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20 | Lo mejor que me ha pasado

Empecé a hiperventilar. Demonios; ¿pero quién rayos me hablaba de esa forma tan imponente? Y, ¿por qué me decía todo aquello? ¿Por qué me hacía temblar?

Traté de calmarme. No pude. Me estaba ahogando. Necesitaba aire. ¡Aire! Regresé al balcón y me agarré a los barrotes. El lago se me antojó una mancha informe. Apenas veía nada. Una electricidad paralizante me recorrió por las venas.

—¡Mantén la serenidad! —Yoongito me habló pero no tuve fuerzas ni para levantar la cabeza—. ¡Es como en el caso de la mujer que acusaron de asesinar a su marido! ¡Acuérdate!

Los retazos sueltos del suceso me saltaron desordenados a la cabeza. Ese había sido mi último caso antes de enfermar.

Un señor de mediana edad y aspecto humilde se había presentado en la oficina una mañana sin cita previa y, entre lágrimas, nos había pedido que ayudáramos a su hija, una joven de tan solo veintitrés años, acusada de haber asesinado a su esposo en plena luna de miel. Recordaba que al relatar los hechos, Nam había mostrado dudas pues le preocupaba que nuestra empresa pudiera ser asociada a la defensa de potenciales homicidas. En cambio yo, debido a mis desgraciadas vivencias, quise darle una oportunidad a la inocencia de quien parecía culpable. Acepté la investigación y, aunque en un inicio me organicé para ir por cuenta, al final mi compañero terminó acompañándome.

Recreamos los escenarios de la boda, hablamos con todos los invitados y seguimos los pasos de la pareja en la luna de miel, comiendo en los mismos lugares y registrando cada hospedaje. Fue así como descubrimos que en el club nocturno que visitaron la noche antes de la muerte, al joven le pusieron mescalina en la bebida, un potente alucinógeno con efectos amplificadores y reacciones sedativas y paralizantes, y que, en el contexto del brote psicótico, se asestó varias puñaladas a sí mismo.

Mescalina.

Lo que escuchaba era una alucinación producto de haber ingerido esa sustancia en el té.

—¿De verdad eres la reencarnación de Kim Ahn Ra? —Me pareció que esta vez me hablaban desde el exterior. Era un varón aunque sonaba distorsionado—. Si es así, tendría su gracia. —Su risilla traviesa me tronó en el tímpano—. Vas a morir otra vez igual y por la misma causa.

El empujón fue arrollador. En medio en trance como estaba, no pude impedir precipitarme por encima de la barra del balcón. Intenté agarrarme al hierro mas la violencia de la caída me arrastró. Terminé en el agua, presa del doloroso latigazo helado de la zambullida. La fuerza del impacto me succionó hacia abajo. Quise nadar pero los brazos y las piernas no me respondieron. El pecho me pidió aire. Segundos después, empezó a pincharme por aguantar. Me mareé. No tardaría en perder conocimiento.

Me daba rabia. Acababa de descubrir el modus operandi de los suicidios pero me iría sin conseguir que el mundo supiera lo que hacían en Igsaui Hosu. No era justo. Solo me quedaba esperar que Jung Kook estuviera bien. Era un buen chico y le deseaba lo mejor, al igual que a Nam Joon. Ojalá se repusiera pronto de su pérdida, encontrara un trabajo y rehiciera su vida.

La cara pálida de la niña que había visto en el camino se me acercó en medio de la inmensidad. Su mano helada me rozó la mejilla. Lo sentía. Realmente lamentaba morir sin terminar de ayudarla.

—Bienvenido, Yoon Gi — escuché a Ninah aunque no alcancé a divisarla—. Ya estás donde te corresponde.

Cerré los ojos. Los pulmones estaban a punto de explotarme y el dolor torácico era insoportable pero el efecto de la droga era demasiado fuerte como para resistir. No podía, no. Se acabó.

—Tranquilo, no pasa nada. —Un abrazo firme detuvo mi descenso al fondo—. Recuerda que yo te cuido.

Ji...

Abrí un ojo, lo justo para dintiguir unos brazos en torno al pecho que tiraban de mí hacia la superficie.

Ji... Min...

Caí en la inconsciencia. Sentí vacío. Ausencia. Oscuridad. Era como si hubiera entrado en una deriva sin nada, absolutamente nada a mi alrededor, en la que se estaba en paz. Sin embargo, la quietud no tardó en esfumarse. Fue cuestión de segundos que me descubriera en la senda de las piedras, seco y de pie, mientras el amanecer teñía las aguas de tonalidades naranjas y amarillas.

¿Qué había pasado? ¿Estaba otra vez deambulando por el bosque? ¿Y lo de la mescalina? ¿Acaso no me había ahogado? Me restregué los ojos. Oteé a la derecha, luego a la izquierda y entonces...

—¡Uf! ¡Menudo subidón! Ha estado muy cerca.

El corazón me dio un triple salto mortal hacia delante.

—¡Ahora sí que hemos estado al límite! —Jimin, exactamente tal y como le recordaba, agitó los brazos desde la amplia distancia que nos separaba—. ¡El peligro acecha cuando uno está a punto descubrir la verdad! —Puso voz de eslogan publicitario—. ¿Qué te parece la frase? ¿Te gusta? Me la voy a apuntar para cuando no tenga nada que hacer. Igual me cambio de género e indago en las novelas policíacas.

Las lágrimas se me resbalaron. Jimin. Joder, era él. Estaba ahí. De verdad estaba ahí. Le había extrañado tanto...

—¡De todas formas, no te rindas! —siguió dando brincos—. ¡Ánimo! ¡Hip, hip, Yoon Gi! —Colocó las manos como una bocina—. ¡Hip, hip! ¡Adelante! ¡Y no te preocupes, que velaré por ti!

Ay. Era... Era...

—¡Eres un estúpido! —Sabía que no debía enojarme, menos aún cuando por fin le veía, pero las palabras salieron por mi boca sin que pudiera evitarlo—. ¡Y haces muy pero que muy bien en quedarte ahí, lejos, porque si te pillo te juro que te mataré aunque ya estés muerto!

Me pareció que se reía. Diablos. ¡Se reía!

—¿Y qué mierdas te hace tanta gracia, eh? ¿Qué te has creído? ¿Te piensas que no tengo nada mejor que hacer que esperar a que te de la gana de aparecer?

—No —negó—. Para nada.

—¡Te he llamado mil veces! —continué—. ¿Qué pasa? ¿Tienes problemas de audición? ¿Te ha entrado agua del lago en el oído o algo así?

Soltó una carcajada y, de repente, le tuve en frente.

—Estás enfadado porque me has extrañado.

Exacto. Como siempre, me captaba a la perfección.

—Claro que no. —Su preciosa sonrisa se me coló por la retina—. Lo que me jode es que te hagas de rogar, ¿entiendes? No eres el puto rey de Saba.

—Pero, Yoon Gi, es que no lo has puesto fácil —se justificó—. Apenas duermes.

—¿Y qué que no duerma? —seguí refunfuñando—. ¿Ya me vas a salir otra vez con el rollo ese de que debo descansar mis horas y comer adecuadamente? Porque si es así, no gastes tiempo, que voy a hacer lo que me de la gana y... —La dulzura con la que me miró me dejó en blanco—. Y... —Ay; mierda—. Eso. Pues eso.

—Solo puedes verme de forma normal si estás dormido. —Su tono se convirtió en un hilo de voz—. He estado detrás de ti todo el tiempo, esperando, pero... —se interrumpió—. Lo siento. Te he hecho daño. Perdón.

Iba a replicar pero entonces me echó los brazos al cuello y me abrazó.

—Lo lamento mucho, Yoon Gi —rompió a sollozar—. Muchísimo.

Mi hosquedad desapareció de un plumazo.

—No importa. —Le estreché contra mí—. Ya no importa.

—Sí que importa —rebatió—. Quería pasar un poco de tiempo contigo y ayudarte —explicó—. En verdad no pretendía que te fijaras en mí pero tu presencia me hacía sentir tan vivo y estaba tan feliz que me lancé sin valorar lo que eso podría hacerte sufrir después. —Y añadió—: No debería de haberlo hecho. Encima fui insistente y pesado. Sé que soy muy pesado. Y cargante. Y hablo demasiado.

—No, oye, no. —Traté de frenarle—. No es así.

—Y también me siento fatal por haberte mentido como lo hice —continuó su retahíla—. No sabía cómo plantearte las cosas así que me inventé lo del libro porque temía que te asustaras y me echaras de tu lado.

—Eso nunca lo hubiera hecho.

Me soltó. Sus pupilas llorosas me observaron con una inseguridad que hasta entonces jamás le había visto.

—Eres lo mejor que me ha pasado, tonto —aclaré.

—Lo dices porque no has visto mi aspecto real.

—Eso mismo pensaba yo de ti —repliqué—. Cuando me dijiste que te gustaba, lo primero que se me vino a la mente fue que lo decías porque no conocías mi pasado. Sin embargo, saberlo no cambió lo que sentías y nada cambiará lo que yo siento tampoco.

—Pero soy un ser espeluznante y estoy atado por la maldición.

—Y yo tengo un carácter horrible y solo me quedan unos meses de vida —le recordé—. ¿Qué haremos con nuestro valioso tiempo hasta entonces si no lo compartimos?

Se sacudió las lágrimas. Sonrió cuando le tomé el rostro entre las manos y, en un instante, ya me había perdido en la carnososidad de sus labios, en la humedad de su boca y en la suavidad de sus brazos. Deseaba amarle. Cuidarle como el ser precioso que era. Darle lo mejor de mí.

Nos movimos. El deseo me hizo empujarle contra un árbol. Sus dedos se perdieron en mi cabello al beber de mí, con una ansiedad que noté en seguida y que me volvió loco. Me pegué a su cuerpo. Escuché su respiración agitada ante el ardor del roce de mi miembro contra el suyo. El corazón se me puso a mil.

—Dime que cuando despierte estarás ahí. —Disfruté de mi lengua al enroscarse en la suyo—. Dime que me dejarás verte.

El suelo bajo nuestros pies empezó a resquebrajarse. Nos detuvimos. Mierda; me estaba despertando. ¡No!

—Prométeme que comerás y te cuidarás como debe ser. —Jimin volvió a sonreír pero esta vez lo que percibí en sus ojos fue tristeza—. No malgastes tu tiempo. Trata de ser feliz con las pequeñas cosas que tengas tu alrededor.

Lo entendí en seguida. No tenía ninguna intención de aparecer. Había vuelto para disculparse y despedirse.

—Te prometo que haré todo eso y más si tu me prometes que te veré —hice un último intento, a la desesperada—. Ya te he dicho que no me importa el aspecto que tengas.

Agachó la cabeza.

—Un vivo debe estar con los vivos —murmuró—. Nos hemos separado antes de lo esperado pero, si lo piensas, tarde o temprano habríamos tenido que hacerlo.

No.

—Pero yo te quiero y tu a mí también. —Mis palabras le hicieron romper a llorar—. Podemos seguir juntos. No me voy a ir de Igsaui Hosu.

—Pero resulta que yo quiero que te vayas.

Aquello me descuadró por completo.

—¿Estás...? —Mierda; pero qué... Me apartaba. ¿Por qué?—. ¿Estás diciendo que no quieres estar conmigo? —logré terminar—. ¿Es eso?

Asintió.

—Llegaste aquí porque deseabas vivir. —La explicación sonó baja, queda—. Tenías ganas de luchar y de seguir adelante pero conocerme te ha hecho cambiar de opinión.

¿Eh?

—No quiero escucharte decir que no te vas a operar —continuó—. Me duele pensar que quieres dejarte morir y que yo soy el responsable de ello. —Sus ojos, empapados, se clavaron en los míos—. No podría soportar verte agonizar.

—No, a ver, yo no... —Rayos; le entendía. Si yo estuviera en su lugar hubiera dicho lo mismo—. Esto lo tenemos que pensar bien y...

—Acaba con el dolor de Igsaui Hosu y luego ten una buena vida. —No me dejó seguir—. Yo sería muy feliz sabiendo que estás en alguna parte y que te encuentras bien.

—No, espera.

—Busca ayuda. —Su imagen se distorsionó ante mis ojos—. Los melocotones.

—¡Espera!

Por favor.

Por favor...

Jimin...

Me incorporé de un respingo, con las manos metidas en el musgo del suelo y el barro entre los dedos. Me encontraba tumbado a orilla del lago, mojado y con hojarasca y tierra pegada a la ropa, y el agua acariciaba mis zapatillas encharcadas. Miré a mi alrededor. Estaba solo.

—Esto es una puta mierda. —Me revolví y le metí una patada a una rama caída, que derrapó varios metros—. ¡Es una mierda! —Agarré una piedra y la tiré, con todas mis fuerzas, al agua—. ¿Quieres que me vaya? ¡Pues que te den! ¿Me oyes, Park Jimin? ¡Que te den! —grité—. ¡Terminaré con todo esto y luego me largaré y me olvidaré de que existes! ¡Y, además, es verdad que esto ha sido culpa tuya! ¡Que sepas que sí que fuiste un insistente y un pesado! ¡Muy pesado!

Por supuesto, no lo decía en serio. Solo estaba frustrado ante la realidad. Sabía que nunca volvería a conocer a alguien como él, que no le olvidaría jamás y que marcharme y dejarle allí me iba a desgarrar el alma y el corazón. Pero no era tan tonto como para no comprender que apartarme era el acto de amor más grande que Jimin podía hacer por mí y que yo debía dejar de comportarme como un egoísta y entender cómo debía sentirse al escucharme desear morir.

Lo comprendía. Claro que sí.

Eché a andar, a lágrima viva, sin rumbo fijo un tiempo indeterminado. Hasta que detecté a la policía local y me oculté tras la seguridad de la arboleda. Eran dos tipos. Uno oteaba la orilla. El otro hablaba por teléfono.

—Sí... —le escuché—. Es otro suicidio... No... Aún no hemos encontrado el cuerpo... —Calló unos segundos—. Min Yoon Gi... Sí, el señor Kim dice que estaba aquí por trabajo y que sufrió un fuerte desamor durante su estancia... Ajá... Sí, la mujer del alcalde estaba en turno de noche y lo vio tirarse...

Malditos hijos de puta. Se lo montaban muy bien entre todos.

Retrocedí y me metí en el pueblo, aunque evité la plaza y preferí serpentear por las afueras hasta la hora de la comida, momento en el que el lugar se sumió en quietud y pude moverme hasta la oficina de turismo. Solo tuve que llamar una vez. Pareciera como si vidente me estuviera esperando.

—Ya sé lo que está pasando —anuncié, nada más detectar el azul de sus pupilas—. Por favor, déjeme un teléfono.

Me tendió un móvil antiguo, de pantalla pequeña y teclas enormes, sin hacer preguntas. Menos mal. No podía decirle que el autor de las muertes era su propio hijo. No hasta que tuviera alguna prueba material.

La línea, al otro lado, no tardó en descolgarse.

—¿Quién es?

—Nam. —Me pegué el altavoz—. Nam, soy yo. Necesito tu ayuda.


N/A: 08/01/2025
Mi YoonMin bonito y precioso 🤧 qué mal lo están pasando.
Aprovechando que tengo un par de días libres voy a ver si soy capaz de terminar la revisión de los capítulos que faltan, que ya no quedan muchos.

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