Capítulo 7: Ichi y Seiño.
Aun sin saber bien cómo, logré salir del río Ien. Uno de los troncos que había derrumbados, hacía de bloqueo al río, pudiéndome agarrar y salir.
Estaba demasiado cansado y con un gran frío encima. Me senté al lado del tronco para tomar algo de aire, observando la selva de gran profundidad. Si deseaba llegar a la ciudad, tendría que pasar por todo este extenso rio cuyos peligros podían intervenir en cualquier momento.
Giré mi cabeza hacia la derecha, escuchando el río moverse con fuerza y los diferentes animales que desconocía. Si quería sobrevivir necesitaba moverme hacia las cuevas que había en las montañas del este, pero era necesario atravesar la selva.
«Estoy solo junto a mis capacidades. Solo. Solo...»
Mis tripas se quejaron. Cazar iba a ser complicado, mi única opción eran los peces del río.
—Si voy con cuidado a lo mejor puedo cazar alguno en el aire —susurré.
Traté de acercarme al río con cuidado. Me mantuve de pie en el sitio, esperando, pero nada. Necesitaba llamar su atención o poner alguna trampa.
«¿Y cómo lo hago? —Miré la anchura del río—. No sé crear trampas y si me pongo a ello tardaría demasiado. —Observé el tronco donde me había agarrado antes—. Capaz pueda cazar algún pez si me agarro a este y con mi mano libre capturo alguno».
Solté un largo suspiro. Mis tripas gruñeron de nuevo. Era la opción rápida, aunque arriesgada.
—Por Insensibilidad. Que tenga lo que tenga que ser...
Con cuidado, me agarré a las ramas tronco mientras me adentraba al río. Mis pies tuvieron un escalofrío horrible. Intenté no agobiarme, más con la presente niebla a mi alrededor. Observé el agua, y por alguna razón había un montón de peces que... ¿Me estaban observando?
—¿Por qué no huyen? —me pregunté en un susurro.
Agarrándome bien, levanté poco a poco mis brazos para prepararme. Ya listo, me moví con rapidez, atrapando con mis manos a uno de esos peces. ¡Eran escurridizos! No podía mantenerlo en mis manos mucho tiempo, gritando un poco asustado para al final caerme de espaldas y soltar el pez.
—¡No! ¡Ay casi lo...!
Al levantar mi cabeza, vi como el pez, se quedó atascado en la rama. Inmóvil, me di cuenta de un detalle.
«Esa rama no estaba antes...»
Dudé hasta que el hambre me llamó por última vez. No me quedó otra que agarrar el pez y comérmelo.
«Qué desagradable sabor, tendría que haberlo cocinado. —Miré a mi alrededor—. Aunque el fuego captaría la atención...»
Al saciar parte de mi hambre, me alejé del río para buscar algún lugar donde refugiarme. Avancé con cierta prisa, pasando por encima de los obstáculos que había en mi camino como rocas musgosas, troncos de árboles caídos y diversidad de vegetación que no me paré a contemplar hasta que un grandioso ronquido hizo que frenara.
Sacudió todos los árboles que me rodeaban, cayendo las hojas y diversos frutos. Moví poco a poco mi cabeza hacia la derecha. La cantidad de árboles que podía ver era grandiosa, pero no cubrían la figura de una bestia que podía medir sobre unos cinco metros de altura. El ser parecía tener unos grandiosos cuernos en su cabeza, unos que brillaban en diversos signos y letras que no podía comprender.
Roncaba plácidamente, nada le despertaba, ni siquiera las aves que tenía encima de su estómago. El ser similar a un oso no le importaba nada, a no ser que le interrumpiera.
«No creo que sea buena idea acercarme...»
A pasos muy silenciosos y cuidadosos, fui avanzando. Respiraba lo más bajo posible, tragaba saliva en ocasiones, mirando de reojo hacia la bestia que seguía dormida.
«Ninguno me mentía... Por Insensibilidad, padre, ¿por qué?»
Cada paso que daba era lo más meditado posible, veía diversos seres que estaban atentos a mí, parecían incluso burlarse. Aves que con sus grandiosos ojos se fijaban en mis movimientos para luego salir volando. La envidia me corroía al saber que ellos tenían esa libertad.
Miré hacia el suelo, encontrándome con una pequeña rama brillando en colores verdosos, dormida en el suelo.
«¿Es comestible?»
Acerqué mi mano, y antes de que pudiera hacer nada, la rama tomó una forma más gruesa, adoptando dos brazos y piernas para luego mostrar sus ojos oscuros con una pequeña luz azulada. Di varios pasos hacia atrás, cayendo contra el suelo al chocar contra una roca. Me quejé en silencio, viendo como esa rama con vida me miraba con atención.
«¿Acaso aquí todo tiene vida? —me pregunté mientras me levantaba, pero sin aviso, la rama se subió por mis piernas—. ¿¡Está...?!»
Traté de quitármela, pero los ronquidos de la bestia me dejaron inmóvil, girando mi cabeza hasta que me percaté de unas sombras moviéndose a su alrededor. Miré hacia mi pecho, la rama inusual se había agarrado a mí.
—¡Sal de aquí, bicho raro! —grité en un susurro.
—¿Ichi?
Como si no fuera suficiente, hablaba en un idioma que desconocía. Se me acercaba a mi hombro, como si quisiera agarrarse para fastidiar mi discreción. Pequeñas gotas de sudor caían por mi frente mientras le hablaba en el tono más bajo posible.
—¡¿Q-Qué quieres de mí?!
Mi respuesta no llegó porque los ronquidos de la bestia terminaron. Al girarme, vi cómo se desperezaba. El primer gesto que hizo que todos los animales, salieran con la mayor velocidad posible. Ante esto, el oso de gran tamaño se puso de pie, mostrando su imponente altura para soltar un rugido en el que sus cuernos se iluminaron. Se giró lo suficiente hasta encontrarme.
«D-D-Debo... ¡D-Debo...!»
—¡Ichi!
El grito de la rama con vida hizo que despertara para empezar a correr. Iba lo más rápido que podía, saltando los obstáculos que había en mi camino. En ocasiones miraba a mis espaldas, encontrándome con las mismas sombras de antes, similares a manchas de ojos blancos que aumentaban la velocidad.
«¿¡Qué son esas cosas?! ¡¿Q-Qué está...?!»
—¡Ichi!
A duras penas vi como el diminuto ser movía sus brazos en un gesto rápido. Las ramas que había en mi camino se apartaron, yendo directamente hacia esas sombras. Las perforó sin dudar dos veces, escuchándose gritos abismales llenos de dolor y desprendiendo un hedor de su cuerpo que me causó arcadas, pero no frené. Siquiera miré hacia atrás.
Lágrimas caían, lo que me hacía difícil ver por donde iba. Solo corría lo más rápido que podía, escuchando los gritos y destrozos que las bestias dejaban atrás. Seguía avanzando, sintiendo en mi hombro derecho las ramas que se ataban en mi hombro, escuchando los pequeños sonidos que la rama viviente, o Ichi, hacía. Me atreví mirarle de reojo, siendo incapaz de comprender porque ahora me estaba protegiendo.
La huida no duró mucho cuando vi un grandioso árbol desde la lejanía, uno que Ichi no paraba de señalarme. Acercándonos, vimos una pequeña entrada hacia el interior. No me daba mucha confianza. Encontrarme con la vejez de un árbol silencioso, maltratado por las guerras que sufrió, me creaba esa ansiedad en mi pecho, pero no tenía otra opción cuando el peligro seguía aun a fuera.
Respirando hondo, me adentré con cuidado, arrastrándome a cuatro patas para encontrarme en el interior había unas setas lumínicas marronáceas. El suelo no era tan húmedo como pensaba al haber varias ramas que creaban un ambiente acogedor, aunque bastante pequeño.
—¡Ichi!
Mi diminuto compañero salió en dirección a las setas. Se movía de forma graciosa, dando pequeños saltos hasta ponerse enfrente de esta. Movió sus brazos y una magia verdosa salió de sus manos. Nada más hacerlo, la seta empezó a moverse, y ¿abrió sus ojos?
—¿H-has dado vida a...?
La seta tenía la misma altura que Ichi —sobre unos 15 o 20 centímetros— y se levantaba como si fuera un señor mayor, de hecho, la apariencia parecía ser de uno con su bigote blanco. Era de colores marrones.
Ichi me señaló, la seta me miró. ¿Parecía estar enfadado conmigo?
—¿H-Hice algo mal?
Ichi volvió a mirar a la seta, viendo como negaba con su cabeza y darse la vuelta. Solté un suspiro, poniendo mi mano en la cabeza por unos segundos.
«¿Esto es real? —me pregunté, tragando saliva con dificultad—. Me están ayudando, pero ¿por qué?»
Sin querer solté algunas lágrimas, sin saber bien qué hacer y viendo cómo una vez más las marcas blancas aparecían en mis brazos. Apreté mis dientes con rabia e intenté rascarlos.
«No puedo tener esto. ¡No puedo! ¡Esto es la culpa de todo! ¡Esto es la culpa de que esté aquí! ¡Nacido de una Elina!¿¡Por qué no me lo dijiste, padre?!»
Seguía rascando, siendo consumido por la frustración hasta que Ichi y la seta marronácea me detenían al intentar subir en mis brazos.
—¿Qué estáis...? ¿Por qué...?
Ichi ahora mismo poseía unos ojos oscuros con cierto brillo azul, pero ¿la seta? Se agarraba a mi brazo con unos ojos totalmente dorados, como si los tatuajes para él fueran lo más valioso del mundo.
—N-No comprendo... —susurré. Antes de poder hablar, mi estómago gruñó de nuevo—. Por Insensibilidad, no voy a durar nada...
Ichi me miró con total atención para luego bajar de mi hombro con la compañía de la seta. Tanto el uno como el otro se hablaban mediante un idioma que no comprendía, pero que parecían estar de acuerdo porque ambos se marcharon del árbol.
—Genial, ahora estoy solo. —Suspiré, poniendo la mano en mi cabeza—. ¿Y ahora qué?
Miré hacia el exterior, parecía ser de noche por como el cielo nublado era más oscuro. Debía quedarme aquí, más si esas sombras seguían buscándome. Respiré hondo, intentando buscar una posición cómoda para dormir, pero era complicado ante el hambre y frío.
Ante mis intentos, decidí sentarme. Sequé mis lágrimas con mis manos y cuando las aparté, vi a los dos pequeños seres con varios frutos en sus manos.
—¿C-Cómo...?
Parpadeé varias veces mis ojos y con cuidado acerqué mi mano. No comprendía bien cómo habían conseguido el alimento con tanta rapidez, ¿acaso utilizaban algún tipo de magia? ¿acaso eran seres poderosos? O a lo mejor... ¿y si eran seres que venían de las Elinas? Pues la seta aun me miraba las marcas con gran admiración.
—Ichi. —Me señaló la comida—. ¡Ichi!
—¡Iño! ¡Iño!
Ambos insistían en que comiera. Obedecí, viendo como Seiño —el nombre que combinaba señor mayor con el ruido que hacía— se quedaba a mi lado proporcionando luz y calor cuando iluminaba su cuerpo.
«E-Esto es un sueño —pensé, soltando un leve bostezo—. Sí. Cuando termine de comer y duerma, regresaré a mi casa. ¡Es un sueño! Es obvio que lo es».
Fue de lo poco que pude pensar, cayendo rendido por el sueño.
Dormir fue complicado. Era revivir ese momento una y otra vez. Golpes, gritos y desprecio. Miradas llenas de asco cuyas manos intentaban tocarme. Huía de ellas, pero siempre me alcanzaban. Cuando ocurría, despertaba en el interior del árbol, sintiendo el sudor caer por la frente. Un nuevo día se presentaba, las nubes seguían acompañándome, aunque no me parecían tan oscuras como ayer. Bostecé, y antes de moverme, sentí a Ichi encima de mi cabeza y Seiño en mi hombro derecho.
—Me temo que es hora de levantarnos —susurré, moviendo mi dedo para acariciar sus cabezas. Ambos tuvieron la misma reacción, gruñeron y me miraron un poco molestos—. No pienso quedarme aquí toda mi vida. ¿Lo entendéis?
Ichi fue el primero en bajar de mi cabeza para ponerse en el suelo, estirando su espalda. Seiño también lo hizo, poniendo sus diminutas manos en sus caderas rechonchas de color blanco. Tras eso, se miraron y hablaron, y parecía ser sobre mí por cómo me señalaban. Solté un suspiro e intenté moverme.
—Agradezco que os preocupéis. —Con cuidado agarré a Ichi para dejarle en el suelo—. Pero mi idea era ir hacia las montañas y esconderme en alguna cueva que pudiera encontrar. Creo que es mejor que en la selva.
Se miraron y afirmaron. Alcé la ceja.
«No sé cómo me entienden... Y ojalá entender su idioma. ¿De dónde vendrá?»
Antes de ponerme en marcha, terminé de comer los alimentos que me reservé. Hecho esto, vi como Ichi me indicaba el camino, poniéndonos en marcha a un ritmo tranquilo.
En ocaisones Ichi me hacía frenar para que mirara todo tipo de vegetación que me rodeaba. Por ejemplo, a unos pasos del viejo árbol, me obligó a agarrar unas flores cuyo brillo parecían ser como minerales propios de las cuevas. Su color blanco dejaba ciego a cualquiera, pero esto no ocurría cuando Ichi era capaz de disminuir el color.
—¿Cómo... eres capaz de hacer algo así? —pregunté, frunciendo el ceño.
Con un ramo en sus manos, me las acercó. Ichi no sería muy cuidadoso y me las impactó a la cara, sintiendo el olor a sal junto a la dureza de los pétalos que no esperaba recibir.
—Auch. ¡Ichi! Ve con más ojo —le pedí mientras me ponía la mano en la mejilla. Bajó el ramo y se rio por lo bajo—. Eres de lo que no hay...
Vi como puso las flores donde estaban, movió sus manos para que un color verdoso apareciera de estas. Así, las flores que había arrancado, volvieron a su estado original. Fruncí un poco el ceño, mirándole con interés.
—¿Como eres capaz de dominar la naturaleza? —pregunté. Me miró, alzando un poco sus hombros—. O-Oh... ¿acaso eres un poderoso ser de la naturaleza? —Negó y se rio, poniendo sus diminutas manos en su estómago—. ¡Oye! No te rías, ¡solo preguntaba!
Su risa era contagiosa. Era repetitiva y aguda, una que lograba sacarme una pequeña sonrisa a pesar de estar avergonzado.
—Bien, Ichi. No perdamos más el tiempo —pedí, moviendo mi mano para que se subiera en mi cabeza. Tras eso, miré a Seiño—. ¿Quieres subir también?
Afirmó. Tras eso, nos pusimos en marcha, o al menos eso intentamos porque en más de una ocasión Ichi me hacía frenar al agarrar mi cabello. En esta ocasión, me obligó tocar los grandiosos troncos.
—Ichi, por favor... —Suspiré. Mi pequeño compañero seguía tirando de mi cabello—. ¡Ouch! ¡Vale! ¡Vale!
Al tocar, el frío se adentró en mi mano, expandiéndose por todo mi cuerpo. Abrí mis ojos en demasía, sintiendo un gran cansancio encima que me complicó la respiración, deseando apoyarme en el suelo para poder tomar aire. Sentía el sudor en mi cuello, cerrando mis ojos a la vez que retiraba la mano con cuidado.
—¿Q-Qué ha sido eso? —susurré con dificultad. Ichi no me dio respuesta. Apoyé una rodilla contra el suelo, cerrando uno de mis ojos—. P-Por Insensibilidad, ¿acaso...? ¿Q-Qué les ha ocurrido?
Silencio, uno que me hizo tragar con dificultad mientras me levantaba. El cansancio era como golpes en todos los lados que me impedían ponerme firme. Heridas que parecían ser profundas, testigos de una violenta pelea.
—No entiendo qué es lo que quieres Ichi, pero no es nada agradable —susurré, respirando hondo. Ichi soltó un pequeño sonido, como si se disculpara—. No puedo perder tiempo. No podemos, ¿entiendes?
Seiño emitió un sonido, uno que al parecer iba hacia Ichi. No hubo respuesta de vuelta, lo que me permitió seguir avanzando por la selva una vez me recuperé. Mientras caminaba, escalofríos inundaban la piel. Ese agotamiento y dolor mezclados hacían que mi alrededor fuera más intimidante. Si ahora los bosques eran deprimentes y peligrosos, ¿cómo habría sido en su momento cuando la guerra impactó? Pero no solo eso, me peguntaba si antes del desastre, esta selva fuera amigable o más tranquila.
«¿Acaso quería decirme algo Ichi? ¿Quería que fuera más consciente de la naturaleza? —pensé, para luego suspirar—. Sé que debo ir con cuidado con ella ahora que estoy aquí. No dudará en matarme si hago algo mal...»
Acompañado por las hojas siendo movidas por el viento y las aves volando sin descanso, sentí una gran tensión en mis espaldas que me obligaba a girar por miedo a ser vigilado. En medio de mis pasos, respiré hondo para mirar al cielo y luego bajar la cabeza.
—I-Ichi, ¿conoces a los Drasinos?
Su respuesta tardó cuando Ichi bajó por mi cabello para llegar a mi hombro. Me miró y afirmó.
—Entonces los has visto, y no te caen bien. —Afirmó, lo que me hizo suspirar—.Dicen que no soportan la naturaleza por alguien poderoso. Fusis. Les bloqueó la libertad, pero no lo entiendo porque siendo Drasino, no me veo bloqueado por ella, y si vosotros sois parte de ella... No veo que me estéis bloqueando o privando de mi libertad.
Ichi no dio una respuesta, pero su mirada dejaba una clara angustia. Miré hacia Seiño y no supe de su reacción porque creó brotes en mi brazo derecho para quedarse dormido sin caerse.
—Supongo que Seiño está muy cansado. La edad afecta a uno —supuse, escuchando como Ichi se reía—. ¿Qué pasa? ¿Acaso no es mayor? —Negó. Abrí mis ojos como nunca—. ¿N-No? ¿D-De verdad?
—Ichi. —Dio un salto, moviendo sus brazos hacia arriba.
—No... Entiendo. —Suspiré—. Ojalá entender tu idioma, Ichi, pero me imagino que es uno que no puedo conocer al ser de la naturaleza.
Ichi afirmó, lo que me hizo sonreír.
—Al menos podemos comunicarnos con preguntas de sí y no, que ya es mucho.
Levanté mi cabeza, viendo como todo se estaba volviendo mucho más oscuro. Iba a llover, por lo que busqué un refugio. Ichi en todo momento me indicó, como si supiera donde ir.
—Espero que esta lluvia no sea demasiado larga —susurré mientras seguía avanzando. De pronto, Ichi me hizo frenar, señalando a lo alto de los árboles—. ¿Quieres que suba?
Afirmó, y esto hizo que frunciera el ceño.
—No sé volar, Ichi —respondí, mirando hacia lo alto del árbol—. Aunque escalar...
Ichi no paraba de insistirme. Parecía ser el único sitio seguro sin tener que movernos muy lejos. Suspiré con pesadez, acercándome al árbol.
«Qué remedio...», y con la fuerza que tenía, empecé a subir por el árbol, pero no era tan fácil cuando más de una ocasión me deslizaba. Suspiré, mirando hacia mis alas y luego al cielo. Intenté usarlas, pero el dolor y la inexperiencia hicieron que impactara contra el suelo.
Varias veces intenté subir por el árbol. Era un avance progresivo. Subía, caía, y así varias veces hasta que en uno de esos intentos, una ave de gran tamaño me agarró del brazo. Entré en pánico, intentado zafarme de su agarre, pero no pude.
«¡Me va a...!»
Sus movimientos rápidos me tomaron por sorpresa cuando en lo alto del árbol había un hueco donde más aves estaban ocultas en un nido que había hecho en el interior. Me dejó en un gesto un poco brusco, aterrizando al lado de las pequeñas que me miraban con curiosidad, ladeando su cabeza hacia la derecha. Como mejor pude, me levanté, mirando atemorizado la avecuya máscara similar a un cráneo era presente en su rostro. Las plumas eran azuladasy tenía un tamaño un poco más pequeño que el mío, que medía sobre un metrocincuenta.
Inmóvil, la miré durante unos segundos hasta que Ichi me estiró del cabello. Le miré de reojo, y me sonreía.
—¿S-Son... amigables? —murmuré. Ichi afirmó. —¿C-Cómo...?
La madre de las criaturas se alejó del nido, dejándome solo con ellas. Moviendo un poco mi cabeza, vi como las cuatro aves pequeñas me observaban aun con la cabeza ladeada. Me alejé un poco, sentándome como mejor podía para luego abrazarme.
—¿P-Por qué haces esto, Ichi? —pregunté, apretando mis labios con fuerza—. Sabes lo que soy y aun así.
El tirón de pelo hizo que me quejara, poniendo mi mano en mi cabeza y mirarle un poco irritado. Ichi se rio, lo que logró sacarme una media sonrisa, pero sin saber cómo actuar.
Miraba hacia las pequeñas aves, curiosas de mis acciones. Una de ellas se acercó lo suficiente para empezar a picar mis pantalones desgastados. No me quejé ni hice nada, lo que hizo que las demás aves se acercaran a mi sin temor.
Las pulsaciones de mi corazón fueron acelerándose cuando las tenía tan cerca. Una vez más ese sonido fuerte resonaba en el interior, apareciendo esos tatuajes en mis brazos. Apreté mis dientes, dispuesto a rascármelos, pero Ichi me detuvo cuando las pequeñas criaturas me miraban con asombro.
—¿Por qué vosotros... admiráis esto? —susurré, viendo como se acercaban con cuidado para dormir cerca mía—. ¿P-Por qué?
El aleteo de una ave que se acercaba captó mi atención, viendo a la madre con unas frutas en sus garras y unas lombrices en su pico. Me analizó, en concreto los dibujos de mis brazos, para luego soltar las frutas y alimentar a sus hijas. No hice ningún gesto hasta que ellas terminaran de comer, siendo consumido por las dudas. Veía a Ichi, que había bajado de mi hombro para dar pequeños saltos hacia la fruta.
—Ichi —murmuré, captando su atención—. ¿Este será nuestro refugio temporal hasta que pase la lluvia?
La sonrisa de mi pequeño compañero hizo que abriera los ojos en demasía. ¿Quién era y porqué me ayudaba? ¿Cómo sabía tanto de esta salva? ¿Cómo podía ser eso posible?
Bajo un suspiro largo, afirmé, agarrando una de las frutas.
—D-De acuerdo, Ichi. Nos esconderemos hasta que termine la lluvia.
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