10 | El pasado de Yoon Gi
Aquel escabroso descubrimiento cambió mi perspectiva en ciento ochenta grados. Sin embargo, todo se seguía sintiendo demasiado entremezclado; era difícil hilar con coherencia lo que había obtenido entre unas informaciones y otras.
Por una parte, Jung Kook no se había suicidado, eso ya era seguro. Alguien le había dicho que el muerto se lo iba a llevar y su carácter aventado le había hecho empezar a investigar sobre el asunto. Desconocía hasta qué punto habría averiguado algo de Ahn Ra y también hasta dónde lo del alma de ella vagando por el hotel era cierto pero lo que estaba claro era que el joven había descubierto lo de los niños. Lo más seguro fuera que lo del mapa tuviera que ver con eso.
"Hagseub-Jongsin respira cadáveres".
Se refería a los menores. La colección de zapatos significaba que alguien del pueblo se había dedicado a asesinarlos. Su ubicación en el archivo implicaba que otro alguien lo sabía, lo había encubierto y Jung Kook se había metido en medio. ¿Entonces estaba muerto también? ¿Ese otro alguien lo había matado? Demonios; tenía toda la pinta pero al mismo tiempo no me terminaba de convencer.
¿Qué rayos pintaba la historia de Ahn Ra? ¿Por qué parecía algo sobrenatural, con lo del llanto del muerto y lo de los suicidios incorporado, y daba la impresión de que a Hye Ri le había tocado revivir la tragedia? ¿Realmente se estaba repitiendo? Porque, de ser así, entonces en quien tenía que poner la mira era en Jung Hoseok, por su animadversión hacia el desaparecido, o en su novia de la que, por cierto, aún no sabíamos nada.
Ay; joder. Me froté las sienes. Algo se me estaba escapando.
—Estoy pensando que todo pudo coincidir. —Jimin, que durante el trayecto de regreso al hotel, se había mantenido en un riguroso silencio, rompió a hablar cuando pisamos el camino de piedras—. Es como una cebolla, con capas.
Parpadeé. ¿Pero qué tipo de comparación era esa?
—Sí, mira —buscó explicarse—. Imagina que llaman a un investigador para que indague en la desaparición de los niños y que ese investigador se enamora de Ahn Ra mientras trabaja en el caso —continuó—. Ahora imagina que, al mismo tiempo que se desarrollan los sentimientos entre ellos, él descubre lo que nosotros acabamos de descubrir e identifica al dueño de la colección. —Su mirada, vivaz, centelleó—. ¿Qué crees que pasaría?
—Que lo matarían —concluí, en automático—. Pero te dejas atrás lo del prometido y todo eso de la carta —objeté—. A parte, tenemos lo del llanto del muerto y los suicidios en cadena por la ventana.
—Por eso digo que es una cebolla —insistió—. Pienso que las dos situaciones confluyeron solo que una tapó la otra —siguió—. El suicidio de la hija de los dueños del hotel, alguien sin duda muy importante en el pueblo, eclipsó a tal punto la investigación del chico que ahora, si te das cuenta, nadie es capaz de recordar por qué él estaba aquí.
Le observé unos instantes, boquiabierto. Diablos; ¡era cierto! Ni siquiera Kim Seok Jin había podido explicarlo y eso que se suponía que se había leído todos los documentos de la época.
—Rectifico en eso de que tu te inventas mundos mientras que mi trabajo es la vida real. —Tenía que reconocerle el mérito. Su cabeza era tan ágil como su capacidad para trepar—. Hilas las cosas bien.
La sombra del hotel se recortó en medio del silencio de la noche.
—¿Me estás dando algo parecido a las gracias?
—Más o menos. —Lo dicho. Era increíble lo rápido que captaba todo y, en especial, a mí—. Pero que no se te suba a la cabeza.
—¡Oh, caramba! —Su entusiasmo hizo que me arrepintiera al instante de haberle dicho nada—. ¡Yoon Gi! ¡Ay, Yoon Gi! —Dio un brinco—. ¡Yoon Gi, gracias! ¡Muchas gracias!
Intenté girarme, con la intención de decirle que se dejara de efusividades estúpidas, pero entonces me abrazó por la espalda. Su contacto me dejó más tieso que el palo de una escoba.
—Al final te he sido útil, ¿verdad? —continuó, emocionado y ajeno a los nervios que me producía sentirle—. ¿Ya no te caigo tan mal? ¿Me dejarías seguir ayudándote? No quiero ser pesado, de verdad que no, pero me gustaría quedarme contigo mientras estés aquí. ¿Puedo?
Tendría que haberle empujado, como siempre, pero su calidez era demasiado reconfortante y, por unos instantes, olvidé mi propósito de mantenerle lejos.
—Tu.. —Uf; luché por emitir alguna palabra con sentido—. Tu no me caes mal.
Me soltó. La ausencia de su piel me hizo notar vacío de modo que me volví. Su mirada, esperanzada, buceó en la mía tan cerca que el corazón se me subió a las sienes.
—Te... —titubeé—. Bueno... El caso es que... —Mierda; lo mío no era expresarme, no—. Yo...
—Ánimo, no tengas miedo, dile que te gusta. —La autoscopia me zumbó, molesta, en el oído—. Él ya te lo ha dicho a ti.
No, lo parecía pero era porque desconocía la verdad sobre mí.
—Yoon Gi, venga.
No.
—Te vas a arrepentir.
¡Que no! Estúpida alucinación. ¿Acaso no entendía o qué? Sorteé a Jimin, con una repentina contundencia, y me metí en el hotel como una bala.
—¡Yoon Gi, espera!
No, no y no. No a estar con él y no a recibir su ayuda. No.
Lo que tenía que hacer era centrarme en lo mío, como siempre, comprobar que Nam había llegado bien a Seúl, buscar alguna excusa que echarle a Hye Ri por haberla dejado sola en la casa de la alcaldía con Hoseok y después darme una ducha, meterme en la cama y pensar en el siguiente paso a dar en torno a Jung Kook.
Jimin me tenía que importar un carajo. Un carajo.
Irrumpí en el recibidor, sin aire en los pulmones pero los pues se me quedaron pegados en el quicio de la puerta. Nam estaba ahí, con el rostro desolado como nunca antes lo había visto y la actitud propia de un menor soportando estoicamente una reprimenda. Una reprimenda de su novia que, para mi desgracia, estaba también allí.
Dios mío.
Ninah, embutida en una gabardina y con las llaves del coche en la mano, deambulaba como un león enjaulado, echando humo por todos los poros de la piel, mientras el conserje trabajaba en la limpieza de uno de sus relojes, fingiendo ir a lo suyo, y Hye Ri y Hoseok, que seguramente acababan de llegar, retrocedían, espantados.
Era lo que me faltaba.
—Así que aquí era donde estabas. —La recién llegada escupió su ira—. ¿No decías que estabas con tu padre? —Le traladó con la mirada—. Me has mentido otra vez pero, ¿sabes? Ya lo suponía. Por eso activé el seguimiento de tu móvil y te he seguido.
—Lo siento —fue todo lo que Nam respondió—. Perdón.
—Me prometiste que cerrarías el gabinete. —Se plantó frente a él, con los brazos en jarras—. ¡Me prometiste que no aceptarías más casos! ¡Me lo juraste por nosotros!
—Ninah...
—¡No! —Se quitó el anillo de prometida, el mismo que mi amigo le había comprado con tanto esfuerzo, y lo estrelló contra el suelo, con toda la rabia posible—. ¡Si no eres capaz de hacerlo, hemos terminado! —El eco retumbó en la estancia—. ¡Se acabó! ¡Te dejo!
—No, espera, de verdad que... —Nam rompió a sollozar—. Lo había cerrado, te lo juro, pero lo tuve que reabrir. —Las palabras le salieron ahogadas—. Llegó este trabajo y pagan muy bien.
—¿Y qué que paguen bien?
—Yoon Gi necesita el dinero para el tratamiento de su enfermedad.
—¿Yoon Gi?
Por supuesto, la sola mención de mi nombre le desencajó la cara y, en otra circunstancia, la verdad, me hubiera dado igual y hasta me habría reído. Sin embargo, ahora era diferente. Mi clienta, la que teóricamente me iba a pagar la operación, estaba escuchando, y Jimin se me había pegado al lado. Eso bastó para que el miedo me agarrotara el estómago.
No, por favor. Delante de ellos no.
—¿Hablas de ayudar a ese maldito hijo del demonio que se atreve a respirar después de provocar que su madre asesinara a su propio hermano?
El mundo se empezó desmoronar a mi alrededor. Todos los ojos se posaron sobre mí. Nam se encogió, sabedor del destrozo emocional que se iba a causar. Hye Ri esbozó una mueca que se me antojó a decepción. Hoseok retrocedió y se pegó a la pared. Pero lo peor fue percibir el gesto de Jimin, confuso, sobre mis hombros. Lo sentí como un mazazo. Uno muy fuerte.
—Supongo que no se lo has contado a tus nuevos amiguitos porque, claro, lo tuyo es ir de bueno. —Ninah se me aproximó, altiva—. No les has dicho cómo el hermano de tu madre os recogió cuando tu padre murió y cómo se desvivió por ti como si fueras su propio hijo.
La imagen de mi tío Kim hizo acto de presencia en mi memoria. Recordé su cara delgaducha y su mirada pervertida. Le evoqué al inclinarse hacia mí y también ese murmullo que solo decía cuando mi madre no estaba en casa: "Te voy a enseñar un juego muy divertido, tesoro, pero es importante que lo mantengas en secreto".
El "juego". Ese maldito juego.
Al principio había consistido en que me dejara tocar los geniales, en lo que había bautizado como "las caricias de los gatitos". Después se había ido ampliando a "comer piruletas" y a "montar a caballo", algo que, cuando ocurría, me obligaba a apretar los dientes y a morder a la manta de la cama para no llorar.
Empecé a marearme.
—No tardaste en saltar con tus mentiras —continuó—. Hasta los policías dijeron que la integridad de tu tío era incuestionable.
Sí, ya. Era un ciudadano ejemplar. Por eso no me creyeron.
—Sin embargo, lograste volver loca a tu madre y por tu culpa terminó así.
Mis ojos rascaron el suelo, tratando de no perder un control que se me iba con cada imagen que me sobrevenía.
En aquel entonces tenía diez años y, por desgracia, lo recordaba todo. Desde los gritos de mi madre hasta la forma del cuchillo de cocina que cogió. Recordaba las tres puñaladas que le asestó cuando escuchó mis gemidos de dolor al verme empotrado ante esa bestia en celo contra el armario y la sangre por el suelo. Sus palabras de consuelo diciéndome que sentía no haberse dado cuenta y su cuerpo inerte colgado de la lámpara a las pocas horas.
—Estás maldito, Yoon Gi —sentenció—. Por muy investigador que pretendas ser, ayudar a los demás no borrará en ningún caso que acusaras de abuso sexual a quien más te amaba ni que, con ello, asesinaras a tu propia madre.
—Vete a tomar por culo —respondí con mi muro defensivo característico—. Me importa una mierda lo que pienses. —Me dirigí a mi inesperada audiencia, que me miraba como si yo fuera el maldito muerto del lago—. Y me importa también tres cojones lo que penséis vosotros.
Y, sin más, me largué por las escaleras. Lo hice despacio, con las lágrimas estallándome a cada paso y la cabeza yendo y viniendo de Kim a mi madre y de mi madre al rechazo que había sufrido en el colegio y en la universidad. Me recordé sentado en un banco de fuera de la cafetería porque mis compañeros me habían echado, entre insultos. Me recordé aislado en la última fila del aula de la facultad. Me recordé solo. Siempre solo.
"Asesino". "Hijo de una maldición". "Malnacido que sedujo a su propio tío". "Deberías haber muerto tu". Ese tipo de frases me habían acompañado toda la vida.
Me refugié en el baño de la rata y me senté en el suelo, junto a una de las tazas. No era capaz de llegar a mi habitación. El cuerpo me temblaba así que me abracé las piernas y dejé caer la frente en las rodillas. La verdad, no sabía ni por qué me afectaba. Debería de haber imaginado que aquí también terminaría pasando.
—Pasa porque tu alma huele a muerto. —La extraña voz, la misma que había escuchado al tratar de bajar al archivo, regresó, esta vez en un murmullo—. Tu sitio está aquí, en Igsaui Hosu.
—Cállate, puto tumor de mierda. —Mi respuesta fue visceral. Ya estaba hasta los huevos—. Cállate.
—Pero esta vez no he dicho nada.
Abrí un ojo. Jimin, arrodillado frente a mí, me observaba con pesar. Su expresión me jodió aún más.
—Fuera.
—Yoon Gi...
—¡Que te vayas!
—No.
¿No? Maldita sea.
—Ya lo has oído, ¿no? —escupí—. Ahora sabes lo que provoqué.
Intentó tocarme pero, por descontado, le di un manotazo.
—¿No entiendes la parte que dice que maté a mi madre y quedé maldito para siempre?
—La palabra maldición se dice muy a la ligera hoy en día.
¿Eh?
—Tu madre perdió el control por culpa de la rabia pero, en todo caso, lo que hizo fue decisión de ella, no tuya. —Las rayitas de sus ojos se ensancharon, en un sonrisa comprensiva—. Eras solo un niño —continuó—. Siento que nadie te creyera cuando explicaste lo que tu tío te hacía pero siento todavía más que hayas estado tan solo. Yo sé bien lo que es eso.
Le observé, en silencio.
—Hace tiempo lo perdí todo. —Se acomodó a mi lado—. Lo pasé muy mal y me culpé durante mucho tiempo, al igual que tu. —Volvió a alzar la mano pero esta vez le dejé que la apoyara en la mía—. Lo superé cuando me convencí de que tenía que intentar disfrutar de lo que me quedaba y esperar.
—¿Esperar a qué? —La pregunta se me escapó sola—. No, déjalo, no me lo digas —rectifiqué—. No voy a escuchar tus cuentos para que luego trates de convencerme de que te diga los míos.
Su risa simpática retumbó en la amplitud silenciosa de las paredes.
—¡Ay, Yoon Gi, en serio! —Se carcajeó con ganas—. ¿De verdad piensas que estoy aquí para sonsacarte los traumas?
—No te hagas el inocente. —Arrugué la nariz—. Eso me pone malo.
—¡Pero de verdad que no pretendo nada! —Su pelo oscuro se agitó varias veces, en una contundente negativa—. Yo solo indago sobre lo que escribo y, por desgracia para ti, me temo que tu no tienes papel alguno en mi novela.
Aquella estupidez logró arrancarme una medio sonrisa.
—¡Ah, te estás riendo! —Él, claro, no dudó en señalarlo.— ¡Lo he logrado! —Y, como siempre, antes de que me diera a responder, se lanzó cual metralleta—. ¿Te he dado algo de ánimo? Ay, qué bien. Entonces, ¿estás un poco mejor? Sí, se te nota. ¿Te ayudo a levantarte? No quiero que te marees. ¿Tienes hambre? Podemos ir al restaurante cuando los otros no estén y...
Le abracé. Eso le hizo enmudecer. Lo hice porque me nació, porque conocer mi pasado no había cambiado su actitud y porque lo necesitaba. Lo necesitaba de verdad.
—Quiero que te quedes a mi lado. —Hundí la nariz en su cuello y aspiré su aroma, fresco, como a bosque—. Solo no me decepciones, por favor.
La alegría agradecida de sus ojos se convirtió en sorpresa cuando me separé, lo justo para buscar sus labios, y los uní a los míos.
—Si todo en Igsaui Hosu clama que el tiempo es valioso entonces hagamos lo que dices —concluí—. Lo aprovecharemos.
Me respondió en forma de besos, algunos dulces y otros más profundos que me hicieron pegarme a él y buscarle con más decisión, como si lo fuera todo para mí y yo ya no pudiera continuar sin él. Porque sí, eso era, ni más ni menos, lo que su contacto me transmitía. Cada roce de nuestras bocas hacía que mi corazón diera un salto mortal hacia delante. Le anhelaba. Le necesitaba. Le quería. Y él me correspondía. Notaba su ansiedad al recibir mi aliento y su deseo contenido cuando le metí las manos por la camiseta y le acaricié la espalda. Lo notaba y estaba feliz.
Jimin era, sin duda, lo mejor que me había pasado en la vida.
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