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Capítulo 3: Historias dicen...

Dormir fuera de mi casa no era fácil. Tenía un gran dolor de cabeza y no iba a disminuir con Keisi acompañándome a clases.

—¡Qué ganas! ¡Será genial! ¡Ya lo verás! —aseguró Keisi con una gran sonrisa.

Le sonreí de vuelta, caminando por el puente. Miré hacia el cielo. Seguía como siempre, aunque daba la sensación de que era aún más oscuro. Cada paso era sentir una pesadez en mi pecho que me impedía respirar con calma. ¿Cómo era posible que Keisi estuviera dando saltos como si nada?

—¡Kemi! ¡Apúrate! ¡Eres muy lento!

—¡V-Voy!

No tardamos en llegar al pilar central, o como me dijo Keisi, Inoecet. Una antigua circular donde las piedras eran cubiertas por el musgo. Los arcos rotos se alzaban entre las sombras como un pasado melancólico que deseaba descubrir, y esperaba hacerlo al encontrarme con el profesor con los alumnos.

Miró a cada uno de los presentes hasta que se encontró con nosotros. Éramos los últimos una vez más. Suspiró aliviado y afirmó.

—Bien. Ya que estamos todos, podemos empezar las clases.

Fruncí un poco el ceño. ¿Iban a enseñarnos aquí?

—Vamos a empezar con lo más importante. —Dio unos pocos pasos, retirando el musgo con sus piernas para desvelar dibujo apenas visible en el centro—. ¿Qué seríamos nosotros sin nuestra historia? Nadie más que Drasinos sin alma, y es primordial recordarla, para saber nuestros propósitos.

—¡Te lo dije! ¡Te lo dije! —susurró Keisi de emoción.

Enilo nos miró de reojo, pero no le dio importancia.

—Veo mucha emoción por ello, por lo que os pido que os sentéis y prestéis mucha atención, ¿entendido?

Obedecimos y sentamos en el suelo musgoso. Ya listos, el profesor, despejó un poco mejor el musgo para ver que en el centro se mostraba un mapa de lo que parecía ser toda Ineas.

—Se sabe bien que nuestra historia se ha hablado de la falta de libertad. Años eternos donde luchábamos por salir y conocer mucho más allá que los bosques donde cruza el río Ien. —Movió sus brazos, señalando las montañas del este—. Pero no es fácil con las bestias escondidas, y más cuando conocéis, muchos de aquí, a las Elinas.

Vi como Keisi apretaba sus labios y puños. Alcé un poco la ceja, prestando atención a Enilo.

—Aunque no lo creáis, en su momento el Sol siempre brillaba y los cinco pilares que hoy conocéis, eran lo más hermoso e imponente que uno podía conocer. Por desgracia, todo lo bueno tiene un fin. —Soltó un leve suspiro, desapareciendo su sonrisa—. Nuestras costumbres y tradiciones fueron desapareciendo cuando fuimos atacados por las Elinas y la propia naturaleza.

—O como me dijo mi padre, Fusis —me susurró Keisi.

Afirmé en silencio y seguí escuchando a Enilo.

—Nos atacaba por rencor, nos juzgaban por violentos, pero no se daban cuenta que ellas cometían esos fallos. Una violencia necesaria, y más cuando éramos constantemente por las bestias que se escondían y se acercaban poco a poco a Ineas. Por ello no es recomendable ir a la selva solo.

» Por culpa de ello, nuestra libertad fue limitada, y lo siguió siendo así durante cientos de años.

—¿Y cómo se hizo frente a esas limitaciones? —preguntó uno de los presentes.

—Luchando contra ello —respondió Enilo sin dudar—. Es obvio que al principio temíamos. Dudábamos de que fuera la acción más correcta, pero cuando las amenazas fueron aumentando, no nos quedó otra que actuar de la forma más agresiva, más cuando las Elinas aparecieron para destrozar nuestro hogar.

—¡De hecho hicieron una guerra aquí! —gritó Keisi, levantando su puño.

—Keisi, calma por favor. Sé que este tema te emociona mucho, tu padre me lo dejó claro —comentó Einlo con una ligera sonrisa.

Los demás Drasinos se rieron por lo bajo, pero eso no avergonzó a Keisi. Se sentó de inmediato, mirándome con una sonrisa segura.

—Pronto conseguiremos esa paz, y contigo será asegurado —susurró con una gran sonrisa.

Afirmé con una sonrisa nerviosa.

—Keisi no se equivoca con sus palabras —continuó Enilo—. Esas Elinas nos manipulaban con su magia, pero gracias a los Tres Sabios, sabemos que se basaba en la música. Pero no había de qué angustiarse cuando Insensibilidad nos protegía y nos daba su don, la frialdad.

» Muchos sois consciente de ello, pero sabéis que de nuestros cuernos conseguimos ese don. La capacidad de transformarnos en Dragones indestructibles, sin dejarnos llevar por esa manipulación. Insensibilizando nuestra mente para atacar sin temor alguno. —Tras eso, Enilo me miró—. Y como muchos sabéis, el Sabio que mejor domina esta magia, aparte de Insensibilidad, es Crowley.

Escalofríos inundaron mi piel, más ante las miradas fijas en mí.

—Te dije, Kemi. Tu padre es muy importante —me susurró Keisi. No era lo que deseaba escuchar ahora mismo.

—Ha sido una lucha que a día de hoy sigue —continuó Enilo, mirando a los demás—. La gran mayoría de Drasinos tienen que salir y luchar para proteger nuestro hogar, demostrando su determinación al no dejar que ellas obtengan lo que es nuestro.

Por un momento recordé a Eilu. Tenía varias heridas en su rostro y pecho. ¿Acaso él también tuvo que luchar contra las Elinas? Una vez más, mis órganos parecían revolverse, pero supe controlarlo. Respiré hondo, cerré mis ojos y fruncí un poco el ceño. Había algo que no me tenía sentido.

—¿Se sabe porque nos atacan las Elinas? —pregunté.

Los demás me miraron. Parecían juzgarme, aunque Enilo me observó impactado.

—Es una buena pregunta, Kemi —admitió, cruzando sus brazos—. Nos atacan por un hecho simple, poder. Las Elinas no tienen suficiente con tan solo tener nuestro hogar, sino que tenernos esclavos con su poder. Te hace entrar en un estado en el que no eres capaz de controlar tus emociones. Ellas son sentimiento, intentan engañarnos con lo más profundo, por ello debemos protegerlos frente a ellas.

—¿Solo por eso? ¿Nada más? —seguí preguntando.

—Kemi no hagas preguntas tan tontas —me recriminó Keisi con una risa burlona—. Es obvio que quieren poder. Se dejan corromper por algo tan estúpido como eso.

—Y-Ya. —Bajé un poco la mirada—. Y, ¿cómo son las Elinas?

Einlo mostró una sonrisa más relajada.

—Muy importante esa pregunta —contestó para mirar a los demás—. Se las identifica fácilmente por su color de piel más blanco y por como visten. Ellas van descalzas a diferencia de nosotros y suelen tener vestidos bastante largos. No os dejéis engañar por su belleza, es parte de su manipulación.

—¿Tan bellas son? —preguntó uno de los jóvenes.

—Hay que admitir que su belleza deja a uno hechizado, pero hay que tener cuidado cuando los tatuajes de su cuerpo empiezan a brillar. No hay que asustarnos, sino que luchar sin mostrar nuestras emociones —aseguró Enilo con un rostro más serio.

Murmullos surgieron entre los presentes. Se veía el temor y la confianza mezcladas, aunque aún seguía confundido. Elinas atacándonos, ¿por qué no lo hacían ahora?

Quería preguntar, pero al mirar a Enilo me encontré con sus ojos llenos de desconfianza. Me quedé inmóvil sin decir nada, escuchando a mi izquierda la voz llena de emoción de Keisi.

—¡Conseguiremos esa paz! Mi padre me lo aseguró. Dijo que cada vez había menos amenazas. ¡No hay de qué preocuparse!

Sus palabras hicieron que los demás Drasinos se emocionaran también. Enilo soltó una leve risa.

—Bien. Bien. Jóvenes guerreros, si hay tanta emoción, nos pondremos con lo más básico. Volar No os preocupéis, será muy fácil —aseguró con una voz y mirada más amigable.

Los presentes se movían con emoción. Volar era emocionante, aun si algunos presumían ya dominarlo. Entre ellos, Keisi era quien me preguntaba sin parar.

—¡Kemi! ¿¡Emocionado para volar?!

—S-Sí, claro —respondí con una pequeña sonrisa.

—¡Tú no te preocupes! ¿¡Va?! ¡Es fácil! —Keisi me obligó a frenar para que lo mirara—. Tienes que estirar las alas y luego moverlas. Empezarás a elevarte y con ello tendrás que tener ¡muchísimo equilibrio! Pero es fácil, ¡demasiado!

—E-Entiendo...

Ignorar a Keisi era un poco complicado mientras caminábamos por los puentes. Miraba hacia el cielo, donde la luz tenue se filtraba entre las nubes amenazantes. Tragab saliva sin querer, ¿acaso era el único que tenía un mal presentimiento? No solo eso, ¿nadie le preocupaba su alrededor? Piedras húmedas y musgosas, olvidadas por la niebla densa y fría. Enilo nos habría explicado una historia, pero sentía que había mucho más por donde íbamos.

Bajamos por las escaleras con cuidado para encontrarnos con los arcos consumidos por la hiedra oscura. Recordaba a las enredaderas que había visto, lo que me creaba más escalofríos. Seguía a mi grupo, intentando escuchar las conversaciones de los demás, pero no era nada fácil.

¿Por qué... me sentía tan vigilado?

Llegamos al puente que conectaba Eet (Este) con Inoecet. Fue ahí cuando Enilo empezó con las clases, unas las cuales eran agotadoras porque pocos eran los que tuvieran la experiencia o conocimiento de algo así.

¿Y cómo no iba a ser complicado mover las alas si la niebla que nos rodeaba creaba un ambiente pesado? Aun era admirable que unos pocos Drasinos de mi edad pudieran. Me sentía en parte inútil, pero Keisi se mantenía a mi lado con una gran sonrisa.

—No os forcéis en volar hoy, sino aprender a usar las alas en tierra firme —recordó Enilo, mirando a cada uno de los presentes.

—Tú ni caso, Kemi. ¡Como guerrero y próximo líder debes volar ya! —gritó Keisi con emoción.

—¿C-Cómo? Pe-Pero mi padre...

—¡Tu padre no pudo enseñarte! ¡Lo sé! Pero si aprendes de inmediato, ¡seguro que se alegrará por ti! —aseguró, para luego agarrar mis brazos—. ¡Y me tienes que hablar sobre sus historias! ¡Que no se te olvide!

—Kei, ya sabes que no...

—¡Ya lo recordarás!

No me atrevía a decir nada con el profesor observándome. Sentía una gran tensión encima, aunque no duró mucho cuando el viento empezó a moverse con fuerza.

—¡Papá!

La imponente figura de Meirl impactando contra el suelo captó la atención de todos los jóvenes. Miraron con asombro al Drasino de cicatrices en su rostro y brazos, teniendo atado en su brazo izquierdo una cinta amarilla que indicaba su posición como parte de los Tres Sabios.

—¡Hijo mío! ¿Qué tal te han ido las clases? —preguntó Meirl, abrazándole con cariño tras haberse agachado a su altura.

Sentí desde lo más profundo de mi corazón un puñal que perforaba con lentitud, e iba aumentar si seguía mirando.

—¡Genial! No sabía que Crowley tenía un hijo, ¡mira! —Keisi agarró su brazo para luego señalarme—. ¡Se llama Kemi!

Sus ojos grises me observaron con asombro.

—¡Fíjate! Si que lo tenía bien guardado. ¡No me dijo nada! —comentó, acercándose hacia mí—. Es un gusto conocerte, Kemi.

—U-Un gusto, señor —tartamudeé. Su altura y corpulento cuerpo intimidaban.

—Si te hubiera visto antes, jamás me hubiera creído que fueras su hijo. Tienes las facciones de tu cara muy delicadas y seguro que son super suaves. —Soltó una carcajada—. Parece que Crowley no te ha podido enseñar bien.

—M-Mi padre no tenía tiempo.

—Normal que no la tenga —contestó en un tono más calmado, mirando hacia el otro lado donde estaba el profesor—. Podría dar más tareas a nosotros para que al menos pudiera entrenarte como es debido, pero no claudica. En fin.

Volvió a mirarme, pero esta vez lo hacía apenado. No fue por mucho tiempo. Negó rápido con su cabeza y miró a Enilo.

—Tengo cosas que hacer, jovencitos, así que si me disculpáis...

Vi como Meirl se marchaba hacia Enilo. De algo importante parecían querer hablar por como sus rostros se habían vuelto más serios. Quise escuchar, pero Keisi se acercó preguntándome si su padre era genial. Respondía con afirmativas vagas, sin quitar la atención hacia la conversación de Einlo y Meirl.

—Me temo que hay que tomar medidas un poco más duras en las clases, Einlo. Estos jóvenes tienen que ser guerreros lo antes posible —susurró Meirl.

Unas que me hicieron despertar la curiosidad y lassospechas.

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