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Capítulo único

Nunca había tenido problemas en la escuela, era una persona tranquila y cordial, siempre atento a las clases, sacaba las puntuaciones más altas, tenía muchas chicas a su alrededor; pero jamás llegó a interesarse por ninguna. Era respetado, querido, un ídolo, hasta el "puto" día en que él llegó.

Entró al salón de clases con el uniforme desarreglado y sucio, además de que llegaba tarde. Fulminó a todo el mundo con la mirada, mientras el presidente del aula pasaba la lista.

—¡Tú! —dijo señalando al chico con un dedo—. ¿Eres el presidente de esta aula?

Realmente el otro chico, en ese momento, quería decirle mil cosas: el respeto que debía tener por el profesor que estaba al frente del salón, por sus compañeros de clase, por él como presidente, que no debía asistir a la facultad ni a la universidad tampoco en "miserables condiciones"; pero enmudeció, sus labios se juntaron y quedó perplejo.

—Jovencito, ¿usted quién es? —pregunta el profesor, molesto, arreglándose los espejuelos que portaba para observar bien al irrespetuoso alumno.

—¿Yo? —dice en tono de burla, señalándose dramáticamente como si él fuese el ofendido—. Una persona, ¿acaso no me ve? —Mira al profesor de pies a cabeza—. Bueno, si usa espejuelos es porque está miope.

Varios de los estudiantes del salón se echan a reír y el presidente de la clase, después de comprender que aquel chico desaliñado era un completo payaso, perdió los estribos. Va hacia el chico, lo agarra por el cuello de la arrugada camisa que vestía, levantándolo en peso, lo mira a los ojos con furia, mientras sentía la respiración de la otra persona golpear su rostro.

—El director Kim —dice, plácido—, te quiere en su despacho, presidente —culmina, dividiendo en sílabas la última palabra.

El otro chico lo suelta lentamente y sale del aula chocándolo por un hombro, en tanto en su cabeza rondaba el recuerdo del aliento del chico deslucido; el recuerdo de caramelo de chocolate con alcohol.

Cuando llega a la oficina del director de la escuela, toca la puerta con molestia.

—¡Adelante! —se escucha desde su interior.

El chico abre la puerta y una vez dentro de la oficina, la cierra, azotándola. Pero en contraste con su actitud, su rostro, ante la presencia del hombre que se hallaba sentado en una silla tras su buró, se mostraba sereno. 

—¿Me mandó a llamar?

—Sí, siéntate —le indica un asiento vacío frente a su escritorio, donde el chico se sentó y lo miró con desdén—. No me mires así Jin —dice el hombre, conocía bien el motivo de la actitud de su hijo—. Ese muchacho, necesita ayuda.

—¿Quién es él papá? —pregunta, acomodándose en la silla—. ¿Qué hace aquí?, porque no parece tener dinero ni para pagar la universidad. Explícame.

—Pues la pagó —el hombre se levanta, dejando una mano apoyada sobre la mesa—. Con su sangre, sudor y lágrimas, pagó sus estudios. Y ese muchacho, es tu nuevo pupilo.

—¿Qué? Creo que no estoy entendiendo bien.

—Qué tendrás que darle clases hijo, porque así lo decidí yo. Empiezas esta misma noche, ve preparándote.

Jin, el chico más codiciado de la Facultad de Artes por su belleza, quedó consternado ante la noticia. Acababa de convertirse en profesor de un guiñapo humano, porque así lucía para él aquel chico desaliñado. Y no estaba de acuerdo.

Regresó a su salón de clases sin expresión alguna, neutro; pero aquel joven de cabellera verde, al cual el título "payaso" le venía como anillo al dedo, no estaba ni por los rincones. Se sintió aliviado de no verlo, no obstante, sabía que volverían a encontrarse y que su vida, ya no sería la misma de siempre.

La noche llegó más rápido de lo que Jin esperaba, su padre le había dicho que a las 8:30 p.m., después de la cena, comenzaría las clases extras para aquel chico peliverde; pero ya eran las 8:29 p.m. y este no había asomado sus narices por todo el lugar, ya que su padre le había dado la dirección de su casa. 

Jin ya estaba viéndose en su cuarto, tirado sobre la cama pataleando y conteniendo las ganas de gritar, no de tristeza ni de desilusión, sino de felicidad; pero justo cuando el reloj marcó las 8:30 p.m. el timbre de su puerta sonó. Había estado en la sala esperando, deseando que ese chico no llegara, sin embargo, al abrir la puerta ahí estaba, como un espantapájaros, parado en las escaleritas que dan frente a la entrada de su puerta.

—Buenas noches, maestro —saluda con burla.

—Buenas noches, clown —le devuelve el saludo, con una sonrisa ladina—. Adelante —le indica que pase.

El peliverde entra y sus ojos hacen una inspección de rutina por toda la sala de la casa. Jin cierra la puerta y se gira hacia donde estaba el "no bienvenido" para llevarlo hacia el salón de estudios y comenzar las clases. Cuanto más rápido empezaran, más rápido terminarían. 

—Te pudres en dinero, ¿no?

«Y tú te pudres en el chiquero», piensa; pero cree que es mejor no decir nada. Estaba molesto con su padre por obligarlo a hacer algo que no quería, estaba molesto por el mal comportamiento y aspecto de ese chico, más sabía que no podía criticarlo de esa manera tan cruel, porque desconocía las cosas por las que ese chico habría tenido que pasar para pagar sus estudios, tampoco conocía sus condiciones de vida, si pasaba hambre, si dormía bien. Él siempre lo tuvo todo, en cierto modo, como a veces le decían algunos de sus compañeros de aula, tal vez por envidia, que él había nacido en cuna de oro. 

Jin desconocía lo que era el hambre y la miseria, lo que es perderlo todo, lo que es marcar y desgarrar tu cuerpo por dinero, lo que es sentirse sucio y miserable. Jin desconocía todas esas cosas; cosas por las que tuvo que pasar ese chico, ese peliverde desaliñado.

—Por cierto, Jin —voltea a verlo—. ¿Sabes mi nombre?

—Sí, mi padre me dijo tu nombre: Min Yoon Gi. 

Clases extras, todas las noches, menos los fines de semana. Yoongi amaba esas clases; aprendía, conocía, mejoraba y, lo que menos imaginó: se enamoraba, y cada vez más, de aquel chico pelinegro y de labios abultados, labios tan rojos como una manzana, tan apetecibles como esa fruta prohibida, como esa fruta del mal. 

Yoongi había cambiado, gracias a Jin, ahora lucía como un niño pulcro y aseado, sacaba buenas notas en la universidad y hasta había hecho algunos amigos. Jimin, un chico que lo perseguía a todos lados para que los "matones" de la facultad no lo molestaran, y, a pesar de que Yoongi daba más miedo que esos chicos, se sentía seguro a su lado. También estaba Jungkook, un jovencito con dientes de conejo que cantaba como los dioses, lo envidiaba y lo admiraba al mismo tiempo; pero aquellos dos chicos eran para él como sus hermanos pequeños, a los que quería proteger de todo mal.  

Y por otro lado estaba Seokjin, el chico que le enseñó lo que era la amistad, pero al único que no consideraba su amigo. No quería ser su amigo. Lo más extraño, es que Jin también había cambiado, a pesar de las clases y las enseñanzas, se mostraba distante, frío, su mirada se había vuelto oscura y tenebrosa y Yoongi quería averiguar la razón. 

Comenzó a ir a su casa todos los sábados en la noche; pero justo a las nueve en punto Jin salía, vistiendo ropa oscura y un abrigo con capucha. Lo seguía todo el camino, hasta que el chico entraba a un bar clandestino llamado "Él & Él". 

Yoongi conocía perfectamente qué sitio era ese, porque detrás de esa fachada de bar para citas entre hombres, se escondía un prostíbulo que daba cobijo al pecado y la lujuria, porque allí pasó innumerables noches vendiendo su cuerpo para ganar dinero y poder entrar a la universidad, para poder salir de esa vida miserable que tenía. 

Pero más extraño de que Jin asistiera a ese bar, era que a él no le permitían entrar. Allí lo conocían, por supuesto que conocían al "gatito salvaje pero que ronronea", nadie lo había olvidado. Entonces, ¿por qué su entrada estaba prohibida?

—Oye Hobi, este gatito viene todas las noches sabatinas, parece que quiere volver a menear la colita para el jefe —comenta uno de los guardias que cuidaba la puerta de entrada al lugar, a su compañero. 

—No creo que sea eso Nam —comenta el otro guardia—, este gatito salió de aquí con la cola rota, pero feliz de haber salido. Está aquí por el nuevo "amo".

—Oohh, ya veo. Soy un poco lento captando las señales. 

Yoongi estaba parado frente a los dos guardias, sin prestarle mucha importancia a lo que estos decían, solo pensaba en entrar disparado por la puerta para buscar a Seokjin y sacarlo de ese lugar, preguntarle miles de cosas y confesarle el sentimiento que tenía atorado en el pecho hacía mucho tiempo.

—Oigan, ¿puedo saber por qué no puedo entrar? —pregunta Yoongi, sin apartar la vista de la entrada al bar.

—El nuevo "amo" prohibió tu entrada —comenta el guardia que se hacía llamar Hobi.

—¿Y quién es ese?

—Buenas noches mis bebés —la pregunta de Yoongi quedó en el aire ante la llegada de otra persona, una a quien conocía muy bien.

—Buenas noches señorito —contestaron los dos guardias al unísono, haciendo una reverencia.

—Buenas noches, minino —saluda a Yoongi, colocando un brazo sobre sus hombros.

—Bu-Buenas noches, jefe —Yoongi se puso rígido. 

El hombre que tenía al lado era el dueño del bar "Él & ÉL". Era un chico casi de su edad, rico y respetado, pero con una vida clandestina de la que solo los clientes y trabajadores del bar conocían y que, no podían divulgar, o no vivirían para contar el resto de la historia. Yoongi le temía, le respetaba, lo odiaba, pero también le agradecía por permitirle vivir en ese bar, ganar dinero aunque fuere a costa de su cuerpo y salir de allí para estudiar y ser alguien en la vida.  

—Ya no soy tu jefe Suga —le dijo, llamándolo por un apodo que ya casi ni usaba—. ¿Por qué estás aquí? En la universidad te va muy bien, ¿por qué has vuelto?

—Estoy aquí por alguien.

—Bien, pues entra y búscalo —quita su brazo de los hombros de Yoongi y camina hasta el interior del bar, el chico le sigue.

—Tus guardias no me dejaban pasar, gracias. 

—Lo sé, y ellos saben que si te dejé entrar no podían ni chistar. Estas aquí por el nuevo "amo", ¿cierto?

—¿El nuevo "amo"? Yo estoy aquí por... —detuvo sus palabras, no había caído en cuenta de que hablaban de la misma persona— Oh Dios.

El dueño del bar le dio una palmada en el hombro y le explicó que un chico pelinegro llegó a su bar una noche supuestamente buscando trabajo, fingió ser un moribundo sin amparo para poder entrar e investigar sobre su vida. Por supuesto que el "jefe" conocía que era una farsa, pues él también estudiaba en la misma universidad que Yoongi y que ese chico de manzanos labios. Le permitió investigar y descubrir sobre las cosas por las que tuvo que pasar aquél que habían apodado el "gatito salvaje pero que ronronea". 

Le contó además que el chico lloró como nunca tras saber la cruda verdad, y que quería hasta denunciar el bar; pero él no podía salir de allí sin pagar el precio por haber mentido para poder fisgonear en el bar y, vivo no saldría si se atrevía a hacer público la otra cara de "Él & Él". La advertencia de muerte le llegó de manera aterradora y tuvo que prometer mantener la boca cerrada si quería seguir con vida. Ofreció dinero para pagar su fechoría; pero allí las deudas no se pagaban con dinero limpio, sino con un cuerpo capaz de producir una fortuna producto del sexo.  

—¿No pudiste solo aceptar el dinero que te ofreció y dejarlo ir? —pregunta Yoongi indignado—. ¿Por qué tuviste que meterlo en este mundo?

—Conoces muy bien las reglas de este bar Yoongi, conoces muy bien "mis" reglas y me conoces a mí. No perdono por las buenas.

—Él no es de esta vida, Taehyung.

—¿Seguro? Porque él ocupó en poco tiempo el puesto que dejaste vacante.

Taehyung, dueño de aquel antro que daba cobijo al pecado y la lujuria, fue el que sacó a Yoongi de la calle y le dio un lugar donde dormir, un trabajo y lo convirtió en el "amo". Obtener ese título le otorgaba ciertos poderes, como darle órdenes a los trabajadores del bar y aceptar solo los clientes que él quisiera. El "amo" no solo brindaba placer, sino que también lo recibía. Y Jin, había obtenido el puesto que él había dejado atrás, una vida que repudiaba, de la que no estaba orgulloso.

—Taehyung, me lo llevo devuelta. ¿Él terminó de pagar la deuda?

—Sí, hace tiempo ya —contesta, con una sonrisa, única en el mundo—. Puedes llevártelo Yoongi, si es que puedes —culmina y lo deja solo.

Yoongi no lo piensa dos veces y se dirige hacia aquella habitación donde pasó innumerables noches. Entra empujando la puerta, encontrándose con un chico alto, de cabellos negros, vistiendo un camisón de encajes que no dejaba espacio para la imaginación; la piel debajo de aquella tela transparente estaba desnuda, su cuello estaba adornado con un grillete elaborado de una túnica negra, acicalado con algunas perlas y diamantes.

—Buenas noches, minino.

—Mierda Jin —fue hacia él—. Vístete, nos vamos.

—Veo que el jefe te dejó entrar. Sabía —se acerca a Yoongi peligrosamente y coloca sus manos sobre el pecho de este, jugando con la camisa que vestía de manera sensual—, que me seguías todas las noches, por eso te prohibí la entrada. 

—¿Qué crees que haces? —pregunta cuando el tercer botón de su camisa fue desabrochado.

—Yoongi, las personas como tú merecen un castigo. Porque —agarra la camisa con furia y la rasga, el resto de los botones salen volando—, ¡eres un insolente!

—¡¿Oye, qué mierda te pasa?! —le sujeta las manos—. Tú no eres así maldita sea. ¿Por qué tuviste que investigar sobre mi vida? ¡¿Por qué?!

—¡Porque quería entenderte! Y sabes —sonríe con malicia—, terminó gustándome este lugar. 

—¿Por qué querías entenderme? —pregunta, cabizbajo.

—Tal vez no lo recuerdes, porque estabas borracho —se suelta de su agarre y lo toma por el mentón, para alzar su rostro—. El día que tuvimos la fiesta escolar por el aniversario de la fundación de la universidad, me pediste un beso.

—¿Qué? —susurra, los labios de Jin estaban próximos a los suyos.

—Me llevé una sorpresa, y me dijiste que pedirle un beso a otro chico era normal en "Él & Él" —le suelta el mentón—. Busqué en internet y descubrí que se trataba de un bar gay y, bueno, aquí estamos.

—Esta no es vida para ti Jin, no la necesitas.

Jin lo agarra por las mejillas con una mano y acerca su rostro al de Yoongi.

—Pues intenta sacarme de ella —lo suelta con brusquedad.

—Qué tengo que hacer.

—Complacerme.

—¿Complacerte?

—Así es —va hasta la puerta, la cierra, colocándole el seguro y luego se tira sobre la cama—. Deberás hacer todo lo que yo te diga, si no cumples, no me sacarás de aquí. 

Yoongi traga saliva y encamina sus pasos hasta el borde de la cama. Estaba enamorado de ese chico, quería besarlo, acariciar cada tramo de su cuerpo, hacerlo suyo de mil y una maneras; pero no así, no en estas condiciones. 

—Yoongi —se arrodilla sobre la cama y se deshace de la bata negra que lo cubría—, poséeme.

El peliverde vuelve a tragar saliva, sus ojos acariciaban aquel cuerpo sexi y atractivo. Con solo ver lo sensual que era Jin ya la tenía dura, así que se despojó de la ropa que traía puesta y se subió sobre la cama. Jin volvió a acostarse, y antes de que Yoongi posara un dedo sobre él, le dio ciertas indicaciones que, según pensaba, dificultarían al chico sacarlo de allí. 

Jin quería jugar con fuego, y uno muy peligroso: Yoongi. 

—Pero te advierto —dice—, no soy muy fácil de complacer. Puedes tocarme y hacer lo que quieras, pero mi cuerpo tiene zonas prohibidas, a ellas no puedes acceder sin mi permiso. 

Yoongi no dice nada, solo se trepa sobre el chico que anhelaba, y mira aquellos ojos negros antes de posar sus labios sobre los de este. Suaves, carnosos y dulces. No pudo evitar presionar el beso y morder el labio inferior de Jin hasta hacerlo sangrar. El chico se queja por la mordida y antes de que pudiera protestar Yoongi lo agarra con una mano por el cuello, apretándolo.

—Me importa un carajo tus zonas prohibidas. Me pediste que te complaciera, así que voy a poseerte Jin, voy a asir tu cuerpo y hacer con él lo que a mí me dé la gana —acerca su boca a la de Jin y lame la sangre que brotaba de su labio—. Eres tú, el que tiene prohibido moverse. Eres tú, el que hará lo que yo le diga. Yo fui el rey de este lugar y de esta sucia habitación por mucho más tiempo que tú. —Le suelta el cuello—. Y ahora yo, seré tu "amo". 

Yoongi se baja de la cama y saca de una de las gavetas del closet de aquella habitación unas tiras oscuras, vuelve hacia Jin, que se encontraba inmóvil sobre la cama, lo voltea con brusquedad y le ata las manos detrás de la espalda, le cubre los ojos y le amordaza la boca. Con una fuerte nalgada le ordena que se pusiera en cuatro, Jin acata la orden, a expensas de lo que Yoongi le haría. 

Él quiso jugar al lobo, sin saber que siempre fue el conejo. 

Eran tan diferentes, al principio de toda esta historia, eran como aceite y vinagre; pero ahora eran exactamente iguales, ambos querían lo mismo: poseer, ser poseído. Sus cuerpos querían entregarse al placer y al dominio, al completo libertinaje sexual.

Pero han pasado unos segundos y Yoongi no lo toca. Él está desesperado por sentirlo, de la manera que fuese. Gime, con la cara apoyada sobre una almohada, para que su amo lo posea y Yoongi sonríe, lo complace; lame aquella zona prohibida, la prepara con tan solo su lengua, escuchando gemidos que lo enloquecen. Se lubrica el dedo del medio de su mano derecha con saliva y lo penetra, una y otra vez, y luego un segundo dedo entra. Los espasmos le recorren el cuerpo al pelinegro, aquellos dedos llegan a ese mágico punto que descubrió y que ahora tanto le gusta, sintiendo al mismo tiempo como la otra mano de su amo araña la suave piel de sus glúteos y sus dientes marcan sus muslos. Le gusta, es doloroso y placentero al mismo tiempo y está a punto de venirse, pero Yoongi le saca los dedos de forma abrupta. 

Jin se frustra y gime, gime pidiendo más, no solo quería los dedos de Yoongi, quería un poco más. El peliverde le quita la venda que cubría su boca, quería escuchar sus gimoteos con más intensidad.

—Más, por favor dame más —intenta levantarse pero Yoongi pone una mano en su espalda y lo obliga a volver a su posición.

—Yo no te he permitido moverte —manifiesta, con la voz ronca.

—Yoongi...

—¡Silencio! —ordena—. Si te mueves no volveré a hacerlo, y no dejaré que te corras. Y no te premiaré por ser un buen chico.

El silencio se hizo presente en aquella habitación, solo se escuchan sus agitadas respiraciones. Yoongi se le acerca, le desata las manos y las vuelve a atar sobre su cabeza, le abre las piernas y ata sus pies a cada borde de la cama, eso a Jin lo llenó de expectación.

Lo siente entre sus piernas, lamiendo sus muslos y acariciando sus nalgas. La lengua de Yoongi hurga en ese lugar íntimo, Jin gime de placer y se retuerce, pero se detiene al instante.

—Lo siento, amo.

—Silencio.

Jin hace todo el esfuerzo que puede para mantenerse en silencio y quieto; pero quiere liberarse, quiere poder tocar a Yoongi y obtener su premio final. El peliverde vuelve a hurgar con su lengua en esa zona de placer, Jin solo se estremece pero no se mueve, se muerde el labio inferior para aguantar sus gemidos, cuando siente dos dedos entrar de nuevo en su interior, entre tanto las uñas del contrario hacen un recorrido por su abdomen.

El orgasmo está cerca, casi no lo puede controlar, pero no quiere echar a perder el momento. La venda se le humedece por las lágrimas, pero no de dolor, sino de placer, frustración y, por fin se viene. Yoongi lo lame con su lengua hasta dejarlo limpio, mientras contiene las ganas de follarlo salvajemente, pero quiere que sea Jin el que ahora le proporcione placer.

—Te has comportado como un niño muy bueno, te mereces un premio —lo suelta, desprende las ataduras y se acuesta sobre la cama, firme e imponente—. Súbete —le ordena y el pelinegro cumple, toma el falo erecto de su amo y se lo introduce suave y profundamente, su cuerpo se estremece por completo—. Ahora muévete —demanda.

Ambas miradas se mantienen fijas, Jin apoya sus manos sobre los muslos de Yoongi y comienza la acción. Lo monta con todas sus energías, con todas sus ganas y Yoongi se deja llevar; pero lo siente tan apretado que le fue imposible no gruñir de satisfacción. Lo toma por la cintura con ambas manos y lo penetra con rudeza, firmeza y duro. Al fin y al cabo era lo que Jin quería desde que lo vio entrar a la habitación, que no tuviera piedad con él, que lo poseyera de tal forma que lo hiciera olvidar aquel bar del pecado y la lujuria, para que no pudiera desear a otro hombre que no fuera él. 

—Yoongi... yo... —su voz se dificulta por los fuertes gemidos, Yoongi gruñe— otra vez... voy a...

No pudo terminar la frase, ambos cuerpos llegan a la liberación y quedan exhaustos. Jin se acuesta al lado de Yoongi y suspira.

—Ahora, ya puedes sacarme de aquí. 

Después de aquella noche, las clases extras continuaron, pero ya no se trataba de estudio, por supuesto que no. Estudiar ahora solo era una fachada para esconder el verdadero propósito de aquellas clases. Y he aquí la realidad.

Jin está arrodillado en el piso de su cuarto, atado de manos en la espalda, ojos vendados y totalmente desnudo. Sudando por el calor de la habitación y la expectativa del momento. La sola sensación de tener a Yoongi cerca lo llena de calor, de emoción, miedo y placer, porque cada vez que lo hacen, el peliverde usa un nuevo método para sosegarlo y doblegarlo a su antojo. 

De repente, Jin siente un goteo en su espalda y una quemazón instantánea. Es vela derretida, vela con aromas afrodisíacos. El calor le causa dolor, pero no lo lastima, solo colorea su piel de un bonito tono rojizo, porque eso es lo que le dice el peliverde ante sus sobresaltos.

Yoongi vuelve a dejar gotas de cera en su piel, el pelinegro gime, se siente desesperado, quiere sentir el toque directo de la piel de su único amo contra la de él. Pero Yoongi le pide paciencia, que sea un buen chico y espere por el momento. 

Este contesta: —Sí amo, siempre así.

Cada vez que Jin hacía algo bien Yoongi lo premiaba con más dolor; una nalgada directamente con su mano, de lo contrario, usaría una fusta de cuero como castigo por ser un chico desobediente. Las cosas eran así, hasta que el peliverde le daba su premio por ser un niño bueno. Y esta vez no fue diferente.

Le dejó hacerle un oral, aún sin tocarlo ni abrir los ojos. Jin solo sentía el sabor de su miembro y su longitud, como Yoongi lo agarraba del cabello y le embestía la boca hasta aproximarse a sus orgasmos. Pero se detuvo antes de venirse, lo liberó y luego tuvieron sexo de forma salvaje.

Pero no siempre estos chicos se mantenían en sus roles, a pesar de gustarles el BDSM, también se comportaban como novios tiernos y cariñosos. Después de cada sexo intenso, se abrazaban y Yoongi repartía besitos en todas las marcas que dejaba a su paso por el cuerpo de Jin. 

Nadie conocía lo que pasaba entre ellos. Y nadie sabía, que aquellas dedicatorias que ambos escribieron para un festival de literatura, se trataban de ellos mismos, eran para ellos mismos. 

FIN

  

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