Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La decisión de Isabel

El ruido en el exterior le avisó que una lluvia vertiginosa se daba presencia en las calles de la ciudad; con la luz de la luna iluminando cada rincón y cada callejuela. Truenos y relámpagos hacían presencia fuera de su casa y parecía un espectáculo de luces.

Isabel se asomó a la ventana, grandes gotas de lluvia golpeaban el pavimento, caían sobre las ventanas de su casa, y de algunas casas vecinas.

Era cuestión de minutos para que su esposo llegara. Dentro de su mente se iba fraguando un plan, una idea que daba vueltas y vueltas y, cuya ocurrencia, definiría su futuro.

Había un espejo en medio del pasillo que daba a la sala de estar, ella se detuvo y comprobó cómo se encontraba: su rostro ovalado y nacarado llevaba una fina capa de maquillaje, bajo sus ojos verde oliva se alcanzaba a notar una sombra negra, casi violácea; aquella mancha era el recuerdo de lo tormentoso que era vivir junto a aquel hombre, no podía entender cómo tenía un carácter tan fuerte y, a la vez, ser un hombre dulce cuando se lo proponía. Tal vez, esa era la razón por la que aguantó tanto sufrimiento y tanta denigración a su ser. Era una mujer amable, trabajadora y que lo complacía en casi todo, pero llegaban momentos en los que él perdía los estribos y ella no podía entender que un hombre tan guapo fuese un... Monstruo. Era un gran hombre la mayor parte del tiempo, pero cuando enloquecía, se convertía en una persona completamente diferente.

Tocó su mejilla de forma casi mecánica, como si una fuerza que no podía controlar le pidiese confirmar si esa mancha era real; el dolor se había ido, pero quedaba el resquicio de aquel golpe recibido hacía un par de horas y, a pesar del maquillaje, se notaba la leve inflamación. Los ojos le escocieron al recordar aquel terrible suceso. Inhaló aire con fuerza y lo soltó lentamente, no le daría el gusto de verla llorar una vez más, haría como si ese triste suceso no hubiese ocurrido, así como hacía cada vez que sucedía.

Y es que se volvía casi frecuente que se volviera un hombre violento, su trabajo lo estresaba y, seguramente, fuese por la temporada de trabajo; una temporada que requería de todo su empeño. Sin embargo, en casa el ambiente no era del todo tranquilo, se aburría por la programación de la televisión; le enojaba las noticias y cómo la humanidad se volvía cada vez más egoísta con sus allegados y con el medio ambiente; no soportaba comer lo mismo dos veces en la misma semana; se indignaba cuando él quería sexo y ella no se lo ofrecía por encontrarse cansada o indispuesta. Isabel no podía enumerar todas las cosas que volvían a su esposo tan irritable y, de algo estaba segura: era una mujer sumamente paciente, y lo era porque lo amaba; lo amaba a pesar de todo. Sabía que si tuviesen hijos la cosa sería mucho más complicada y, al pensar en esa cuestión, sentía que esa era una razón perfecta para llorar, no por él, sino por no tener la capacidad de procrear.

—Mi estúpido útero marchito —dijo en voz alta, y luego se miró al espejo para darse cuenta de que su pensamiento se había convertido en palabras que salían de su boca.

Sacudió su cabeza para dejar de pensar en todas aquellas veces en las que las circunstancias de la vida la envolvieron en esa esfera de sufrimiento; sin dejar de ver al espejo, peinó su melena con los dedos y regresó a la cocina.

Sacó varios alimentos de la nevera y otros tantos más de la alacena. Era el momento justo para preparar algo rápido, cosa que él llegara y encontrara comida caliente en la mesa luego de un día pesado. No había nada preparado porque sus vecinos la invitaron a almorzar aquella tarde.

Pero el plan...

«¿Acaso seré tan valiente?», se preguntó internamente.

Tomó un cuchillo para pelar y trocear unas papas, sin dejar de pensar en lo que haría tan pronto llegara, debía estar todo fríamente calculado.

El sonido de la puerta de la entrada de la casa la sacó de sus pensamientos, pero siguió preparando la cena, cómo si él no hubiera llegado.

—Hola, cariño, solo unos minutos y la comida estará lista —anunció Isabel.

—No hay afán, mujer, veré el partido de futbol —contestó su esposo y caminó directamente a la sala de la vivienda.

Ella había visto mucha publicidad acerca de ese partido de futbol, así que prefirió no profundizar en ello y sugerirle una charla más informal para demostrarle que le importaba su vida y su trabajo.

—¿Qué tal estuvo el día? —preguntó Isabel.

—Bien, sí, eso creo —respondió aquel hombre, con un tono de voz irónico—. El jefe no estuvo tan irritante como todos los días, así que..., sí, estuvo bien.

Aquel silencio que había invadido a Isabel a lo largo de la noche, fue roto por aquella corta conversación, y luego se vio invadido por el ruido del televisor.

—Es ahora o nunca —dijo ella, como una frase para sí misma.

Tomó el cuchillo con el que troceaba las papas y se acercó hasta su esposo. Desde el ángulo en el que él se encontraba, no podía observarla y eso era perfecto. Sí, todo saldría como había acordado en su mente; no obstante, un miedo absurdo se apoderaba de ella, el miedo a ser descubierta en el acto.

«El reflejo del televisor», le avisó su mente, pero, aun así, Isabel no retrocedió.

Clavó el cuchillo a la altura del cuello y borbotones de sangre salían de él, parte de su sangre quedó sobre su blusa y su cara; le recordaba el aspersor de su jardín cuando se activaba. Lo último que recibió de él fue una mirada confusa, una mirada que, si la descifraba, le diría que no podía entender porqué su mujer lo había atacado.

Primero fue un golpe, después vinieron más a la altura del pecho, pensó en clavar el cuchillo en su cara, quitarle esa mirada de confusión y esa expresión de frente arrugada que le avisaba que él no tuvo oportunidad de decir algo más, algo diferente a lo de aquel partido de fútbol.

Después lloró. Lloró por haber sido valiente, por haber cumplido aquel plan que se había fraguado en su mente desde hacía varios días. Se le antojaba como una idea absurda la muerte de su esposo, pero ya había pasado; lo había logrado.

Sin mediarlo, el llanto se convirtió en risa, y se tumbó en el suelo para seguir riendo, era una risa estridente que parecía no tener fin, una risa que no sabía de dónde salía, pero que estaba ahí, haciendo más liviana la carga que ahora se cernía sobre ella.

Tras unos minutos, se levantó del suelo y se acercó hasta un mueble alto donde guardaban el licor. Tomó una botella de vino y se sirvió una copa; la tomó con la mano derecha —aún temblorosa—, y con la izquierda, tomó la botella del burbujeante vino.

El lugar seguía inundado por el ruido del televisor y, luego, por el sonido de sus zapatos de tacón al andar. Rodeó el cuerpo sin vida de aquel hombre, aun sin importarle el charco de sangre que bajo él se extendía y lo miró por unos segundos; analizó el desastre que había hecho.

Subió las escaleras con pasos pesados y entró al baño. Se quitó la ropa con parsimonia: el vestido, las medias veladas y los zapatos de tacón; a su mente, llegó la idea de que había seleccionado esas prendas para verse elegante frente a sus vecinos. Quién diría que unas horas después, esa ropa había quedado manchada por la sangre de su marido, al igual que sus manos y parte de la cara. Una parte de ella se sentía sorprendida por lo sucedido y un tanto horrorizada por cometer aquel brutal acto. Pero se tranquilizó y se metió a la tina con la copa de vino en la mano; al sentir el agua helada, sonrió otra vez.

Estaba dispuesta a afrontar su destino y la única forma de hacerlo, era evadirlo; tal vez sumergirse en el agua y abrazarse a los fríos brazos de la muerte, después de todo, su crimen no quedaría impune; ella conocía la consecuencia de los actos.

Sí, era una mala mujer, pero él... Él era un hombre aborrecible, merecía morir, de eso no había duda; aunque, no debía mentir, alguna vez lo amó. No sabía qué tan dispuesta estaba en acabar con su vida o si debía esperar a que llegara la policía.

No quiso seguir pensando en ello, solo se limitó a disfrutar del agua jabonosa que había preparado minutos antes de que llegara su esposo y que ella bajara a preparar la cena.

Finalmente, decidió esperar.

¿Recuerdan el microrrelato "lo maté"?

Pues volvió, en forma de fichas... Quiero decir, volvió en una versión extendida jajaja

La razón por la cual decidí extenderlo es que participé en un concurso de cuentos por Facebook y, como ya saben, me encanta reciclar ideas jajajaja así que tomé como base ese relato y escribí algo más extenso y profundo. No gané ni un dulce, pero me encantó hacer esta nueva versión :3

Gracias por leer y nos vemos en el próximo relato.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro