40 - 'Manera De Actuar'
Cuando finalmente llegamos a Londres, un sentimiento de paz y tranquilidad inundó de golpe mi ser, ni siquiera en mi país natal llegué a sentir algo de ese tipo, "aquí pertenezco" fue lo que sentí y pensé cuando salí del aeropuerto junto a Robert, observando a mi alrededor a la multitud londinense viviendo su día a día, era abrumador sentir pertenencia en un país al que prácticamente acababa de llegar, pero mentiría si digo que Londres no logró sacar lo mejor de mí, cosa que nunca me pasó en Detroit.
— Hogar dulce hogar — dijo Robert mientras inhalaba profundamente.
— Ya lo creo — dije apretando su mano con fuerza, mientras caminábamos hacía la zona donde se tomaban los taxis — ¿Cuándo debes volver al trabajo?
— Pasado mañana, hoy quiero descansar, y mañana saldré a hacer algunas cosas que tengo pendientes.
— ¿Irás a ver a tu abogado?
— Así es, y me gustaría que me acompañes para que recibas tu pasaporte inglés.
— Dios salve a la reina — dije de forma algo burlona, notaba a Robert algo pensativo, eso me hacía sentir culpable, estábamos tan tranquilos, de no ser por mi impertinente reclamo sobre su forma de hacer eso a lo que le dedicaba su vida, él no habría tenido esa cara tan apagada el resto de la tarde, ¿y luego dicen que porqué me odio tanto?
Tomamos un taxi y nos fuimos rumbo a casa, pasé el camino viendo por la ventana cómo empezaba a llover un poco, ya era normal que lloviera en Londres, pero igual era un poco molesto salir sin paraguas y que te atrapara la lluvia.
Me tomó por sorpresa sentir una mano tormarme de la barbilla con algo de firmeza, para hacerme voltear de golpe, y al hacerlo, una lengua entró a mi boca de manera nada sutil, haciéndome jadear entre besos mientras me aferraba a esos brazos que siempre lograban darme confort.
— Robert — susurré entre besos, él ignoraba totalmente mis palabras, solo quería comerme a besos, eso me hizo darme cuenta de que Robert estaba algo abrumado, solo actuaba así cuando lo estaba, aprendí rápidamente a diferenciar ese detalle.
Cuando menos me di cuenta, llegamos a casa finalmente, pero aún cuando el taxista estaba diciendo que ya habíamos llegado, Robert se negaba a soltarme, eso me dio ternura, pero me puso bastante nervioso, mi prometido era una figura muy reconocida en su ciudad natal, lo menos que quería era que se armara un escándalo mediático referente a nuestra relación, ahh, mi amada ironía, ¿algún día lograré vivir sin ti?
— Ejem — carraspeó el hombre en cuestión, logrando finalmente que Robert se apartara de mí, mientras un delgado hilo mantenía conectada su lengua con la mía, cosa que me hizo jadear con algo de desespero mientras agachaba apenado la mirada.
— Disculpe — dijo él mientras se disponía a pagarle al taxista, y de esta forma, poder bajarnos de este para tomar nuestras maletas y entrar a casa, me preocupaba lo que iba a suceder cuando estuviéramos a solas, no quería seguir peleando, pero Robert parecía seguir algo afectado por mi estúpida manera de actuar.
En cuanto entramos a casa, un aroma inundó de golpe mi nariz, un aroma muy delicioso, que hizo que mi estómago empezara a rugir con fuerza, y que yo tomara la delantera y subiera de golpe las escaleras que daban al segundo piso, quedándome abrumado al ver que todo estaba perfectamente organizado, tan limpio como un cuarto de exhibiciones, ni siquiera cuando llegué a Londres vi esa casa tan organizada.
— ¡Chicos, bienvenidos! — dijo aquella mujer que movía algo de comida con una cuchara de madera, pero que apenas nos vió llegar, dejó lo que estaba haciendo y fue a recibirnos con un fuerte abrazo.
— Wow, todo luce impecable, Teresa — dijo Robert mientras llegaba y dejaba de lado las maletas que llevaba consigo — Empiezo a creer que no eres humana.
— Solo me gusta tener todo organizado — explicó mientras se acercaba a Robert para recibirlo con un abrazo, él correspondió mientras miraba alrededor con una cálida sonrisa, me gustaba ver a mi prometido tranquilo, y entre sus mil y unas compulsiones, la limpieza y el orden era de las cosas que más tranquilidad le generaba — Espero tengan hambre.
— ¡Mucha! — dije sonriendo ampliamente.
— Perfecto, entonces déjenme ir a servirles la comida — dijo ella para apartarse de Robert y caminar a la cocina.
Yo caminé hacía el sofá con intenciones de ponerme cómodo, aunque me abrumó sentir cómo me abrazaban desde atrás y colocaban una mano sobre mi vientre para impedir que me fuera.
— No me siento bien — susurró en mi oído de una forma tan jodidamente ronca que sentí que iba a sufrir un infarto al oírle.
— ¿Qué tienes? — pregunté con preocupación mientras volteaba a verlo.
— Nada malo, solo estoy algo exhausto — susurró besando dulcemente mis labios — Me recostaré un rato, vé cuando termines de comer ¿de acuerdo?
— ¿Tú no piensas comer? — pregunté mirándolo con seriedad.
— Lo haré después, por ahora solo quiero dormir — trató de apartarse de mí cuando terminó de hablar, pero yo le sujeté con fuerza de la muñeca para verlo de frente con algo de pena y seriedad.
— ¿No estás así por lo que dije en el avión, verdad? — me alivió verlo sonreírme con ternura, para tomar mi mejilla y besarme cálidamente, pero aún sentía que le estaba pasando algo, y él no me lo quería decir abiertamente, odio tanto que mi prometido sea tan reservado con sus malestares.
— No — afirmó tranquilamente, pero yo sentía que igual no era tan sincero (irónico, ¿no?) — Sí me dejaste algo abrumado, pero no estoy molesto por lo que dijiste, lo digo enserio.
— No se trata solo de estar enojado, saber que estás abrumado por mi culpa también me duele, Robert.
— No es por tu culpa — susurró mientras se me acercaba para besarme cálidamente los labios — Come algo, no has comido desde que subimos al avión.
— Tú tampoco.
— Yo no tengo hambre — comentó de forma algo tranquila, pero su excesiva tranquilidad me daba muy mala espina.
Me dio un último beso para irse a nuestra habitación, lo noté cabizbajo, eso era muy raro, porque aún cuando estaba angustiado, Robert no era de decaerse tan notoriamente, y digo notoriamente, porque yo no fuí el único en darme cuenta de que algo le pasaba a mi pareja.
— ¿Robert se siente mal? — preguntó Teresa mientras caminaba hacía mí.
— Eso creo — dije suspirando pesadamente — El trabajo lo tiene muy angustiado.
— Es una pena — dijo Teresa mientras se sacudía su delantal, yo no dejaba de mirar hacía la puerta de nuestra habitación, me mataba pensar que mi prometido podía sentirse más mal de lo que yo creía, y él prefería tragarse ese mal antes que decirmelo abiertamente, qué ser humano tan obstinado.
-
Luego de comer, y de pedirle a Teresa que guardara la comida de Robert, fui a mi alcoba, viendo con asombro que mi prometido estaba acurrucado entre nuestras sábanas de pies a cabeza. Me causó gracia ver su ropa tirada junto a la cama, aún cuando trataba de ser desordenado, Robert era ridículamente exacto y organizado, eso me asombraba y me aterraba un poco.
— Cariño — susurré mientras me recostaba a su lado para intentar verlo con atención, la cortina junto a la cama estaba cerrada, por lo que no podía entrar la claridad del día a la habitación, algo que me pareció raro, porque el señor Dawson amaba que entrara luz a nuestro cuarto.
— ¿Mh? — bufó mientras seguía tapado por la manta, reí por debajo para quitarla un poco y poder verlo a los ojos, los cuales estaban algo enrojecidos, eso me terminó de preocupar.
— ¿Qué tienes?
— No lo sé — admitió mientras cerraba los ojos con cansancio, acerqué mi mano a su frente, helándome al sentir cómo su cuerpo estaba hirviendo, y ahí me di cuenta, Robert no estaba enojado conmigo, estaba enfermo.
— Dios mío, estás ardiendo de fiebre, ¿desde cuándo te sientes así?
— Empecé a sentirme cansado cuando subimos al avión, creí que se me pasaría rápido — admitió con fatiga, yo gruñí con molestia para levantarme e ir rápidamente al baño por algunas medicinas, ¿porqué nosotros los hombres somos tan recelosos para admitir que tenemos malestar corporal? ¿se nos caerá el pene por decir abiertamente "me siento mal"? (y sí, me incluyo en dicha regla, hipócrita sería no hacerlo).
— Debiste decírmelo con tiempo — dije mientras caminaba hacía él con el botiquín en manos, para sacar algunas pastillas y colocarlas frente a él — Ten, te traeré agua.
— No — dijo con flojera para cubrirse de nuevo con la manta.
— ¡Robert por Dios santo, deja de actuar como un niño! — gruñí de mala gana al ver cómo él le hacía caso omiso a mis palabras, es tan odioso lidiar con una persona enferma que no quiere dejarse ayudar, ¿porqué lo digo? porque mi profesión está llena de personas de ese tipo.
Me fuí a la cocina por un poco de agua, y de paso le pedí a Teresa que preparara algo de caldo para el señor Dawson, o como empecé a decirle ese dia "señor llorón".
— ¡Robert! — le llamé al entrar de nuevo a nuestra habitación con un vaso de agua en mano y las medicinas en la otra, él ni siquiera se molestó en alzar la cabeza, cosa que me llenaba aún más de frustración.
Me senté en la cama junto a él para quitarle de nuevo la manta, viéndolo con algo de molestia, sobre todo al oír cómo una risilla salía de sus labios.
— Qué bonitos ojos tienes — susurró mientras me miraba con los ojos entrecerrados.
— Eres tan odioso — dije para ponerle la pastilla en frente, pero él se negó a abrir la boca — Amor, por favor.
— Estoy bien, se me pasará rápido esta molestia.
— Por experiencia propia digo que lo mejor es que te tomes el medicamento, recuerda que debes trabajar, y también debes ir a ver a tu abogado mañana.
— Mgh, no quiero — gruñó mientras hacía un leve puchero que me llenó de ternura, pero no me permití reír, realmente estaba preocupado, en el tiempo que llevabamos juntos, nunca había visto a Robert enfermo, evidentemente eso me pondría lo nervios de punta.
Algo harto y frustrado, tomé la pastilla y la metí a mi boca, para acto seguido, tomar el cuello de Robert y besarlo de forma poco sutil, maldije para mis adentros al sentir cómo ese odioso inglés me devoraba de forma nada sutil, frotando su lengua contra la mía, apenas y dejándome respirar; para tomar una pastilla se hacía el digno, pero para besarme sí se volvía un sucio, qué insensato es este hombre.
— Idiota — susurré al apartarme del beso, él sonrió de lado pícaramente para tragar la pastilla sin necesidad de tomar un poco de agua.
— ¿Estás preocupado por mí?
— ¡¿Cómo pretendes que no lo esté?! eres mi novio, odio verte mal — dije pegando mi frente con la suya, Robert sonrió para acariciarme dulcemente los brazos.
— Futuro esposo — me corrigió, haciéndome sonreír finalmente.
— Sí, un futuro esposo muy obstinado.
— Ven — dijo mientras me hacía una seña para que me acostara con él, pero cuando estuve a punto de hacerlo, me tomó del brazo para verme con falsa inocencia — Así no.
— ¿De qué hablas?
— Mi piel quiere frotarse contra algo conocido — dichas palabras me hicieron gruñir con algo de molestia.
— ¿Aún con fiebre no se te van las ganas, eh?
— El día que pierda mi líbido seguramente habré muerto — admitió de lo más tranquilo y orgulloso, amaba y odiaba esa faceta suya tan cínica.
Admito que soy demasiado mangoneable cuando de Robert se trata, porque ahí me dispuse a quitarme la ropa para meterme bajo las sábanas y acurrucarme con él, besando su cuello mientras él me manoseaba sin recato alguno.
— Estás ardiendo — dije mirándole con preocupación — Debiste pescar un resfriado por el cambio de clima.
— Odio suiza — dijo él entre risas mientras tomaba mis hombros y me besaba hambrientamente, correspondí a dichos besos mientras miraba la hora en el reloj de la mesa de noche, necesitaba tomar en cuenta el tiempo que tardaba el medicamento en hacer efecto.
— ¡Ah! — gemí al sentir cómo me mordían con fuerza el cuello — ¡Cálmate!
— ¿Me amas? — susurró mientras me besaba en la zona que acababa de morder.
— Te amo con mi vida — admití acariciando su piel, notando que la calentura no bajaba todavía — Deberíamos llevarte a la ducha.
— ¿Quieres hacerlo en la ducha, gatito? — preguntó mientras me besaba el cuello, reí por debajo mientras rodaba sutilmente mis ojos.
— Sí mi amor, vamos a la ducha — dije de forma algo sumisa, lo mejor era seguirle el juego, era la única forma en la que él me hiciera caso, después de todo.
Le jalé de los brazos para hacer que se pusiera de pie, él me siguió hasta el baño de la habitación, aunque lo noté algo incómodo a la hora de ponerse de pie.
— ¿Cómo te sientes? — pregunté mientras lo guiaba a la ducha.
— Con algo de migraña — admitió de forma un poco más dócil.
— ¿Porqué debo estar desnudo para que seas honesto conmigo? — renegué con molestia, haciendo a mi prometido reír.
— No puedo mentirte cuando me abres las piernas — susurró mientras se me acercaba para besarme con deseo, correspondí a sus besos mientras cerraba la puerta de la ducha y abría la llave para que el agua cayera sobre nosotros, principalmente sobre Robert.
— A la próxima dime que tienes malestar, ¿de acuerdo? — dije frotando su cuerpo con mis manos, obviamente para tratar de bajarle la fiebre, y, lo admito, empezaba a sentirme algo excitado también, era difícil no excitarme con el hombre tan sexy que me tocó como pareja.
— Lo haré, gatito — susurró mientras me tomaba de las caderas para meter su lengua en mi boca, frotándola contra la mía de forma nada sutil, como ya era costumbre en él.
— ¡Ah! — gemí al sentir cómo me azotaba la espalda contra la pared — No te esfuerces de más.
— Claro — dicho esto, me volvió a besar para penetrarme de golpe, haciéndome gemir de forma algo brusca.
— ¡Robert! — grité sacando la lengua — ¡A-Ay mi amor, me duele!
— ¿Sí? — preguntó dándome un lento vaivén, se notaba que le costaba moverse, pero aún así no parecía dispuesto a dejar de hacerme suyo, es curioso cómo el líbido de Robert prevalece a pesar de su malestar físico, a veces comparo ello con el amor que siente por mí, ya que a pesar de todas las humillaciones que sufrió por mi culpa, él me seguía amando incondicionalmente, romance ligado con su fuerte convicción de demostrar que él me veía como algo serio, que maravilloso es mi esposo.
— ¡Ah, para! — rogué mientras frotaba su pecho con mis manos, no es recomendable que alguien con fiebre tenga sexo, lo sé, pero ya le había dado su medicina, y estábamos bajo el agua, así que no ví riesgos en permitirle saciar su apetito físico, además, mi prometido no iba a descansar hasta hacerme gemir, eso yo lo sabía de sobra.
Gemía con dificultad mientras me aferraba al cuerpo ajeno, la preocupación y vigilar que no le subiera mucho la temperatura hizo que no me concentrara de todo en el sexo, aunque Robert sí parecía totalmente ensimismado en mis gemidos, lo noté por la forma en la que se dilataron sus ojos, aunque sí se notaba cansancio en su mirada, pero como les dije, el señor Dawson es un necio que no pararía hasta venirse dentro de mí, así que no tuve otra opción que dejarlo hacerme suyo.
— ¡Ah, espera! — clamé al sentir cómo aceleraba su vaivén, haciéndole gemir de forma algo ronca y desesperada — M-Mi amor, ¡N-No te esfuerces!
— ¡Ty, m-mi amor! — gruñó abrazándome con fuerza mientras empezaba a venirse dentro de mi cuerpo, gimiendo mi nombre de una manera tan sensual que me fue imposible no sentirme caliente, y venirme de igual forma.
— ¡A-Ay Robert! — murmuré mientras terminaba de venirme, aferrado al cuerpo de mi prometido, mientras él se quedaba quieto y dejaba que el agua cayera sobre nuestros cuerpos, me alivió sentir que su temperatura empezaba a bajar un poco, pero igual me sentía angustiado por la salud de mi novio.
— Carajo, no aguanté nada — dijo con algo de decepción, cosa que me hizo reír y verlo de forma pícara.
— Es mejor que guardes tus ganas para cuando estés curado, ancianito, o vas a seguir quedando en ridículo — me miró de forma retadora y algo cínica cuando dije eso, las circunstancias no eran las mejores, pero me moría por vengarme de Robert por todas las veces en las que me llamó "tres segundos" y yo no pude defenderme.
— Ja-ja — dijo con algo de fastidio, suspirando y echando la cabeza hacía atrás para que le cayera agua en el rostro, me encantaba ver a mi prometido ducharse, se veía tan sexy con su cabello mojado y el agua sobre su piel — No recuerdo la última vez que me enfermé.
— ¿Enserio? — pregunté inclinando un poco la cabeza mientras seguía frotando mis manos contra la suave piel de mi novio.
— Así es, es raro que yo enferme, y aún cuando lo hago no me permito descansar.
— ¿Porqué no me sorprende? — murmuré con ironía, haciéndole reír cínicamente.
— Disculpa ¿De acuerdo? Mi trabajo no me permite darme el lujo de quedarme en cama una semana.
— ¿Te pagan seguro médico? — dije con algo de recelo, él me miró con seriedad cuando dije eso — Perdona, pero me preocupa que te sobre esfuerces tanto, sobre todo considerando que tu padre cada que puede te amenaza con quitarte esa empresa a la que tanto le inviertes tiempo de tu vida.
— No tengo opción, Ty; es el legado familiar, debo hacerle frente, aún cuando el día de mañana corra el riesgo de perderlo.
— No me parece justo, detesto que no sean justos contigo — murmuré tomándole las mejillas suavemente — Mereces respeto, mereces que te traten como lo que eres.
— ¿El hijo mayor de una familia ridículamente prestigiosa? — bufó rodando sutilmente los ojos, ahí me di cuenta de algo que ya comenzaba a sospechar, el apellido Dawson no significaba prestigio para mi esposo, significaba una maldición, estaba condenado a cargar con el peso de un apellido que solo le hacía quedar en prueba constantemente, era una maldición de la cuál no podía huir, por más que así lo quisiera.
— El jefe, mi amor — murmuré besando con ternura sus labios, él correspondió a dichos besos mientras me abrazaba con fuerza — Volvamos a la cama, debes descansar.
— De acuerdo — dijo de forma un poco más dócil y tranquila, para tomar mi mano y dejarme guiarlo hasta la habitación, odiaba que ni siquiera teniendo malestar Robert podía huir de los "privilegios de ser un Dawson" era lo malo de los cargos altos, de los apellidos prestigiosos, de ser el lobo alfa, sin tí, tu imperio se caía a pedazos, actualmente no me ocurre de forma tan drástica, pero admito que en ocasiones sí he llegado a entender cómo se siente mi novio, pero me estoy adelantando a los hechos.
Continuará
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- Gema
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