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𝐸𝓍𝓉𝓇𝒶𝒸𝓉𝑜 6

VANESA

Solía imaginar que el día que pisara el menester sería para ser juzgada por el asesinato de un fuerte que hace un par de ciclos, tuve la desgracia de conocer. Sin embargo, el crimen al que me enfrento hoy es usurpación. El cual por increíble que parezca, es un castigo de muerte inmediata a diferencia del pasado, así que más le vale a la princesita de Victoria llegar a tiempo tal como lo prometió, pues no pienso morir por algo tan patético como eso.

El espejo que me refleja, invade mis mas recónditos, oscuros y siniestros recuerdos de los que no importa lo que haga, jamás se van.

—¿Tan pronto has vuelto? —cuestiono al momento de escuchar la puerta de la sala principal de la habitación de la chica daga rechinar en el abrir—. ¿Ana? —pronuncio su nombre tras no recibir una respuesta, ya que dijo ir por equipo de costura para arreglar las zonas del vestido donde la silueta de su princesa no coinciden con los míos.

Retiro la mirada de mi reflejo y levanto la pesada falda para bajar del pedestal y averiguar porque ella no me ha contestado.

—Majestad —hablo con propiedad y algo de alivio tras verlo—. Por un segundo, dudé si sacar o no mi cilindro de escander.

Espero una respuesta por su parte, pero a cambio de ello, el rey de esta nación se dedica (a lo que me perecen asfixiantes segundos) a mirarme. Supongo que ha de pensar en lo semejante que soy a su hermana disfrazada de ella. Han amarrado casi por completo mi cabello para disimular el tenue tono menos rubio que poseo y han hecho un par de bucles al frente ante mi ausencia de risos.

—¿Esta... todo bien?

—No, digo si —comienza a balbucear un tanto al tiempo que cruza la sala hasta llegar al marco de división de las habitaciones—. Todo corre en tiempo y forma. El jet yace listo para el instante en que decidamos abordarlo y... ¿qué es escander?

—Hmm... es algo bueno y malo a la vez.

—Supongo que bueno para ti y malo para mí.

—Supone bien —sonríe, aunque no dice nada más.

Soy capaz de observar como los nervios y ansiedad lo invaden.

"Yo estoy igual"

Me gustaría decirle ante la situación que enfrentamos, pero aunque hemos hablado unas consideradas veces, el estar solos en una habitación nos sobrepasa hasta que su mirada navegante en la alcoba, se detiene.

—Es eso... —su mano se destinan al sombrero que yace en el taburete, pues Ana dijo colocarme pequeños pasadores para fijarlo—. Te seré sincero —lo toma entre sus manos—. Es el accesorio más discreto que recuerdo haber visto -mi turno de sonreír.

—El vestido al menos es lindo —afirmo ondeándolo, causando un sonido rítmico de telas.

Su atuendo y el mío combinaban en simultanea perfección, pues aunque Benjamín Tamos no porte todavía su corona, eso no deja de darle ciertos méritos con aquel fino y ostentoso traje avocado con capa plateada y una especie de cadena gruesa enjoyada que la sostiene sobre hombros y cuello.

—¿Y los zapatos? ¿Qué hay de ellos? —me cuestiona en el instante que su afeitado rostro dibuja una genuina sonrisa, visualizando mis expuestos pies descalzos, tras levantar las enaguas.

Rubor cubren mis mejillas en un santiamén.

—Yo... —me muevo al sillón en donde los arrumbe e ir por aquel par de zapatillas plateadas—. No suelo usar calzado de este tipo y me han lastimado —los tomo y coloco de nuevo en mis pies—. Señal de que aún lo más hermoso es capaz de lastimarte.

Y es que, admito que jamás en mi vida pude haber vestido cosas tan costosas y elegantes como las que porto hoy, aun si esta no es la primera vez que me miro como una princesa. Cuando era pequeña, la gente no se cansaba de decirle a mis padres cuan hermosa era, como si eso fuera a darme una mejor vida que al resto, aunque para mí solo fue la causa de mi desgracia.

—Muy cierto, aunque si me lo permites, luces muy bella hoy.

Sus palabras me toman desprevenida. No es algo que hubiera esperado escucharle decir, considerando que me siento totalmente ridícula dentro de esto, por lo que mi ceño se frunce tras creer que se esta burlando de mí, sin embargo, de inmediato él se aproxima moviendo las manos y retrocedo por instinto.

—No era mi intensión incomodarte, lo lamento —un fuerte que se disculpa con una seguidora. El rey en vedad es un sujeto extraño—. Es solo que pensé que sería correcto decirlo bueno, no es que no lo hayas sido antes sin todo aquello puesto. Es tan solo que... vaya, no soy hábil haciendo esto.

—¿Y que es esto, exactamente?

No llega a responderme, pues Ana llega a la habitación. De inmediato se detiene y ejecuta una pulcra reverencia mientras pienso que deberá ajustar el vestido en el jet, siendo que es hora de partir.

Una vez dentro de la aeronave, permanecer sentada no es una opción para mí, por lo que rodeo una y otra vez la cabina particular destinada para la princesa de Victoria. Ana ha terminado de dejarme lo suficiente primorosa y adecuada, así que se ha ganado ir en busca del ex mudo real Agustín, aunque ella no sepa que yo lo sé.

De pronto entre mi angustia, unas botas rechinan sobre el metálico suelo haciéndome girar y descubrir al chico controlador de nombre Rolan Llanos del que la hermana del rey me contó. Dijo que él llevaba demasiados ciclos con aquello desde que la primera infección arribó en el gobiernode Marina. Todavía me parece absurdo imaginar a personas controlando a otras de no ser que he sido testigo de ello.

—En diez minutos descenderemos —avisa y solo asiento, tragando saliva con ansiedad. Esta dispuesto a dar media vuelta para volver a su asiento, pero no se lo permito.

—Entonces ¿eres como Ofelia? —interpongo con velocidad, pausando su redoble mientras avanzo hacia él con los pies descalzos.

—Si —responde colocando toda su atención a mí—, pero ella es mejor. Mucho mejor.

—Ya lo creo —respondo con un tinte de desaire bebiendo lo último de la copa de delicioso licor que me serví para después, acomodar aquel horroroso sombrero que Ofelia me ofreció para cubrir mi rostro.

Detesto todas estas cosas lujosas, porque me recuerdan a Zotero y su asquerosa obsesión en la que me hundió. Lo remuevo de mi mente al instante que dejo que el alcohol fluya por mi garganta y mejor, continúo preguntando.

—¿Y duele? lo que les harás para que crean que soy ella.

—No.

—¿Y a ti?

—Tampoco.

—No eres un hombre de muchas palabras ¿no es así? —sonrío con levedad ante su inminente educación de soldado que llevó hasta donde tengo conocimiento.

—Tú no me recuerdas ¿cierto? —su cuestión provoca que le preste más atención a la debida.

—¿Debería? ¿acaso nos conocemos?

—Si, nos conocimos Vanesa Santillán Solares.

Que pronuncie mi nombre completo, torna de inmediato mi rostro en penumbra, memorizando toda mi anterior y oculta vida. Mis labios apenas se abren, pero él continúa:

—Aunque lo has olvidado. Te hice olvidarlo y lo lamento. Comprendo de antemano que aquello no sirve de mucho. No si a cambio de disculpas, puedo devolvértelos -dicho eso, ofrece pasos a donde permanezco.

Mi instinto me hace retroceder, del mismo modo que mi mano se mueve a mi cadera deseando tomar mi inseparable cilindro de escander y filo, pero a cambio de ello, son telas, tules y listones lo que siento.

¡Maldita sea la burocracia!

Un silencio alberga la cabina cuando se coloca enfrente mío y miro sus grises ojos, al tiempo que me asegura que no me dañará. De pronto, algo inexplicable comienza a sentirse dentro de mi cabeza. No es dolor, sin embargo, por un diminuto momento mis pulmones se quedan sin aire y un vacío comienza a llenarse en mi pecho. Es un pensamiento semejante a si alguien me dijera que pensara en un recuerdo de mi vida en específico y entonces, todo cobrara sentido ahora porque lo recuerdo. Lo recuerdo en Fiuri siendo presentado por la chica daga aquel último día que la vi antes del virus y en el palacio cuando me escabullí para verla y me hizo decirle cosas que no debía saber.

—Eso fue... extraño. Muy, muy extraño —comento una vez que ambos recobramos el habla por lo sucedido.

No es que me haya lastimado, pero de una forma anormal me siento exhausta. Como si ambos hubieramos corrido por tendidos minutos.

—Es como si de la nada aparecieras en mi mente. Un truco como el de ese hombre en el puerto de Carchi cuando era pequeña. Lo que hiciste fue... fue como magia —exclamo atónita, mirando al suelo todavía anonadada por lo sucedido, aunque de alguna manera asustada por igual.

—La magia no existe, comandante. Solo fue mi encanto funcionando.

No puedo evitar soltar un sonido parecido a una risa.

—Espera, si has decidido llamar a eso encanto, entonces yo puedo llamarle a lo tuyo magia, lo que te convierte a ti en un mago.

Aquello parece relajar su actitud.

—Eres la primera persona a la que le causa gracia y no temor lo que hago.

—¿Temor? porqué habría de temerte. Estamos del mismo lado ¿no?

Sonríe simpatizando conmigo al tiempo que sugiere que tome mi lugar para el aterrizaje.

—No va a acobardarse ahora o si, Su Alteza —espeta Riben tras ver mi duda en descender o no de la monstruosa aeronave.

—Cierra el maldito pico, Riben.

Él y Marino se ríen guardando la escena dentro de sus mentes para recordármelo tanto puedan. De no ser porque les confío plenamente mi vida a estos imbéciles primos, los hubiera dejado en nuestro refugio en Marina del norte. Por ahora, ellos fungirán de guardias reales que escoltarán tanto al rey Benjamín como a mí, así como lo hará un sequito de guardias fuertes, aunque es Rolan Llanos quien realmente pisará nuestros talones para surtir su magia a los representantes que nos ofrecen una cálida bienvenida.

—Descuida, seré yo quien hable —me asegura el hermano de la chica daga una vez que nos volvemos a reunir por la escotilla de salida. El coronel Eren Irruso le acompaña a un costado como su fiel mano derecha cuando el general Marven no se encuentra.

Su mano se estira hacia la mía para que la tome y pese que podría vaciar el estomago sobre sus lustrosas botas, no dudo en aceptarla. Nuestros dedos apenas se tocan en el acto, sin embargo, la manera en la que invita a mi brazo a descansar alrededor del suyo, cual apoyo de un caballero con una dama me tranquiliza al igual que sonroja mi rostro ante tal cercanía.

El menester si bien aún no está del todo reconstruido por el ataque rebelde de hace dos meses, sigue siendo tempestuoso e impresionante a la vista. Sus cristales polarizados cubren la mayoría de su estructura y los más de treinta escalones amplios que le hacen ver cual templo al que se le ha de guardar respeto son impresionantes. Su puntiaguda y piramidal forma impone hasta al más refinado hombre y mujer en esta nación. Sobre todo cuando se esta tan cerca de él.

Tomo un respiro profundo y avanzo al paso de Su Majestad flaqueada por mis falsos guardias fuertes y reales que saben quien soy. Por fortuna únicamente dos menesteres nos reciben al arribar a la explanada con dos escoltas del recinto detrás de ambos, pues el rey Benjamín, así lo especifico, ya que nuestro chico mago no hubiera sido capaz de gobernar tantas mentes al mismo tiempo, sin embargo, fuera de las rejas que protegen la entrada a intrusos, una generosa cantidad de ciudadanos victorianos vitorean nuestra presencia como señal de que este encuentro, esta lo bastante publicitado para que los rebeldes lo sepan.

Su Alteza me sugiere que salude y lo hago a lo lejos, aunque lo ejecuto sin esa gracia y misma sofisticación que mi acompañante. Los dos menesteres y guardias nos reverencian en simultaneidad tras estar frente a frente. La túnica de aquellos fuertes es del mismo tono que mi vestido solo que portan en el cuello una tira ancha y larga color naranja oscuro en honor al gobierno en el que estamos, Lorde.

El primer hombre que nos brinda la bienvenida es viejo, aunque según sé, todos aquí lo son, pero al menos este es muy amable conmigo una vez que sus ojos me miran. Debe ser porque piensa que soy Ofelia.

Apenas y logro asentar manteniendo aquel espantoso sombrero lo suficiente ladeado para que mi rostro no se exponga del todo pese que la chica daga me aseguró que el controlador que camina a lado muestro es capaz de hacer lo mismo que ella, logrando que el efecto de ser la princesa de Victoria sea una visión convincente.

"Implantar una idea" así lo llamaron.

—¿El gobernador Uriel Wendigo? —
formula el rey Tamos para el primer menester una vez que emprendemos paso hacia el recinto y este le informa la presencia de aquel fuerte—. ¿Y ha dilucido el motivo de su inusual presencia, menester Osmar?

—Temo que no Su Majestad, pero puntualizó de manera vital divisarlo tan pronto usted arribara.

Existe un tercio de su conversación que no comprendo por aquel par de verbos innecesarios, aunque en definitiva no pienso dejar a flote mi insuficiente educacional, ya que en esencia, comprendo el mensaje.

—Adivino que él no debería estar aquí ¿cierto? —el afirma con la cabeza y puedo ver su rostro pensante a través de esa ecuanimidad suya.

—No te zozobres. No permitiré que hable contigo o te vea —me asegura murmurando en mi oído para que nadie excepto yo lo oiga una vez que accedemos al selecto menester.

Por dentro, es exquisito e iluminado por lámparas de cristales en lo alto de los techos abovedados con detalles en madera oscura y cientos de metros de tela en alfombras y suaves cortinas en tonos plateados. Existen demasiados guardias reales y fuertes por igual flanqueándonos, causando un acceso estrecho entre quien pueda mirarme y no reconocerme.

Resoplo de alivio cuando comenzamos a cruzar pasillos sin personal a nuestro alrededor, pues Los Tamos y extranjeros lo han pedido de esa manera. Muy en los adentros, agradezco a Benjamín Tamos por aquel detalle.

Por suerte, los ascensores hacen que lleguemos con prontitud a la selecta sala alterna del consejo donde el rey y los extranjeros por igual estarán negociando con respecto al rebelde y otras cosas que de seguro no enteré.

—Iré a averiguar que es lo que desea el gobernador. Esta sala es segura, así que permanece aquí, de acuerdo —asiento nerviosa y aliviada por igual, sin embargo, el traqueteo de una de las tantas puertas del salón abriéndose nos perturba.

Las voces de guardias protestando de una forma inusual por la intrusión, hace que Benjamín Tamos y yo nos miremos lo suficiente para conectarnos y sentir que algo no anda bien. Me toma de los hombros acortando la distancia entre ambos.

—No salgas por nada del mundo —me dice para que quede oculta. Presiona algo de la estantería dentro de la cámara revelando una especie de pasadizo que me incita a cruzar y la cierra.

—Que manera osada es esa de...

Por alguna razón la voz de Benjamín Tamos se detiene. No puedo verlo, pese que la compuerta posee un pequeño agujero que me permite ver algo de la antesala.

—Primer ministro Zande, pero ¿qué hace aquí? Aún es muy temprano para la sesión. Su preso aún no ha llegado y mi hermana...

—No esta aquí, lo sabemos —emite una tercera voz que no reconozco—. Pues la princesa de Victoria se encuentra justo en el sitio donde debe estar.

—¿Qué significa eso?

—Significa que es tiempo de que Victoria tenga un rey digno —un chasqueo de dedos resuena, y a través de los espejos decorativos de la habitación, consigo ver la silueta de un guardia vestido totalmente de blanco que se quita una espantosa mascara, dejándome ver su lustrosa cabeza sin cabello.

—Apuesto que ama a su hermana y haría lo que fuera por ella para protegerla —espeta aquel guardia.

—Si —responde Su Majestad.

—Ella le juró que nunca usaría su control sobre usted, pero como saberlo si ella miente con regularidad.

—Lo hace, sí.

—Y si su menester y gobiernos se enterara de lo que ella es capaz, sabrían el mal regente que es por no poder controlar a su propia hermana y si yo le informo a mi señor rey lo que ustedes dos planeaban hacerle, sin duda la guerra se declararía por tal insolencia de su parte, tras querer controlarlo.

El plan, ellos conocían el plan, pero... ¿cómo podían saberlo?

—No. Prometí cuidar a Victoria con mi vida. No puedo permitir que haya una disputa. No ahora.

Algo dentro de esta conversación no va bien. El rey Tamos parece repetir todo lo que le ha dicho ese guardia, pero de alguna manera un tanto retorcida. Es como si yaciera hipnotizado o quizá... controlado.

—Créame, no habrá ninguna consecuencia si usted copera, rey Tamos -habla aquel pomposo fuerte de Libertad. Al que solo consigo verle la manga de su atuendo blanco-. Quiere ser rey ¿cierto? pues déjeme convertirlo en uno. ¿Desea salvar a Victoria? Yo haré que la salve. Lo único que tiene que hacer, es dejar entrar a mis soldados a Lorde y Teya.

—Lo permitiré.

—Y otra cosa más; debe darme a su hermana.

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