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"No es normal..."

Soundtrack ~ Skyfall ~ Adelle

"No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad."
- Gabriel García Márquez

Capítulo 21: "No es normal..."

¿Alguna vez has sentido como si esperaras algo que no va a suceder? ¿Deseas algo con tanta intensidad y luego no consigues lo que quieres? ¿Ansías tanto una cosa que te parece imposible lograrlo?

Creo que todas esas cosas son las que me hacen acercarme cada vez más a Elizabeth. Siento como si ella fuera un rompecabezas imposible de resolver, las piezas del puzzle desperdigadas por todo el mundo. Cada dato está esparcido por un lugar de este lugar y, justo en este momento, me encuentro delante de una de las tantas piezas que el rompecabezas de su vida contiene.

No recuerdo haber visto esta casa antes. Sinceramente, nunca he pasado por esta calle si no tengo mala memoria. Aunque, conociéndome, seguro que tengo una memoria aún peor que la de un maldito pez.

Los apuntes se me escapan de mis manos sin que yo mismo sea capaz de detenerlos. Es, en estos momentos, cuando desearía que un periodista viniera a mi ayuda y le hiciera a Liz todas las preguntas de las cuales necesito respuesta.

¿Por qué es tan difícil saber de ella?

Otras personas no son tan complicadas de descifrar. Creo que es por eso por lo que me he cansado tan rápido de la gente que ha estado a mi alrededor. Todos ellos eran como un disco rayado en busca de alguien que les repare. Puede que en un futuro alguien lo haga pero no iba a ser yo.

El caso es que Elizabeth es mucho más diferente que el resto de personas que he conocido en mi vida. Porque, vamos, hagamos un ejemplo.

¿Quién va a carreras ilegales? ¿Quién se matricula en un instituto medio mes después de que las clases hayan empezado? ¿Quién apuesta con un chico al cual acaba de conocer y que, justo días antes, andaba acosándola? ¿Quién investiga sobre tu vida como si fuera algo sin importancia? ¿Y, quién, en su sano juicio, anda en una casa que parece abandonada hasta las once de la noche?

Miro mi reloj de nuevo viendo que ha pasado un minuto más desde que he llegado. Creo que ya he perdido la cuenta de cuantas horas llevo aquí. Recuerdo que cuando me estacioné en el coche unos metros alejado de la casa aún estaba el sol en un punto medianamente alto.

Apoyo mi cabeza en el volante del coche soltando una exhalación profunda. Cierro los ojos mientras agudizo mi oído para que no se me escape nada de lo que suceda en el exterior.

Y, la respuesta, es no. No es normal que alguien vaya a carreras ilegales en plena noche. No es normal que una chica entre a un instituto a un mes de que el curso haya empezado. No es normal que alguien apueste con alguien que solo conoce de dos o tres días. No es normal que alguien quiera saber de tu vida como si ésta se tratara de un libro abierto. No es normal que una chica esté hasta más de las once de la noche en una casa que parece abandonada.

Y, sobretodo, NO es normal que una persona así me guste. Lo admito, por fin lo hago. Esa peliazul se está clavando en mi organismo como un virus, como un piojo en tu cuero cabelludo, como una pestaña en tu ojo, como una mota de polvo en tu nariz mientras limpias y te provoca un estornudo.

Levanto mi cabeza con rapidez al percatarme del sonido de fuera del coche. Mis ojos tardan en adaptarse a la oscuridad, todo me da vueltas. Pongo las manos a cada lado de mi cabeza sintiendo que estoy en una película. Cuando salen las estrellitas encima de tu cabeza como un halo de luz. Solo que en este caso no me he dado ningún golpe como suele pasar en las animaciones.

Capto un movimiento por el parabrisas de mi coche cuando consigo calmarme. El mareo se evapora de mi cuerpo a tiempo para ver como la peliazul y el grano en el trasero que se hace llamar su amigo salen de la casa.

Los pasos de Liz son cansados, tristes. Sus brazos encorvados y su cabeza gacha. Se frota los brazos con sus manos como si tuviera frío. Tengo que resistir el impulso de coger mi chaqueta del asiento trasero y dejarla sobre sus hombros.

Bradley le abre la puerta del auto a Liz. Una ola de incontrolables y desenfrenados celos recorre mi cuerpo de arriba a abajo, de cabeza a pies.

Yo debería estar haciendo eso. Pienso en mi interior.

Él le dedica una sonrisa. Liz no le responde de la manera que él esperaba. Simplemente entra al coche con su cabeza gacha y sus pensamiento profundos.

Es increíblemente gracioso como de un momento a otro puedes sentir celos a causa de un chico y al otro deseas reírte de él. Como lo es sentir celos porque él está con Elizabeth y después reírme porque ni siquiera le ha dirigido la sonrisa.

Ambos entran al coche sin percatarse de mi intensa mirada. Incluso siento que el aire sale disparado de los pulmones cuando se van. Las luces traseras del coche brillan con fuerza provocando que me quede completamente ciego por unos instantes.

Maldigo para mis adentros. Mis pensamientos más psicópatas me dicen que, hasta cuando el grano en el trasero no me ve, me quiere hacer la contra. Todo en él grita «¡Te odio!».

O puede que solo sean ideas aleatorias que aparecen en mi cabeza a causa del sueño. No dormir esperando que ellos salgan, tiene sus consecuencias. Más cuando la persona que estás esperando va acompañada del amigo que te cae mal.

Conclusión. Tengo que salir de este coche antes de que me duerma y no pueda hacer lo que quiero.

Mis pies responden al instante esa orden. Abro la puerta del coche y apoyo ambos pies en el suelo. Siento cada una de mis extremidades adormecidas, tengo que moverlas repetidas veces para que la sangre vuelva a circular como debe.

Contemplo la casa con entusiasmo. Como si a un niño le dan su primer juguete después de haberlo estado esperando una eternidad. Entrecierro mis ojos dejándolas como dos minúsculas rendijas. Ojalá y pudiera observar el interior de esa casa.

Paseo mi mirada por toda la fachada. Las paredes agrietadas, las enredaderas esparciéndose por toda la casa. Observo las ventanas sucias y con urgente necesidad de un lavado. Mentiría al decir que todas ellas están apagadas pues la gran mayoría están encendidas.

Gastarán un dineral en pagar la luz si todas las luces están en marcha. Pienso para mis adentros.

Mis pasos se sienten mucho más ligeros como de costumbre. Como si le hubieran quitado veinte kilogramos de plomo. Mi entusiasmo supera mi estúpido cansancio por no hacer nada. La incertidumbre recorriendo cada poro de mi cuerpo, de nuevo.

No sé si algún día los secretos de esta chica desaparecerán, parece que ella esté destinada a ser un enigma el resto de su vida. O puede que el jeroglífico que compone su vida sea descubierto y encuentre una increíble fortuna en su significado.

Toco a la puerta con miedo. El pánico me inunda cuando analizo con detenimiento todo lo que estoy haciendo. Las piernas me empiezan a flaquear mientras que mi estómago parece una lavadora en centrifugado.

La puerta se abre con un crujido, uno de esos que envían un escalofrío a cada parte de tu cuerpo. Miles de películas de terror me invaden en este instante, como si la duda me provocara un miedo completamente irracional.

— ¿Tú quién eres? — cuestiona un niño de preciosos cabellos morenos.

Abro la boca y la cierro repetidas veces como un pez fuera del agua. Como si de repente las palabras no salieran de mi boca, mis cuerdas vocales dejan de hacer su función para observar al chico que me ha abierto la puerta.

— Eh... Yo... — el chico enarca la ceja ante mis no-respuestas.

Suelto un suspiro prolongado esperando que las palabras vuelvan a aparecer en mi cabeza para que las pueda soltar por mi estúpida boca.

— ¿¡Qué te he dicho, Peter!? — grita una voz aguda.

Los pasos de la muchacha se escuchan fuertes y rápidos. En un tiempo récord observo como una chica que ronda entre los veinte y treinta años aparece detrás de la puerta. Retira al niño de ésta y me observa con desconfianza. Esa mirada que le lanzas a un desconocido.

— ¿Quién eres tú? — repite lo que ha dicho el chico minutos antes.

Carraspeo. Las palabras vuelven de nuevo a mi cabeza cuando despejo mis pensamientos. Las frases ahora tienen sentido y pueden salir por mi boca.

— Quería hablar con la dueña. — respondo lo más tranquilo posible.

— Son las once de la noche. — recuerda ella como enfadada.

— Soy amigo de Elizabeth Smith. — indico.

El rostro de la muchacha se suaviza. Una cara de confusión se forma en lugar del enfado que poseía hace segundo. Mi mirada no puede evitar desplazarse hasta el chico de cabellos marrones. Una sonrisa empieza a extenderse por su rostro mientras sus ojos brillan en diversión.

— ¿Tú eres Thiago? — cuestiona con inocencia.

Me siento aturdido cuando realiza esa pregunta. Intento formar una sonrisa en mi rostro para parecer más amable. Sin embargo, no puedo evitar que una ceja se alce mientras lo observo divertido.

— Sí. — respondo. — Soy yo.

Un grito improvisado suena desde su garganta. Pego un salto en mi sitio al escucharlo.

El niño agarra mi mano sin vergüenza alguna. Me arrastra como si fuera un amigo suyo de toda la vida. ¿Por qué este niño sabe como me llamo?

— Amanda va a querer verte. — confiesa el niño con emoción.

— ¿Amanda? — dudo aturdido.

¿Cómo narices sabe este niño mi nombre? ¿Por qué estoy entrando a una casa que desconozco? ¿Por qué estoy yendo hacia una tal Amanda?

— Mandy, mandy, mandy. — grita el chico entrando a una cocina. — Mira quien ha venido.

Observo todo a mi alrededor. Una mueca aparece en mi rostro al ver todos los aparatos electrónicos oxidados o rotos. Los muebles destrozados y el suelo rayado. Como si miles de cuchillas hubieran pasado por ese lugar.

Una mujer mayor nos da la bienvenida. Está de espaldas, algo que me impide ver su rostro. Se gira hacia nosotros cuando escucha al niño, el cual aún no sé su nombre. Una sonrisa maternal se forma en su rostro. Su mirada cambia de el niño hacia mí, y, de repente, su sonrisa decae.

— ¿Quién es él, Peter? — cuestiona la que supongo que es Amanda.

— Es Thiago. ¿No te acuerdas de él? — pregunta con entusiasmo Peter. — Liz ha hablado de él esta tarde. — confiesa.

Espera, espera. ¿Liz ha estado hablando de mí?

Una sonrisa se forma en mi rostro sin que pueda detenerla. Dirijo mi mirada de nuevo a la mujer que me observa fijamente. Su rostro de confusión ha cambiado a diversión.

— ¿Tú eres el famoso Thiago? — interroga. Una sonrisa esparciéndose por su cara.

Sonrío con incomodidad. Me encojo de hombros intentando parecer un poco más educado que de costumbre.

— Soy yo. — contesto cordial.

— ¡Mandy! — la llama Peter. — Thiago preguntaba por ti. Decía que quería hablar contigo. — argumenta él.

Su entusiasmo arranca una sonrisa a cualquier persona que esté a poco metros de distancia. La emoción que demuestra por seguir el hilo de la conversación es increíblemente graciosa. Encima, si de la persona que hablamos, es Liz, todo se vuelve mucho más ameno.

— ¿Qué es lo que quieres? — me mira Amanda.

Me contempla con confusión y picardía. Como si hubiera algo que yo no supiera. Sus pensamientos son lo que deseo en estos momento pues estoy seguro de que contiene información realmente buena.

Sin embargo, la pregunta que ella me ha formulado no tengo ni idea de como responderla.

¿Qué es lo quieres?

Una pregunta tan simple que puede llevarme a un millón de lugares en la mente de Elizabeth. Esta mujer parece saber absolutamente todo sobre Liz. Parece que cualquier cosa que le preguntes ella te la responderá.

— ¿Qué hacía Liz aquí? — lanzo la bomba.

La explosión arrasa con todo el lugar. El aire se vuelve frío. La sonrisa en ambos rostros se esfuma como si se tratara de una broma de mal gusto. Peter deja de sostenerme la mano con la misma felicidad que antes. Amanda me contempla con tristeza, una para nada alegre sonrisa abriéndose paso en sus labios.

— Puede que sea mejor que te sientes. — responde ella.

Por alguna extraña razón del universo, sus palabras crean un hoyo sin fondo en mi pecho. Como si mi cuerpo se preparase para recibir una bala. Mis ojos solo captan los movimiento que Amanda realiza. Peter me suelta de la mano para salir de la cocina.

Contemplo su andar lento y pesado. No, más bien triste. Levanta la cabeza un momento y me dedica una sonrisa de boca cerrada. Sus ojos ya no me miran con la misma diversión que hace unos segundos. Cuando ni siquiera podía hablar de la sonrisa que adornaba toda su cara.

— Buenas noches. — susurra.

Admiro cada uno de sus movimientos. Se gira desapareciendo de la cocina, sus pasos dejan de escucharse a medida que se va alejando.

Puede que esa bala, después de todo, resuelva cada problema que hay en mi mente. O puede, que esa bala acabe con todo mi ser. Sin embargo, es una decisión que estoy dispuesto a escoger, aunque la respuesta no sea como espero.

(***)

Bueno, casi me matan por no subir capítulo al instante. Así que ¡aquí lo tenéis!

#¿QuéPasaráEnElPróximoCapítulo?

#¿QueréisMomentoThiabeth?

#LoDescubriremosEnElPróximoCapítulo

¡XOXO!

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