Misión Corona-1: camino a Adhara
Habían pasado solo un par de meses desde el incidente de los astronautas, pero aun así, seguía vigente, pasándose de voz a voz. Antes de aquel terrible suceso, habían enviado satélites para estudiar en minucia aquel planeta misterioso, lo llamaron Adhara y había mucho que aprender de él.
Gracias a los estudios, se sabía que su masa era la décima parte de la de la tierra, y que su tamaño era la mitad de este último, muy pequeño, pero con grandes misterios por resolver. Se llegó a estimar que su clima era bastante frío por encontrarse a gran distancia del sol; aparentemente inhabitado, pero con unas rocas enormes que eran lo más llamativo de aquel planeta con un aspecto similar al de las estatuas moái de la isla de Pascua, aunque un poco más pequeñas y con unas inscripciones que seguramente se trataban de runas, cuyo significado aún no lo tenían claro.
Sumado a lo anterior, se reveló que cuenta con una gran variedad de lunas, las cuales se formaron por el cúmulo de gases y materia que surgieron de aquel planeta. Según los diversos estudios realizados por la NASA, la cantidad era similar a las que tiene Neptuno; sin embargo, no había más información de aquel planeta, lo que les obligó a enviar una nave con tripulantes.
Siete astronautas fueron enviados a estudiar Adhara, conforme a los hallazgos recolectados por los satélites, se sabía que un humano podía explorar el terreno, pero para ello requería de un traje especial para convertir el aire del planeta en oxigeno respirable.
Gracias a la Red del Espacio Profundo, conocida en inglés como Deep Space Network, o DSN, se pudieron obtener imágenes de Adhara, revelando montículos de piedra similares a castillos y las misteriosas runas de las cuales los satélites no pudieron aclarar su origen o fin y, que tampoco los astronautas alcanzaron a documentar cuál era efecto que causaba verlas o estar en contacto con ellas. Además, el material recolectado, era de muy baja calidad, por lo que no se podía discernir con certeza lo que sucedía en ese lugar.
Aunque los astronautas contaban con trajes para poder explorar sin inconveniente, algo acabó con la vida de ellos, pues no se tuvo certeza de si regresarían a la tierra. Conforme a los hallazgos revelados y sin noticias del grupo que fue enviado a Adhara, y tras una serie de reuniones entre expertos, decidieron que enviarían una nueva nave, pero esta vez con una tripulación mucho más pequeña.
Sheila Mars, una ingeniera robótica; Bruno Cruz, un ingeniero informático; y, Eddie Olivera, un biólogo; fueron los elegidos para realizar esa segunda exploración al planeta Adhara y todos en la NASA estaban expectantes de lo que lograran hallar.
Los trajes estaban listos al igual que la nave, llamaron al Misión Corona-1, pues esperaban que tuviese éxito y lograran dar con respuestas a la gran cantidad de interrogantes; si bien los astronautas cumplían con los requisitos para visitar ese planeta y cualquier otro, el temor se sentía en todos aquellos a los que les llegó la noticia de la exploración y no podían evitar estar a la expectativa; el miedo incluso estaba en la tripulación elegida.
Una vez dentro de la nave, se cercioraron de que todo marchaba bien; no había falla en los controles, el aparato que enviaba la información a la DSN estaba en marcha y funcionando; incluso, aportaron a la tripulación una serie de alimentos para que estuviesen con buena energía y no decayeran, pues el viaje hasta Adhara llevaba mucho tiempo desde la tierra.
Para nadie era un secreto la relación que tenían Bruno y Eddie, todos aquellos que conocían a la pareja, celebraban su amor y lo tomaban con la mayor tranquilidad; sin embargo, aquella mañana Sheila pudo darse cuenta que algo andaba mal.
—¿Todo en orden? —preguntó la ingeniera.
—Excelente —contestó Eddie—, ¿por qué piensas eso?
—Porque... —Un nudo en la garganta se formó en ella; después de la pregunta, se dio cuenta de que había sido muy imprudente indagar en ese tema, al fin y al cabo, no era de su incumbencia, aunque la curiosidad podía más—. Tú y Bruno siempre son alegría y hoy..., la tensión se puede romper con un cuchillo.
—Seguro debe ser por...
—Tripulantes de la nave —le interrumpió una voz robótica que venía de algún lugar—. El despegue está preparado para los próximos dos minutos, por favor ocupen sus lugares y aseguren los cinturones de seguridad, muy pronto comenzará el conteo regresivo.
—No quiero ser yo quien lo diga —espetó Eddie y acarició su melena rubia, una acción que siempre hacía cuando se tornaba nervioso-, sería mejor que escucharas primero la versión de él.
—No sé si estoy lista para querer saber más —dijo Sheila a su vez, caminó hasta su silla y tomó el mando de la nave—. Hay cosas que son tan evidentes que no las puedes ignorar.
Al otro lado de la pareja que hablaban, se hallaba Bruno, con un aspecto tranquilo, aunque por dentro se sentía como un volcán recién erupcionado. Si algo lo caracterizaba, era que no olvidaba con facilidad y, al tener una discusión con quien pensaba que era el amor de su vida, era una batalla lograr olvidarlo.
Los dos minutos pasaron en un parpadeo. La nave tenía la misma disposición que un avión, Sheila ocupó el lugar del piloto, Eddie de copiloto y Bruno ocupaba una de las sillas del pequeño pasillo que le separaba de la cabina principal.
—Halcón Uno, en posición —indicó Sheila—. Todo listo para despegar.
—Halcón Dos, listo —se sumó Eddie.
—Halcón Tres, asegurado —añadió Bruno, desde su lugar.
—Despegue en cinco..., cuatro..., tres..., dos... Buen viaje —concluyó la voz robótica.
La nave despegó, los aplausos en el centro de control de la NASA se manifestaron y los tripulantes eligieron el silencio mientras sobrevolaban el cielo.
—Será un viaje largo —habló Sheila—, así que me gustaría saber qué pasa entre ustedes dos.
—Pfff -gruño Bruno y se cruzó de brazos.
Recordar el motivo por el que discutieron el día anterior, le hervía la sangre, pero el azul del cielo hacía que se sintiera un tanto relajado.
—Es bellísimo el panorama, ¿no es así? —preguntó Eddie.
—Si vamos a estar encerrados tres días hasta salir de la tierra, será mejor que comiencen a hablar —protestó Sheila entrecerrando sus cejas.
La mirada inquisitiva de ojos azabache de la chica, hacían que Eddie se encogiera en su asiento. A pesar de que tenía a unos metros de distancia a Bruno, sentía como si lo tuviese a milímetros, respirando sobre su cuello, como aquellos días fríos en los que se acurrucaban en un puf de su departamento mientras tomaban chocolate caliente.
—Qué buenos tiempos —susurró Eddie.
—Si él no hablará, entonces lo haré yo —indicó Bruno en voz alta.
—De acuerdo, te escucho —manifestó Sheila, con la mayor seriedad posible.
—No hemos tenido un día libre desde.... Pfff —contestó Bruno—. Diría que, desde hace mucho, perdí la cuenta, el caso es que pensaba pedir unas vacaciones para relajarnos y dedicar tiempo para ambos, pero... Aquí estoy.
—Cariño, lo siento, yo...
—¡Te eligieron a ti! —le interrumpió—. Te eligieron a ti y a Sheila, y tú elegiste por mí, dijiste: si me subo a esa nave tengo que hacerlo con Bruno. Yo no tenía problema con que nos separáramos, de hecho, hubiese sido bueno para olvidar.... —Su voz se quebró, se sentía limitado para seguir hablando.
—Lo hice porque no puedo estar lejos de ti —se excusó Eddie—. No pensé que lo tomarías tan mal.
—Pensaba quedarme y pedir las vacaciones que tanto ansiaba —continuó Bruno, con lágrimas brotando de sus ojos—. Ahora debemos culminar esta misión para intentar hacerlo, ah, sin contar que no sabemos si saldremos vivos de Adhara.
—Bruno... —pronunció Eddie, un sentimiento de culpa se asomó en su ser.
—¿Hay algo más no es así? —cuestionó Sheila, apartó un mechón pelirrojo que se había salido de su coleta, en aquel justo momento en que volteaba a ver a su compañero.
Bruno asintió.
—Teníamos un dinero ahorrado entre los dos y... —Bruno sorbió su nariz—. El egoísta que ves ahí, se lo gastó comprándose una Nintendo Switch.
Sheila soltó una risa nerviosa, la cual pudo convertirse en carcajada, pero se contuvo.
—Lo siento —pronunció—. ¿Dijiste Nintendo Switch?
—Sí, se compró esa consola con el dinero que se supone que íbamos a usar para las vacaciones, no se lo gastó todo, pero... —Bruno hizo una pausa y miró al techo—. Lo hizo sin consultarme, lo ahorrado era de los dos.
—Lo hice porque te vi emocionado cuando viste el comercial de Juego de Tronos y dijiste: amaría poder jugar ese juego —explicó Eddie—, pero no teníamos la consola y para tener el juego, debía comprar la consola. También compré el juego —dijo mirando a Sheila.
—No lo dije literal —aclaró Bruno—. Hay prioridades.
—Bueno, eso es verdad —habló la chica—. Debiste consultarlo antes de haber hecho esa compra, entiendo que lo hiciste por hacerlo feliz, pero... ¿En serio? ¿Una Switch? ¿Y con juego incluido?
Eddie asintió.
Sheila suspiró, y luego reinó el silencio.
Los tres días siguientes no se tocó el tema de la compra impulsiva de Eddie ni la falta de tiempo por parte de la pareja. Se alimentaron a sus horas, hablaron de diversos temas, entre ellos, los preparativos para la boda de Sheila con su novio y los lugares que tenían propuestos para pasar la luna de miel, así como aquellos destinos que Bruno tenía previsto para las vacaciones; aunque este tema era hurgar en la herida, hablar de viajes hizo que surgiera el tema.
—Antes de abandonar la nave —dijo Sheila—, propongo algo: Eddie, pídele perdón a Bruno por la compra que hiciste y por prácticamente obligarlo a venir a esta misión.
—Pero él aceptó —protestó Eddie.
—Sí —contestó la chica—, pero no fue elegido por el capitán, tu sugeriste que viniera y él aceptó para no decepcionarte, ¿no es así? -preguntó y miró a Bruno.
—Algo así —respondió el aludido y suspiró.
—Y tú —señaló al pelinegro—. Perdona a Eddie por haber actuado tan impulsivo y hacer una rabieta de todo esto, entiendo que estás enojado, pero extendiste tu frustración por un día, ya verás que cuando volvamos podrán pedir vacaciones y descansarán del trabajo.
—Perdóname —dijo Eddie y bajó la cabeza para enfatizar su error.
—Debiste haberme hablado —expresó Bruno—. Sabes que podemos llegar a un consenso, si lo hablamos; además, hemos trabajo duro, merecemos un descanso.
—El capitán me eligió.
—Porque has hecho un trabajo increíble las últimas semanas —señaló Sheila.
—Tú también lo has hecho —le halagó Eddie de vuelta.
Sheila sonrió y agradeció por aquellas palabras.
Después de las interlocuciones, Bruno y Eddie se abrazaron para limar asperezas, si esa era su última vez vivos, debían perdonarse y disculparse mutuamente, cada uno por sus razones en particular. Todo ello, porque no sabían cuál sería el destino de aquella exploración.
Una vez salieron del espacio, pudieron retirarse los cinturones de seguridad. La llegada a Adhara, sería mucho más rápida al atravesar la galaxia y los distintos planetas. Se reportaron a la central sin contratiempos y manifestaron la voluntad que tenían de documentar cada paso que dieran una vez llegaran a su destino.
El lugar daba un aire desolador, como si se tratara de un sitio abandonado por el tiempo, aunque en aquel planeta y en la galaxia entera, el tiempo pasaba de una forma diferente. De cualquier forma, un aire de desasosiego invadía al grupo, pues no sabía que podían encontrar.
La exploración comenzó una vez tocaron el suelo de Adhara. Los astronautas oprimieron un botón que se hallaba a la altura del pecho, el cual activaba una cámara que guardaba audio y video. Tal y como se había documentado, a lo lejos se podía observar unos grandes montículos de roca que daban la apariencia de ser castillos, si se trataba de alguna especie de guarida, era un hecho de que había vida inteligente en aquel planeta.
—Estamos acercándonos a las rocas con las runas —explicó Sheila—. Sin novedades por el momento.
Cuando estuvieron a unos metros de los montículos, una voz femenina se hizo notar casi chillando. Los astronautas giraron hacia el origen de aquel sonido y vieron a una chica, con una ropa deshilachada, su pelo oscuro hecho un caos y manchas de hollín y sangre seca en el rostro y sus brazos desnudos.
—Tú eres... —pronunció Bruno—. Tú eres una de las astronautas perdidas.
—Deben huir —contestó la aludida—, ellos se acercan.
—¿Quiénes son ellos? —indagó Sheila.
—Los habitantes de Adhara —respondió la mujer herida—. Mis compañeros están muertos, yo logré huir; pero pronto vendrán por mí..., y por ustedes.
—Habla más despacio, por favor —pidió Eddie—, ¿cómo murieron y cómo lograste escapar?
Sheila se separó del grupo, como si se sintiese atraída por las rocas, pero la realidad era que podía más la curiosidad.
—No puedo hacerlo, tengo miedo. —La astronauta perdida, miraba de un lado a otro, en su semblante se podía observar el temor que la agobiaba—. Son las runas, al verlas caes en una profunda tristeza como le está pasando a ella —continuó, señalando a la pelirroja que estaba rompiendo en llanto frente a las rocas—, debemos huir, antes de que ellos lleguen.
Eddie se acercó y tomó de los brazos a Sheila, aun cuando ella luchaba por zafarse del agarre de su compañero, no podían entender cómo seguía llorando, pues eran un cúmulo de preguntas las que se arremolinaban en la mente de los astronautas. El rubio arrastró a la chica en dirección a la nave y Bruno hizo lo mismo con la recién llegada.
—¿Qué quieres decir que son las runas las que...? —cuestionó Bruno, quien trataba de procesar lo sucedido en los últimos instantes.
—Es una forma de controlar a los seres que se atreven a llegar al planeta —indicó la mujer que había escapado—. Después caes en la locura, no eres consciente de lo que sucede; cuando logras salir del trance, si es que no has muerto, te dejarán en una especie de celda. Era allí donde me encontraba, encerrada, supongo que pensaban convertirme en su cena, o, tal vez, simplemente matarme.
Cuando Bruno estaba por hacer la siguiente pregunta, un grupo de seres se acercaban por detrás de la nave, iban disparando rayos láser en dirección al grupo de astronautas.
Analizándolos con detalle tenían una forma curiosa: tenían el cuerpo cubierto de escamas como un reptil, pero eran una masa rechoncha con unas piernas que se asomaban levemente por entre las protuberancias que eran su cuerpo; vestían capas y cascos en sus cabezas rechonchas, no tenían nariz, sus ojos eran pequeños y una delgada línea su boca; tenían toda la apariencia de una rana gigante. Para Bruno, fanático de La Guerra de las Galaxias, pensó en Jabba el Hutt, tenían la apariencia de ese personaje.
—¡Son ellos! —gritó la astronauta que no se había identificado.
Ya estaban a pocos metros de abordar la nave y, Sheila, poco a poco dejaba el llanto a un lado, aquellas criaturas no dejaban de disparar y el grupo buscaba la forma de esquivar aquellos rayos mientras, los habitantes de Adhara, gruñían de una forma ininteligible.
Pronto, entraron a la nave, moviéndose lo más rápido que sus cuerpos le permitían. Sheila retomó su lugar como copiloto, mientras Eddie tomaba su correspondiente lugar y Bruno se encargó de que la recién agregada se acomodaba en una de las sillas que había más allá de la cabina principal.
—¿Todos están bien? —preguntó Sheila.
—-Sí —contestaron los demás al unísono.
—¡Arranca, arranca! —chilló Eddie.
—Esos primos de Jabba, nos van a matar —agregó Bruno, y por dentro le parecía un comentario divertido, pero no sonrió ante la inmediación de las cosas.
Los demás lo voltearon a mirar, pero no dijeron nada como réplica.
Por las ventanas, se podía divisar cómo aquellas criaturas seguían disparando en dirección a la nave, si seguían de esa forma podrían causar un daño gigantesco; sin embargo, la nave logró despegar del suelo y los rayos no alcanzaron a llegar después de cierta distancia.
Estaban a salvo.
—¿Por qué llorabas? ¿Qué te mostraron las rocas? —preguntó Bruno.
—La muerte de mamá —contestó Sheila.
—¿Tú recuerdas algo? —cuestionó Bruno a la nueva integrante.
—Sí, también fue el momento más doloroso de mi vida —respondió—; pero, después de eso, no recuerdo nada, solo haber despertado en esa celda.
Historia ganadora del segundo lugar en el concurso "las runas de Adhara" del perfil oficial de ciencia ficción de Wattpad.
Muchas gracias por leer y apoyar esta historia.
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