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Capítulo 20: Segundo contacto.

Murmullos pronunciados que revelan la ansiedad. Sonidos de instrumentos siendo probados, entonando diversas notas en perfecto estado. Agarraban bolsas y las llevaban a sus espaldas, guardando los alimentos y materiales que más hacían falta.

Silencio, firmeza, obediencia y concentración. Las presentes íbamos rumbo hacia los Bosques de la Frialdad, donde la líder Groina marcaba el ritmo sigiloso. Subimos por los árboles y empezamos a actuar según las órdenes indicadas.

—Diriguires iasia eniesnities eni giruipos diez tires. Nios os sipairesisi enitires uiosotirais (Dirigiros hacia enfrente en grupos de tres. No os separéis mucho entre vosotras).

Sentíamos el frío en el frondoso, extenso y oscuro bosque. Ya nos habían avisado de usar la magia para iluminar nuestro camino. Cualquier sensación que tuviéramos era motivo para mantenernos alerta. Si veíamos algo, teníamos que comunicarnos por nuestro idioma o por la música, ya que todas íbamos con la misma canción.

Estábamos por grupos de cinco Elinas. En mi caso, por fin estuve con Urai, Jela, Croisa e Ina. Podía contar con ellas para cualquier cosa y mantener una buena comunicación. El plan era llegar hasta el final de los bosques para subir las montañas. Muchas llevábamos una ropa más cálida, incluyendo calzado, siendo impensable para una Elina.

La expedición iba a ser de un tiempo que desconocíamos. Nos tocaría tomar descansos o dormir cambiando los turnos de vigilancia. Las veces que me tocaba, solía coincidir con Groina. Una tensión e incomodidad en la que intentaba mantenerme atenta con todos los sentidos, aun si tenía sueño.

—¿Tu madre te dijo alguna vez lo que ocurrió la vez que venimos aquí? ¿La última expedición?

Me tomó por sorpresa que me hablara en un susurro. Fruncí el ceño y negué con mi cabeza.

—Teniendo en cuenta que apenas nos hablamos por que hice las cosas mal... —susurró sin mirarme, para al final soltar un suspiro—. Tu madre era una espléndida guerrera y que te asemejes a ella hace que reviva esos momentos que deseo olvidar.

—Parece que hay mucho arrepentimiento detrás.

—Éramos jóvenes como vosotras y desconocíamos demasiado. No fue hasta ahora que nos dimos cuenta de cómo actuaban —admitió, apoyándose contra el tronco de la pared—. Este problema no era tan presente. Solo nos encargábamos de retenerlas, pero Melian decía de conocer de donde eran y porque nos atacaban. Así pues... aceptamos la idea a pesar de que estaba en desacuerdo.

» Cuando nos adentramos, le dije a Melian que no se impacientara demasiado. Creía que la culpa era suya por las acciones que tomaba y como deseaba constantemente saber la verdad. Al final cuando llegamos a las montañas, Melian se adelantó. Vio cómo la naturaleza nos bloqueaba el paso... y luego ser atacadas por esos fallos.

» Éramos muchas guerreras y al final acabaron muriendo más de setenta. Ese día discutí con Melian, le recriminé todo lo que hizo mientras me decía que lo que había visto allí no eran fallos, sino que algo del que jamás nos explicó. Tras eso serían las pruebas que... logró ser apta para Sensibilidad, pero que por alguna razón rechazó.

Mantuve el silencio. Solo la miré, encontrando sus ojos analizando para suspirar con cansancio. Alzó su cabeza hacia la noche estrellada y sonrió.

—Me arrepentí ante la actitud que tuve con tu madre porque no quise comprenderla. Siempre la culpaba de todo, le decía que era una loca que no comprendía nuestra forma de vivir. Tenía unas ideas muy arriesgadas, pero cuando fue aceptada por Sensibilidad, me di cuenta que a lo mejor no estaba tan equivocada —admitió. Se quedó en silencio unos segundos y siguió hablando tras respirar profundo—. Cuando ocurra se vuelvan hacer las pruebas, yo no tendré la oportunidad. Ya fueron dos veces, las máximas que se pueden tener.

Y me miró directamente, dejándome sin aire al entender lo que se refería.

—¿Yo podría participar en las pruebas?

—Y podrías ser su elegida por cómo estás siguiendo el camino de tu madre —añadió, a lo que me dejó inmóvil en el sitio—. Eres hija de Melian, la que iba a ser la Lia Innactia de Sensibilidad, pero que rechazó fue por motivos que desconozco. Creo que deberías preguntarle a tu madre cuando regreses, solo así evitarías los mismos fallos.

—Groina, de verdad que respeto sus palabras, pero yo no puedo ser la Lia Innactia teniendo veintitrés años. Tiene más sentido que usted, Urosia o incluso Xieli lo sean, ¿por qué no es posible eso? —pregunté, angustiada.

—Porque nuestra oportunidad ya pasó, y en mi caso fueron dos veces. Aparte que Xieli se niega a serlo por el cargo que tiene y cree que es mejor que lo sea una guerrera con las capacidades aptas. Sí, tienes veintitrés años, pero creo que tienes la opción de ser su Lia Innactia, y más si tienes a tu madre de tu lado.

Tragué con dificultad sin saber dónde mirar.

—M-Mi ma-madre decía que yo era al-alguien especial. Decía que tenía un destino escrito y creo que se relacionaba con Sensibilidad.

Groina se quedó mirando hacia enfrente para al final agachar un poco su cabeza.

—El día que naciste vi algo que no era común en las demás Elinas. Unos colores muchísimos más brillantes de colores azulados y verdosos. Normalmente brillamos en blanco —explicó con total sinceridad—. Ya me pareció sospechoso, pero cuando tu madre te agarró en brazos, vi como su mirada cambiaba a una más distinta y te ponía un nombre que no había decidido.

—¿C-Cómo?

—Tú no te ibas a llamar Urchevole, sino Inlia. Algo similar al apellido de tu familia —respondió, dejándome sin aire—. No sé qué fue lo que la hizo cambiar de parecer, pero estoy segura que Sensibilidad tiene algo contigo del cual solo tu madre puede decir cuando se lo permiten.

Casi caí de no ser que pude apoyarme contra el tronco, tratando de mantener la respiración.

—Urchevole, mi recomendación es que, si salimos de esta, tengas una conversación honesta con tu madre. Creo que tienes muchos secretos que a lo mejor nos pueden venir bien... aunque es una lástima que no sea para ahora —susurró esto último.

No tenía fuerzas, solo afirmé como mejor pude para retirarme e intentar procesarlo.

¿Por qué yo? ¿Qué era lo que se me ocultaba? ¿Qué fue lo que le hizo a mi madre rechazar tal puesto? ¿Cuál era la historia que me negaban saber?

Apenas pude dormir, me levanté con cansancio, ignorando lo que había vivido. Me quedé con mi grupo, atentas de todo lo que nos rodeaba y avanzando cada vez más por los bosques.

En ocasiones nos quedábamos quietas en el sitio por órdenes de Groina. Veíamos como avanzaba un poco más de lo habitual para asegurarse del perímetro. Solo ahí era cuando conversábamos en un susurro, utilizando nuestro idioma.

—¿No es extraño que no haya aparecido ni un solo fallo en estos días? —preguntó Jela.

—Sí, la verdad es que lo es —respondió Urai, poniendo la mano en su barbilla—. Capaz es porque están sin apenas tropas para atacarnos, lo que es muy buena señal.

—E-En verdad yo tengo un-una teoría distinta...—tartamudeó Jela, captando la atención de las presentes—. Digamos que a lo mejor esos fallos tienen algo... imposible de considerar.

—Ve al grano, Jela, ¿qué tienen que sea imposible de considerar? —preguntó Urai.

—E-Es solo una suposición, pero teniendo en cuenta las palabras que decían esos fallos, algo me hizo pensar que a lo mejor son... inmortales.

—¡N-No digas tonterías! —gritó Urai sin querer, para luego soltar una escandalosa risa que llamó la atención de todas—. ¡Eso es imposible! ¡Menuda idiotez, Jela! ¡Qué chiste tan bueno!

—U-Urai, solo suponía...

—Y a mí me parece que tu suposición es un insulto claro a la Muerte y a los años para matar con esos fallos —respondió con cierta agresividad.

Jela, al ver que no era tomada enserio, tomó el aire necesario para responder:

—Urai, escúchame bien porque a lo mejor el miedo te hace reaccionar así, pero tiene sentido si lo piensas. Esos fallos hablaban con total seguridad y si bien sufrían cuando eran heridos, parecían sonreír cuando los matábamos. No parecían tener miedo a la Muerte, como si fuera algo común en ellos. ¿O es que acaso no veías como nos faltaban el respeto y se burlaban de nosotras?

—Porque eran unos insolentes.

—Sí, pero uno teme a la Muerte cuando sabe en qué posición está. Es un hecho natural, en cambio ellos parecían reírse de ello, como si fueran inmortales —explicó Jela.

Sus palabras creaban una tensión aún más grande en el ambiente. Las Elinas empezaron a dudar de qué tan veraz podía ser, haciéndole preguntas a Jela que no podía responder del todo.

—Si fueran inmortales no habrían parado de venir —contestó Urai.

—Puede que recuerden sus fallos y por ello tomaban otras alternativas. No me extrañaría y explicaría porque bloqueaban su Leia, haciéndonos más difícil el hecho de detectarlos —respondió Jela.

—¡Eso es muy cierto! Tuvimos que mejorar nuestros sentidos para percibirlos, y aun así parecían saber lo que nos ayudaba a detectarlos —intervino Croisa.

—Capaz había fallos testigo de tal hecho que informaban de la situación —contestó otra Elina.

—No, sabes que vigilábamos cada lado y evitábamos que hubiera fallos. Supimos incluso cómo se camuflaban gracias a Ina.

En medio de la discusión, traté de mirar mi alrededor, pero mis ojos eran incapaces de fijarse en algo en concreto. ¿Cómo explicarlo? Era como si algo bloqueara mis sentidos, modificándolos a su gusto. La realidad no era normal. Mis lágrimas salían sin control al ver una figura de gran altura mostrando su sonrisa llena de malicia.

—¡Es estúpido, Jela! ¡Lo que me faltaba por escuchar! —gritó Urai, para luego mirarme—. Urchevole, dime que piensas como yo, ¿qué opinas sobre esto?

Poco a poco me fui girando, mostrando mis lágrimas que confundieron a muchas.

—No, no me digas que piensas eso... ¡Por Sensibilidad, Urchevole! ¡No te atrevas a decir que son inmortales! —gritó Urai, ya irritada—. ¡Es una idiotez, no es posible que sea algo así!

A punto de hablar, vi los ojos blancos que nos rodeaban y que, por alguna razón, no éramos capaces de percibir. Sin saber bien cómo, intenté usar mi magia, pero mis acciones fueron detenidas como si me tuvieran atada. A punto de chillar, una voz grave intervino, una que todas y cada una de nosotras pudimos oír:

—¿Cómo se lo hacemos ver a la pobre e insolente Elina?

Hablaba... nuestro idioma.

—¿Cómo le hacemos ver que a lo mejor... si poseemos esa inmortalidad?

Y no era solo uno...

—Podríamos decírselo directamente.

—No. —Rio una de ellas, logrando despertar de mis sentidos—. Podríamos demostrarlo.

Mi Leia emitió una melodía llena de violencia y rabia que logró sacudir las hojas, viendo lo que habíamos ignorado. Cientos de Fallos Musicales ocultos, saltando hacia nuestra dirección para empezar la masacre.

Como mejor pude, creé un escudo que pudo proteger a una buena parte de las Elinas. Mi ritmo frenético hizo que las demás también actuaran, reforzando el escudo mientras que otras peleaban. Se movían de un lado a otro para transformar su magia como espadas para acabar con la vida de los que estaban ocultos.

Pero había un problema y era su inmortalidad. Era lo que hacía fallar a muchas, recibiendo heridas de gran gravedad de las cuales las hicieron caer. Ante esto. mi cabeza empezaba a gritar con desespero.

—¡Urchevole!

Fui empujada hacia un lado con brusquedad, encontrándome con Urai protegiéndome de uno de los ataques de esos fallos. Por suerte logré recomponerme y aterrizar con buen pie. Al girarme, vi como varias de las Elinas bajaban de los árboles con heridas que les impedían seguir adelante.

Daba varios pasos hacia atrás al ver como aún había fallos en medio de esa oscuridad. Mostraban sus ojos llenos de odio y crueldad, pero entre todos, había uno que destacaba con unos colores más azulados. Unos que eran destructivos.

Me miraba orgulloso, moviendo su brazo izquierdo, dirigiendo a los fallos. Toda acción que hacía era con la izquierda, como si no tuviera miedo de esa mala suerte, como si él disfrutara de los desastres.

—Que desperdicio de poder, querida. Que desperdicio en crear seres como vosotras que serán exterminadas por nosotros.

No había arrepentimiento, se burlaba de nosotras, mostrando esas ansias de acabar con todo. El mal tan puro que jamás había visto se encontraba enfrente mía, riéndose de mi debilidad.

Podría haber huido, habría sido comprensible en mi situación. Podría haberme rendido. Su poder era tan intimidante que dejaba a cualquiera en el sitio con una muerte asegurada. Podría haber hecho cualquier cosa...

Y escogí luchar con una melodía de la que no pude dar nombre.

Dando una patada fuerte en el suelo, vi como la magia se expandía en todo el bosque, afectando a las Elinas que se encontraban heridas. Brillaba demasiado, como si fuera un rayo de luz que disipaba toda la oscuridad, y no solo eso, sino que daba toda la fuerza necesaria para seguir luchando.

A pesar de existir todas esas emociones en medio del caos, era la única Elina que me mantenía firme contra él. Me observaba con total interés, esperando mi siguiente movimiento.

Cualquier Elina esperaba que fuera agresiva, pero se equivocaban cuando usé una canción que calmaba esas emociones negativas y frenaba las acciones de los fallos. Ellos se quedaban dormidos. Ellas iban recuperándose.

Se quedaban atónitas del poder que tenía dentro de mi Leia. Era impensable que pudiera controlar las emociones de las Elinas y los fallos a la vez. Sin dudar, siguieron mi ritmo como si fuera la directora de una grandiosa orquestra. Se escuchaba diversos instrumentos junto a las voces armoniosas que seguían esa melodía que era capaz de crear.

Juro que vi como ese hombre parecía arrepentirse, como caía en mi hechizo, pero negó con su cabeza y soltó una escandalosa risa.

—¡Maravilloso espectáculo! ¡Pero yo tengo uno mejor!

Y ante su movimiento brusco de su brazo derecho —si es que... ¿se pudiera considerar como uno? —, toda mi melodía fue cancelada por una magia que consumió todas las notas musicales, y con ello, despertar a los fallos.

—¡¿Es que no lo entiendes!? ¡Podrás surgir con mil formas todas las veces que quieras para protegerlas! ¡Pero no podrás vencerme por mucho que lo intentes! ¡Eres tan insolente que crees que confiar en los números es tu solución! ¡Pero solo te llevará hacia un final inevitable! Tanto a ti como a las Elinas.

Vi como varios de esos fallos iban a por mí sin compasión alguna al saber que era el peligro. Me agarraban y me alejaban de las demás, sin que ninguna pudiera salvarme.

Iba perdiendo la consciencia ante las heridas que mi cuerpo recibió al ser arrastrada. Intenté pedir ayuda con mi música, recibiendo como contestación una risa que no conocía la empatía ni el amor.

Cuando creía que no había ni una sola salvación para nosotras, cuando creía que sería el fin, escuché lo que, para mí, fue el cambio. El rugido de varias bestias que intervinieron en la pelea.

Era la segunda vez que los veía. Seres de más de dos metros de piel negra, alas de gran tamaño y cuerpo bien musculado, acabando con la vida de los fallos. Entre los presentes, uno se quedó a mi lado.

Solo ahí fue cuando perdí la consciencia una vez más

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