Capítulo 8: Bajo la protección.
La lluvia era presente en los días que me mantuve oculto en el nido. Miraba el exterior con nostalgia, recordando todo lo que haba vivido. Observaba la oscuridad y las aves que dormían en el nido, juntos como una familia de verdad. Bajaba la mirada en un gesto lento, apretando mis labios.
—¿Por qué...?
Era la duda que más revolvía mi cabeza al estar tanto tiempo refugiado. Las veces que dormía, recordaba los pocos momentos que tenía de mi infancia. Eran como cáscaras que se rompían sin querer, desbloqueando memorias que aceleraban las pulsaciones de mi corazón.
Lo sentía a duras penas. Esos días donde me ocultaba tras la manta y escuchaba los gritos de mi padre. Las pocas veces que me atrevía mirar, podía ver como agarraba su cabeza en un gesto lleno de desespero donde las lágrimas caían, para luego golpear las paredes o muebles de piedra.
—¡Inútil! ¡Inservible! ¡Eso es lo que eres! ¡¡Cuándo te darás cuenta que no sirves de nada?! ¡¿Eh?! ¡Nada!
Me ocultaba una vez más entre las sábanas y lloraba en silencio. Noches y días dormía entre lágrimas. A veces tranquilo, otras con el miedo de morir a manos de mi padre. Siempre era lo mismo. Un odio reflejado en sus ojos, a punto de golpear o dándome en todo mi rostro, para luego frenar o arrepentirse.
Veía esos ojos blancos pasar a unos rojizos o al revés. Pocas veces eran amarillos, y eran unos que me creaban un puñal que rasgaba todo mi pecho.
Recordar noche tras noche esas peleas lograba que despertara y viera la lluvia una vez más. Observé mis manos y solté un suspiro.
Hijo de un Drasino y una Elina. ¿Por qué?
Me faltaba tantísima información al respecto. Lo que decían me parecía más incoherente. Decían que las odiaban, pero luego habían tenido contacto con ellas. ¿Y cómo se le había ocurrido tener una relación con ellas? ¿Cómo...?
Escalofríos inundaron mi piel, negando rápidamente con mi cabeza. ¿Habría sido capaz de algo así? Una parte de mi creía que no, pero el maltrato y el daño que había recibido hacían que la respuesta afirmativa saliera por si sola. Lágrimas cayeron, riéndome por lo bajo.
—Indeseado —susurré, agarrando mi cabeza—. Un indeseado y objeto. Una pieza. U-Un...
—¡Ichi!
Sentí como algo me estiraba del pantalón. Levanté mi cabeza para ver como mi pequeño compañero me señalaba hacia el exterior. De reojo, vi que la lluvia estaba disminuyendo y que posiblemente nos podríamos mover. Sonreí a duras penas y cubrí mi rostro con mis brazos.
Estuve así por unos segundos hasta que sentí a Ichi subir por mi brazos. No me inmuté hasta que llegó a mi hombro, dándome golpes suaves en mi cabeza.
—¿Qué pasa, Ichi? —pregunté, levantando un poco mi rostro para verle—. Sé que nos vamos a mover, y es genial, pero tenemos que esperar aún.
Dio otros golpes a mi cabeza. Suspiré con pesadez.
—¿Qué quieres? —pregunté, perdiendo un poco la paciencia. Vi como señalaba mis lágrimas—. Ah. Eso no es nada.
Negó con su cabeza y se acercó a mi rostro. Me negué ocultándola de inmediato.
—Déjame en paz, Ichi. No es nada.
No recibí una respuesta, solo sentí como Ichi bajaba por mi brazo. Suspiré un poco aliviado, pensando que me dejaría en paz... hasta que trajo a Seiño para subir ambos por mis brazos.
—Sois de lo que no hay. —Levanté un poco mi rostro, y a punto de decir algo, vi como Seiño iluminaba su cuerpo, aportando una calidez agradable—. No... No hacía falta, estoy bien.
Estiraron mi cabello, miré hacia Ichi con los ojos entrecerrados.
—Que no es nada, por Insensibilidad. —Ichi señaló mis lágrimas—. Ya... E-Eso ha sido un mal sueño. He tenido varios siempre.
Ichi dio varios saltos en mi hombro. Fruncí un poco el ceño.
—¿Quieres que te explique que pasó? —pregunté. Afirmó repetidas veces—. No va a servir de nada, Ichi. Es con mi padre y eso no tiene solución a nada a no ser que vuelva a Ineas. —Agaché mi cabeza—. Cosa que no voy hacer.
Otro estirón en mi cabello. A estas alturas me iba acostumbrando.
—¿Qué pasa? —Le miré. Ichi cruzó sus brazos—. ¿Te molesta que no vaya allí? Pues sigue molesto porque no pienso volver. Es peligroso, más con lo que hice. Todos me odian, más cuando saben que soy una mitad Elina. Eso los vuelven paranoicos y es posible que me maten.
Ichi se quedó en silencio, analizándome. Después miró a Seiño, estaba sentado con sus piernas regordetas, aportando aun calor en mi cuerpo. Puso sus dedos en su bigote, acariciándolo para luego afirmar hacia Ichi.
—¿Se puede saber qué estáis tramando? —pregunté, frunciendo el ceño. Ambos sonrieron como si nada—. Tenéis una suerte que no entienda el idioma...
Miré hacia las aves, estaban despertando, mirando hacia el exterior. Estaban ansiosas por salir y disfrutar del exterior. Si era honesto, no entendía porque no me habían hecho ni un solo rasguño. Su apariencia era intimidante para ser demasiado tranquilos, como si no les importara mi presencia. Suspiré, escuchando como la lluvia cesaba lentamente.
—Ichi —le nombré, captando su atención—. ¿Acaso eres amigo de todos los animales de esta selva?
Vi como afirmaba con una gran sonrisa. Me tenía sentido por como había logrado... ¿convencerlos? Siendo un Drasino, o mitad de ello, era extraño que no me atacaran...
Aunque mi parte Elina, esa magia blanca... ¿parecía calmarlos?
La lluvia por fin terminó. Nada más salir, me encontré con el mismo ambiente de siempre. Nubes grisáceas y la niebla poco densa. La oscuridad no era tan presente, pero no bajaba la guardia al estar en la selva, donde cualquier animal iba a salir ahora que el tiempo parecía ser favorable.
Observé por última vez a las aves, encontrándome con sus ojos vacíos llenos de curiosidad. Sonreí y me despedí, sintiéndome como un estúpido al hacer tal cosa.
«Como si les importara. Esto ha sido un favor, luego seremos... enemigos».
Bajé del árbol con cuidado con la compañía de Ichi y Seiño agarrados en mi cabello. Una vez en el suelo, nos pusimos en marcha en dirección al oeste.
La forma en cómo nos organizábamos y entendimos era cuanto menos curiosa. Ichi era el guía durante el día, indicándome que comidas agarrar para cuando la noche llegara. Íbamos con cuidado, diciéndome si avanzar o no. Cuando la noche llegaba y nos escondíamos, antes de poder hincarle el diente a los alimentos, Seiño gritaba para frenara mis acciones.
—¿Qué ocurre? —pregunté, frunciendo el ceño—. ¡Esto puedo comerlo!
—¡Iño! ¡Iño! —Negó, agarrando la fruta para acercarla a él. De pronto, iluminó su cuerpo.
—¡Oye! ¡Si querías un trozo solo había...!
La piel de la fruta se abría, mostrando en su interior un líquido recubierto por una fina capa blanquecina. Con el calor, Seiño hacía que la piel se deshiciera con facilidad, para luego dejar que la comiera.
—E-Entiendo... —Agarrando con cuidado, le di un muerdo, y el sabor dulce hizo abrir los ojos como nunca—. Oh. ¡Por Insensibilidad! ¡Qué rico!
Seiño ponía sus manos en sus caderas con una sonrisa victoriosa.
—Está bien, Seiño. —Reí por lo bajo—. Tú eres el cocinero, haré caso a tus consejos.
—Iño. —Su respuesta era como un "obvio".
Mientras seguía comiendo, veía como Seiño iba creando más calor con su cuerpo para crear fuego con las pequeñas ramas que Ichi había juntado.
—¿Podría probar algo? Los Drasinos pueden escupir fuego, capaz yo...
Tanto Ichi como Seiño gritaron y movieron los brazos en negación.
—A-Ah... —Miré a otro lado, avergonzado—. ¿Y-Y hay otra fo-forma que pueda hacer fuego?
Ambos afirmaron para enseñarme hacer fuego con los palos. No era fácil, pero me hacía muchísima ilusión ver que podía crearlo con mis manos.
—E-Es como magia —susurré, viendo como Seiño movía la fruta para acercarla al fuego.
—Iño. —Señaló la fruta al fuego.
—¿La tiro y ya?
Seiño negó con su cabeza, indicando el palo y luego la fruta.
—Oh, clavarlo al palo y acercarlo al fuego. —Hice caso, viendo como se iba calentando la comida—. ¡Qué ingenioso! Entiendo.
Así era la forma que teníamos para sobrevivir. Acercarme a Ineas era inviable, y cada día lo comprendían más cuando me atrevía a explicarles un poco lo que había vivido. Seiño en más de una ocasión se dormía, pero Ichi era quien más atención prestaba con sus ojos azules.
—Sigo sin entender porqué me ayudas —admití, sonriendo débilmente—. Me dejaron aquí a mi suerte, si no fuera por ti estaría...
Ichi estiró mi pantalón desgastado. Esto logró sacarme una media sonrisa.
—Vale. Lo entiendo. No puedo pensar en eso —respondí. Ichi afirmó con los brazos cruzados—, pero es inevitable. Entiéndelo... No sé como ha sido tu vida, pero la mía no ha sido fácil a diferencia de otros que hablan felices con sus padres.
Ichi puso la mano en su barbilla, bajando un poco la mirada para luego suspirar. Se agarró a mi pierna, como si eso fuera un abrazo.
Por primera vez sentía en mi corazón una melodía menos agresiva y repetitiva. Escuchaba un sonido dulce y suave, una que lograba sacarme una sonrisa y que pequeñas lágrimas cayeran sin querer.
—Está bien, Ichi —respondí, acariciando su cabeza con mi dedo índice—. Ojalá pudiera entender tu idioma. Seguro que sería genial y aprendía algo nuevo, de eso estoy seguro.
Su mirada azulada logró sacarme otra sonrisa cuando daba pequeños saltos en el sitio, señalando hacia el exterior. Mi rostro pasaba a uno más serio cuando recordaba las palabras que todos los Drasinos me habían dicho.
La naturaleza no era una aliada... pero ¿porqué tenía a estos seres ayudándome?
Desconocía la cantidad de días que habían transcurrido, pero me sentía vivo cuando por fin podía ver las imponentes montañas cerca. Tenía un buen presentimiento, alcanzaba esa paz que necesitaba, una cueva donde pudiera refugiarme y ser mi nuevo hogar, alejado de todo ese desastre.
«Volver a Ineas para perder mi libertad. Ni loco —pensé, frunciendo el ceño—. Puedo sobrevivir en este sitio, puedo ir aprendiendo de la naturaleza. No es tan peligrosa como ellos decían».
Las oscuras nubes eran presente, sin importar donde estuviera. Lo bueno era que la niebla no era tan presente, como si esta solo se concentrara en la ciudad y a sus alrededores. Oía de fondo las cascadas, las cuales caían en un acantilado imponente que alimentaban un arroyo serpenteante no muy lejos de aquí. Era ideal si deseaba vivir cerca, y más ante los extensos prados, aunque apagados por la penumbra.
—Es ideal, ¿no? —pregunté hacia mis compañeros, quienes miraban asombrados hacia la tenebrosa y empinado acantilado—. Capaz encontrar alguna cueva aquí sea complicado, pero todo es intentarlo.
Caminé en busca de alguna cueva o lugar oculto de cualquier ojo curioso, pero la formación y altura hacía complicada mi misión. Dependía de mis alas, las cuales aún no tenía idea de usar. Suspiré con pesadez, mirando hacia Ichi y a Seiño.
—Capaz deba vivir en la selva, estos días no han sido tan malos —murmuré, respirando con cierta dificultad—. Por Insensibilidad, soy un inútil, ¿cómo no lo pensé antes? Ahg... —Suspiré, mirando a hacia la selva— Capaz encuentre un hogar...
Giré mi cabeza hacia las montañas, apretando mis labios.
—Pero las cuevas... es lo mejor, es más seguro. Te-Tengo que intentarlo. —Cerré mis ojos con fuerza, desplegando mis alas—. No puedo rendirme de primeras...
Para ese entonces, escuché como Ichi me estiraba el cabello. No parecía estar de acuerdo conmigo, pero no le hice caso cuando empecé a mover las alas. Alcé mi cabeza, mirando las montañas con decisión.
—Es ahora o nunca.
Sentía como mis alas tomaban su espacio para moverse con libertad. Era una sensación agradable y más al estar bastante tiempo sin usarlas. Traté de relajar las demás partes de mi cuerpo, sintiendo como mis alas empezaban a tomar más fuerza e ir separándome del suelo.
—Lo tengo. Lo tengo. ¡Puedo con esto!
Seguía subiendo. Volaba recto hacia arriba, pero complicado sería moverme. Pensar en ello hizo que temblara, pero no me dejé llevar por esa presión y me centré, cerrando mis ojos y sintiendo una gran fuerza en mi interior que privó mis sentimientos y organizó mi cabeza.
—Puedo. Puedo con esto —susurré con una voz más grave a la que me acostumbraba a escuchar.
Fui balanceándome, en ocasiones me desestabilizaba, pero lograba equilibrarme para seguir adelante a pesar del cansancio. Oía a Ichi y Seiño, estiraban mi cabello, pero no hacía caso. Lo tenía. ¡Solo necesitaba avanzar un poco más y con ello lo dominaría!
—¡Ichi!
El chillido logró que girara a mis espaldas para moverme con brusquedad hacia la derecha, impactando contra las paredes de la montaña. El dolor no era nada comparado a lo que podía haber recibido al ver el ave de máscara calaverita y plumaje oscuro había agarrado a Seiño con sus garras.
—¡Seiño! —chillé, levantándome del suelo de inmediato.
Media sobre unos diez metros, por lo que sus garras no pasaban nada desapercibidas y menos con las uñas que buscaban hacerle daño, pero el diminuto cuerpo de Seiño le permitió escabullirse. No lo pensé y me acerqué para guardarlo en mi cabello al igual que Ichi. Fue arriesgado porque el ave me observaba amenazante, torciendo su cabeza hacia la izquierda mientras abría sus grandiosas alas para volar y atacarme.
Huir no me parecía viable ante una bestia de ese tamaño. Iba a perseguirme por todos lados y llamaría la atención de otros seres. Tenía que confrontarlo.
«Pero no entiendo... Esa ave era como las otras, ¿por qué me ataca?»
Brillos oscuros me rodeaban y aparecían en mi cuerpo. Estaba listo para golpearle cuando se acercara, aunque esa bestia estaba atento a lo que hacía, como si tuviera miedo de mis acciones.
—Debo actuar, debo...
Sin pensarlo, la bestia se abalanzó a gran velocidad. Tuve que apartarme hacia un lado para dañar sus patas sujetándome a ella. Nada más hacerlo, se quejó de dolor, moviendo su otra pata para herir mi rostro. A su vez, iba tomando cada vez más altura porque sabía que en el momento en el que me soltara, sería incapaz de salvarme de la caída.
Aun con ello no pensé en las consecuencias, y con la fuerza de mis dos brazos, apretaba hasta que esta crujió, partiendo los huesos de su pata. El ave gritó de dolor, moviéndose con desespero mientras aún me sujetaba.
—¡Bájame al suelo si quieres que te deje libre!
Pronto bajó a una gran velocidad, impactando contra el suelo. Me solté, recibiendo varias heridas en mi cuerpo al rodar. Mi espalda y brazos ardían, mantenerme de pie era complejo. Escuchaba a Ichi y Seiño, intentando avisar de que el ave se acercaba, pero no hacer mucho más.
Veía todo borroso, el ave parecía duplicarse. Se acercaba mientras todo mi alrededor se volvía cada vez más oscuro.
—¡Aléjate de él!
Hasta que escuché una voz que me dejó con los ojos bien abiertos, cayendo pequeñas lágrimas. Vi la figura de un hombre mayor, atacando sin temor alguno hacia el ave, aunque ésta huyó en cuanto le vio. Cuando el peligro terminó, el hombre se giró, lo que me hizo caer de rodillas al suelo mientras lloraba aliviado.
Jamás pensé que me alegraría tanto de ver a Eilu en vez de mi propio padre.
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