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Capítulo 3: ¿Una... hermana?

Hace once años las cosas eran muy distintas a como se presentaban ahora. Las calles donde había nacido no eran tan cuidadas, tampoco era que nos importara cuando había más preocupaciones que nos rodeaban en los bosques.

De aquella siempre me mantenía al lado de mi madre, salir a la calle era solo si alguna adulta estaba presente y sin alejarse demasiado. No podíamos salir más de las seis de la tarde o cuando las rayos del sol desaparecían del cielo.

Aun así, no me privaba de mi felicidad al reunirme con mis amigas.

—¡Te toca a ti, Urchevole! —me señaló Urai con una sonrisa desafiante—. ¡Contarás hasta veinte y nos buscarás!

—¿Por qué yo? ¡Ya lo hice ayer! —contesté, cruzando mis brazos.

—¡Nada de quejas! ¡Si no nos encuentras no podrás comer el pastel que hace la madre de Ilona! —aseguró Urai, mirando hacia nuestra amiga.

—Tampoco voy a ser tan mala, Urai —respondió Ilona con una leve risa.

Rodé mis ojos hacia un lado, pero acepté. Todas mis amigas no dudaron en esconderse en el parque había cerca de nuestros respectivos hogares, empezando así la cuenta atrás.

Las risas resonaban junto a varios sonidos discretos que mis oídos podían percibir. Ese día, el viento movía con fuerza las hojas de los árboles, llevándose por delante las piedras y arena que había a nuestro alrededor.

Al terminar de contar, empecé a buscar a mis compañeras de un lado a otro, pero no podía encontrar nada por mucho que lo intentara, encima con el viento levantando el polvo, me era una misión casi imposible.

«Qué remedio —pensé, cerrando mis ojos—. ¡Tendré que usar mi increíble don!»

Ese simple gesto me envolvía en un mundo distinto. Aun con la oscuridad, era capaz de vislumbrar una realidad muy agradable y divertida. Escuchaba mejor cada uno de los sonidos, y ahora no solo eran las hojas en movimiento, sino que también el tintineo de las campanas pequeñas colgadas en las cajas, los columpios moviéndose con delicadeza o los pájaros cantando desde la lejanía.

Cada sonido era un camino que me guiaba en medio de esa oscuridad. Un sendero de notas musicales de distintos colores que indicaba cada distinto sonido, y en este caso, me mostraba un leve ruido de unos pendientes tintineando entre sí que se iluminaba en colores amarillentos.

Abrí los ojos con una sonrisa confiada, girando mi cuerpo hacia la derecha para señalar un arbusto lleno de frutos rojos.

—¡Te pillé, Ilona!

Con timidez mi compañera salió de su escondite, zampándose el fruto diminuto que tenía entre sus manos. Bufó fingiendo falsa molestia, moviendo el mechón de su cabello blanco.

—¡Hiciste trampas! ¡Te vi cerrar los ojos!

—¡Oye! ¡Es difícil ver con tanto polvo! —me quejé, cruzando mis brazos.

—¡Es lo que hay! —Ilona miró hacia lo alto de los árboles—. ¡Chicas! ¡Hay que esconderse de nuevo! ¡Urchevole hizo trampas!

—¡Venga ya! —La voz de Urai sonó desde las ramas, bajando con cuidado con la compañía de otra Elina—. ¡Tenía el mejor escondite!

—No es justo —murmuré, cruzando mis brazos—. No son trampas. No me dijisteis que no podía usar mis trucos.

—¡Pues no! Siempre que lo haces nos encuentras a todas —se quejó Ilona, poniendo las manos en sus caderas—. ¡Venga! ¡A contar de nuevo.

—Me temo que eso no podrá ser posible.

La voz grave de una adulta nos tomó por sorpresa, mirando hacia la Elina de brazos cruzados mirando a cada una de nosotras hasta encontrarse conmigo. Tragué saliva sin querer, tratando de controlar el temblor de mis brazos ante la presencia de la mujer de cicatrices y tatuajes en su cuerpo, destacando los de su rostro.

Sabía quién era por esa esfera rodeada de un punto blanco, la mujer que toda Elina respetaba junto a su superior.

—Eres Urchevole, hija de Melian. ¿Verdad? —preguntó, manteniendo la posición. Afirmé con dificultad—. Bien. Esto será mucho más rápido de lo que pensaba.

Se giró a sus espaldas, viendo a mi madre siguiéndola con pasos más lentos. Su rostro mostraba preocupación, pero intentaba ocultara con la mejor sonrisa que podía ofrecer. El sudor caía en mi cuello, escuchando el susurro de mis amigas:

—¿Qué hace Urosia aquí? ¿Y por qué quiere a Urchevole? —preguntó Urai a Ilona.

—¿Crees que hizo algo mal?

—¿El qué? Urchevole nunca sale a deshoras y siempre está con su mamá.

—¡Capaz por hacer trampas! —gritó en un susurro Ilona.

Tragué saliva de nuevo sin quitarle ojo a Urosia.

—D-Disculpe, p-pero ¿a-acaso hi-hice algo mal?

Urosia me miró de reojo por unos segundos, exhalando con pesadez para darme las espaldas.

—Las respuestas serán dadas, por ahora mantente al lado de tu madre y síguenos. No tenemos mucho tiempo.

Mis ojos se dirigieron a mi madre, agarrando mis manos en un gesto lento y tembloroso. Me volteé hacia mis compañeras, encontrando miradas de incertidumbre y temor.

—L-Luego nos vemos —susurré, mirando hacia mi madre para agarrar su mano—. S-Supongo...

Las demás se despidieron mientras me alejaba de las calles. Creía que la charla sería en mi hogar, pero me daba cuenta que no era así cuando nos acercábamos a la plaza de la Música. Alcé mi rostro para ver a mi madre.

—¿Qué ocurre? —pregunté en un susurro. Me miró por unos segundos, soltando un suspiro.

—Es complicado de explicar, hija mía —respondió en el mismo tono—, pero... he escuchado la voz de nuestra diosa. —Abrí mis ojos como nunca, entreabriendo un poco la boca—. Tenemos que ir a los lagos de la Sensibilidad Nacida.

Quise preguntar más, pero la mirada poco discreta de Urosia me dejaba en claro que no era el mejor momento. Obedecí aun si el temor me inundaba cuando veía que en la plaza más guerreras que nos acompañaban, siendo un total de cinco Elinas, incluyéndome.

—Groina se encuentra en el lugar junto a otras guerreras —informó Urosia sin mirar a mi madre—. Espero que lo que has dicho sea cierto y no sea una broma de mal gusto.

—Jamás bromearía con algo así —habló con firmeza mi madre.

—Ya. ¿Sabes? No soy la única que piensa eso —contestó Urosia en un tono más borde—. Al principio nos lo creíamos, vaya, después de todo es nuestro destino como Elinas el tener una hija, pero esto... —Rio a modo de burla—. Absurdo, imposible. Solo me hace pensar que has perdido la cabeza, más cuando aseguras que nuestra diosa te ha obligado a llevar a tu hija.

—¿Cuestionas mi palabra, Urosia? —preguntó mi madre, imponiendo con cada palabra que pronunciaba.

—En su momento te respetaba, Melian. Ahora solo creo que has perdido la cabeza.

Nos alejábamos cada vez más de la ciudad, adentrándonos por los senderos empedrados del Oeste. Los árboles formaban arcos con las hojas que nos cubrían el Sol. Diversas aves cantaban y las corrientes de agua se movían creando el río Seni, donde muchas Elinas solían pescar.

De pronto las hojas se apartaron, revelando las grandiosas montañas, adornadas con cascadas cristalinas. Era como un paraíso oculto. Sin querer solté la mano de mi madre, dejando que pequeñas lágrimas brotaran.

—E-Es...

Parecía sacado de los cuentos que mi madre solía relatar. Sin aviso previo, el ruido de mi alrededor desapareció, dejándome absorta en ese mundo alejado de la vida que teníamos.

—No te separes de nosotras, Urchevole —exigió Urosia en un tono demandante—. No es el momento.

Desperté de esa realidad, mirando hacia Urosia en un gesto tímido.

—E-Entendido...

Mi madre, con cuidado y cariño, agarró mi mano para guiarme. Su sonrisa se mantenía a pesar de haberme alejado. Continuamos con nuestro camino, siendo acompañadas por los diversos seres de apariencia inofensiva.

—¿Q-Qué es eso? —pregunté en un susurro, mirando hacia un pequeño insecto rosado que se movía entre las flores.

Mi madre sonrió con delicadeza.

—Si alguna vez te pierdes por los bosques, confía en esos diminutos seres. Son Mierias, las chivatas de la naturaleza.

—¡V-Vaya! ¿Y-Y hay más como ellas?

—Creo que también había otros llamados Chiuaon, pero estos aparecen en los Bosques de la Frialdad.

Quería separarme y tocar todo lo que me rodeaba, pero controlaba esos impulsos cuando las guerreras me observaban de reojo con desprecio. Cada vez me sentía más pequeña, acercándome cada vez más a mi madre.

Pronto llegamos a un elegante y pequeño templo ancestral que llevaban hacia los Lagos de la Sensibilidad Nacida. Rodeados por extensos y diversos tipos de vegetación, bajábamos por las escalinatas de piedra blanca, iluminadas por las semillas lumínicas que conducían hacia los lagos. Allí podríamos ver a otro grupo de guerreras, todas lideradas por una mujer que me dejaba inmóvil en el sitio.

La figura de la mujer de gran altura —un metro ochenta— destacaba sobre las demás. Las trenzas de su cabello alargado hacían revelaban las cicatrices de su espalda, las que toda Elina conocía y con ello existía ese respeto por ella. Nada más girarse, sus ojos anaranjados se presentaron como el fuego dispuesto a quemarlo todo.

—Bien, no perdamos el tiempo —contestó la mujer, cruzando sus brazos los cuales estaban iluminados en un color blanco, activando su magia—. Estos lugares son peligrosos. No deberíamos estar mucho tiempo aquí.

Mi madre afirmó en silencio, agarrando mi mano con fuerza.

—Con cuidado, Urchevole —me pidió mi madre en un tono calmado. Frené mis pasos para mirarla—. Quiero que ahora te quedes a mi lado y no hagas nada a no ser que te lo diga yo o Groina, ¿entendido?

—¿Vas a dejar que entre también a los lagos? —preguntó Groina, frunciendo el ceño.

—No creo que ocurra nada ¿no?

Groina soltó una carcajada.

—En su momento eras más consciente de las cosas, Melian. Parece que ser madre te ha borrado los recuerdos de tu pasado y te ha hecho más ingenua..

Mi madre soltó un suspiro sin aun mirarla.

—Me mantengo consciente, Groina. Créeme que ahora mismo soy incapaz de comprender cómo es esto posible. —Se giró, mirándola desafiante—. Sé que no deberíamos estar aquí ante las bestias rodeándonos. Sé que ninguna Elina ha tenido más que una hija y que seré la única con dos.

Abrí mis ojos como nunca. ¿Eso significaba que yo...?

—Dos hijas, ¡absurdo! —contestó en un grito Groina—. Debe ser parte de tu consciencia malherida por las pruebas. Si hubieras superado esa última prueba que te hizo, si hubieras superado esa simple pregunta habrías sido una impresionante Lia Innactia y ahora...

—Termina tus palabras, Groina, porque no merece la pena discutir sobre algo que habíamos cortado de raíz —interrumpió mi madre para luego abrazarme de un lado.

Groina me miró por unos segundos y luego a mi madre.

—Para mí no está cortado de raíz. —Volvió a mirarme, esta vez con más desprecio—. Pero seré educada, después de todo tenemos mucho que hacer, ¿no crees?

Mi madre afirmó en silencio, agarrando mi mano con fuerza para por fin movernos, adentrándonos con cuidado por las aguas. La temperatura era cálida, cubriendo poco a poco mis piernas hasta llegar a mis caderas. Girando mi rostro, vi como mi madre movía sus manos hacia las aguas, como si agarrara un poco de esta. No la imité, solo observé con atención todo lo que me rodeaba.

El viento movía con delicadeza las hojas de los árboles y las enredaderas. Algunas tocaban los lagos, los cuales estaban acompañados por los anfibios. La tranquilidad parecía rodearnos, pero cuando miraba a mis espaldas, recordaba por qué estaban las guerreras aquí.

Pronto el frío aumentó, poniendo mis manos en mis brazos.

—Por Sensibilidad, que todo vaya bien... —susurré, tragando saliva con dificultad.

Por un instante una repentina luz rodeó a mi madre. Tan pura ante sus colores blancos que me dejaba impactada, y no era la única ante la presencia de las demás guerreras que miraban con los ojos bien abiertos.

—Es... Es una maldita broma —susurró Groina, soltando una leve risa—. Un concierto estúpido.

Todas permanecíamos atentas a sus acciones. Mi madre cerraba los ojos, dejando que el agua se deslizara por sus brazos hasta llegar al lago. En todo momento la observaba con gran atención.

Hasta que los animales terrestres y aéreos salieron de los bosques que nos rodeaban.

—¡Están aquí! —chilló Groina, moviendo sus brazos para que su alrededor apareciera varias notas musicales.

«¿C-Cómo que están...?»

Al girarme, pude ver como de los árboles aparecían varias de esas bestias líquidas, como manchas negras sin una forma definida, pero de ojos y sonrisa blanca contaminada. Observaban a mi madre, la más vulnerable de todas.

«Mamá... ¡Mamá!»

Moviéndome me puse en medio estirando mis brazos. Mi altura a la de ella era una gran diferencia, pero no me importaba si con ello podía hacer algo para protegerla. Por suerte, las demás guerreras actuaron con más rapidez, usando las notas como flechas que eran clavadas contra las bestias.

Las pulsaciones de mi corazón se aceleraban, pero no bajaba la guardia, solo miraba hacia mi madre, que a nada más verla, podía ver como sus ojos observaban al cielo, siendo envuelta en varias notas musicales cuyos instrumentos jamás había escuchado en mi vida.

—¿M-Mamá?

Llamarla no sirvió, tampoco mover su brazo. Solo veía cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin descanso. Angustiada, bajé mi rostro para pensar en algo, pero nada más hacerlo, la presencia de una de esas bestias estaba enfrente mía, a punto de golpearme.

Alcé mis brazos para protegerme, cubriendo mi rostro. Esperé a que sus garras me hiriesen, pero en vez de eso... solo vi una realidad que aún era incapaz de comprender en la actualidad.

Voces sonaban a mi alrededor. Retiré poco a poco mis brazos y me encontré en un lugar distinto al de los Lagos de la Sensibilidad Nacida. Los colores rojizos me rodeaban, presentes en las hojas que caían con delicadeza. El viento no soplaba con fuerza, pero sí dejaba una sensación gélida en mi piel que me generaba escalofríos.

—¡Urchevole, aquí!

Ser llamada por mi nombre hizo que me girara ante la voz, dejándome confundida cuando vi que provenía de una niña.

Esa mirada de ojos galácticos, llena de pintura incluso en su ropa...

—Vas a ser tú —aseguró, mostrando una gran sonrisa—. ¡Vamos a jugar juntas hasta que aprendas mi lección!

Sin darme oportunidad a las preguntas, la realidad que me envolvía esos bosques desconocidos fue consumida con manchas de pintura blanca que me dejaron cegada. Quería gritar, pero no podía, intentaba moverme, pero mi cuerpo no reaccionaba. Solo era la sensación de caer infinitamente.

—¡Urchevole!

Hasta que el grito de mi madre me hizo reaccionar, sintiendo un abrazo a mis espaldas que me hizo abrir los ojos, encontrándome en los lagos. Respiré con dificultad, sintiendo en mis brazos un peso que no comprendí hasta que mis ojos deslumbraron mejor lo que ocurría.

—¡Notas desincronizadas! ¡Esas bestias tenían que atacar ahora! —chilló Groina para luego mirar a mi madre—. ¡Melian! ¿¡Acabaste ya?!

Las exigencias de la líder ponían en tensión a mi madre, pero aun así se mantenía firme con su abrazo, asegurándose de que las dos estuviéramos bien.

Sí, dos, porque en mis brazos se encontraba mi hermana.

Tan inocente se acurrucaba en mis brazos, abriendo sus ojos con cuidado para observarme con sus ojos azulados.

O mejor dicho... con su ojo izquierdo.

—¿P-Por qué el i-izquierdo? ¿P-Por qu-

—¡Salid de ahí ya! ¡Por Sensibilidad!

El grito de Groina logró despertarme de mis preocupaciones, siguiendo a mi madre a paso apurado para ser protegidas por las guerreras en todo momento. La calma parecía regresar, aunque ninguna de ellas bajaba la guardia.

Las miradas de curiosidad y sorpresa eran presentes, observando a la Elina recién nacida que tenía en mis brazos. Para ese entonces, había cerrado mis ojos dejando que la angustia me carcomiera.

Ojo izquierdo. Izquierdo. Mal augurio.

¿Mi hermana... estaba condenada?

—Aun me cuesta creer que esto sea posible —mustió Groina, sin quitarle ojo a su alrededor—, pero al menos nos lo hemos quitado de encima. Ahora solo queda volver a Sinea y con ello darle el nombre. Espero que al menos ya lo tengáis pensado.

Sentí la mirada de mi madre, una que me dejó sin palabras. Observé hacia mi hermana, tragando saliva por un momento para luego abrazarla en un gesto de protección.

Tenía que ser una mala broma de mi vista. Era lo único que se me ocurría ante todo lo que acababa de vivir. Respiré hondo, tratando de calmar mis emociones para luego mirar a mi madre, mostrando una sonrisa pequeña.

—¿Tienes algún nombre, hija mía? —preguntó mi madre con una sonrisa aliviada.

Volví a mirar a mi hermana, esta vez con una sinfonía nueva que crecía desde mi corazón, la cual me hacía sentir afortunada a pesar de la situación.

—Te... ¿Te parece bien que la llamemos Aspaura?

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