Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5 | Ayúdame

Aquella noche no dormí mal, pese a la incomodidad de la cama y el ambiente gélido que obligaba a echarse varias mantas encima. Lo hubiera mejorado el haber tenido mi pijama aunque el señor Kim, el recepcionista, que resultó ser también el dueño del hotel, contaba con un almacén hasta los topes de ropa para clientes inesperados y me facilitó una muda de dormir y otra para el día siguiente que se veían decentes.

—Si ya sabía yo, joven, que te ibas a quedar —dijo, una vez hubo colocado las prendas dobladas sobre la cama—. Estaba cantado.

Sí, obvio. Muy listo.

Fuera de la ropa, la otra queja de la noche fue la ausencia de televisión o, en su defecto, de alguna línea de internet con la que entretenerse. Sin embargo, al final apenas lo noté: bajar al restaurante a probar el caldo de pollo con Jimin extinguió mi necesidad de conectarme a la pantalla.

Me sentí bien al estar con él. Era una persona habladora, con una facilidad increíble para enganchar unos temas con otros y una habilidad para reír de la que, sin duda, yo carecía. Su entusiasmo por todo denotaba su capacidad para aprovechar cada momento de la vida. Su mirada amable lucía radiante ante los platos de la mesa y curiosamente también ante mi compañía, por escuetas que fueran mis respuestas. En resumen, que no teníamos nada en común y aún así me alegré de haberle invitado aunque, por supuesto, no se lo dije.

Confiar en alguien no era admisible. Después venían las decepciones y bastante tenía encima entre lo del llanto del muerto y las alucinaciones de los baños como para agobiarme por algo más. A propósito del tema, me había prometido a mí mismo telefonear al doctor en cuanto me levantara. Sin embargo, ya en la tranquilidad del nuevo día, decidí dejarlo pasar.

Total, si era debido a la enfermedad tampoco se podía hacer nada. ¿Qué iba a decirme el médico? ¿Que no tenía tratamiento? ¿Que era normal empeorar? ¿Que debía operarme cuanto antes? Todo eso ya lo sabía.

—¡Eh, colega!

Nada más poner el pie en el rellano de la recepción, Nam Joon me salió al encuentro, gesticulando como si le hubiera tocado un gran premio en la lotería.

—¡Vamos, que se te han pegado las sábanas y Jung Hoseok está aquí! —apremió—. ¡No veas el festín que Hye Ri ha preparado! ¡Es alucinante! ¡Bestial! ¡Qué pinta tiene todo!

Tardé un par de segundos en hilar lo que me estaba diciendo. Bestial. Alucinante. Hoseok aquí.

—¡Yoon Gi! —Su exclamación retumbó en la amplitud desierta de aquel salón de baile tan desangelado—. ¡Te vas a quedar dormido de pie! —Se perdió tras los portones del comedor, al fondo a la izquierda—. ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Ven, ven, ven!

Arrastré los pies tras él. ¿De dónde sacaba tanta energía? Yo a duras penas podía moverme por las mañanas; necesitaba ginseng en vena para conseguir decir un par de palabras seguidas. Sin embargo, ver la espectacular mesa que la joven había dispuesto, llena de cuencos de guarniciones rojas, amarillas y blancas, con elegantes jarrones de flores entre tazas de porcelana pintada con motivos azules y una descomunal barra de buffet al lado, me bastó para despejarme. En verdad era impresionante.

—Buenos días. —Hye Ri metió los palillos en el cuenco que tenía ante sí. El humo del jajjangmyeon me inundó las fosas nasales. —No sabía lo que os gustaba así que he ordenado de todo un poco. —Señaló las sillas—. Sentaos donde queráis.

No me lo pensé. Ya que me había levantando sin náuseas, un curioso respiro que no ocurría desde que me habían diagnosticado el maldito guisante en el cerebro, me situé en el primer sitio que pillé, me serví arroz hasta los topes y me dispuse a atacar los platos centrales. ¿Por dónde empezaba? El pescado tenía buena pinta pero la carne olía fenomenal. ¿Tomaba un poco de cada?

—Tu debes de ser Jung Hoseok, ¿verdad? —Nam se acomodó junto al chico delgado de camisa amarilla y gorra del mismo color que nos observaba como si estuviera esperando su sentencia de muerte—. Estamos encantados de conocerte. Gracias por aceptar nuestro requerimiento.

—No estoy aquí por gusto. —La respuesta apenas se escuchó—. De hecho, no sé ni por qué lo he hecho.

—Razón de más para agradecerte tu colaboración —apoyé la idea. Por línea general, prefería escuchar los preliminares y limitarme a llevar las preguntas clave en las entrevistas pero aquel tipo no paraba de bailotear con los pies y su tono no se me hacía precisamente colaborador—. Tu testimonio es crucial para que podamos encontrar a tu amigo.

—¿De verdad crees que vas dar con él? —Su escepticismo patente que se me hizo extraño—. ¿Lo crees, Min Yoon Gi?

Lo dicho. No estaba por la labor.

—Nuestro trabajo no es una cuestión de fe sino de lógica deductiva —repliqué—. En la lógica las creencias no tienen cabida.

—Pero la lógica no permite explicar algunas cosas.

—¿Por qué lo dices?

Mi interlocutor regresó la vista al plato.

—Porque a Jung Kook se lo llevó el muerto —murmuró—. Y, si nos quedamos aquí, a nosotros también nos llevará.

"Hagseub-Jeongsin respira cadáveres".

Diablos. Me esforcé por ignorar la desazón del recuerdo y no mover ni un músculo. No, ese tema ya lo había resuelto. No podía volver a agobiarme.

—Hobi, te agradecería que no hablaras así. —Hye Ri dejó caer los cubiertos sobre el plato, disgustada—. Quieren que respondas a sus preguntas, no que les cuentes tus películas de terror.

—¿Películas de terror? —La boca se le descolgó—. No sabes lo que dices. —Se giró hacia Nam—. Tengo datos que prueban que aquí hay un espíritu que se lleva los corazones compujidos.

—Tu sí que no sabes. —El timbre de ella sonó con contundencia—. Jung Kook no era un corazón compujido.

—Si se lo llevó, lo era.

—Y yo te digo que no. —La aludida remarcó despacio cada palabra—. Él era feliz. De lo contrario lo habría sabido. Me lo hubiera dicho.

—A lo mejor no le importabas tanto como para hacerlo.

La tensión se adueñó de la habitación. Hye Ri se levantó, con las lágrimas a punto de aflorar, y se retiró a la ventana, a las vistas del lago que mecía sus aguas bajo un cielo encapotado que amenazaba tormenta. Su amigo, tan disgustado como ella, hizo lo propio y se alejó hasta la barra de cafés, desierta y fuera de servicio.

Nam y yo nos miramos, en silencio. Él era demasiado empático como para meter su cuchara y yo que, por el contrario, me pasaba de árido, me había quedado en blanco. Lo único que se me venía a la cabeza era la imagen recostruida de Jung Kook llamando de madrugada a la puerta de su amiga. ¿Estaba huyendo? ¿Había intentado decirle lo que ocurría? ¿Qué era lo que había encontrado? ¿Sufría realmente, como afirmaba Hoseok? De ser cierto, la hipótesis del suicidio no sería tan descabellada.

—Es increíble la facilidad que tenemos las personas para asociar los espíritus de los muertos al miedo, las maldiciones y los asesinatos.

La inesperada apreciación me sacó de mis cavilaciones. Me giré, incrédulo, hacia el asiento vacío a mi derecha. ¿Pero qué...? Parpadeé. ¿En serio?

—Yo por eso escribo novelas de misterio. —Jimin, sin importarle las miradas de perpejidad de los presentes, apoyó el brazo con despreocupación sobre el respaldo de la silla—. Las explicaciones paranormales dan mucho juego y son muy seguidas por la población.

¿Ah? Joder; increíble. Lo de este tipo era increíble. Vale que, con lo de la cena y demás, había sido yo el que había aceptado que fuéramos cercanos pero, ¿se podía saber qué hacía sentandóse en la mesa sin permiso?

—¿Y tu quién eres? —Los ojos de Nam se transformaron en dos canicas curiosas.

—Park Jimin, amigo de Yoon Gi y escritor —se presentó—. Estoy trabajando en un libro sobre Igsaui Hosu en el que quiero unir la leyenda con la época actual a través no solo del espíritu atrapado sino también de las vidas pasadas de los personajes —explicó, de carrerilla—. Mi protagonista es un universitario brillante. Posee inteligencia, un espíritu valiente y es decidido para todo salvo para las cuestiones amorosas porque, aunque parece pasar del asunto, en el fondo es muy sentimental y está enamorado en secre...

¡Pero a quién le importaba el libro! Suficiente. Le di un codazo.

—Estamos trabajado, ¿sabes? —corté.

—Ya, ya —me susurró él—. Me he dado cuenta.

—Y, si te has dado cuenta, ¿por qué invades y nos interrumpes con tus cosas?

—¿Ya te has vuelto a enfadar? —replicó—. Mira que tienes mal genio. —Me palmeó el hombro pero mi cara de molestia le hizo soltarme y tenderme un blog de color rojo—. Solo he venido a darte las notas que te prometí.

Las cogí, de mala gana. ¿Mal genio? ¿Yo?

—¿Te has enfurruñado más porque estás pensando que puedo tener razón?

Nam soltó una carcajada. Hoseok giró la cabeza hacia nosotros. Hasta Hye Ri sonrió.

—Veo que le tienes bien calado. —El comentario de mi amigo me remató del todo. —Va de crítico de la vida y protesta por todo pero no te preocupes. Luego se le pasa así que no le tomes en serio.

—Desde luego, qué bonita es tu amistad —contrataqué—. Ahí apoyándome incondicionalmente, como debe ser.

No tenía intención de resultar gracioso y ni mucho menos simpático pero a Jimin se lo debió parecer porque rompió a reír. Los demás le siguieron y, como por arte de magia, el hasta entonces asfixiante ambiente del comedor se relajó. Así, a golpe de humor, el invasor de la mesa se las ingenió para arrastrar primero a Hye Ri de nuevo a su sitio y luego a Hoseok para a continuación levantarse, con la intención de irse.

—Oye, no. —Nam, tan considerado siempre, le detuvo—. Ya que estás aquí, come con nosotros.

Sus ojos rasgados le devolvieron una expresión ilusionada.

—¿De verdad puedo? —Revisó al resto—. No quiero interferir en vuestro trabajo y...

—¡Pero si no interfieres! Es más, con lo amable que eres, ¿cómo vamos a dejarte ir sin invitarte?

—Opino lo mismo —dijo Hye Ri.

—¿Sí? —Jimin agachó la cabeza, avergonzado—. Es que...

Resoplé, le tiré de la manga y le obligué a sentarse. Fin. Tenía narices que con el desparpajo que se cargaba ahora fingiera un ataque de timidez.

—¿Te gusta hacerte de rogar? —refunfuñé—. Si te piden que te quedes, te quedas y listo.

Por descontado, lo hizo y, de ahí en adelante, el desayuno estuvo genial. Los productos resultaron ser de excelente calidad y la cocción inmejorable aunque, ya puestos, hubiera estado aún mejor si el escritor invasivo, que se había embebido en una animada charla con Hye Ri sobre, cómo no, su libro, no me hubiera arrebatado de los palillos el trozo de pescado que había cogido.

Maldita sea. Qué cara dura. Y lo peor es que no pude ni afeárselo porque entonces Hoseok empezó a hablar de Jung Kook.

Lo primero que hizo fue dejarnos claro que, aunque se habían conocido hacía más de un año en un curso de inglés avanzado y al principio se habían llevado bien, nunca le había considerado su amigo.

—Me caía mal —confesó—. Trataba de ponerle buena cara pero no le tragaba. Llevaba fatal que me buscara a todas horas para que le acompañara a los videojuegos o al gimnasio. Era cargante.

—¿Y eso? —inquirí—. ¿Os peleasteis? ¿Quizás te hizo algo malo?

Negó con la cabeza.

—¿Por qué al principio te caía bien y luego no?

—No sé.

Sin motivo. Uy. Eso sí era raro.

—¿Y él que pensaba de ti?

—Me apreciaba mucho, diría que demasiado. Por ejemplo, recuerdo que en una ocasión...

... Me llevó de escalada. No sé cómo se enteró de que era uno de mis sueños frustrados pero me preparó un expedición sorpresa por mi cumpleaños. Compró un equipo profesional, contrató a un guía de terreno e incluso avisó a otras personas para que nos esperaran en la meta con serpentinas, globos y una tarta enorme de crema con fresas. Aun no sé por qué se tomó tantos esfuerzos pero lo que sí sé es que cuando llegué arriba y vi todo aquello, bajo los colores naranjas del atardecer a la espalda, se me humedecieron los ojos y me prometí a mí mismo empezar a valorarle. Obviamente, era injusto. Sabía que estaba mal sonreirle mientras le criticaba en la mente y que el problema lo tenía yo porque Jung Kook, al margen de que no se tomaba las relaciones con las chicas muy en serio y era competitivo hasta decir basta, estaba lleno de virtudes. Imagínate, hasta venía a mi casa cuando estaba enfermo y mis padres andaban de viaje para prepararme de comer.

Ya. Ya veía, ya. Veía envidia. Una enorme.

—Igual te molestaba que fuera demasiado genial.

—Puede. —Se encogió de hombros—. De todas formas, si no me equivoco, vuestra labor es centraros en Igsaui Hosu, no en mis motivos.

Genial. No lo pensaba aclarar.

—¿Qué nos puedes aportar sobre el lago? —Nam, cuaderno en mano, cogió el testigo de la conversación—. ¿Qué hicisteis al llegar aquí?

Nuestro interlocutor cogió aire, se sirvió un enorme vaso de agua y se lo bebió de un trago.

—Sí... Pues... A ver... —Las manos le temblaron al devolver el recipiente a la mesa—. Fuimos al pueblo y luego hablamos con ella.

—¿Con quién?

—Con una mujer que se nos acercó y le advirtió de que su corazón sufría mucho y que tenía que solucionarlo si no quería que el secreto del muerto se lo llevara.

Hye Ri ahogó un sollozo. Jimin dejó caer caer los palillos sobre la mesa, sorprendido. Nam, por el contrario, siguió escribiendo.

—Y, ¿qué pasó después?

—Le citó en su casa pero yo me negué a ir, regresé al hotel y no le volví a ver hasta la cena —finalizó—. Para entonces estaba pálido. Cuando le pregunté por la mujer se limitó a contestar que en el archivo municipal estaba la verdad sobre los cadáveres.

Aquella frase me bloqueó por completo. Dejé de escuchar y la mente me transportó al baño, bajo la penumbra, con esas zapatillas de color rojo asomando por la rendija de la puerta. Volví a experimentar el chistido en los oídos, el chirriar de los gornez oxidados al empujar la madera y el mareo ante la silueta que, borrosa, se inclinaba sobre mí y me rozaba la mano. Había sido un tacto frío como el hielo, ahora lo recordaba. Y también recordaba lo que me había dicho.

"Yoon Gi, ayúdame." Su timbre había sonado angustiado. "Ayúdame, te lo suplico. ¡Ayúdame!"

Joder; ya estaba delirando. ¿Cómo iba a poder distinguir la realidad de la enfermedad? Si hubiera habido alguien por allí, Jimin lo hubiera visto y me lo habría dicho. Porque lo hubiera hecho, ¿verdad?

Me empecé a marear. Dejé caer la frente entre las manos. Ay, Dios.

—Toma. —Vi por el rabillo del ojo el trozo de pescado que había tratado de coger en mi plato, limpio y troceado—. Come bien. No quiero que te desmayes de nuevo.

Alcé la vista. Las pupilas marrones de Jimin me devolvieron dulzura.

Yo... Esto...

—Intenta no agobiarte —continuó—. Entiendo que es difícil de modo que, si no puedes solo, te ayudaré en lo que haga falta.

—¿Por qué lo harías?

—Porque eres tu—. La explicación me resultó de lo más confusa—. En este lugar conviene mantener la calma y más en días como este.

Un fuerte trueno hizo vibrar los cristales. Fuera, la lluvia ya formaba una gruesa cortina que apenas permitía ver nada aparte del resplandor del cielo al relampaguear.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro