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Navegando sobre aguas turbulentas

El capitán Morgan decidió zarpar en la mañana. El mar se mostraba apacible, añorando que sería un viaje tranquilo hasta su destino; de ahí que, tan pronto salieron los primeros rayos del sol, ordenó a su tripulación alistar el barco para aventurarse a lo que sería su mayor desafío.

Los rumores volaban cuando se trataba de tesoros ocultos, pero algo dentro de sí, le indicaba que sería un viaje exitoso. El clima estaba a su favor, con unos fuertes rayos acogiendo a la isla y augurando que sería una jornada maravillosa. El mar estaba en calma, las olas que se presenciaban eran muy suaves y chocaban levemente en la blanca arena.

—Capitán, ya está todo listo para zarpar —le anunció un hombre delgaducho con una espesa barba que se juntaba con su enrulado cabello azabache; le deba un aspecto desagradable y, por la forma en que miraba al hombre de mando, atisbaba cierta borrachera.

La noche anterior, los piratas del capitán Morgan, habían tenido un atracón de comida y licor, de ahí que su subalterno tuviese un aspecto desagradable, la resaca se estaba manifestando por los rayos del sol que caían sobre su rostro y era inevitable ocultar la cara de disgusto.

Morgan había descubierto un jugoso tesoro, fruto de un valeroso viaje desde su lejana isla; rodeó América del Sur, cruzó el mar Caribe y llegó hasta una isla cuyos únicos habitantes eran animales salvajes. Tuvo que abrirse paso con su espada y sus esbirros armados, con tal de hacerse con ese grandioso botín. Eso explicaba la celebración de la noche anterior.

El horizonte dibujaba un paisaje de ensueño. El cielo y el mar se juntaban, de tal forma, que era difícil distinguirlos, pues parecía un manto azul que no podía discernirse dónde empezaba y donde terminaba. Los rayos del sol, no solo golpeaban a sus habitantes o la arena, también, chocaban sobre el mar, creando un escenario salido de un cuento de hadas.

—Excelente —pronunció Morgan—. Según este mapa, debemos viajar hacia el sur. —Extendió frente a él un pergamino y examinó con sus ojos verdes el rústico mapa para estar seguro de sus palabras—. En efecto, debemos cruzar el mar de Escocia y allá encontraremos esa isla, al parecer, nunca ha sido explorada.

—Sin duda será un éxito esta exploración, capitán —se unió una mujer de estatura baja, tenía un largo pelo negro que cubría con una pañoleta roja, sostenía con una mano el sombrero de pirata, y con la otra mano, una brújula.

—No lo dudes, Catarina —contestó el capitán y le sonrió.

La mujer se ruborizó y miró al suelo para recordar las palabras que tenía previsto decir; aquel hombre la intimidaba y la ponía nerviosa.

—Este artefacto será una ayuda extra —dijo, y exhibió la brújula—. Lo encontramos con el tesoro de la noche anterior, dicen que siempre te guía hacia el norte...

—¡Grandioso! —chilló Morgan, interrumpiéndola y se encaminó al barco—. ¡En marcha!

—Es decir, por allá —concluyó Catarina, señalando por detrás del capitán.

Ante las fuertes palabras del líder, la tripulación ingresó al barco. Cada quien tenía claro sus funciones. Morgan tomó un monocular y comenzó a divisar hacia donde le indicó su compañera de aventuras.

—Tendremos que rodear esta isla —anunció el capitán—. Navegaremos por estribor, ¡leven anclas!

Morgan se acercó hasta el timón y el hombre que conducía el barco, lo saludó entusiasmado. Confiaba en ese hombre regordete porque tenía una fuerza implacable para maniobrar un barco como aquel, sin él, seguro estaría perdido. Si bien era un buen navegante, no se comparaba con el confiable Pat, él tenía mucha experiencia, pero le faltaba más gallardía para ser un capitán.

Aunque, ante los desconocidos se mostraba como un hombre déspota y malhumorado, en realidad era una persona adorable, leal y muy valiente; siempre tenía en cuenta la opinión de su tripulación, de ahí que tomara buenas o malas decisiones y, si ocurría lo segundo, siempre terminaba culpando a sus piratas por haber seguido su consejo; de cualquier forma, quería a sus esbirros y valoraba tenerlos en cada aventura.

El barco comenzó a moverse siguiendo las indicaciones del capitán, las cuales eran proporcionadas por Catarina, quien se aferraba a la brújula y se consideraba la más curtida en darle uso a aquel aparato, además, sin necesidad de proclamarse dueña del mismo, por la forma en que se aferraba a él, dejaba claro que era su mayor posesión.

El buen clima quedó a un lado tras haber rodeado la isla; aquel lugar que por muchos años llamaba su hogar. Unos kilómetros más adelante de la isla, el paisaje pasó a ser de nubes grises y un panorama desolador; solo era cuestión de minutos para que comenzara a llover. Las olas se ponían más violentas conforme avanzaban, el capitán buscó dentro de su camisa una foto, su mayor tesoro, aquel que no se comparaba con todo el oro del mundo y todas las preciosas joyas que encontraba en cada asalto, era un retrato de su difunto amor, aquel hombre al que siempre amó y que, el mismísimo mar, se lo había tragado tras una incursión en aguas violentas, tan furiosas como las que estaba surcando mientras atravesaba el mar de Escocia. Siempre que estaba en aprietos, miraba ese rostro sonriente en la vieja polaroid y pensaba en que todo marcharía bien.

Conforme avanzaban, el mar en constante movimiento causaba turbulencia en la nave, pero eso no era inconveniente para el navegante Pat, sabía cómo lidiar con esas furiosas olas; sin embargo, el resto de la tripulación comenzaba a sentirse asustada por lo violento que el agua se había puesto de un momento a otro, pero de eso se trataba navegar en busca de tesoros, nunca sabías que podría pasar.

—¡Calma, compañeros! —exclamó Morgan—. No es la primera vez que nos pasa, mantengan la calma.

Intercambio una mirada con cada uno, y estos asintieron, contagiándose de la positividad que desprendía el capitán. No obstante, aquellas turbulentas aguas hacían que el miedo creciera, incluso en Catarina que era una mujer ruda y fuerte. El barco, con aquellos movimientos bruscos, generaba que algunos de los tripulantes cayeran al suelo; se arrastraran de un lado a otro buscando un punto donde mejor pudiesen aguantar la fuerte tormenta, y, otros tantos, preferían mantenerse aferrados en su sitio, pues temían que, al cambiar de lugar, una ola los sacara de la nave y terminasen perdidos en mar abierto.

El capitán, con gran gallardía, se sujetó del mástil con un mano, mientras que, con la otra, daba uso al monocular para observar el panorama que frente a él y su tripulación se extendía.

—¡Lo veo!, ¡lo veo! —rugió Morgan, a pesar de los truenos que, de cuando en cuando, se iban manifestando—. Veo la isla, unos metros más y llegaremos al destino.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de sus compañeros, una expresión que reflejaba una esperanza que, por momentos, parecía marchita.

Tras unos minutos, el barco llegó a su destino.

—¡Qué maravilla! —chilló uno de los piratas.

—A pesar del clima, es un lugar hermoso —agregó Catarina.

—Sin distracciones, amigos —se unió el capitán—. El tesoro debe estar por allá, lo presiento.

Ante su afirmación, nadie replicó. Su último tesoro, lo habían encontrado enterrado en la arena y, si de algo estaba seguro el capitán Morgan, era que ningún tesoro se ocultaba en un mismo lugar; siempre los hallaba en sitios diferentes.

—Es intuición de pirata —dijo Pat—, sí, señor; confío en usted, señor.

—Comiencen a buscar —ordenó el capitán.

Y, tanto él, como su tripulación, comenzaron la búsqueda del tesoro. La mejor estrategia para hacerlo, era separándose en grupos de a dos, de modo que, si alguno se enfrentaba a un peligro, no estaría solo para hacerle frente. Así, el capitán se fue en compañía de su regordete amigo Pat y los demás hicieron parejas al azar, sin remilgos de por medio.

Se dirigieron al lugar que señaló el capitán. Todo el camino estaba apacible, ni siquiera había ruidos de vida salvaje, solo el chocar de las olas contra la arena y el ruido proveniente de la lluvia. Pero, ¿qué más peligros esperaban que la naturaleza misma?

Morgan y Pat caminaron en dirección a una cueva, pues el instinto pirata le decía que el tesoro podía estar en ese lugar. Tomaron dos ramas secas —que usarían como antorchas—, y rústicamente las encendieron, como en los viejos tiempos. Aquellas, le servirían para iluminar el camino dentro de la cueva; sin embargo, ya en el interior, encontraron nada.

—Pero... —Morgan quiso quejarse, mas no encontró las palabras correctas—. Tendremos que cavar —sugirió.

Pat no dijo nada, prefería callar. Dejaron las antorchas enterradas en el suave suelo que les rodeaba y haciendo caso a las palabras del capitán, ambos comenzaron a cavar. Primero en un lugar y luego en el terreno contiguo, procurando juiciosamente no entorpecer el trabajo del otro. Tras varios minutos de excavación, Morgan rugió:

—¡Sí!, ¡sí! —Lucía muy animado—. Mis instintos nunca fallan.

Pat atendió a las palabras de su capitán y se unió a la excavación. Efectivamente, poco a poco se mostraba un cofre, pero estaba cerrado con candado. Era de esperarse, muchos tesoros tenían su dificultad.

Ambos piratas, salieron de la cueva y se encontraron con una Catarina cuyo rostro era el fiel retrato del temor.

—Hemos encontrado el tesoro —pronunció Morgan—. ¿Por qué esa expresión?

—La tripulación... —respondió ella, luchando por recuperar el aliento—. Están todos muertos, debemos irnos de aquí de inmediato.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó el capitán.

Una turba de personas de aspecto salvaje, hacían aparición a través de la vegetación de aquella isla; aunque solo tenían la luz del cielo, se veía claramente que eran habitantes del lugar y estaban furiosos. Tanto el capitán como su buen compañero Pat, arrastraron con fuerza el cofre del tesoro y lo subieron al barco. Cada vez estaban más cerca.

—¡Arranca, Pat! —gritó Morgan, presa del miedo. Dentro de sus planes no estaba el de morir a mano de lugareños salvajes.

Pat asintió con su cabeza, aunque un temblor se había apoderado de sus manos. Catarina, por otra parte, se mantuvo en guardia con su espada, por si aquellos lugareños se atrevían a subir a la embarcación.

Cuando llegaron hasta el barco, este ya comenzaba a moverse a través del mar, luchando nuevamente con el rugir de las olas. Solo quedaba una tripulación de dos, y Morgan, fungiendo como capitán; si bien tuvo deseos de soltar unas cuantas lágrimas, en su defecto soltó un pesado suspiro, mientras que, en la distancia, se veía a aquellos hombres salvajes rugiendo.

Sin duda, sería una aventura que contaría a la luz de la luna, bajo el calor de una fogata. En su hogar. Donde contaría que sus compañeros piratas, junto a él, robaron un tesoro de una isla habitada por personas primitivas, tras haberse atrevido a navegar sobre aguas turbulentas.

Saludos. Bienvenidos y bienvenidas de nuevo.

Para esta ocasión les traigo un relato con piratas, la idea surgió de un disparador que encontré en internet y decía: escribe un cuento donde un pirata llegue a una isla tras atravesar una fuerte tormenta.

Desde que terminé "catarsis", tenía ganas de usar este disparador porque los piratas me encantan, tanto así que hace algunos años me disfracé de uno, quienes leen el blog sabrán de qué hablo jajajaja en fin, esto salió una tarde de inspiración, espero les haya gustado y nos vemos en un próximo relato.

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