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Capítulo 6: Ser un Drasino de verdad.

La tarde transcurrió con rapidez. Keisi había decidido ir a dar una vuelta con sus amigos, por lo que me dejó solo cerca de nuestras habitaciones para poder descansar.

Tumbado, vi las nubes grises que nos acompañaban. Parecía que iba a llover. El viento en ocasiones traía olores fuertes que me incomodaban, pero no impedían que cerrara mis ojos.

Recordaba todo lo que había dicho Enilo, el puñetazo que había dado y las magias que fluían en mi interior. Abrí los ojos y tragué saliva con dificultad. La magia oscura, llamada insensibilidad o frialdad, me permitía conseguir una fuerza superior, pero ¿la magia blanca? ¿Era acaso lo contrario?

Me levanté del suelo y miré a mi alrededor. No había Drasinos más que uno o dos vigilando la zona. Si quería probar mis capacidades tenía que salir bajando por las escaleras que había en los pilares, pero era arriesgado hacerlo con Drasinos vigilando la entrada.

Observé mis manos, moviéndolas con cuidado y recordando que el único sitio que podía ser una opción para conocer mis capacidades, era el pilar Enoer, el más alto de todos.

—Está todo vigilado. Si quiero ir allí lo tendré complicado —susurré, soltando un suspiro—. Ahora que recuerdo, Enilo dejará de estar en el puente, pero si espero demasiado, Keisi llegará y me estará preguntándome sin parar. —Solté un gruñido—. No quiero estar con él.

Observé mis manos una vez más, afirmando con los labios un poco apretados.

—No puedo estar quieto, sino no encontraré la oportunidad.

En un gesto rápido y decisivo, me levanté del suelo para ir el puente que iba al centro.

«No me queda otra. No solo ahí podré saber sobre mi abuelo, sino que también podré saber sobre esa magia blanca».

Los puentes estaban construidos por materiales que extrajeron de las cuevas. El color blanco que una vez poseyeron había sido consumido por el tiempo y la guerra, dejando lo poco que quedaba entre nosotros. Me agachaba y me movía tras la pequeña pared, caminando con cuidado, haciendo el menor ruido posible.

Tan concentrado estaba que no me di cuenta de que mis sentidos empezaban a darme mensajes claros. Oía los pasos de diversos Drasinos de la lejanía. Escuchaba sus respiraciones, pero entre todos estos, había uno que captaba mi atención.

—¿Dónde está Meirl? Dijo que estaría aquí en poco.

Frené mis pasos y fruncí el ceño. ¿Por qué iba a venir el padre de Keisi aquí? La curiosidad me inundó y me escondí tras la gruesa y firme pared. Observé mis manos y brazos, viendo que los colores blancos aparecían.

«Será arriesgado, pero puedo intentarlo y saber qué es esto —pensé mientras seguía escuchando los pasos de Enilo. Cerré mis ojos, concentrándome—. Es... curioso. Esta magia hace que oiga, huela y sienta mejor. Es como si fuera más... Sensible»

Abrí mis ojos en demasía y percibí lo que ignoraba. Esos olores, esos sonidos, mi piel erizándose como si pudiera percibir la presencia de los Drasinos que me rodeaban, dejándome una presión angustiante en mi pecho.

¿Acaso tenía...?

—¡Ah! Al fin llegas, Meirl. —La voz de Enilo resonó, lo que me hizo prestar atención a pesar de las lágrimas en mis mejillas—. ¿Se puede saber por qué has tardado tanto?

—Tengo noticias difíciles, Enilo. Necesito ir a un sitio donde no nos oiga nadie —exigió Meirl.

—Aquí no hay nadie, más que unos pocos Drasinos, Al último que vi hace poco fue a Kemi, que se fue a descansar paseo —comentó Enilo.

—Justo de él vamos hablar —aseguró Meirl, dejándome sin aire por unos segundos—. ¿Seguro que no está aquí? ¿Y tienes total exactitud de su posición?

—¿Eh? ¿Por qué esas preguntas? Kemi está dormido o posiblemente se haya reunido con tu hijo.

—No me hace especial gracia que esté con mi hijo, pero capaz esto se pueda remediar —murmuró Meirl con cierta angustia—. Lo que te diré ahora es algo confidencial. Nada de lo que diga saldrá de aquí, ¿entendido?

Enilo suspiró con pesadez.

—Por Insensibilidad, ya es algo grave para que digas eso...

—Lo es. —Meirl dejó de hablar. Capaz miraba a su alrededor por si alguien los escuchaba. No lo tenía muy claro porque estaba aún escondido, cubriendo mi boca con mis manos—. Kemi no es el Drasino que todos creemos.

—¿Cómo qué no? —preguntó Enilo, soltando una ligera risa—. No digas tonterías. Es Kemi, hijo de Crowley.

—Y de una Elina.

La noticia fue como si se rompieran miles de rocas cerca de mi cabeza. El sonido tan destructor y doloroso me hizo morder mis labios hasta hacerme sangre, mirando mis manos y brazos sin saber bien cómo reaccionar.

La risa de Enilo desapareció y su voz pasó a ser una más grave.

—No digas esas locuras, Meirl. ¿Cómo que hijo de una Elina?

—Crowley es un idiota sin control alguno de sus acciones y al parecer tuvo un hijo con una Elina, la cual después mató —respondió Meirl sin medir sus palabras.

Mordí con más fuerza mis labios.

—Dime que es una broma.

—No, no lo es. Crowley me lo admitió y me pidió que lo vigilara bien porque sabe que tiene el poder de una Elina en su interior —explicó Meirl.

Enilo soltó un largo suspiro, posiblemente pusiera sus manos en su rostro.

—¿Pero por qué no le mat-

Meirl le cubrió la boca, pidiéndole silencio mientras miraba de nuevo a su alrededor.

—No digas esas burradas, ¿tú estás bien de la cabeza? Aunque tenga parte de una Elina, es su hijo —contestó Meirl muy cabreado.

—Pero matamos a los Drasinos que tuvieran un hijo medio Elina, ¿por qué demonios hacemos la excepción con Kemi? —preguntó Enilo.

No supe donde mirar. Las lágrimas caían como cascadas silenciosas, mezcladas con la sangre negra que caía de mi boca.

—Porque Crowley quiere aprovechar eso para conocer las debilidades de las Elinas. Al me aseguró eso, pero ¿siendo honesto? No le veo del todo convencido, es más, actuó muy raro conmigo —declaró Meirl.

—¿A qué te refieres?

—A que deseaba matarlo, pero por otra parte pedía perdón y deseaba dejarlo vivo porque quería que su hijo fuera el verdadero líder a futuro —explicó Meirl. Enilo soltó un gruñido de confusión—. Te dije, es muy raro, pero por ahora lo que podemos hacer es que Kemi no saque nada de esa magia Sensible, ¿entendido?

—¿Quieres que lo vigile todo el rato?

—No solo, yo también... y mi hijo. —Estas palabras hicieron que abriera mis ojos en demasía—. Intentaré decírselo de forma sutil. Capaz crea que es por una misión importante, pero también ayudará ya que se amistó con Kemi, y eso nos conviene.

Mi respiración iba acelerándose cada vez más. No sabía a dónde ni qué hacer. Miré hacia mis brazos e intenté retirarme las marcas. Detestaba lo que tenía, detestaba lo que era. ¿Por qué había nacido en estas condiciones? ¿Por qué mi padre había hecho tal locura? ¿Por qué? ¿Por qué había estado con una Elina? ¿Por qué si eran las enemigas?

Miles de sentimientos se mezclaban y ninguno era positivo. De un momento a otro iba a quedarme sin aire y si no salía, iban a descubrirme.

Traté de levantarme, pero el mínimo intento hacía que mis piernas fallaran y que cayera, haciéndome daño en las rodillas, pero el daño no me importaba cuando las palabras resonaban en mi cabeza y seguía escuchando su conversación de fondo.

—Por eso te digo, Enilo. ¿Dónde está Kemi? —preguntó Meirl.

—Estaba aquí hace poco, capaz se fue con tu hijo y sus amigos —supuso Enilo.

—Bien. Iré en su búsqueda. De lo que hemos hablado no se lo digas a nadie.

Salió volando, lo que me permitió moverme con cierta velocidad. Me acercaba a rastras por el pilar Inoecet, escondiéndome tras las paredes que aún se mantenían en pie. Intenté una vez más quitarme las marcas, haciéndome tanto daño que la sangre grisácea que caía por mis brazos.

«¡No puedo tener esto! ¡No puedo! Como se enteren se lo dirán a mi padre y moriré. Acabaré muerto, me matará como a esa Elina, ¡no puedo tener esto!», me gritaba, viendo como ese color brillante iba desapareciendo.

—¿K-Kemi?

Hasta que la voz de Keisi sonó a mi izquierda. Mi corazón se paralizó al igual que todo mi alrededor. A duras penas moví mi cabeza, mirándole con los ojos bien abiertos

—¿Q-Qué es eso blanco de tus brazos? —preguntó, señalándome con su mano izquierda del cual no paraba de temblar.

—¿E-E-Es-Esto? ¡P-Pintura cl-cl-claramente! —respondí, riéndome sin saber dónde mirar.

Sus ojos temblaban, quería dar pasos hacia atrás, pero no podía. Mi mentira no funcionaba, menos cuando esta se movía a mi alrededor. Suspiré con pesadez, agachando mi cabeza por un momento.

—Lo siento, Keisi...

Y a la mayor velocidad posible, me acerqué para darle un puñetazo en su ojo izquierdo. Acerté y se quejó, cayendo al suelo. Nunca corrí tanto mi vida. Mis piernas se movían solas porque sabían que el grito de Keisi no había pasado desapercibido.

En el camino pude encontrarme con sus amigos, me miraban confundidos al ver que seguía huyendo. No comprendían nada hasta que vieron a Keisi en el suelo.

—¡Kemi!

Seguí hacia adelante, yendo a la mayor velocidad posible. Las escaleras no me parecían una opción viable porque Enilo o Meirl llegarían antes. Miré hacia el borde de la plataforma, y menté pensó en una idea que me hizo reír por dentro.

«¡Toca ponerlo en marcha, ¿no?! ¡Aun si me muero! ¡Aun les haría un favor!»

¿Una opción arriesgada o un milagro? No lo tenía claro cuando salté con todas mis fuerzas. Que Insensibilidad decidiera si mis alas funcionaran para volar o que muriera en el acto.

Juro que me sentía libre, una forma de escapar de lo que me tenía preso y que todo tenía intención de destrozarme.

Hasta que sentí cómo me agarraban de mi brazo izquierdo.

Fue tan brusco e inesperado que chillé de dolor por cómo me tenían sujetado sin apenas cuidado. Levanté mi rostro, viendo a Meirl, pero no con una mirada que demostrara pena ni alivio, sino una rabia tan grande que, como recompensa, recibí una patada en mi rostro.

Un patada directa hacia un sueño que deseaba despertar.

El frío se adentraba en mi piel sin permiso. Congelaba todo a su paso a un ritmo lento y mortal. Músculos y huesos eran paralizados junto a la dureza del suelo donde me encontraba tumbado.

Abrí mis ojos con lentitud para encontrarme con la profunda oscuridad que desconocía. Alzaba mi cabeza para encontrarme con las cuatro paredes agrietadas sin ningún hueco que me diera la opción de ver mi alrededor, aunque si había a lo lejos, una débil luz proveniente de los pasillos.

Me abrazaba con tal de conservar el poco calor que tenía, pero no solucionaba el problema. Mi estómago gruñía, suponía que había estado más de diez horas encerrado. Suspiré, mirando el suelo por si habían dejado algo de comida.

—Nada... —susurré, agachando la cabeza—. Esto es horrible. Meirl se ha enterado y... mi padre.

Puse mis mano sen mi cabeza, pero ese gesto me fue doloroso. Mi hombro me dolía por cómo me habían agarrado al igual que la patada que había recibido.

Agradecía que las botas de Meirl no estuvieran hechas de hierro.

—¿Por qué no me lo dijo? —susurré, agotado y moviéndome hasta tumbarme—. ¿Por qué no me lo dijo antes? ¿Por qué me lo ocultaba?

Quería llorar, pero no me salía ni una sola lágrima. Apreté mis dientes mientras recordaba todo. ¿Estaría bien Keisi? Conociéndole, estaría enfadado conmigo, y si sabía la verdad...

Puse las manos en mi rostro. Mis últimas horas se acercaban, lo presentía, mis oídos lo escuchaban. Era un ritmo lento, pero fuerte, una melodía que traía horrorosas noticias para mí, una muerte que no podría evitar por mucho que lo deseara.

Mi piel se erizaba, pidiéndole a Insensibilidad que no deseaba morir tan pronto, y si llegaba, que no fuera tortuosa como me mencionaba a veces Eilu.

—Hay un hecho que debemos tener todos muy en cuenta, pero que ignoramos, Kemi —recordé sus palabras llenas de paz y calma, unas que me aportaba el fuego que necesitaba—. Me he dado cuenta que todos los Drasinos temen morir, aunque en verdad, ¿quién no lo hace? Es un hecho que ocurre, pero... me he dado cuenta en testimonios de mis difuntos amigos que no es tan mala como parece.

—¿A qué se refiere? —pregunté con interés.

—En mis días como guerrero, he visto a muchos morir en el campo de batalla. Recuerdo bien como nos escondíamos para tratarlos, pero muchos no podían seguir adelante por las heridas graves. Entre todos esos fallecidos, algunos podían hablar —explicó, poniendo su mano en su barbilla—. Algunos de mis amigos decían que deliraban, pero yo no lo creía ¿sabes? Menos cuando sus palabras parecían ser muy tranquilas. Recuerdo que mi abuelo parecía estar entre el hilo de la Vida y la Muerte, conversando con la que todos temen.

» "¿Mi final será cruel por mis acciones o podré descansar como es debido? Ah, veo ahora... Veo los fallos, lo veo todo."

» Le preguntaba, pero no había respuesta. Miré a mi alrededor creyendo que había alguien, pero solo veía la densa niebla oscura, una que traía un silencio sepulcral en los bosques donde nos encontrábamos. Él tumbado, yo sentado a su lado. Me acuerdo que le repetí su nombre varias veces: "¡Unsie! ¡Despierta! ¡Deja de decir esas tonterías y resiste! ¡Pronto tendremos la ayuda!", pero él seguía hablando solo.

» "¿Ha regresado? ¿Tras tantos años ha vuelto? Dos apariencias, dos bellísimas apariencias. Una parte humana, una parte consciente. Un trabajo eterno. Siento tanto por esta desgraciada realidad..."

Eilu para ese entonces frenó sus palabras, viéndose como las lágrimas caían. Intenté calmarle, pero me dedicó una sonrisa delicada.

—Mi abuelo vio algo que jamás comprendí, Kemi, pero sí sé que esa muerte que todos temen, no es en verdad tan injusta. Cuando murió, lo hizo con una sonrisa tan grande que me dejó inmovilizado, viendo como el brillo de sus ojos desaparecía a la vez que su cuerpo perecía. Y juro, Kemi, que no fue al único que le ocurrió, sino varios más que veían a la Muerte —aseguró con total convicción.

—¿Cree que la Muerte será buena con usted?

Mantuvo la sonrisa y afirmó.

—Es justa, y es lo que me alivia.

Encerrado aún en esa celda, mis temores se calmaron. Si era justa, sabría darme un final que me merecía y un descanso sin sufrir, ¿no? Eran las dudas que tenía mientras escuchaba unos pasos firmes desde la lejanía, unos que con cada pisada parecía ser capaz de temblar el suelo hasta donde estaba.

Mordí mis labios. Respiré lo más profundo posible mientras levantaba mi cabeza al mismo ritmo, cerrando mis ojos para suspirar. Al abrirlos, vi las barras de hierro que me privaban de la libertad y una figura de gran altura —unos dos metros— detrás de estas. Observaba con sus ojos rojos. El silencio era mortífero, una palabra mal escogida era el sinónimo de la tortura.

—Veo que has despertado —contestó con su voz grave y profunda, una que carecía de sentimiento o compasión—. Y veo que también has logrado despertar algo que creí haberte dejado en claro que no debías.

—A mí no me has dejado nada en claro —respondí con firmeza, o al menos era voz la que intentaba tener sin que mis emociones me golpearan.

—¿Ah no? ¿Los miles de avisos que te dejé en claro? ¿Acaso olvidaste lo que eres, Kemi?

—Un Drasino, padre, pero incompleto porque jamás me dijiste que era mitad Elina.

Me levanté del suelo a pesar del temblor de mis piernas y me acerqué para encontrarme con el rostro consumido por el desprecio.

—Jamás me dijiste que era hijo de una Elina. Todo este tiempo me aseguraste que era tu hijo, el Drasino que salvaría a todos, que me enseñaría a ser como tú, pero durante todo este maldito tiempo no me enseñaste nada—continué hablando, mirándole con odio.

—¿Ah no? ¿Y quién lo hizo? Dime, venga.

Abrí mi boca, pero me contuve las palabras. El nombre de Eilu no iba a salir de mi boca.

—Yo. Siempre fui yo solo, nunca con tu maldita ayuda.

—Oh, eres un desagradecido y un sinvergüenza. —Agarró las barras de hierro en un gesto brusco para asustarme—. ¡¿Cómo puedes decir con ese poco valor y honor de hombre que tú lo hiciste solo cuando estuve a tu lado siempre para enseñarte?! ¡Para luego hacer lo que te dé la gana una vez llegas aquí como si tuvieras total confianza! ¡Solo llevabas tres días, Kemi! ¡Y aun con ello conseguiste despertar lo que te prohibí!

Di un paso hacia atrás. Juro haber visto esos ojos blancos por un segundo, pero luego recobraban a esos ojos rojizos que conocí desde pequeño. Tragué saliva, dudé, pero la frustración y rabia me inundaron cuando recordé todo.

—¡¿Yo soy el desagradecido cuando me encerraste en esa cueva hasta los diez años?! Todos los Drasinos de mi edad pudieron disfrutar del exterior, volar, aprender su fuerza y magia, aprender a leer, escribir y hablar en condiciones, ¿y dices que tú lo hacías cuando estabas fuera de casa todo el rato? Supuestamente, trabajando, ¡¿pero a cuantas Elinas mataste aparte de mi madre?!

Crowley soltó una gran carcajada, alejándose de las barras de hierro por un segundo. Me acerqué más para verle mejor y... ¿parecía llorar?

—Esa no era tu madre. Ni a la altura llegaba —contestó en un murmullo.

—¿¡No?! ¿¡Entonces quién era?! ¡¿Eh?! ¿Dónde está mi madre? Porque si no está aquí, es porque la has matado, ¡¿verdad?! ¡Como a todas las Elinas que hay ahí fuera! —respondí, agarrando con fuerzas las barras de hierro—. No sé qué ocultas, padre, pero te aseguro que es extraño diciendo que las Elinas son las enemigas. ¿¡Acaso esa guerra fue...?!

Mi padre rompió las barras de hierro para agarrarme del cuello y estamparme contra la pared. Sentí ese grave golpe en toda la cabeza y parte mi columna a la vez que escuchaba las palabras de mi padre llenas de rabia, unas las cuales no pude comprender.

No duró mucho mi inconsciencia, abriendo los ojos con cierta dificultad para ver la sangre de mi boca caer en un hilo que manchaba la muñeca de mi padre. Intenté quitar su mano, pero ese intento tan inútil hizo que mi padre se burlara.

—Te crees tener el valor de un Drasino, pero no tienes ni la menor idea. Te crees que puedes hablar con total libertad cuando desconoces todo lo que ocurrió. Juzgas y nos cuestionas, ¡¿qué ideas te habrá metido esa maldita magia de la Sensibilidad?! ¡¿y cómo puedes creer en ella en vez de nosotros?! ¡Hemos luchado por esto durante cientos de años! Eres una vergüenza, una mancha que no debería existir. ¡Tendrías que haber muerto junto a esa calaña que tenía esa mezcla como tú!

Levantando mi cabeza lo suficiente, mis ojos le miraron desafiante.

—¡Ja! Claro, te preguntas por qué no lo hice, ¿verdad? —me preguntó. Apreté mis dientes, intentando quitar su mano—. Meirl podrá creer lo que quiera sobre mis acciones, pero solo fueron una mentira más de las que hay. Mis motivos son muchos, Kemi, y saberlos me temo que serán imposibles para ti. ¿Quién sabe? Capaz tenerte aquí es solo una muestra para que veas la realidad que nos rodea.

» Y al parecer como me sigues desafiando, me temo que tendré que ser un poco más duro contigo. Llevarte a los Pilares de Ineas no fue suficiente para ti, Enilo es demasiado blando y piensa que soy un exagerado como también lo cree Meirl. —Aun agarrándome del cuello, pero sin privarme del aire, me acercó a él—. Pero tranquilo, Kemi, que esta vez a donde te llevaré será la única manera de que aprendas de una vez y comprendas el porqué de todo.

No le respondí, tampoco podía. Mi padre me tenía inmovilizado. Si era honesto, no comprendía porque lo hacía, ¿y debía comprender de sus acciones y palabras si todo lo que había hecho era torturarme? Reía por mis adentros por no llorar.

Me sacó de la cárcel del pilar Uer. Volando a gran velocidad y agarrándome con fuerza, nos dirigimos hacia el este. No me hizo falta saber lo que iba a ocurrir. Me movía con rabia, no deseaba ir, pero Crowley no me daba mucha opción, y si hacía un gesto más, me dejaría inconsciente de nuevo, cosa que no me convenía.

Las nubes negras me fueron más oscuras de lo normal y unas pocas gotas de agua darían el comienzo de una lluvia tormentosa. Observaba lo que había debajo de mis pies, encontrándome con la ciudad y a lo lejos el río Ien.

—Sabes donde es tu lugar, ¿no es así? —Soltó una leve risa—. Parece que te han enseñado lo suficiente para que sepas que las selvas de nuestro hogar no son seguras —se burló, mirándome con desprecio—. Veamos pues, cuánto tiempo podrás resistir. Cuánto tiempo lograrás aguantar en la selva y ver si eres capaz de salir del río Ien para llegar a los Pilares de Ineas. Capaz lo consigues en un tiempo espléndido o mueres en el intento, cosa que no me sorprendería siendo de tu parte.

Frenando el vuelo, vi el río Ien. Uno largo y grande, posiblemente profundo, aunque lo desconocía al estar en los cielos donde mi padre me tenía aún agarrado del brazo, aunque poco a poco me fue soltando.

—¡E-Espera! ¿¡Padre?! ¡¿No me vas a...?!

—¡Lo llevas claro si te voy a dejar en el suelo como una princesa! —Rio con fuerza, para luego mirarme como si una sombra apareciera en sus ojos—. Aprende a volar, si es que puedes.

Y me soltó.

En medio de ese día oscuro, el aire para mi habría sido inexistente en medio de esa caída. Veía la figura de mi padre junto a esos ojos que carecían de sentimiento, sonriendo con una malicia que jamás iba a olvidar. De espaldas, intenté mover mis alas mientras mi mente activaba por primera vez un instinto que jamás creí que vería necesario, pero que al estar en la Selva de Ien, necesitaba tenerlo.

No sé bien cómo lo hice, pero mis alas dieron lo suficiente para que, antes de caer, volara un poco y que la caída no fuera tan desastrosa. Impacté en el agua, aunque esta corriente era tan fuerte que me llevó el río, alejándome del que aún seguía escuchando su risa.

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