𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟧
Fue solo estando a solas que comencé a armar las piezas, recordando fragmentos de cuando tenía 9 ciclos y acostumbraba leerle a mi hermano Dante cientos de libros y en los cuales, se encontraba el diario de Gregorio Tamos, el primer rey de Victoria de este nuevo mundo que databa de hacía más de 700 ciclos.
Dentro de él, explicaba cómo le afectó el virus una vez que lo contrajo junto con sus delirios antes de morir y finalmente, cuando sorprendentemente sobrevivió. Algunos de sus relatos expresaban los momentos cuando su fuerza vino a él gradualmente. Aquel iba y venía esporádico, pero...
¿Sería acaso eso lo que me sucedía?
Sí era claro que mi habilidad no sería igual a la suya, quizá tiempo era lo que necesitaba para adaptarme, así como sucedió con él, sin embargo, la cuestión era que yo ya no poseía de mucho.
Llegué a rememorizar aquella sensación vibrante dentro de mi cuerpo tras despertar. No hay forma de describirla, solo se sentía ahí, susurrando y actuando por si sola. Era como hablar, no sabías cuando lo aprendiste, pero aún así lo llevabas a cabo.
Bordeé mis dedos al rededor de mis ojos. En aquel baño, no me fue posible ver mi rostro, siendo que no existía espejo alguno, sin embargo, Ichigo dijo que estos estaban cambiando e incluso, Mirna me miraba con extrañeza diciendo que poseía derrames sanguíneos en ellos. No fui capaz de contradecirla por algo que yo bien contemplaba.
Y es que no había conseguido sentir absolutamente ningún presunto poder. Al menos no desde que caí desmayada el primer día. Volví a recostarme en esa espantosa e incómoda piedra que llamaban cama, ahogándome dentro mis propias preguntas. Debía hacer algo y pronto, considerando como me había ido la última vez con ese par.
Encontrar como salir de ahí era de vida o muerte, literalmente.
Poco me quedaba más que esperar que de alguna forma regresaran por mí, pero aquello no sucedió, por lo que cansada, adolorida y un tanto atontada me quedé dormida, y no fue hasta después de un par de horas (que parecieron días) que desperté por el dolor en la espalda provocado por reposar en aquel sitio, así como un repique constante en la cabeza, aunque principalmente porque Diego vino a visitarme.
Siempre se ocultaba con esa vestimenta negra como si una especie de costumbre lo invadiera, al compás de su largo y muy oscuro cabello. Todo ese conjunto le hacía ver tal como lo que quería ser y entonces, comprendí porque de su apodo. Un ser oscuro y siniestro, una sombra detrás de la luz, alguien capaz de estar donde y cuando quisiera, imponiendo su control a cualquier sitio fuese cual fuese.
—¿Qué haces aquí? —cuestioné con sumo desprecio sin poder conseguir ponerme en pie, por lo que únicamente me conservé sentada después de haber pasado demasiado tiempo recostada sobre aquella nefasta celda.
—Supuse que deseabas saber acerca de que ellos se conservan todavía vivos... por el momento. El comandante Irruso estará en servicio mañana mismo ¿puedes creerlo? Aguanta bastante bien para ser un segunda clase.
Decidí mantenerme sentada queriendo ignorar toda palabra suya. Al igual que él, yo también poseía un plan y no iba a estropearlo. De por si, ya conservaba demasiada culpa por haber permitido que les hicieran daño como para dejársela entre ver.
—¿Cómo es que te has encariñado en tan poco tiempo de él? ¿Solo porque conoció a tu madre cuando eran niños? Muy conmovedora amistad la que tenían ese par por cierto, pero apuesto que no quieres saber qué tipo de relación tenían ambos o ¿sí? —continuó tirando del hilo de las miles de dudas dentro de mi cabeza, pero no cedí, pues mi mirada se conservó en el suelo de la celda, siendo que no le daría el gusto de verme aprisionada por todas las memorias que llegó a ver del comandante—. Él está bien, aunque no puedo decir lo mismo de Llanos.
Mis ojos se cerraron con pesar recordando los quejidos emergidos de Ron con cada uno de los golpes proporcionados a su cuerpo. Me estremecí con tan solo pensar en su estado físico, causando que mi mirada finalmente se elevara.
—Aun recuerdo cuando Ichigo me habló que encontró en Palma a un muchacho igual que yo. Se encontraba defendiendo los límites entre Victoria y Libertad. Capturaban a un par de reales para que yo los pusiera a nuestra disposición. Sabes de lo que hablo ¿no? pero Llanos los defendió como solo un controla mentes podría hacerlo, aunque se distrajo y lo vencieron. Cuando llegó a mí, no lo dudé y me mostró sus recuerdos. Eso nos debilitó a ambos, pero valió la pena, porque entonces... ahí estabas —suspiró como si estuviera justo reviviendo tal escena—. En cada recuerdo suyo te encontrabas tú y fue como hallar diamantes dentro de una mina. Nuestra oportunidad esperada, ya que tú eras lo único en lo que ese chico pensaba, soñaba y quería.
"¡Cállate!" Deseé gritarle.
Deseé tanto que se detuviera, pues no quería saber nada que le hubieran hecho, pues temí que si continuaba lo justificaría y perdonaría.
—Para cuando noté que tal afecto era correspondido de tu parte, supe que era nuestro muchacho, aunque debo admitir que dio lucha al principio. Llanos siempre vio como una maldición lo que nos pasó. Temía convertirse en un monstruo y míralo; al final se convirtió en uno. Para mí esto es una bendición. Somos superiores a todo lo que creen que existía. Somos evolución.
En ese instante, decidió reclinarse en la celda y por primera vez le vi sonreír. De una manera escasa, pero lo hizo.
—Me pregunto en que se hubiera convertido para ti.
—¿Por qué no lo averiguas?
—Créeme, me encantaría hacerlo, pero tú eres simplemente... frustrante. Nada. No puedo hacerte nada —confesó al tiempo que recordé que Rolan me dijo algo similar cuando intentó controlarme.
—¿Por eso me odias? —pregunté reincorporándome—. Dijiste que esto era personal. Que debía pagar por algo ¿Es acaso por mi abuelo Dafniel? ¿Por lo que mandó a hacerle a Tolomen y a tu familia? Porqué te infectaste ahí o acaso me equivoco, Diego.
—Solo existen dos personas que pudieron decirte ese nombre —ignoró mis preguntas—. Y considerando que la primera ni siquiera se dignó a decirte nada acerca de su querido amigo, solo deja en el camino a Gerardo ¿cierto?
—Gerardo te salvó, te ofreció una vida.
—¡No! -gritó con cólera—. Él quería hacer tan poco con respecto a su causa. Esos reyes de porquería me quitaron lo que por derecho era mío. Lo que tú si tuviste.
—No ha sido mi culpa tu vida. Yo sé lo que eres -mi turno de hablar y esta vez caminé a los oxidados barrotes—. Crees ser superior a un seguidor por tener un padre fuerte. Quieres lo que se te fue arrebatado, pero eres demasiado seguidor para pertenecer a los fuertes. Tus recuerdos de lo que pudiste haber sido te están consumiendo —entonces con una sonrisa proseguí—: Irónico que puedas controlar, modificar y borrar tantas mentes excepto la tuya. Cargar con cada una de tus memorias. Día tras día deberás lidiar con ello —había acertado, considerando que su rostro encolerizado me lo hizo saber.
—No tienes ni idea de lo que les espera a todos tus estúpidos victorianos —exclamó Diego de una forma que mi sonrisa se desdibujó.
A quiénes se refería: fuertes, seguidores, ambos. Ese hombre era malvado, siniestro y egoísta. Él solo quería destruir sin importar que fuera su propia gente.
—Controlas a Ichigo ¿no es así? Ambos sabemos que su mente es... sumamente convencible.
—Él es un gratificante amigo.
—Deberías mentirme un poco mejor, porque no te estoy creyendo. Sé que la razón de que lo hayas salvado de aquella bala en su pecho cuando desperté no es amistad. Yo sé lo que eres. Eres un ser mezquino y cruel y aunque podría sentir compasión por la vida tan vacía y podrida que llevaste, me daré la oportunidad de no sentirla. Seré lo último que veras cuando mueras. Te lo juro -afirmé apretando los barrotes en mi mano, contemplando su rostro.
—¿Es una promesa? Porque de ser así, estás condenada al igual que yo, siendo que si deseas vencerme, entonces tendrás que convertirte en lo que planeas derrotar y al final, ya no somos tan distintos.
—No sé quién soy, pero definitivamente no soy tú.
—Yo no estaría tan seguro de eso, Ofelia.
—¿Qué recuerdo intentas eliminar? —presioné buscando una debilidad—. A dónde vas cuando escuchas tu nombre pronunciar ¿eh? A que recuerdo le perteneces.
—Pertenecer —susurró Diego, mientras se quedó sin saber que contestar. Gané y eso lo enfureció, aunque se repuso con inmediatez—. Eres buena con las palabras, aunque yo soy bueno con las mentes y ya que no puedo entrar a la tuya directamente, deberé buscar otra forma —agregó en el preciso momento que dio una señal para que abrieran la celda. De manera instintiva, me eché para atrás.
A su lado, cuatro rebeldes le acompañaban, pero sea lo que hubieran escuchado debieron olvidarlo. Dos rebeldes se acercaron a mí y me tomaron de los brazos para hacerme arrodillar. En esos instantes, deseé que fuera cierto lo de mi control. Decirles que atacaran a Diego y no a mí, pero no pude.
Mi energía se había agotado en todos estos días, por lo que terminé contenida a la merced de Diego nuevamente. Con todo ello, le escupí a sus botas como señal de que no me intimidaba y como respuesta a ello, obtuve un fuerte tirón de mi trenzada coleta, para llevar mi rostro al suyo y tenernos cara a cara.
—Es tiempo de que sepas a quién le perteneces —musitó, colocándose detrás mío al tiempo que recibí un duro golpe en mi diafragma con su bastón que me quitó el aliento, consiguiendo que las palmas de mis manos se aferraron al suelo, mientras veía como uno de los rebeldes le ofrecía un fierro delgado que ardía entre la oscuridad de la prisión por el fuego al que había sido expuesto minutos atrás.
Intenté moverme en cuanto mis ojos se trasportaron en aquel artefacto, pero me fue imposible. Dos rebeldes me sostuvieron de los brazos.
—Un nombre es como una marca en la piel. No importa cuánto tiempo pase, siempre permanecerá y tú...
Dejó la frase al aire cuando de pronto, sentí el hierro fundirse justo sobre mi omóplato derecho. El olor a piel quemada se filtró dentro de mis fosas nasales hasta mis pulmones. Mordí mi labio intentando cualquier futuro grito que pudiera darle satisfacción a Diego, aunque no lo conseguí evitar del todo, ya que el dolor abarcó todos mis sentidos en su totalidad.
Mi boca sangró por presionarle con mis dientes, así como mis manos se hicieron puños durante el proceso. Definitivamente ser electrocutada fue peor que eso, siendo que el recuerdo aún me provoca escalofríos y pesadillas, pero aquello se acercaba al segundo puesto de actos cometidos en mi persona.
Mis padres se retorcerían de saber que su princesa, la niña que tanto cuidaban, se estaba ganando otra cicatriz más en su cuerpo, aunque de forma afortunada fue más rápido de lo que pensé.
—... tú ya le perteneces a alguien —me susurró al final de su frase, mientras los hombres que mantenían el amaré me soltaban.
Llevé mi mano al borde de la quemadura a la que había sido sometida permaneciendo aún en el suelo, queriendo tocarla ya que fue hecha atravesando mi camisa.
Diego únicamente salió de la celda al igual que sus rebeldes. Pero aún con mi orgullo intacto, me aferre a los barrotes.
—Deberías quedarte aquí, la oscuridad refleja tu demencia interior —espeté pausada y jadeante por el dolor con lágrimas en los ojos.
Diego giró para observarme.
—Tú nunca aprendes, cierto.
—Nunca —respondí.
—Será divertido —terminó por decirme antes de verlo desaparecer con el ruidoso sonido de sus bastones por el pasillo.
Después de eso, caí al suelo exhausta.
Aquello realmente fue flajelante. Ni siquiera pude ir hacia esa piedra llamada cama o al precario baño que ni agua poseía, por lo que mis jugos gástricos se vaciaron en la esquina de la celda.
Definitivamente debía salir de ese sitio o moriría. Necesitaba pensar en un plan, pero ya no pude hacerlo más, pues el dolor me desmayó cierto tiempo hasta que una voz me hizo abrir los ojos nuevamente.
Vitoreto.
—Lamento lo que le hizo —espetó en cuclillas, adentrando su mente a la mía-. Usted no le pertenece a nadie.
Fue en ese instante que supe que era verdad lo exclamado con anterioridad acerca de leer pensamientos ajenos.
—Quieres dejar de leer mi mente —hablé entrecortado por el dolor y ardor en el que me sumergía debido a la quemadura provocada en mi omóplato. Procuré no respirar fuerte, pues eso provocaba que aumentara más, sin embargo, algo más invadía mi cuerpo.
—Lo siento, Su Alteza —se disculpó con una voz y sonrisa inocente. Me pregunté porqué seguía visitándome y trayendo agua y comida—. Vi como lo dejaron -no comprendí—. A Rolan —me estremecí recordando el hecho—. Él me ayudó no diciendo lo que era cuando nos volvimos a encontrar y de esa forma, no ser usado como lo es él ahora. Cuando usted murió... bueno, cuando supusimos que murió, Rolan luchó como solo él podía hacerlo. Controló a unos cuantos rebeldes, a demasiados de hecho, porque hubo tanta sangre y gritos. Yo estaba vigilando los jardines en ese entonces, me lo ordenaron más bien. En realidad, mi mente estaba tan dispersa que no les veía, aunque son hermosos. Si le soy sincero, nunca vi unos tan bellos como esos. No es que viaje mucho tampoco realmente, pero me ayudaron a replantear si esto es lo que quiero de mi vida, si quedarme o huir siendo que...
Debió leer mi mente acerca de porque carajo me estaba diciendo aquello cuando lo que necesitaba era saber que quería exactamente de mí y yo de él.
—Lo lamento, divago mucho cuando estoy nervioso —se disculpó de nuevo, mirando a los costados para cerciorarse de que no existiera alguien más a nuestro alrededor—. Leí la mente de Diego y tiene pensamientos... muy oscuros. Será una trampa lo que planean. Quieren que ataquen este palacio al amanecer o mejor dicho, en unas cuantas horas —su rostro quería contarme más, aunque se lo reservó o más bien no le di tregua en reparar en ello—. La ayudaré a salir de aquí —me confirmó lo que ya sospechaba, mientras ejecutaba un ademán de manos insinuando que bebiera el agua, aunque a decir verdad poseía nauseas con lo pasado. Pese a todo ello, di un pequeño respiro para sonreír, pues de manera repentina y extraña lo sentí de nuevo.
Poder. Fuerza. Control.
Sí, mi habilidad había regresado: frágil y esporádica, pero volvió para esta vez, nunca abandonarme.
Nunca.
—¿En verdad quieres ayudarme?
—Si —respondió sin titubear ante la primera vez que realmente tiraba con la conciencia plena de lo que provocaba mi don a alguien.
—Bien —hablé aferrándome a los barrotes reincorporarme por completo—. Hagámoslo.
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