Capítulo 15: Lo que nunca dije.
La edad afectaba de manera progresiva. Eilu envejecía sin remedio alguno a la vez que crecía y aprendía mis capacidades. La sonrisa era dibujada temporalmente en mis labios cuando me daba cuenta que tenía quince años, pero desaparecía cuando veía a mi padre sentado sin poder levantarse de la silla.
—Tranquilo, padre —murmuré, acercándome con cuidado para agarrar su brazo derecho—. No es necesario que salgas, sabes que puedo hacerme cargo de todo.
Eilu me mostró una sonrisa tranquila.
—¿Tan mayor estoy para no poder salir a por aire fresco? —preguntó con una ligera risa.
—O-Oh, claro, eso sí —respondí, rascando mi cabello.
Le acompañé hasta la entrada, encontrándonos con las mismas nubes. El aire era mucho más frío que en otras ocasiones, pero no nos impedía estar afuera, disfrutando de esa paz que teníamos.
—¿Quién me diría? —La voz de Eilu sonó grave y cansada—. Ya solo te queda aprender la transformación para que seas un Drasino de verdad... Y veas a Crowley.
Bajé la mirada y afirmé. Apreté un poco mis labios y a punto de hablar, escuché unos sonidos que captaron nuestra atención. Ichi y Seiño se habían despertado.
—Parece que tienes cosas que hacer, ¿no es así? —preguntó Eilu, sonriendo ante la presencia de mis amigos.
—Sí. Ya sabes la rutina que tengo —murmuré, acercándome a mis compañeros para agacharme. Ambos subieron por mis brazos para agarrarse a mi cabello.
—Aun me cuesta creer lo que estás consiguiendo, hijo. —Escalofríos inundaron mi espalda, mirándole de reojo—. En verdad, me cuesta creer que Ichi empezara siendo tan pequeño.
—Su tamaño no debería engañarte, padre —contesté, soltando una leve risa—. Ichi ha estado haciendo esto durante un largo tempo. No me extraña que conociera tan bien los bosques y los protegiera. Lo único que necesitaba era alguien para darles un refugio, y aquí llegamos.
—Me encantaría ver de nuevo ese sitio —admitió, bajando un poco la mirada—, pero mi cansancio cada vez me afecta más.
Le miré apenado, tragando en seco. Dudaba que Eilu pudiera enseñarme más por las condiciones que estaba.
—Trata de descansar —le pedí, acercándome con cuidado para agarrar mis manos—. Capaz si consigues la suficiente energía, puedas verlo de nuevo.
Siguió mis pasos a ritmo tranquilo. Me analizó de arriba abajo y soltó una leve risa. Se sentó en la silla, soltando un largo suspiro de cansancio.
—Y pensar que cuando te vi, eras un renacuajo —comentó con una risa. Sonreí, cruzando mis brazos—. Ahora mírate. Quince años y ya tienes la altura de un Drasino promedio.
—Aun me queda crecer... —murmuré, sin mirarle ante la vergüenza.
—Sí, pero este tiempo me has logrado sorprender, y más ante las actitudes que has tomado con la naturaleza. Ningún Drasino haría tal cosa.
—La excepción está en que yo soy mitad Elina y tú has visto como son las cosas —respondí, viendo como Eilu afirmaba con lentitud.
Suspiró y se recostó en la silla.
—Eso me recuerda que no debo entretenerte más. —Me miró y sonrió—. Ve, luego hablamos más. No te preocupes.
Afirmé, despidiéndome de Eilu para salir rápido de la cueva con mis alas. No pude evitar mirar la entrada de mi hogar por unos segundos para dirigirme al norte.
Todo había cambiado demasiado. El tiempo me había dado la experiencia para comprender la Selva de Ien, y gran parte se lo debía a Ichi. Comprendí la actitud de una gran parte de los animales, marcándolos como me indicaba Ichi para que fueran protegidos e identificaran el refugio que se había creado durante este año.
No solo nos asegurábamos de los animales, sino que también hacíamos lo mismo con los árboles de la selva. Dejaba el vuelo a un lado, aterrizando con cuidado para acercarme al árbol. Ponía mi mano derecha en el tronco y cerraba mis ojos, respirando lo más hondo posible.
«Respira hondo y cálmate», me repetía, sintiendo en mi brazo derecho como las enredaderas, raíces y hojas envolvían mi brazo. Algunos árboles apretaban con fuerza, otros eran como una caricia y algunos eran incapaces de tocar siquiera mi mano. Su forma de expresarse era una que me dejaba sin palabras, aunque ya lo hubiera repetido varias veces.
Ichi era el causante de que aprendiera esta forma de calmar sus emociones y que fueran protegidos por la marca que al final dejaba. Según pude comprender de sus gestos, era como un canal, uno que aportaba mi paz y calma para que los bosques de mi alrededor no tuvieran miedo de lo que pudiera ocurrir.
Y podía asegurar... que muchas de las historias que me dejaban, eran realmente interesantes.
—¡Ichi!
Retiré la mano con cuidado, viendo la marca en el árbol. Sonreí aliviado para luego mirar la palma de mi mano. Las raíces caían con cuidado hacia el suelo, otras en cambio se unían a mi cuerpo.
—Este árbol no ha tenido una historia que contarme —murmuré, mirando hacia Ichi en mi brazo—, aunque se mostraba agradecido.
Afirmó con una gran sonrisa, una que me contagió.
—Es... doloroso lo que han sufrido —susurré, bajando mi mano—. Una pelea sin descanso por parte de nuestra raza. Esas deformidades destructoras... pero, por desgracia, también las Elinas. —Suspiré—. Han sido testigos de una guerra horrible en donde han caído diversos animales o la vegetación que nos rodeaba... Ni siquiera sé cómo no se ha quemado todo esto.
Los golpes ligeros de Ichi hicieron que lo mirara.
—Vosotros y la naturaleza —supuse. Mi pequeño compañero afirmó—. Sois increíbles. No sé cómo aguantáis.
Ichi bajó un poco la cabeza. No duró mucho cuando Seiño bajó por mi brazo, señalando hacia el norte. Hice caso, viendo en uno de los árboles varias setas de colores amarillentos atados a él.
—¡Oh! ¡Son más Murslones!
Apuré mis pasos para acercarme. Estaban todos unidos en el tronco del árbol, desprendiendo unas esporas blancas que frenaron en cuanto me vieron. Con cautela, acerqué mi mano para que Seiño se uniera a ellos.
—Me imagino que estarás a su lado para que haya más a su lado, ¿no? —Vi como afirmaba con lentitud. Me miró por unos segundos y abrazó mi mano, aportando un calor agradable. Reí con delicadeza—. Está bien, Seiño. Nos veremos más veces, pero tu tarea es importante para preservar a los tuyos y guiarlos al refugio.
Afirmó para luego mirar a Ichi. Se abrazaron con todo el cariño visible para luego despedirse. Me miró por última vez, sonriendo como nunca para luego saltar al árbol. Se agarró al tronco, y pronto su rostro fue desapareciendo, volviéndose una seta normal y corriente.
Suspiré, alejándome para ver a Ichi en mi hombro.
—Tocará ir al refugio —susurré. Afirmó sin dudar—. Vayamos entonces. No quiero tardar demasiado.
Empecé a correr por los bosques, ya que volar empezaba a ser arriesgado a estas horas. Mis pasos resonaban junto el movimiento de las hojas. Animales se acercaban en mi carrera como si fuera una forma de saludarme o acompañarme al refugio. Ni uno se mostraba hostil o desconfiado hacia mí, lo que lograba sacarme una sonrisa aliviada.
«Solamente quedan las Urogias, pero Ichi me aclaró que estos se encuentran cerca del Templo de Insensibilidad. Acercarme ahí sería una posible muerte ante la presencia de los Drasinos. —Tragué saliva con dificultad—. Acercarme ahí es... imposible».
Pronto llegamos al refugio. El cielo encapotado era presente, pero no era tan deprimente, sino que parecía caer unos pocos rayos de luz que daban una esperanza inusual al lugar. El huerto descansaba en calma, mostrando unos colores verdosos que ninguno se podría creer ante lo desesperante que se mostraba antes.
El milagro de la naturaleza era uno que presencié con el paso de los días. La tierra húmeda se adentraba por mis fosas nasales, respirando lo más hondo posible para cerrar mis ojos con una sonrisa presente.
«No todo está perdido. —Abrí mis ojos—. Capaz se pueda hacer algo. Aun hay esperanza. Aun podemos salvar a los animales y bosques... —Giré mi cabeza hacia la derecha, en dirección hacia los camino que llevaban hacia Ineas—. Aun se puede hacer algo si hago frente a mi padre».
Una vez realizamos nuestras tareas diarias, nos marcharíamos a nuestro hogar con los alimentos que nos eran necesarios. Me guiaba por las marcas que había dejado en los árboles, agradeciendo que estas estuvieran aún estables.
Avanzaba a paso ligero a pesar de estar cargado, y todo gracias a mis entrenamientos diarios que hacía por las mañanas. Sonreí sin querer. Aun me era complicado procesar como todo había empezado. Eilu había sido como una mano brillante que disipaba la oscuridad de mi alrededor. Una ayuda que estaría a mi lado hasta el final de mis días.
Me dolía verle cada día tan cansado, siempre sentado o tumbado en la cama. Su sonrisa me dejaba en claro que, a pesar del dolor, estaría ahí para enseñarme.
—Si sigo así, puede que pronto consiga la opción de transformarme. Será pronto, y si consigo controlar esa energía, podré... acabar con mi padre —susurré, caminando a ritmo ligero, mirando hacia mi alrededor con atención.
A Ichi también le debía mucho por lo que me había enseñado de la naturaleza. Era una pena que no pudiéramos comunicarnos, y aun así tuviéramos tantos años de amistad.
—Ichi, ¿algún día podré entender tu idioma? Ya sabes, hablarlo o que me lo enseñes...
Vi como me miraba con atención, poniendo su mano en su barbilla y afirmar.
—Eso sería genial. —Sonreí, mirando hacia enfrente—. Algún día...
Frené mis palabras y mis pasos. Mis ojos se centraron en algo que me dejó con la boca un poco abierta. Sin respiración. Sudores. Temblores en mis manos.
—N-N-No...
Giré mi cabeza poco a poco hacia la izquierda, encontrándome con la misma marca en todos los árboles que había por el camino que siempre tomábamos.
—Una c-cruz... una...
Otra vez sin palabras. Miré de nuevo el árbol. La cruz que tenía estaba por encima de la letra que había marcado en el tronco, una que era difícil de detectar.
—Lo saben... ¡Lo saben!
Solté la comida sin importarme nada más que las marcas. Eran precisas. Un animal no lo podría haber hecho, era imposible. Empecé a correr, viendo que la cruz pasaba a ser un corte cada vez más agresivo hasta destrozar los troncos. No podía ser hecho por un animal. Ellos embestían y destrozaban. Estos cortes eran precisos, como si los hubiera cortado con una herramienta o...
—¡Son Drasinos! ¡Ellos hicieron esto!
Corrí lo más rápido posible. Tenía que volver a casa y escondernos. Me alejaba del camino central, sin perder el rumbo hacia mi casa. Ichi se agarraba a mi cabello, pero sin decirme nada porque comprendía la gravedad del asunto.
Pronto salí de la selva. Seguí avanzando sin parar hasta que pronto encontré mi casa, pero sin las lianas que cubrían la entrada.
Sonaban tambores en mi corazón. El aire apenas entraba por mi nariz y garganta. Inmovilizado porque algo o alguien me obligaba. Agarré a Ichi para dejarlo en el suelo. Golpeó mi mano, pidiéndome que le dejara ir, pero no le había dado opción alguna cuando emprendí el vuelo y fui directo a mi hogar.
«Atreve a tocar a Eilu y verás de lo que soy capaz. Atrévete a...»
Aterricé en la entrada de mi casa, y ahí pude verlo todo.
—Así que aquí es donde te habías escondido...
Todo mi cuerpo se volvió hielo al encontrarme un escenario del que mis lágrimas deseaban salir como nunca, pero las contuve al ver parte del rostro del Drasino que me miraba de reojo con una media sonrisa.
—¿Sabes? Ha sido imprudente de tu parte usar la energía de Insensibilidad —me admitió mientras iba girándose, mostrando lo que su mano izquierda agarraba—. Por culpa de eso has llevado a la muerte de Eilu., y esta vez de verdad.
Lo veía todo borroso. Tambaleaba de un lado a otro, ¿o de verdad lo estaba haciendo? No lo tenía claro, solo veía a Eilu. Por Insensibilidad, no quería. No con ese condenado mirándome con una sonrisa divertida mientras soltaba su cabeza, sin importarle la sangre.
Habían sido amigos. Ambos eran sabios. Ambos fueron...
—A la próxima deberías...
No sé bien cómo pude moverme. Algo me chillaba. Una mujer que me pedía actuar, huir, pero no lo hice, asestándole de lleno un golpe en su cuerno izquierdo del que casi se rompía.
Mi movimiento rápido y brusco lo tomó por sorpresa, pero eso no le impidió agarrarme de la pierna para estamparme contra el suelo. Justo al lado del cuerpo muerto de Eilu, donde su corazón había sido perforado por un puñetazo directo.
—¡Oh! ¡Nada mal, hijo mío! ¡Ha sido un gran golpe! ¡Parece que Eilu ha sabido hacer de padre durante todo este tiempo! —contestó Crowley con una risa escandalosa. Agarrándome de nuevo de la pierna, me arrastró para quedar justo debajo suya—. Veamos, entonces cuánto te ha enseñado y si de verdad eres digno de volver a Ineas.
Trató de darme un puñetazo como había hecho con Eilu, pero logré hacerme a un lado. Escuchando de nuevo esos tambores, vi como mi padre se movía de un lado a otro, pero era mi mala visión. Apreté mis dientes mientras me preparaba para otros de sus ataques.
—He de admitirlo, no daba nada por ti. Deberías agradecerle a Eilu por seguir con vida, pero él no...—contestó, manteniendo la sonrisa—. Se me hacía extraño que muriera en el Templo de los Tres Sabios. Hice bien en sospechar, pero no me pensaba que fuera a estar contigo. —Rio por lo bajo—. Gracias por darme esas señales sobre cómo encontrarte.
Su sonrisa hacía que mi pecho se quemara cada vez más. No podía pensar nada con claridad. ¿Le pegaba de nuevo? ¿Le intentaba quemar? ¿Qué debía hacer? Huir no era una opción si durante este tiempo me había entrenado para encontrarme con él, aunque no de esta manera.
Como deseaba llorar, chillar y descargar mi rabia en gestos llenos de impotencia, pero no debía al saber que un mal movimiento, llevaba mi muerte.
«Los bosques. Ve a los bosques...»
—¿No vas a atacarme? —preguntó mi padre con una ligera risa para luego mostrar un rostro serio—. Bien, será mi turno de nuevo.
Cuando su puño estaba enfrente de mi rostro, pude frenarlo con mis manos. Una mala decisión, porque su fuerza era tan grande que me empujó fuera de la cueva. Antes de caer, pude mantener el vuelo. Veía como mi padre iba de nuevo, listo para atacar, por lo que no me quedó otra que meterme por la selva para moverme de un lado a otro.
—¡No me decepciones de esta manera! ¿¡Vas a huir?! ¿¡Vas a ser tan cobarde?!
Miraba de reojo hacia mis espaldas, ignorando sus palabras. Me movía sabiendo bien que camino tomar.
—No me subestimes, padre —murmuré, girando bruscamente hacia la derecha, metiéndome en medio de miles de árboles gruesos y alargados.
Me escondí lo alto de estos, viendo a mi padre como frenaba el vuelo para empezar a caminar.
—Las Elinas se escondían en lo alto de los árboles para atacar. Parece que tú también tienes esa mala costumbre —contestó, alzando un poco sus hombros—. Y yo que pensaba que serías un Drasino de verdad.
Poniendo mis manos en las ramas, solté un poco de aire por mi boca de forma que solté un silbido. Aquello captó la atención de mi padre, girándose para ir directo hacia mí.
—¡Te encontré! —respondió mi padre, a punto de pegarme.
—Y ellos también.
Rápidamente me hice a un lado, viendo cómo varios búeon iban directo hacia mi padre. Las plumas negras y blancas de gran tamaño dejaban en claro su peligrosidad, una que demostrarían al atacar sin piedad. Hirieron cada parte de su piel mientras me movía a su alrededor para pegarle justo a sus espaldas y desestabilizar su vuelo.
Cayó contra el suelo, pero se levantó con rapidez para mirarme con los ojos bien abiertos. Su sorpresa no duró por mucho tiempo cuando su sonrisa apareció al igual que la energía insensible de sus cuernos.
—Me preguntó qué ha ocurrido en estos años, hijo mío, porque para ser un traidor se te ha dado demasiado bien.
—¡Son las consecuencias que has tenido por dejarme solo! ¡La naturaleza ha sabido entenderme!
—No por mucho tiempo.
Abrí mis ojos al ver que la energía que canalizaba no era para quemar los bosques como creía, sino para algo mucho peor. Traté de impedir sus acciones, pero aun canalizando su poder, pudo atacarme con más fuerza que antes, riéndose ante mi comportamiento.
—¡¿Qué te creías!? ¿¡Capaz de derrotarme?! ¡No sabes nada sobre cómo ser un Drasino! El poder que tenemos ya la ha visto más de una vez. ¡Adelante! ¡Enfréntate a mí como has hecho! Usa esos cerdos trucos, pero te aseguro que si lo haces, no tendrás opción a vivir.
Iba a transformarse, iba a hacerlo y ante eso no tenía nada pensado. Los búeon no podrían hacer frente a ello, eran pequeños a comparación de la transformación que pudiera tener, pero aun con ello no parecían tener miedo. Se acercaban a él para detenerle, y no era lo único.
Los árboles que rodeaban a mi padre parecían moverse por como las raíces y enredaderas se movían. Fueron discretas, lo suficiente para tomar por sorpresa a mi padre para perforar sus brazos y su pecho, pero no era tan fácil al ser tan fuerte, como si fuera un tipo de mineral, por lo que solo podían retenerle.
«¡Huye! ¡Ahora!»
Una parte de mi decía huir, pero otra me decía quedar. ¿¡Cómo iba abandonarlos?! ¡Era mi padre! ¡Solo yo podía hacerle frente! Era una obligación, y más cuando veía el cuerpo de Eilu en el suelo. Las lágrimas caían sin descanso, apretando mis puños, listo para atacar.
Hasta que el rugido de una Urogia logró despertarme, mirando a mi alrededor angustiado. Mi padre soltó una risa escandalosa, retirando de un gesto brusco las enredaderas.
—¡Ahora esto será más divertido!
Sus cuernos mostraron un color oscuro que los envolvía por completo. Las marcas aparecieron en su cuerpo, viéndose como su forma empezaba aumentar. Mis piernas temblaban sin descanso, obligándome a huir aunque no lo deseara. Corrí lo máximo que pude, evitando los obstáculos, escuchando el odio mezclado con la ira al destrozar los árboles que había en la selva.
No solo era el dolor que tenía, sino que también escuchaba los gritos llenos de pavor. Eran los árboles, los escuchaba y esto solo hacía que las lágrimas cayeran sin remedio alguno, evitando los obstáculos que había en mi camino.
Aunque por desgracia, uno de estos frenó mis pasos, girándome para ver uno de los árboles caer encima de mí. Intenté apartarme, pero el inesperado golpe en mi cabeza me hizo caer contra el suelo. Traté de levantarme, pero el cansancio hizo que cerrara mis ojos.
Lo último que vería, sería las enredaderas, hojas y hiedras cubrir mi cuerpo en medio del desastre. El rugido de las dos bestias resonó en mis oídos, pero cada vez era más distante, lo que me permitió relajarme hasta caer inconsciente.
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