CAPÍTULO 8
°SÍ ESTAS SABANAS FUERAN LOS ESTADOS Y SÍ ESTUVIERA A KILÓMETROS DE DISTANCIA LAS DOBLARÍA DE PUNTA A PUNTA PARA ATRAERTE MÁS CERCA DE MÍ°
¿Cómo se siente el amor? Era una pregunta un tanto curiosa para Andy Biersack.
Porque él, en definitiva, no sabía mucho sobre el tema.
Él amaba, si. Pero de una forma completamente distinta; Andy amaba a sus padres, a la música (que frecuentaba escuchar a escondidas), amaba a Batman, amaba las cosas dulces, amaba a los gatos… pero no estaba tan seguro de ser capaz de amar a otro hombre.
La Biblia habla mucho sobre el hombre y la mujer y eso suele confundirlo mucho. Él no sabe realmente sí está en lo correcto o sólo un poco desviado.
El menor ha tratado de encontrar a una chica a la que pueda ver como alguien atractiva, no suele ser exigente, él fácilmente podría escoger a cualquier rubia mal teñida, flaca y palida sin ningún problema.
Pero, aun así, Andy no podría sacar al castaño de su mente.
El chico con el que había compartido asiento en la clase de laboratorio desde hace ya un mes.
El castaño en todo aquel tiempo se había portado de lo más lindo y amable con Andy y éste último no podía encontrar una manera razonable por la que Oliver se comportara así. Digo, eran amigos, claro, pero desde que Andy entro a la escuela ninguno se separaba del otro. No importaba sí Oliver tenía sus propias clases, antes sin falta iba a dejar al pelinegro a su salón.
Cada que Andy pasaba solo por los pasillos podía escuchar murmullos, la gente hablaba y él no sabía por qué.
¿Traía algo en la cara? ¿Le habían pegado algo en la espalda? ¿Así sería siempre? ¿Por qué sólo pasaba cuando iba solo?
Y en realidad la última pregunta era fácil de responder, sólo debías ver quien iba a un lado del menor para darte cuenta de que no cualquier idiota se metería con Oliver Sykes.
A pesar de todo lo que había llegado a oídos de Andy éste se negaba a creer que chico tan lindo y tierno como lo era Oliver pudiera causarle daño a alguien. Pero el amor funciona de maneras extrañas y muchas veces te ciega, una persona enamorada podría ser fatal e incluso perfecta sólo para que la otra mitad sea correspondida.
En este caso, para Andy era confusa a más no poder. Porque dentro de él existía un montón de sensaciones preciosas expandiéndose por todo su cuerpo cada vez que él estaba cerca del castaño, y a pesar de no tener idea de lo que aquello significaba, Andy estaba dispuesto a entenderlo a lado de Oliver.
Por otra parte estaba el mayor sin poder concentrarse en sus correspondientes clases por andar pensando en un par de ojos azules. Él había cambiado, de eso no había duda pero el castaño apenas y lo había notado porque estaba detraído esperando a que el timbre sonara.
Para Oliver no existía chico más lindo que Andy Biersack, ese chico que poco sabía del mundo y de la vida y que se sorprendía con cualquier cosa nueva que encontraba. Era inocente y a Oliver le gustaba porque ya no habían personas así.
Andy no estaba infestado por todo el mal que había en el mundo, y Oliver quería asegurarse de que aquello siguiera así. Incluso sí eso significara seguirlo para toda la vida. Pero el mayor ignoraba que el mundo es grande y que no podía ocultar a Andy en una burbuja para siempre.
Ambos se enamoraron de sus debilidades. De las peores características que poseían.
Uno se enamoro de la ignorancia y el otro de la vulnerabilidad.
Y eso estaba bien porque sabios y fuertes hay muchos.
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— Andy ¿Andy? – el llamado lo hizo salir de su ensoñación, prestándole atención a su amigo.
Ronnie Radke era la única persona que Andy conocía aparte de Oliver y su familia. Cuando era un niño se mudó un tiempo a Nevada, con su abuela, y a un par de calles de la iglesia local un chico de cabello negro y tatuajes siempre lo saludaba cortésmente. A su madre no le agradaba y eso sólo hacía a Ronnie más interesante.
No sostuvieron por mucho tiempo su gran amistad, pues la abuela de Andy había fallecido unos años después mandando a la familia Biersack a empacar maletas y mudarse nuevamente. Mantuvieron el contacto muy pocas veces, hasta hace unas semanas semanas atrás en que el pelinegro llego a la puerta de su amigo pidiendo ayuda.
Y a pesar de no conocer a Oliver, Ronnie ya lo odiaba. Pero no tanto como odiaba a Ashley.
Radke obligó al menor a contarle todo el embrollo en el que se había metido después claro a que éste calmara su llanto. El ojiazul se veía tan destrozado, herido, perdido. Él daba la definición exacta de dolor.
Era imposible verlo a los ojos sin querer ir a matar al imbécil que le jodió la vida tal vez para siempre. Esos ojos que habían perdido todo brillo, incluso todo rastro de vida. Es pobre chico estaba vacío y destrozado.
— Andy, debes comer algo – demando el mayor poniendo frente al delgado chico una bandeja con comida. Hace horas que no lo había visto ingerir más que agua y algunas galletas.
— No tengo hambre. Pero gracias – Ronnie estaba dispuesto a discutir con el menor y tratar de que comiese algo, pero sabía de antemano que ello de nada serviría, Andy estaba más que dispuesto, inconscientemente, a dejarse morir y aunque la sola idea atormentaba a Radke, nada podía hacer hasta que Andy lo dejara ayudarlo.
— Tal vez lo mejor sea que vayas a descansar un rato – aconsejo el mayor, al menos el sueño lo distraería un rato de todos los pensamientos dentro de su cabeza. Andy asintió con la cabeza y fue ayudado a pararse del sillón con la ayuda de Ronnie, caminaba lentamente arrastrando sus pies con cada paso que daba, se veía cansado y adormecido, parecía que en cualquier momento caería dormido.
Andy llego al cuarto que Ronnie le había asignado, el cual quedaba justo enfrente de la habitación del mayor, para cualquier cosa que se llegara a presentar. Abrir la puerta le costo todo su esfuerzo físico e incluso habían gotas de sudor por los pocos movimientos, Andy se sintió un completo inútil cuando su amigo observo que acto tan simple le había costado diez veces más trabajo que en comparación a cualquier niño de cinco años. Volteo a verlo y le ofreció una sonrisa pequeña.
Una sonrisa en la que parecía estarse disculpando.
Cerro la puerta tras de él, dejando caer todo su cuerpo para que esta pudiera cerrarse y se acerco a la cama y quitó las sábanas que la cubrían, dejándose caer sobre el suave colchón para por fin tener un poco de calma mental. Cerro los ojos y lo que pareció haber sido horas de sueño en realidad habían sido segundos.
Él escucho golpes, como una cabecera golpeando la pared y voces, susurrantes y lejanas que eran muchos como para poder callarlos, trato de no darles importancia cerrando de nuevo los ojos pero cada vez el sonido se hacía más y más fuerte conforme pasaba el tiempo, empezó a escuchar todo más claramente, incluso podía jurar que el sonido de chapoteo estaba justo a un lado de su oído, él era capaz de oír claramente las suplicas y gemidos de dolor que habían en la habitación, pero todo lo que escuchaba estaba en su cabeza.
Andy, a pesar de no verlo, traía en la mente el claro recuerdo de su cuerpo siendo sometido, su corazón palpitando contra su caja torácica y el dolor de su garganta al intentar gritar alto muy alto, con la esperanza de ser escuchado.
Él se escucho a sí mismo, fuerte y claro pidiendo ayuda, mientras una sombra negra de conocido rostro lo violaba sin compasión. Todo estaba en su mente y de repente el silencio de la habitación en la que estaba se rompió por un grito de angustia y desesperación, pidiendo clemencia y perdón.
El chico de ojos azules pedía perdón. Y no había explicación de por qué alguien tan roto pediría perdón.
Su amigo llego inmediatamente a encontrar al menor enredado entre las sábanas, dudado, jadeante y asustado. Dando manotazos en cuanto sintió el agarre en su cuerpo, sin poder darse cuenta que aquel toque no lo lastimaría.
Ronnie estaba asustado, sabía que aquello era un gran y severo ataque de pánico, lo podía ver en los ojos bañados de miedo de su amigo. Él no quería hacerle más daño y en lugar agrandar las cosas lo llevo al baño y lo metió sin más a la ducha con agua fría, haciendo que Andy pudiera entrar en razón. Ni siquiera en medio del agua las lágrimas se pudieron ocultar.
— Quédate aquí, iré por un par de toallas – Andy sólo pudo asentir con la cabeza sin realmente saber a qué respondía y en cuanto estuvo solo su mente volvió a colapsar. Sintió su cuerpo pesado y un terrible entumecimiento llego a él haciéndolo temblar, pero no era por el agua helada, al contrario, su piel estaba el doble de fría pero el ni siquiera se inmuto por ello.
Subió la vista y vio algo brillar, en el lavabo, una navaja de afeitar relucía.
De un momento a otro la navaja estaba en sus manos y con la sola idea de soledad y dolor comenzó a cortar su piel. El metal filoso abría segundo a segundo la carne blanda del pelinegro, haciendo que la sangre espesa comenzara a brotar. El dolor que debía sentir al abrir su piel no era ni una pizca de todo el que cargaba en su cabeza.
Sus muñecas estaban cortadas y su mente empezó a divagar. Entre recuerdos y pensamiento, se recargo a la pared y sonrió inevitablemente al ver un par de ojos oliva mirándolo con amor.
Se sintió volar y la sensación de paz llego.
— Oliver.
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A las 3:05 de la madrugada una llamada entro al celular de Oliver Sykes, sacándolo de sus tortuosos pensamientos. Al principio pensó en simplemente no contestar, pero la esperanza de que fuera el hombre al que amaba termino respondiendo.
— ¿Andy? – ni él mismo podía creer que sus mejillas estuvieran mojadas por el llanto silencioso.
— No, soy Ronnie Radke. Yo... Sé en dónde esta Andy Biersack –
Saben, ésta es la historia más bonita que tengo. Me refiero al final, es como de mis únicos fics que termina bien. :v
Ya sólo le queda un cap a esta cosa y obviamente su respectivo epílogo. Saquen los pañuelos. :'v
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