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Capitulo - 7

Aquella mañana me levanté con cara de idiota. Esa cara de idiota que se te pone cuando eres rematadamente feliz, esa cara en la cual reina la sonrisa y los ojos se achinan, sabéis a la cara que me refiero, ¿verdad? Pues sí, con esa cara de idiota me había levantado.

No podía ignorar el hecho de que llevaba unos días con una preocupante falta de sueño, pero ni el tremendo cansancio que sentía podía quitarme el buen humor. Alan seguía profundamente dormido y, a decir verdad, me moría de la envidia; incluso pensé en poner una excusa y no ir a trabajar, luego me acordé de que eso mismo había hecho el día anterior. Entonces me di cuenta de que solo hacía unos días que Alan había vuelto a mi vida. Es curioso cómo es el tiempo, cada instante con Alan era efímero, pero, sin embargo, sentía esa sensación la cual te hace dudar sobre cuánto tiempo ha pasado realmente. los instantes se hacían cortos, pero a su misma vez largos, ¿alguien puede entenderlo? Al menos yo me solía entender a mí misma, casi siempre, -que no quiere decir siempre-.

Después de quedarme durante diez minutos con cara de boba mirando la babilla que le salía a Alan de la boca, me decidí a darme una ducha y prepararme para un nuevo día. Realmente amanecer con buen humor sirve de mucho, ni hasta las pequeñas torpezas que se cometen mientras uno está medio dormido me alteraban. Cuando terminé de arreglarme y casi a punto de salir por la puerta de casa miré a Alan una vez más, entonces, me di cuenta de que me podía acostumbrar a esa situación bastante rápido; a decir verdad, me encantaría que así fueran todas mis mañanas.

Llevaba dos horas inmersa en mi trabajo, el cual había cogido con ganas, cuando Carlota se puso en mi campo de visión, iba hecha un completo desastre, vaqueros desgastados, unas zapatillas viejas, un moño desecho y una camiseta básica blanca, fruncí el ceño sin entender qué pasaba, que yo vistiera así no era raro, muchas mañanas, sobre todo cuando la regla estaba a punto de joder mis días, me levantaba con la moral por el suelo o más desganada que un día de resaca, y optaba por vestir como una indigente, en mí no era nada raro, pero Carlota era harina de otro costal. Caminé hacia ella decidida, cuando me vio frente a ella se recostó en su silla y me miró asombrada.

-¿Me vas a decir dónde coño te metes últimamente?

-He estado ocupada con cosas, Nadia, ¿ha pasado algo?

-No sé, dímelo tú.

Me miró fijamente pero no dijo nada. No había que ser muy listo para saber que le estaba molestando mi tono de voz, pero ¿qué podía hacer? Hacía días que estaba más rara que un perro verde, y no me había contado ningún detalle del tío con el que estaba entreteniéndose; eso era muy, muy, raro. Me hizo una señal con su cabeza para que me sentara en la silla que había delante de ella y obedecí sin rechistar.

-Nadia, hay algo que tengo que contarte. -Puse los ojos en blanco y me dio una colleja que resonó por toda la estancia-. Eso por sarcástica.

-¡Pero si no he dicho nada!

-No me digas que estoy loca, y prométeme que no dirás una palabra a nadie. -asentí-. Ya sabes que no me llevo muy bien con el novio de mi madre, ¿verdad?

-Sí.

-Bueno, hace unos días estaba tomando algo con Kevin. - Fruncí el ceño-. El amigo de mi hermano... -Asentí-. Bueno, pues estábamos haciendo el tonto cuando me pareció verle entrar en la cafetería que había justo enfrente de la calle. Al principio no hice mucho caso, yo sé que suele quedar con sus amigotes una vez a la semana, pero estaba a punto de irme para mi piso cuando...

De repente caí, ¿Kevin? Solo conocía a un Kevin y era el mejor amigo de Daniel.

-Espera, espera, espera. -La interrumpí-. ¿Kevin? ¿El amigo de tu hermano? ¿Quedas con el amigo de tu hermano?

-Te estoy contando que estoy a punto de crear una crisis familiar ¿y tú te quedas con ese detalle idiota? -se rascó el cogote y sonreí-. vale sí, he quedad un par de veces...

Me llevé las manos a la boca, aquello no podía ser verdad.

-¿¿¿Qué??? ¿Y tú hermano lo sabe?

-¡Pues claro que no lo sabe! -Me miró como si fuera de otro planeta-. ¿Acaso quieres que me mate? Con quien me acuesto no es asunto de mi hermano. -me callé la boca por miedo a hablar demasiado, e intenté que no se notara que me estaba empezando a poner muy nerviosa. Si me lo hubiera contado cualquier otro día, probablemente hubiera pensando que se estaba quedando conmigo, que era broma, o que se había enterado de que tuve mis momentos con su hermano y me contaba todo aquello para hacerme confesar; pero cada vez que la miraba, ella estaba absorta en sus pensamientos. No me prestaba la más mínima atención y eso quería decir que no tenía ni idea. Lo mío con Daniel seguía siendo un secreto, resoplé tranquila-. Oye, Kevin es mayor de edad, me estás mirando como si hubiera cometido un delito.

-¿Qué? -La miré asombrada-. No te inventes cosas, yo no he dicho nada.

-No has dicho nada, pero sé lo que piensas.

-¿Y qué pienso, lista?

-Que estoy loca, eso piensas. -Alcé las cejas-. Quedar con un chico al que le doblo la edad es algo ridículo. Pero no hace falta que me lo digas, ya lo sé.

Sonreí como si me sonriera a mí misma delante de un espejo.

-Carlota, no pienso que seas ridícula. -Me encogí de hombros-. Y solo le llevas diez años... tampoco es tanto. Creo recordar que te liaste con un amigo de tu hermano mayor cuando tenías diecisiete, si en su momento eso fue guay, ¿por qué ahora no? Ahora eres tú la mayor, eso debe de tener su morbo.

La miré intentando ocultar el hecho de que estaba intentando excusar mis propias acciones, disculpando las suyas, pero pareció funcionar cuando le vi como sus facciones se relajaban.

-Gracias Nadia.

-No hay de que... y ahora, cuéntame, ¿qué pasó con el novio de tu madre?

Se le volvió a ensombrecer el rostro, aquello tenía que ser algo importante, no cabía la menor duda.

-Bueno, pues salía de la cafetería, y lo vi, no estaba solo, ni con sus amigos. Había una mujer sentada con él, no quise darle muchas vueltas, podía ser una amiga o alguna compañera de trabajo... Estaba a punto de seguir mi camino cuando los vi besarse, imaginarás mi cara, casi me atropella un coche, Nadia, me quedé allí quieta mirándolos para asegurarme que no estaba viendo visiones.

-¿Y qué hiciste después?

-Me fui a casa de mi madre, no sabía si decírselo o no, ya sabes lo ciega que está con ese hombre, y cuando encontré la voluntad para hacerlo, él apareció en casa, así que no pude decir nada. Mi madre jamás me creería a mí, sabe que lo odio.

-Pero Carlota, eres su hija, ¿en serio creería que mientes?

-Ya sabes cómo es mi madre, Nadia.

La miré entristecida, aquella mujer estaba loca. Que el padre de Carlota los abandonara cuando Daniel apenas tenía dos años, la había traumatizado. Eso la llevó a tener relaciones desastrosas con cualquier patán que la hiciera sentir guapa, cosa que condicionó bastante a los tres hermanos; hasta que por fin pareció sentar cabeza con un impresentable. Contra todo pronóstico, ya llevaban cinco años.

-¿Y qué harás ahora Carlota? No puedes dejar las cosas así.

-Eso ya lo sé... solo déjame pensar, algo se me ocurrirá. Iba a comentarle un par de ideas cuando escuché una voz a mi espalda. Cuando me volví sonreí de oreja a oreja, el día no paraba de mejorar, Jacqui estaba cerca de mi cubículo hablando animadamente con Alejo. Carlota me hizo una señal para que fuera con ellos, era obvio que me estaban esperando a mí, Jacqui me sonrió cuando me vio aparecer, estaba algo más gordita, pero muy guapa. Me dijo que quería comentarme unas cosas sobre las correcciones que había hecho en su último capítulo; y poniendo eso como excusa, la llevé a la famosa sala del café, que a esas horas se encontraba desierta. Preparé el café mientras Jacqueline me exponía sus opiniones, con ella trabajar era una auténtica delicia.

Había decidido cambiar el final conforme avanzaba la historia, y la escuché atenta hasta que me contó exactamente qué había pensado.

-¡No!, ¡no! y ¡no! -exclamé después de que me contara aquel disparate de final-. No puedo dejarte hacer eso. ¡Es un sacrilegio!

Escuché cómo se reía a carcajadas mientras yo la miraba con el ceño fruncido. Se me había olvidado por completo la dichosa peliculita hasta que había escuchado a mi querida amiga escritora.

-No seas exagerada mujer, el libro será mucho más emotivo.

-No digo que no, pero que sepas que te odiaré eternamente si continúas pensando en ese final.

Estaba riéndose de nuevo, cuando Paula entró por la puerta con algo en sus manos; saludó con timidez a Jacqui que le devolvió el saludo con una perfecta sonrisa, me entregó un libro y de repente me acordé.

-Siento haber tardado en encontrarlo. No veas el desastre que hay allí abajo. -Sonreí agradecida.

-Muchísimas gracias, Paula, te debo una.

Salió de la sala sonriendo, miré el libro que ahora sostenía en mis manos «Mensaje en una botella» Nicholas Sparks, acaricié la portada con las manos y después lancé el libro lo más lejos que pude de mí, aterrizó sobre uno de los sillones. Cuando me di cuenta, Jacqui me miraba como si se me hubiera salido un tornillo.

-¿Qué pasa? -pregunté sentándome de nuevo como si nada hubiera pasado-. Tú no sabes lo destrozada que me dejó la puñetera película, ¡puñetero Moore de las narices! Si me leo el libro querré acabar con mi vida después.

Se echó a reír de buena gana, estaba empezando a pensar que podría labrarme un nuevo futuro como comediante. Jacqueline al menos se lo estaba pasando pipa conmigo, aunque mirándolo por otro lado, había veces que solo daba risa, es una de mis cualidades.

-Nadia, créeme cuando te digo, que eres una exagerada...

-Jacqueline, comparto tu opinión. -Sonreí-. Pero lo único que quiero, es mantener esa historia todo lo alejada de mí que pueda.

Jacqui se quedó pensativa mientras removía la cuchara en su taza de café con leche.

-¿Sabes Nadia? Mi madre dice que los libros que siempre recuerdas y marcan de algún modo tu vida, son aquellos que no acaban bien. Tiene la ferviente idea de que la huella que dejan hace que te replantes ciertas cosas

-¿Tú piensas lo mismo?

-Sí. -Levantó la cabeza de su taza y miré sus ojos verdes que ahora parecían brillar más-. También odio los finales infelices; aun así, debo admitir que me sobrecoge el mensaje que deja patente Nicholas en ese libro. -La miré deseando que se explicara con más detalle, ella pareció entenderme-. Ese libro te enseña que, quizá, cuando encontramos la voluntad de cambiar, puede que sea tarde. Desperdiciamos momentos con miedos y dudas, y quizá es en ese momento cuando se pierde la oportunidad, no sé si me entiendes. -Asentí sin dudarlo-. Hay cosas que solo ocurren una vez, como un tren que pasa y no vuelve atrás, y si lo dejas pasar puede que ya no tengas una nueva oportunidad. Quizá, en tu destino no está la opción de que puedas redimirte de aquella primera decisión. Hay veces que simplemente tienes que dejarte llevar porque puede que sea la oportunidad de tu vida; y si no lo ves en ese justo momento, todo lo que hagas después ya no valdrá de nada, porque ya será demasiado tarde. -Me miró fijamente a los ojos mientras yo evitaba pestañear-. Yo, muchas veces pienso en cómo hubiera sido mi vida si hubiera dejado el orgullo a un lado. Puede que, si hubiera llamado a Klaus aquella vez que volví, todo hubiera sido distinto. Perdí cinco años de mi vida y sufrí la perdida de algo esencial en mi vida. Y sí, el tiempo nos unió años después y soy muy feliz y doy gracias a dios por eso, pero siempre me quedará esa espinita. Muchas veces creemos al destino responsable de nuestra suerte, diciendo aquello de; «si no ha pasado es porque no tenía que pasar», y es un error. Yo creo en el destino, pero también creo en que el destino actúa cuando tú ya lo has hecho todo y aun así no ha salido bien, ¡eso es el destino! Cuando ocurre algo, y algo en tu interior no te deja tranquila, es porque, quizá, sí pudiste hacer más de lo que hiciste, pero preferiste quedarte esperando a que el destino te pusiera en bandeja algo que solo dependía de ti.

-Entonces, ¿crees que estamos destinados a personas según nuestro comportamiento?

-Creo que el destino nos pone en nuestra vida las personas con las que tenemos que coincidir, pero no nos dice cómo comportarnos, eso es libre albedrío. Está claro que, si tu futuro no está con el de otra persona, por mucho que hagas jamás acabareis juntos. Pero hay veces que, por idioteces, perdemos personas importantes y cuando nos damos cuenta es muy tarde. -Me miré los dedos y suspiré-. Es como cuando una pareja se rompe. Ambos van por caminos distintos, pero nunca se olvidan uno del otro, pasan los años y siempre siguen sintiendo eso especial hacia la otra persona, pero no levantan el teléfono, no se ponen en contacto por miedo a qué pensara la otra persona, o por el mismo miedo a ser rechazados ¿y sabes qué? ¡A tomar por culo el miedo! No sabes lo que piensa la otra persona, ¡arriésgate! ¿Qué puedes perder? El no ya lo tienes.

La miré perpleja, había descrito mi situación con Alan, incluso la suya propia. Ella hablaba desde el conocimiento, y eso era obvio por la convicción que se sobre entendía en su discurso. Puede que, si alguna vez le hubiera mandado un mail a Alan, todo hubiera sido distinto, pero por alguna razón él había vuelto a mi vida, ¿me brindaba el destino una segunda oportunidad?

Un par de horas después, Jacqui se fue. Habíamos estado inmersas en su capítulo cambiando y mejorando cosas. Si algo bueno tenía esa mujer, es que sabía encajar las opiniones de los demás, y aunque siempre dejaba su toque, escuchaba todas y cada una de las opiniones, a veces hacia caso otras no, pero era ella misma y eso es lo que cuenta. Después de terminar con Jacqui y comer algo rápido, disponía de unos minutos antes de empezar con nuevos manuscritos que habíamos recibido, y se me ocurrió una idea. A decir verdad, necesitaba decirle unas cuantas cosas, encendí el ordenador, abrí el Skype y allí estaba. ¿Qué haría tantas horas conectado? ¿O daría la casualidad de que ambos nos conectábamos a la misma vez?

-Jamás le voy a perdonar las lágrimas que me hizo derramar a causa de su recomendación, ¿le parece poco drama en sí la vida misma?

-¿Nadia?

-¿Quién podía ser sino?

-Vaya. El Buenas tardes ha debido de quedar obsoleto, odio estos nuevos modismos.

-No me sea abuelo.

-Veré qué puedo hacer jovencita. Por lo que adivino de su mensaje, ha leído el libro.

-No, mi compañera no pudo encontrarlo ayer, así que me compré la película.

-Tenía que haber leído el libro, la película es solo un ápice de lo maravilloso de la historia.

-Si me llego a leer el libro, le hubiera mandado una carta con ántrax al puñetero Sparks.

-Es un usted una exagerada, una apasionada eso sí, pero exagerada.

-Admita que se ha reído, soy graciosa.

-Eso no lo pongo en duda, ha hecho sonreír a este esnob con gafas.

Esta vez, la que se había echado a reír era yo.

-Pues me alegro entonces. Ahora en serio señor Moore, la historia es muy bonita, pero muy dramática, me dejó un hueco en el corazón.

-Es lo bonito de las buenas historias. Siento que la haya afectado sobremanera, ¿no estará embarazada?

-¿Acaso quiere rematarme de un infarto? No estoy embarazada, soy una mujer precavida.

-Me gusta saber eso señorita, siento las lágrimas derramadas a causa de la recomendación que le di, la compensaré se lo prometo.

-No sé si eso me gusta o me asusta.

-Me gusta desconcertarla.

Sonreí y me quedé pensativa mirando la pantalla del ordenador. ¿Qué estaría haciendo a esas horas? ¿Estaría tomando un descanso en sus quehaceres?

-¿Qué tal el día, Nadia?

-Bastante movidito Señor Moore, pero la mar de productivo.

-Eso es bueno, el mío ha sido un auténtico asco.

-Lo siento.

-Usted no tiene la culpa, pero gracias. Sé que parecerá una locura, pero me la imagino ahora mismo delante de la pantalla con el ceño fruncido, ¿me equivoco?

Me estiré rápidamente, ¿Cómo podía saberlo? Miré ambos lados como si así pudiera saber cómo lo había adivinado. ¿Tendría poderes?

-¿Cómo lo ha sabido? ¿Me espía?

-La idea de espiarla me gusta Nadia, pero nada más lejos de la realidad, llamémosle intuición. Soy un hombre muy intuitivo. Vamos, dígame ¿en qué cosas está pensando...?

-Es usted un viejo verde. Pues la verdad que sí que estaba pensando algo. ¿Pueden dos personas que se conocen muchísimo cometer la misma locura una a espaldas de la otra?

-Nadia... si me hubiera hablado en chino, probablemente, la hubiera entendido más.

Me eche a reír mientras pensaba en cómo explicarme mejor. Y me decidí por lo más sencillo. Decir la verdad.

-Mi vida esta subida a una montaña rusa señor Moore, hay ratos que siento que no tengo el control de nada, y eso me frustra mucho, pero a la misma vez me siento más viva que nunca. ¿Estoy loca?

-No.

-Además, me siento culpable, hay una cosa que no le he contado a una persona muy importante en mi vida.

-¿Un novio?

-Una amiga, mi mejor amiga se ha sincerado conmigo hoy, y me siento muy culpable por no poder hacerlo yo también.

-Seguro que no es tan malo señorita Nadia, cuénteme más.

-Prométame que no pensará nada demasiado raro de mí.

-Ya pienso cosas demasiado raras de usted, no se asuste ahora.

Sonreí como una tonta.

-A veces, cuestiono qué clase de amiga soy. Mire Señor Moore, soy un desastre para las relaciones, y después de terminar con mi última catástrofe sentimental, me refugié en los brazos de una persona que está muy unida a mi mejor amiga.

-¿Su pareja?

-¡¡¡No!!! ¿Está usted loco? ¿Por quién me toma? Fue en su hermano.

-La culpa no es mía, es usted. ¿Ve cómo es una exagerada? No hay nada de malo en eso. Está usted loca.

-En su hermano, pequeño. En su hermano el cual tiene diecisiete años.

-Vaya... es usted sorprendente. ¿Siente algo por el jovenzuelo?

-Mucho cariño y afecto sincero, y no se lo tome a guasa. Creo que superé todo aquello con mejor ánimo gracias a él, el problema está en que jamás se lo dije a ella. Me vi con su hermano a sus espaldas, y para ello tuve que mentirle muchas veces. Y ahora, ella me confiesa que ha estado viéndose con un amigo de su hermano. Podrá imaginar mi cara cuando me lo ha contado.

-Jajajajajaja, perdona que me haya tenido que expresar tan gráficamente.

Son ustedes un par de morbosas, vaya que sí.

-Señor Moore, le hablo en serio.

-Nadia, exagera. Si su amiga le ha contado eso, quizá es el momento de sincerarse. ¿Por qué se podría enfadar? Ella mejor que nadie la entenderá, además, nadie obligó al joven a tener nada con usted, fue de mutuo acuerdo, no se coma el coco ni le dé vueltas, si no se siente bien contándoselo, no lo haga.

-Como si fuera tan fácil.

-Es depende de cómo lo mire, Nadia. No solo es su opinión la que cuenta, la del joven también. Háblelo con él y exprésele qué siente, quizá ambos encuentren una solución, pero estoy seguro de que su amiga, seguirá siendo su amiga.

- Es usted la primera persona con la que hablo de esto, y ni siquiera sé por qué lo he hecho.

-Hablar con desconocidos ayuda, créame, sino... ¿de qué se ganarían la vida los psicólogos?

-También tiene razón, me siento algo mejor, gracias.

-Me alegra haberla podido ayudar, para lo que quiera aquí estoy, y no padezca tanto, todos tenemos secretos, no lo olvide.

Chapurreamos unos minutos más hasta que él, muy caballeroso se despidió de mí.

Con la tontería, me había entretenido más de lo que me hubiera gustado, aun así, me sentía con varios kilos menos. Es curioso cómo hay veces que sentimos más confianza con cualquier desconocido con el que mantenemos contacto vía internet, que con personas que vemos a diario. Después de un rato de vagueo mental, observé que Carlota venia directa hacia mí, su cara era de satisfacción, así que supe que se le había ocurrido una idea.

-Nadia, ¡ya sé lo que voy a hacer! -exclamó sentándose en mi escritorio.

-Desembucha.

-¡Vamos a seguirle! Esta noche se supone que sale a la cena semanal con sus amigos, y me apuesto las dos manos, a que lo de sus amigos es mentira.

-¡¿Vamos?! ¡¿Cómo que vamos?! -exclamé mientras retrocedía todo lo que podía en mi asiento.

-Nadia, te necesito... Yo sola no puedo, además, me reconocería enseguida y quiero pillarle por los huevos.

La miré espantada.

-¿Pero se puede saber en qué has pensado exactamente?

-En seguirle durante toda la noche, si entra a cualquier sitio entrarás para ver que hace... necesito saber todos sus movimientos, y sobre todo quien es esa mujer.

-Pero Carlota... a mí me conoce, ¿o ya no te acuerdas de que comí hace unos meses en casa de tu madre?

Se llevó las manos a la cabeza y su rostro se volvió a ensombrecer. Odié verla así de triste.

-¿Y si se lo digo a Kevin?

-Seguramente se acuerde de él, Carlota, tienes que pensar en alguien que él no haya visto nunca, alguien que no sea de tu entorno.

Entonces ambas nos miramos, y pude leer su mente, conseguirlo ya sería otra cosa.

Salimos del trabajo y fuimos hasta mi casa en un cumulo de nervios. Carlota estaba ansiosa por que llegara la noche y ponerse el disfraz de espía, yo lo veía una locura, pero sería capaz de hacer cualquier cosa por ella. Y sí, el sentimiento de culpa también tenía que ver. Subimos entre nerviosas y expectantes, como si tuviéramos quince años y fuéramos a buscar cómplices para una nueva trastada. Cuando abrimos la puerta, Alan levantó la cabeza, estaba escribiendo algo en una libreta, se puso en pie cuando cerré la puerta.

La sonrisa que me dio en cuanto nuestros ojos coincidieron, hizo que mi corazón latiera desbocado, ¡dios!, ese hombre me volvía loca. Antes de que pudiera darle un beso o incluso explicarle qué hacíamos allí las dos, sobre todo con Carlota vestida de mendiga, ella se me había adelantado y se había abalanzado hacia él rodeándole con los brazos. Aunque él le devolvió el abrazo levantó los ojos hacia mí, yo solo pude encogerme de hombros y sentarme a ver el espectáculo. Diez minutos después, Carlota estaba inmersa en su historia y lo sorprendente era que Alan no perdía comba.

-Y ahí es cuando entras tú, Alan -concluyó Carlota tomando aire.

-¿Yo? -exclamó sorprendido.

-Alan, necesito que te vengas con nosotras. Si él se mete en cualquier sitio, Necesito que alguien pueda acercarse sin resultar sospechoso.

Y cuando pensaba que se negaría en rotundo y me tocaría lidiar con aquella odisea, él se echó a reír, y aceptó. Ver para creer.

Llevábamos cuarenta minutos refugiados en el coche de Alan parados frente al bar donde habíamos visto entrar al susodicho con sus amigos. Alan ya ha entrado a ver qué se cocía en el interior, y, como había imaginado, no había nada raro. Carlota estaba convencida que se vería con esa mujer más tarde, Alan y yo nos mirábamos, pero no decíamos nada, ya habíamos agotado todos los temas de conversación y el silencio empezaba a pesar en exceso. Había ratos en los que tenía que hacer verdaderos esfuerzos no por caer dormida, ya que me había tocado quedarme en el cómodo asiento trasero de coche. Al principio protesté, pero cuando vi que era como estar en un sofá, me callé esa boca buzón que tenía muchas veces y me recosté lo más cómoda posible. De vez en cuando, escuchaba a Carlota y a Alan hablar, pero estaba tan cansada que no prestaba demasiada atención, creo que hasta me dormí varias veces, aunque siempre terminaba por despertarme de golpe y muchas veces sin saber dónde narices estaba. Necesitaba dormir, y era algo que no podía seguir ignorando, estaba otra vez a punto de quedar en coma cuando el estruendo de mi móvil me hizo levantarme de golpe, ni siquiera miré quién era, contesté por instinto mientras me restregaba los ojos deseando que aquella sensación de cansancio desapareciera.

-¿Sí?

-Nadia, soy Dani. -Abrí los ojos de golpe y miré la pantalla de mi móvil-. ¿Estabas durmiendo?

-No, tranquilo, dime ¿ha pasado algo?

-¿Por casualidad estás con mi hermana?

Levanté la cabeza y vi que Carlota se había vuelto completamente hacia mí y no me quitaba ojo. Alan, sin embargo, me miraba a través del espejo retrovisor, ver sus penetrantes ojos oscuros a través del espejo me removió la sangre y me subió la libido hasta las orejas; si no hubiera estado Carlota allí, me hubiera lanzado en plancha y lo hubiera violado sin ni siquiera quitarle los vaqueros, estaba enferma. No cabía duda.

-Sí, estoy aquí con ella.

Segundos después le pasé el teléfono a mi amiga que salió del coche para hablar con su hermano, no sabía si ni siquiera le había comentado algo a él, quizá sí que lo había hecho y había llamado para ver qué tal iba la cosa. Cuando quise darme cuenta, me había quedado callada mirando a la nada, pensando en todos aquellos meses horribles antes de que Alan apareciera, y sentí un terror horrible al pensar en que, quizá, cuando él se fuera, tuviera que volver a aquella vida que tanto odiaba. Intenté sacudir esos pensamientos pesimistas de mi cabeza y funcionó en el momento en que nuestros ojos se encontraron de nuevo. No sonrió, sin embargo, no pude evitar sonreírle tímidamente; a veces no podía evitar mirarle como una tonta, y aquella era una de esas veces en las que se me notaba a kilómetros de distancia, que estaba loca por él.

-Estás muy callada, Nadia, ¿pasa algo? -habló mientras centraba su vista al frente.

-Estoy muy cansada, me está costando horrores no caer dormida.

Giró su cara y me miró sonriendo, y, sorprendentemente, el sol salió de su escondite.

-La verdad, es que se te nota cansada, mea culpa.

-¿Y quién te ha dicho que sea por ti?

-¡Por dios! No me hagas reír mujer, es el efecto que produzco en todas las mujeres.

Le lancé mi chaqueta que la había tenido en mi regazo todo el rato, él la esquivó como pudo, pero no evitó que le diera en la cabeza, estábamos riéndonos cuando Carlota abrió la puerta y entró tan rápido, que tanto Alan como yo la miramos como si se hubiera vuelto loca.

-¡Eh tórtolos! Os he traído aquí para vigilar, no para que estéis tonteando.

-¡Oye! Que estamos vigilando.

-¡¡Si estuvierais vigilando, hubierais visto que acaba de salir del bar!

Di un brinco en el asiento cuando me fijé que Carlota estaba en lo cierto, el novio de su madre, estaba en la puerta de aquel bar hablando tranquilamente con sus amigos, poco a poco se iban dispersando todos menos él, que se quedó algo más rezagado del resto al haber recibido una llamada. Cuando sus amigos se hubieron marchado, se dirigió por el sentido contrario al que había aparcado el coche, primer síntoma de que ahora empezaba lo bueno. No sé si me alegré o me dio por saco, la cuestión era que ahora ya no había marcha atrás.

Permanecimos quietos hasta que le vimos subirse a un coche de alta gama, del cual no podíamos ver el conductor, así que, después de dejar un espacio prudente, nos adentramos en la calle para no perderle de vista. Alan había dejado dos coches de distancia para que no se diera cuenta de que lo seguían, aquello estaba siendo surrealista. Ni en un millón de años me hubiera imaginado toda aquella escena, después de unos cuantos minutos de tensión, el coche torció hacia la derecha y se puso en dirección hacia las afueras de la cuidad, miré a Alan que se había detenido y noté las miradas que Carlota y él se daban, yo como no tenía ni idea de qué iba el asunto, acabé por dejarme caer en el asiento y mirar al techo frustrada, a esa hora yo debía estar durmiendo o retozando por toda mi casa con Alan, no metida en un coche jugando a los espías.

-Alan, ¿crees que ha ido allí? -Escuché susurrar a Carlota y volví al mundo de los vivos.

-Seguro, no hay ningún otro sitio al que pueda ir. No habiéndose metido por aquella dirección.

-¿Qué hacemos ahora?

-Esperaremos unos minutos e iremos para allá, miraremos los coches a ver si estuviera. -Alan me miró unos segundos por el retrovisor y devolvió la vista a Carlota.

-¿Y si está? ¿Qué hacemos Alan? No creo que podamos entrar así sin más, creo que se necesita invitación.

-Eso no es problema.

Y diciendo esto arrancó de nuevo el coche y después de un giro que iba en contra de todas las leyes de conducción, se metió por la misma salida que, minutos antes, había atravesado aquel coche. Yo tenía los brazos cruzados a modo de protesta, habían estado cuchicheando ignorándome por completo, carraspeé varias veces, pero ninguno me prestó el más mínimo interés, poco después entramos en una explanada y abrí la boca de par en par.

Aquel improvisado descampado, hacia a la par de parking, había varias hileras de coches, demasiados para que me molestara en contar, ¿pero que podían hacer allí un martes por la noche? ¿Acaso no tenían que madrugar? Alan dio varias vueltas por los coches hasta que se detuvo al encontrar el coche del delito. Carlota y él se miraron y ambos asintieron. Poco después Alan aparcó, para aquel entonces yo llevaba un mosqueo del quince al ver que ignoraban mis suspiros y me rebelé.

-¿Pero me puede decir alguien de qué narices va todo esto? -Ambos se volvieron hacia mí-. Estáis hablando en clave ignorándome por completo, ¿dónde coño estamos?

-Relájate mujer -intervino Carlota sonriendo- ¡Por dios, qué humor! Deberías descansar.

El corte de mangas que le hice provocó que se echara a reír, hasta el punto de que casi se ahoga. Alan también sonreía, pero a mí no me hacía ni puñetera gracia.

-Nadia, estamos en un club... -Lo miré indignada, eso ya lo sabía-. Un club especial, ¿no habías oído hablar de él?

-¿Especial? -fruncí el ceño-. No, no he oído hablar de él. Lo raro es que tú sí lo conozcas, por si no lo recuerdas, tú vives, o vivías, en Polonia.

-Es un club de intercambio de parejas -apuntó Carlota sonriendo-, si no has oído hablar de él, es porque has estado escondida en tu burbuja todos estos meses.

-Deja a mi mundo y a mis burbujas tranquilas. ¿Tú como narices sabes de este sitio? y lo que es peor... ¿Por qué no me lo habías dicho?

Carlota negó con la cabeza mientras sonreía, Alan tenía la mirada perdida hacia aquel local, pero no podía esconder que se estaba riendo.

-¿Qué hacemos ahora, Alan? No podemos entrar.

-Sí que podemos, conozco al dueño. -Abrí los ojos de par en par-. Solo déjame hacer una llamada -diciendo esto sacó su móvil y salió del coche. Me quedé embobada unos minutos mientras miraba aquella increíble espalda y aquel trasero de chocolate, yo debería estar cabalgando a ese hombre y no metida en aquel asiento trasero del puñetero coche y cabreada como estaba.

Carlota lo miraba, aunque no con la misma expresión atontada que yo, lo miraba nerviosa y ansiosa. Realmente le importaba todo aquello más de lo que yo creía. La miré apenada, no podía ocultar su tristeza, era tan patente que se te calaba dentro de los huesos y te impedía estar alegre o contenta, o quizá fuera yo, que tenía demasiada empatía con ella. Alan entró de nuevo al coche y miró a Carlota a los ojos.

-Ya está todo arreglado, nos están esperando en la entrada. Hoy es la noche de la lencería, una de las trabajadoras de allí es amiga mía, nos dejará unas cosas para que se las ponga, estate tranquila, Carlota.

Acarició la cara de Carlota del mismo modo que mi hermana me hace a mí cuando intenta consolarme, aquello me entristeció hasta que mi cabeza rememoró las últimas palabras de Alan.

-Espera un momento -susurré-. ¿Para qué se las ponga?¿Para qué se las ponga quién? -Los dos me miraron fijamente y sentí que la sangre se me quedaba de hielo-. ¿Qué? No, no y no... no me miréis así, no pienso entrar allí, y mucho menos ponerme medio desnuda, ¿estáis locos?

-Nadia, por favor. No te pediría esto si de verdad no fuera importante, yo no puedo entrar allí porque me reconocería enseguida, pero a ti si te camuflas bien le pasarás por alto, necesito saber lo que hace allí dentro.

La miré como si me hablara desde otra galaxia... ¿acaso no era obvio?

-¿Saber lo que hace allí dentro? -La miré mientras fruncía el ceño- Joder Carlota. Está en un puñetero local de intercambio, es obvio que no está allí para hacer macramé.

-Nadia, no estoy para aguantar tu sarcasmo, así que levanta el puñetero pandero y metete en ese local y encuentra a ese cabrón que está engañando a mi madre.

Tomé aire y la miré fijamente.

-Dame tres razones por las que debería hacerlo y quizá me lo piense. -Sonrió y me sentí algo mejor.

-Primero, porque me quieres. Segundo, porque sé que aprecias a Daniel y sabes lo mal que lo ha pasado por culpa de ese cerdo. Y tercero, porque en el fondo eres una morbosa y te mueres por ver qué se cuece allí dentro.

Me eché a reír, y contagié a Carlota que ya parecía más tranquila. Alan me miraba sin ápice de diversión en la cara, pero ignoré aquella pequeña sensación de que algo no iba del todo bien.

Después de cuatro tonterías más, dejamos a Carlota en el coche y Alan y yo nos encaminamos hacia aquel enorme local, presumiblemente de dos alturas. Tenía aspecto de mansión mezclada con discoteca, la entrada estaba después de subir dieciocho escaleras, escaleras que se me hicieron demasiado cortas. Alan dio tres golpes y, segundos después, un chico bastante bien parecido nos dio la bienvenida. Se dirigió a Alan por su apellido, así que imagino que su jefe le había dicho que un tal señor Jane, acudiría sin invitación. Para ser sincera, deseaba que hubiera habido un error y nos echaran de allí a patadas. Mi gozo en un pozo.

Aquel muchacho que tendría más o menos mi edad, me entregó un paquete y me dijo que debía entrar por la puerta de la derecha; Alan entraría por la de la izquierda y nos reuniríamos en el interior de la sala. Intenté fingir que estaba tranquila, pero por dentro era un amasijo de nervios.

Cuando entré por aquella puerta, por unos segundos me pareció estar en el vestuario de mujeres de un gimnasio de tres estrellas. Todo estaba lleno de taquillas, si avanzabas entrabas en una zona donde había duchas que estaban cubiertas por una cortina color granate, mármol lujoso de color crema, grifos pulcros y perfectamente limpios. Miraba todo aquello asombrada, aquel vestuario era bastante grande, no sé cuantos metros tendría, pero era más grande que mi casa. No visualicé más porque entró una mujer rubia, tendría mi edad y caminó directa hacia a mí.

-¿Eres Nadia? -Asentí temblorosa-. Me llamo Andrea, el señor Jane ya la está esperando abajo. Venía a ver si necesitaba cualquier cosa, ¿la lencería es de su talla?

Miré la bolsa que aún sostenía en la mano, la bolsa que me había dado el chico que nos había recibido; cuando la abrí la boca se me quedó seca, miré a la chica y pude ver que sonreía, yo para ese entonces estaba como un tomate. Personalmente, daba gracias a dios por los kilos que me había quitado.

Dejé la bolsa sobre un sillón que estaba en el centro del vestuario y saqué aquel corsé de trasparencias y encaje negro sensual como pocos había visto, incluso podía decir que era elegante, aún no me lo había probado, pero podía ver que por si no fuera ya perfecto, tenía la zona del pecho con efecto wonderbra. Genial, iba a ir caminando por todo aquel lugar medio en bolas y con las tetas en la garganta, resoplé cuando vi que iba acompañado de unas braguitas negras de encaje. Si hubiera habido un tanga, hubiera salido escopetada de aquel lugar.

Me rasqué el cogote nerviosa. Nunca había tenido complejos exagerados, sabía que había habido etapas en mi vida en las cuales me habían sobrado unos kilos, y otras en las que había estado demasiado delgada; supongo que a muchas personas les pasa. Nunca me había obsesionado en exceso con nada, pero una cosa era eso y otra cosa era pasearme por aquel lugar medio desnuda, eso me ponía nerviosa. ¿Estaba preparada para mostrarme tan desinhibida? Miré a aquella chica que me miraba sonriendo, llevaba unos vaqueros y un corsé negro de vestir, nada que ver con lencería. Llevaba su pelo rubio en una coleta e iba maquillada a la perfección, de repente la envidia se apoderó de mí; yo debía dar asco, por no hablar de las ojeras que debía de tener.

-El señor Jane, me ha dicho que están aquí por un favor personal.

Parpadeé sin darme cuenta de que me había quedado mirándola fijamente y que quizá había sido mi insistente mirada, la que la había obligado a hablar para no sentirse tan incómoda.

-¿Le ha dicho eso? -Sonreí-. No estaría aquí si no fuese por eso.

-Yo tampoco estaría aquí, si no fuese mi trabajo.

Levanté la mirada y vi que sonreía, poco después destensó su cuerpo y se sentó en otro sillón junto al que había dejado la lencería que debía de ponerme.

-Vaya, pensé que, si trabajabas en un sitio así, era porque estabas dentro de este mundo.

-No siempre, entré aquí de rebote, y me contrataron como un favor. Si sigo aquí, es porque después de haber trabajado aquí, todo me parecería aburrido.

-No puedo estar más de acuerdo -susurré, pero supe que me había escuchado cuando la vi reírse-. Seguro que ha visto muchas cosas.

-Si pudiera contárselas lo haría, Alan debe estar que se tira de los pelos, no tarde mucho, no tiene nada de paciencia.

Me sorprendió la familiaridad con la que hablaba de Alan, incluso con la familiaridad con la que me hablaba a mí, y después de varias dudas internas le pregunté.

-¿Alan viene mucho por aquí? -La chica se sonrió para sí misma y me miró con esos ojos verdes que me resultaban tremendamente familiares.

-Como cliente no, si es eso lo que te preocupa. -Me avergoncé al instante, ¿tan evidente resultaba?-. Es el asesor fiscal del dueño de todo esto, y el abogado de mi novio, y bueno... yo le hice las obras de arte que luce en su cuerpo.

-¿Tú le hiciste los tatuajes? -pregunté con los ojos fuera de las orbitas.

-Sí, durante unos días que estuvo aquí hace unos años. Yo era tatuadora profesional cuando empecé aquí.

-Vaya... ¿Y sigues tatuando?

-Como hobbie, alguna que otra vez...

La miré sonriendo, para nada hubiera dicho que aquella chica pudiera hacer otra cosa que no fuera sonreír, eran tan delgadita y fina; De hecho no tenía ningún tatuaje a la vista, supongo que nunca hay que juzgar por la apariencia, y por lo que me daba a entender, Alan la había puesto al corriente de la situación que nos había llevado allí. Poco después estaba rascándome la nunca nerviosa mientras me decidía a salir por la puerta. Andrea, que estaba justo detrás de mí, esperaba paciente.

-Nadia, tranquila... ahí abajo cada uno va a su rollo. De verdad, no tienes de qué preocuparte, además estas increíble.

-Casi no puedo respirar.

-Pues no metas barriga. -Me guiñó el ojo y sonreí-. Estás bien, tonta, suéltate el pelo, remuévetelo y que empiece la función.

Diciendo esto pasó por mi lado, abrió la puerta y la mantuvo así hasta que me decidí a salir. Cada vez me frustraba más el hecho de que no sabía absolutamente nada de Alan, ¿desde cuándo había asesorado al dueño de un local de intercambio de pareja? ¿Había vuelto «unos días» hacía años? ¿Por qué no me había buscado entonces?

Estaba tan concentrada pensando en los misterios de Alan, que había bajado las escaleras sin ni siquiera acordarme que iba en bragas y corsé, vamos algo muy común en mí, pasearme así por lugares públicos.

El interior de mi cabeza estaba siendo un hervidero de cosas, y la sentía como una olla a presión, hasta que me encontré con los ojos de Alan, que me devoraban sin cortarse ni un pelo. En aquel momento, me olvidé de todo, menos de que daba gracias al cielo por haberme hecho la cera una semana antes de que Alan apareciera. En verdad, más que al cielo, a la pesada de mi hermana, que se había empeñado en desplegar sus dotes de estética frustrada conmigo, y yo, por no escucharla, había accedido. En su momento, me cagué en su estampa por el daño que me había hecho; ahora la adoraba con toda mi alma, sino llega a ser por ella, ahora sería el festival del pelo.

-¡Por dios, Nadia! -Escuché suspirar a Alan-. Estás increíble.

-Cállate y acabemos con esto cuanto antes; como me vea alguien te juro que te mato.

Se echó a reír y fruncí el ceño, procuraba mantenerme fuerte. Alan estaba cubierto únicamente por una diminuta toalla atada en su cintura, y aquella visión de Alan me estaba alterando más de lo que ya estaba.

-Nadia... Que alguien te vea, no significa nada.

-¿Cómo que no? ¡Qué vergüenza!

-Piensa, si alguien que conozcas te ve, tú también lo verás, ¿acaso crees que alguien contaría que te ha visto aquí? No somos niños de diez años. -Lo miré pensativa.

-Yo se lo diría a Carlota...

-Lo tuyo es tema aparte, pero te queremos igual.

Miré hacia otro lado sonriendo, no dije nada más, en eso tenía razón. Había intentado tener la mirada fija en algún sitio, en el cual ninguna persona estuviera en él; pero la curiosidad me pudo y miré a mi alrededor. Estábamos en una pequeña sala con varias luces tenues, me había fijado en que la gente que pasaba por nuestro lado apenas nos miraba, y simplemente entraban al gran salón por la abertura que teníamos frente a nosotros. Había leído mil libros, incluso no podía negar que había sentido curiosidad más de una vez por saber cómo era un sitio así de verdad. Pero una cosa era eso y otra estar allí, medio desnuda y a punto de exponerme ante toda esa gente, ¡dios!, me temblaban hasta las piernas. A decir verdad, creo que no estaba preparada para ver una bacanal de gente fornicando por doquier.

Antes de darme cuenta, Alan me había tomado de la mano y me había arrastrado hacia el interior, debo decir que suspiré cuando vi que aparte de que mucha gente iba desnuda, no pasaba nada más, mucha gente estaba en pequeños reservados hablando en susurros, tampoco quise mirar en exceso, estaba segura de que, si miraba más atentamente, vería algo que no sería de mi agrado. Alan me dirigió a la barra enorme que predominaba el salón, allí estaba Andrea atareada preparando cócteles, nos sentamos cerca de ella en dos taburetes y poco después nos dejó unos cócteles frente nosotros, me bebí el mío en menos de treinta segundos.

-El tío que buscáis está en la segunda planta, es un asiduo a este lugar.

-¿Viene siempre con la misma mujer? -preguntó Alan, mientras yo miraba su copa con verdadero deseo, sin apenas mirarme la empujó hacia mí.

-Si, debo decirte que es un tanto rarito...- Andrea me miró y después se acercó un poco a Alan-. Le mola todo el rollo de sentirse dominado.

Casi me atraganto al escuchar esas palabras, ¿sentirse dominado?, ¿ese impresentable? Daniel había tenido que irse de casa de su madre porque allí se vivía una dictadura impuesta por ese canalla. ¿Cómo podía gustarle sentirse dominado? ¿Estábamos locos? Por unos segundos pensé que allí la más normal era yo; luego me acordé de todas las paranoias que tenía diariamente y desistí de esa idea.

Alan y ella susurraron cosas durante un rato más, el cual yo me dediqué a mirar cada rincón de aquella sala. No miraba fijamente a nadie, ya que según me había dicho Andrea, eso sería como una señal para que se acercaran, y estaba segura de que, si se me acercaba alguien desnudo, me quedaría muda.

Diez minutos después, Alan me agarró con fuerza de la mano y me guio por la enorme escalera que presidia la estancia, jamás había visto una escalera tan grande y ostentosa, aunque jamás había estado en ningún lugar que me inspirara tantas emociones como aquel. Así que, no era nada raro. Toda la estancia era tenue, con colores granates y dorados, parecía que pertenecía a otro siglo, pero no dejaba de ser elegante, no sabía exactamente por qué, pero mientras recorría aquel lugar, no podía dejar de pensar en la serie de Vampiros «Los originales». Lo que ya os decía minutos atrás, paranoias de las mías.

-Esto es enorme Alan, hay millones de habitaciones, salones o como quieras llamarlo, ¿cómo vamos a encontrarle?

-Solo hay una sala de dominación, es la del fondo. -Le miré perpleja.

-Para ser solo el asesor fiscal, te lo sabes de memoria.

Me miró alzando una ceja, supuse que se preguntaba cómo lo había sabido, después vi cómo la duda se despejaba de su cabeza, sabía que se lo había sonsacado a Andrea, pero no dijo nada, se limitó a seguir caminando para poco después adentrarse en aquella sala.

Alan

Sabía que todo aquello la impresionaría; lo que no sabía es que no solo ella se quedaría de piedra. Para mí no fue nada raro ver gente amordazada, otras sometidas, incluso azotadas. Pero para Nadia fue todo un shock. Jamás le había visto la cara tan descompuesta, incluso tenía un toque cómico. Me hubiera echado a reír, sino fuera por la sorpresa que ambos nos llevamos al ver a la acompañante de juegos del padrastro de Carlota.

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