𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟥
El tiempo ha transcurrido tan lento y veloz en forma simultanea que todavía me parece imposible que sea el mismo día. Mi hermano dijo que tenía a presos en su poder. Traidores de la nación a él y a mí por igual. Desde mi perspectiva, podría tener a cualquiera.
¿Podría ser Damián a quién se refería mi hermano?
Ya debería haber aprendido a distinguir entre lealtad y traición, pero esa es una lección de la que no se aprende, no importa cuantas veces crucen por la vida.
—Estira tu mano —espeta Faustino, sacándome de mis pensamientos e instintivamente hago lo que me pide.
No demoro en percatarme de qué lo que coloca en mi mano, es una gruesa vela gastada dentro de un candelero de metal corroído.
—¿Y esto?
—Oh, cierto —prosigue—. Vela te presento a Ofeli. Ofeli te presento a vela. Sirve para...
—¡Sé para qué sirve una vela, Faustino Keitkitso! —vocifero, agitando el objeto frente a sus ojos.
El hecho que crea que por ser hija de un rey no sepa su uso me irrita. Afortunadamente, Faustino parece divertido tras ver mi rostro exasperado. Me sonríe con un dije de compasión por mi situación actual y después, lo imito por querer animarme.
—Pese que tomamos de manera clandestina la luz, la planta alimentadora de este distrito se apaga a cierta hora y con la de Teya dañada, pues tu entenderás.
A decir verdad, me gusta esta oscuridad. Nadie quien observe, poder ser invisible, y algo en ello me recuerda a cuando escapaba a Xelu. Era feliz siendo Ana, una seguidora con un trabajo que ayudaría a la familia a tener una vida mejor.
Mis pasos y recuerdos, me llevan hasta el fondo del largo pasillo con pequeñas habitaciones sin puertas que se destinan a zonas de descanso para los residentes y donde encuentro a Rolan. Lo que sea que me colocaron a mí, parece afectarle en mayor proporción.
Coloco el candelero en la pequeña mesa de la esquina, iluminando tenuemente la habitación y pienso en todo lo que se nos ha quitado, del mismo modo que hemos arrebatado.
—¿Crees que algún día podamos perdonarlos? ¿Qué podamos ser perdonados? —pronuncio en el silencio de un susurro, al tiempo que mis dedos acarician su cabello húmedo—. No hay nada malo en nosotros o ¿sí? —recuerdo que Benjamín me dijo que me enviaría a Libertad por creer que la gente no estaba preparada para personas con un don como el nuestro.
Visualizo la llama de la vela que se ondea dentro de la oscuridad. En ella, es más sencillo encontrar la luz, y ciertamente necesito de una. Aquí en el silencio y la penumbra, me permito ser débil mientras pienso en cuanta razón tenía Damián, y es que cuando creí que moriría por la infección me sentí aliviada, sin embargo, viví y continué perdiendo más personas que se sacrificaron sin titubear.
Extraño a Ben. Al hermano que era antes de esto. A Dan quién siempre tenía un halago para mi, a mi madre que me consolaba en los momentos de tristeza, y a mi padre llamándome mi pequeña, mientras besaba mi frente cada vez que volvía de un viaje. Deseo tanto la vida que tenía.
De la nada, y con un brusco movimiento, Rolan reincorpora la mitad de su cuerpo en un jadeo que agita su respiración, causando que mis manos se eleven hacía su rostro para calmarlo.
—Tranquilo, estás a salvo. Soy...
—Ofi —pronuncia al tiempo que su mano sostiene mi muñeca izquierda.
Pesé la lugubre oscuridad, su mirada observa el sitio sin comprender lo sucedido, así como el porqué me encuentro sentada a un costado suyo en la catre donde descansa. Retira su amarre sobre mí para destinarla a su cabeza, mientras se remonta a las horas pasadas.
—Tu hermano —inicia, observándome—. Él quería entregarte a Libertad, y por eso fuimos por ti a Qualifa. Fue entonces que el general...
—¿Damián?
—Si, él me protegió para poder llegar hasta ti, y nos indicó hasta donde dirigirnos una vez que lo consiguiéramos —otorgo silencio ante lo dicho.
¿Acaso Damián había ayudado a Rolan para salvarme aún sabiendo lo que él representaba para mí?
El catre rechina ante el reincorporo de Ron para alejarse, y observar la quietud de la vela encendida, aunque consigue tambalearse un tanto.
—Has dormido por casi nueve horas o puede que más —le explico.
—¿En dónde... estamos?
—Marina —no resta más que revelarlo, aunque siento que le miento. Él observa el pasillo y regresa a mí de nuevo. Me conoce lo suficiente para comprender que le oculto algo.
—¿Dónde exactamente?
—Importa acaso —titubeo.
—Aun en la oscuridad, no eres buena mintiendo, Ofi.
Respiro profundo y trago saliva.
—Tolomen. Estamos en Tolomen —mi confesión provocan que avance hasta los corredores y salga de la guarida.
Mis botas resuenan mientras le sigo los pasos hasta que el viento refrescante de una madrugada pronunciada revuelven su ser. Entonces, se queda quieto. Vislumbra la luna llena que solo una costa puede tener, cubierta de estrellas centellantes, con altos vientos del propio otoño y sonríe con amargura.
—Solo inconsciente han podido traerme de vuelta —dice para sí mismo en voz alta.
—Lamento que todo esto nos haya llevado hasta aquí, pero...
—No. Si salvarte me llevará mil veces a este sitio. Mil veces te salvaré entonces —responde, girando para contemplarme y agradezco que la oscuridad de la noche cubra el rubor de mi rostro avergonzado a causa de su confesión.
—Vayamos adentro —suplico.
—¿Para qué? ¿Descansar? Me parece que ya lo hicimos demasiado por hoy o al menos yo ya lo hice.
—Lo sé, pero sea lo que sea que esté en mi sangre también se encuentra en la tuya, y pienso que te ha afectado de la misma manera que a mí e incluso puede que más.
Eso último provoca que observe aquel brazo donde recibió el aguijón que lo hizo dormir tanto.
—¿Por qué lo hizo? —mi voz se quiebra cuando intento responder, siendo que me mira de alguna forma ofreciéndole rencor a mi hermano, descubriendo pronto que me siento exactamente igual.
—No lo sé, Ron. No lo sé.
—Pueda que tú no lo sepas, pero tal vez yo sí, chica daga —la voz de Vanss resuena dentro de la oscura selva de Tolomen.
Quiero saberlo todo, sin embargo, callo tras verla. Luce desmejorada físicamente hablando, ya que probablementeno no ha descansado ni un poco. Ya no posee ese hermoso vestido ni peinado que Ana le elaboró.
—Deberías descansar —le aconsejo y parece sorprendida de mis palabras.
—Creí que querías saberlo todo.
—Y estoy segura de que por la mañana me lo dirás ¿no es así?
—¿Te encuentras bien? —agrega, colocando su mano en mi frente como si yaciera enferma por haberme preocupado por ella.
—No —confieso por primera vez desde el evento—. No lo estoy al igual que tú. Necesitas descansar.
—Y sí no lo hago, ¿me lo ordenarán?
No tardo en percatarme que al pluralizar incluye a Rolan. Mis ojos van hacía él y luego a ella. Lo sabe.
Con un suspiro contesto:
—Temo que no podríamos, aunque quisiéramos —el rostro de Vanss se contrae, así como el de Ron, pues supongo que todavía no lo sabe ni siente—. Me parece que no eres la única que tiene cosas que contar.
♨
En la reunión de esta mañana puedo percatarme de dos cosas: Uno. No reconozco ni a tres cuartos de los presentes, y dos. Que Vanss se encargó de decirme en todo este tiempo, exclusivamente solo lo que necesitaba saber, pues la cantidad de lugares y personas con la que cuentan, son más grandes de lo que pude haber imaginado.
Y es que la razón por la que nos encontrábamos en Tolomen, más que por ser un pueblo olvidado, quieto y desapercibido por Victoria, es debido a que fue el sitio más cercano del que yo no poseía conocimiento alguno, y por lo tanto, mi hermano tampoco.
Mi corazón se alivia tras saber que detrás de esto se encunetra el primer ministro de Libertad, Zande, pues Vanss fue clara en recalcarlo, ya que mi hermano la respondió en un pasaje del menester, por lo que presenció como Benjamín fue "hipnotizado", así lo definió la propia comandante, lo que le provoco hacer lo que me hizo. Él seguía siendo él, sin embargo, sembraron una oscura duda en su mente, tomándo lo que más amaba. Victoria y yo, y transformarlo en paranoia y poder.
La teoría inmediata es que esos dos guardias que nunca se le separaban a Zande lo hicieron. Solo los conocí una vez, pero se me hicieron sospechosos con esas mascaretas que no dejaban ver sus rostros. La respuesta resultaba sencilla. Son controla mentes y por lo tanto, victorianos adaptados al virus nacido justamente en este sitio, ya que la forma en la que emplearon su poder mental fue tan sutil que descartamos que sean nuevos en esto como yo, qué en ocasiones suelo perder el control a cualquier provocación.
Vanss menciona que Zande posee un interés particular en dos gobiernos.
—Lorde y Teya —respondo casi de inmediato y ella asiente—. Están buscando sobreviviente. Gente que se contagió y sobrevivió a la infección. Los libertanos buscan gente como yo para eliminarlas o utilizarlas —deduzco.
—¿De cuántos estamos hablando? —cuestiona el hombre que comanda esta guarida de nombre Fidel.
—Bueno, si en la primera infección yacida en este sitio, existían 1023 habitantes y de ellos solo Vitoreo, y Rolan que están presentes sobrevivieron —los observo fugazmente hasta atrás de la reunión—. Y si contemplamos a los dos custodios de Zande e incluso a Diego podemos decir que... —me detengo en mis palabras capturando datos dentro de mi cerebro—... casi un 0.5% a 0.7% de la población contrajo una habilidad, por lo que si movemos esa estadística a las de hace dos meses sin contemplar a Xelu.
—¿Por qué Xelu no? —pregunta Vanss.
—La zona se consideró pérdida total —respondo, pesé que no me atrevo a admitir que cuando Farfán recomendó contener el distrito con un incendio acepté, aún si eso significaba dejar que los infectados murieran.
Hice exactamente lo mismo que mi abuelo ciclos atrás y no estoy orgullosa de ello.
—Sin embargo, algunos pudieron huir hacia el lugar seguro más próximo, enfermando a los otros dos pueblos hermanos y sí contemplamos residían cerca de 17 mil 500 personas eso nos da... —miro al suelo mordiendo mi labio ante mi calculo—. Ochenta y cinco. Aproximadamente existen en Victoria entre 87 y 122 personas con una habilidad mental. Hay un margen de error, pero a pesar de mi burda aproximación el número debe oscilar entre esa cantidad las que estarán buscando.
—Yo no entendí nada ni antes o después de burla aproximación —espeta Marino, haciendo que vergüenza me invada y sienta ruborizar mis mejillas.
—¿Cómo lograste sacar esa cifra en segundos? —continúa Faustino.
—Bueno, si ese bastardo de Libertad tiene a tu hermano, entonces también tiene a Victoria, así que debemos llegar a él para devolverlo a la realidad —agrega Vanss desechando el embarazoso evento anterior.
—Me parece que ahí yace el problema —espeto—. Sea lo que me hayan inyectado hizo que mi control se desvaneciera, por lo que a menos que encontremos algún controla mente que sea lo suficiente valiente para enfrentarse a lo que vendría y salvar a mi hermano, no hallo la manera de conseguirlo.
A Rolan no pareció afectarle tanto quedar sin encanto, contemplando que ha vivido con él desde que tenía 8 ciclos. Después de todo, le trajo más problemas de los que pudo lidiar solo como un simple seguidor.
—Dudo que personas con control hayan optado por quedado ahí. No con el temor o poder que deben tener en estos momentos. Lo que quieren es huir. Huir de cualquier peligro posible —espeta Rolan con dureza y sinceridad.
Él más que nadie debe saber lo que es ver su vida y gente en ruinas. Memorizar aquel sitio en el cual creció y recordarlo hecho cenizas, con personas suplicando clemencia por dejarlos vivir, debe ser duro. Al fin y al cabo, Rolan huyó de ese lugar con la promesa de no volver, al contrario de Vitoreto que se quedó cerca de Marina como ayudante de embarcación y desmonte pesquero. Vitoreto regresó al único lugar que conoció como hogar después de sobrevivir.
—Pero sí algunos se quedaron y Libertad los encuentra, será más que suficiente para que los capturados rastren al resto.
—¿Rastrear? —cuestiona Vanss ante las palabras de Ron.
—Las personas como la princesa y como yo podemos enfocarnos lo suficiente para capturar una mente semejante a la nuestra. Requiere de mucha práctica, pero sin duda Diego debe saber como hacerlo.
Diego. Por un instante había olvidado que él se quedó en la prisión, y por lo tanto, con mi hermano.
—Entonces hay que encontrarlos. Necesitamos encontrarlos antes que ellos —afirmo con convicción.
—¿Y sí no lo logramos? —espeta ansioso Vitoreto con sus manos en el pecho.
—Pues más nos vale hacerlo, porque sí no, temo que tendremos que secuestrar a mi hermano.
♨
—¿Crees que volverá a ti? —escucho a la comandante, quien ya tiene un aspecto mejor al de hace horas una vez que la reunión finaliza.
—No lo sé. Ya ha pasado poco más de un día, y no siento qué regrese a mí.
—Y si nunca vuelve ¿qué haremos?
Desde una perspectiva interna, la idea de que no regrese suena atractiva, contemplando que la mayor parte del tiempo solo me ha traído problemas y pesadillas vívidas como la de Magnolia.
—¿Cómo se supone que sabremos en quien confiar si tú y el chico mago han perdido su encanto? —aquella última palabra me causa curiosidad.
—¿Tú... recuerdas a Rolan? —cuestiono al tiempo que ambas lo miramos mantener plática con Vitoreto.
—¡Por supuesto! durante el menester me lo confesó todo. Mencionó lo que hizo y se disculpó por entrar y manipular dos veces mi mente. Una cuando me colé al palacio como sirvienta para hablar contigo por pensar que era una rebelde y otro más del que debes estar muy consiente o me equivoco.
Mis ojos y una mueca parecida a una sonrisa piden disculpas ante el recuerdo.
—"Mi mejor elemento" —resopla—. Jamás en mi vida diría algo semejante —por un instante Rolan observa que lo miro y me sonríe, por lo que vuelvo hacía Vanss nuevamente—. Esa cosa que hacen eran nuestra mejor arma, lo sabias.
—No, pero gracias por decirlo. Me consuela saber que soy considerada un algo y no un alguien para ti.
—Lo lamento, es solo que tengo tantas preguntas y tú tan pocas respuestas, lo cual es obvio. Ni que fueras una especie científica o algo similar para poder decirme que mierda te pusieron o si será temporal o no ¿cierto?
Eso último me hace pensar en alguien.
—No, no lo soy, pero tenemos alguien que si lo es aquí.
Pasos y minutos más tarde, nos llevan en su búsqueda de nuestra presa Minerva Yutantaguen.
—Espero estés pasándola mucho mejor que en Qualifa, Minerva.
Los ojos rojos de esa fuerte se elevan, permaneciendo sentada de una forma tan glacial en la banca de madera dónde yace esposada de la pierna izquierda con metal reforzado para gente como ella. Es notable que no pasó una buena noche.
—Por supuesto, Alteza. Nada mejor que ser resguardada por rebeldes seguidores.
—Desertores —agrego ante su sorna—. Desertores rescatados de ser vendidos por tú descubrimiento, el cual, los ha llevado a ser huérfanos —arremeto duramente lo que hace que su sonrisa desaparezca pudiendo ver culpa colarse dentro de su silencio—. ¿Por qué los ayudaste a escapar de la prisión? ¿qué buscabas al hacerlo? absolución, tal vez.
—No, ya no creo tener derecho ni tiempo para eso. La buscaba a usted.
—¿A mí?
—Si, ellos dijeron que la sacarían de Qualifa, y yo necesitaba hablar con usted antes de que ya no la volviera a ver.
—¿Hablar exactamente de qué?
—De la verdad, Alteza. Y si no me cree, puede hacer eso que dijo Palmer que usaba para asegurarse de que es cierto lo que le diré.
Trago saliva ante la mención de mi control. Todos habían pensado que él estaba loco, pero ella parece segura en la afirmación.
—Me encantaría, créeme, pero desafortunadamente no puedo hacerlo. Me colocaron algo que bloquea mi habilidad. Quizá puedas ayudar en lugar de destruir por primera vez en tu vida.
—Debe ser un neutralizador. No creo que dure mucho en usted. Su sistema es muy adaptable.
—Suenas muy segura de ello.
—Es solo que conozco bien su ADN princesa y sé lo que su cuerpo es capaz y no de hacer.
—Explica.
—Un día, cierto rey Tamos me pidió... no, exigió que investigara una nueva alteración de gen descubierto en la población. La curiosidad es un atributo inaudible en todo ser humano, princesa. Aunque hay que saber distinguir si aquello sanará o dañará a terceros. Nosotros no pudimos ver la diferencia y fue mucho más sencillo pensar que fuertes se habían unido a seguidores, a qué un nuevo gen que no podíamos controlar, había nacido en Victoria.
—Y algo que no es conocido es temido, no Minerva —exclamo—. Fue por eso que la cacería dio lugar en nuestro pueblo hasta que yo nací y lo detuvieron.
—¡Ofelia, la princesa fuerte nacida seguidora! —su tono me causa malestar, pese que no sea la primera vez que lo oiga—. Eso debió bastarle al rey Dafniel para detenerse, sin embargo, su mentira fue descubierta con su nacimiento, ya que nuestra futura reina no podía haber engañado al heredero con un seguidor o ¿sí? Además, usted era idéntica al príncipe Claudio cuando el nació, y para su pesar, debió dejarle vivir. Es por eso que me dio su sangre para saber que había mal con usted, y en los que eliminó. ¿Sabe lo que descubrí? —mi silencio se cierne en la duda, y sonríe, pues sabe mi respuesta—. El virus. Todos nosotros lo poseemos, pero en los fuertes yace transformado en nuestra habilidad, pero en usted y en todos aquellos que aún existen y posiblemente existirán, continúa intacto en menor o mayor proporción.
—Mientes —susurro.
—Concluí que el virus presenta un límite —prosigue—. Un límite que ustedes superan, por lo que si la fuerza se hubiera presentado en ustedes probablemente serian seres terriblemente imparables, aunque debo admitir que su gen de descendencia es la más resistente que he hallado.
Sus rasgados ojos me analizan mientras recuerdo a mi madre, pues ella era incluso más que mi padre, pese que lo ocultaba, así como que Claudio Tamos era considerado el hombre más fuerte de Victoria y por eso portaba una corona. No quiero creerle, pero suena muy convincente.
—Fue de esa manera que su cuerpo encontró qué la única forma de mantenerse con vida a si mismo era conteniéndolo, impidiendo que usted desarrollara el gen, obteniendo tan solo como testigo de la contención, ese par de azules ojos que porta.
—¡Miente! —refuto en un grito ensordecedor—. Es mentira todo lo que dice. Yo no...
Es entonces que recuerdo el momento exacto en el que mi abuelo entró a la habitación de juegos cuando yo tenía tan solo 4 ciclos. Estábamos solos y me pidió que le ofreciera el brazo. Lo hice con miedo, y a cambio conseguí un pinchazo. Supongo que pensó que a esa edad lo olvidaría, pero mi mente nunca olvida. Nunca lo hace.
—¿Por qué me estás diciendo esto ahora?
—Porque cuando yo me vaya, alguien debe encargarse de que nunca vuelva a suceder lo de hace diez ciclos o dos meses atrás.
—Tú... tú creaste el virus ¿no es así? —me aferro a los barrotes como si fuera el mismo cuello de Minerva.
—Lo hice, y es por eso que confió en su buen juicio para destruirlo.
—La cuestión aquí es que yo no confió en usted, así que dígame porqué debería hacerlo ahora.
—Porque ya no tengo nada que perder —admite con pesar—. Y lo poco que llegué a tener lo destruí. Creí en las mentiras que el rey tejió y permití que mi hermana fuera condenada a muerte y que mi sobrina fuera... ella era como tú. Una fuerte sin fuerza, y juro que poseía los ojos más oscuros y brillantes que jamás vi en otro ser.
Tras su comentario, deduzco que debe ser un rasgo característico en nosotros, pues los ojos de Gerardo y Diego eran igualmente de un negro profundo, así como los de Ernesto eran de un ámbar destellante.
—Tenía catorce la última vez que la vi. Ahora debería tener cuarenta y tres, pero ella ya debe estar muerta. La mataron, lo sé, así que no se preocupe, princesa. Ya he pagado muy caro lo que hice —se levanta de la silla con aquel overol grisáceo de prisionera que le acompaña, sin embargo, su cadena no le permiten avanzar más allá de tres pasos—. Ya no pude hacer nada por ella, así que lo único que me quedó fue salvar a la descendencia de todos aquellos que perecieron, diciendo que ellos ya no portaban el gen de la mutación, pero mentí, porque ellos también lo tienen y es muy peligroso que lo descubran ya que ellos pueden...
—¿Cómo puede decir que ha pagado caro sus actos? —la interrumpo con rabia—. No te equivoques, Minerva. Tú no pagaste nada. Tú no tuviste que ocultarte, ni huir o morir en manos de soldados, dejando vivir en una mentira a sus hijos, listos para ser vendidos. Y no te atrevas a culpar a mi malvado abuelo solamente, porque preferiste aceptar una mentira fácil que afrontar una verdad difícil ¿Quieres absolución? Acepta tus culpas primero para...
—¡No está escuchando! —grita con severidad—. Tú sangre tiene el virus. Eres la única que posee el porcentaje adecuado para extraerlo. Eres la portadora de él y tu abuelo lo sabía, e hizo pruebas en laboratorios para finalmente, usarlo en un pueblo olvidado. Pude de ver la maldad que habitaba en Su Majestad. Destruiría a medio Victoria sin remordimiento alguno para hacer esta nación poderosa y libre de seguidores. Por eso Irilio Farfán y yo lo matamos antes de que lograra su cometido.
Su confesión me congela.
—¿Qué hiciste qué?
—Soy una científica, Alteza y sé cómo ocultar los rastros en la sangre, así que nadie sospechó cuando lo enfermamos —no siento pena por mi abuelo e incluso pienso que vivió más de lo que debió, pero algo en mí se estruja.
Paso mi mano a mi boca sin creerlo, pues René ya me lo había contado antes de morir. Me aseguró que su padre soltó el virus en Tolomen y por eso contemplaba que funcionaría en La Capital ¿Habría sabido también lo que su padre le hizo a mi abuelo? Temo que jamás lo sabré.
—No me arrepiento si me lo pregunta, pero se supone que tanto Irilio como yo, habíamos destruido todo lo descubierto en más de una década, pero...
—Mintió —termino por ella—. Durante ciclos él planeo acabar con mi familia y usó a su hijo René y el mismo a su hija Mikaela para llevarlo acabo. Su revolucionaria ciencia mató a miles de personas, mientras que yo me volví una...
—Creí que matando a su abuelo todo se acabaría, sin embargo, no era el único que experimentaba con ello. Los nuevos reyes eran diferentes. Pensé que sería suficiente.
—Pues no lo fue, porque ahora ellos están muertos gracias al hijo de Irilio.
—Lo sé, lo sé, pero ya está hecho. Maté a Dafniel Tamos por venganza, lo admito, tras descubrir que me hizo acabar con muchas vidas, incluyendo a mi hermana Lara y mi sobrina Miaka.
Miaka. Resuena en mi cabeza como tantas cosas que había dicho, aunque ese nombre realmente me hace olvidar la conversación momentáneamente.
—¿Miaka Yutantaguen? —veo sus ojos fundirse en confusión ante el nombramiento y mi recuerdo.
Faustino había nombrado en una de nuestras conversaciones el nombre de sus padres, Fansi Keitkitso y Miaka Yutantaguen.
—¿La conociste? —pregunta con desesperación, y yo solo niego con la cabeza.
—No, no lo hice, pero su hijo... creo que él está aquí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro