"Caí en depresión."
Soundtrack ~ Strip that down ~ Liam Payne
"Si las miradas se buscan, es porque algo buscan."
Capítulo 63: "Caí en depresión."
Tú puedes, Elizabeth.
Memorizo las palabras en mi cabeza tratando de convencerme a mí misma de algo que no creo que pueda llegar a superar. Nunca pensé que Doll's fuera a ser un lugar de encuentro entre la mujer que se hace llamar mi madre, y yo. Siempre que me paraba a imaginarlo me convencía de que no iba a suceder realmente.
Pero está pasando. Tengo que caminar unos cuantos pasos más y llegaré al lugar que más temo. O, a decir verdad, la furia recorre mi cuerpo por cada metro que me acerco más a mi objetivo. Tal y como lo haría una pelota al impactar contra el rostro de una persona que nadie conoce, son fallos que te hacen enfurecer más de lo debido.
Suelto un suspiro frenando en seco al reconocer la cafetería que se muestra ante mis ojos, recorro con la mirada cada mesa, tanto llena como vacía, que se encuentra en el interior, tranquilo y acogedor. Para nada comparándose con lo que siento dentro de mí en cuanto mi atención recae sobre la persona que me engendró.
Mis ojos se entrecierran volviendo a analizar sus rasgos, deseando encontrar algo en lo que no parecerme a ella de algún modo. Somos la copia de la otra, o, más bien, y por horrible que me pueda parecer, yo soy una réplica de mi madre. Trago el nudo que se forma en mi garganta mientras me obligo a abrir la puerta del establecimiento y atenerme a las consecuencias de lo que puede suceder ahí dentro.
Como acto reflejo, llevo mis dientes al labio, lo capturo, y con mi vista al frente sin querer sentirme inferior a nadie. Y menos a ella. El sonido de la puerta al ser cerrada provoca que gran parte de los individuos en las mesas se giren a verme, puede que estuvieran esperando a la personas con la que han quedado o, lo más probable, que se fijen en quién entra porque son unos chismosos sin vida.
Ignorando todo aquello deslizo mi vista por las mesas que hay a mi alrededor, deteniéndome en observarlos a todos antes de caer sobre ella, sobre mi supuesta madre a quien creía perdida en un paraíso sin su hija incordiándola, sin una Elizabeth anclada a ella, a su vida, la cual podría haber estado enferma y ni siquiera se habría enterado de ello.
— Pensaba que no vendrías — susurra en cuanto llego. Una cálida sonrisa se muestra en su rostro, bajo la mirada hasta sus manos sosteniendo una taza de café humeante. Formo una mueca en cuanto lo observo, por alguna razón, el olor del café, ahora, me provoca arcadas, como si no pudiera ni siquiera deleitarme de su aroma.
— No iba a hacerlo — me sincero, una mirada herida se posa sobre ella mientras decido evitar sus ojos y arrastrar la silla para poder sentarme. Siento la atención de las personas del lugar puestas en mi nuca al escuchar el irritante sonido que provoco con mi asiento, vuelvo a mirarla con el enojo sin drenarse de mi cuerpo.
— ¿Por qué estás aquí, entonces? — Cuestiona, mis manos se entrelazan por debajo de la mesa, dejándolas sobre mi regazo y apretándolas con fuerza. Quiero aliviar la tensión que poseen mis articulaciones en cuanto esa pregunta intencionadamente inocente sale de sus rosados labios iguales a los míos.
— Básicamente, me convencieron en venir e intentar arreglar unos asuntos que me parecen imposibles de olvidar, Casandra — pronuncia, la última palabra vocalizada con énfasis ansiando que entienda que no puedo seguir llamándola como una vez, hace demasiados años para mi gusto, amaba expresar. Fue mi heroína y se terminó convirtiendo en mi mayor enemiga.
— Espero poder agradecerles algún día — habla de nuevo, como si supiera quién lo hizo, mis nervios se encuentran a flor de piel. La tranquilidad que ahora posee no se compara en nada a antes, cuando por cada mínima cosa que sucedía, se ponía a dar voces sin importarle si los vecinos la escuchaban. En casa éramos los mayores estúpidos que había, nunca dejábamos las cosas en su sitio y era ella quien se dedicaba a limpiarlo.
Pero nos sabíamos comportar más tarde con ella. Le dedicábamos más muestras de cariño, entre mi padre y yo, de las que nunca podría tener nadie. Traíamos el desayuno a su cama, la despertábamos con besos. Recuerdo cuando me quejaba de cada muestra de cariño que ellos se daban, sin percatarme de que eso, era y es lo más bonito que puede haber en el mundo real.
— Y yo espero que no me hagas perder el tiempo aquí sin hacer nada, Casandra — comento brusca, ella aplana sus labios permitiendo que mechones de su cabellos dorado, un tono más oscuro que el mío, caiga sobre sus ojos impidiendo que analice su expresión. Me recuesto sobre la incómoda silla sin tener el estómago para pedir nada, quiero terminar esto cuanto antes.
— ¿No tomarás nada? — Evita de nuevo, suelto un bufido perdiendo la paciencia. Vuelvo a colocarme en mi lugar. Esta vez, con las manos apoyadas sobre la mesa y mi cuerpo ligeramente inclinado hacia delante. La seriedad de mi rostro logra sorprenderme y su poco creíble dramatismo también. No puedo imaginarme que lo esté pasando mal ahora, cuando ya tengo casi dieciocho años y mi vida está en camino de estar completamente arreglada e independiente.
— No tengo hambre — respondo a la defensiva. Aprieta la taza de café que tiene en su posesión. Remueve la cuchara quitándole la enorme cantidad de espuma que hay en el interior del vaso blanco. Tuerzo una sonrisa inundando mi cabeza de recuerdos accionando de la misma manera que ella lo está haciendo ahora. De pequeña, era yo quien le quitaba la espuma de su café, amaba hacerlo y ver como disminuía.
La terrible necesidad de marcharme de aquí me ataca más fuerte de lo que creía, mis labios tiemblan mientras intento detenerlos con mis dientes. A este paso terminaré sangrando y la desesperación que siento no ayuda en nada a sobrellevar ese dolor. Apoyo con fuerza mis manos en la mesa preparándome para salir.
Las lágrimas se aglomeran en mis ojos reconociendo que no ha sido buena idea que haya venido aquí. No debería haber escuchado a nadie, era mejor cuando estaba como antes. Una mano captura mi movimiento, giro mi cabeza bruscamente topándome con el mismo rostro que yo tengo.
Es como ver un espejo que está un poco roto, no completamente igual. Como cuando te haces una foto y no te reconoces en ella, como si fueras una persona diferente. Los bordes de sus ojos están rojos a causa de la misma cantidad de gotas saladas que desean escapar y ser liberada de los límites de estos.
Su maquillaje tan correctamente colocado comienza a derribarse tal y como lo harían las torres gemelas en su época. No pronuncio palabra mientras con una mirada puedo reconocer de nuevo lo que quiere decir, la conexión entre nosotras me irrita al saber que sigue ahí. Que no se ha extinguido por más que he deseado arrancarla de mi pecho durante años interminables para mí.
— Quédate — murmura, su tono menguando mientras habla. Vuelve a abrir su boca demorándose unos segundo antes de volver a hablar —, por favor — termina, creyendo que con esas palabras logrará convencerme de quedarme, de permanecer en el mismo lugar en el que la persona que más amaba me dejó a manos de gente que no conocía de nada.
— Tienes quince minutos — sentencio, intento que mi voz se muestre segura. Lo logro hasta que, en el último momento, se quiebra sin poder aguantarlo durante más tiempo. No soporto seguir en esta situación de intensa agonía en la que ninguna de las dos hacemos nada que pueda ayudar o entorpecerlo todo.
— Solo quiero que sepas que lo siento, cariño — confiesa, bajo la mirada sabiendo que, dentro de poco, las lágrimas comenzarán a descender por mis mejilla y no seré capaz de detenerlas. El dolor es demasiado fuerte para hacerlo —. No pensé lo que hice y yo estoy más que arrepentida. Desearía que apretaras el gatillo y me mataras por haber sido tan idiota — reconoce.
— Deberías hacerlo — afirmo, mis brazos se cruzan con la intención de contener en mi cuerpo la poca seguridad y confianza que me queda. Se ha evaporado, se largó por la puerta, en cuanto he entrado en esta maldita cafetería.
— Caí en depresión, Betty — confirma, mis ojos se abren escuchando sus palabras —. Estuve más de seis años asistiendo a un psicólogo a la espera de que el dolor que sentía por la muerte de tu padre disminuyera — trago fuerte provocando que el nudo en mi garganta se deslice hasta mi estómago. Hace años que esa acotación no salía de los labios de a mi padre dejó de se pronunciado desde la fecha de su fallecimiento. Causa que unas terribles arcadas quieran salir de mi cuerpo. Se quedan atrancadas en el final de mi boca sin permitirme hacerlo.
— Me dejaste cuando tenía seis años — recuerdo. Asiente sin observarme —. ¿Por qué no volviste después de la terapia? — Pregunto —. Te estuve esperando durante años, Casandra. Contestando al teléfono cada vez que alguien llamaba imaginando que serías tú, abriendo la puerta cada vez que alguien tocaba esperanzada de que fueras tú la personas tras la lámina de madera destrozada. No apareciste nunca.
— No podía volver, Betty — contesta, choca su mirada azul en la mía, más oscura que de costumbre. La tormenta desatándose en su interior mientras me relata la historia más triste que jamás había escuchado —. No en el estado en el que estaba — espeta.
Debo impedir que mi atención esté en ella más tiempo del necesario, simplemente no comprendo como, después de todos estos años, ella seguía sin dignarse a aparecer de nuevo en mi vida.
— Han pasado casi doce años, Casandra — mascullo con rabia, la ira se arremolina en mi cuerpo sin poder evaporarla de mi corazón. Desprendiendo cada partícula de odio que siento hacia este momento y hacia ella más que a nadie —. Simplemente no puedo creer que después de tanto tiempo no hayas pensado en tu hija — apremio.
— Lo he hecho, Elizabeth — me interrumpe —. He pensado en ti cada segundo de cada día, de cada mes y de cada año — asiente, sus ojos no se despegan de los míos esta vez, probando a demostrarme que dice la verdad y no es otro de sus tanto golpes emocionales hacia mí —. Has estado en mi cabeza todos estos años, cariño — curva una sonrisa triste, niego con mi cabeza sin poder creerlo.
— Me abandonaste cuando más te necesitaba — acuerdo, vuelve a desplazar su atención —. ¿No pudiste, simplemente, decirme que estabas bien? ¿Que me querías y que necesitabas estar un largo tiempo sola? ¿No pudiste matar mis esperanzas por un tiempo en lugar de dejarlas caer como el plomo por el paso de los años? — Cuestiono, demasiadas preguntas para tan pocas respuestas.
— Necesitaba restablecerme a mí misma antes de estar contigo — responde sin divagar, como si en un segundo fuera a escaparme de nuevo para no volver. Al igual que ella hizo conmigo hasta ahora —. Conocí a alguien que me ayudó a ver la vida de otra manera, Betty — confiesa tras unos segundos.
Mi cuerpo se paraliza al ver su mirada, ese brillo que tanto he amado en las personas, esa mirada iluminada cuando alguien habla de la persona que quiere con cada pedazo de su alma. En mis órganos se instala una ira imposible de describir con palabras.
Después de tantos años, de tantas esperanzas perdidas en lo más recóndito de mi mente, ¿viene a decirme que está con alguien? ¿Eso es a lo único que ha venido? Me giro para salir del recinto sin detenerme a observar la reacción de ella. Aplano mis labios mordiéndolos y temiendo que vayan a ser arrancados de mi rostro.
El enojo, la furia, la traición, la ansiedad. Todo crea un remolino de pésimas emociones que explotarán en menos de lo que pueda llegar a creer. «Se olvidó de papá.» Pienso. «Se olvidó del amor de su vida, de su hija, para ir con otra persona» Vuelvo a analizar.
— ¡Elizabeth! — Escucho en cuanto muevo mis pies para salir. No lo hago lo suficientemente rápido o, puede, lo más probable, que las lágrimas de rabia entorpezcan mi visión para poder huir de esta cafetería. Consigue llegar a mí agarrando mi brazo de la misma forma protectora que lo hacía cuando estaba a punto de cruzar la calle sin mirar antes a ambos lados de la carretera. Se siento mucho peor ahora, como si me retuviera contra mi voluntad.
— ¡Ni se te ocurra tocarme! — Chillo. Se despega de mí sorprendida, sin esperarse mi reacción, miles de ojos se posan sobre nosotras creando un espectáculo —. ¡No vuelvas a aparecer en mi vida ni una jodida vez más, Casandra! — Escupo, se aleja unos pasos. Río sarcástica queriendo girarme y soltarle todo lo que pasa sobre mi cabeza ahora mismo. No me detengo —. ¿Te atreves a venir después de doce años a decirme que has rehecho tu vida, te has olvida de tu familia y has hecho otra, y esperas que te aplauda y te felicite? — Pregunto retórica.
— Lo... — Intenta.
— No lo digas — interrumpo. Alzo mi mano frenando en seco su disculpa inútil, fuerzo mi mandíbula con mis dientes temblando ante la presión —. ¿Sabes lo que veo de todo esto, Casandra? — Vuelvo de nuevo, niega con su cabeza otra vez, sin tener el derecho a hacerlo —. Eres la peor persona que alguna vez ha podido aparecer en mi vida. No solo me jodiste mi pasado sino que, ahora que todo iba bien, eres capaz de arrebatarme mi futuro — pienso en voz alta, ya no mido mis palabras, salen por mi boca sin que puede retenerlas dentro de mí. Contemplo como traga saliva como si la vida le fuera en ello, sus ojos se oscurecen y caen con tristeza—. Eres la más vil persona y la más horrible madre que alguna vez haya podido existir, Casandra. Y eso es solo por tu...
— ¡Elizabeth! — Grita.
Cierro mi boca con rapidez, como un acto involuntario, giro mi cabeza veloz hacia la voz que me llama. Abro mis ojos reconociendo quien es la persona que hay detrás de mí. Veo rojo por unos segundos, la rabia va destiñendo ese color conforme pasan los segundos y mis sentimientos siguen a flor de piel, poniéndome el vello de punta. El miedo también comienza a expandirse por mi cuerpo, una diminuta sensación que no se puede llegar a comparar con la rabia y la ira que siento.
Pues, justo frente a mis ojos, el rostro furioso de Thiago logra hacerme callar. Y, por extraño que pueda llegar a parecer, la molestia invade cada partícula de mi ser al verlo ahí. Al atreverse a detenerme de mi discusión con una persona que a él no le incumbe en los más mínimo. No debe entrometerse en algo que no va con él.
(***)
¿Qué os ha parecido, preciosas/os?
Espero que os haya estirado de los pelos con fuerza. Nah, es broma.
¿Créeis que se ha pasado?
Besos y ¡XOXO!
PD: ¡Pregunta Random!: ¿Qué preferís, vivir sin brazos o sin piernas?
¡Suerte con la respuesta! :'P
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro