139 - 'Irreal'
— ¿Entonces si no nos vamos a Nueva York, papi Ty dejará de ser doctor? — hablaba mi nenita con inocencia, yo sonreí por debajo mientras escuchaba su conversación con su padre al otro lado de la puerta, no quería entrar y arruinar los esfuerzos de Robert por convencerla de irnos.
— Así es, cielo — decía él con la gentileza que tanto le caracterizaba, pero que con Rose, podía llegar incluso a multiplicarse — Sé que querías quedarte para celebrar tu cumpleaños con la abuela y tus primos, pero lamentablemente debemos irnos lo más pronto posible, cariño.
— ¿Ellos nos visitarán en Nueva York?
— Tal vez no tan seguido, pero estoy seguro de que lo harán — hablaba con tranquilidad, amaba que Robert no era como esos padres que engañaban a sus hijos o les ponían tretas que los dejaba confusos, él era honesto con Rose casi todo el tiempo, solo maquillaba un poco la verdad para no herirla y hacer que todo se viera muy cruel, muchos me han criticado por la manera en que criamos a nuestra hija, pero a mi opinión, fue una crianza muy efectiva, porque mi nenita es bastante lista y de un corazón noble, y no fue necesario mentirle toda su vida para lograrlo.
— Bueno... no quiero que papi Ty deje de ser doctor — dijo ella con algo de pesar al hablar — ¡Quiero ir a Nueva York también!
— Gracias por entender, linda — dijo Robert cálidamente, yo suspiré con alivio al escuchar dichas palabras, en serio me preocupaba que Rose fuera infeliz con ese asunto del viaje, con que yo estuviera frustrado era más que suficiente.
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En cuestión de dos días, mi esposo (como el superhumano que ha sido siempre) preparó todo lo que necesitábamos para el viaje, tanto los boletos de avión, como la mudanza de nuestras cosas, el adelanto en la preparación del departamento, e incluso consiguió que Teresa se fuera con nosotros, a pesar de que ella había dicho claramente que necesitaba irse después de enero, ¿cómo logró convencerla? No tengo idea, asumo que le dió un aumento, o amenazó con alimentar a Rose con lo que yo cocinaba, y dado que yo no soy un chef de cinco estrellas, la sola idea de que la nena comiera carne quemada y pizza congelada aterrorizó a Teresa.
— Odio tanto el tráfico — dije de mala gana mientras caminaba al interior de aquel imponente aeropuerto con Rose en brazos, Robert cargaba la jaula de Algodón mientras leía en su teléfono los horarios de abordaje.
— ¿Puedo dormir en el avión? tengo sueño — dijo Rose mientras me jalaba del cabello suavemente, yo enserio me contuve para evitar gritar por lo nervioso y frustrado que estaba, debió ser muy evidente mi expresión de incomodidad, ya que Mónica (quien aprovecharía para irse con nosotros) se acercó hacía mí y la tomó en brazos.
— Ven linda, tu papi parece estar a punto de vomitar.
— ¡Iug! ¡llévame tía Moni, no quiero que mi suéter huela feo! — clamó mientras se colgaba del cuello de Mónica.
En cuanto ambas se apartaron de mí, yo miré a los lados con pesadez, había olvidado lo abrumador y tenso que era volar, sobre todo cuando estabas consciente de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieras volver a casa.
Miré de reojo hacía unas enormes ventanas que revelaban el esplendor de Londres, y junto a la ventana, estaba mi esposo viendo a su ciudad natal con melancolía, me dolía mucho verle así, sobre todo porque sentía que él realmente detestaba la idea de irnos, y solo lo permitía por el amor incondicional que me ha tenido desde siempre.
Me acerqué sigilosamente hacía él, para abrazarlo desde atrás y besar su hombro cálidamente.
— Hola — le saludé — ¿Ye se llevaron a Algodón?
— Así es, lo llevaría con nosotros en la cabina, pero conociendo a Rose querrá jugar con él, y podría ocasionar que te alteres y grites, sobre todo con lo estresado que estás — dijo mientras me miraba de forma algo burlona.
— ¡Oye! — clamé con molestia, pero luego de un pesado suspiro no pude negarme a su afirmación — No puedo engañarte, amor; me conoces demasiado bien.
— Sí, y tú a mí, por lo que veo — murmuró mientras miraba nuevamente hacía la ventana — Muchas veces he ido y venido como si nada, pero... es la primera vez que me iré por tanto tiempo, claro, exceptuando la época del internado.
— ¿Enserio? — murmuré con asombro — Creí que tu internado estaba en Cambridge.
— No, papá temía que si me dejaba muy cerca, yo huiría, eso ya había pasado una vez, y no quería que se repitiera — explicaba sin dejar de ver la ventana — Un amigo suyo le comentó lo fría y severa que era la educación en dinamarca, y adivina qué se le ocurrió al anciano despreciable.
— No puedo creer que tu padre haya tenido el corazón para enviarte tan lejos — dije con pesar.
— Eso ya es cosa vieja — dijo con incredulidad — Jamás entenderé la mente de ese bastardo, solo quiero olvidarme de ello y no repetir con Rose los mismos errores que él cometió conmigo.
— Lo entiendo — murmuré tomando su hombro para besarle la mejilla dulcemente — Te prometo que cuando todo esto termine, volveremos a casa, y no tendremos que volver a irnos, ¿de acuerdo?
— Eres un ángel, Taylor — dijo mientras me sonreía con ternura y me tomaba la mejilla para besarme cálidamente, dejando atrás aquel amargo sentimiento de melancolía que le invadía, y dedicándose solamente a concentrarse en por qué estaba haciendo todo eso.
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Bostecé suavemente mientras mantenía a Rose pegada a mi cuerpo, había mucha turbulencia, por lo que me ponía nervioso que en cualquier momento pudiera hacerse daño.
— ¿Tienes sueño? — preguntó Robert mientras me tomaba del hombro, yo voltee a verle con curiosidad, realmente me estaba quedando dormido con la cara pegada a la ventana, pero no quería admitir que estaba exhausto, era injusto dejar a Robert lidiando con Rose y conmigo.
— No — negué entre bostezos — Estoy bien, solo necesito algo de café y ya.
— Eres malo para mentir — dijo cínicamente para ver de reojo a Rose— ¿Quieres jugo, linda?
— Sí papi — asintió mi pequeña sin quitar la mirada de la pequeña pantalla en el avión que transmitía películas para que los pasajeros se entretuvieran, y que yo usé para entretener la inquieta mente de mi hija con una película animada.
En cuanto Robert se levantó por el jugo y el café, yo sujeté a Rose para evitar que se cayera, era demasiado inquieta esa niña. Me quedé mirando la ventana del avión con melancolía y algo de inquietud, no pisaba suelo norteamericano desde el fallecimiento de Teddy, me preocupaba que su ausencia fuera más notoria de lo que yo pensaba, y que ello pudiese afectar mi internado más de lo que calculaba.
Ensimismado en mis pensamientos, ignoré totalmente que Rose empezó a saltar y bailar sobre mis piernas, y el resultado de su insistencia por no estarse quieta, fue caerse al suelo de repente.
— ¡Rose! — jadee con horror al escuchar el brusco sonido de su caída, por lo que rápidamente la tomé en brazos para verla con preocupación — ¡¿Estás bien?!
— ¡Otra vez, otra vez! — repitió entre risas, yo suspiré pesadamente para verla con absoluta seriedad.
— ¡¿Cómo que otra vez?! ¡¡te vas a sacar los dientes!!
Al oír unos pasos cerca, la senté de nuevo en mis piernas para arreglarle el cabello y rodearla con ambos brazos, tratando de disimular mi expresión nerviosa y risueña.
— No le digas a papá, o me va a regañar — le susurré.
— ¡Sí papi! — asintió para volver a ver la pantalla, suspiré mientras miraba a esa niña con algo de frustración y seriedad, "si fuera mi hija no se parecería tanto a mí" pensé de repente, aunque rápidamente me retracté, y el pensamiento que llegó para reemplazar al anterior fue "¿de qué hablas? ella es tu hija, deja de torturarte pensando que no es tuya", constantemente debía lidiar con el incómodo sentimiento de que Rose no llevaba mi sangre ni la de Robert, pero con el tiempo aprendí a ignorar ese pensamiento por completo, teniendo de principal ejemplo mi situación con el viejo Atwood, donde él me procreó, sí, pero nunca fue mi padre, ni tampoco se esforzó en serlo, yo no quería ser igual que él, por ello amé muchísimo a mi hija desde el primer día, aún cuando esa diablilla casi siempre me saca de quicio.
En cuanto el avión tocó suelo norteamericano, bajé con Rose en brazos y con Robert guiándome por el lugar, Mónica dijo que tomaría otro vuelo para ver a Spencer, así que me despedí de ella y le advertí que me llamara si le llegaba a pasar algo, admito que sí llegaba a sonar un poco extremista con respecto a mi sobreprotección hacía ella.
— ¿Ahora adónde vamos? — preguntó Teresa mientras sujetaba la jaula de Algodón, quien dormía plácidamente luego del vuelo.
— A ver — hablaba mi esposo mientras salíamos juntos del aeropuerto, y al hacerlo, ví con detenimiento y asombro aquella enorme y concurrida ciudad, había oído cosas sobre Nueva York toda mi vida, pero verla con mis propios ojos se sentía tan irreal, que creí que se trataba de un sueño.
Robert pidió un taxi y nos fuimos al área donde estaría nuestro departamento, un enorme edificio muy lujoso, eso se notaba con solo verlo, así como también se notaba con solo vernos a la cara, que nosotros no éramos de por ahí.
— Buen día caballeros — habló el recepcionista del edificio — ¿Puedo ayudarles?
— Soy Robert Dawson, vengo por la llave de mi nuevo departamento.
— Ah sí, deme un segundo por favor — decía el sujeto mientras buscaba entre un grupo de llaves que estaban colgadas detrás de él — ¿Le interesará alquilar el auto que se le ofreció, señor?
— No hace falta — dijo mi esposo, yo le miré curioso en cuanto dijo eso.
— Bonitoo — murmuró Rose mientras trataba de tomar un adorno que estaba sobre el mostrador de aquel sujeto, pero yo afortunadamente logré tomar su mano e impedir que rompiera esa cosa, que con solo verla te dabas cuenta lo frágil que era.
— ¡Roselyn! — le regañé en voz baja, ella frunció el ceño y me miró con molestia, sacándome la lengua y haciendo un sonido curioso con ella, gesto que me hizo mirarla con seriedad absoluta.
— Aquí tienen — dijo el sujeto mientras le entregaba la llave a mi esposo — Que tenga una linda estancia aquí en el Palace, señor Dawson.
— Se lo agradezco — dijo mi esposo con la amabilidad y finura que tanto le caracterizaba, para tomarme del brazo y guiarnos al ascensor más cercano.
— Estoy aburrida — renegó Rose, haciéndome gruñir por debajo y a Robert suspirar pesadamente.
— Ya falta poco, linda — dijo mi esposo tratando de conservar la calma, admiro tanto la paciencia ajena sobre este tipo de situaciones.
Llegamos al departamento donde viviríamos los próximos cinco años, era bastante grande y espacioso, ya hasta tenía varios muebles en su interior, eso me sorprendía bastante, pero tratándose de mi esposo, lo consideraba algo totalmente propio de él.
— Estoy exhausto — dijo Robert mientras se quitaba su saco — Y aún falta desempacar nuestras cosas.
— ¡¿Ya puedo ir a jugaaar?! — clamó Rose mientras sacudía sus brazos y piernas, yo tomé aire para dejarla en el suelo y verla con incredulidad.
— ¡Ya puedes irte a jugar! — en cuanto dije eso, ella fue corriendo a liberar a Algodón de su jaula para empezar a correr juntos por todo el departamento.
Miré de reojo a Robert con curiosidad, lo notaba tenso, algo estresado, pero aún con todo eso encima, él solo fue capaz de dedicarme una mirada seria y algo coqueta, esas típicas miradas que me dedicaba cuando tenía apetito de mi cuerpo.
— Ahh, ¡T-Teresa! — hablé volteando a ver a la mujer que caminaba por el departamento con asombro — ¿P-Podrías ir y ayudar a Rose con su equipaje? R-Robert y yo iremos a... revisar la alcoba.
— ¿Tan pronto? — dijo ella con asombro y riendo por debajo, su reacción me causó vergüenza, pero afortunadamente ella cooperó con nosotros, y se llevó a Rose para dejarme a solas con Robert.
En cuanto nos quedamos solos, él se fue sobre mí para tomarme de las caderas y besarme con deseo, besos a los que correspondí de la misma forma.
— Amor — susurre entre besos, pero él me ignoró completamente, solo me tomó de la mano y me guió a nuestra habitación, era enorme, muy espaciosa y bella, aunque no había muchos muebles en ella, apenas una cama y un clóset, y hablando de la cama, era inmensa, una típica cama matrimonial, y en cuestión de segundos averigüe lo suave y cómoda que era.
— Carajo — gruñó entre besos mientras me guiaba a la cama para acostarme en esta misma — Necesito relajarme, Ty.
— Lo sé, se te nota en los ojos — murmuré pasando mis manos por su pecho — ¿Quieres una ayudadita oral?
— Por favor — murmuró con voz ronca, reí al verle de tal forma.
Robert se sentó en la orilla de la cama y se levantó un poco su suéter cuello de tortuga para morderlo y así evitar hacer algún ruido que pudiera delatarnos, antes podíamos hacer cuanto ruido quisiéramos, ahora teníamos una hija, una muy suspicaz, debíamos ser cautelosos.Le bajé el pantalón a mi esposo con cuidado, siguiendo con el boxer, y al hacerlo pude ver la hinchada hombría de mi esposo esperándome, moría por metérmela a la boca y hacer lo propio con ella.
— Mira, se nota que está estresado — dije juguetonamente mientras pasaba mi mano por el miembro ajeno, haciendo a Robert temblar y gruñir de deseo.
Agaché la cabeza con intenciones de metérmelo a la boca, aunque mis intentos se vieron frustrados en cuanto tocaron la puerta de la habitación con insistencia, ya nosotros conocíamos bien a la persona que tocaba de tal manera la puerta, por lo que nos levantamos de golpe y tratamos de disimular lo que estaba sucediendo.
— ¡¡Papi Robert, papi Ty!! — clamó la aguda voz de nuestra hija al otro lado de la puerta, suspiré pesadamente mientras estiraba mi ropa y trataba de lucir como si no estuviera ocurriendo nada fuera de lo normal, aunque me reí por inercia al ver cómo Robert se subía el pantalón y suspiraba con frustración.
— Amo a mi hija, amo a mi hija — repetía por debajo con algo de seriedad, dichas palabras me hicieron reír cínicamente y acercarme a él para besarle la mejilla.
— ¿Qué dices si le damos leche caliente para que duerma, y así estrenamos esa linda cama matrimonial?
— Adelante — dijo él rápidamente, yo le guiñé el ojo para caminar a la puerta de la habitación y finalmente abrirla, dejando que mi hija finalmente nos viera.
— Hola nenita, ¿qué ocurre?
— ¡Me aburro, Teresa no quiere jugar conmigo! — puchereó cruzándose de brazos.
— Oh descuida cielo, yo puedo jugar contigo — dije sonriendo sutilmente — Pero primero, ¿que dices si vamos por un bocadillo? a mí se me antoja algo de leche y galletas.
— ¡Sí, quiero quiero quiero! — repetía mientras iba corriendo a la cocina, yo estuve a punto de irme con ella, pero primero voltee a ver a mi esposo con una sonrisa coqueta, mientras él me dedicaba una expresión de deseo que me hizo sonrojarme de golpe.
— Te espero en la ducha — dijo con voz ronca.
— Te veo ahí — murmuré juguetonamente para apartarme de la puerta e irme finalmente a la cocina, tarareando una canción de Luis Miguel y sonriendo bobamente, aunque mi "burbuja de coquetería" se esfumó en cuanto escuché varias cosas caerse en el sitio donde estaba la cocina.
Corrí a dicho lugar rápidamente, y al llegar, ví con frustración y algo de seriedad cómo Rose estaba debajo de varias ollas y cacerolas notoriamente nuevas.
— ¡¡Roselyn con un demonio!! — clamé mientras iba hacía ella para jalarla del brazo y mirarla con seriedad — ¡¡¿Acaso quieres matarte?!!
— ¡Esas cosas me atacaron! — dijo frunciendo el ceño.
— ¡Y yo soy un mono albino! — dije con ácida ironía para tomarla de la oreja y jalarla hacía un rincón de la cocina — ¡Te quedas ahí parada, y si llegas a moverte haré que Teresa te arroje un zapato!
— ¡Los zapatos voladores no! — clamó preocupada, Robert y yo no usábamos castigos físicos severos con ella, golpearla o cosas así no era nuestro estilo, una sola vez la nalguee de bebé y me sentí muy culpable por ello, así que solo le jalaba de las orejas o le daba algunos pellizcos (preferiría no haberlo hecho, pero Rose se había vuelto muy inquieta, y necesitaba reprenderla de alguna forma) pero el método al que más le temía, y el que menos esperé que fuera efectivo, fue el de el "zapato volador", no crean que Teresa enserio le arrojó 'a ella' una prenda de ese tipo, yo fui la víctima de dicho ataque, y fue por un día en que llegué de la universidad y no recogí mis zapatos, lo bueno del asunto es que Rose al ver eso, empezó a temerle a Teresa, y a sus "zapatos voladores".
— ¡Entonces estate quieta por cinco segundos! — reclamé mientras iba al refrigerador y tomaba algo de leche para ponerla a hervir, mirando de reojo cómo ella se quedaba viendo fijamente a la pared con preocupación, no pude evitar reír por debajo al verla reaccionar de tal forma.
Continuará
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- Gema
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