Capítulo - 13
Una semana para conocer al Sr Moore.
Correo enviado a las 22:30
«Señor Moore, está usted como una auténtica pandereta, ¿acaso me espía? ¿Debería preocuparme? ¿A qué narices se dedica, para saber que estaba buscando casa frente al mar? ¿Es dueño de una inmobiliaria?
Al final resultará que es un jeque árabe al que le gusta la escritura, ¡vaya usted a saber! Podría haberme dado su teléfono para discutir el precio de la casa, usted prácticamente me la ha regalado, y no quiero que me regalen nada, ¿Dónde está? Llevo horas conectada esperando para que me dé una explicación, espero que el día le esté cundiendo, el mío es una verdadera mierda.
Pd: Indignada y agradecida a la vez, cuídese.»
Correo recibido a las 6:30.
«Deje de parecer una novia psicótica, o, al menos, Invíteme a cenar antes de transformarse. No dejemos que se pierda la magia.
Estaré encantado de responder a ese increíble cuestionario cuando acuda a la editorial, espero que ya esté de vuelta después de sus días de asuntos propios. Y no, no soy un jeque árabe, para mi madre soy un príncipe, pero creo que eso no cuenta.
La Noto alterada, espero que no todo vaya tan mal. ¡Nos vemos pronto! Pd: estoy con unos asuntos que apenas me dejan tiempo para conectarme.
Fíjese en la hora, a este paso me haré viejo en dos días.»
Cuatro días para conocer al Sr Moore.
Era la última caja que dejaba en mi nueva casa, aquella misma tarde había abandonado del todo la que había sido mi casa esos últimos años. Desde que Alan había salido de mi vida, intentaba mantenerme lo más ocupada posible. Había estado varios días entretenida limpiando mi nueva casa y decorándola a mi gusto, solo cuando no paraba de hacer cosas podía despejar mi mente de mi historia de amor melodramática. Sin darme cuenta, muchas veces me comparaba con María, la hermana de Alejo.
Izan, que había estado ayudándome con el continuo traslado, dejó sobre el sofá varias cajas de libros y resopló agotado.
—Cuando me dijiste que me necesitabas unos días, no pensé que sería para esto. Nadia, me decepcionas.
Me eché a reír y le lancé el abrigo que acababa de quitarme.
—¿Y para que creías que era? —Sonreí y me devolvió la sonrisa—. Te hubiera invitado a un festival de sexo lujurioso durante horas para estrenar mi nueva casa, pero eres el novio de mi mejor amiga.
—Mujer, si es por eso no padezcas, Carlota es muy liberal. Además, nosotros somos amigos desde mucho antes, eso debería contar como punto a mi favor.
—Qué rollos te montas tú solo. Además, tú y yo ya nos hemos acostado.
—Con diecinueve años, eso ya ha prescrito.
— ¿Te habían dicho alguna vez que eres un golfo? —Sonreí irónica.
—Tú, casi siempre. —se encogió de hombros—. Pero qué te voy a decir, siempre aciertas.
Nos echamos a reír, poco después me tumbé junto a él en el sofá. Aunque tenía mucha ilusión por mi nueva enorme casa con vistas al mar, una parte de mí estaba rematadamente triste. Izan había estado dándome apoyo moral en esos días, ya no solo como psicólogo, sino como amigo. La verdad es que desde que se había enamorado de Carlota, estaba irreconocible, me gustaba verle así, estaba incluso más guapo, si ello era posible.
Nos quedamos en silencio durante un rato, pese a que me había escuchado y me había dado buenos consejos, había algo que se callaba. Intenté preguntarle varias veces, pero siempre conseguía desviar mi atención. A esas alturas, y tan cansada como estaba, pensé que lo más seguro seria que tuviera alguna de sus mil paranoias que a veces le azotan la mente.
—¿Sabes? —habló justo cuando estaba a punto de dormirme—. Carlota es la mujer más abierta sexualmente que he conocido en mi vida.
Le miré sorprendida, y poco después me eché a reír.
—¿Acaso pretendes mantenerme despierta sacándome estos temas?
—La verdad es que simplemente quería hablar de eso. —Me sonrío—. Me hace cosas que nunca me había hecho una...
—¡Para! —le interrumpí a la vez que me incorporaba—. Creo que no quiero saber eso.
—Pero ¿por qué? Siempre te he contado mis experiencias sexuales. —Alcé una ceja
—Y siempre me ha encantado escucharte, pero ahora estás con mi mejor amiga, hay cosas que creo que no quiero saber.
—¿Por qué?
—Porque luego tengo que mirarla a la cara, ¿te parece poco? Hay cosas que no nos gusta que nadie sepa.
—Aburrida.
—Marrano —susurré mientras me levantaba del todo del sofá y miraba por los increíbles cristales a un oscuro y temperamental mar.
Miré mi reloj y conté los días que faltaban para ver al Sr Moore, pensar en él me había ayudado un poco, me imaginaba nuestro encuentro de mil maneras, y en todas él era increíblemente atractivo. Estaba pirada.
—¿En qué piensas, amiga? —Cuando me di la vuelta, Izan estaba de pie poniéndose de nuevo el abrigo.
- En que en unos días conoceré al Sr Moore, estoy algo impaciente, fíjate tú que me he vuelto a leer su manuscrito de cabo a rabo —estaba sonriendo pensando en que esa noche le echaría otro ojo, cuando vi que Izan se movía incomodo por el salón—. ¿Qué te pasa? —pregunté mientras abría una caja y colocaba los libros en el lugar que había diseñado para ellos.
—¿A mí? —Me miró usando su mejor pose—. Nada, Carlota me está esperado, me voy a ir ya.
—No me refiero a Carlota, sino a ti. Cada vez que hablo del Sr Moore te pones raro y evitas el tema, ¿me vas a decir ya qué narices pasa?
Se quedó petrificado durante unos segundos, vi como tragaba saliva y cogía aire. Por un segundo creí que me diría algo, pero poco después se pasó la mano por el pelo y se abrochó el último botón de su abrigo.
—No me pasa nada, eso son paranoias tuyas. —Se acercó a mí, me dio un abrazo y besó mi frente—. ¿Estarás bien sola? Sabes que Carlota y yo podemos quedarnos contigo esta noche.
—Tranquilo, estaré bien, ve y disfruta de una apasionada noche de sexo a mi salud.
Se echó a reír, y poco después vi cómo se iba de mi casa. La idea de tener compañía la primera noche, empezaba a cobrar sentido ahora que le había visto irse. De repente la casa parecía demasiado grande para mí, puse la televisión en voz alta para simular que tenía compañía, y para mi sorpresa funcionó. Pasé el resto de las horas acabando de ordenar los pequeños detalles que faltaban; incluso salí a la enorme terraza y estuve mirando y escuchando el mar, aquello era maravilloso.
Ya era tarde cuando decidí irme a la cama, pensaba que me dormiría en apenas unos segundos, pero una hora y media después ya estaba a punto del delirio de tantas vueltas que le estaba dando a la cama. Era obvio, no podía dormir. Había corrido las cortinas un millón de veces, y las había vuelto a quitar otro millón, ya estaba desesperada, así que terminé por encender mi portátil y ver en qué podía entretenerme. Para mi sorpresa, una luz naranja se iluminó sobre el icono del Skype. Mi corazón se revolvió.
—¿No puede dormir?
—Vaya, veo que no ha perdido perspicacia, me alegro.
—Oh... los cambios le agrian el carácter.
Me eché a reír y negué con la cabeza. Me lo imaginaba sentado en su cama al igual que estaba yo, con una camiseta de manga corta blanca y encima una camisa de pijama de cuadros abotonados, era raro, pero me lo imaginaba algo obstinado.
—Discúlpeme Moore, casi me vuelvo loca dando vueltas en la cama, pero me alegro de que me haya hablado. ¡Es usted mi salvador!
—Qué rematadamente exagerada que es.
—Adora que sea exagerada.
—Adoro todo de usted, Nadia. —Abrí los ojos de golpe ante aquellas últimas palabras, no sabía qué responder, ¿Qué se puede decir ante eso?
—Respire Nadia, que no le he pedido matrimonio, solo le he dicho que usted me gusta, no es nada raro, es una mujer inteligente.
—No me venda la píldora. No hace falta que me haga la pelota.
—De acuerdo, pienso que es una inepta, había intentado animarla, pero realmente me lo pone muy difícil.
Sonreí de verdad por primera vez en aquellos días; había una extraña conexión entre aquel desconocido y yo, y aunque estábamos, seguramente, a varios kilómetros de distancia, no me sentía sola. Esa es, sin duda, la magia de internet.
—Yo también pienso que soy una inepta la mayor parte de mi tiempo ¿Por qué no puede dormir?
—Problemas amorosos y si, sé que ahora mismo se estará riendo. Pero a nosotros, los bohemios, también nos rompen en el corazón.
—¡Vaya! Pensaba que eso solo nos ocurría a los tristes mortales.
—Pues yo le afirmo que no es así.
—¿Qué le ha ocurrido? Si se puede saber, claro.
—Mmm, me gusta que sea una cotilla.
—No soy cotilla, simplemente que yo me encuentro en su misma situación y puede que escucharle me ayude a no pensar en lo mío.
Escribió varias cosas que después borraba, hasta que al final escribió y envió.
—Amé a una mujer mil noches en un delirio continuo, respiré su aroma y sentí su ser latente dentro de mí. Libré batallas en su nombre, y conquisté océanos en su honor, pero olvidé que ella no quería todas aquellas ofrendas. Solo quería de mí, de mi tiempo, de mi ser. Cuando me di cuenta de que, pese a las batallas ganadas, había perdido a mi amada musa, ya era tarde. Ella miraba a un nuevo horizonte en el cual yo ya era un recuerdo y a su vez una lección; pues ella juró que jamás amaría a nadie como me amó a mí. Y aunque eso debiera alagarme, solo hizo que me entristeciera más, pues yo había matado a su alma. Y no hay peor condena que haber cometido aquel crimen.
Tragué saliva mientras intentaba respirar con normalidad.
—Que profundo Sr Moore. ¿Ha probado en escribirle uno de estos relatos tan maravillosos que escribe? Quizá así la recupere.
—Nadia, le escribí todo un libro, y si eso no funcionó no sé qué pueda hacerlo.
—No sea pesimista.
—Ahora no me venda usted la píldora ¿quiere?
—Vaya, ¿ahora quién es el que está de mal humor? Solo le digo que si de verdad la ama, luche por ella, usted tiene don de palabra, y seguramente no la habrá cagado tanto como cree. Las mujeres somos impredecibles, seguramente esté esperando que la busque.
—¿Usted está esperando?
—¿Yo? ¿A quién?
—A Leonardo Dicaprio, ¿usted qué cree? Al pobre infeliz que le partió el corazón, ¿a quién sino?
Sonreí y miré la pantalla, ¿tenía que serle sincera?
—El pobre infeliz al que hace referencia, me partió el alma en pedazos, ya no espero nada.
—Vaya, es usted muy dura.
—No, no soy dura, soy como la dama de su historia.
—¿Tan claro lo tiene?
—Tristemente, así es.
—Déjeme darle un consejo antes de despedirme.
—Adelante, soy todo ojos.
— «jaja ja» ¬¬ . Pocas cosas son como aparentan Nadia, solo tiene que rascar un poco el fondo y verá cosas jamás vistas.
Inspiré a la vez que sonreía con dulzura
—Le tomo el consejo y le doy las gracias por las increíbles metáforas que usa. Pero, la próxima vez, dígamelo en un idioma que pueda entender. Todos no somos bohemios petulantes con don de palabra.
—Mi última carcajada de mi nefasto día, es gracias a usted.
—Nada me hace más feliz.
—Descanse Nadia, le deseo una noche llena de paz.
—Igualmente Sr Moore.
Me quedé un rato más mirando la pantalla con el chat del Sr Moore abierto, cuando se desconectó pude respirar con normalidad. Todavía no podía entender por qué aquel hombre, al cual no le ponía rostro, podía calar en mi «yo» interior. No podía evitar compararlo con Alan, y aunque Alan me tenía enamorada, debía reconocer que ni de broma había sido tan profundo conmigo como lo era Moore. Siempre tuve la sensación de que Alan se callaba algo, de que había mucho más detrás de esa intensa mirada. Y era cierto, había una red de mentiras que ya no se sostenían. Volví a llorar, apagué el ordenador, encendí una lamparita y me tapé hasta los ojos. ¿Qué estaría haciendo Alan justo en ese momento?
Tres días para conocer al Sr Moore
Holgazanear era algo que se me daba de maravilla, cada vez estaba más segura de que a cada año que pasaba iba perfeccionándolo más y más.
Aquella mañana me desperté bien entrada la mañana, había olvidado echar las cortinas y había dejado el mando demasiado lejos como para no tener que levantarme, intenté de mil maneras cubrirme la cara para que el sol no me molestara, pero al final fue inútil. Aunque despertar frente al mar era algo indescriptible, me quedé una hora más en la cama solo mirando el movimiento de las olas, aquellas vistas hacían que todo lo demás diera igual.
Puede que al final acabara como una Loca, y llenara la casa de cien gatos –que cada vez lo veía más probable–, pero hasta que llegara el momento, aprendería a disfrutar de mi soledad.
Me hubiera quedado mucho más en la cama sino hubiera sido porque Izan decidió hacerme una visita, no me molesté en vestirme, ni siquiera me peiné, simplemente me lavé la cara y los dientes y me puse a preparar café. Mi amigo estaba feliz y, aunque yo estaba hecha una autentica mierda, escucharle me hacía reír.
—Necesito un consejo para un regalo. —Levanté la cara de la taza y le miré atenta—. Es para Carlota.
—Vaya. —Sonreí—. Te has colado ¿eh?
—Como un quinceañero de esos a los que te tiras.
Me empecé a reír con ganas.
—Tenía dieciocho, y ya no me lo tiro. Y no abramos en cajón de mierda ¿quieres? Porque tú no te quedas atrás.
—Un caballero, no tiene memoria.
—¡Por dios! —Le tiré un trapo a la cabeza—. No eres Julio Iglesias ¿de qué vas? —Se echó a reír y me guiñó un ojo—. Bueno cuenta, ¿en que habías pensado? Para su cumpleaños aún queda.
—No es para su cumpleaños. Quiero hacerle un regalo porque sí, sin que haya un motivo, esos detalles suelen ser los más bonitos.
Le sonreí con cariño.
—Jolín... Qué bonito, en el fondo eres todo un don Juan. ¿Por qué narices no estamos juntos?
—Porque me conoces demasiado. —me eché a reír—. Y Carlota ya me habría mandado a freír espárragos, si no es porque mi pene la tiene atontada.
Casi le escupo el café en la cara, me dolía el estómago de reírme, y tenía que hacer fuerza por no desmayarme de la risa y del cansancio. Aquel simple momento entre dos amigos de verdad, era lo que necesitaba más que otra cosa.
—¿Tu pene? —Alcé una ceja sonriendo.
—Sí, cada uno tiene sus talentos amiga, uno de los míos es mi portentoso pene.
—¿Portentoso pene? Yo no recuerdo nada de portentoso.
—¡Oh! Embustera. Tendríamos diecinueve años, pero no has olvidado mi pene, no me mientas.
—He visto muchos otros penes después del tuyo, estoy confusa.
—Muy graciosa. Pues que sepas, por si no lo recuerdas, que tengo un grosor maravilloso.
—¡Ay dios! —sonreí—. No quiero seguir hablando de tu pene.
—¿No podemos hablar de mi pene tampoco? Cada día estás más sosa, pero bueno da igual, supongo que Carlota te freirá a detalles de mis grandes dotes amatorias. —Negué con la cabeza sonriendo, cuando me di cuenta Izan me estaba mirando con ternura—. Me alegra ver que estás de buen humor. Pensaba que nada de lo que pudiera decir conseguiría que te rieras con ganas.
—Pues lo has conseguido.
—He tenido que hablar de mi pene. Pero oye, por una amiga lo que sea, recuérdame que tratemos esto la próxima vez que requieras mis servicios como psicólogo.
Izan se quedó unas horas más en casa, después de un largo paseo por la playa se fue. Recibí varios mensajes de Carlota y una foto de ella y mis compañeras haciendo el tonto en uno de los descansos que se tomaban al cabo del día.
Me pasé el resto de la tarde cambiando las cosas de sitio una y otra vez; hasta incluso pensé en pintar de nuevo, todas aquellas ideas se me fueron de la cabeza cuando Daniel vino por sorpresa. Ni siquiera recordaba haberle dado la nueva dirección, aun así, agradecí la visita. Estaba bastante recuperado y ya apenas le quedaban marcas en la cara, estaba guapo. Bueno, él siempre estaba guapo.
—¿Tú sabes que has pasado de ser una madurita interesante, a ser una madurita muy interesante?
—¡Oyee! —Le lancé un cojín—. Tengo veintisiete años, no soy una madurita, más bien tú eres un yogur. Me haces sentir una abuela cuando hablas así. —Se echó a reír y me revolvió el pelo—. ¿Muy interesante por qué?
—Bueno, mírate. Guapa, lista, y ahora tienes una casa con vistas al mar.
Le miré sorprendida, y fruncí el ceño.
—Bueno, bueno... ¿Qué es lo que quieres?
—No quiero nada, solo te estoy siendo sincero. —Me sonrío y le correspondí—. Tenía ganas de verte, mi hermana me dijo dónde vivías, no me habías dicho nada.
—Acabo de trasladarme, ni siquiera he hecho una fiesta de inauguración. De todas formas, iba a decírtelo cuando volviera a hablar contigo.
Asintió y sonrió mientras miraba toda la habitación con mucho interés, estaba abrumado por las vistas, y era completamente normal, a mí misma me costaba concentrarme en algo cuando estaba cerca de cualquier ventanal.
—Siento todo lo que ha pasado con Alan. —Levanté la mirada—. Lo cierto es que una mañana desayuné en casa de sus padres. Estuvo sentado frente a mí, y aunque su cara me sonaba de algo no caía de qué. Pensaba que probablemente lo hubiera visto más veces cuando iba a casa de Cristina, todo menos caer en que era aquel chico al que llevaste al pub aquella noche.
Le sonreí con ternura.
—No pasa nada. De hecho, creo que, de haberlo sabido, tampoco hubieras podido hacer nada.
—Quizá sí, podría haber metido más la nariz en las cosas de Cristina. Seguramente me hubiera acabado contando qué pasaba con su hermano.
Acaricié su mejilla y me miró de una manera que me encogió el corazón.
—Dani, eres un chico estupendo, y te mereces lo mejor que pueda pasarte, pero...
—Ya estamos. —Se puso de pie y metió las manos en los bolsillos—. ¡No me des la brasa! —Sonreí—. Sé perfectamente lo que ocurre, no tengo diez años. Solo quería ver cómo estabas, te has portado genial conmigo mientras estuve en el hospital, qué menos que...
—Abusé sexualmente de ti durante un tiempo, no pude evitar sentirme culpable.
—Los abusos fueron muy continuados y plenamente satisfactorios. Puedes abusar de mí siempre que quieras.
—Ya no eres menor, has perdido el morbo.
—Viciosa.
Nos miramos durante unos segundos hasta que nos echamos a reír. Hablamos un ratito y después le acompañé hacia su moto, se puso el casco y le sonreí.
—Antes de que te vayas. —Me miró y se quitó el casco—. Te aprecio muchísimo, y sé que eres tremendamente listo. Pero tienes un fallo, eres hombre, así que creo no te darías cuenta de lo que te voy a decir, aunque tu vida dependiera de ello. —Me miró expectante—. Creo que hay una persona muy cercana a ti a la cual le gustas, si no eres tonto, seguramente podréis haceros muy feliz.
—¿Muy cercana a mí? ¿Pero qué....? —Me miró sorprendido y sonreí—. No puede ser... ¡Cristina, es mi mejor amiga!
—Yo no te he dicho que fuera ella, lo has pensado tú, pregúntate él porqué. Además, ya te he dicho lo que pienso, haz lo que quieras.
Diciendo esto sonreí y me adentré de nuevo en mi casa. Poco después escuché el rugido de su moto y respiré, esperaba no haber metido la pata. Aunque una ya tenía una edad, y la forma de mirar que tenía Cristina hacia Daniel, no dejaba lugar a dudas. Pero hay veces en las cuales adoptamos una postura en la cual creemos que no sufriremos, nos transformamos en sus amigas y confidentes, y nos encanta cuando nos llaman y somos nosotras las que, con todo nuestro amor, les consolamos con palabras bonitas y sentimientos verdaderos, creyendo tontamente que él un día se dará cuenta de cuánto le importamos, y nos confesará su amor incondicional
¡¡¡Chorradas!!! Esas cosas pasan muy pocas veces, la realidad es mucho más cruel.
Me puse el pijama y me metí en la cama, no tardé más de media hora en darme cuenta de que sería imposible dormir, así que cogí mi portátil y lo encendí, la luz parpadeante del Skype me hizo sonreír, el Sr Moore y yo teníamos el mismo tipo de insomnio. Después de dos horas y media de conversación fluida y sin sentido, entendí que aquel hombre me atraía más de lo que yo misma imaginaba.
—Se ha quedado callada, eso es raro en usted, ¿sigue viva?
—Sí, disculpa. Me había quedado mirando por el increíble ventanal de mi habitación, cuesta concentrarse aquí.
—Discrepo, escribí Ídem allí.
Abrí los ojos de golpe y aquella habitación recobró un nuevo sentido, sabía que aquella casa era suya, pero nunca pensé en lo que aquello significaba. No me había parado a pensar que el mismo Moore había caminado por las mismas habitaciones que yo, que seguramente habría acariciado las paredes al igual que yo, y lo más increíble de todo, había escrito aquella increíble historia con las mismas vistas en las que yo me perdía. Sin darme cuenta me había metido en su mundo.
—¿Viviste aquí?
—Una temporada. Necesitaba distancia de mi vida habitual, y adquirí la casa para poder desconectar de todo, fue un consejo del que era mi psicólogo, un gran chico.
—¿Fue usted al psicólogo?
—Claro, ¿en serio cree que una persona que ha escrito un libro como Ídem, no necesita algún tipo de terapia?
Empecé a carcajearme de la risa, estaba sola en aquella habitación apenas iluminada por una lamparita de noche, y por toda la casa resonaba mi risa. Por un momento parecía que no estuviese sola, y que Moore estuviera en algún rincón, riendo al igual que yo.
—Ahora que lo pienso...
—No piense demasiado, llegará a la conclusión de que estoy loco y no querrá conocerme.
—¡Oh! Para nada. Tengo una cierta afición por locos y/o tarados, así que seguramente conocerle me resulte muy tentador.
—Quizá usted también debería ir a terapia.
—¿Y quién dice que no acuda ya?
—Es usted mi mujer ideal. Cásese conmigo.
—¿Me está pidiendo la mano? ¿Y sin anillo? ¿Qué clase de escritor bohemio y romántico es usted?
—Le he medio regalado una casa, ¿aún quiere un anillo?
—Soy tradicional.
—De acuerdo, le regalaré un anillo. Será reluciente, como de princesa, y tendrá una bonita perla rosa en el centro.
Me eche a reír de nuevo, cada vez tenía más conexión con él. Era raro, pero sentía que ya le conocía.
Poco después nos despedimos. Yo seguía sin sueño, así que recordé aquellas gafas que me había regalado Klaus aquella mañana, en ellas residía todo lo que Sr Moore representaba paramí. Aquellas grandes gafas con tanta personalidad, me hacían sentirle más cercano, pero por más que busqué no di con ellas; puede que con todo el follón del traslado las hubiera perdido o guardado en algún sitio que ahora no recordaba. Frustrada y de mal humor, me metí en la cama; para mi sorpresa en dos minutos ya estaba dormida.
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