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Capítulo 4: Figuras rítmicas.

Keisi no me dejó a solas. Su padre no podía estar con él, lo que me fastidiaba los planes. La última frase que había pronunciado hizo que mi cabeza le diera vueltas a todo.

—Algún día me encantaría conocer el Templo de los Tres Sabios, ¿a ti no, Kemi? —me preguntó Keisi. Sus ojos parecían ser las chispas del fuego recién creado.

—Sí, estaría genial —respondí con una falsa ilusión, caminando por el puente que unía el pilar del centro con el Oeste, mirando en ocasiones hacia atrás donde se encontraban Meirl y Einlo—. ¿No deberías estar con tu padre?

—Es un hombre muy ocupado, como el tuyo. No quiero molestarlo. ¿Por qué lo dices?

Tragué saliva y sonreí un poco nervioso.

—Tengo curiosidad. ¿Qué van a decirse? ¿No te emociona saberlo?

Frenó sus pasos y me miró, mostrando una sonrisa traviesa en donde sus dedos se tocaban como si estuviera planeando el peor plan posible.

—Mi padre suele hablar con Einlo sobre varios temas en el pilar Uer, donde solemos dormir, pero ellos suben a lo más alto —explicó Keisi—. No es la primera vez que hace esto. Antes de que me dejara aquí, solía acompañarle.

—¿No escuchaste sus conversaciones?

—Sí, pero ¿por qué ese interés?

Intenté no alterarme, aunque mis ojos abiertos delataran mis nervios. Keisi me miró divertido.

—Seguro que quieres saber todas las estrategias que toman para prevenirte de lo peor, ¿no? —preguntó, dando pequeños saltos de emoción—. ¡Siendo Kemi, el hijo de Crowley, no me extrañaría! Seguro que quieres saber que ocurre y adelantarte para hacer frente al peligro!

—A-Ah. —Rasqué mi brazo con timidez—. Me lees la mente, Keisi, eso da miedo.

—¡Ja! Leo genial a los Drasinos, es algo que puedo ver de sobras —aseguró, poniendo las manos en sus caderas y mirando a otro lado con una gran sonrisa. Rápidamente se recompuso—. En fin. Para llegar a lo más alto hay que usar las escaleras. No queda de otra porque ambos no sabemos volar como para llegar ahí arriba.

—E-Entiendo, ¿y cómo lo haremos?

—Pues subiendo. —Soltó una ligera risa—. No van a sospechar, , ellos van a subir volando a diferencia de nosotros. Una vez que sabes volar te vuelves un poco vago en algunas cosas, ¿por qué crees que el interior del pilar está tan descuidado?

—E-Entiendo. ¿Y no te molesta ir ahora? Querías presentarme a tus amigos y...

—A ellos no les molestará. No tienen prisa —respondió, dándose la media vuelta para pasar a mi lado y agarrar mi mano—. ¡Venga, vamos! ¡Vayamos ahora que no están muy atentos!

Corrimos en dirección al pilar, llamando la atención de algunos jóvenes que nos miraron, pero no nos dijeron nada. Al llegar, vi la extensa escalera de caracol hecha de piedra que tendríamos que subir.

—¿C-Cuánto de largo es? —pregunté, tragando saliva al fijarme que no parecían ser muy resistentes.

—Me dijo mi padre que era sobre unos cuarenta o cincuenta metros de altura —respondió Keisi. Mis piernas temblaron. Iba una eternidad—. ¡Ja! ¡Está facilísimo! Cosas peores he tenido que subir y tu igual, ¿no, Kemi?

No sabía bien qué mirada le había dado a Keisi, pero su confianza se desmoronó un poco. Aun así no se rindió, y agarrándome de la mano, empezamos a subir a buen ritmo.

La escalera de piedra en espiral nos llevaba hacia las penumbras. No había luz más que de unas ventanas diminutas, las justas para poder ver los peldaños desgastados y agrietados. La humedad era más presente, lo que dificultaba nuestra misión cada vez que subíamos.

Era una subida en bucle. Apoyaba mi mano en la pared, intentando retomar el aire. Alcé mi cabeza y Keisi también se encontraba igual, pero con una sonrisa decisiva en su rostro para luego darme la mano. Seguíamos sin rendirnos, así hasta que por fin pudimos alcanzar el final y tumbarnos en el suelo.

—Lo conseguimos, ¿no, Keisi? —Intenté recuperar la respiración y al girarme, vi que no me daba una respuesta—. ¿K-Keisi?

Acercándome, me di cuenta que se había desmayado, aunque aún respiraba. Alterado, creí que lo más ideal era dejarle en el suelo con las piernas un poco levantadas.

—No me puedes decir eso, Meirl.

Las voces de la lejanía hicieron que me girara. Intenté escuchar, pero eran difíciles de comprender. Maldije por dentro, pensando en cómo podría acercarme mientras que me encargaba de Keisi.

Puse mi mano derecha en su cabeza, no tenía fiebre, por lo que solo era esperar a que se recuperara. Miré hacia la entrada y a duras penas podía verlos desde la plataforma. Al ser la zona más alta del pilar, solo podía ver la plaza solitaria sin nada más que la niebla y las nubles oscuras.

—Capaz cerrando mis ojos pueda escuchar algo —susurré.

Nada más hacerlo, empecé a escuchar unos susurros. La impaciencia me impactó, y al abrir un poco mis ojos, vi como una luz blanca rodeaba mis brazos.

—No, no, no. ¡¿Qué está pasando?! —me pregunté en un susurro, intentando alejar la luz—. ¡Fuera! ¡Fuera!

La luz se movía como si fueran hojas acercándose hacia mí. Me puse más nervioso, pero no grité, menos cuando vi cómo estas hojas empezaban a tomar diversas formas que no reconocía, pero de un ritmo que calmaba mis emociones.

Inmóvil, vi como las figuras rítmicas se movían a mi alrededor, generando una luz tenue y agradable. Aun confundido, vi como una de esas figuras se adentraba en mis oídos. Traté de alejarla, pero tardé demasiado.

—¿Por qué tenemos que tomar unas medidas tan estrictas, Meirl? Son críos.

Abrí mis ojos impactado, girando mi cabeza hacia la entrada. Los oía sin necesidad de cerrar mis ojos.

«¿H-han sido las figuras?»

—Sabes que ha sido por órdenes de Crowley, no sé por qué me haces esa pregunta a estas alturas —respondió Meirl con cierto cansancio.

—Pero ¿no se lo has hecho ver? —preguntó Enilo.

—Claro que sí, pero me da siempre la negativa. ¿Y lo peor? Es que teniendo un hijo que no me ha dicho hasta ahora, sigue actuando igual. Entiendo que las Elinas sean un problema y cada vez se acerquen más, pero Crowley no puede ser así de estricto con niños. ¡Niños! —Soltó un largo suspiro—. Me dijo era que fueran guerreros a los diez años. ¡Diez años!

—Capaz cree que son las culpables de que la natalidad haya bajado tanto entre los Drasinos.

—Desde esa guerra la natalidad bajó demasiado y apenas hay críos, Enlio. Tú mismo lo has dicho. Me preocupa que a nuestro dios le haya ocurrido algo por culpa de la diosa que apoya a las Elinas.

—Ya... Sensibilidad.

Fruncí un poco el ceño. ¿Sensibilidad? ¿Las Elinas también tenían una diosa? Mi cuerpo temblaba mientras me miraba los brazos, encontrándome con los dibujos que seguían brillando en un idioma que no sabía identificar.

—Igual, no todo es malo. Según dijo Crowley, también han sufrido graves daños en su ciudad.

—Entiendo. —Suspiró Enilo—. Creo que lo que más importa es saber porque Insensibilidad no nos responde a nuestra llamada. Desde lo ocurrido no sabemos nada y Crowley tomó todas las acciones que le dio la gana.

—Enilo...

—Comprendo que es nuestro líder, pero se le ha ido un poco la cabeza con sus decisiones y no creo que sea lo ideal para nosotros ni para ellos. No creo que esté actuando con las...

No pudo terminar sus palabras. Creí que Meirl le había hecho algo, por ello quise ver que ocurría. Como mejor pude, vi como le había cubierto la boca con una mirada seria.

—¿Tú estás loco? ¿Cómo va a actuar con las deformidades destructoras? —le recriminó Meirl, retirando su mano para luego darle la espalda a Enlio—. Comprendo tu frustración, pero no olvidemos quien ha sido el que nos ha ayudado en todo momento. Hará cosas mal, como todos, pero para eso estamos aquí para ayudarle.

—Y que no nos haga ni maldito caso —añadió Enlio, provocando que Meirl suspirara con pesadez—. Te lo dije una vez, y ahora que sabemos que tiene un hijo oculto, es más motivo para que se lo recalques, además así sabremos por qué lo ocultaba. ¡Es un Inea Soliena! Debería estar orgulloso de su hijo y enseñarle a ser uno a futuro, pero en cambio lo esconde y eso es extraño.

—Ah... qué dolor.

Las palabras de Keisi hicieron que me girara. Miré mis brazos y empecé a frotarlos con velocidad y fuerza, con la esperanza de que la luz desapareciera, pero nada, solo escuchaba ese instrumento que tanto odiaba resonar con fuerza.

—¿Qué es ese sonido? —preguntó Enlio.

—No... No, ¡no puede ser!

El grito de Meirl me puso alerta. Me puse de pie con la esperanza de que, si arañaba o mordía mi piel, desaparecería. El problema fue que, al no vigilar mis pasos, tropecé con Keisi y con ello mi larga caída por las escaleras.

O al menos eso creí hasta que agarraron mi brazo, encontrándome con Meirl.

—¿Se puede saber qué hacéis aquí y montando tanto escándalo? —me preguntó de mala manera.

No supe dar una respuesta, solo miraba de reojo mis hombros, dándome cuenta que la luz ya no estaba, pero si la sangre que me había hecho. Meirl me miraba atento a mis gestos hasta que Keisi soltó un gruñido que lo hizo girar.

—¿Se puede saber qué hacéis los dos aquí? —preguntó, esta vez más molesto.

—Solo... ay que mareo —pronunció Keisi con cansancio.

—Q-Queríamos saber de qué hablaban —admití. Meirl me miró de nuevo—. Teníamos mucha curiosidad y pues... hemos subido.

Meirl miró a su hijo y luego a mí, soltando un largo suspiro

—Sois de lo que no hay. Los críos a veces tienen unas ideas... —susurró, riéndose por lo bajo—. Si queréis saber, podíais haber preguntado antes. Así no teníais que subir las escaleras con esa poca discreción.

Reí con cierta timidez, tocando con cuidado la pequeña herida que me había hecho. Esto llamó la atención de Meirl, agarrando el brazo con cuidado.

—No sé tampoco qué tontería habéis hecho con vuestros brazos, pero id con más cuidado porque aún no medís vuestra fuerza, ¿comprendido? —pidió Meirl, para luego mirar a su hijo—. Y tú, pequeño montón de rocas, menuda idea has tenido en subir estas horribles escaleras en vez de preguntarme.

—Tengo... ganas de vomitar —admitió Keisi, poniendo las manos en su estómago.

Meirl negó con su cabeza con una ligera risa para acompañar a su hijo a fuera. Enilo se enteró un poco tarde de que nosotros dos.

Traté de recomponer mi respiración. Me había salvado de una buena y no tenía ni idea de cómo.

«No deben saberlo —me dije, mirando mis brazos—. Les asusta porque se asocia a las Elinas. —Tragué saliva—. Debo informarme y conocer esta magia. Saber por qué tengo algo así».

Gracias a Meirl, llegamos a la zona más baja, cerca del suelo, donde la frescura del río era presente, de hecho, nos habían traído agua para que Keisi pudiera mojarse la cara o beber si le hacía falta.

En todo momento me quedé a su lado por si necesitaba algo. El viento en ocasiones nos daba un respiro agradable, pero no era posible cuando escuché unas voces a mis espaldas. Girándome, pude encontrarme con un grupo que iba directo hacia Keisi.

—¡Aquí está! Meirl nos indicó bien —habló el más pequeño de todos y cuyos cuernos no habían crecido del todo—. También está aquí Kemi. ¡Menos mal!

No le reconocía, pero parecía mirarme aliviado. Quise levantarme, pero el pequeño se sentó al lado de Keisi con rapidez.

—I-Iría con cuidado, no creo que sea buena idea tocar tanto su rostro —sugerí con educación.

—Oh, sí. Iré con cuidado, solo me preocupaba que estuviera aun mal —habló el chico.

—Emir, sigo aun despierto, ¿lo sabes?

La intervención de Keisi hizo que diera varios pasos hacia atrás, chocando con uno de sus amigos, en específico con el que vestía con ropas nuevas y cuyos ojos parecían ser como el fuego.

—Me alegra verte despierto, Kei, y perdona a Emir, ya sabes cómo es —intervino el chico. Parecía tener doce años.

—¿Cómo supisteis que estaba aquí? —preguntó Keisi, alzando la ceja.

—Nos lo dijo tu padre. Erréi estuvo muy insistente y al final lo dijo, aunque pidió que te dejáramos descansar un poco. Lo que me parece feo es que Kemi estuviera contigo y no nosotros.

Erréi era el Drasino de gran altura y con un rostro que no parecía expresar nada más que seriedad.

—Sí, ya sabéis como es mi padre —contestó Keisi, para luego mirarme—. Bueno, al menos podemos aprovechar esto para presentarnos. Él, como intuís, es Kemi, hijo de Crowley. Kemi, ellos son Emir, Iloe y Erréi.

—U-Un gusto conoceros —contesté con educación.

—¿De verdad que es hijo de Crowley? —preguntó Emir, para luego mirar a Keisi y susurrar—. No se parece nada a él

—Capaz de mayor toma sus facciones —supuso Keisi en el mismo ton. Fruncí el ceño, y antes de decir nada, cambiaron de tema—: ¡Por cierto! Nos hemos enterado de que van a cambiar las clases.

—¿Otra vez? —preguntó Iloe, cruzando sus brazos.

—Sí, eso parece, o al menos es lo que me dijo Kemi un poco antes de que intentara dormir —respondió Keisi, mirándome con mucho interés.

—No es de extrañar que cambien el sistema de las clases una vez más —intervino Erréi. Se sentó en el suelo junto a nosotros. Iloe sería el único de pie—. Según mi padre, dijo que habían cambiado el sistema muchas veces por todo lo ocurrido. Lo hacen para que podamos ser guerreros a temprana edad.

—¡Oh! ¡Eso es genial! —gritó Keisi con emoción.

—No del todo, Kei. Recuerda que antes era a los dieciocho porque nos daba tiempo a aprender bien todo, en especial la magia que nos permite transfórmanos en verdaderos Drasinos como Crowley —contestó Iloe.

—Capaz pueden encontrar la forma de hacerlo antes de los dieciocho —supuso Keisi—. Cuanto antes sea mejor porque podremos saber muchísimo más sobre esa forma tan genial.

—¿Q-Qué forma?

Los demás me miraron, alzando la ceja o frunciendo el ceño.

—¿Acaso no lo sabes? —preguntó Emir. Negué de inmediato—. No, mentira. El hijo de Crowley debería saber la forma verdadera del Drasino.

—¡Debería incluso dominarla! —gritó Keisi.

—Tampoco nos excedamos. El único que puedo hacerlo antes de tiempo fue Crowley a los dieciséis años, y fue peligroso —recordó Erréi mientras me miraba—. ¿De verdad tu padre no te lo mencionó?

—N-No... Lo siento —susurré, agachando la cabeza.

—Tampoco es para que te disculpes —contestó Iloe, sentándose al fin con nosotros—. Capaz no te lo dijo porque estará muy ocupado...

—Y tan ocupado como para que lo deje aquí a saber cuánto tiempo —añadió Emir en un susurro. Sus compañeros le miraron y Keisi le dio un codazo en el hombro—. ¡Eh! Ahg. Perdón.

—No, tampoco es que te alejes mucho de la realidad —admití, bajando la mirada—. Mi padre no ha podido enseñarme mucho.

—Y es normal. ¡Es Crowley! Es uno de los Drasinos más importantes que se encarga de protegernos de todos los peligros que hay ahí fuera. ¡Llevarnos hacia la libertad que tanto buscamos! —gritó Keisi, poniendo sus manos en sus caderas como si hiciera una pose épica—. Da pena que no pueda enseñarte, pero lo hace por tu bien, Kemi. Seguro que después te entrenará para que seas como él.

—Aun así, y al tema en el que estábamos, no es buena idea que tengamos acceso a eso. Según mi padre, decía que esa forma era muy complicada de controlar, que incluso a los dieciocho años se debía ir con cuidado porque se herir uno mismo gravemente o quedar inconsciente —aclaró Iloe.

—Capaz nos ayudarán a comprender mejor esa magia. No creo que sean tan imprudentes. Aparte, saben que es por un bien necesario porque todos sabéis que esta limitación de libertad nos ha afectado tanto que hasta ya no hay tantos Drasinos —explicó Keisi.

—Y todo porque Insensibilidad parece ser herido por esa diosa de las Elinas —susurró Erréi con el ceño fruncido y labios apretados.

—Esto es un mensaje muy claro. —De pronto, Keisi se levantó del suelo, tambaleándose un poco, pero logró mantenerse—. Crowley y todos los guerreros necesitan que los más jóvenes intervengan también. ¡Es peligroso! Pero necesario. Debemos ser los Drasinos más fuertes, debemos persistir y luchar contra ello para acabar contra esas manipuladoras. Solo así podremos conseguir esa libertad y que Insensibilidad pueda volver y darnos esas respuestas.

—Keisi, tienes ocho años. No sabes luchar y aún te cuesta levantar ciertas rocas. Ni siquiera sabes escupir fuego de tu boca. ¿Y dices que quieres ser guerrero? —preguntó Iloe, arqueando la ceja.

Quise reírme, pero me contuve cerrando la boca.

—¡Obviamente! A los diez años lo seré —respondió Keisi con total confianza.

—Definitivamente tienes la cabeza hueca —susurró Emir. Keisi le dio un golpe—. ¡Eh! ¡Eso duele!

—¡Cabeza hueca y cuernos pequeños lo tendrás tú! Yo estoy dispuesto a luchar contra ello. Entrenar cada día, esforzarme al máximo. Quiero ser como Crowley y me imagino que Kemi también lo desea. —De pronto me abrazó de un lado, sonriéndome—. Ambos lo conseguiremos, podemos pedirle incluso ayuda a mi padre, que nos diga un poco qué tipo de entrenamientos hacen. ¡Todo lo necesario para ser los mejores guerreros!

Por fuera sonreía, pero por dentro estaba sin saber que hacer a continuación. ¿Ser un guerrero como mi padre? Era necesario con el peligro que existía afuera, pero ser como mi padre hacía que los escalofríos me inundaran el cuello y lo congelara.

No lo deseaba, quería demostrarle cómo era ser un Drasino de verdad. Si quería ser mejor que él y ser el próximo líder, debía ir con muchísimo cuidado porque cada paso que hiciera, estaría atento a mí. Era arriesgado, pero estaba dispuesto a tomar el reto si a mi lado tenía a compañeros que a lo mejor podrían servirme como escudo.

Ya no solo eso, tenía algo pendiente y era sobre la magia blanca que brillaba. Quería su origen y cómo funcionaba, pero iba a ser complicado si estaba con Keisi y sus amigos. Me caían bien, pero no podía confiar en ellos, aún.

—¡Mañana quedamos antes para entrenar! —sugirió Keisi—. Así podremos saber nuestros fallos y ayudarnos. ¡Juntos lo conseguiremos!

Afirmé con delicadeza, viéndose la ilusión en sus ojos.

«Tengo que conocer esta magia a sus espaldas. No me queda otra».

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