.

—¿Dónde está el resto? —pregunta la comandante atrayéndonos a lo importante.

Sus azules ojos revelan lo mismo que Vitoreto: temor.

—En la explanada y escoltando su recinto —respondo confundido.

—No, ya no —espeta y antes de que Vitoreto comience a tartamudear ella continúa—. No sé cómo explicarlo, pero...

—Creo que lo sabemos —señalo a mi amigo en lo obvio. Suelta una escandalosa maldición—. He dado la orden en el radio para...

—Es tarde. Él negará todo tipo de ataque. Sus guardias creerán lo que su rey les diga y ordene —se gira con premura para mirarme—. Han tomado su voluntad, chico mago. Lo... encantaron.

Comprendo de inmediato a que se refiere. Deseo preguntar en concreto que fue lo que miró cuando pasos acelerados se oyen y nos ocultamos en la lateral del corredor. Son más soldados de Libertad. Uno se percata de nuestra presencia tan pronto como su mente se borra tras haber abordado su mente y hacerle pensar que no hay nadie aquí. Es tan fácil a estas alturas entrar a sus mentes cual respirar se trata. Dominó aquel truco a la perfección, pues me ha acompañado en demasiadas situaciones como para contarlas. Me ha librado de prisión unas docenas de veces cuando hurtaba cosas y alimentos.

—No podrás con todos ellos —se aventura Vitoreto a decirme tras leer lo que pienso.

"Habrá que averiguarlo" le respondo dentro de su mente.

—¿Y arriesgar a los que aún pueden ser salvados? —me responde con la ceja levantada, ya que él no es capaz de filtrarse en mi mente como lo hago yo en la suya para hablarle.

—El lector tiene razón —interviene ella—. Es riesgoso acercársele al rey en estos momentos. Por ahora, eres el único que puede hacer realmente la diferencia entre lograrlo o no. Además, no vienen por ti ni por mi. Debemos ir por la Ofelia ya.

—¿La princesa? —emite Vitoreto.

—Si, temo decir que ella es una de las razones principales por la que han venido —espeta al tiempo que vemos por la ventana otro jet descender con el emblema de Libertad a los costados—. Y si existe alguien capaz de revertir lo hecho a nuestro rey es ella, así que hay que darnos prisa o este jodido sitio les pertenecerá del mismo modo que Benjamín Tamos lo es ahora.

—¿Qué propones? —le pregunto, quitándome la casaca del uniforme para colocarla en sus hombros. Me agradece en un gesto, aunque me encuentro más concentrado en contemplar el collar que le rodea el cuello.

Es de Ofi, su madre se lo obsequió en su ciclo número 16. Recuerdo que me lo contó alguna de esas veces que la visitaba en su alcoba cuando el fatídico accidente del jet sucedió.

—Disculpen por interrumpir sus sueños, pero estamos rodeados —emite Vitoreto muy angustiado para no variar—. No hay como salir ni comunicarnos con los otros y la comandante... ¡Ni siquiera esta vestida!

—¿Y quién dijo que vamos a salir? —repela ella.

Su mirada se clava en los uniformes blancos de los soldados extranjeros. Puedo leer lo que planea que hagamos, aunque no sea Vitoreto.

No sé porque dicen que la hermana del rey y la comandante se parecen. Para mí, no existe nadie como Ofi, sin embargo, admito que ambas son inteligentes, tenaces y en ocasiones aferradas. La princesa siempre fue amable y bondadosa conmigo, incluso antes de que comenzáramos a hablar entre nosotros, y cuando su madre, la reina Carina y la señorita Magnolia nos alejaron por nuestra cercanía, me di cuenta de que ella era mi mejor y única amiga que poseía.

Sin embargo, no regresaría a ella pese que pude convencer a quien yo quisiera para no alejarme de su vida, pero decidí que cada uno debía seguir con su vida en el sitio que el destino optó en colocarnos, aunque debió llegar aquel día en que los rebeldes descubrieron mi encanto y pagué muy caro aquella mañana en que me debatía en duelo en ir o no en busca de mi padre.

Y es que Diego más que controlarme, me manipuló para sus ruines planes, volviendo al palacio bajo sus órdenes y tras regresar con aquellos ciclos transcurridos, sucedió lo que tanto temí. Y eso era que jamás podría alejarme de ella, porque mi tonto corazón se aceleraba cada vez que Ofelia Tamos Jacobi me sonreía, hablaba y miraba. Yo, estaba rotundamente enamorado de ella.

Y pese que los ojos de esta chica no posean ese brillo hipnótico que provoca que la princesa no pase desapercibida, soy capaz de notar algo que ambas comparten: determinación, garra e independencia ante las convicciones y decisiones que las persiguen.

Amantes del peligro, puedo definirlas de esa forma a ambas criaturas.

Algo dentro de mí piensa que tal vez debí decirle que su mente ya ha sido hurgada con anterioridad por alguien más cuando le devolví los recuerdos, así como que existe un bloqueo, aunque no lo hice tras considerar que no tendría sentido que lo supiera, ya que de todos modos no conseguiría quitárselo, porque su bloqueo es más intenso que mi encanto. Pienso que ella ya ha sufrido demasiado por lo poco que averigüé aquella vez que la creí una rebelde y es por eso es que no pronuncio su nombre, pues me dijo entre mi convencimiento tiempo atrás, que no le gustaba ser llamada de esa forma porque alguien que le hizo daño le nombraba de tal manera.

—Este es el momento en el que probaras que tan bueno eres con ese encanto tuyo, chico mago —exclama, tomando la daga de mi cinturoncillo—. Porque de verdad necesito mi cilindro con escander que está en ese jet.

No sé que sea eso último, pero con determinación me aferro a aceptar el reto.

—No fallare, comandante. De eso... puedo estar segura.

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