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8


Como Liam se había ido a dormir con el agente Miles Stone en la mente, probablemente no fuera de extrañar que el subconsciente le llenara los sueños nocturnos con el misterioso desconocido.

Se sumió en un sueño ligero, el mismo en que siempre caía momentos después de que su cabeza agotada tocara la almohada. Y no tardó en hallarse en ese lugar surrealista en el que se desarrollan los sueños, pero donde la conciencia no ha terminado de desvanecerse.

Sabía que soñaba.

Pero le dio la bienvenida al sueño. El pelinegro lo tocaba con esas manos grandes y cálidas. Empezó por los pies. Su amante onírico alternó caricias firmes y delicadas sobre sus tobillos y pantorrillas. Se demoró en la parte posterior de sus rodillas, haciendo que se arqueara contra las sábanas, anhelando sumergirse por completo en el sueño y entregarse a su visión  erótica.

Cuando la boca tomó el lugar de las manos, suspiró con placer, capaz de imaginar la cabeza oscura contra la piel pálida de sus muslos mientras lo mordisqueaba,  lo besaba y lo lamía en la lenta ascensión por su cuerpo.

—Sí —murmuró en sueños.

Miles rodeó el lugar encendido entre sus piernas, enloqueciéndolo de deseo. Cuando depositó un beso ardiente sobre su estómago, se retorció y se arqueó hacia él. Quería ese beso íntimo, quería que la lengua le provocara una llama, que le calentara aún más el cuerpo. Anhelaba esa intimidad extrema, con la cual nunca se había sentido demasiado cómodo como para compartir con un amante real. Sin embargo, ese fantasma tenía las puertas abiertas para introducirlo en semejantes placeres.

Anhelaba que lo hiciera.

Pero no podía controlar a ese hombre de voluntad fuerte, ni siquiera en sueños. Gimió mientras lo provocaba, lo hacía esperar, le daba besos en el vientre, al parecer encantado con probar cada centímetro de su cuerpo entre el ombligo y la clavícula. La mejilla áspera le rozó alrededor de un pezón y Liam giró hacia él para que posara la boca en él. Sintió una mano cálida que le pellizco, hasta convertirlo en un capullo compacto de pura sensación.

—Ah, sí.

—¿Más?

—Desde luego —susurró Liam—. Pruébame. Usa tu boca conmigo, Miles. Deja que sienta tu lengua.

—Dios, realizas ofertas que no puedo rechazar —gimió.

—No las rechaces.

Su amante de ensueño posó los labios en su pezón y succionó. Gimió cuando lo mordisqueó levemente, pasando la punta de la lengua sobre él, al tiempo que no dejaba de acariciarle el abdomen, las caderas, los muslos. Pero no donde Liam lo anhelaba más.

—Ahí —murmuró—. Tócame ahí también —bajó la mano por su propio cuerpo hasta su pene, con los dedos tanteó la humedad resbaladiza que ya se hacía presente en su punta. Oyó que la respiración de él se entrecortaba al verlo tocarse.

—Dios, eres tan caliente...

—Tócame. Pruébame. Muéstrame.

La mano de él sustituyó la suya. Experimentó un escalofrío cuando sintió su mano esparciendo su pre-semen y gemir con placer al comprobar su excitación. Su pulgar jugaba con la punta de su miembro, haciéndolo sacudirse con un jadeo satisfecho.

Poco a poco, Liam comenzó a darse cuenta de algo. Ardía por dentro, pero tenía piel de gallina por el fresco aire nocturno. Las sábanas ya no lo cubrían y sus pantalones habían desaparecido de verdad. La boca sobre su torso no estaba seca como en un sueño... esa boca estaba caliente. Húmeda. Y era agónicamente placentera. Se concentró en el placer, tan intenso que apenas podía respirar, pensar o moverse. Demasiado intenso para un sueño.

Cuando se obligó a despertar, se retiró el antifaz que usaba para dormir y vió lo imposible.

A Miles Stone, el hombre. No el de su fantasía. No soñaba. Sucedía de verdad. Lo que había empezado como una fantasía erótica se había convertido en la realidad.

—¿Eres real?

El pelinegro le sonrió mientras le mordisqueaba con suavidad el cuello.

—Muy real —el dedo pulgar volvió a arremolinar en su punta sensible, potenciando la sensación y obligándolo a soltar un suspiro prolongado y trémulo —. ¿Y tú?

Más despierto ya, Liam asintió. —Esta misma noche mantuvimos una conversación similar acerca de si éramos fantasmas o reales.

El pelinegro no alzó la vista y siguió besándole y succionándole el cuello. La barba de un día le provocaba un estímulo exquisito.

—¿Sí? Perdóname, pero no lo recuerdo.

Eso debería haberlo hecho dar un brinco y exigirle respuestas antes de echarlo. Pero no lo hizo. No protestó, no se apartó ni consideró incorporarse. No quería parar. Punto.

—¿De verdad estamos haciendo esto? —preguntó, sabiendo que no sonaba consternado. La voz parecía tan aletargada como su cuerpo, lánguido por las sensaciones que lo abrumaban.

—Sí. Lo estamos haciendo. Es una locura y no sé por qué cambiaste de parecer, pero estamos aquí y sucede.

Sí. Estaba allí. Y no tenía ni idea de cómo había llegado a su cuarto. Tampoco parecía importar mucho lo que sucedería al día siguiente. Porque eso era lo que había querido. Se había ido a dormir deseando a ese hombre. Extraño o no, deseaba esa noche con él más de lo que deseaba despertar por la mañana.

—Te he anhelado desde el minuto en que recuperé el sentido y te vi arrodillado sobre mí en la cocina —reconoció el pelinegro con voz ronca—. Eres todo lo que veo cuando cierro los ojos.

La intensidad de sus palabras le excitaron casi tanto como su contacto. Había pasado mucho, quizá una eternidad, desde que había sabido que un hombre lo deseaba tanto.

—Y yo te he deseado desde el momento en que te vi en las sombras.

—Mañana...

—Olvida el mañana.

—Creo que ya he olvidado bastante por una vida —repuso el pelinegro—. Mañana nos ocuparemos del resto.

—¿Y esta noche?

Rió entre dientes al moverse sobre Liam, sentándose a horcajadas, con las rodillas a cada lado de sus caderas, incapacitándolo para moverse o resistirse.

—Esta noche —respondió Liam— jugaremos.

Entonces comenzó a bajar, a descender por el sitio por el que antes había subido. Aunque en esa ocasión no pasó por alto su miembro. No, se centró en él, hasta que con la respiración agitó el suave vello que le cubría la pelvis, y su lengua lamió de la base a la punta, haciéndole perder la cabeza.

—Esto es lo que querías, ¿no? ¿Ser probado?

Oh, Dios, lo había oído. Quería ofrecerle exactamente lo que había pedido. Lo único que debía hacer era confirmar que lo quería, reconocer que anhelaba que le ofreciera placer de modo tan íntimo, y él lo haría.

—Sí, quiero que me pruebes, Miles. Luego quiero que me tomes.

Al recordar lo mucho que tenía para darle, casi tembló por la expectación del momento en que lo penetrara. Que lo embistiera una y otra vez, mientras se aferraba a sus caderas estrechas y a su trasero duro, dejando que lo consumiera.

—Bien.

Entonces la lengua se movió para
centrarse en la punta de su pene, insistió con suavidad llevándolo al borde. Eso fue lo único que hizo falta para experimentar un gran orgasmo, un placer físico veloz y demoledor. Sin tiempo de apartarlo se vació contra su lengua.

Por el grito que emitió, hasta la tía Hildy lo habría escuchado desde abajo. Pero el pelinegro no se detuvo, no se apiadó, no esperó que regresara a la tierra. Continuó saboreándolo de manera implacable, succionando, pasando la lengua por encima hasta dejarlo limpio. Le abrió las piernas y se pasó una por los hombros con el fin de conseguir un acceso más profundo.

El beso se tornó más íntimo, la lengua descendió entre sus glúteos, enloqueciéndolo al tantearle la abertura. Liam tembló, incapaz de creer que pudiera ser tan bueno, tan increíble, enloquecedoramente bueno.

—No deberías...

El pelinegro se apartó y lo observó, completamente expuesto a su mirada hambrienta y a su boca todavía más hambrienta. Entonces, con lentitud deliberada, besó y succionó la base de su miembro hasta que la lengua se poso nuevamente su entrada, buscando prepararlo añadió un dedo y luego otro, haciendo tijeras en su interior, cuando lo sintió más relajado volvió a arremeter con su lengua dejándolo húmedo, y al borde de la locura.

El segundo orgasmo del castaño estaba a punto de hacerse presente, Liam se aferró a las sábanas tratando de resistir un poco más, su pene contra su abdomen palpitando con cada caricia.

—Dios, eres tan receptivo —murmuró el pelinegro al volver a subir hasta que quedaron cara a cara. Liam nunca antes había visto una expresión tan hambrienta en un hombre. Y supo que, a pesar de la hora, la noche aún era muy joven.

—Yo nunca, quiero decir, nadie...

—¿Nunca?

El pelinegro se puso rígido y Liam supo que se preguntaba si era virgen. —Me refiero a eso en particular. Jamás había hecho eso. — normalmente sus amantes se limitaban a echar algo de lubricante y ya estába.

Esbozó una sonrisa. — Bien. ¿Qué otra cosa no has hecho nunca?

—Me temo que mi experiencia es terriblemente limitada. Nunca he... mmm...—aunque la habitación estaba a oscuras, se preguntó si podría ver su sonrojo que se extendió por su cuerpo.

—¿Qué?

—Nunca lo he correspondido —murmuró—. Pero quiero hacerlo —quería probarlo igual que él lo había probado. Envolver sus labios alrededor de esa erección gloriosa y succionarlo como si fuera un caramelo enorme. Quería enloquecerlo de deseo como lo había estado él.

— Oh, qué chico tan caliente hay bajo ese exterior angelical —musitó con voz llena de deseo—. Pero eso tendrá que esperar, Liam. Esto es para ti.

—¿Por qué?

—Bueno —reconoció—, no recuerdo lo que más me gusta en la cama. De modo que nos centraremos en lo que te gusta más a ti.

Se arqueó de forma sinuosa contra el pelinegro. —Pero si no recuerdas lo que más te gusta, quizá deberíamos probar un poco de todo y ver si algo en particular te hace click.

—Un smorgasbord sueco —rió entre dientes—. Eso me gusta.

A Liam también. La idea de un banquete de experimentación sensual con ese hombre le aceleraba el corazón y la respiración. Lo quería todo. Tanto como él pudiera dar. Y hasta que la luz de la mañana entrara y los obligara a encarar la realidad, iba a saborear cada momento de la noche.

—Sé que voy a disfrutar con cada cosa que pueda hacerte —musitó el pelinegro con una promesa sensual en la voz—. Y ahora dime qué quieres.

Era una invitación tentadora. Todas las posiciones que anhelaba probar. Los puntos de su cuerpo que deseaba probar y tocar. Sus anteriores amantes habían sido hombres elementales, que ni siquiera habían dado la impresión de saber cómo tocarlo, o se venían demasiado rápido o aquél hetero confundido que pocas veces había reconocido su pene. Pero Miles... era una aventura erótica a la espera de ser explorado, para llevarlo allí a donde quisiera ir.

Sintió la dureza del pelinegro contra sus piernas y supo lo que debía tener. Ya.

—Mmm —gimió, sintiéndose ansioso de sólo mirar la erección. Y en ese momento la tenía a su alcance. Lo único que debía hacer era alargar la mano y tomarla, después de todo el mismo lo había preparado.

Con su sonrisa encendida, bajó la mano por el cuerpo del pelinegro y lo sujetó, deleitándose en el gemido que le sacó.

—Eres un chico codicioso.

—Mucho. Quiero esto, Miles —lo apretó—. Y lo quiero ahora —le acarició toda la extensión, anticipando lo maravilloso que sería tenerlo dentro suyo—. Otras cosas...más tarde.

—Más tarde —convino.

Volvió a apretarlo, asombrado por la textura sedosa de la piel que encerraba semejante fuerza acerada.

—No estarás haciendo promesas que no puedas cumplir, ¿verdad? —le dedicó una sonrisa perversa y aclaró—. Si lo único que tenemos es esta noche, entonces voy a ser muy codicioso, — se colocó boca abajo en la cama y le ofreció su trasero.

El pelinegro se movió sobre él y lo tomó del pelo para saborear su boca con un beso húmedo que sabía a calor, sexo y a todo lo que a Liam se le había negado durante tanto tiempo. Luego lo soltó y se puso rígido.

—Maldita sea, no tengo protección.

En ese momento, Liam agradecía a la tía Hildy por insistir en que pusieran preservativos en las mesillas de noche de cada habitación. Se inclinó, sacó uno del cajón y se lo entregó.

—Estamos surtidos.

Su gemido de placer fue el sonido más seductor que jamás había oído. Se lo enfundó y luego le separó los glúteos. Liam separó un poco más las piernas en bienvenida y se arqueó hacia arriba para salir al encuentro de la erección mientras el pelinegro comenzaba a introducirse en su cuerpo, con una contención deliciosa que lo dejó sin aliento.

—Por favor...

Él se detuvo. —¿Qué? ¿Quieres que pare? —fingió salir.

Liam se giró, le rodeó el cuello con los brazos y lo acercó con una sonrisa.

—Como pares, te mato.

Él rió suavemente, se ajusto a la nueva posición y no paró. Avanzó y lo penetró más hondamente, abriéndolo y llenándolo hasta que Liam tuvo que gritar por el placer.

Cuando estuvo dentro por completo. Liam giró la cabeza para gritar sobre la almohada, incapaz de contener su satisfacción.

—¿Te gusta?

—Mucho —lo rodeó con las piernas. Y así era. Su miembro era caliente, duro, grueso y fuerte, y lo penetraba tanto que casi no respiraba por la intimidad del contacto. Su abdomen friccionando contra su miembro.

—Aguanta, Liam —susurró con los labios sobre la sien del castaño mientras continuaba empalandolo—. Nos espera un paseo largo.

Liam le acarició los glúteos para luego empujarlo un poco más contra si, sin querer perderse nada de esa experiencia increíble. Se acopló a su ritmo y aceptó todo lo que el pelinegro le ofrecía. Era la experiencia sexual más intensa que jamás había tenido. Profunda, veloz, mojada, dura. Demoledora.

El pelinegro no protestó cuando Liam lo tumbó de espaldas, se situó a horcajadas y lo montó. La expresión en los ojos de esté al verlo mientras subía y bajaba sobre su lanza una y otra vez, lo llenó de una sensación lujuriosa que nunca había creído que pudiera vivir.

— Ah, mierda, estoy cerca...— soltó con voz ronca el pelinegro.

Liam aguantó, tomó y cabalgó, cuando finalmente sintió al pelinegro estallar en su orgasmo, se permitió liberarse una vez más.

Apenas recuperaba el aliento, cuando el pelinegro lo tumbó nuevamente contra la cama para iniciar una vez más, y luego otra vez obteniendo tantos orgasmos que perdió la cuenta.

Un poco exhausto, el pelinegro lo abrazó de costado pero sólo para querer empezar otra vez a los pocos minutos. Finalmente, los dos durmieron.

[...]

Despertó cuando el sol iluminaba la habitación. Sin abrir los ojos, disfrutó de la calidez en su piel. Y del calor del cuerpo desnudo del castaño que dormía a su lado..No era un sueño. Liam realmente había ido a él. Había estado esperando en su cama cuando regresó durante la noche.

Aguardó un segundo, para comprobar si la memoria despertaba con el amanecer.

Nada.

Teniendo en cuenta que no había disfrutado de lo que cualquiera llamaría un buen reposo, no debería sorprenderlo. No es que lo lamentara. No lamentaba nada.

—Mmm— se quejó Liam—. ¿Ya es de día?

—La luz llega pronto cuando no te duermes hasta las cinco de la madrugada.

Habían dedicado cerca de cuatro horas al sexo más sensual, ardiente y erótico que jamás había experimentado... o al menos que podía recordar, lo cual no era decir mucho.
Cuando un sonido penetrante comenzó a sonar, se sobresaltó.

—¿Qué diablos es eso?

Liam se movió.—Mi despertador. Son las siete. Debería bajar, ya que lo más probable es que.haya llegado la cocinera.

—¿Tu despertador? —repitió el pelinegro al pensar en lo que había dicho Liam. El castaño musitó algo, luego alargó el brazo por encima de él y paró la alarma. Reinó el silencio.

—Disponemos de nueve minutos.

—¿Cómo te gustaría pasarlos? —no pudo evitar preguntar. Al final abrió los ojos para verlo sobre su torso.

—Inconsciente.

Miles emitió un suspiro exagerado. —Aguarda un momento y volvamos al despertador. ¿Te trajiste uno desde tu habitación?

Liam asintió somnoliento.
—Traje algunas cosas. Sabía que tenía que levantarme temprano. Probablemente, no sea una buena idea que nos vean juntos —las palabras fueron recalcadas con un bostezo.

—¿Es que esta vez tu tía va a golpearme con monedas de dólar?

Liam rió entre dientes.
—Que el cielo no lo permita. Quiero decir, como no sabemos con certeza si la persona a la que buscas se encuentra aquí, no deberían vernos salir de la misma habitación por la mañana.

Odiaba la idea de que se marchara. Y lo retuvo.
—No quiero que vuelvas a tu habitación.

—Como el fontanero no vendrá hasta la próxima semana, todavía no regresaré.

—¿Fontanero? ¿De qué hablas?

—Del que llamé por la tubería que se rompió en mi habitación.

¿Se le había roto una tubería en la habitación y llamado a un fontanero por la noche? ¡Qué horario tan extraño de trabajo!

—No sabía que tuvieras problemas de tuberías.

Liam se pasó la mano por la cara y abrió los ojos. Le dedicó una sonrisa dormida, se sentó en la cama y permitió que la sábana y el edredón cayeran sobre su regazo. Dios, qué visión magnífica para tener a primera hora de la mañana. No había podido verlo durante las horas de oscuridad, cuando había tocado, probado, acariciado, adorado cada centímetro de su cuerpo. En ese momento bebió visualmente de él.

Tenía una forma perfecta, que había adivinado por el tacto. Pero no había anticipado el modo en que su cuerpo volvería a desearlo nada más verlo bajo la luz del sol.

—Sigue mirándome de esa manera y nadie en la casa va a disfrutar de un desayuno —murmuró.

—Como si me importara.

Se escabulló y esquivó su mano. —Hablo en serio. No puedes seducirme para no ir a trabajar. Así que vuelve a tu habitación, agente secreto, para que yo pueda empezar mi día.

—¿Volver a mi...? —Entonces calló. La sábana y el edredón se enroscaban alrededor de las piernas de ambos, y eran de color amarillo pálido. La noche anterior, las suyas habían sido de color verde. Parpadeó y se sentó.
—¿Qué está pasando aquí? —miró alrededor del cuarto y notó el papel amarillo de la pared, los muebles blancos...No era la habitación que le había mostrado Liam la noche anterior. —¿Cómo llegué hasta aquí?

El castaño no bromeó, ya que percibió su seriedad.
—¿Te encuentras bien?—Lo miró, incapaz de comprender todavía lo sucedido.

—Liam, creía que esta era mi habitación— el castaño ladeó la cabeza, confuso, y él se explicó— Anoche, después de que te marcharas, bajé a buscar mi cazadora a la cocina, debido a la pistola.

—¡Oh, Dios, me alegro tanto de que lo recordaras!

—Y al volver, conté las puertas para volver a mi habitación... creía que era la siguiente pasillo abajo, pero el cartel de ésta... —saltó de la cama y fue a la puerta, que abrió, sin importarle que alguien lo viera desnudo—. «Pretty Boy's» —exclamó con tono triunfal.

Liam se levantó, recogió sus pantalones del suelo y se los puso. Después de cerciorarse de que no había nadie en el pasillo, leyó el cartel.

—No tiene sentido. Este es el «Bonnie Parker Boudoir». Anoche me trasladé desde mi habitación debido a una avería en una tubería.

El pelinegro se pasó la mano por el pelo con gesto de confusión.
—Anoche la cabeza no me funcionaba muy bien. Vi a una persona en el pasillo. Debió de cambiar los letreros —no se ofreció a dar más detalles.

—¿Quieres decir que no era tu intención... que pensaste...? — Liam se puso pálido.

—Sí. Pensé que tú te habías metido en mi cama. No iba a echarte por ello.

—Y yo pensé exactamente lo mismo —murmuró.

Se miraron. Miles vio la confusión y la turbación en el rostro del castaño y se preguntó si el suyo reflejaba lo mismo. De algún modo, durante la noche no había parecido tan descabellado aceptar un regalo increíblemente sensual de un tipo sexy. ¿Qué hombre no fantaseaba con que su amante erótico, cálido y apasionado se arrojara a sus brazos para iniciar una sesión de sexo intenso con el que la mayoría sólo soñaba? Pero no era eso lo que había sucedido. Movió la cabeza.

—Debería irme.

Con rapidez se puso la ropa interior, luego recogió la cazadora de la silla sobre la que la había dejado caer la noche anterior. No pudo mirarlo a los ojos. Ni siquiera podía intentar tranquilizarlo de que no era la clase de tipo que a propósito entraría en la cama de alguien por la noche, para hacerle el amor cuando esté no estaba del todo despierto.

Pero antes de poder salir de la habitación, Liam se plantó delante de la puerta.

—Detente ahí mismo y dejemos clara una cosa.— Cuando apoyó la palma de la mano en su torso, los dedos provocaron la misma reacción encendida que tantas veces habían conseguido durante la noche. —Sé en qué estás pensando.

Lo dudaba. Y si era cierto, probablemente el castaño se sentiría nervioso, preguntándose qué clase de persona se excitaría, otra vez, después de la larga noche que habían pasado y la verdad que acababan de descubrir.

—¿Lo sabes?

—Sí. Te preocupa que piense que tú cambiaras los letreros. —No se le había pasado por la cabeza. Pero una vez que lo mencionaba... —No lo hagas —continuó—. Sé que no fue así. Sé que no eres esa clase de persona.

Sonaba muy seguro, muy confiado, lo cual resultaba gracioso, ya que ni él sabía si acertaba o se equivocaba. La amnesia había sido un incordio al principio. Pero en ese momento era una verdadera molestia. Percibía que entre Liam y él podía pasar algo especial. Pero hasta que no supiera quién era, cómo era, y dónde vivía, no tenía modo alguno de saber si podría vivir algo más que lo de la noche anterior. Y no le cabía ninguna duda de que necesitaba más.

—Y bien, ¿quién crees que los cambió? —preguntó—. ¿Unos hombrecillos verdes?¿Tu traficante de armas? — lo vio palidecer—. Mmm, Liam, ¿hay algo que quieras decirme?

Apartó la vista un momento, con el ceño fruncido. Cuando volvió a mirarlo, el castaño le hizo una pregunta extraña. —¿Existe la posibilidad de que vieras a mi tía Hildy? —se avergonzó—. Quiero decir, no descartaría que pudiera recurrir a algo así —suspiró frustrado—. Cree que necesito una pareja.

— Anoche tuve esa impresión —sonrió. Luego movió la cabeza—. Pero, no, no fue Hildy —aunque se sentía idiota compartiendo esos detalles, admitió—. No sé quién era. Es evidente que el golpe en la cabeza me dejó la visión borrosa. Pero casi daba la impresión de que alrededor de esa persona había una luz extraña. Desapareció muy rápidamente.

Además de palidecer más, en esa ocasión Liam se apoyó en la pared. Al final lo miró.

—Creo que sólo existen dos explicaciones posibles —reconoció. El pelinegro esperó—. O bien tu sospechoso sabe que te encuentras aquí y está jugando contigo...

Era posible. Pero no con un chico caliente y confusión de dormitorios. No se trataba de una película y él no era James Bond.

—¿Cuál es la otra opción?

Liam emitió una risa nerviosa.
—O que, como diría mi tía Hildy, tropezaras con uno de sus amigos.

—¿Amigos?

—Sí —movió la cabeza—. Probablemente sería Cornelius. Quien lleva muerto más de sesenta años.




¿Qué les pareció? Ya quedan menos capitulos, espero les esté gustando...

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