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⊢ 06 ⊣

La vida de Charlotte era un desastre mucho antes de haberla conocido de esa forma tan inusual en una cafetería.

Lo recuerdo a la perfección, pues ese día hacía frío, mis manos estaban congeladas a pesar de estar cubiertas por guantes de lana. Mis mejillas estaban frías y rosadas, sentía mis labios partirse con cada ráfaga de viento, definitivamente era un día de esos en los que prefieres quedarte bajo las mantas de tu cama bebiendo una taza de chocolate caliente y mirando tu serie favorita. Esa fue la primer idea que tuve al apagar la alarma de mi teléfono y ver en la pantalla el clima frío que me esperaba, mas no podía hacerlo, no cuando debía ir a la biblioteca por unos libros que me ayudarían en mis exámenes próximos.

No tuve tiempo de desayunar, era domingo y los domingos la bibliotecaria cerraba al medio día. Me tomaba un par de horas llegar, no estaba precisamente cerca de mi residencia, y de tan solo pensar que no podría estudiar y no aprobar ya me dejaba mal sabor de boca.

Para mi gran suerte, o quizás el conocido destino, llegué a tiempo. Pero no tuve el mismo resultado al volver a la parada de autobús, lo vi pasar justo antes de que estuviera cerca de tomarlo. Volvería a pasar dentro de una hora y media, mas no tenía ganas de quedarme allí temblando y esperando. Aprovechando que en la vereda de en frente, justo en la esquina, había una cafetería y yo no había comido nada, entré a matar el tiempo.

No podía desayunar porque ese horario había terminado, así que me pedí una comida simple que no tardase mucho en hacerse, no quería perder el siguiente autobús también. Dejé algunos de los libros sobre la silla a mi lado, tomé el que estaba arriba de todos en la pequeña pila y lo abrí en la página 87, página que debía aprenderme.

—Sí me preguntas a mí, creo que la biología es la materia más aburrida que haya existido.—comentó alguien. Al bajar el libro y levantar mi mirada de este, vi a una chica sentada frente a mí hablando tan distraídamente como si fuéramos amigas de toda la vida.

Si, Charlotte me había dejado sin palabras desde el primer día. Me hablaba y hablaba sin parar sobre temas al azar, por ejemplo, lo mucho que le gustaba visitar ese lugar, lo mucho que adoraba sentarse en esa misma mesa todos los días y mirar a través del vidrio, lo mucho que le inspiraba inspeccionar la vestimenta y forma de caminar de la gente.

Y vi pasión en sus ojos al hablar de sus historias.

Pasión al hablarme de un amor ficticio desigual, de una aventura que existió nada más en su cabeza, de un problema que ella misma creó. Y para cuando el siguiente autobús pasó, yo seguía escuchando atentamente como me relataba su más reciente escrito sin acabar.

Sonreía todo el tiempo, incluso diciendo que sus libros jamás habían sido publicados. Sonreía diciendo que nadie más que ella los había leído.

Volví a casa con un libro de más, el primer libro que Charlotte escribió. Pues le había prometido leer todos y cada uno, sin importar de qué tratasen.

Así pasaba mis domingos ahora, visitando la biblioteca primero y luego volviendo a la cafetería para hablar con ella de lo mucho que me habían gustado sus relatos, o lo poco que entendía de estos.

Escribía de una forma particular, algunas veces no tenía sentido, algunas veces las oraciones no coincidían, algunas veces el final era el inicio o al revés, pero eso lo hacía interesante. Tenía una historia que desarrollaba, pero dentro de ésta escondía sus experiencias y sueños propios.

Supe a partir de su tercer libro que su madre había fallecido tres horas después de haberla traído al mundo, y su padre no era más que una sombra que solamente veía en sus pesadillas. Una sombra en un rincón que ni siquiera tenía luz.

En uno de esos días que la veía le pregunté sobre ello, con lágrimas en sus ojos me dijo que lamentaba una y otra vez haberla matado.

—¿A quién?

—A mi mamá.

La mujer había fallecido por complicaciones en el parto. Pero no era culpa de Charlotte, esas cosas podían pasar. No importaba cuántas veces se lo dijera yo, o incluso su abuela que la crió, se seguía sosteniendo a la idea de que no debió haber vivido ella a cambio de la vida de su madre.

Me di cuenta mientras secaba sus lágrimas y le preguntaba por su nueva obra para distraerla, que Charlotte ahora era especial en mi vida.

Se mudó conmigo dos meses después de haberla conocido, pues ninguna de las dos podía pagar un alquiler completo.

Lentamente las desgracias la comenzaron a invadir, hasta que la dulce escritora con pasión en su mirar desapareció dejando frente a mí un cuerpo inerte con ganas de desaparecer.

—No me mires así.—murmuró con mal humor, sonreí un poco.

—¿Así cómo?

—Como sí ya estuviera muerta.

Tragué saliva y aparté la mirada. Pensé una y otra vez sí estaba bien aceptar no ayudarla, no hacer nada y seguir viendo cómo se desvanecía a cada segundo eterno que el reloj marca. ¿No era eso un suicidio? Sin embargo, perdí las esperanzas de poder pararla, nunca se le vio más decidida en algo.

Engfa, al parecer, también lo había hecho. Pasaba el día en su habitación y salía de vez en cuando a trabajar o comprar comida. Pronunciaba cada vez menos palabras y sus bromas tenían la gracia de la nada misma. Le afectaba, se sentía mal, pero no hacía nada al respecto. No hablaba con Charlotte, no me hablaba a mí.

Entonces llegué a la conclusión de que sí Charlotte se iba, se llevaría consigo el corazón de Engfa para siempre.

¿Era así cuando te enamoras y pierdes? Sufres en silencio aceptando que ya no eres tú misma, que ahora tendrás un vacío eterno que nada puede tapar. Una herida sangrando todos los días.

—Menos de un mes.—dijo otra vez, aún con sus ojos sobre la pantalla de la televisión.

—¿Qué?

—Tengo menos de un mes de vida sin aceptar el tratamiento.—me informó, haciendo que mi pecho doliera.

No, no quería que se fuera.

—Quiero escribir un último libro.—siguió diciendo.—Uno donde no quiero morir, uno donde vivo con el amor de mi vida, uno donde mi mamá vive y mi papá no me haya lastimado aún sin haberlo conocido.

—Uno con un final feliz.—asumí comprendiendo.

—¿Quién dice que la muerte es un final triste? —sentí que me miró, mas no quería hacer lo mismo.

Sabía que sí miraba a sus ojos y volvía a ver la pasión que una vez tuvo hablando de sus libros, me rompería y le quitaría su última voluntad, decidir.

—Veré a mamá.—escuché su susurro.—Podré pedirle perdón y, al mismo tiempo, perdonarme a mí misma.—suspiró dejando caer su cabeza sobre el respaldo en el sofá, con los ojos en el techo.—No es un mal final, Freen, no para mí. Y tal vez ni siquiera lo es, tal vez es el comienzo.

Justo como sus historias, teniendo el final en el comienzo.

—¿No tienes miedo de lo que pueda pasar? —mi voz tembló.

—¿Miedo? —una risa, una risa que una vez me pareció dulce ahora era ácida, seca, sin una pizca del humor que una vez tuvo.—No me importa morir porque para eso estamos viviendo.—comenzó, volviendo a su postura inicial, con los ojos en la pantalla.—La pasión, escribir en una tonta cafetería, sonreír, amar. No tienen sentido sí al final todo se acaba como una mala película, porque desde el inicio he esperado el final y ahora está a sólo unos minutos, puedo ver los créditos finales desde aquí. No puedo temerle a la muerte, no cuando es la única cosa sincera en mi vida.—respondió negando.—¿Sabías eso? La muerte no miente, no intenta aliviar el dolor con palabras vacías. Porque siempre has sabido que está ahí, al final de la calle esperando a que tu viaje termine y te lleve a la cama para descansar. Sí quieres creerle a la vida y sus mentiras sobre el "para siempre" puedes hacerlo, pero sabemos que la única eternidad que existe es la muerte.

Cada palabra dicha era un puñal más a mi roto corazón. Porque los amigos también pueden hacer eso, romper tu corazón, romperte a ti. Y yo jamás me había sentido rota hasta ese momento.

Durante un tiempo habían dejado de importarme ciertas cosas, ni siquiera llamaba a mi familia, hablaba poco y nada. Era como sí Charlotte también se estuviera robando una parte de mí, aunque quizás también existe la posibilidad de que la tenga desde el primer momento en el que nos vimos.

Existen varios tipos de amor, y yo amaba a Charlotte como mi hermana menor que jamás tuve. La amaba porque era imposible no hacerlo, la amaba incluso cuando ella no quería que lo hiciera.

Se me hacía más difícil, más pesado, aceptar que se fuera. No era como esas noches donde se iba y volvía unos días después. Algunas veces golpeada, casi desmayada, agotada, pero volvía, siempre volvía.

A Engfa también le costaba aceptarlo, lo pude ver. En una de las noches más oscuras que alguna vez viví, me levanté a buscar algo de agua y tal vez pasar al baño de paso. Mas me la encontré sentada sobre una silla al lado de la ventana, con sus rodillas en su pecho y las lágrimas empapadas de sufrir abriéndose paso sobre la piel de sus mejillas.

No dije nada, ella tampoco. Tomé su misma postura a su lado llevando mi propia silla, hacía bastante tiempo que no compartíamos palabras, palabras verdaderas y no conversaciones vacías sin una pizca de importancia. Esperé paciente a que dijera la primera, no quería arruinar sus pensamientos ni el ambiente calmado que logramos encontrar.

—No estamos hechas la una para la otra.—dijo luego de un rato.—Pero estaríamos desechas la una sin la otra.

Y no pude estar más de acuerdo con ello.

—Entonces, ¿lo aceptas y ya? —cuestioné.

—Lo odio, lo odio como no tienes idea, Freen, pero sé lo que es querer morir. No voy a quitarle esto, no a ella.

Los deseos de desaparecer, de morir, jamás habían encajado con la forma de ser de Engfa, pero supongo que muchas veces las personas ocultan cualquier cosa con tal de no alterarlo todo.

—Charlotte fue la que dejó a su ex, ¿verdad? —me atreví a mencionar.

—Sí.—contestó.—Porque no la quería cerca sí de todas formas iba a morirse, lo mismo hizo conmigo, lo mismo hará contigo.

Cuando la miré a los ojos vi ese deseo imparable de destruirlo todo. Ella no quería que Charlotte se fuera, la amaba, la amaba de una forma muy diferente a la que yo lo hacía.

—Está loca.—soltó con una sonrisa que no llegaba a sus mejillas, que no mostraba sus dientes, tal vez ni siquiera era una sonrisa.—Está completamente loca, ¿cómo no perder la cabeza por ella?

El amor podía cometer muchas locuras, comencé a entenderlo mejor.

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