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Capítulo 10: Tiempo para aceptarse.

Cuarto año por fin se presentó ante mí. Catorce años tendría mientras que mi hermana... siete años. No me había dado cuenta, del tiempo que había pasado hasta que un día me encontré con Aspaura reunida con sus amigas .

Verla riendo y jugando con ellas me hizo recordar la vez que tuve siete años. Cuando correteaba por las calles, me escondía por los diversos lugares de Claisa con mis amigas.

Siete años habían pasado... y no me había dado cuenta hasta que vi su cambio físico. Una altura superior a la mía, capaz un metro sesenta y cinco, vestimentas blancas con un parche aún presente en su ojo. El barrio donde había nacido también cambió ante la naturaleza creciendo con discreción.

Unas pocas lágrimas cayeron por mis mejillas mientras sonreía, poniendo mis manos en mi espalda. Pronto mis lágrimas cesaron cuando Aspaura me encontró..

—Hermana, ¿estás bien? ¿Pasó algo en clases?

—No, tranquila... solo que me cuesta creer cómo pasa rápido el tiempo —respondí, rascando un poco la cabeza.

—Suenas como mamá, también me dijo lo mismo hace poco —contestó Aspaura con una risa ligera—. "Has crecido mucho, hija mía, incluso pareces tener más altura que otras Elinas con tan solo siete años".

Algo en mi Leia me hizo despertar. Una combinación de flautas que solo una lograba cerrar mis ojos con dolor. Respiré con dificultad. Solo quedaban cuatro años para ser parte de las candidatas guerreras y que mi hermana fuera a la escuela.

Solo cuatro años. ¡Por Sensibilidad! Sentía que no era perfecta como tanto me había puesto como objetivo, ¡y todo por las malditas clases de Ceria! El cuidado de la naturaleza era el que más flaqueaba, y lo sabía bien cuando me quedaba tarde en su última clase.

—Urchevole, no tienes porqué quedarte tan tarde, puedes intentarlo mañana.

—Lo siento, profesora, ¡solo un intento más!

Ceria soltó un largo suspiro.

—Está bien. Solo uno más.

En clase intentamos hacer una mezcla de diversas hierbas, preparando un brebaje que mantenía a raya los sentimientos negativos. Leía los apuntes con total concentración, un gesto que Ceria le pareció curioso mientras me observaba.

—Ya te digo que no es nada fácil, Urchevole. Es tener cuidado con las plantas que has escogido y usar la magia de Sensibilidad con precisión —aclaró Ceria.

—Lo sé, por eso voy poco a poco, necesita paciencia para crear la Yuiola —respondí sin quitarle ojos a los apuntes.

Ceria no dijo nada más, solo observaba cada uno de los movimientos que hacía. Con mis manos limpias, agarraba las pequeñas semillas de la Eriola, que ya calmaban con tan solo olerlo.

Con el mortero en mano, empecé a aplastar las semillas con cuidado, intentando no relajarme ante el olor. Una vez conseguido, las llevé a una pequeña fuente de agua cuyas gotas iban cayendo a un ritmo constante y lento.

Respiré profundo, y por primera vez, tomé el riesgo de usar la magia de Sensibilidad sin la ayuda de un instrumento.

—¡Urchevole, ni se te ocu-

Ceria por primera vez vio algo que la dejó atónita. De normal las Elinas de mi edad no eran aptas para dominar la música sin un instrumento, es más, se empezaba a practicar a partir del quinto año. Pero verme mover los brazos con suavidad y calma, componiendo una canción lenta con el compás del agua, hizo que Ceria viera las capacidades que tenía.

Fui capaz de crear el primer instrumento, una flauta del cual sonaba alrededor mía. Lograba que el el agua fuera cambiando poco a poco de color. Cuando lo vi, los nervios y el cansancio que hicieron que la música terminara abruptamente. Las semillas envejecieron en un color negro, dejando en claro que no era consumible.

—Otra vez mal... —susurré, apretando mis puños, suspirando con pesadez—. ¡Ya es la décima o onceava vez que me ha pasado lo mismo!

—U-Urchevole. —Las palabras de Ceria hicieron que me girara—. ¿Desde cuánto tiempo llevas usando la magia sin ayuda de un instrumento?

Miré a otro lado con mis ojos, tragando con dificultad y rascando mi brazo derecho.

—Desde el inicio del cuarto año.

Que Ceria supiera aquello, fue algo que no pasaría por alto entre los profesores y que los rumores, una vez más, volvieran. Creía que ser sincera era lo mejor para ser una candidata a guerrera.

La mezcla de emociones que había en mi pecho creó una presión que no me dejaba respirar y me generaba ganas de vomitar. No paraba de pensar en lo mismo una y otra vez. Daba igual donde pudiera estar. En casa, clases o con mis amigas... la presión y dolor de cabeza que tenía hacía que siempre estuviera obsesionada con esa perfección.

Noches sin apenas dormir, sin comer demasiado, apenas sin salir de casa...

Hasta que Aspaura puso el freno por mí.

—¿Hija? —preguntó mi madre en un tono calmado, adentrándose en mi habitación.

—¿Mamá? ¿Ocurre algo? —pregunté, dejando los apuntes a un lado de la cama.

—Me he enterado de que en verdad no quieres ser profesora, sino guerrera.

Me quedé sin apalabras, pero no hizo falta cuando mi madre me miró y la decepción apareció, conteniendo sus ganas de llorar.

—¿Por qué? Pensé que deseabas ser profesora de verdad. Por Sensibilidad. Ahora entiendo porque quieres sacar tan buenas notas, o como apenas dormías...

No pude decir nada al respecto. Solo mantuve la cabeza agachada, esperando el peor castigo.

—Solo dime ¿por qué? ¿Qué le ves a ello? —preguntó mi madre, acercándose con cuidado.

—Y-Yo qu-quería proteger a las mías, quería proteger a la ciudad. Iba hacer lo que fuera para demostrar que era una espléndida guerrera.

Mi madre soltó un largo suspiro en el que poco a poco iba destrozando su vaso lleno de lágrimas.

—Quiero que sepas algo, hija mía. Con tu gran esfuerzo o no, Groina ya habría considerado esa opción de que fueras guerrera —explicó Melian.

—¿C-Cómo?

—Hija... —susurró Melian, tragando con cierta dificultad—. Sabes que en nuestra historia hemos sido fieles seguidoras de Sensibilidad, sabes que hemos sido guerreras. Tu abuela Ilea me exigió que fuera una guerrera y lo cumplí no solo por el honor, sino por... por su desgraciado final.

La sinceridad fue como si una tormenta musical sonara para luego dejarlo todo en silencio.

—Cada una de nuestra familia deseó ser una guerrera fiel, y fue pasando esa tradición hasta la actualidad. Quien no fuera una, sería una falta de respeto para Sensibilidad. Al menos fueron unas ideas que teníamos hasta que te tuve en mis brazos y me di cuenta cuenta de nuestro error. Por ello... impedí que fueras una guerrera —murmuró Melian, para luego suspirar y negar con su cabeza.

—¿Po-Por qué? ¿Por qué me lo im-impedías?

—¿Tú sabes el riesgo que es? Estudiar es importante, pero no es lo primordial, sino prestar atención a lo que te rodea —respondió, para mirarme con lágrimas deseosas de salir—. ¿Por qué, hija? ¿Qué es lo que te motivaba?

Miré hacia el techo, cerrando mis ojos con fuerza para luego bajar la cabeza.

—Me sentía culpable porque creía que no habías cumplido tu deseo. Pensaba que había destrozado tu ilusión... y pensé que, a lo mejor, ser guerrera haría que tu estuvieras feliz por ello.

—Por el amor a Sensibilidad, no... no por favor.

Me abrazó con todas sus fuerzas. Me tomó por total sorpresa, más cuando escuché las lágrimas. Era como un lamento de voces que se escuchaban en la lejanía, pidiendo clemencia a alguien.

—Hija mía, quiero que tengas muy en claro lo siguiente —pidió Melian como mejor podía, ya que su voz se había quebrado en parte—. No quería que fueras una guerrera por que sabía los peligros que había, aunque, a su vez, actué como una irresponsable... —Respiró lo más profundo posible, me daba la sensación de que incluso cerraba sus ojos y apretaba sus labios—. Porque era un destino escrito ya en ti.

—¿Cómo? —pregunté, apartándome del abrazo para mirarla.

—Sabes que no alcancé a ser una Lia Innactia y que por ello te tuve como hija. Te cuidé sin importarme ese cargo, dispuesta a ser madre y dejar a un lado el deseo de ser guerrera. Una gran parte de las Elinas de mi alrededor me miraban con decepción porque esperaban que fuera alguien que nunca llegó a ser, pero cuando supieron de tu nacimiento, contaban con que yo te enseñara. Todo porque eres mi hija.

—Pero dijiste que estaba escrito mi destino —respondí, mirándola con atención, viéndose como mis manos temblaban sin querer.

Mi madre me miró con una sonrisa apenada, bajando un poco la cabeza. A la vez, su alrededor parecía brillar en notas de colores blancos. ¿Por qué usaba su poder ahora?

—Hija mía, escúchame bien. Por favor, te lo pido —murmuró en un tono cansado—. Mi sueño ya lo cumplí y no me importó dejarlo porque cuando naciste, cambiaste mi vida —aseguró, acercando sus manos a mis mejillas—. No sientas ninguna culpa porque no la tienes. Apareciste en mi vida para darme una felicidad que no cambiaría por nada en el mundo. Para mi eres la hija a la que siempre querré y cuidaré.

» Por desgracia no puedo decir según qué palabras por un pacto que hice con Sensibilidad. No puedo desvelarlo hasta que me de la libertad —explicó con dolor, mirándome por unos pocos segundos—. Y siento que no lo puedas saber ahora... Es mi culpa por haberlo atrasado, por impedirlo de alguna forma, aunque por dentro tuvieras el don natural del oído absoluto y el control de las magias de Sensibilidad superior a las demás Elinas.

Sin querer mis ojos observaron mis manos, como si estas por un momento fueran capaces de hablarme. En mi Leia, las notas y voces formaron un escándalo que desmontó todas las sinfonías.

—Me protegías porque temías de lo que pudiera ocurrir ahí fuera, de los peligros que se acercan a nuestra ciudad —murmuré, sin saber bien donde mirar.

—Estuviste muy encerrada con los estudios cuando todas te lo decíamos, hija mía —me recordó. El peso de la culpa y vergüenza cayó en todo mi cuerpo—. Esto ha sido por mi culpa. Capaz tendría que haber aceptado el destino que tenías, pero cuando comprendí lo que era ser madre...

Sin dudar, la abracé con todas mis fuerzas, dejando que en esta ocasión soltara las lágrimas que jamás había visto hasta ahora. Sonreí y le expresé todo mi cariño, dejándole en claro que no la odiaba ni la quería menos por ser sobreprotectora conmigo. Al menos había entendido que mi deseo de ser guerrera existía, pero había algo que no paraba de dar vueltas.

¿Debía seguir adelante con esa verdad que tenía en mis manos?

Cuando terminé de hablar con mi madre, fui a mi habitación y vi a mi hermana. Solté un largo suspiro por su reacción.

—No estoy enfadada contigo —hablé en un murmullo, mirándola con una leve sonrisa—. Solo que me siento muy confundida conmigo misma, no sé si seguir adelante como guerrera o pensar otra opción. Es raro.

—Pu-Puedo hacerme una ligera idea —admitió, sentándose en la cama mientras miraba las sábanas blancas.

—¿A qué te refieres?

—Estuve escuchando y algunas de las palabras me hicieron pensar —explicó, mirándose las manos—. No me siento muy cómoda conmigo misma, es raro de explicar.

—¿Acaso no te gusta la ropa o el maquillaje que llevas?

—Digamos... que es incómodo —admitió, sujetando el vestido por la zona de sus piernas para al final soltarlo—. También me es molesto que mamá me ponga la línea de los ojos porque todas las Elinas también lo llevan.

—¿Y por qué no le dijiste que no te lo pusiera?

—Porque eso está mal... ¿no?

Parpadeé varias veces sus ojos, para luego negar con la cabeza.

—¿Tú ves que yo lleve eso?

—No, pero...

—¿Entonces? —pregunté, interrumpiéndola. Me senté enfrente suya para sonreírle con suavidad—. Aspaura, sé qué hace mucho que no hablamos por estar encerrada, pero estas cosas debes decírmelas sin miedo. Entiende que no tienes por qué ser como las demás. No tienes porqué llevar un estilo de maquillaje o ropa, puedes ir un poco más distinta y no por eso te van a ver mal, ¿entiendes?

—Pensaba...

—Tú y yo tenemos algo en común y es que pensamos demasiado —volví a interrumpir con una leve risa—. Por ello te entiendo, y lo mejor es no darle muchas vueltas. Si algo dijo mamá, es que tenemos que saber quiénes somos. En mi caso es saber qué es lo quiero y contigo es saber qué es lo que te hace sentir cómoda.

Aspaura miró hacia las sábanas y pensó por unos pocos segundos. Respiró hondo y frunció un poco el ceño.

—¡Pues quiero ir contigo a dar una vuelta en el centro! —dijo apretando sus puños y cerrando sus ojos—. ¡¿Hay algún sitio donde ha-hagan... ropa más cómoda?! ¡Para co-comprar las dos juntas y-y pa-pasar rato como antes!

La miré con los ojos bien abiertos, escapado unas pequeñas lágrimas para poner la meno en mi barbilla.

—No te sabría decir, creo que sí —murmuré, poniendo la mano en mi barbilla—. Tendría que preguntar a mamá, creo que tiene más idea que yo.

—Bien... —murmuró Aspaura, para luego respirar muy profundo—. ¡No me gusta el maquillaje! ¡Es raro! A veces me da miedo que mamá me haga daño en el ojo.

—No tienes porqué llevarlo, seguro lo entiende.

—Y-Y me es un poco incómodo llevar collares, prefiero los pendientes.

—¿Y qué hay de malo? Una de mis profesoras tiene muchísimos pendientes y le quedan bien —susurré, poniendo la mano en mi mentón—. ¿Algo más?

Aspaura afirmó con rapidez

—Me da un poco de pánico el hecho de que las demás Elinas me miren mal cuando empiece mi primer año de clases.

Primer año de clases. Unas palabras tan fuertes que azotaron mi mente. Tan rápido habían pasado los siete años que no me había dado cuenta que mi hermana iba a empezar las clases. Abrí un poco la boca, mirándola con una emoción que crecía como si fueran flores.

—Mañana tenemos planes tú y yo —aseguré con una gran sonrisa—. Con la ayuda de mamá, vamos a salir para comprar lo que te haga sentir cómoda. Haremos que llames la atención como un gran concierto musical. ¿Entendido?

—¿Se-Segura?

—Al máximo —respondí, agarrando sus manos—. Mañana es nuestro día, día de hermanas, ninguna interrupción. ¿Entendido?

Aspaura tenía unos ojos que eran capaces de iluminar una habitación entera, reviviendo de nuevo a una edad más joven. Afirmó con emoción, agarrando mis manos con fuerza.

—¡Entendido!

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