11 | Tu sitio está con nosotros
Decidimos pasar la noche en mi habitación. El baño no era el sitio más idóneo y, además, la enorme rata que se nos atravesó nos dio un susto casi tan grande como el que nos hubiera dado el alma de Ahn Ra si hubiera aparecido. Sin embargo, en cuanto cerré la puerta de la alcoba y percibí cómo mi pasión se prendía y empujaba a Jimin a la cama, todas las inseguridades del mundo se me activaron de golpe en la cabeza.
Debido a mi historial de abuso, yo nunca había llegado a intimar en serio con nadie y tampoco había imaginado que, en caso de ocurrir, fuera a ser con otro chico de modo que no tenía ni la menor idea de lo que hacer. No sabía por dónde empezar. Por demás, me aterraba la posibilidad de llegar a algún punto de no retorno en el que el sexo provocara que me acordara de mi tío y entrara en crisis de pánico. Menos mal que Jimin que, como ya tenía más que comprobado, me captaba a la velocidad del rayo, frenó al notar que el cuerpo se me tensaba al echarme encima de él sobre el colchón.
—Estás mal, ¿verdad? —Me apartó, despacio, para a continuación escurrirse a mi lado—. No te preocupes. No tienes que esforzarte.
—No, es que... —Joder; ver para creer. Ni explicarme sabía—. Es que nunca he estado con nadie —reconocí—. Es decir, no sé lo que...
—Yo tampoco.
La repentina confesión me pilló de sorpresa.
—¿Ah, no? —Me alcé levemente, lo justo para que mi rostro quedara sobre el suyo y poder mirarle a los ojos—. Con lo seguro que te ves, pensaba que...
Su sonrisa iluminó la estancia y, de paso, me dejó embobado. Hasta ahora no me había permitido observar lo hermoso que era.
—Si te parezco seguro es solo porque gustas —dijo entonces—. Eso no significa que tenga idea alguna de qué hacer para que te sientas bien conmigo. —Sus ojos, cálidos, me transmitieron paz en cuestión de segundos—. Tengo en cuenta que lo que te hicieron te debió traumatizar mucho. Por eso digo que no te fuerces. A mí me basta con estar a tu lado.
Un regusto amargo se me instauró en la garganta. Las palabras eran preciosas pero precisamente para mí la posibilidad de estar iba a ser tarea complicada.
—Jimin... —pronuncié su nombre despacio, casi con miedo—. Mira, la verdad es que... Resulta que... —Costaba decirlo pero, a estas alturas, entendía que no se lo debía ocultar—. Estoy enfermo —conseguí terminar—. Tengo un tumor cerebral. Me estoy muriendo.
Esperé un bote de espanto, un reclamo de decepción por no habérselo dicho antes de lanzarme a sus labios, que me apartara y un sin fin de cosas más pero nada ocurrió. Al igual que con lo de mi familia, no se movió ni modificó su expresión.
—Ya lo sé —contestó—. Tu amigo me lo dijo.
Nam Joon, pedazo de metomentodo. Si ya me lo había olido con lo del melocotón, ya.
—¿Y fuiste a buscarme al archivo para decirme lo que sentías por mí aún sabiéndolo?
Asintió.
—¿De verdad quieres estar con alguien que puedes perder en cuestión de pocas semanas?
—Sí.
Su rotundidad me dejó boquiabierto.
—¿Por qué?
—Porque sería peor si no lo hiciera —replicó—. Lo que cuenta es el presente y en él tu estás vivo.
Aquella respuesta me hizo inclinarme y besarle en automático. Besarle con deseo, con entrega y también con cariño. Con lo mejor de mí. Jimin no solo me comprendía por completo. También me aceptaba sin ninguna condición. ¿Por qué? ¿Qué había hecho yo para tener la inmensa suerte de me quisiera así? Y en tan poco tiempo... Era increíble. Por primera vez, me empezaba a sentir afortunado de haber nacido. Y feliz. Tremendamente feliz.
Al final la situación se propició sola. Los besos me llevaron a enroscar mi lengua con la suya, a beber de su aliento y a acariciarle por debajo de la ropa. Su estremecimiento ante mis manos fue el empujón que me determinó a desnudarle y a dejar que él me ayudara a desprenderme de la camisa.
—Recuerda que no tengo prisa —murmuró—. Soy tuyo.
Mío. Joder; era un sueño.
—También quiero ser tuyo —respondí—. Que me sientas y sentirte.
Su delicadeza acarició mi miembro, que ya había adquirido una dureza considerable, para a continuación introducirlo él mismo, en varios intentos pausados, dentro de su cavidad. Fue ahí cuando la palabra trauma se esfumó. Cuando su movimiento y sus jadeos me volvieron tan loco que mis caderas le envistieron sin pausa y sin medida hasta que estalló de placer y yo, tras verle retorcerse y gemir, hice lo mismo.
—Gracias —susurró, arrebujado en mi costado—. Gracias por aceptarme.
Le abracé. Su cabello me cosquilleó en la barbilla.
—Ahora sí que voy a tener que poner todo mi empeño en encontrar a Jung Kook. —Los ojos comenzaron a pesarme. Me permití cerrarlos, bajo la tranquilidad que me transmitía su piel—. Necesito curarme porque deseo estar mucho tiempo contigo.
—Quizás se cumpla. —Su respuesta me llegó lejana, en eco—. Dicen que en los lugares malditos como Igsaui Hosu también ocurren los milagros más hermosos.
Milagros.
Ojalá fuera así.
Quería quedarme.
Quería estar con él.
Esta vez no me sorprendió despertar y verme otra vez en el bosquejo fangoso que rodeaba el lago, solo en medio de la oscuridad. No era plato de gusto descubrirme deambulando así pero, como ya iban tres veces, en vez de asustarme y hacerme preguntas que no tendrían respuesta, lo que hice fue repirar hondo y buscar por las inmediaciones. Efectivamente, ahí estaba Jung Kook, de pie junto a un árbol, mirándome desde la distancia.
—Podría fingir impactarme pero resulta que ya me he acostumbrado a tus visitas nocturnas —me dirigí a él—. Y también podría decirte que vuelvas y que dejes de jugar a las escondidas pero me he dado cuenta de que, probablemente, aunque quieras, no puedes regresar.
—No —confirmó, algo mas sereno que en ocasiones anteriores—. No puedo.
—Estás muerto, ¿verdad?
Asintió.
—¿Quién fue? —continué—. ¿Fue por lo de los niños? ¿Cómo lo hiciste para encontrar los zapatos? ¿De dónde sacaste las pistas que te llevaron al archivo?
—De la vidente.
—A ver, a ver...
—Conoces a Tae Hyung —siguió—. Habla con él.
¿Con el fanático sube piedras?
—Pero eso ya lo hice ayer.
—No —insistió—. En realidad no.
Vale. Lo captaba. Tenía que buscarle a solas, sin Kim Seok Jin de por medio. A fin de cuentas ese tipo tenía en su almacén la siniestra colección. Me preguntaba si lo sabría o, al estar escondida en otra habitación, el pobre se dedicaba a guardar documentos sin ser consciente del terrible secreto que ocultaba en sus paredes.
—Encuentra mi reloj, por favor —me suplicó a continuación—. Es muy importante y también lo es que no se lo digas a...
Ya. A nadie. Lástima que no me diera tiempo a explicarle que la intensa intromisión de Jimin en mi vida me había impedido seguir el consejo porque, como acostumbraba a pasar, el escenario cambió de improviso. Jung Kook desapareció. Abandoné la rivera. Un líquido frío me empapó las piernas. Me vi dentro del lago, metido hasta la cintura.
¿Cómo era posible? ¿Por qué? La inquietud se apoderó de mí. Busqué la orilla pero la oscuridad era inmensa, solo percibía agua por todas partes y...
A ella.
Una figura femenina avanzaba a mi encuentro, vestida de color claro, con el cabello mojado, largo, pegado a la cara.
El pánico me poseyó. ¿Ahn Ra? ¡Ay, mierda!
Traté de retroceder, en vano. Los pies no me respondieron. Se me habían pegado al fango del fondo. No los podía mover. ¡Maldición!
—Te dije que estabas maldito.
Tiré de una pierna pero perdí el equilibrio, me zambullí y, al emerger, la reconocí. No era Ahn Ra. La que me observaba, calada hasta los huesos y con las pupilas frías como témpanos de hielo, era Ninah, la ex novia de Nam Joon.
—Es cierto que tu alma huele a muerto. —Ladeó la cabeza—. Ahora sé el motivo. Perteneces a Igsaui Hosu.
Yo... ¿Eh?
Algo me rozó la espalda. Pensé que sería una planta de esas que flotan a la deriva en los pantanos de modo que me volví para apartarla pero lo que encontré fue el cuerpo inerte de un chico flotando boca abajo.
¡Joder!
Volví a intentar moverme, esta vez a la desesperada, pero solo conseguí agarrarme a la arena y asir lo que me pareció una mata de cabello humano. ¡Demonios! Me apresuré a retirar la mano.
Un círculo de cadáveres empezó a emerger a mi alrededor. ¿Qué era eso? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué? Empecé a marearme. La respiración se me cortó. ¿Eran los suicidas? Pero, ¿por qué yo? Entré en pánico, uno bestial. Traté de huir desplazándome con los brazos. No solo no funcionó sino que encima algo me asió por el tobillo, tiró y me zambulló por completo en el agua.
Tragué líquido. Pataleé en vano. Me revolví e intenté abrir lo que reconocí como una mano que me atrapaba la pierna derecha. Logré sacar la cabeza. Los muertos me cercaban. Todos yacían inertes pero sus manos se estiraban y me buscaban. Me buscaban a mí.
—No debiste escapar. —Una voz que no había escuchado en mi vida, esta vez de hombre, emergió con fuerza de la nada—. Tu sitio está con nosotros.
Dios. Esto no era real. Claro que no. Tenía que ser una pesadilla. ¡Una maldita pesadilla! Debía despertar y hacerlo ya. ¡Ya! ¡Vamos!
Volví a zambullirme. Cada vez tiraba más. Ya no podía sacar la cabeza. Aguanté todo lo que pude. Me empecé a ahogar, a desvanecer y entonces...
Entonces me salvó.
Su abrazo me rodeó por la espalda y me sacó a la superficie. Mis pulmones se llenaron de aire. La mano me soltó al instante. Ninah desapareció. Los cadáveres se sumergieron. Y, en medio de todo aquella locura, solo quedé yo, en un agua tranquila y en repentina paz, aferrado a aquel tacto tan precioso e inconfundible.
—Jimin... —le reconocí, claro—. Jimin... Has... Has visto lo que...
—Tranquilo, Yoon Gi. —Su susurro se me coló por la oreja—. Yo te cuido, ¿recuerdas?
Abrí los ojos. Las paredes de la habitación del hotel bailaron como si estuviera en una montaña rusa. Era de día y yo estaba sentado en la cama, empapado en sudor, mientras Jimin me abrazaba.
—No estás en el lago —le escuché decir—. Estás en la habitación del hotel y estás conmigo. —Y repitió—: Estás conmigo.
"Tu sitio está con nosotros".
Un estremecimiento gélido me recorrió el espinazo. Reviví el pánico, la parálisis y la sensación de ahogo. Sentí que me caía al agua y que me ahogaba. Lo sentí como si de verdad me hubiera pasado. ¿Me estaba volviendo loco? ¿Era el tumor? ¿Sugestión? ¿Realidad? Me empecé a agobiar y, en ese momento, el contacto me resultó irritante. No quería que nada ni nadie me tocara. Nadie.
—Suéltame —le pedí, seco—. Déjame.
—¿Pero estás bien? —Jimin aflojó el abrazo y me miró, con una lógica preocupación que, en contra de lo adecuado, me sentó mal—. Estabas gritando y decías que tu alma...
"Tu alma huele a muerto".
—Lo que yo grite o deje de gritar no es asunto tuyo.
—Pero me...
—¡Te digo que no es asunto tuyo!
Mi inapropiando desaire le separó. Se levantó y, cabizbajo y con el rictus descompuesto, buscó su ropa, se calzó los zapatos y se marchó. Por supuesto, me faltó tiempo para arrepentirme y correr tras él.
—Perdón. —Le abracé por detrás, tal y como él había hecho en mi extraña y vívida pesadilla—. No quería hablarte así. Lo siento mucho.
—Sé que no querías.
—Entonces no te vayas. —Le arrullé y le deposité un beso en la mejilla y varios más en el cuello que le debieron de hacer cosquillas porque se encogió. Sus risillas retumbaron por el pasillo—. Quédate conmigo, ¿sí?
No dijo nada así que repetí la operación. Le generé más risas.
—Vamos a darnos un buen baño juntos. Luego bajamos a desayunar, ¿te parece bien?
—No sé yo. —Se hizo el difícil—. Si bajo me voy a pedir muchos platos y te voy a dejar pagar a ti.
—No importa. Estoy dispuesto incluso a que me hables de tu libro si quieres como penitencia.
Aquella estupidez fue el remate que le terminó de desarmar y, en un abrir y cerrar de ojos, ya se había dado la vuelta y nos besábamos, entre unas risas que, poco a poco, fueron dando paso a un intenso ardor. Uno que me llevó a empujarle contra la pared y buscar con ansiedad su boca.
—Esto... Ejem... Jóvenes.
La voz del señor Kim, el dueño del hotel nos hizo dar un respingo y separarnos.
—El amor es, sin duda, una bendición. —Nos observó alternativamente por encima de las gafas—. Pero, ¿creen que es posible que disfruten de él en la intimidad de la habitación y no en el pasillo de mi hotel?
Asentimos, al unísono.
—Y ya que estamos... —Se me acercó, con la mano metida en el bolsillo. ¿En serio? No sería capaz de... —. Hoy la oferta es un dos por uno en paseos románticos en barca. —Mis sospechas se confirmaron al verle sacar el planfleto—. ¡Y si compras dos paseos te regalo una cena para enamorados con velas y música personalizada!
Arrugué la nariz. Ya. Qué genial.
—No, gracias.
—¡No me digas que no te interesa! —Se volvió a Jimin—. Chico, tu novio es un agarrado. Me parece no te va a hacer muchos regalos.
¿Que yo qué? Resoplé.
—Ya le dije que estoy aquí para trabajar, no de vacaciones.
—Pero no me parece que ahora estuvieras trabajando. —Mi interlocutor, insistente como él solo, me giñó el ojo—. Mira que si no me lo compras seguro que te arrepientes luego un montón.
—Es posible —admití—. Pero, como ya le dije, en tal caso iré a buscarle.
El ensordecerdor sonido de las sirenas interrumpió la conversación. El señor Kim se acercó a los ventanales, descorrió las cortinas y dejó a la vista la inmensidad de un lago precioso bañado por la luz del sol que, aún así, me puso la piel de gallina.
Me asomé. Un enorme remolino de personas se habían apelotonado en torno a una ambulancia. Distinguí a Kim Seok Jin, a Hye Ri, que observaba la escena blanca como una pared, a Hoseok, con un intenso miedo en la tez, y a Nam. Lloraba desplomado sobre el musgo, con la cabeza oculta entre las manos y el cuerpo moviéndosele en un violento vaivén.
—Caramba, qué desgracia. —El dueño del hotel chasqueó la lengua—. Otro suicidio.
¿Qué? Me pegué al cristal justo cuando los sanitarios colocaban en la camilla el cuerpo mojado y sin vida que acababan de sacar del agua.
Me faltó poco para caerme de la impresión.
Ninah.
Era Ninah.
N/A 02/01/2025
Me han venido recuerdos del momento en el que escribí la escena del lago. Para entonces me había visto varias escenas de terror de diferentes cosas por YouTube pero se me hacía complicado plasmar esas emociones en palabras. Me ayudó bastante escuchar una banda sonora que tiene aire a terror y que encontré por Spotify; de ahí me hice una playlist para el libro. La música es la mayor fuente de inspiración del mundo, ¿verdad?
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