Capítulo 1: Supervivencia.
Solo tengo imágenes cruzadas en mi mente, pero no quiero recordarlas porque son un puñal en mi espalda. Lo poco bonito que hay debajo de esa piedra, fue cuando conocí el exterior de la cueva donde vivía con mi padre.
Ineas era un lugar que pocos podrían gustarle por las imponentes montañas empinadas con ríos y cascadas decoraban a su alrededor. Frecuentaba la nieve, las nubes y la niebla. No veía el Sol, el frío era presente al igual que las heladas que nos hacía complicado salir.
—¿Se puede saber qué haces afuera?
Sin cuidado alguno, agarró mi brazo para meterme en casa. La voz dura y grave de mi padre me tomaba de imprevisto, más con la mirada de ojos blancos que parecía carecer de pupila.
—Y-Yo...
—Te he dicho que no hables, niñato estúpido.
Casi logró darme un puñetazo en mi rostro de no ser que logré ocultarme entre las sábanas que había en el comedor. No dije nada y vi como mi padre se iba de casa bajo un largo suspiro lleno de frustración. Esto era lo más normal desde que tuve consciencia, que sería sobre unos cinco años.
La soledad y el aburrimiento fueron unas compañeras que tuve que aceptar. Pasaban las horas sin saber nada de nadie. Mi padre salía de casa con el motivo de trabajar. ¿De qué? No lo sabía. En sí, era un milagro que pudiera ver un poco del exterior y comer algo cuando me lo traía.
Casi siempre me encontraba con su rostro malhumorado, musitando palabras que casi nunca comprendía. Daba vueltas de un lado a otro, viéndose la angustia en sus hombros y en sus ojos que cambiaban de color. A veces eran blancos, otros rojos y muy pocas veces amarillos. Cuando mi padre tenía ese color, me pedía perdón por todo lo que estaba ocurriendo.
—¿P-Padre?
—Solo ten paciencia. —Me pedía a duras penas, como si su voz débil sufriera ante un daño que había en su interior—. Sé fuerte, hijo mío. Sé lo más fuerte que puedas y sal de aquí cuando tengas la oport...
Por desgracia, esa actitud compasiva duraba poco cuando gritaba de dolor, poniendo las manos en su cabeza. Pocas veces le había visto de esta manera, menos cuando pequeñas lágrimas salían sin control.
—¿Q-Qué estás dije-
—¡Te he dicho que cierres la maldita boca!
Los golpes y cortes de mi padre eran demasiado duros. Más de una vez me levantaba sin saber cuanto tiempo había dormido. Daba la sensación que todo mi alrededor daba vueltas, pero ¿lo más curioso? Es que esos golpes no eran tan dolorosos como creía. Sí, puede que el impacto me dejara inconsciente, pero no era tan doloroso. Solo me dejaba una marca en mi joven cuerpo.
Así habrían sido gran parte de mis años. Realmente desconocía el tiempo que vivía, pero era un bucle en el que intentaba adaptarme como mejor podía. Mis sentidos mejoraron al tener que sobrevivir. Buscaba siempre la forma de salir, porque ir por los túneles de las cuevas no era posible. La piedra que cubría la entrada era demasiado grande y pesada.
Hasta que un día, el sonido de la piedra moviéndose captó por completo mi atención, girando mi rostro hacia alguien que jamás había conocido.
Su rostro cansado y mayor lo decía todo al mover la roca, pero no le importó cuando me miró. Sus ojos brillaban de esperanza, sonriendo y riéndose desesperado para luego poner la mano en su rostro. Negó con su cabeza y miró por todos los lados.
—¿Y ahora que hago? Como me vea me matará —murmuró, observando la cueva. Era pequeña, oscura y poco agradable de vivir ante los pocos muebles de piedra—. Tú eres... ¿el hijo de Crowley?
Tragué saliva y afirmé un poco dudoso. Este soltó una risa aun más desesperada, poniendo la mano en su rostro.
—Por Insensibilidad, si era cierto. —Me observó para luego negar—. ¿Cuánto tiempo te ha dejado encerrado este desgraciado? Pareces tener ocho o diez años.
Alcé un poco mis hombros sin decir nada.
—¿Acaso eres mudo? —preguntó. No di respuesta. El mayor puso la mano en su frente con los ojos bien abiertos—. Por Insensibilidad, ¿pero acaso no te enseñó lo básico? ¿Te iba a tener encerrado para siempre?
Apreté un poco mis labios y suspiré.
—¿Me hará daño si hablo?
Dio unos pocos pasos hacia atrás. Casi se caía al suelo de no ser que se agarró a tiempo.
—Eso explica todo —musitó, mirando hacia la cueva y luego a mi—. ¿Qué demonios hago? Si te llevo lo más probable es que...
Agarró sus cuernos sin saber dónde mirar. ¿Parecía llorar? No lo tenía claro ante la oscuridad. Solo sé que se acercó un poco para examinarme.
—Tienes diez años —aseguró, mirando los cuernos de mi cabeza—. Han crecido a la estatura media, pero no tienen poder. ¿¡Qué está haciendo tu padre contigo?! ¿¡Qué está haciendo?!
Me cubrí la cabeza cuando alzó su rostro. Este gesto le tomó por sorpresa, pero de inmediato paró y dio unos pocos pasos atrás. Respiró hondo y miró al exterior de la cueva. Suspiró.
—Intentaré ayudarte, pequeño —murmuró, rascando su cabeza sin saber dónde mirar—, pero no mereces vivir en este desastroso momento.
—¿A-A qué se refiere? —pregunté, retirando las manos en mi rostro.
—Te lo iré diciendo, pero por ahora no me puedo quedar —explicó, mirando de nuevo al exterior de la cueva—. Volveré. Estaré contigo. No te haré daño. Solo... buscaré la forma de sacarte de aquí. Lo haré. Solo dame tiempo, ¿vale? Y no digas nada de esto a tu padre, por favor.
No supe bien sus acciones, pero no me quedó otra que aceptar.
—Aunque, ¿podría saber su nombre?
Su mirada relajada con una media sonrisa se presentó.
—Fui amigo de tu padre —admitió, bajando un poco su mirada—. Mi nombre es Eilu, chico.
No conocía ese nombre, aunque mi padre jamás me decía nada sobre los demás.
—Oh... M-Mi nombre es Kemi, al menos es el que dice mi padre —murmuré, viendo como su sonrisa se ampliaba.
—Es un gusto conocerte, Kemi —respondió, mirando de nuevo hacia la grandiosa cueva—. Juro que nos veremos más veces. No estás solo en esto.
Y tras mover la piedra a su sitio, se marchó, siendo testigo de la soledad. Al menos no era tan malo cuando había conocido a alguien que parecía ser amable.
La aparición de Eilu era espontánea. Aparecía cuando mi padre no estaba en casa. Movía la grandiosa roca y con ello me explicaba todo lo que tenía curiosidad. Me hacía saber verdades que no me atrevía preguntar a mi padre.
—Llevarte conmigo no será fácil, Kemi —explicó Eilu, dando vueltas de un lado a otro por la cueva—. Tu padre es rápido y no dudará en buscar en todos los bosques que rodean Ineas para encontrarte. Y no entiendo por qué.
—¿Hay bosques en Ineas? —pregunté con los ojos bien abiertos.
Me miró con una sonrisa apenada.
—No son seguros de ir, pero los hay. ¿Acaso tu padre no te mencionó sobre los Ineas?
—No me dijo mucho... O nada.
Eilu rascó su cabeza sin saber dónde mirar.
—Ineas es la ciudad. Eran cinco pilares y cada uno marcaba los puntos más importantes de nuestro hogar. —Me miró—. Me imagino que no te habrá dicho nada sobre los Lagos del Cuidado, los Tres Circulos de la Frialdad, el Templo de los Tres Sabios o el Templo de Insensibilidad.
Abrí mi boca como nunca.
—No...
—Me lo temía. —Puso la mano en su frente y negó—. No entiendo qué está haciendo contigo. Ni siquiera sé cómo he tenido la suerte de encontrarte contigo. Pensaba que era imposible, pero...
—¿Acaso mi padre habla de mi a los demás?
Eilu soltó una risa nerviosa.
—No, chico. Créeme que no, y no lo entiendo si eres su hijo. Debería entrenarte para ser como él.
Fruncí el ceño, agarrando las sábanas con fuerza.
—No quiero ser como mi padre.
Eilu me analizó con detenimiento.
—Claro, no te habló de los Tres Sabios ni los puestos de poder —supuso. Suspiró y negó—. No entiendo por qué no te llevó a la escuela.
—¿Escuela?
—Los Drasinos menores de edad son cuidados por los profesores cuando los padres no pueden ser cuidados —explicó, cruzando sus brazos—. No entiendo por qué no te llevó. ¿Acaso miedo? —Frunció el ceño—. ¿A qué?
Suspiró una vez más, mirando hacia el suelo irregular para luego observar el exterior de la cueva.
—Tendría que haberte enseñado a volar, controlar tu fuerza... A ser un Drasino de verdad.
La mayoría de las palabras de Eilu eran desconocidas para mí. No era la primera vez que lo hacía cuando otras veces me contaba historias o leyendas que me eran difíciles de creer. En sí, desconfiaba un poco de él al no tener pruebas directas.
—No me queda otra que irme de nuevo, Kemi —musitó, apretando un poco sus labios—. Recuerda que...
—¿Por qué me ayuda?
Movió su cabeza en mi dirección y rascó su cabeza.
—Los motivos son complicados de explicar, Kemi —admitió, desviando un poco la mirada—. Sabes que te mencioné ese problema que ocurrió años atrás. Desde ese entonces tu padre ha cambiado de forma radical y no es consciente de muchas cosas, ¿entiendes?
—¿Pero por qué lo hace?
Eilu suspiró.
—Lo irás entendiendo a la larga, Kemi. Pero por ahora no puedo hablar si tu padre viene.
Afirmé, aunque estaba inconforme. Con Eilu al menos aprendía algo, aun si era una posible mentira. Conversaba con alguien, aprendía cuando tenía el tiempo para enseñarme a leer o escribir. Me admitía todo lo que ocurría en Ineas y era cuanto menos interesante. Una historia que me era complicada de creer, pero, ¿qué otra información tenía? Mi padre nunca me decía nada y era algo que incluso a Eilu le extrañaba.
Cuando se marchó, agarré mis sábanas y me escondí bajo estas, fingiendo que dormía. Esperé a que mi padre llegara sin decirme nada más que darme la comida que necesitaba.
Las cicatrices de su rostro dejaban en claro la pelea tuvo hace poco. Eran cada vez peores. No sabía cómo podía mantenerse en pie como si nada le importara. Soltó un largo suspiro, poniendo la mano en el entrecejo para mirar hacia enfrente.
—¡Tienen que limitarnos las salidas! —Se acercó a la mesa para mover los objetos con rabia, escuchándose varias rocas romperse—. ¡Ja! Que sigan así, no solo tendrán que verlas con nosotros, sino todo lo que tienen detrás. Que sigan adentrándose, no tienen ni idea.
Apretaba mis labios e intentaba controlar mis lágrimas, pero era complicado si mi respiración acelerada me delataba.
—¡Kemi! —gritó, girándose—. Mañana te llevaré hacia la escuela de Ineas.
—¿P-Po-
—¡No me repliques! —El puñetazo que dio a mi lado hizo que las sábanas cayeran, encontrándome con sus ojos rojizos—. No debería ni preocuparme si esas asquerosas van a por ti, ¡pero aun así lo hago! Asi que mantén la boca cerrada.
Afirmé en silencio. Retiró el puño izquierdo de la pared y me dio la espalda. Lo observaba con atención, escuchando las pulsaciones de mi corazón acelerado. No comprendía porque en ese instante, las pulsaciones eran como un sonido fuerte, constante que incluso retumbaba en mi interior. Tampoco entendí porque en mis manos salían unas líneas blancas.
Intenté quitármelos y estos desaparecieron como polvo, pero no quedó ahí. Mi padre se giró en dirección al exterior de la cueva.
—¿Qué ha sido eso? —Dio unos pocos pasos hacia delante—. Ah, ¡no puede ser! ¡Iban a llegar aquí tarde o temprano! ¡Lo sabía!
Y volando, me dejó solo en casa una vez más.
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