3 | Chis, chis
La reunión fue extraña. Quizás porque Choi Hye Ri estaba tan afectada por la desaparición del Jung Kook que impregnó el ambiente de angustia o quizás porque yo me encontraba demasiado mal y me sentía culpable de aceptar el trabajo.
Tenía presente el maletín de dinero, una recompensa sin duda más que suficiente para asumir casi cualquier cosa. Pero mi mayor defecto era la sinceridad y, la verdad, no estaba seguro de poder cumplir el encargo. Eso me preocupaba. Aquella chica nos había elegido porque, tiempo atrás, habíamos encontrado a la niña de Busan con vida y esperaba que hiciéramos lo mismo con su amigo. Sin embargo, los escenarios de las desapariciones eran completamente diferentes y... Bueno... No quería ponerme negativo pero...
—No se preocupe. —La contundecia de mi compañero me hizo verme como un mercenario inventándose cualquier excusa con tal de recibir la paga—. Esta misma tarde empezamos a trabajar.
Joder, Nam. El tipo llevaba perdido dos semanas. No había tocado ni un miserable won de su cuenta de cifras astronómicas ni había habido movimiento alguno en sus tarjetas. Su móvil y enseres personales seguían en la habitación del hotel, junto a su ropa, su apartamento de Seúl estaba tal y como lo había dejado y, para rematar, la policía ya había estado investigado antes y había cerrado el caso.
—Espera, tengo una pregunta. —Levanté el dedo índice, con la intención de hacerme notar—. ¿Qué ocurre si le encontramos pero no como se espera? —Las pupilas marrones de la chica se posaron, húmedas, sobre las mías—. Es decir, vamos a esforzarnos mucho y todo eso pero... —Venga, a hablar, que mi vida también estaba en juego—. ¿Y si resulta que se lo están comiendo los gusanos?
El codazo de Nam Joon se me clavó en las costillas.
—¡Pero qué dices, hombre! —exclamó, con los ojos fuera de las órbitas—. ¿Es que no tienes tacto? ¿Cómo se te ocurre preguntar una cosa así?
Me rasqué la zona del golpe, disimulando la mueca de dolor mientras trataba de analizar el fallo. Lo de los gusanos había sido excesivo, ¿verdad? Sí, lo había sido.
—Lo siento —me disculpé lo más rápido que pude—. Quería decir "si resulta que ya no está entre nosotros" —corregí—. No era mi intención parecer frívolo o peyorativo.
—No pasa nada, lo entiendo. —Por suerte, Hye Ri no pareció ofenderse—. El proceso de enfermedad por el que estás pasando debe ser duro. Es lógico que te haga hablar así. Además, me gusta la franqueza.
Tardé un par de segundos en reaccionar, el mismo que ella ocupó en mostrarme su sonrisa cansada. Si su apariencia sencilla ya me había chocado, que me hablara con tanta comprensión me descuadraba del todo.
—Descubras lo que descubras me haré cargo de tu operación —continuó, y añadió—: Tienes mi palabra aunque, con respecto a lo de los gusanos, puedes estar tranquilo. Jung Kook no está muerto.
Ya. Bueno. Normal que se aferrara.
—¿Tienes por casualidad constancia de la conclusión de la investigación policial? —aproveché para recabar algunos datos—. Cerraron el caso, ¿no es así?
El rostro de mi interlocutora se volvió sobre lago, en silencio.
—¿Sabes lo que dictaminaron?
No contestó.
—Solo lo pregunto para tenerlo como punto de partida —insistí—. Es importante porque tenemos que reconstruir con el máximo detalle los últimos días de...
—Dijeron que se tiró al lago.
Parpadeé. Vaya.
—Los chicos de la habitación diez juraron verlo y el investigador no puso en duda su testimonio. —La voz se le tornó en un murmullo nasal—. Al parecer aquí lo normal es que la gente se suicide arrojándose al agua. No por nada lo llaman Igsaui Hosu.
Nam me dirigió una mirada insegura, que le devolví con la misma confusión. Igsaui Hosu. El lago de los ahogados. La verdad, el nombrecito se las traía.
—¿Y encontraron algo? —Esta vez fue mi compañero el que preguntó—. ¿Alguna prenda de ropa? ¿Zapatos? ¿Algo suyo en el agua?
—Obvio no. —Ella negó con la cabeza—. Porque no se tiró ni, por supuesto, está muerto.
—¿Cómo estás tan segura?
—Le conozco desde que éramos pequeños. —El susurro en el que prosiguió me obligó a acercarme—. Jamás haría algo así. Las piscinas siempre le han dado respeto.
O sea, que le tenía miedo al agua. Curioso dato.
—¿Y quiénes fueron los que testificaron? —Nam sacó la libreta del bolsillo, dispuesto a tomar nota—. ¿Conoce el nombre de los usuarios de la habitación diez?
—No pero creo que aún siguen alojados aquí.
Aquella información fue suficiente para que el "esta tarde empezamos" se transformara en un "ahora mismo empezamos" pues, pocos segundos después, me descubrí vagando por los pasillos de la segunda planta en busca de la susodicha habitación, tiritando por las corrientes de aire frío que aparecían de la nada y encendiendo todas las luces al paso por precaución. Al contrario que en la zona alta, en los pisos bajos la mayoría de las ventanas estaban cubiertas por gruesas cortinas y, junto a la decoración, generaban un ambiente un tanto espeluznante.
—¿Qué opinas? —Nam observó con atención el reloj de cuco, detenido en las once, que había junto a una puerta con el número cinco marcado en metal dorado—. ¿No crees que lo único que ocurre aquí es que la señorita Hye Ri se niega a aceptar el suicidio de su amigo?
Mis ojos repasaron la fotografía que nos había facilitado al despedirnos. En ella se mostraba al desaparecido, un chico de veintitrés años, de cabello castaño rapado por los lados, muy sonriente. Vestía la equipación del LG Twins, el equipo de béisbol de Seúl que le había fichado hacía unos meses, y mostraba a la cámara el pulgar hacia arriba mietras abrazaba a Hye Ri que, con el cabello recogido en una coleta, agitaba un pompón de animadora con un entusiasmo desbordante.
Parecía un chico feliz. Además era rico, popular y con un futuro deportivo envidiable.
—Por lo pronto lo único que tengo claro es que ella le quería mucho.
—Sí, yo también lo he captado. —Mi amigo examinó el siguiente reloj—. Pobrecita, en su deseperación se palpa que estaba enamorada y eso me da mucha...
No terminó. El móvil, hasta ese momento inerte, empezó a tronar con la misma melodía espantosa que tantas veces le había pedido que cambiara.
—¿Hay línea? —Se apresuró a buscarlo en el interior de la bolsa—. ¡Hay línea! ¡Mira! ¡Tenemos cobertura! —No pude contestar porque le faltó tiempo para pegarse al aparato—. ¡Hola, cariño! ¡Justamente estaba pensando en ti, amor!
Puse los ojos en blanco. Uf; la simpática de su novia.
—¡No, no, no! —Se esforzó por suavizar la voz—. ¿Cómo crees que me iba a olvidar de llamarte? Lo que pasa es que he salido a correr con mi padre y me he quedado sin batería pero ahora mismo iba a hacerlo. De hecho, te estaba marcando.
Decidí adelantarme. Quería ahorrarme el disgusto de presenciar la bronca que le caería por no haber mantenido el teléfono operativo en todo momento y el apuro posterior de escucharle mentir más y excusarse por algo que en realidad no tenía importancia. Si fuera yo, la colgaría. Ya lo creo que lo haría.
Me alejé y, con el eco de Nam aún a mi espalda, repasé los números de las puertas. Siete. Ocho y un cuadro enorme decorando media pared. Doblé la esquina. Joder; pero qué pasillo tan largo. Nueve. Atravesé los baños comunes. Diez. Me detuve y llamé con los nudillos pero nadie me abrió. Llamé un par de veces más. Nada. Insistí. Le di tan fuerte que el sonido hizo que el inquilino de la habitación contigua asomara la cabeza.
—Hola, disculpa que te moleste. —Patiné hasta él—. Mi nombre es Min Yoon Gi —me identifiqué—. Soy investigador privado.
—Ah...
—Estoy buscando a tu vecino de puerta a raíz de un caso en el que estoy trabajando.
—Sí. —Mi interlocutor no reaccionó—. Ya.
Carraspeé, incómodo ante su parquedad, antes de analizarle de reojo. Se trataba de un chico joven y delgado, de cabello oscuro y apariencia delicada, que llevaba una sudadera blanca y unos auriculares de música colgados en torno al cuello.
—¿Te importaría responderme a algunas preguntas?
Sus ojos alargados me revisaron como si yo fuera un fantasma y él un pobre individuo a punto de echar a correr. La idea no le había hecho mucha gracia.
—No —dijo—. Es decir, sí, no me importa colaborar.
—Fantástico. —Ignoré su visible inquitud y eché mano del móvil para apuntar—. ¿Podrías decirme tu nombre?
—Yo... —Dudó—. Jimin. Park Jimin.
—Genial, Park... Ji... Min —anoté—. Dime, Park Jimin, ¿cuántos días llevas alojado aquí?
—Cerca de dos meses.
El dedo se me quedó pegado al dos. ¿Tanto tiempo? ¿En un hotel tan poco hospitalario?
—Es que soy escritor. —Mi cara de fallo le animó a explicarse—. Estoy preparando una obra de misterio que se ambienta en un lago y no encontré mejor lugar para inspirarme que este.
Levanté los ojos de la pantalla.
—Así que escribes misterio —musité—. Es un género interesante.
La expresión se le iluminó.
—¿Verdad que sí? —Salió de la habitación y, antes de que me quisiera dar cuenta, ya se me había plantado en frente y su nerviosismo había mudado en una actitud resplandeciente—. ¿Te gustan los libros de misterio?
Asentí, sin ninguna intención en especial. En mi condición no podía leer mucho pero me interesaba hojearlos.
—Entonces a lo mejor te agrada mi idea. —Los ojos le relampaguearon en estusiasmo—. Estoy escribiendo sobre fenómenos paranormales, tipo apariciones de almas, y he basado la trama en la leyenda de Igsaui Hosu. Aunque, la verdad, estoy algo decepcionado porque pensaba que al estar aquí notaría algo pero aún no he visto nada. —Agitó el brazo, simulando un vaivén—. Solo gente que entra y sale y la luz y la línea telefónica yendo y viniendo y todo pasando lentamente. Muy lentameeeente.
Ajá. Vale. Entendía que me contaba todo eso porque necesitaba con urgencia hablar con alguien. Dos meses metido en el hotel, aislado, habían debido hacer estragos en su vida social.
—De hecho estaba pensado en cambiar el rumbo de la novela y escribir sobre vidas pasadas —continuó, ajeno a mis pensamientos—. El tema de la reencarnación me interesa. Es fascinante pensar que la muerte no es el final y que las cosas que hacemos marcan de alguna manera la forma de vida que llevaremos en un futuro aunque no lo recordemos. ¿Tu que opinas?
—Que... —Pues sencillamente que te morías y que todo se iba a la mierda—. Puede.
—¡De nuevo estamos de acuerdo!
Arrugué la nariz. ¿Ah, sí?
—Es alucinante que coincidamos en tantas cosas sin conocernos. —Su radiante sonrisa me hizo sentir nervioso—. Te invito a comer, ¿quieres?
—No puedo. Estoy trabajando.
—¿Y a desayunar mañana? —me ofreció entonces.
—No estoy alojado aquí.
—Ah.
—Sí, como te he dicho, he venido por una investigación. —Se quedó en silencio de modo que aproveché para reconducir el tema—. Estoy buscando al inquilino del diez para preguntarle por este chico. —Le mostré la imagen de Jung Kook—. ¿No lo habrás visto en algún momento, por casualidad?
—Puede. —Se encogió de hombros—. No sé.
—Desapareció hace un par de semanas.
—Por aquí pasa mucha gente así que no podría asegurarte nada pero, como estoy preparando el libro, he tomado la costumbre de escribir todo lo que veo en un cuaderno por si me sirve para alguna escena. —Sus dedos juguetearon con el cable de los auriculares—. Lástima que tengas que irte tan rápido. Podrías probar el caldo de pollo que hacen en el restaurante de abajo, que es lo mejor del mundo, mientras busco entre los apuntes y charlamos un rato.
La mención de la comida me dio náuseas. Cientos de molestas burbujitas empezaron a flotar a mi alrededor como pompas de jabón. La figura de mi interlocutor se tornó borrosa. Maldición; ya estaba el tumor haciendo de las suyas.
—Okey. —Me despedí con la mano, casi a tientas, y volé por donde había venido—. Más tarde, si eso, te busco.
—¡Te estaré esperando! —Le escuché exclamar a mi espalda—. ¡Aquí mismo me quedo, Yoon Gi!
Torcí la esquina, sin responder. Detestaba que me vieran enfermo. Desde luego, ¿quién me mandaba a mí ponerme a deambular sin haberme tomado algo de tiempo primero para descansar? Me apoyé contra la pared. Dios; me sentía a morir.
—Chiss... Chisss...
El chistido me llegó por el costado, en un murmullo casi imperceptible.
—Chiss...
Me giré. No vi a nadie. Retrocedí unos cuantos pasos. Jimin había desaparecido y el corredor permanecía sumido en una calma sepulcral.
—Chis...
De nuevo el sonido, esta vez a mi espalda. Me volví, cada vez más intranquilo.
—¿Nam? —Mi eco retumbó en las paredes—. ¿Eres tu? ¿Ya has terminado de hablar?
Nada.
—¿Nam Joon? —Demonios; ¿acaso ya me estaba volviendo loco?—. ¡Nam, oye! ¡Nam Joon!
—Chis, chis.
Una intensa inquietud se apoderó de mí. Las sienes me empezaron a palpitar. Una arcada me obligó a taparme la boca. Joder; el baño. ¡El baño!
Me metí en los públicos y hundí la cabeza en el primer W.C. Vomité tres veces, me senté en el suelo y apoyé la frente entre las rodillas. No soportaba la presión de la cabeza. Quería desparecer. Así podría ahorrarme el dolor.
—He perdido el reloj.
Mis ojos se movieron hacia la rendija de la puerta, aturdidos. Un par de zapatillas rojas, sucias de tierra, se asomaron.
—No lo encuentro —continuó una voz masculina que parecía joven—. ¿Lo has visto?
—Lo siento. —Hasta donde podía ver, que no era mucho, en el cubículo solo había un rollo de papel higiénico y una papelera metálica de pedal—. Aquí no está. ¿Por qué no le preguntas al conserje?
No respondió.
—Chico... —Oteé por la rendija; las zapatillas seguían allí—. ¿No te parece que ya que me molestas deberías al menos contestar cuando se te habla?
—Hagseub-Jeongsin respira cadáveres.
¿Yoon... ? ¿Yoongito? ¿Otra vez esa maldita autoscopia?
Empujé la puerta. Distinguí una silueta. Las bombillas de la estancia se apagaron, al unísono.
—Yo sé lo que se esconde en este lugar.
Un sudor frío me recorrió el espinazo. Traté de levantarme. Un aliento extraño me sopló en la nuca.
—Yoon Gi, lo sé.
N/A (21/12/2024) : Según yo la corrección inicial había quedado bien y resulta que al leerla estoy cambiando aún más cosas. Jajaja Ay. Bueno, quiero creer que la historia está ganando en agilidad, con mejor ritmo y con una narración más limpia (por limpia me refiero a que no resulte densa). O eso pretendo 🥲
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