104 - 'Dicha'
— ¡Ah! ¡no, Robert basta! — gemía con desespero mientras veía cómo él mantenía mis piernas separadas y relamía mi miembro como si me lo quisiera arrancar, era una sensación ridículamente sofocante, pero más sofocante era el hecho de tener las manos atadas sobre mi cabeza, creo que no debo aclararles para qué utilizó mi esposo su corbata.
— Carajo, amo oírte gemir así — dijo mientras alzaba mis piernas y seguía devorándome, sacándome gemidos roncos y muy sensuales.
— ¡Ah, n-no, m-mi amor! ¡basta, te lo ruego!
— No me ruegues, Taylor, porque no voy a detenerme — murmuró sin dejar de pasar su lengua por mi intimidad, no podía creer que aquel hombre tan recto y caballeroso se atreviera a jugar de tal manera conmigo, era una dualidad que me enloquecía, al igual que me hacía amar y odiar con creces al sujeto.
Chillé con fuerza al sentir cómo usaba sus dedos para penetrarme mientras su lengua frotaba mis testículos, era demasiado rico para seguir conteniéndome, así que sin pensarlo, terminé viniendome en la cara de mi esposo.
— ¡Ah, Robert por Dios! — grité mientras echaba la cabeza hacía atrás, gozando del intenso orgasmo que me estaba atacando — Esto casi me mata.
— Estás dulce — susurró mientras lamía los excedentes de semen que rodaban por mi piel — ¿Tanto te gustó lo que te hice, mi amor?
— Sí — asentí con la cabeza, mientras miraba exhausto y con sumisión a mi pareja, él sonrió con malicia para irse hacía mis labios y besarlos lentamente.
— Quiero un poco de atención de parte tuya también.
— Te la daré si me desatas — dije con cinismo, haciendo a Robert reír y jalarme de los brazos para ponerme boca abajo en la cama.
— Me gusta tenerte amarrado, y siento que a ti también te gusta — decía mientras me daba una nalgada algo brusca, que me hizo chillar y mirarlo con molestia.
— ¡Agh, maldito! — me quejé, haciéndolo reír mientras se acomodaba encima mío, hundiendo mi cara en una almohada para después hundirse él en mi cuerpo.
— ¿Sabes cómo moría por follarte esa noche que fui ebrio a tu habitación? — susurró en mi oído mientras sujetaba mis caderas y comenzaba un vaivén lento pero poco sutil, que me hizo temblar y morder la almohada con fuerza — Quería que todos te escucharan gemir, y supieran que eres mío.
— Mgh — jadee ahogadamente, sintiendo cómo alzaba mis caderas y llevaba una de sus manos a mi miembro para masturbarme lentamente.
— De haberlo hecho tu madre me habría matado, pero me daba igual — dijo entre suaves gemidos, intensificando su vaivén, y haciéndome gemir con algo de fuerza.
— ¡Ah! e-ella vio mi cuello, n-no sabes cómo se enojó por eso.
— ¿Ah sí? ¿y tú qué le dijiste, cielo? — preguntó mientras me recostaba boca arriba para seguir con su vaivén, al mismo tiempo que continuaba con su atención manual a mi miembro.
— ¡Ah, ay que rico! — chillé sacando la lengua — Mi amor, sigue por favor.
— No ignores mis palabras, gatito lujurioso — murmuró acelerando su vaivén, haciéndome gemir con más fuerza, mis piernas temblaban como nunca, moría por pasar mis manos por su pecho, pero lamentablemente me tenían amarrado a la cabecera de la cama.
— Ah, l-le dije que-¡Ah! q-que eras mi esposo, y tenías todo el derecho de-¡ah por Dios!
— ¿Todo el derecho de qué? respóndeme — demandó con una voz áspera y muy sensual, que me hizo relamerme los labios mientras luchaba por contener el orgasmo seco que empezaba a afectarme.
— ¡De cogerme cuando quisieras! — clamé de golpe, jadeando suavemente mientras sentía aquel orgasmo que me hizo temblar considerablemente, Robert rió para tomarme de las mejillas y obligarme a verle a los ojos mientras seguía gimiendo.
— Buen chico — murmuró alzando mis piernas un poco para seguir moviéndose dentro de mí con mucha fuerza, sacándome ahogados jadeos de desesperación — Tienes mucha razón; tengo derecho de cogerte siempre que quiera, cuando quiera, y como quiera, Taylor; y tú no tienes derecho alguno de quejarte, y nadie tiene derecho de meterse.
— ¡Ah, sí, así! — gemí mientras lo veía fijamente a los ojos, amaba sentir su calor dentro de mi cuerpo, y ni hablemos de esa hermosa mirada azul celeste que me observaba con detenimiento, disfrutando de cada gesto lascivo que yo hacía.
— Sí, eso es, ¿te gusta, perrita? — preguntó mientras alzaba mi pierna y hacía más profundas sus embestidas — Ay carajo, mírate nada más, se nota que te encanta que te folle.
— ¡Robert, por favor no pares! — clamé sacando la lengua, sonriendo al ver una cara de éxtasis que hizo mi pareja, cada que dejaba claro que yo no era el único que estaba gozando del momento — ¡Ah, mi amor! ¿te gusta?
— ¿Cómo carajo quieres que no me guste? — preguntó clavando sus dedos en mi piel — Amo cogerte, Taylor, nunca me cansaré de esto.
— Ni yo — murmuré tratando de mover las manos, y al notar que Robert había entrado en su "punto de quiebre", decidí poner voz sumisa y tratar de persuadirlo — Mi amor, suéltame por favor, me duele.
— ¿Te duele? — preguntó mientras llevaba sus manos al nudo para aflojarlo un poco, pero al hacerlo, aceleró considerablemente su vaivén, haciéndome gritar con fuerza y empezar a temblar de nuevo.
— ¡Ahh, n-no, p-para!
— Taylor — gruñó hundiendo su cara en mi cuello para gemir en mi oído, mientras su cuerpo y el mío temblaban como nunca — ¡Taylor, Taylor mi amor!
— ¡R-Robert! — gemí con fuerza mientras arqueaba la espalda y empezaba a venirme de repente, sonriendo gustoso al sentir que mi esposo se empezaba a venir dentro de mi cuerpo también.
Ambos caímos exhaustos en la cama después de aquel intenso orgasmo del que fuimos víctimas, jadeando pesadamente mientras el éxtasis nos iba abandonando poco a poco, y ambos volvíamos a pensar de manera racional (o bueno, de manera medianamente racional, en el caso de nosotros).
— No puede ser — susurré con los ojos entrecerrados.
— ¿Qué pasa? — preguntó Robert mientras pasaba sus manos por mis piernas.
— No te pusiste condón, me vas a embarazar — susurré con falsa inocencia, haciendo reír a mi esposo.
— Eso no es problema, cuidaré bien de ti y del bebé.
— Claro que es un problema, si engordo no querrás acostarte conmigo — pucheree, logrando que Robert me viera con seriedad mientras doblaba mis piernas para verme a los ojos con atención.
— ¿Enserio crees que eso hará que quiera dejar de hacerte chillar mi nombre? — murmuró apretándome las mejillas, haciéndome sonreír con deseo mientras me abría de piernas, cosa que le hizo sonreírme con malicia — Qué gatito tan facilote.
— No soy fácil — renegué — Es que tú me gustas mucho.
— Me halagas, tú también me gustas mucho — dicho esto, empezó a besarme hambrientamente mientras apretaba mis muslos con fuerza, dejando sus dedos grabados sobre mi piel.
-
— Ah, me duele — chillé mientras lo veía fijamente a los ojos, él me sonreía con malicia mientras apretaba mis muslos, y me mantenía saltando sobre su regazo, al menos ya no me tenía atado a la cama, pero aún no soltaba mis manos.
— Te dolerá menos si me das un beso — dijo con cinismo, logrando que yo le besara los labios de forma tímida y algo desesperada, no tengo idea de qué me pasó ese día, pero estaba actuando más "perra" de lo habitual — Buen chico, me gusta que seas obediente.
— ¿Soy lindo? — pregunté pegando mi frente con la suya.
— Eres el chico más lindo del mundo — respondió mientras apretaba uno de mis glúteos, haciéndome jadear suavemente — ¿Te excita cuando te toco así?
— Sí — asentí mientras aceleraba un poco mi vaivén, haciéndonos a ambos gemir de forma algo desesperada.
— Sigue — demandó mientras me sujetaba de las caderas y se recostaba un poco — Sigue Ty, ni se te ocurra detenerte.
— ¿Puedes? — pregunté mientras alzaba mis manos, él tomó mi brazo para desatar el nudo con sus dientes, sin dejar de verme con un éxtasis tremendo, ¿quién diría que el galante Robert Dawson sería tan indecente y salvaje a la hora de tener sexo? sé que es una pregunta un poco obvia, pero a mí me abrumó bastante al principio (ojo, ello no implica que no me gustara, yo amaba el instinto salvaje de mi esposo, aún cuando a veces podía llegar a dejarme mal herido por la locura con la que me hacía el amor).
Ambos gemimos al unísono al sentir una fuerte corriente que nos obligó a venirnos sobre la piel del otro, al mismo tiempo que entre jadeos pronunciábamos el nombre del otro, y nos abrazábamos para sentir cómo el otro temblaba de placer.
— Robert — chillé hundiendo mi cara en su hombro — Mi amor...
— Lo sé — respondió echando la cabeza hacía atrás y jadeando pesadamente — Lo sé.
— Quiero más — dije mientras me mantenía aferrado a su cuerpo, él rió por debajo al oírme.
— Tenemos dos semanas para follar cuanto queramos, mi cielo; ¿no quieres comer algo primero?
— No — respondí tomándolo de las mejillas para besarlo hambrientamente — Quiero más sexo, por favor.
— Me es imposible decirte que no, sobre todo cuando de sexo se trata — dicho esto, me cargó entre sus brazos para levantarnos de la cama y empezar a besarme hambrientamente, mientras yo abrazaba sus caderas con mis piernas.
-
— ¡Ah, ay por Dios! — chillé mientras el orgasmo me hacía temblar y moverme de manera vergonzosa, al mismo tiempo que Robert me mordía el cuello y derramaba su semilla en mi interior — ¡Ah, qué rico!
— Creo que el sujeto que me alquiló la casa debe estar arrepintiéndose por dentro — murmuró entre risas mientras me daba varios besos en el cuello, yo reí por debajo al oírle decir eso.
— Es un poco tarde para arrepentirse — dije mientras pasaba mis manos por la espalda ajena, aprovechando que me tenía sentado sobre una mesa de noche, y que estar inclinados en ella me dejaba explorar su cuerpo como si nada — Ahora sí quiero comer.
— ¿Qué se te antoja? — preguntó mientras me veía fijamente a los ojos.
— No lo sé, algo con carne — dije mientras tomaba algo de aire, Robert sonrió para acariciar mi mejilla y besarme los labios con dulzura.
— ¿Te duelen las piernas?
— Un poco, pero se me pasará pronto ¿porqué?
— Porque podemos ir al restaurante de la posada, he oído que la comida ahí es estupenda.
— No, quiero quedarme aquí hoy — pucheree mientras hundía mi rostro en su hombro — Salgamos mañana, hoy quiero quedarme contigo haciendo el amor.
— Suena bien para mí — bromeó mientras me cargaba entre sus brazos para verme fijamente a los ojos — Soy tan afortunado de tenerte.
— Lo mismo digo — respondí sonriendo cálidamente, para tomar del cuello a mi esposo y besarlo hambrientamente, mientras él caminaba de vuelta a la cama para acostarme en ella y pasar su mano por mi pierna.
— Pediré la comida para seguir ¿te parece?
— Apúrate, empiezo a perder el apetito, y si eso pasa tendré que comerte a ti — murmuré pasando mi mano por el pecho ajeno, cosa que hizo a mi esposo sonreír juguetonamente.
— Dios santo, Ty; haces que me vuelva loco de deseo — dicho esto, se apartó de mí para ir a ponerse un pantalón holgado y una camiseta para salir de la habitación, dejándome solo en aquella enorme cama donde mi matrimonio se volvió oficial, pensar en eso me hacía sonreír con emoción y picardía, y me hacía morderme el labio inferior con algo de impaciencia, al querer repetir todo lo que me hizo Robert sobre esas sábanas blancas.
En todo ese rato que Robert se fue a buscar algo que comer, yo me quedé en la cama viendo a la nada, pensando en lo dichosa que se había vuelto mi vida, jamás imaginé que llegaría a tener tanta felicidad en mi miserable existencia, jamás imaginé que podría llegar a enamorarme, y ¿matrimonio? ¡nunca! ni en mis mejores sueños me habré hecho a la idea de estar en matrimoniado con alguien, la vida puede ser tan misteriosa en ocasiones, que incluso llega a asustarme.
"¿Y ahora qué?" rebotó en mi mente de golpe, logrando que mi sangre se helara y que mi pecho se sintiera tieso de repente, mientras trataba de descifrar qué venía después del "felices para siempre", olía escuchar que muchas parejas después del matrimonio empezaban a padecer, y eso me asustaba en serio, y ante tal pregunta que hizo mi subconsciente, entendí de inmediato el porqué sucedía esto.
Suspiré con fastidio mientras miraba el anillo en mi dedo, echaba de menos la joya que me obsequiaron en mi cumpleaños, pero admito que ese anillo dorado también tenía su encanto, a pesar de su sencillez y su aspecto poco estético, simbolizaba la unión eterna entre el señor Dawson y yo, eso bastó y sobró para que empezara a tenerle tanto afecto como el que le tenía a mi anillo de compromiso.
— Ya vine — escuché de repente la voz de mi esposo, cosa que me hizo sentarme en la cama y ver cómo se acercaba con un plato de comida algo grande — Los de la casa dicen que esto es una delicia local.
— ¿Qué es? — dije con recelo.
— Tortilla de patata, o eso oí — dijo Robert mientras se sentaba a mi lado y me daba un tenedor junto con el plato. Tomé aquel platillo y sin dudarlo dos veces empecé a comerlo, admito que su sabor era bueno, era fresco y algo rústico, no lo comería tan seguido, pero sí era muy bueno.
— No está mal — dije mientras cortaba un poco y lo ponía en un tenedor para ofrecerlo a mi esposo, quien lo miró con algo de recelo, pero al final terminó accediendo a probarlo, aunque puso una cara de incomodidad que me hizo reír — ¿No te gusta?
— Mh, no es de mi gusto particular — admitió mientras se relamía el labio inferior — Debí traer a Teresa con nosotros, echaré de menos sus enchiladas.
— Jaja, ¿desde cuándo te gustan tanto las enchiladas?
— Comeré piedras con tal y sea Teresa quien las cocine — admitió mientras me quitaba el tenedor para dar otro bocado al platillo frente a nosotros, cosa que me hizo reír.
— Para no gustarte, parece que quieres más.
— Muero de hambre, me dejaste hambriento.
— No me eches la culpa de todo, yo no fuí el que tuvo la idea de la corbata.
— La tengo desde que fuiste a la sex shop y trajiste las esposas — reí por debajo al oírle decir eso, aunque me preocupó ver la expresión maliciosa que se dibujó en su rostro — ¿Qué dices si vamos a una mañana?
— Ni en sueños.
— ¿Porqué? fuiste con tu amigo sin problemas, ¿porqué no quieres ir conmigo?
— Porque tú eres un cretino, y un desquiciado, querrás comprar la mitad de la tienda, ¡de eso no me queda la menor duda!
— ¿Y cuál vendría siendo el problema? después de todo, yo soy tu esposo — murmuró mientras me besaba suavemente el hombro, no sé si fueron sus palabras o el roce de su labios, pero mi piel se erizó de repente a causa de sus acciones.
— Esposo mío — murmuré pegando mi frente con la suya — No me mates antes de que termine la luna de miel ¿sí? — él rió por debajo al escucharme decir eso.
— No prometo nada, eres demasiado irresistible para mí — murmuró tomándome de la barbilla para besarme de forma lenta y apasionada, besos a los que correspondí tratando de no volverlo tan lujurioso, aunque al cabo de unos segundos, perdí por completo el control de mis propios labios.
-
Tal y como los dos planeamos, nos quedamos el resto del día encerrados en aquella habitación, haciendo el amor descaradamente, sin una pizca de vergüenza o de pudor, nos daba igual que la gente fuera de la habitación nos escuchara, nos daba muy igual, ambos éramos esposos, teníamos todo el derecho de devorarnos como quisiéramos.
— Ah, no puedo más — jadee mientras hundía mi cara en una almohada, sintiendo la respiración agitada de Robert sobre mi espalda — Dios santo, estoy exhausto.
— Si tu madre viera lo pervertido que eres — susurró empezando a besarme el cuello, cosas que me hizo reír y gimotear suavemente.
— ¡Basta! — chillé entre risas — Eres tan odioso.
— Lo soy, y también soy tu esposo.
— Repitelo, me gusta como suena eso — susurré mientras me recostaba boca abajo con él encima mío, para tomar su mejilla y besarlo de forma lenta y muy sexy.
— Soy tu esposo, Taylor — murmuró pasando sus manos por mis caderas, mientras una suave risa escapaba de mis labios al oír las dulces palabras que se escapaban de sus labios.
— Ah, quiero chupartela cada que te oigo decir eso — admití mientras abrazaba las caderas ajenas con mis piernas, logrando que Robert sonriera pícaramente.
— Nunca imaginé que el matrimonio sería tan excitante — susurró apretando con fuerza mis mejillas, yo sonreí de igual forma, aunque por un segundo mi semblante cambió a una cara pensativa y confusa — ¿Ocurre algo?
— No, solo... — suspiré pesadamente mientras miraba temeroso las hermosas joyas azules de mi esposo — Estuve pensando hace rato, y... N-No sé, m-mejor olvídalo ¿sí? Solo es otra de mis tonterías.
— ¿Tienes dudas sobre esto?
— ¡No, jamás! — recalqué, lo menos que quería era que mis inseguridades afectaran a Robert (como casi siempre sucedía) — Solo... Me pregunto qué seguirá después, eso es todo.
— ¿De qué hablas?
— Es tonto — murmuré viendo atentamente mi anillo y el suyo — Nunca he creído en eso del "felices para siempre", sé de sobra que la vida no es un cuento de hadas, pero... Igual siento curiosidad por saber lo que el futuro tiene preparado para nosotros, ¿Qué vendrá después del "felices para siempre?".
— No existe el "felices para siempre", Ty — murmuró con esa voz gruesa y profunda que siempre me hacía temblar.
— Lo sé, pero me refiero a ¿Qué seguirá después del matrimonio? Es eso lo que quiero saber.
— Pues, eso ni yo mismo lo sé, el futuro es muy incierto — explicó mientras se recostaba a mi lado para empezar a juguetear con mi cabello — Pero siento que mientras estemos juntos, no será muy importante adivinar lo que ocurra a futuro, mientras ambos estemos tranquilos y felices.
— Tú dijiste que no existe el "felices para siempre" — susurré mientras me acurrucaba en su pecho, empezaba a darme algo de sueño.
— No lo hay, y sería cruel de mi parte decirte lo contrario; no obstante, aunque la felicidad eterna no existe, sí existe el hecho, de sentirte conforme con tu vida a pesar de los problemas, de sentirte pleno y disfrutar de todo lo que te rodea en tu día a día, y de sentir en tu pecho una quietud que hace que no añores más en esta vida; eso para mí, es más valioso que un "felices para siempre" sin más.
— Debiste ser poeta en vez de empresario — murmuré mientras acariciaba su mejilla y le sonreía ampliamente, él me sonrió de vuelta para empezar a besar mi rostro dulcemente.
— Sé que eso no es posible, Taylor, pero te prometo que trataré de que cada día a mi lado esté lleno de mucha dicha para ti, no añoro otra cosa más que hacerte feliz.
— Oh, mi amor, no seas tonto — susurré tomándolo del cuello para acariciarlo suavemente — Ya lo estás haciendo.
Dicho esto, ambos nos dimos un cálido beso del que no nos separamos en un buen rato, y no sé si para Robert fue igual o no, pero yo sentí que estaba en una especie de trance o de atmósfera sin igual, en la que todo a mi alrededor se había desvanecido, y lo único que realmente importaba en el momento, eran los hermoso ojos azul celeste de mi esposo, cuya ternura me hacía temblar como nunca, y me daban ganas de besarlo hasta que mis labios quedasen resecos y sin vida.
Continuará
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- Gema
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