Capítulo 7: Por un futuro mejor.
Ser una guerrera no era fácil. Teníamos que adaptarnos a un horario ajustado. Ahora ya no solo estudiaba, sino que me encargaba de proteger la ciudad. Las primeras semanas nos enseñaron lo primordial. Entrenamientos largos que debíamos comprender nuestra magia porque el cuerpo tenía que fluir con ella y darle mucha más importancia al baile.
—Eso es lo que tu madre nos enseñó —me susurró Jela.
—Pero enseñan de distinta forma. Mira cómo mantenemos los brazos en el baile. Mi madre no empezó con eso, sino con el equilibrio y resistencia en nuestras piernas —susurré.
—Sí, pero esto tendría que...
—¡Profesora Urosia! ¿Por qué no se nos enseñó antes? —preguntó una de las presentes.
—En los primeros años es cuando se intenta comprender la magia con el apoyo de un instrumento para luego ser nosotras mismas las que podamos crearla, o incluso muchos más instrumentos que solo uno como si fuera una pequeña orquestra.
Los recuerdos me inundaron como un coro de voces desorganizadas. Jamás olvidaría ese día al cegarme tanto por querer usar el arpa cuando mi instrumento predominante era la flauta travesera.
«Aun me cuesta creer que sea de las pocas Elinas que tenga este instrumento como predominante. —Suspiré, bajando un poco la mirada—. Yo quería su arpa...»
Negué con calma, dejarme llevar por esos recuerdos no era el momento. Miré hacia Urosia, sus manos estaban tras su espalda, mirando a la joven que había hecho la pregunta:
—Cuando la magia se domina a la perfección, entonces se da la opción de bailar. Esto al no ser tan obligatorio en la vida cotidiana, no se enseña a no ser que quieras ser guerrera.
Eran palabras similares que había dicho mi madre, aunque siempre me remarcaba que la edad ideal para aprenderla era a los quince o dieciséis años. Aseguraba que el baile daba grandes energías y evitar los problemas a futuro que la vejez traía.
—Qué bueno que tu madre nos enseñó —murmuró Jela con una leve risa—. Ya no me resulta tan difícil.
—Sí, pero no te confíes, recuerda eso —contesté, sonriéndole también.
En ocasiones, no podía evitar mirar a Urai, se mantenía casi siempre al lado de Urosia. Se me olvidaba que se había encargado de cuidarla en el tiempo que estuviera como guerrera, incluso fuera de clases, lo que me impedía verla más que en la noche. un leve suspiro se escapó de mis labios.
—Espero que Urosia no sea dura con ella —susurré.
—Tu tranquila, Urche. Seguro que pronto la dejarán libre —supuso Jela, poniendo la mano en su barbilla—. Cuenta con que en unos meses estará con nosotras como de costumbre.
—Eso espero, Jela —susurré, cruzando mis brazos.
Cuando era la hora de comer, quedaba con mi hermana cerca del Gran Árbol. Al principio le dije que no era necesario, pero insistía en que así disfrutábamos del poco tiempo que teníamos juntas. La biblioteca o quedar por las mañanas antes de las clases no era suficiente.
—¿Tendrás algún día festivo para ti sola? —preguntó Aspaura.
—No lo creo. Ya sabes cómo van las cosas —respondí con pesar, mordiendo a desgana el trozo pequeño de manzana.
—Espero que al menos tengas un día porque es duro no verte en casa. Mamá a veces pregunta por ti.
Bajé un poco la mirada.
—Sabes que lo intento, pero me temo que no es posible. Tengo gran parte del día ocupado. Mañanas de estudio, tardes de vigilancia y sé que eso cambiará cuando terminen los estudios y con ello vigilemos algunas más arriesgadas.
—Qué mal... Ni un día, siquiera Triele —susurró, suspirando mientras miraba el suelo.
—Rendimos devoción a nuestra diosa, pero no perdemos el tiempo. Urosia ha estado insistente en las clases de baile y música. Es un nivel muy distinto a lo que dábamos en séptimo y octavo año, ¿entiendes? —expliqué, viendo como los ojos de mi hermana mostraban interés—. Sabes que mamá me enseñó antes porque su criterio era que las Elinas de quince a dieciséis años ya sabían lo que querían ser de mayores.
—Si soy honesta, no estoy de acuerdo con ella —musitó, apretando un poco sus labios—. A ver, yo tengo claro que quiero ser luthier, desde que mamá me llevó a su trabajo no he parado de preguntar o aprender gracias a ella, pero tengo amigas que aún no saben lo que quieren.
—No te culpo, nos pasó lo mismo a algunas de nosotras. Por ejemplo, Aline no le quedó otra que ser modista o Haui ser agricultora.
—Pero ellas dos no tenían muchas oportunidades como nosotras. Sus trabajos son muy duros, en especial el de Haui. Dejaron las clases en cuarto y quinto año, lo suficiente para aprender sobre la música y ayudar a su familia. —Aspaura tragó saliva, agarrando sus manos con fuerza—. Yo no quiero...
—No va a pasar eso —aseguré con una sonrisa tranquila—. Primero, mamá trabaja de luthier y la paga es muy buena. Segundo, ya no estoy en casa así que los gastos no serán tantos y tengo mi propio dinero que según sé de otras Elinas guerreras, es suficiente para los gastos que tenemos. De ti no tienes de qué preocuparte, podrás seguir hasta el octavo curso para ser luthier, o si quieres otra cosa...
Aspaura me miró por unos segundos, entreabriendo la boca, pero al final se quedó en silencio. Comprendía su preocupación, octavo año era solo para las Elinas que se interesaran en trabajar algo muy concreto, fuera médica, luthier, profesora o guerrera. En esas clases se le daba muchísima importancia a la música y la naturaleza ya que ambas permitían combinarse a la perfección en estos oficios.
Para crear una medicina eficaz. Para crear unos instrumentos resistentes y bien afinados. Para enseñar a futuras generaciones. Para proteger la ciudad.
—Por ahora no te dejes cegar por ello. Estás en quinto año, lo llevas de maravilla. Según me han dicho algunas profesoras, eres la que mejor notas sacas —comenté, abrazando a mi hermana de un lado.
—Ah... ¿Te lo dijeron las profesoras?
—Sí, me hablo con alguna de ellas, en especial con Ceria. Ya sabes que con ella pasaba muchísimas horas al intentar comprender la botánica, que era lo que más dificultaba.
Aspaura soltó una leve risa.
—Y a mí en cambio me resulta muy fácil a diferencia de nuestro dialecto —admitió con timidez.
—Nada que yo o mamá te podamos enseñar. En estas horas de descanso podríamos hablar en ese idioma para que vayas practicando.
La tensión apareció en sus hombros, pero rápidamente se marchó ante su mirada decidida.
—Está bien, pero hoy no. Tengo la cabeza llena de notas desorganizadas. Hoy intentamos tocar todas en grupo para que comprendamos lo que es trabajar en equipo y fue un desastre. —Tragó en seco—. N-No me gustó ser la líder de mi grupo, sentía demasiados ojos encima mía.
—Lo entiendo bien, pero es lo que tiene cuando sabes comprender la música a diferencia de tus amigas.
Aspaura me miró por unos segundos.
—No sé cómo lo lograste hacer cuando te peleaste con Urai. Llegó a ser yo...
—Eso nunca más va a ocurrir, hermanita —interrumpí, agarrando sus manos con cuidado—. Juro que eso no ocurrirá cuando nos pongan a vigilar Haile.
Su ojo visible me observaba con esperanza, una que tenía siempre constancia y que repetía en mi cabeza. No iba a dejar que ese mismo destino llegara a los demás, que un fallo tan inocente, aun si era culpa de alguien más o no, ocurriera a otras Elinas. Era motivo para seguir adelante aun si me quedaba sin energías.
Cuando la tarde llegaba, me mantenía alerta a todo lo que me rodeaba, en especial a las Elinas más pequeñas y traviesas que correteaban por la plaza de la Música.
Toda aquella que me veía me identificaba por los nuevos tatuajes que tenía en mis mejillas, una figura ovalada. Se decía que la Elina que tuviera tres puntos a su alrededor de la figura, se consideraba una guerrera de gran poder, o sea, una Lia Innactia. Si eran dos, una Suia Bialena, si era solo uno, una Suia Biale. En este caso, al ser solo la figura ovalada, no éramos más que Sianes dispuestas a luchar y proteger nuestra ciudad.
A veces me encontraba con Ilona o Aline, conversando sobre cómo eran nuestras vidas, pero no más de unos minutos porque debía seguir con mi trabajo. Cuando la jornada terminaba, regresaba a mi nuevo hogar, para descansar y empezar un día más.
Así habrían sido los primeros días hasta que empezó la acción de verdad.
—Bien, prestad atención porque solo lo explicaré una vez —habló Urosia. Cruzó sus brazos e indicó en el mapa donde se encontraban los puntos exactos que atacaban los fallos—. Estos días habéis visto solo una parte de lo que es ser guerrera, pero ahora muchas de vosotras os tocarán vigilar las zonas más arriesgadas donde se han detectado los ataques de los Fallos Musicales. Ya sabéis cómo hay que actuar y recordar que es importante la coordinación en los grupos de cinco que formaremos para proteger toda Sinea.
Urosia empezó a nombrar cada uno de los grupos. Mi nombre fue nombrado junto con Jela, Croisa, Ina y Ouia, las cuales estas tres las había tenido en la vez que hice las pruebas para ser guerrera.
—Rotaréis entre los barrios cada semana. Los cinco primeros grupos irán hacia la zona sur, Claisa. Los cinco siguientes al este, Haile. Los otros cinco al oeste, Airos y los cinco últimos al norte, Nai.
—Es un alivio que tengamos a varias Elinas de nuestro lado —comentó Ina en un susurro, mirándonos con sus ojos de distinto color.
—Sí, pero no debemos confiarnos —aclaró Croisa, cruzando sus brazos en un gesto firme—. La prueba que hicimos en su momento fue un ejemplo. Esto ya es más serio.
—Sí, y recordar que hay bajas entre nosotras porque los Fallos se han vuelto mucho más agresivos. No os dejéis engañar y preparaos bien en cuanto a las armas y medicinas que podamos llevar —recordó Jela.
—P-Puedo llevar algunas medicinas —intervino Ouia, levantándose del asiento para mostrar su cinturón con varias bolsas—. Suelo llevarlo en casos de emergencia. Podría venir bien.
—Eso es genial, Ouia, y con tu olfato podremos encontrar las plantas que necesitemos en caso de que nos falte —añadí.
—Eso es perfecto, así iremos más pre-
—¡Atención! ¡Por Sensibilidad! ¡Aún no he terminado!
El grito de Urosia hizo que nos pusiéramos firmes en el sitio y siguiéramos escuchando. No podíamos distraernos cuando la próxima semana nos tocaría vigilar el barrio de Haile, la zona donde ninguna Elina se encontraba viviendo y donde los Fallos Musicales se escondían entre las casas y árboles.
La zona donde nuestros sentidos debían estar bien alertas.
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