—Que mal, esta lloviendo.—susurraste, mientras mirabas como la lluvia caía a montones.

Habías salido ya de primaria, te dirigias a casa, pero de repente se nublo y comenzó a llover. Automáticamente aceleraste el paso antes de que la suave lluvia se volviera más fuerte, los truenos te daban a saber que era una tormenta.

Para tu suerte, en el camino a tu casa hay una parada de autobús, donde puedes resguardarte hasta que la lluvia cese.

Te sentaste y soltaste un largo suspiro. Bufaste por lo bajo ya que tenías hambre y querías llegar pronto a casa, pero ahora que llueve con mucha intensidad no podrás.

—Si tan solo tuviera un celular...—musitaste.—... Pero mi madre siempre se niega.—mencionaste algo irritado.

Tu madre te negaba tener ese aparato ya que solo tenías ocho años, y ella decía que aún eras demasiado pequeño, a parte de que, el celular, te distraeria de tus deberes.

Tu barriga rugio, recordándote que tenías hambre. El hambre era tal que, ahora mismo, serias capaz de devorar tu pequeña pierna, aún si eso te doliera.

Al cabo de unos segundos, una figura de tu misma estatura, a la distancia se veía como corría hacia la parada. Se veía desesperado.

Cuando la vista persona llegó, estaba jadeando y resultó ser alguien de tú misma edad.

—Oh~ que mal, me moje todo.—hizo un puchero el recién llegado.

Lo miraste, era una niña de piel blanca, y su cabello era rosado, con una coleta que llegaba hasta su cintura. Ella te miró, con esos ojos púrpura que te dieron un escalofrío al hacer contacto con estos, sonrió y dijo:

—¡Perdón!, espero no ser una molestia.—dijo, con una amigable expresión.

—C-claro.—tartamudeaste nervioso. No sueles hablar mucho con niñas.—Digo, n-no te preocupes, esta todo bien.

Ella te sonrió.

Miraste a otro lado, pero su pinturesca apariencia te atrajo, la examinaste de manera disimulada, mirándola de reojo, pudiste ver que su uniforme era de una escuela muchísimo más sotisficada que la tuya, al ver aquel emblema en la pequeña chaqueta azul marino, notaste que ella es de aquella escuela de chicos adinerados.

—¡Es rica!—pensaste, quedando estupefacto por unos segundos por ella.

Ella noto tu mirada, te miro y tu solo intentaste actuar natural. La pelirosado solo suspiro.

Hubo algo que te llamo la atención en ese instante, que ella tenía un uniforme masculino, no quisiste pensar de mala manera, pero eso te mantuvo pensando.

Entonces algo vergonzoso ocurrió, tú barriga se escucho rugir con hambre, el sonido fue lo suficientemente sonoro como para que la contraria lo escuchase. Te pusiste rojo de la vergüenza.

—¿Tienes hambre?—cuestionó.

—N-no, ¡no es nada!

Ella solo sonrió.

—No importa, tengo parte de mi almuerzo de hoy, podemos compartirlo.—dijo.

Tú solo le miraste, ella sacó una pequeña cantina, donde unos deliciosos sándwich yacen dentros. Tu boca babeo.

—Toma.—te paso con una sonrisa uno de los sándwich.

—Gracias.—lo tomaste.

—Y, ¿como te llamas?—preguntó curiosa.

—Mi nombre es ___________.

Ella solo sonrió.

—Bonito nombre.—dijo.—Mi nombre es Astolfo, un gusto.—extendió su mano.

Tú la estrechaste.

“Astolfo”, al oír ese nombre, recordaste su vestimenta, su uniforme masculino, entonces otra vez volvieron esos pensamientos a tu mente. No pudiste evitarlo, sueles decir lo que piensas de manera inconsciente.

—¿Será un chico...?—vacilaste, y casi te arracabas la cabeza en ese instante.

Ella solo te miro y sonrió.

—Si.—respondió amable.

Tú te sonrojaste.

—Es un niño muy lindo.—pensaste.

La lluvia poco a poco paraba, dando así vía libre para continuar el caminó.

—Bueno, ¡ya debo irme!—dijo.

—Ah, gracias por le sándwich.

—No hay de que.—sonrió.—Nos vemos, __________, ojalá y nos volvamos a encontrar.

Él se marchó.

—C-claro...